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30 de mayo de 2018
Italia se ha colocado,
nuevamente, en el centro de la política europea. El hombre escogido por el Presidente
Mattarella para frenar a los nacional- populistas, Carlo Cotarelli, es un
tecnócrata apóstol de la austeridad e interlocutor de los mercados.
Sin embargo, a primera hora de este miércoles, parece
muy dudoso que pueda cumplir el modesto encargo que se le ha hecho: frenar el
pánico financiero, formar un gobierno de técnicos, un gobierno de servicio, anclar al país en la eurozona,
y servir la mesa para el banquete pantagruélico
de elecciones en septiembre. En las próximas horas se sabrá si, como parece, no
reunirá los apoyos necesarios para componer un equipo de gobierno y obtener
garantías de confianza. En ese caso, puede haber elecciones en julo.
EL ENVITE DE MATTARELLA
El Jefe del Estado tiene un papel secundario en el
sistema político italiano. La Constitución le reserva la función de llamar a
consultas y encargar la formación del gobierno a quien ve con posibilidades de
ello. Se reserva la capacidad de descartar a potenciales ministros por motivos
de índole moral o legal, no política. Las atribuciones recuerdan, en cierto
modo, a las que tenía el Presidente de la II República española. Al vetar al
octogenario Paolo Savona como ministro de Economía por sus conocidas posiciones
en favor del abandono del euro, Mattarella
desencadenó una tormenta monumental, incluso para un país como Italia, que
tiene el listo muy alto en la medición de las convulsiones políticas.
Mattarella no se ha
conformado con este papel de arbitro. Se ha erigido en garante de la
estabilidad italiana en Europa. En realidad, es la estabilidad de la propia
Europa lo que este siciliano conservador, político sobrevenido (se dedicó a
ello después de que su hermano muriera literalmente en sus brazos, tras ser
acribillado a balazos por sicarios de la Mafia), proclama haber hecho. El desafío
de Mattarella ha generado respiros de alivio en no pocas capitales europeas, en
la tecno-burocracia de Bruselas y en eso que se llama un poco a la ligera los “mercados”
(o sea, el capital).
En Italia, domina el
escepticismo. Como siempre. Importa poco que la prensa afirme que “no se trata
de una crisis como otra” (LA STAMPA, de Turín) o que esta crisis institucional “no
tiene precedentes” (LA REPUBBLICA), porque ha sido sacudida desde el Quirinal,
la sede de la Jefatura del Estado. La política italiana ha sido siempre la
expresión de un desorden en búsqueda perpetua de equilibrio. Ahora, los
agitadores son dos formaciones que no pertenecen a esa cultura forjada en la
posguerra; ni siquiera en la post-I República. Es la expresión dual, bicéfala del
hartazgo ciudadano frente a un sistema que se reinventa para no morir.
El “contrato” suscrito entre
el Movimiento 5 Estrellas y la Lega
era un pacto de vencedores que se quedaron cortos (más los segundos que los
primeros) en las elecciones del 4 de marzo. Ambos renunciaron a sus coordenadas
políticas, si es que las tienen. La Lega
abandonó a Berlusconi, que perdió la condición de líder de la otrora alianza de
centroderecha, después de superarle en votos. Los antiguos neofascistas del MSI
se refugian ahora en una denominación cuasi franciscana
(los Fratelli de Italia) y son una
fuerza marginal. El MS5, a quien cada analista al que se pregunta sitúa en un
lado distinto del espectro político, se empeñó en hacer valer su condición de
partido más votado, pactando con quien se avino a ello. Fue la Lega, como había podido ser otro. Pero Berlusconi
los despreció y el PD los rechazó sonoramente. Ambos, a priori.
EL DISORDINE NUOVO
Los populistas del MS5 ya están gobernando en
algunas alcaldías importantes como Roma y Turín desde hace dos años, con
resultados más bien decepcionantes. Nadie daba mucho por ellos hace medio año.
Pero los partidos tradicionales (ya es un síntoma que la Forza Italia de Berlusconi se haya ganado esa credencial) siguen
pagando la penitencia de la crisis financiera y otras anteriores.
El caso de la Lega es distinto. Se ha fabricado un
espacio populista también, pero más definido. Se alinea con ese soberanismo, ese nacionalismo excluyente
anti inmigración y antieuropeo, que representa el anterior Frente Nacional de
Marine Le Pen, el AfD alemán o el Partido de la Libertad holandés, entre otros.
Bajo el liderazgo del enérgico Mateo Salvini, se ha hecho con el liderazgo de
una derecha que vive años de fagotización
permanente, tras el hundimiento catedralicio de la Democracia Cristiana en
las arenas movedizas de la corrupción.
Salvini es el líder de ese
disordine nuovo, como ha caracterizado
la situación IL MANIFESTO, el histórico diario de la izquierda radical, en un
juego de palabras que evoca el sistema político ultranacionalista y fascista de
Mussolini. El tiempo, único juez político solvente en Italia, dirá. Pero la Lega es el único partido que se ha
beneficiado de este último atasco en la escena política italiana. El último
sondeo le otorga una subida de 7 puntos en apenas tres meses. En cambio, el MS5
pierde terreno y está por debajo del 30%, aunque todavía sería el partido más
votado.
La Lega se ha aprovechado de esta salida garibaldiana de Mattarella para amplificar su discurso
nacionalista. Salvini ha dicho que las próximas elecciones serán un plebiscito
entre quienes que Italia sea gobernada por los italianos y los que pretenden
entregar el país a los eurócratas, a Merkel y al capital extranjero.
Su socio de “experimento” nacional-populista, el
joven y muy inexperto Luigi Di Maio, quizás por miedo a ser rebasado por la
soflama nacionalista, ha arrojado dos guantes muy arriesgados. Uno, la promoción
de una iniciativa parlamentaria para destituir a Mattarella, por “violar” la
Constitución. Dos, la convocatoria de una macro manifestación en Roma para el 2
de junio (fiesta nacional) para defender el veredicto de las urnas frentes a
las maniobras internas y externas. Si no fuera porque Di Maio parece muy
alejado de las proclamas mussolinianas, se diría que está evocando la terrible Marcha sobre Roma que allanó el camino a
la toma del poder por el Duce.
El centro-izquierda está cogido entre estos dos
fuegos: el de los europeístas a machamartillo, con el inesperado liderazgo de Mattarella
atrayendo para sí el foco, y los nacional-populistas, que hacen más demagogia
que auténtica crítica consecuente al directorio
europeo. El PD, remedo de remedos, pálido socialdemócrata, si acaso, escuálido
socialmente y desorientado políticamente, se ha alineado con Mattarella en esta
crisis, más por rechazo de sus antagonistas que por sintonía con el Presidente.
Apeada del Mundial de futbol, Italia se dispone a
vivir unas semanas de emoción y espectáculo donde nunca falla: en la arena de
la política.