TÚNEZ: LA VERSIÓN BLANDA DE LA VÍA EGIPCIA

 28 de julio de  2021

Diez años después de la revolución que sirvió de estandarte a la posterior “primavera árabe”, Túnez se precipita hacia la confirmación de un fracaso similar al que se ha producido ya en toda la región del Norte de África y el Oriente próximo.  No ha sido una crisis repentina, por supuesto, sino un largo proceso de deterioro. Cierto es que en Túnez se han amortiguado las tensiones y se ha evitado, hasta ahora, una explosión bélica (como las registradas en Siria, Libia o Yemen), involuciones dramáticas (como en Egipto), o tensiones sociales explosivas (caso de Argelia). Los equilibrios políticos y la relativa solidez de las instituciones habían dejado a Túnez en el punto muerto que se observaba en las monarquías falsamente democráticas (Marruecos, Jordania o Bahréin)

Esa tensión latente, a fuego lento, se ha desbordado en los últimos días en forma de crisis constitucional o enfrentamiento institucional entre los principales poderes del país. El presidente Saied, elegido mayoritariamente hace dos años, estaba enfrentado de manera irremisible con un Parlamento fragmentado y carente de mayoría clara, en el que la fuerza principal son los islamistas moderados de Ennahda.

El pasado domingo, en una iniciativa polémica, Saied destituyó al primer ministro Mechichi y asumió temporalmente sus funciones hasta el nombramiento de un nuevo titular. Al mismo tiempo, suspendió por 30 días el legislativo y destituyó a los ministros de Defensa y Justicia (1). Para algunos, es un golpe de Estado. Para otros, se trata de una decisión radical pero legal, ya que el Presidente está amparado por el artículo 80 de la Constitución, que lo habilita para asumir los poderes del ejecutivo y suspender provisionalmente el Parlamento por razones de emergencia nacional.

Es inevitable que se hicieran, de inmediato, comparaciones con lo ocurrido en Egipto en 2013, cuando el entonces Ministro de Defensa y Jefe del Ejército, el General Sisi derribó al presidente constitucional Mohamed Morsi, apoyado en una protesta popular contra el gobierno de los Hermanos Musulmanes, con la promesa de convocar elecciones libres y prevenir una dictadura religiosa que se anunciaba en ciernes. Nada de eso ocurrió, como es bien sabido. El Ejército recuperó el poder que había perdido tras la Revolución de 2011 y Egipto es hoy una dictadura militar más represiva aún que la de Mubarak.

Túnez presenta, naturalmente, muchas diferencias, pero también algunas similitudes con Egipto, que permiten considerar lo ocurrido estos días como una deriva suave a la egipcia. En el país de las pirámides, el líder de la rectificación política era un militar, sin legitimidad democrática para encabezar el control del Estado, siquiera de forma provisional. En Túnez es un civil elegido masivamente por la ciudadanía (73% de los votos), con cierto prestigio social (había sido catedrático de derecho constitucional) y sin servidumbres políticas aparentes.

El núcleo del debate actual es si Saied se ha extralimitado en la interpretación de sus poderes constitucionales extraordinarios.  ¿Hasta qué punto se encuentra Túnez ante una situación tan extrema que justifique medidas de alteración del orden político? (2).

En Egipto, los militares se apoyaron en los segmentos más progresistas de la sociedad, en particular la juventud que había protagonizado el movimiento de la Plaza Tahrir, para asumir el poder y neutralizar el peligro de una dictadura islamista. En Túnez, el presidente Saied se ha apoyado también en amplios sectores de una población desesperada por una crisis pavorosa que se manifiesta en tres frentes principales: sanitario, económico y político.

UNA CRISIS GENERAL

El Covid ha golpeado con dureza. Túnez es el país con más incidencia per cápita de África y el segundo del mundo. Se han contabilizado ya más de 18.000 muertos y sólo el 6% de la población está vacunado. El déficit de oxígeno en las últimas semanas ha provocado gran angustia. A eso hay que añadir el deterioro insoportable de la situación económica. Los atentados terroristas hicieron capotar el turismo internacional, que supone más del 10% de la riqueza nacional. El desempleo ha ido creciente sin parar y alcanzar a más de la tercera parte de la juventud. Túnez necesita con urgencia 7 mil millones de dólares para cuadrar las cuentas.

La crisis política es el tercer frente de desgarro. La tensión entre islamistas y laicos no se ha resuelto, pese a diversos intentos de conciliación. Aunque los islamistas tunecinos son más moderados que en otros países, su modelo de sociedad difiere notablemente del que sostienen las fuerzas no religiosas. Pero este no es el único problema. Los “laicos” están muy divididos. La atomización es paralizante. En las elecciones de 2019, más de veinte formaciones obtuvieron entre uno y tres diputados. La fuerza mayoritaria, los islamistas, apenas obtuvieron la cuarta parte de los escaños. En estos dos años, no ha habido colaboración política eficaz entre la Jefatura del Estado, el ejecutivo y el legislativo. El primer ministro Mechichi fue impuesto por Saied, pero pronto empezaron a discrepar hasta provocar una parálisis política preocupante. Mechihi cesó al ministro de Sanidad, un partidario de Saied, en plena crisis del Covid. El Presidente se negaba últimamente a firmar las leyes emitidas por el Parlamento y la orientación populista que le ayudó a conseguir el triunfo electoral se ha ido reforzando.

Los apoyos de Saied vienen, sobre todo, de la central sindical UGTT (Unión General de los Trabajadores Tunecinos), quizás las fuerza social más articulada del país, junto con los islamistas. Sin embargo, los socialdemócratas, que han respaldado por lo general al Presidente en los últimos dos años, se han desmarcado de su última iniciativa para acabar con el bloqueo político. El líder de Ennahda, Rached Ghanouchi, ha asumido el liderazgo de la resistencia. Al serle impedido el acceso al Parlamento, protagonizó una sentada junto a la puerta principal del edificio del legislativo y denunció el “golpe presidencial” (3).

CAUTELA INTERNACIONAL

La reacción internacional ha sido muy cauta. Europa permanece a la espera de que se clarifiquen las intenciones del Presidente (4). EE.UU. ha pedido a Saied que respete las normas democráticas, sin desautorizarlo expresamente, algo que recuerda también a lo que hizo en su día Obama en Egipto, engañado, confundido o quizás aliviado por el paso al frente del General Al-Sisi. Túnez ha sido un país importante en la estrategia occidental contra la expansión del terrorismo islamista en África, como atalaya de vigilancia lejana del Sahel, donde las ramas locales del extremismo acaban de forzar la retirada militar francesa.

Esa posición de vigía y su prestigio (discutible) como único caso exitoso de la primavera árabe le han reportado a Túnez ciertas recompensas (5). Pero, tarde o temprano, las tensiones tenían que estallar. Es posible que la apuesta de Saied agilice los apoyos de Europa y Estados Unidos para aliviar la presión social. Pero la situación es confusa. La versión blanda de la vía egipcia puede degenerar en un enfrentamiento civil o en una deriva autoritaria con apoyo de buena parte de la población, cuya preocupación prioritaria no es la democracia sino vivir cada día (6). En Túnez, contrariamente a Egipto, el ejército no parece tener tentaciones de poder directo. Pero recordemos que el último dictador, Ben Alí, ejecutor en su día del golpe, también blando, contra el anciano padre de la patria, Habib Burguiba, salió de las filas militares.


NOTAS

(1) “President Qaïs Saied has suspended Tunisia’s Parliament, dismissed the Prime Minister and enhanced his judicial authority”. DIWAN. CARNEGIE, 27 de julio; “Tunisie: le Président limoge deux ministres au lendemain de la suspension du Parlement”. LE MONDE, 27 de julio; Tunisia’s democracy totters as the President suspends parliament”. THE ECONOMIST, 26 de julio.

(2) “A coup in Tunisia?”. WILLIAN TODMAN. CENTER FOR STRATEGIC AND INTERNATIONAL STUDIES OF WASHINGTON, 28 de julio.

(3) “Political crisis in Tunisia: U.S: response options”. SARAH FEUER. THE WASHINGTON INSTITUTE ON NEAR AND MIDDLE EAST, 27 de julio.

(4) “Tunisia coup: What Europeans can do to save North Africa’s only democracy”. TAREK MEGERISI. EUROPEAN COUNCIL OF FOREIGN RELATIONS, 26 de julio.

(5) “The International Community must use its leverage in Tunisie. SARAH YERKES (CARNEGIE). FOREIGN POLICY, 27 de julio.

(6) “Maybe the Tunisians never wanted Democracy”. STEVEN A. COOK. FOREIGN POLICY, 27 de julio.

CLIMA: CALAMIDADES, PLANES Y RIESGOS

 21 de julio de 2021

Las inundaciones de este mes en Alemania, Bélgica y Holanda, inéditas por su amplitud y su capacidad destructiva, son la última calamidad climática de un verano que, como ya viene siendo habitual, apunta a ser más calamitoso que el anterior. Los doscientos muertos de esas regiones centrales de Europa son un aviso de que el deterioro climático inducido por la acción humana no es ya privativo de las regiones más atrasadas económicamente. 

En China lidian estos días con unas inundaciones devastadores en la región central del país. A ello se suman una temperaturas extremas, por encima de los 50 grados, en las regiones occidentales de Norteamérica (California y Oregón, en EE.UU., y Columbia, la región en torno a Vancouver, en Canadá), acompañadas de incendios de una voracidad sin precedentes. El fuego en los bosques alcanza también a Siberia, la zona más fría de la tierra, después de los polos, donde la capa de hielo sigue perdiendo grosor y extensión. La sequía es cada vez más amplia (1) y los ríos cada vez menos caudalosos (2).

La urgencia climática es ya un asunto prioritario en la agenda mundial, después de tres décadas de retórica y escasas medidas prácticas. Desde 1990, cuando los expertos del Panel Internacional dieron la alarma, las emisiones, lejos de bajar, han aumentado en más de un 60%; y desde la ceremonia de arrepentimiento global de París (2015), el incremento ha sido del 4%. Por tanto, el objetivo de detener el calentamiento del planeta por debajo del 1,5 grados mediante la paulatina disminución de gases de efecto invernadero hasta alcanzar la cifra cero en 2050 no está garantizado. Aunque hay un consenso casi global (que no pleno), lo más difícil será coordinar los esfuerzos y repartir los costes de forma equitativa. Y no hay un criterio compartido sobre lo que significa equidad.

LOS PLANES EUROPEOS

La Unión Europea ha lanzado un ambicioso programa en forma de doce proposiciones de ley que abordan todos los aspectos de esta transición ecológica. Abundan las grandes palabras, pero se echan en falta clarificaciones.  Algunas medidas ya han activado polémicas y resistencias. En las restricciones energéticas se incluye a sectores hasta ahora exentas como el de los transportes marítimos y terrestres o el de las calefacciones domésticas, entre otros. Se propone una elevación del precio del carbón (ahora todavía bajo: 5 euros) para encarecer la oferta; se refuerza el mercado de derechos de contaminación (Emissions trading system, ETS), que hasta ahora ha resultado poco eficaz; y se penalizarán las importaciones de productos que no cumplan con el estándar europeo (3).

Esto no es más que una propuesta, que los 27 deben ahora debatir y aprobar. Ya se sabe lo que eso significa en Europa. El programa de reconstrucción económica postcovid (NextGen EU) ha tardado un año en pasar de las papeles a los hechos, y aún no se ha desembolsado el dinero. En el caso de la transición ecológica, el horizonte se antoja mucho más lejano. Para llegar al objetivo de emisiones cero en 2050, hay una meta volante previa en 2030, es decir, antes de diez años: reducción del 55% de gases expulsados a la atmósfera. Este plan se solapa con otros que se están elaborando en muchos de los países de la UE (Francia acaba de aprobar el proyecto de Ley Clima). Pero en otros, como Polonia y otros muy dependientes de los combustibles contaminantes, no es difícil anticipar la resistencia que va a provocar. Aparte de estos problemas inter europeos, la Comisión y los estados más favorables tendrán que hacer frente a numerosos obstáculos e intereses establecidos, lo que comportan riesgos de todo tipo: económicos, comerciales, diplomáticos, sociales y políticos. Repasemos sumariamente algunos de ellos.

RIESGOS ECONÓMICOS.

La transición ecológica no es un impulso sólo negativo; es decir, abandonar productos contaminantes. Es imperativo cambiar el sistema productivo, y eso supone un gran esfuerzo inversor. En el plan NextGen EU, el 30% de los fondos irán destinados a proyectos que ayuden a esa transición del modelo productivo. Pero el demonio, como siempre, está en los detalles.

Algunos expertos advierten que el dinero público no será suficiente. El capital privado será imprescindible. Y los inversores particulares, por mucho que se pinten de verde, condicionarán su aportación a índices de rentabilidad seguros y no a demasiado largo plazo. Tampoco en esto los antecedentes son muy estimulantes. Las inversiones en energías limpias (eólica y solar) se ha ralentizado en los últimos años (4).

RIESGOS COMERCIALES/DIPLOMÁTICOS

Las medidas punitivas contra aquellos productos de importación que no cumplan con las normas ecológicas europeas auguran una larga y ácida disputa comercial y, por tanto, diplomática. No sólo con las potencias adversarias (véase China y Rusia) o amistosas (India y otros grandes y medianos en expansión); también con el gran aliado americano. Por mucho que el vínculo transatlántico se encuentre en fase de restauración, la actual administración norteamericana recela de algunas políticas europeas. Trump no era el único problema. O, para ser más precisos, los problemas ya existían antes del presidente hotelero.

Que Merkel haya sido recibido la pasada semana en Washington como la gran heroína del orden liberal internacional durante los últimos años convulsos de la alianza, no ha podido acallar los asuntos de fricción. Debajo de la alfombra roja tendida a la canciller saliente, se han acumulado las miasmas de unas relaciones bajo tensión.

Alemania se encuentra en vísperas de unas elecciones en las que el dossier climático tendrá un peso decisivo, que las inundaciones sólo han podido reforzar, si no monopolizar. Los Verdes, ya convertidos sin reservas al sistema, llevan en su programa un plan de inversiones por un monto de medio billón de euros. Es la propuesta electoral más ambiciosa y un factor más para esperar quizás el mejor resultado de su historia. Pero, en cualquier caso, necesitarán pactar con democristianos o socialdemócratas para gobernar, y ni siquiera está claro que obtengan la cancillería.

Una Alemania más verde exigirá algo más que inversiones. La tenaz resistencia de Merkel ante las demandas norteamericanas de una mayor firmeza frente a las prácticas comerciales, energéticas, tecnológicas, político-represivas de Pekín y Moscú no se debe a una distinta visión del mundo. El fundamento es puramente económico. La salud de Alemania depende de la fortaleza de su industria exportadora. La adalid del orden liberal ha filtrado su política exterior por el mismo tamiz que cualquiera de sus aliados.

En Estados Unidos, tanto republicanos como demócratas desconfían por instinto de los planes europeos, en los que ven siempre el ardid de un proteccionismo encubierto. Recurso, por cierto, que los propios norteamericanos practican a modo, pese a sus sermones sobre el libre cambio y la competitividad económica. De hecho, en los programas keynesianos de Biden se detectan reflejos proteccionistas. Aunque en los paquetes de estímulos y recuperación hay una orientación ecológica, los republicanos tratarán de recortar el alcance, en beneficio de los intereses de las industrias contaminantes en los estados a los que representan, no siempre amigables, cuando no abiertamente hostiles hacia los objetivos de neutralidad climática (5).

RIESGOS SOCIALES

Si Europa se toma en serio el esfuerzo ecológico, muchos sectores económicos que aún emplean a millones de personas desaparecerán. Y hasta que la ocupación laboral se traslade a otros sectores, la experiencia nos dice que la transición no será rápida ni suave. Como suele ocurrir, los sectores sociales más desfavorecidos serán los principales pagadores de este mutación hacia el capitalismo verde (6).

El megaplan europeo contempla mecanismos de compensación y la habilitación de un fondo social del clima para aliviar a los más afectados, por un monte previsto de 72.000 millones de euros. Una cantidad que seguramente no será suficiente para compensar el impacto de una transformación enorme en el transporte y en las calefacciones domésticas. Ya estamos viendo lo que está ocurriendo con el precio de la luz. El coste se ha disparado y se calcula que casi 40 millones de europeos no pueden hacer frente a las facturas eléctricas. Las grandes compañías han encontrado la fórmula para repercutir en los consumidores los costes de las medidas de  transición hacia energías limpias sin menoscabo de sus beneficios.

RIESGOS POLÍTICOS       

Esta anunciada conflictividad internacional, intercomunitaria y social tendrá, sin duda, efectos políticos. Los medios liberales ya lanzan la advertencia de un reforzamiento de las opciones nacionalistas y populistas y de movimientos no estructurados pero de gran impacto político y electoral. Se cita, naturalmente, el fenómeno francés de los gilets jaunes, que estalló precisamente como protesta a la elevación del precio de los combustibles contaminantes, mientras el gobierno de Macron planteaba un recorte de impuestos a los más ricos.

El retroceso electoral del nacional-populismo puede ser sólo temporal y, en todo caso, el riesgo de reactivación es muy elevado, a medida que los efectos sociales de la transición se hagan palpables.

 

 NOTAS

(1) https://www.nature.com/articles/s41586-021-03565-5

(2)https://www.swissre.com/dam/jcr:e73ee7c3-7f83-4c17-a2b8-8ef23a8d3312/swiss-re-institute-expertise-publication-economics-of-climate-change.pdf

(3) “Bruxelles présente douze propositions de loi pour le climat”. LE MONDE, 14 de julio.

(4) “Can elites star the climate revolution”. ADAM TOOZE. Director del Instituto Europeo de la Universidad de Columbia. FOREIGN POLICY, 3 de junio.

(5) “Carbon border taxes are defensibles but bring great risks. The EU’s proposal may set off a new trade war”. THE ECONOMIST, 15 de julio.

(6) “A safety net for the green economy. How to protect workers hurt by the fight against Climate Change”. SIMONE TAGLIAPIETRA. Experto del Instituto europeo Brueghel. FOREIGN AFFAIRS, 19 de julio.

 

 

               

TEMPESTAD EN EL CARIBE: ¿TORMENTA TROPICAL O HURACÁN POLÍTICO?

 14 de julio de 2021

Cinco frentes de tempestad amenazan con convertirse en serias crisis políticas ante las que Estados Unidos, celoso guardián de zona, difícilmente puede restar indiferente o pasivo. A la enquistada situación en Venezuela, se habían sumado en los últimos meses, la explosión social en Colombia y el recrudecimiento autoritario en Nicaragua. Pero estos tres focos han quedado en segundo plano en los últimos días ante la eclosión de otros dos episodios de perturbación en el sector norte del Caribe: Cuba y Haití.

CUBA: UNA ALARMA PREVISIBLE

En Cuba, las protestas sociales por las condiciones de vida han sido las más sonoras y extendidas de las últimas décadas, a decir de la mayoría de los observadores. Con la cautela que exige la valoración de informaciones casi siempre interesadas, de una y otra parte, la seriedad de la situación parece fuera de duda.

La oposición interna y externa transmite la exasperación de una población agobiada por la carestía de artículos de primera necesidad, cuya responsabilidad atribuyen básicamente a la incompetencia del gobierno. El COVID ha sido un factor agravante. Las autoridades han tratado de deslegitimar la protesta, presentándola como una campaña orquestada desde Estados Unidos e inspirada por la “banda” de exiliados de Miami (1).

Los medios cercanos al régimen creen que, en realidad, Washington no ha dejado de conspirar contra la Revolución y se ha aprovechado del desastre de la pandemia para explotar las debilidades del sistema y activar a sus “agentes internos” para extender la semilla del descontento entre una población agobiada. Los términos “desestabilización”, “refuerzo del bloqueo”, “campaña contrarrevolucionaria” circulan estos días en las redes y en las publicaciones en línea afines a La Habana (2), como ya ocurriera con el movimiento de protesta del barrio habanero de San Isidro, calificada de “intento de golpe blando” (3).

La Casa Blanca difícilmente podía estar desprevenida por la crisis cubana. En los primeros cinco meses de este año más de 35.000 cubanos intentaron llegar a Estados Unidos, el doble que en todo 2020. El escenario 1994 se avistaba en el horizonte.

BIDEN, EN LA LÍNEA DEL ESTABLISHMENT

Biden se ha solidarizado de inmediato con la población que padece las penurias y ha calificado la protesta como una suerte de “campanada” a favor de la libertad en Cuba. Si la tensión social continúa, se abre un abanico de opciones.

Hace unos meses, un responsable de los asuntos interamericanos en la Casa Blanca de Clinton, Richard Feinberg, recomendaba a Biden un “retorno” a la política de distensión de Obama y describía los efectos benéficos que las medidas de normalización (diplomáticas, comerciales, familiares, culturales, etc) podían tener a favor de una apertura del régimen cubano (4). Pero Biden nunca compartió el optimismo prudente de su exjefe y correligionario.

A pesar de que, como vicepresidente, le tocó supervisar el acercamiento entre Washington y La Habana, lo cierto es que el proceso de normalización corrió a cargo de Ben Rhodes, por entonces asistente en el Consejo de Seguridad y más tarde titular de este cargo. En su libro sobre el mandato de Obama, Rhodes detalla con minuciosidad la negociación, que pilotó en estrecha coordinación con el hijo de Raúl Castro, Alejandro, bajo la mediación del Vaticano (5). Obama creía que “Cuba se había ganado el respeto y la dignidad” de la comunidad internacional y era hora de “cambiar de política”, algo a lo que no se habían atrevido los diez presidentes anteriores que habían lidiado con la Revolución.

Biden se mostró entonces escéptico, pero sin estridencias. Ahora, con una política cubana aún por elaborar, parece inclinado a regresar a la política tradicional. En la práctica, esto ha supuesto, por el momento, consolidar la agresividad de Trump, que reforzó las sanciones y deshizo las cautas medidas de Obama. Biden no ha asumido verbalmente la retórica beligerante del lobby de Florida, quizás porque no lo necesite. Este estado sureño ya no resulta tan decisivo electoralmente para los demócratas como hace unos años. El portavoz de los intereses de los exiliados en el PD sigue siendo el senador por New Jersey Bob Menéndez, tan duro como los republicanos.

HAITÍ: EL PUDRIMIENTO

En Haití se asiste a un ajuste de cuentas entre las bandas que dominan el país, una lucha cruda y sangrienta por el poder, en el que el pueblo, en este caso más del 90% de los ciudadanos, son espectadores aterrados y principales víctimas de una codicia estructural.

El primer ministro reconocido por las potencias internacionales como principal autoridad del país tras el asesinato del Presidente Moïse ha pedido a Estados Unidos tropas para estabilizar la situación; por extensión, también a la ONU: un gesto casi forzado. Biden ha despachado la demanda con palabras blandas de apoyo, sin compromisos expresos.

Haití ha sido un asunto recurrente para Estados Unidos en los últimos treinta años. En 1994, Clinton restauró en la presidencia al sacerdote Jean Bertrand Aristide, que había sido depuesto por un golpe de estado. Veinte mil soldados norteamericanos hicieron posible el vuelco político. Diez años después, el “padre rojo” dejó de ser un activo para Washington y propició su segundo derrocamiento. La siguiente crisis fue provocada por el pavoroso terremoto de 2010, que provocó más de 300.000 muertos y dejó sin hogar a millón y medio de personas. Desde entonces, Washington ha aportado dinero y un tutelaje intimidatorio, que sólo ha servido para anclar el dominio del país por un puñado de familias y autócratas. En la última década, la agencia norteamericana de promoción del desarrollo ha canalizado más de 2.300 millones de dólares a Haití. Pero más del 95% de ese dinero fue a parar a empresas norteamericanas con intereses locales. Un ejemplo más de lo que se entiende en Washington como “ayuda humanitaria”. Otro rubros de ayuda han corrido pareja suerte (6)

El deterioro político-institucional desde el terremoto ha pasado desatendido. El gobierno del presidente Moïse ha sido una dictadura en la práctica, con un legislativo ausente o maniatado. El poder real residía en unas bandas armadas que defendían intereses particulares. El país se encontraba a merced de ladrones y bandidos, de autócratas y mercenarios nacionales o extranjeros, como denunciaban desde hace meses personas y organizaciones que trabajan a favor de los pobres, en medio de la indiferencia general (7).

El “patio trasero” parece tener una consideración secundaria para el presidente Biden. En la política exterior de la nueva administración demócrata, Iberoamérica está lejos de ser una prioridad, incluso una preocupación mayor. Ni siquiera el retórico proyecto de la unión y el fortalecimiento de la democracia como sistema político del orden liberal internacional confiere a la región una atención prioritaria.  Biden estaba concentrado en la vacunación, el estímulo económico... y en el doble frente chino-ruso (8). Los cinco frentes de tempestad en el Caribe (Haití, Cuba, Nicaragua, Colombia y Venezuela) no adquirían la dimensión de “huracanes políticos”; si acaso, “tormentas tropicales” que hay que abordar con los recursos ordinarios.


NOTAS

(1) “Cuba: la colère éclate dans les rues, les partisans du régimen appelés à répliquer”. LE MONDE, 12 de julio; “Cubans denounce ‘misery’ in biggest protests in decades”. NEW YORK TIMES, 11 de julio; “Thousands march in Cuba in rare mass protests amid economic crisis”. THE GUARDIAN, 12 de julio.

(2) https://rebelion.org/cuba-el-bloqueo-y-la-crisis/; https://rebelion.org/cuba-enfrenta-intentos-desestabilizadores-no-vamos-a-entregar-la-revolucion/;

(3) https://isrobinson.org/investigaciones/movimiento-san-isidro-radiografia-y-evolucion-del-golpe-blando-contra-cuba/

(4) “A return to détente with Cuba. Biden must rediscover Obama’s patient optimism”. RICHARD E. FEINBERG. FOREIGN AFFAIRS, 5 de febrero.

(5) “The World as It is. Inside the Obama White House”. BEN RHODES. PENGUIN RANDOM HOUSE, 2018.

(6) “How to end Haiti’s terminal despair”. ELISE LABOTT. FOREIGN POLICY, 12 de julio.

(7) “Haiti has been abandoned -by the media, the U.S. and the world”. AMI WILENTZ. THE NATION, 6 de julio.

(6) “New Cuba policy on hold while Biden deals with bigger problems”. KAREN DE YOUNG. THE WASHINGTON POST, 27 de junio; “Latin America unrest force Biden to confront challenges to democracy close to home”. LARA JAKES. THE NEW YORK TIMES, 12 de julio.

EUROPA: LAS BATALLAS VIGENTES DEL NACIONAL-POPULISMO IDENTITARIO

 7 de julio de 2021

El nacional-populismo identitario, lejos de firmar su derrota, como proclaman algunos analistas, continua en traje de combate y dispuesto a presentar batalla con gran adaptabilidad a cada situación.

En Francia, las recientes elecciones regionales parecen haber enfriado las perspectivas electorales de Marine Le Pen, pero no su liderazgo al frente de su Reunión Nacional, revalidado con más de un 98% en el congreso del pasado fin de semana.

En Alemania, los xenófobos de Alternativa (AfD) pondrán a prueba la capacidad del merkelismo sin Merkel para seguir conteniéndolos, con otra fórmula de consenso centrista pendiente del veredicto de las urnas, en menos de cien días.

En Italia, la luna de miel de Mario Draghi se prolonga, bajo el efecto encandilador de los fondos europeos, pero la pujanza de los exponentes del populismo derechista se hace sentir con fuerza en la calle.

En España, la estrella emergente del Partido Popular no es su líder estatal, sino una nueva dirigente madrileña que acaba de apuntarse un triunfo electoral de los que dejan huella, a base de acentuar un mensaje populista que se aleja del centro y encuentra ecos favorables en una extrema derecha envalentonada.

Y mientras, en el ámbito común europeo, una Eslovenia, “en plena deriva autoritaria”, como sostiene un sitio web especializado en los Balcanes (1), asume la presidencia semestral de la UE. El primer ministro esloveno, Janez Jansa, es una de las figuras más controvertidas de la política europea, por su estilo áspero y sus posiciones abiertamente contrarias al orden liberal. No sorprende que la prioridad anunciada de su gestión del club europeo sea la firmeza frente a la inmigración y la conclusión de un pacto que refuerce la política de puertas cerradas y restricciones al derecho de asilo (2).

La formación de Jansa, el Partido Demócrata Esloveno (SDS), está adscrita al Partido Popular europeo (PPE) y al grupo correspondiente en el Parlamento de Estrasburgo. Pero su sensibilidad es más cercana al FIDESZ del húngaro Viktor Orban, que, después de años de composturas, abandono el club democristiano-liberal-conservador cuando ya se había iniciado el proceso de expulsión.

Jansa fue uno de los dirigentes de las juventudes de la Liga Comunista Yugoslava que presionaron por la independencia de Eslovenia hace ahora treinta años, desde la atalaya ideológica de la revista Mladina. De posiciones inicialmente socialdemócratas, ha ido deslizándose ruidosamente hacia un conservadurismo reaccionario cada vez más estridente, con ataques directos a la prensa crítica y políticas abiertamente xenófobas, como denuncian la oposición, organismos de derechos humanos y su colega de 1991, el primer presidente de la Eslovenia independiente, Milan Kucan.

Los grupos Socialista, Verde e Izquierda del PE solicitaron a finales de junio que se suspendiera cautelarmente la entrega de los fondos europeos de reconstrucción a Eslovenia “hasta que se garantizase el respeto del Estado de derecho”. El PPE se negó y protegió a su afiliado, como hizo durante años con el FIDESZ (3). Jansa sabía que se encuentra bajo observación y ha medido bien sus pasos en el exterior. En el pulso final de Orban con el PPE se abstuvo de alinearse con el magiar.

A comienzos de mes, una buena parte de los partidos nacional-populistas europeos suscribieron una declaración política común que consagraba el acercamiento del FIDESZ y se presentaba como “la primera piedra” de una “gran alianza” con el objetivo de “reformar Europa”. El esloveno Jansa, una vez más, se desmarcó aunque es evidente que comparte su programa. Salvini y Le Pen fueron los promotores más destacados de la iniciativa nacional-populista. Consiguieron atraer a los polacos de Ley y Justicia (PiS), de Kaczynski, aunque esta formación pertenezca a otro grupo parlamentario, igual que VOX y los Fratelli italianos. Sin embargo, se desmarcaron Alternativa por Alemania y los Demócratas de Suecia. La unidad de las filas identitarias tiene mucho camino aún que recorrer, pero el empeño sigue vivo (4).

El futuro del nacional-populismo europeo depende en gran medida de la capacidad de los partidos centristas de ofrecer respuestas eficaces a los problemas económicos y sociales, más allá de los efectos del COVID. Hasta ahora, no lo han hecho. En algunos casos, incluso han asumido algunos de los mensajes, prejuicios y resortes del nacionalismo reaccionario.

El centrismo en Alemania y Francia se enfrenta al nacionalismo populista identitario desde posiciones y experiencias históricos distintas, pero con un mismo propósito: anclarlo en una franja electoral marginal o, al menos, incapaz de alterar los equilibrios políticos. Ocurrió en 2017 y el empeño se renueva, por mor de los distintos calendarios electorales, en los próximos diez meses (de septiembre de este año, fecha de las legislativas germanas, hasta mayo-junio del año entrante, cita para las presidenciales y generales galas).

La democracia cristiana alemana ha elegido a Armin Laschet para que siga haciendo la labor de Merkel, es decir, conservar el orden socio-político de la alternancia centrista con los socialdemócratas, vigente desde los años sesenta. Pero si el SPD no es capaz de frenar su decadencia, la CDU puede echar mano de unos ecologistas que han enterrado cualquier tentación antisistema y se han transformado en un concurrente más del orden liberal. En caso de que los lejanos herederos de Willy Brandt se recompongan (poco probable), no tendrán dificultades para acordar una fórmula de gobierno con los eclécticos verdes, que han demostrado querer, saber y poder gobernar con las dos manos (5). Cualquier de estas dos fórmulas asegurará la estabilidad, fórmula sacrosanta de la RFA, y sancionará el testimonialismo del populismo identitario.                          

En Francia, las cosas son más complicadas. La altísima abstención de las recientes elecciones regionales (dos de cada tres electores no fue a votar) confirma la enorme desafección política. La derecha conservadora quiere hacer valer su clara pero relativa victoria, ante el gran desafío del año próximo. El gran perdedor ha sido el partido fallido del Presidente Macron (La República en marcha), que no ha obtenido un solo enclave de poder territorial, confirmando la debilidad de su base organizativa. El solitario del Eliseo vuelve de nuevo a jugársela con las cartas del carisma personal y su propuesta reformista. Pero su retórica está más que desgastada, sus mensajes han perdido credibilidad y su ejército parece desnortado. Ya no le bastará el recurso de frenar a la extrema derecha, porque bien podría ser descartado en la primera vuelta, en beneficio del candidato de la derecha (6). Sólo juega a su favor que ésta no tiene aún un candidato común. Las regionales han hecho una selección del pelotón, pero la batalla del liderazgo está por decidir, en unas primarias que son siempre desgastantes. Marine Le Pen sigue nutriéndose de un electorado otrora de izquierdas. Pese a un resultado mejor de lo esperado en los comicios regionales, los socialistas están lejos de encontrarse en una vía de recuperación. Le Pen sabe mucho mejor cómo llegar a unas clases medias decepcionadas y a unos sectores populares desengañados (7).

                La suerte del nacional-populismo identitario en Italia se encuentra en una suerte de hibernación, mientras al “experimento Draghi” no le falten recursos. Cada cual juega sus cartas con la astucia italiana habitual. El replegado Salvini se ha dado un baño de moderación y racionalidad, apoyando al expresidente del Banco Central europeo, pero no deja de lanzar mensajes sobre su vuelta al combate si es necesario. De esa contradicción táctica se aprovecha la estrella emergente del panorama político, Giorgia Melloni, que ha limpiado las cañerías de su partido de los fétidos residuos fascistoides, pero ha conservado el mensaje grandilocuente del orgullo nacional. Su mensaje es combativo pero amable, como corresponde a la denominación escogida para el partido: los Fratelli, los Hermanos. Sus orígenes obreros y populares le dan credibilidad entre los sectores más modestos del electorado (8). Algunas encuestas lo sitúan como potencial segundo partido del país, con un 20% de intención de voto.

También mujer, como Le Pen y Melloni, y de humildes raíces (como la italiana, no como la francesa), Isabel Díaz Ayuso aparece en España como un posible recambio del liderazgo del centro-derecha, si los tiempos se ponen recios y el gobierno de izquierda logra construir un espacio de diálogo perdurable con los nacionalistas catalanes, al menos tan eficaz como el conseguido con los vascos. El verdor político de Ayuso puede ser una baza política rentable. Pero lo inquietante es su facilidad para conectar con el electorado nacional-populista. Si hay alguien ahora en el Partido Popular capaz de recuperar parte de los votos que se han fugado a la ultraderecha de Vox es la actual presidenta de la Comunidad de Madrid. La tendencia de Ayuso a comportarse como en su día hizo Sarkozy es cada vez más evidente.

               

NOTAS

(1) “Une Slovénie en pleine dérive autoritaire à la tête de l’Union Européenne”. COURRIER DES BALKANS, 1 de julio.

(2) “Slovenia takes over EU Presidency amid wave of criticism”. BALKANS INSIGHT, 1 de julio.

(3) “La Slovénie prend la présidence de l’UE en plein débat sur l’Etat de droit”. LE MONDE, 1 de julio.

(4) “L’extrême droite européenne signe una déclaration commune autour d’Orban, Salvini et Le Pen, mais sans s’unir dant le Parlement”. LE MONDE, 2 de julio.

(5) “Annalena Baerbock holds the keys to Germany’s next election”. DER SPIEGEL, 23 de abril.

(6) “Elections regionales 2021: la recomposition du paysage politique remise en question”. SOLENN DE ROYER. LE MONDE, 28 de junio.

(7) “A Perpignan, au congrés du RN, Marine Le Pen verrouille le parti avant la présidentielle”. LE MONDE, 5 de julio.

(8) “Italy’s far-right is on the rise”. MATTIA FERRARESI. FOREIGN POLICY, 29 de junio.