16 de agosto de 2021
La
victoria vertiginosa de las milicias taliban ha sorprendido a la opinión pública
internacional. A pesar de contar con una fuerza cinco o seis veces menor, los insurgentes
han convertido la “guerra de posiciones” de los últimos meses, consistente en la
consolidación del dominio de las zonas rurales y poco pobladas, en una “guerra
de movimientos” simultánea en varios frentes, aprovechando la debilidad patente
del adversario y la anunciada pasividad de Estados Unidos, que estaba
culminando su retirada militar (1).
La escasa o nula actitud combativa del ejército y las fuerzas de seguridad afganas, se debe a distintos factores de primer orden, a saber:
a) la falta de suministros tanto logísticos (alimentos, combustible, etc.) como militares (armas, municiones, refuerzos), debido al caos organizativo y a la corrupción que desde hace años socava el funcionamiento de los aparatos de seguridad
b) la escasa motivación de los combatientes gubernamentales, que han preferido salvar la vida o cambiar de bando, por oportunismo, por convicción o por desesperanza.
c) la retirada de los contratistas privados, que aseguraban las líneas de equipamiento, adiestramiento y suministro de los gubernamentales, sobre todo de la fuerza aérea
d) la sorprendente flaqueza de los otrora poderosos “señores de la guerra” o jefes tribales militares de las etnias minoritarias en el norte y el oeste del país, algunos de los cuales han rendido, casi sin disparar un tiro, la defensa de ciudades que se consideraban bastiones oficialistas o aliados como Kunduz, Sheberghan, Herat, Mazar-e-Sharif y Jalalabad. La entrada en Kabul fue más un desfile que una operación militar (2).
LA ACTITUD DE ESTADOS UNIDOS
La administración Biden tenía motivos más que sobrados para esperarse una campaña taliban contundente y rápida, incluso inmediata. Veamos algunos indicios
- los bombardeos aéreos norteamericanos de junio y julio, ante el temor de una ofensiva taliban que ya se intuía, rompieron el compromiso de Trump de no atacar si los taliban respetaban las ciudades: la prevención terminó provocando lo que se quería evitar.
-
los planes de emergencia que han circulado incluso en los medios de comunicación,
ante el escenario de un pronto derrumbamiento
de las defensas gubernamentales afganas.
-
la infructuosa ronda de conversaciones indirectas de paz, en Qatar, intento fallido
del gobierno para detener el anticipado triunfo taliban y cínico de éstos para desviar
la atención.
-
los contactos diplomáticos de los taliban con Moscú, Pekín y Teherán, para presentar
desconocidas y dudosas garantías sobre el nuevo Emirato Islámico de Afganistán.
La retirada militar norteamericana debía estar completada el 31 de agosto, de modo que el vigésimo aniversario del 11 de septiembre (origen de este desastre) se celebraría con todas las tropas en casa y un engañoso discurso oficial de misión cumplida y final de la guerra más larga en la historia de Estados Unidos. La aceleración final no dejará espacio para el triunfalismo, aunque a buen seguro se hará virtud de la necesidad. Si la evacuación se completa sin dramatismo, es decir, si se evita un escenario Saigón (3), se hará un balance positivo en la Casa Blanca, donde lo que importaba desde hace tiempo era acabar con la pesadilla y liquidar la experiencia afgana.
LA ALARMA DE LOS EXPERTOS
A los militares, estrategas y beneficiados del negocio bélico les costará más tiempo digerir el resultado. A finales de julio, cuando ya se percibía que las cosas podían ir más deprisa de los previsto y se sospechaba que un eventual derrumbamiento del gobierno central afgano podía ser cosa de semanas y no de meses, empezaron a circular propuestas de rectificación de las instrucciones presidenciales. Resignados a la retirada ordenada por Biden, algunos especialistas plantearon una intervención flexible, temporal y selectiva que garantizara una posición decente del gobierno afgano para negociar una paz digna, en forma de reparto de poder o de acuerdo nacional de reconciliación.
Una
de esas voces fue la de Seth Jones, antiguo asesor de la unidad de comandos
especiales norteamericanos sobre el terreno y actual director del programa de
Seguridad Internacionales del Centro de estudios estratégicos e internacional
de Washington, uno de los think-tanks más influyentes. Jones afirmaba la
tercera semana de julio que “una victoria de los taliban no era inevitable” si la
Casa Blanca enmendaba la decisión, a su juicio, “errónea” de la retirada militar,
con la adopción de ciertas medidas rectificadoras, a saber:
-
asistencia militar reforzada a las fuerzas gubernamentales seleccionadas (unidades
especiales y aviación, sobre todo), por medios aéreos y terrestres.
-
misiones aéreas de combate, para destruir las milicias taliban más amenazantes,
y de inteligencia, para dotarse de información precisa y constante sobre la
evolución de la situación
-
operaciones encubiertas de los comandos especiales de la CIA, para asesorar y
entrenar a unidades selectas del ejército afgano y a las milicias aliadas, como
se hizo en los 90 con la entonces Alianza del norte, que combatió al gobierno
de los taliban (4).
Hace apenas unos días, otro veterano de la guerra afgana, el exgeneral John Allen, un militar del cuerpo de marines que fue jefe de las tropas internacionales (ISAF) y ahora es el presidente de la Brookings Institution, cercana a los demócratas, demandaba a la Casa Blanca que modificara su enfoque y procediera siquiera a facilitar medidas correctoras que salvaran lo aún salvable. Sus recomendaciones eran, básicamente, las siguientes:
-
fijar una línea roja a los taliban, tanto en lo que se refiera a “operaciones
ofensivas de combate” como a su conducta en las áreas capturadas, que se
concretaría en impedir la toma de Kabul y prevenir acciones de represalia o
represión en las localidades bajo su dominio.
-
advertencia clara e inequívoca de intervención militar directa si estas líneas
rojas son traspasadas por los taliban.
- aceleración e intensificación de los preparativos de entrada en combate, tanto de los comandos especiales, como de los asesores sobre el terreno y de la fuerza aéreas.
- determinación de los recursos militares a emplear: reactivación de la base aérea de Bagram, empleo de misiles tácticos tierra-tierra de alta precisión con capacidad para efectuar operaciones ininterrumpidas de ataque contra las unidades ofensivas taliban, etc. (5).
Estas
dos opiniones, sólo una muestra de las que se han podido conocer en los últimas
semanas, indican el alejamiento de la realidad de personas supuestamente bien
informadas. Hasta el final, los “cerebros” de la intervención norteamericana presentaban
una imagen distorsionada o voluntarista de las fuerzas militares y de seguridad
afganas.
LA
FIRMEZA DE BIDEN
Los
medios también han criticado al presidente. THE NEW YORK POST, afín a la
derecha populista republicana, proclamaba a toda página que “Afganistán será el
Vietnam de Biden”, sin mencionar que fue Trump quien firmó un acuerdo con los
taliban que consagró la retirada militar. Los “liberales”, como THE NEW YORK
TIMES o THE WASHINGTON POST, cercanos a la Casa Blanca, le han reprochado “falta
de sensibilidad” o “incomprensión sobre los efectos de la seguridad nacional”
que el “abandono” de Afganistán podría comportar. Pero en sus páginas se ha
venido denunciando repetidamente la corrupción del gobierno afgano y la
incompetencia del Ejército.
Biden ha mantenido firmemente una postura que mantiene
desde hace años. En sus memorias, Obama cuenta cómo, después de una reunión con
el Consejo de Seguridad, Biden le llevó aparte un momento y le dijo que “no se
dejara intimidar por estos militares”. El entonces vicepresidente sostuvo,
contra todos los demás, que la misión originaria (liquidar a Bin Laden y
desarticular la infraestructura de apoyo de Al Qaeda) ya se había completado
con éxito. En su opinión, era un error pretender “construir un país”, o proteger
indefinidamente a unos dirigentes que habían mostrado su incompetencia y, lo
que es peor, su venalidad. Dos billones de dólares han sido enterrados en Afganistán.
Biden se negaba derivar allí más fondos,
cuando su prioridad es conseguir del Congreso más de 6 billones de dólares en
reconstrucción de infraestructuras y programas sociales.
Ya
en el despacho oval, Biden se ha atenido a esta línea de conducta, reforzada
por la evolución de los acontecimientos. La prioridad de la seguridad nacional
ha sido fijada en Rusia y China y no en Oriente Medio o en Afganistán. Se le reprocha
a Biden que no contemple el problema con una visión más amplia. Un triunfo de
los taliban, argumentan los críticos, puede ser utilizado o instrumentalizado por China
y Rusia como una muestra más de la falta de credibilidad de Washington como
aliado y/o protector de países medios o dependientes y favorecer estrategias de
acercamiento o colaboración de éstos con Pekín y Moscú.
Biden
no se ha dejado engatusar por argumentos geoestratégicos de dudosa fiabilidad.
Se ha limitado a enviar tropas para proteger la evacuación de los más de 600
soldados que aún quedaban y del personal civil y colaboradores, para evitar un Saigón (6). El presidente ya parece contar con un Emirato
Islámico en Afganistán. Su esfuerzo se centrará en tratar de que el nuevo
régimen se comporte de manera soportable, es decir, que no brinde su territorio
como santuario de fuerzas islamistas agresivas ni coopere activamente con los
rivales geoestratégicos de Estados Unidos en contra de los intereses
norteamericanos.
El
factor más inquietante es la suerte de los civiles afganos, en especial de las
mujeres. Pero no esto es, lamentablemente, la mayor preocupación de casi nadie
en las esferas de poder, por mucho que se proclame otra cosa. Ya hay casi medio
millón de afganos desplazados de sus hogares. La solicitud de asilo en Occidente
ha crecido en los últimos dos meses, cuando la victoria taliban no parecía tan
cercana. Si las promesas de moderación taliban resultan ser falsas, podría registrarse
una nueva oleada de refugiados, superior a la de 2015, que ocasionó la crisis
humanitaria más importante en Europa desde las guerras yugoslavas. Y eso con la
pandemia aún activa y a sólo unas semanas de las elecciones alemanas. Aún peor sería que los países limítrofes
cerraran sus fronteras, pese a las demandas insistentes de las cancillerías
occidentales. A esta hora, la incertidumbre es máxima.
NOTAS
(1) “The afghan military was built over 20
years. How did it collapse so quickly?”. THE NEW YORK TIMES, 13 de agosto.
(2) “En Afghanistan, les raisons
de l’effondrement de l’armée” JACQUES FOLLOROU. LE MONDE, 14 de agosto.
(3) “Is this the ‘last chopper out of Saigon’ moment
for Afghanistan”. ROBBIE GRAMMAR. FOREIGN POLICY, 12 de agosto.
(4) “A Taliban victory is not inevitable. How to
prevent catastrophe in a post-american Afghanistan”. SETH G. JONES. FOREIGN
AFFAIRS, 21 de julio.
(5) “Biden must reverse his decision to quit
Afghanistan. The administration must act now. Here’s what they must do”. JOHN
R. ALLEN. DEFENSE ONE, 13 de agosto.
(6) “Biden authorizes additional troops to
Kabul as Taliban closes in on capital”. THE WASHINGTON POST, 14 de agosto.
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