29 de noviembre de 2017
Ángela
Merkel es la última y para algunos inesperada victima de la crisis de confianza
que asola Europa. El fracaso para formar un gobierno de coalición tripartito o
tricolor (solución Jamaica) se desvanece por razones perfectamente
anticipables: abismo entre las posiciones de los dos socios más derechistas (el
ala bávara de los democristianos y los liberales) y esa formación dividida,
heterogénea y cada vez más confusa en que han derivado los verdes.
El
presidente de la República, Franz Steinmaier, un veterano pero gris político
socialdemócrata ha apelado a la responsabilidad de los dirigentes políticos
para que no devuelvan al electorado un trabajo que les corresponde a ellos. Una
fórmula idéntica a la escuchada en España el año pasado. Alemania se citaba
hasta hace seis meses como ejemplo y Alemania es hoy, como sostiene Judy
Dempsey, “el nuevo problema europeo” (1).
Existe
la convicción general de que Merkel no sería la candidata de la CDU a canciller
si tienen que repetirse las elecciones. Esa posibilidad es ahora más cercana
que hace un par de semanas. El caso ejemplar se convierte en pesadilla. Para
conjurar el fracaso político que sería una vuelta apresurada a las urnas, se
evocan dos opciones de último recurso: la reedición de la gran coalición o un
gobierno minoritario de la CDU con apoyos puntuales de otros partidos.
La
gran coalición, que los socialdemócratas rechazaron comprensiblemente la noche
misma de las elecciones, tras sufrir una humillante derrota: el peor resultado
de la posguerra con apenas un 20% de los votos. El candidato socialista, Martin
Shultz, pasó de ser la gran esperanza del SPD para desalojar a Merkel hace tan
sólo unos meses a convertirse en un líder triturado más de la socialdemocracia
europea.
Es
difícil que una prolongación del gobierno de gran coalición, con retoques de
poca monta, puede recobrar la vitalidad de la izquierda moderada en Alemania.
Las apelaciones a la responsabilidad, a la estabilidad, a la centralidad y
demás rutinas del vocabulario político germano pueden resultar contraproducentes.
Quizás este reflotamiento in extremis de la gross
koalition puede ser simplemente una estratagema no para evitar las
elecciones, sino para mejorar unas penosas perspectivas en las urnas.
La
otra opción sería un gobierno democristiano en minoría y con acuerdos
puntuales, con liberales o verdes, alternativamente. Algunos representantes del
establishment como el Presidente del
Instituto de estudios económicos (IFO), entidad asesora del gobierno en materia
económica, defienden esta opción como la menos mala, o la única posible para
conjurar el regreso al puerto electoral (2).
¿A
QUIEN LE INTERESAN LAS ELECCIONES?
Sin
duda, a la derecha ultranacionalista agrupada con o más o menos coherencia en
la formación Alternativa por Alemania.
Sus líderes han celebrado el fracaso de la negociación para alcanzar un
compromiso de gobierno tripartido como un éxito propio. Saben que Merkel será
la principal damnificada y creen poder seguir mordiendo en el electorado
desconcertado de la CDU para ampliar su base parlamentaria, ya de por sí
considerable: más de 90 diputados en el Bundestag.
No está nada mal para tratarse de un partido ultranacionalista en Alemania.
Los
liberales del FPD, socios malogrados del viaje
a Jamaica, parecen felicitarse por el encallamiento de la situación. No en
vano fueron ellos los que dieron por agotadas las negociaciones, lo que provocó
cierta sorpresa en las otras dos formaciones. En los ochenta y noventa afianzaron
una cierta sensibilidad centrista. Pero el FPD tuvo siempre un alma más
reaccionaria en los asuntos sociales y económicos. Muchos de sus sucesivos líderes
bufaron a modo contra el excesivo y demasiado caro estado de bienestar alemán.
Ese discurso ha hecho fortuna (3). La CDU ha sido criticada por asumir la
retórica socialdemócrata en escaños y
tribunas para luego ajustarla a proporciones más modestas en comisiones y
despachos.
A
los verdes, finalmente, el naufragio del tripartito no les causa demasiados
estragos. Más bien, al contrario, les libera de una tensión anunciada. Las
distintas corrientes del partido no tardarían demasiado en entrar a la greña
sobre las decisiones de un gobierno en el que ellos estaban condenados a ser el
eslabón frágil, por mucho que los más favorables evoquen su condición de llave.
Pero llave de una puerta que nadie sabe a dónde conduce.
¿DE JAMAICA A WEIMAR?
La
CDU, por tanto, es la gran perdedora y, por extensión, su líder, la otrora
indiscutible Ángela Merkel. Ya hemos escrito varias veces aquí que el liderazgo
de esta calculadora dama del centroderecha europeo ha estado sobrevalorada. Su
principal virtud no es precisamente la audacia, como equivocadamente los medios
le reconocieron con motivo de la crisis de los refugiados de 2015. Más bien al
contrario. Merkel ha sido una maestra en esperar a detectar cómo sopla el
viento, qué corrientes políticas son las más potentes y luego apuntarse en el
momento de menor impacto del riesgo. Por eso no le convence el gobierno en
minoría.
No
siempre ha acertado, por supuesto. O el acierto tenía fecha de caducidad. De
nuevo el asunto de los refugiados fue paradigmático. Merkel se quedó bastante sola
en una Europa aterrorizada por el auge nacional-populista. Desde su partido le
pidieron cuentas, le exigieron rectificación, le volvieron elegante pero
contundentemente la espalda. Y la canciller hizo lo que mejor sabe: girar sobre
sus pasos y navegar a favor de corriente.
El
problema es que la marea ya era muy fuerte y no pudo enderezar el barco. Al
menos no lo suficiente. Para entonces, en el hígado del alemán medio, que
controla con mucho esfuerzo su malestar por el arrastre de la mala conciencia,
se había instalado un ánimo de desquite. Primero se dejó oír la calle, sobre
todo en el desventurado sector oriental, tan decepcionado por las promesas
rotas. Y luego, en las urnas, el pasado mes de septiembre.
Donde
la mayoría contempla un atasco, algunos ven una oportunidad. Según esta perspectiva,
Alemania necesitaría un reseteo. Una
nueva cita electoral obliga a un esfuerzo de imaginación a los dos grandes
partidos, tras décadas de rutina. El otro efecto positivo puede ser el
agotamiento del voto de protesta. Ante el espectro de la inestabilidad, vuelta
al redil, según el diagnóstico optimista de la vicedirectora del Fondo Marshall
(4).
Una
historiadora germanista de la Sorbona, Hélène Miard-Delacroix, ha evocado esta
misma semana el “espectro de Weimar”, es decir esa Alemania de entreguerras que
cayó como fruto maduro en las garras del nazismo (5). No porque estemos ante
una situación análoga a la de finales de los años veinte del pasado siglo, por
supuesto. Pero la dispersión del voto en seis grandes formaciones ý el sistema
de elección proporcional, con la escueta de corrección del umbral del 5% para
acceder al Bundestag, hace más
difícil la consecución de una mayoría estable de gobierno. Es el miedo más que
la realidad lo que aviva los fantasmas.
No
es cosa menor en Alemania el miedo. Pero a veces se comete el error de exagerar
esas percepciones tan negativas. Nadie está seguro de lo que se debe hacer en
la situación actual. Y cuando los políticos alemanes convencionales dudan, los
extremistas avanzan. En Alemania como en casi cualquier otra parte.
NOTAS
(1) Germany
is Europa’s Newest problem. JUDY DEMPSEY. CARNEGIE EUROPE, 20 de
noviembre.
(2)
Germany’s Götterdämmerung. HANS-WERNER SINN. FOREIGN AFFAIRS, 21 de noviembre.
(3) Germany
has plungued into unprecedented political chaos. PAUL HOCKENOS. FOREIGN POLICY, 20 de noviembre.
(4)
Germany’s chance for a reset. SUDHA DAVID-WILP. FOREIGN AFFAIRS, 21 de noviembre.
(5) “En politique, l’Allemagne ne fait pas la exception”.
HÉLÈNE MIARD-DELACROIX. LE MONDE, 28 de noviembre.