ALARMAS MIGRATORIAS

29 de abril de 2010
Rumanos en Badalona. Hispanos en Arizona. Y europeos orientales como munición de un debate con desliz, quizás fatal, en la campaña electoral de Gran Bretaña. Coincidencia de tres argumentos de primera plana, que refleja ásperamente las alarmas de las políticas migratorias.
Por suficientemente conocida, no nos detendremos en la polémica suscitada por los panfletos de la organización local del Partido Popular de Badalona, en favor de la expulsión de los rumanos en situación de residencia ilegal. Ocupémonos de los otros dos casos.
ILEGALES APARENTES
En Arizona se ha promulgado una ley que permite detenciones de personas inmigrantes presuntamente ilegales por su mera apariencia externa. Morenos, más bajitos que los nativos: o sea, latinos. Arizona es uno de los estados de la Unión con más alta concentración de inmigrantes.
La pérfida ley con tintes racistas que ha firmado el gobernador -republicano- de Arizona es una patata hirviendo. Que haya expresado su apoyo un político como John McCain, senador por ese Estado, pero en su día partidario de iniciativas para legalizar a los inmigrantes irregulares, indica hasta qué punto los republicanos están dispuestos a lo que sea para perseguir un vuelco político y abortar el giro al centro.
Uno de los asesores de Bush y McCain en materia de inmigración, Mark McKinnon, señalaba estos días en el NEW YORK TIMES que "los republicanos salivan por las ganancias inmediatas sin detenerse mucho en los perjuicios a largo plazo". Lo malo es que los demócratas también está presos de las mismas servidumbres electorales. Cuando el empleo se resiste a brotar, a pesar de la candidez de ciertos indicadores macroeconómicos, la defensa de derechos de los inmigrantes, percibidos como competidores desleales en el mercado de trabajo, se les antoja arriesgada. Sobre todo a aquellos políticos que tienen su escaño bajo la luz roja de riesgo. Muchos demócratas se encuentran atrapados entre la fidelidad a dos electorados artificialmente confrontados: los obreros ("blue collars") sin trabajo y los latinos que contemplan con desazón la retórica xenófoba en alza.
Algunos líderes demócratas temen que el ejemplo de Arizona cunda en otros Estados apremiados por las presiones laborales, según una estimación de LOS ANGELES TIMES. La presunción de que actitudes duras hacia los irregulares pueden producir réditos electorales inmediatos podrían desencadenar el efecto contagio. Se calcula que en todo el territorio de Estados Unidos viven de forma ilegal más de quince millones de trabajadores extranjeros sin permiso de residencia.
No ha contribuido a prevenir el fenómeno la pasividad del gobierno federal durante el tiempo en que se ha venido gestando esta ley. Se lo reprochan a la administración Obama algunos medios liberales como THE NEW YORK TIMES o BOSTON GLOBE, con raíces muy lejanas de las tierras cálidas del suroeste. Conviene recordar que la revisión completa del sistema legal relacionado con la inmigración fue uno de los principales compromisos del candidato Obama. Otras urgencias políticas han ido demorando esta acometida, que se sitúa de nuevo en lo más alto de la agenda de la Casa Blanca, según ha admitido estos días el propio presidente.
Conforme aumenta la indignación en medios latinos estructurados y con influencia, crece la impresión de que el gobierno federal podría poner en marcha algún tipo de actuación para abortar la aplicación de la ley en Arizona. Anima a ello que también desde sectores de indisputable acreditación conservadora se hayan alzado voces de repudio a la ley. "Es muy de difícil de aplicar, sin amenazar las libertades civiles", ha comentado no precisamente un progresista como Jebb Bush, hermano del ex-presidente y ex-gobernador de Florida. En este estado, con muy fuerte presencia de cubanos exiliados, los latinos afincados y arraigados en el establishment constituyen una sólida base electoral para el partido republicano.
DESASTRES Y DEMAGOGIAS
La letalidad del debate migratorio aparece también en Gran Bretaña. Por debajo del contraste de las recetas para sanear cuentas y garantizar servicios emerge el malestar provocado por una complicada pedagogía de los asuntos migratorios. Según las encuestas de opinión, la inmigración es el segundo asunto que más preocupa a los británicos, después de la crisis económica.
Aunque con discursos de distinto tono, conservadores y laboristas habían arremetido contra el candidato liberal-demócrata, por su posición favorable a una amnistía para los sin papeles. El principal diario conservador no tabloide, el DAILY TELEGRAPH, ha calificado de "locura" las ideas de Nick Clegg. Los tories están practicando un juego peligroso: con su línea dura frente a la inmigración están sembrando xenofobia y alimentando expectativas electorales del Bloque Nacional, en el cálculo de que, finalmente, los electores molestos por la inmigración acudirán al voto útil y les votaran a ellos para forzar un giro radical de política en esa materia. Para los laboristas, el debate ya era de por si incómodo e indeseable. Feudos obreros golpeados por la crisis corren peligro de sucumbir a la demagogia ultraderechista. De ahí el perfil bajo de las propuestas laboristas y la falta de prudencia que Brown ha venido imputando al candidato emergente.
Pero nadie se podía imaginar el terrible estrambote de esta semana, en Rochdale. Este episodio se ha convertido ya en la bomba mediática de la campaña. La frustración de la votante laborista jubilada por la falta de empleo, su desagrado por el "aluvión" de inmigrantes del Este, las dificultosas explicaciones de Brown y el desahogo posterior del primer ministro convertido en exabrupto público por mor de otro micrófono que no se cerró a tiempo han conformado un cuadro de desastre. La prensa conservadora ha magnificado el incidente, mientras los estrategas laboristas se mesan los cabellos. Pero más allá de la peripecia fatal y de la hipócrita utilización del "resbalón", lo ocurrido pone en evidencia la peligrosidad del dossier migratorio, especialmente para la izquierda. La "intolerancia" que Brown apreció en la jubilada de Rochdale tiene los tentáculos muy desarrollados
La corrección y el arte del disimulo obliga al PP catalán a maquillar el brote populista antirumano en Badalona. Sin desautorizarlo, por supuesto. En Gran Bretaña habrá que esperar a la expresión electoral de la xenofobia, aunque ésta puede quedar camuflada bajo opciones más contenidas. En Arizona se han superado ya los límites de lo que resulta tolerable en un sistema democrático. ¿Cuánto tiempo pasará para que cunda el ejemplo? Las luces están en ámbar.

CON UN AIRE A OBAMA

23 de abril de 2010

El segundo debate electoral televisivo en Gran Bretaña confirmó que por primera vez en sesenta años existe una posibilidad cierta de que triunfe una tercera opción. El candidato liberal-democrático, Nick Clegg, sabía que sus rivales tratarían de arruinar su opción antes de que siguiera creciendo, pero no lo consiguieron. Aunque el debate sonó más igualado, la "sorpresa" electoral sigue encendida.
Clegg ha logrado instaurar un perfil obamiano. No debía sorprender teniendo en cuenta el entorno político en que se celebrarán estas elecciones: desgaste del partido gobernante, fragilidad de la opción y del liderazgo conservador y fuerte descrédito del sistema político por la corrupción. Nunca ser outsider ha sido tan rentable en la política británica (incluso en la europea). Ni el voto útil (prestar apoyo a los tories, para acabar con el gobierno que no supo atajar a tiempo la crisis), ni el voto del miedo (seguir apoyando a los laboristas ante el temor de que los conservadores implanten políticas neoliberales fracasadas y de gran coste social). Y apelación directa a los jóvenes para que no huyan de la política. Otra resonancia de Obama.
En el transcurso del debate, ésta ha sido la estrategia recurrente de Clegg: hacer creíble una alternativa profunda de cambio. Cuando Brown y Cameron se enzarzaban en algunas disputas sobre los servicios públicos o sobre la política a seguir en Europa, Clegg orientaba sus intervenciones a enfatizar la inutilidad de una disputa agotada. Con notable habilidad, el candidato liberal-demócrata consiguió disimular el aspecto quizás más frágil de su candidatura: la falta de definición en muchas de sus propuestas.
FORMALISMO EN POLÍTICA EXTERIOR
En política exterior, que se presentaba como asunto estelar de esta segunda cita televisiva, el debate ha sido decepcionante. Cameron articuló un discurso crítico con Bruselas, sin parecer demasiado atado a los principios tradicionales del euroescepticismo tory. Brown ha advertido contra el peligro de volver a luchar contra Europa en solitario, en referencia clara a la época thatcherista. Clegg, consciente de que el asunto no levanta pasiones y renta pocos votos, optó por el pragmatismo: había que estar en Europa porque le conviene a la economía británica (argumento muy similar al empleado por Brown). Clegg concedió que había que agilizar el funcionamiento de la Unión (acercamiento a sensibilidades tories), pero para eso había que permanecer dentro y ser activos (alejamiento de Cameron).
Pocas discrepancias en Afganistán y en la lucha internacional contra el terrorismo. En este asunto, Clegg decidió poner el énfasis en mejorar el equipamiento y los recursos destinados a las tropas británicas y en construir una estrategia que no tenga un componente exclusivamente militar. En un guiño a los que ya están cansados de aventuras bélicas, el candidato liberal-demócrata se hizo eco del pesar por la presión que supone combatir al mismo tiempo en Irak y en Afganistán. Brown ofreció una posición más elaborada que sus oponentes, a los que se notó poco motivados por este asunto: será difícil que cualquier gobierno adopte una posición alejada de las directrices de Washington. Clegg, al que habíamos escuchado alguna manifestación de autonomía al comienzo de la campaña, prefirió decir que "la relación con Estados Unidos no puede ser unidireccional".
En la cuestión del armamento nuclear, Brown puso en aprietos a Clegg al reprocharle falta de realismo por insinuar un desarme unilateral. El candidato liberal, como en otros asuntos donde teme resultar poco experimentado, se evadió del reproche señalando que lo que propone no es romanticismo sino pragmatismo: dotarse de sistemas más modernos y eficaces. Y citó de pasada a Obama para cimentar la utopía de un mundo sin armas nucleares. Cameron, más apegado a la doctrina tradicional, se limitó a defender la disuasión nuclear.
Mucha retórica en el debate sobre el cambio climático, sin apenas controversias, salvo los reproches de Cameron a la ineficacia europea o de Clegg a la posición subsidiaria y poco enérgica del laborismo en la cumbre de Copenhague. Brown ha defendido el papel británico y europeo al acercar las posiciones de Washington a Pekín y al resto de potencias emergentes.
MAS CONFRONTACIÓN EN ASUNTOS INTERNOS
El debate cobró viveza cuando se abandonaron los asuntos internacionales y se entró en las propuestas sobre la gestión de las pensiones, los servicios públicos, la fiscalidad o la inmigración. Brown adoptó una posición casi profesoral, alertando sobre el peligro de interrumpir medidas, estímulos y políticas que estaban sacando al país de la recesión. Cameron dibujó su ideas de gran sociedad frente a la supuesta opción laborista de gran gobierno. Adoptó tu tono más ofensivo cuando acusó al primer ministro de mentir sobre las intenciones conservadores, sobre todo en materia de recortes sociales. "Debería darte vergüenza decir algunas cosas", le espetó Cameron a Brown, a quien acusó abiertamente de aventar el miedo como táctica electoralista. El líder laborista no entró a ese trapo e insistió en los peligros de alejarse del buen camino. El tercer candidato asistió a estos escasos momentos de tensión con calculada distancia y sin comprometer una postura clara en el debate sobre más o menos Estado. Solventó la cuestión defendiendo la clásica respuesta de la "tercera vía": no más ni menos, sino mejor.
En materia de inmigración. Cameron también elevó el tono para reprochar a Brown el incremento incontrolado de la inmigración. El primer ministro replicó con el catálogo de medidas que han posibilitado una reducción del tráfico ilegal de personas en los últimos años. Clegg reprochaba a sus dos adversarios falta de voluntad política para afrontar el problema y descalificaba tanto las cuotas defendidas por el líder conservador, como la política de parches del dirigente laborista. Defendió, sin gran pasión en todo caso, la regularización de los ilegales, lo que aprovechó Brown para reprocharle que estaba favoreciendo una amnistía que, a la larga traería más problemas.
Otro asunto que podía resultar espinoso era el de la corrupción política y las medidas para combatirla. Fue muy contundente Brown, quien aseguró que debía echarse de la política a los que se les pillara en falta. Cameron, con muchos casos en la gatera, quiso que el asunto pasara deprisa. Clegg lamentó que las dos grandes fuerzas políticas no hubieran sido más activas. El moderador hizo aquí su única pregunta del debate, y fue al candidato liberal, al que un diario conservador había arrojado esa misma mañana ciertas acusaciones sobre cobro en sus cuentas privadas de donaciones poco transparentes. "Es una basura sin fundamento", espetó Clegg, que despachó así el asunto para que no prendiera el daño. Horas antes del debate, los laboristas habían criticado esas imputaciones y habían atribuido su autoría intelectual a ciertos propagandistas conservadores.
Y sobre lo que constituye la gran incógnita de estas elecciones: qué fórmula de gobierno será viable a partir del 6 de mayo, el debate resultó estéril, como era de esperar. A pesar de una pregunta de un ciudadano y de la petición de concreción del moderador, los candidatos se comportaron con mucha profesionalidad y dejaron el asunto abierto. Ante la posibilidad de un parlamento "colgado" ( es decir, sin una mayoría clara), todos prefieren esperar a las cartas con las que tienen que jugar. Las encuestas reflejan distancias mínimas y gran volatilidad. Los laboristas continúan en último lugar, pero con las opciones intactas. El sistema electoral les proporciona un plus, que podría ser decisivo el 6 de mayo. Cameron tendrá que utilizar armas más convincentes que el juego sucio de la prensa derechista para "desobamizar" la