28 de julio de 2021
Diez años después de la revolución que sirvió de estandarte a la posterior “primavera árabe”, Túnez se precipita hacia la confirmación de un fracaso similar al que se ha producido ya en toda la región del Norte de África y el Oriente próximo. No ha sido una crisis repentina, por supuesto, sino un largo proceso de deterioro. Cierto es que en Túnez se han amortiguado las tensiones y se ha evitado, hasta ahora, una explosión bélica (como las registradas en Siria, Libia o Yemen), involuciones dramáticas (como en Egipto), o tensiones sociales explosivas (caso de Argelia). Los equilibrios políticos y la relativa solidez de las instituciones habían dejado a Túnez en el punto muerto que se observaba en las monarquías falsamente democráticas (Marruecos, Jordania o Bahréin)
Esa tensión latente, a fuego lento, se ha desbordado en los últimos días en forma de crisis constitucional o enfrentamiento institucional entre los principales poderes del país. El presidente Saied, elegido mayoritariamente hace dos años, estaba enfrentado de manera irremisible con un Parlamento fragmentado y carente de mayoría clara, en el que la fuerza principal son los islamistas moderados de Ennahda.
El
pasado domingo, en una iniciativa polémica, Saied destituyó al primer ministro
Mechichi y asumió temporalmente sus funciones hasta el nombramiento de un nuevo
titular. Al mismo tiempo, suspendió por 30 días el legislativo y destituyó a
los ministros de Defensa y Justicia (1). Para algunos, es un golpe de Estado.
Para otros, se trata de una decisión radical pero legal, ya que el Presidente está
amparado por el artículo 80 de la Constitución, que lo habilita para asumir los
poderes del ejecutivo y suspender provisionalmente el Parlamento por razones de
emergencia nacional.
Es
inevitable que se hicieran, de inmediato, comparaciones con lo ocurrido en Egipto
en 2013, cuando el entonces Ministro de Defensa y Jefe del Ejército, el General
Sisi derribó al presidente constitucional Mohamed Morsi, apoyado en una
protesta popular contra el gobierno de los Hermanos Musulmanes, con la promesa
de convocar elecciones libres y prevenir una dictadura religiosa que se anunciaba
en ciernes. Nada de eso ocurrió, como es bien sabido. El Ejército recuperó el
poder que había perdido tras la Revolución de 2011 y Egipto es hoy una
dictadura militar más represiva aún que la de Mubarak.
Túnez presenta, naturalmente, muchas diferencias, pero también algunas similitudes con Egipto, que permiten considerar lo ocurrido estos días como una deriva suave a la egipcia. En el país de las pirámides, el líder de la rectificación política era un militar, sin legitimidad democrática para encabezar el control del Estado, siquiera de forma provisional. En Túnez es un civil elegido masivamente por la ciudadanía (73% de los votos), con cierto prestigio social (había sido catedrático de derecho constitucional) y sin servidumbres políticas aparentes.
El núcleo del debate actual es si Saied se ha extralimitado en la interpretación de sus poderes constitucionales extraordinarios. ¿Hasta qué punto se encuentra Túnez ante una situación tan extrema que justifique medidas de alteración del orden político? (2).
En
Egipto, los militares se apoyaron en los segmentos más progresistas de la
sociedad, en particular la juventud que había protagonizado el movimiento de la
Plaza Tahrir, para asumir el poder y neutralizar el peligro de una dictadura
islamista. En Túnez, el presidente Saied se ha apoyado también en amplios
sectores de una población desesperada por una crisis pavorosa que se manifiesta
en tres frentes principales: sanitario, económico y político.
UNA CRISIS GENERAL
El Covid ha golpeado con dureza. Túnez es el país con más incidencia per cápita de África y el segundo del mundo. Se han contabilizado ya más de 18.000 muertos y sólo el 6% de la población está vacunado. El déficit de oxígeno en las últimas semanas ha provocado gran angustia. A eso hay que añadir el deterioro insoportable de la situación económica. Los atentados terroristas hicieron capotar el turismo internacional, que supone más del 10% de la riqueza nacional. El desempleo ha ido creciente sin parar y alcanzar a más de la tercera parte de la juventud. Túnez necesita con urgencia 7 mil millones de dólares para cuadrar las cuentas.
La
crisis política es el tercer frente de desgarro. La tensión entre islamistas y
laicos no se ha resuelto, pese a diversos intentos de conciliación. Aunque los
islamistas tunecinos son más moderados que en otros países, su modelo de
sociedad difiere notablemente del que sostienen las fuerzas no religiosas. Pero
este no es el único problema. Los “laicos” están muy divididos. La atomización
es paralizante. En las elecciones de 2019, más de veinte formaciones obtuvieron
entre uno y tres diputados. La fuerza mayoritaria, los islamistas, apenas obtuvieron
la cuarta parte de los escaños. En estos dos años, no ha habido colaboración
política eficaz entre la Jefatura del Estado, el ejecutivo y el legislativo. El
primer ministro Mechichi fue impuesto por Saied, pero pronto empezaron a
discrepar hasta provocar una parálisis política preocupante. Mechihi cesó al
ministro de Sanidad, un partidario de Saied, en plena crisis del Covid. El Presidente
se negaba últimamente a firmar las leyes emitidas por el Parlamento y la
orientación populista que le ayudó a conseguir el triunfo electoral se ha ido
reforzando.
Los
apoyos de Saied vienen, sobre todo, de la central sindical UGTT (Unión General
de los Trabajadores Tunecinos), quizás las fuerza social más articulada del
país, junto con los islamistas. Sin embargo, los socialdemócratas, que han respaldado
por lo general al Presidente en los últimos dos años, se han desmarcado de su
última iniciativa para acabar con el bloqueo político. El líder de Ennahda, Rached
Ghanouchi, ha asumido el liderazgo de la resistencia. Al serle impedido el
acceso al Parlamento, protagonizó una sentada junto a la puerta principal del
edificio del legislativo y denunció el “golpe presidencial” (3).
CAUTELA
INTERNACIONAL
La
reacción internacional ha sido muy cauta. Europa permanece a la espera de que
se clarifiquen las intenciones del Presidente (4). EE.UU. ha pedido a Saied que
respete las normas democráticas, sin desautorizarlo expresamente, algo que
recuerda también a lo que hizo en su día Obama en Egipto, engañado, confundido
o quizás aliviado por el paso al frente del General Al-Sisi. Túnez ha sido un
país importante en la estrategia occidental contra la expansión del terrorismo
islamista en África, como atalaya de vigilancia lejana del Sahel, donde las
ramas locales del extremismo acaban de forzar la retirada militar francesa.
Esa
posición de vigía y su prestigio (discutible) como único caso exitoso de la
primavera árabe le han reportado a Túnez ciertas recompensas (5). Pero, tarde o
temprano, las tensiones tenían que estallar. Es posible que la apuesta de Saied
agilice los apoyos de Europa y Estados Unidos para aliviar la presión social.
Pero la situación es confusa. La versión blanda de la vía egipcia puede degenerar
en un enfrentamiento civil o en una deriva autoritaria con apoyo de buena parte
de la población, cuya preocupación prioritaria no es la democracia sino vivir
cada día (6). En Túnez, contrariamente a Egipto, el ejército no parece tener
tentaciones de poder directo. Pero recordemos que el último dictador, Ben Alí,
ejecutor en su día del golpe, también blando, contra el anciano padre de
la patria, Habib Burguiba, salió de las filas militares.
NOTAS
(1) “President
Qaïs Saied has suspended Tunisia’s Parliament, dismissed the Prime Minister and
enhanced his judicial authority”. DIWAN. CARNEGIE, 27 de julio; “Tunisie:
le Président limoge deux ministres au lendemain de la suspension du Parlement”.
LE MONDE, 27 de julio; Tunisia’s
democracy totters as the President suspends parliament”. THE ECONOMIST, 26 de
julio.
(2) “A coup in Tunisia?”. WILLIAN TODMAN. CENTER FOR STRATEGIC AND INTERNATIONAL STUDIES OF WASHINGTON,
28 de julio.
(3) “Political
crisis in Tunisia: U.S: response options”. SARAH FEUER. THE WASHINGTON INSTITUTE
ON NEAR AND MIDDLE EAST, 27 de julio.
(4) “Tunisia
coup: What Europeans can do to save North Africa’s only democracy”. TAREK
MEGERISI. EUROPEAN COUNCIL OF FOREIGN RELATIONS, 26 de julio.
(5) “The
International Community must use its leverage in Tunisie. SARAH YERKES (CARNEGIE).
FOREIGN POLICY, 27 de julio.
(6) “Maybe
the Tunisians never wanted Democracy”. STEVEN A. COOK. FOREIGN POLICY, 27 de
julio.
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