ITALIA: UNA MUESTRA MÁS DEL LABORATORIO POLÍTICO

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 1 de junio de 2018

            
La crisis italiana se ha resuelto a la italiana. O sea dando la vuelta a la realidad para que parezca otra cosa.

El presidente Mattarella, que vetó a Paolo Savona, el académico euroescéptico, como Ministro de Economía, lo acepta ahora como Ministro de asuntos europeos. No es preciso entenderlo. Son cosas de la política italiana. Lo que ayer era inaceptable, hoy de convierte en posible, casi en conveniente.
            
La clave del cambio de Mattarella (que es posible que no reconozca tal modificación de opinión) es que el Presidente no quiere unas elecciones anticipadas con las dos fuerzas populistas (la dura y la blanda) reforzadas como víctimas de la intransigencia del Quirinal.
             
A su vez, las dos fuerzas llamadas a gobernar (ya veremos si es así y por cuánto tiempo), se han avenido a una componenda muy a la italiana, para dar sensación de responsabilidad.
             
Responsabilidad, ésa es la palabra que domina el mensaje político italiano desde la noche del jueves. Mensaje a los mercados, más que al italiano medio, que se toma todo con el cinismo que la circunstancia merita.
             
Las dos carteras que se ha reservado este gobierno bicéfalo bajo la dirección de fachada del dandy Giuseppe Conte dice mucho del juego político que se avecina en Italia.
             
El líder de la Lega, Matteo Salvini, se hace con Interior, como él pretendió desde que se forjó el pacto de gobierno. Control de la inmigración con mano de hierro y negociación a cara de perro con Bruselas y con los socios europeos para acabar con los protocolos que hacen recaer sobre Italia gran parte de la presión migratoria. Pero ya con menos intensidad, porque han cambiado las cosas y la llegada de personas desesperadas ha disminuido mucho. Eso facilitará las cosas. O eso se espera.
            
Al joven e inexperto Luigi Di Maio, el dirigente de cartel del MS5 (Movimiento Cinco Estrellas), le “cae” una cartera ad hoc: Ministro de Desarrollo económico. A falta de explicaciones ulteriores, todo indica que se imprime cierta retórica para encajar una cartera tan decisiva en cualquier gobierno en el discurso populista de esta formación confusa e imprevisible. Se quiere mandar el mensaje de que, en esta nueva Italia populista economía significará crecimiento. Es decir, desarrollo.
            
Todos salvan la cara. O no, pero da igual. El laboratorio italiano siempre encuentra una solución, porque, como en la parábola de Lewis Carroll: si no se sabe donde se va, es indiferente el camino que se tome.


ITALIA: A FALTA DEL MUNDIAL DE FÚTBOL, EMOCIÓN POLÍTICA

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30 de mayo de 2018

Italia se ha colocado, nuevamente, en el centro de la política europea. El hombre escogido por el Presidente Mattarella para frenar a los nacional- populistas, Carlo Cotarelli, es un tecnócrata apóstol de la austeridad e interlocutor de los mercados.

Sin embargo, a primera hora de este miércoles, parece muy dudoso que pueda cumplir el modesto encargo que se le ha hecho: frenar el pánico financiero, formar un gobierno de técnicos, un gobierno de servicio, anclar al país en la eurozona, y servir la mesa para el banquete pantagruélico de elecciones en septiembre. En las próximas horas se sabrá si, como parece, no reunirá los apoyos necesarios para componer un equipo de gobierno y obtener garantías de confianza. En ese caso, puede haber elecciones en julo.
           
EL ENVITE DE MATTARELLA

El Jefe del Estado tiene un papel secundario en el sistema político italiano. La Constitución le reserva la función de llamar a consultas y encargar la formación del gobierno a quien ve con posibilidades de ello. Se reserva la capacidad de descartar a potenciales ministros por motivos de índole moral o legal, no política. Las atribuciones recuerdan, en cierto modo, a las que tenía el Presidente de la II República española. Al vetar al octogenario Paolo Savona como ministro de Economía por sus conocidas posiciones en favor del abandono del euro,  Mattarella desencadenó una tormenta monumental, incluso para un país como Italia, que tiene el listo muy alto en la medición de las convulsiones políticas.

Mattarella no se ha conformado con este papel de arbitro. Se ha erigido en garante de la estabilidad italiana en Europa. En realidad, es la estabilidad de la propia Europa lo que este siciliano conservador, político sobrevenido (se dedicó a ello después de que su hermano muriera literalmente en sus brazos, tras ser acribillado a balazos por sicarios de la Mafia), proclama haber hecho. El desafío de Mattarella ha generado respiros de alivio en no pocas capitales europeas, en la tecno-burocracia de Bruselas y en eso que se llama un poco a la ligera los “mercados” (o sea, el capital).

En Italia, domina el escepticismo. Como siempre. Importa poco que la prensa afirme que “no se trata de una crisis como otra” (LA STAMPA, de Turín) o que esta crisis institucional “no tiene precedentes” (LA REPUBBLICA), porque ha sido sacudida desde el Quirinal, la sede de la Jefatura del Estado. La política italiana ha sido siempre la expresión de un desorden en búsqueda perpetua de equilibrio. Ahora, los agitadores son dos formaciones que no pertenecen a esa cultura forjada en la posguerra; ni siquiera en la post-I República. Es la expresión dual, bicéfala del hartazgo ciudadano frente a un sistema que se reinventa para no morir.

El “contrato” suscrito entre el Movimiento 5 Estrellas y la Lega era un pacto de vencedores que se quedaron cortos (más los segundos que los primeros) en las elecciones del 4 de marzo. Ambos renunciaron a sus coordenadas políticas, si es que las tienen. La Lega abandonó a Berlusconi, que perdió la condición de líder de la otrora alianza de centroderecha, después de superarle en votos. Los antiguos neofascistas del MSI se refugian ahora en una denominación cuasi franciscana (los Fratelli de Italia) y son una fuerza marginal. El MS5, a quien cada analista al que se pregunta sitúa en un lado distinto del espectro político, se empeñó en hacer valer su condición de partido más votado, pactando con quien se avino a ello. Fue la Lega, como había podido ser otro. Pero Berlusconi los despreció y el PD los rechazó sonoramente. Ambos, a priori.

EL DISORDINE NUOVO

Los populistas del MS5 ya están gobernando en algunas alcaldías importantes como Roma y Turín desde hace dos años, con resultados más bien decepcionantes. Nadie daba mucho por ellos hace medio año. Pero los partidos tradicionales (ya es un síntoma que la Forza Italia de Berlusconi se haya ganado esa credencial) siguen pagando la penitencia de la crisis financiera y otras anteriores.

El caso de la Lega es distinto. Se ha fabricado un espacio populista también, pero más definido. Se alinea con ese soberanismo, ese nacionalismo excluyente anti inmigración y antieuropeo, que representa el anterior Frente Nacional de Marine Le Pen, el AfD alemán o el Partido de la Libertad holandés, entre otros. Bajo el liderazgo del enérgico Mateo Salvini, se ha hecho con el liderazgo de una derecha que vive años de fagotización permanente, tras el hundimiento catedralicio de la Democracia Cristiana en las arenas movedizas de la corrupción.

Salvini es el líder de ese disordine nuovo, como ha caracterizado la situación IL MANIFESTO, el histórico diario de la izquierda radical, en un juego de palabras que evoca el sistema político ultranacionalista y fascista de Mussolini. El tiempo, único juez político solvente en Italia, dirá. Pero la Lega es el único partido que se ha beneficiado de este último atasco en la escena política italiana. El último sondeo le otorga una subida de 7 puntos en apenas tres meses. En cambio, el MS5 pierde terreno y está por debajo del 30%, aunque todavía sería el partido más votado.

La Lega se ha aprovechado de esta salida garibaldiana de Mattarella para amplificar su discurso nacionalista. Salvini ha dicho que las próximas elecciones serán un plebiscito entre quienes que Italia sea gobernada por los italianos y los que pretenden entregar el país a los eurócratas, a Merkel y al capital extranjero.

Su socio de “experimento” nacional-populista, el joven y muy inexperto Luigi Di Maio, quizás por miedo a ser rebasado por la soflama nacionalista, ha arrojado dos guantes muy arriesgados. Uno, la promoción de una iniciativa parlamentaria para destituir a Mattarella, por “violar” la Constitución. Dos, la convocatoria de una macro manifestación en Roma para el 2 de junio (fiesta nacional) para defender el veredicto de las urnas frentes a las maniobras internas y externas. Si no fuera porque Di Maio parece muy alejado de las proclamas mussolinianas, se diría que está evocando la terrible Marcha sobre Roma que allanó el camino a la toma del poder por el Duce.

El centro-izquierda está cogido entre estos dos fuegos: el de los europeístas a machamartillo, con el inesperado liderazgo de Mattarella atrayendo para sí el foco, y los nacional-populistas, que hacen más demagogia que auténtica crítica consecuente al directorio europeo. El PD, remedo de remedos, pálido socialdemócrata, si acaso, escuálido socialmente y desorientado políticamente, se ha alineado con Mattarella en esta crisis, más por rechazo de sus antagonistas que por sintonía con el Presidente.

Apeada del Mundial de futbol, Italia se dispone a vivir unas semanas de emoción y espectáculo donde nunca falla: en la arena de la política.

ITALIA: CUÁNTO CUENTA CONTE

23 de mayo de 2018

Casi nada resulta extravagante en Italia. Hablamos de política. La actual situación vuelve a confirmar este axioma. El laboratorio italiano ha sido el pionero de casi todos los fenómenos políticos occidentales y de otros exclusivos. Sobre todo, los que han venido a sacudir los cimientos de ese llamado orden liberal, del que tanto se habla ahora, sin que se pueda estar muy seguro de que todos se refieren a lo mismo en el debate.

El resultado electoral volvió a hacer jirones el sistema político, los equilibrios, siempre precarios desde la crisis de la I República, en los inicios de los noventa. El triunfo de los dos partidos más claramente opuestos al consenso europeo, el Movimiento 5 estrellas (30%) y la Lega (17%) fueron las formaciones más votadas. Son dispares. Pero comparten un rechazo, al menos retórico, por el estatus quo.

Tras los comicios, el bloque de la derecha italiana escenificó un teatral desencuentro. Cuestiones de programa explicaban, pero sólo en parte, la división (más amoldada a Europa la otrora populista Forza Italia, radicalmente opuesta la Lega, en espera los neofascistas). La puja por el liderazgo pesó lo suyo. Berlusconi se vio rebasado por Mateo Salvini, la estrella rutilante del antiestablishment italiano. 

La alianza contra natura se fue perfilando como opción de gobierno. “Roma abre sus puertas a los nuevos bárbaros” tituló con agudeza el FINANCIAL TIMES (1). Sólo esa combinación imprevista podía asegurar cierta estabilidad parlamentaria. Pero había que cuadrar muchas cosas que no cuadraban y encajar muchas ambiciones hasta entonces incompatibles. Un punto de suspense, no menos escénico, que anunció la ruptura… y finalmente el acuerdo, proclamado con un impostado entusiasmo.

Luigi Di Maio, el joven líder del MS5, no es un ideólogo, precisamente. Bebe de ese pragmatismo oportunista que otorga señas inequívocas de identidad a la política italiana. Mantiene una retórica rupturista, de estilos y costumbres más que de ideologías. Pero necesitaba un socio para demoler la inercia que tanto denuncia.

La Lega tiene un discurso más intemperante que el populismo confuso del MS5. La Padania, ese experimento de Bossi, que soñaba  con la Italia septentrional liberada de la cleptocracia romana y de la rémora insolvente del Mezzogiorno, fracasó como proyecto político viable. Pero ha permanecido como mecanismo de respuesta primario en el instinto político de muchos italianos. Las experiencias de gobierno no fueron positivas para los separatistas, que quedaron marcados por los mismos estigmas que habían denunciado. La ruptura territorial terminó en quimera. La Lega Norte conserva en parte su feudo, pero se reconvirtió en partido nacional, con ambición panitaliana.

Las quiebras territoriales dejaron paso a la inmigración como banderín de enganche. La Lega ha aprovechado la mala gestión europea para convertirse en la versión italiana del Frente Nacional lepenista. El MS5 también contempla la inmigración con desconfianza, con recelo y, en ciertos sectores, con rechazo, pero su retórica es más templada. La convergencia, desde esa coincidencia, ha sido decisiva. 

Lega y MS5 acordaron un “contrato de gobierno” plagado de ambigüedades para esquivar sus desacuerdos y una fanfarria anti-UE para mantener la simpatía de sus militantes, consultados al efecto, como era de esperar, pero también del escéptico italiano medio, que suele caminar del brazo del cinismo. 

Se filtró una primera versión del programa más radical y opuesto a las recetas de Bruselas. La versión sobre la que se ha construido el consenso es menos tajante. Mantiene el rechazo de la austeridad y la promoción del crecimiento económico, pero elimina la reducción de la deuda por el mecanismo de descuento de las obligaciones cursadas por el Banco Central Europeo. No se plantea la salida del euro, pero se sugiere “un regreso a los orígenes”: un eufemismo que deja en el limbo la cohabitación entre la moneda común y las divisas nacionales. En la UE se mantiene el recelo.

En el apartado fiscal, se ha pactado el tax-flat o reducción del impuesto sobre particulares y empresas, a dos tipos, 15% y 20%, como reclamaba la Lega. El MS5 obtiene el “salario de ciudadanía” de 780 euros mensuales, con el que ha engolosinado a millones de electores meridionales. A los futuros pensionistas se les seduce con la fórmula 100, es decir, el acceso a la jubilación cuando la suma de la edad y los años cotizados cotización alcance esa cifra.

En el “contrato” ocupa un lugar destacado, por supuesto, las medidas punitivas contra la corrupción, la burocracia y los políticos tradicionales. Se propone la reducción de parlamentarios (de 630 a 400 diputados, y de 318 a 200 senadores). Y se defiende un trumpiano partenariado con Rusia, del gusto de la Lega más que del MS5. 

Quedaba por resolver la cuestión del liderazgo, ese fenómeno tan italiano que ahoga el equilibrio de egos (el espíritu de los triunviratos) en la tentación permanente del cesarismo. El veredicto ha resultado ser salomónico: ni uno ni otro, ni Salvini, ni Di Maio. Pero tampoco un tercero, un político de talla. Ni siquiera un tecnócrata al uso. Después de todo, eso no hubiera sido muy innovador. Al cabo, en Italia se ha probado de todo. Ya hubo un Ciampi, ya hubo un Prodi, ya hubo un Monti. Para los populistas, los tecnócratas, en Bruselas o en Roma son simples “usurpadores”. Lo que el MS5 se ha sacado de la manga, con el aparente beneplácito de la Lega, ha sido un jurista. Su jurista: el abogado del movimiento.

Giuseppe Conte es meridional, de Puglia. Presenta una elegancia que contrasta con el populismo de las bases del movimiento. Habla un inglés perfecto. El pedigrí académico es dudoso (aviso a navegantes). Ha llevado pleitos del Vaticano y se trata con cardenales. Técnico, pero no economista, no cabeza de huevo. Siempre ha estado fuera de los focos. Algo que es positivo para algunos; pero, para otros, resulta fallido. Uno de los dirigentes del Partido Democrático ha dicho que “se ha reducido el papel de primer ministro al de un portavoz del gobierno”.

¿Será el jefe de gobierno una simple marioneta, como se preguntaba el CORRIERE DELLA SERA? (2) ¿O el rehén técnico de los dos partidos?, según LA REPUBBLICA (3). En definitiva, si Conte contará algo… y cuánto, o será un puro administrador de la caótica, convulsa e imprevisible finca italiana.


NOTAS

(1) FINANCIAL TIMES, 14 de mayo.

(2) CORRIERE DELLA SERA, 21 de mayo.

(3) LA REPUBBLICA, 21 de mayo.