OBAMA REEDITA A JOHNSON


30 de Enero de 2014

                 
         El discurso presidencial anual sobre el Estado de la Unión ante las dos cámaras reunidas del Congreso estadounidense se ha convertido en una liturgia en declive. Hasta hace no poco, se trataba de una de las escenificaciones más celebradas de la agenda del Ejecutivo, pero también de la manifestación más ‘glamourosa’ de la política como espectáculo, después, naturalmente, de las jornadas electorales. Algo así como la final de la ‘superbowl política’ (ambos acontecimientos, por cierto, tienen lugar con pocos días de separación). Con una diferencia: en el acontecimiento político, contrariamente al deportivo, “no hay partido”.
                
           Efectivamente, en esta representación del poder presidencial en el templo del poder legislativo no hay debate político, ni confrontación de ideas. Es una ceremonia en la que una pretendida solemnidad ahoga la sustancia, la anula o la niega. La réplica a la intervención presidencial se ofrece en pasillos, en los ‘set’ televisivos, y recientemente en las páginas web de partidos, medios, políticos y blogueros.
                
           En estos últimos años de Obama, se ha repetido el mismo fenómeno que con presidentes anteriores: el carisma del discurso de la Unión se desinfla a medida que pasan los años, la figura presidencial empalidece o se desgasta y el público busca en las cadenas de televisión otros espectáculos más excitantes.
                 
UN DISCURSO MÁS COMBATIVO PARA RECUPERAR LA INICIATIVA

 Quizás consciente de ello, pero sobre todo de su declinante grado de aceptación (otra tendencia típica en los segundos mandatos presidenciales), Obama ha elevado el tono y ha combatido la percepción de rutina. En su discurso del martes, se ha mostrado combativo y en cierto modo desafiante frente a un Congreso ahora dividido (Cámara de Representantes dominada por los republicanos frente a la mayoría demócrata en el Senado), pero que podría convertirse en un oponente político temible si, como auguran ciertas encuestas, el Partido Republicano supera al Demócrata en la Cámara Alta (y más influyente) en las elecciones legislativas de noviembre.
              
         Obama ha hecho una invocación apasionada al combate para reducir la creciente desigualdad que amenaza con destruir el “sueño americano”. No se trata de un giro izquierdista del presidente, sino de afianzar una orientación “centrista” frente al empuje conservador que, pese a los evidentes fracasos y daños ocasionados, no remite. Los republicanos se sienten ahora más seguros, una vez que parecen haber domeñado a la corriente ultra representada por el “Tea Party”, que había conseguido minar la confianza y asustar a importantes sectores de su propia base social por su extremismo.

Las vacilaciones y errores presidenciales y la percepción de una propuesta alternativa demócrata solvente han debilitado la opción más moderada del espectro político norteamericano. Las elecciones de mitad de mandato serán, como siempre, un referéndum de la gestión del Ejecutivo. Si se confirma el ascenso conservador, a Obama se le puede amargar su despedida de la Casa Blanca y oscurecer la definición de su legado.

Durante buena parte de sus primeros cuatro años Obama jugó al consenso con los republicanos en un momento en que más bien eran exigibles acciones contundentes y el agotamiento de los poderes ejecutivos. Preso de su retórica, el presidente perdió algunas oportunidades y, lejos de fortalecer su imagen de “unificador”, sus adversarios lo castigaron duramente y aventaron la falsa percepción de doctrinario y radical.

Los excesos de este discurso agresivo de la oposición conservadora y la debilidad del candidato presidencial republicano permitieron a Obama rehacerse y obtener un triunfo convincente en 2012. El segundo periodo presidencial exigía un cambio de táctica y la definición de un programa preciso de actuación, con prioridades bien establecidas. La agenda parecía clara: reforma sanitaria, nuevo sistema migratorio, control de armas y consolidación de la recuperación económica para frenar la desigualdad social, a lo que se añadía una agenda internacional que dejara definitivamente atrás las soluciones bélicas y apostara por los compromisos diplomáticos.

El primer año del segundo mandato ha sido fallido. La reforma sanitaria, pese a su innegable necesidad, arrancó mal, rodeada por la confusión y algunos errores calamitosos. El control de armas se fue por el sumidero de la historia debido al éxito del obstruccionismo republicano y la falta de un frente común activo de los demócratas. En el panorama internacional, la evitación de la intervención armada en Siria estuvo rodeada de demasiadas sospechas, aunque la negociación con Irán puede ser uno de los logros históricos de este presidente. De las negociaciones israelo-palestinas, mejor no hablar; en Afganistán no se han despejado las dudas sobre la estabilidad tras la retirada definitiva; y la nueva “pivotación” estratégica en Asia es todavía un asunto en maduración, con sombras de amenazas conflicto grave entre las principales potencias regionales.

LA LUCHA CONTRA LA DESIGUALDAD Y LA POBREZA

Era, por tanto, el momento de un empujón presidencial. Que Obama haya escogido el asunto de la desigualdad como ‘leit motiv’ de su actuación es oportuno y honesto. En las últimas semanas se ha producido un debate intenso en Estados Unidos sobre el deterioro del equilibrio social. Un aniversario ha facilitado la reflexión: hace 50 años que el entonces Presidente Johnson lanzó la guerra contra la pobreza. En 1964, uno de cada cinco ciudadanos norteamericanos era considerado ‘pobre’. Después de varias décadas de mejora, desde los ochenta la flecha cambio de dirección y la pobreza inició una marcha ascendente. Cincuenta años después de la ‘cruzada johnsoniana’, mucho de lo avanzado se ha echado a perder.

Los demócratas han elaborado una serie de medidas para combatir la desigualdad, y el Presidente se ha decidido a liderar el esfuerzo. La primera de ellas será el aumento de salario mínimo de los 7,25 dólares por hora actual a 10,10. Según algunos cálculos, esta mejora puede reducir el índice de pobreza en 1,7 puntos porcentuales, lo que equivale a sacar de esta deplorable condición de extrema necesidad a 5 millones de norteamericanos.

Otra medida imprescindible es el fortalecimiento de las políticas activas de empleo, con programas de fomento de obras públicas y otras que puedan generar puestos de trabajo. Su impacto sobre la superación de la miseria social es muy significativo. La tasa de pobreza de los trabajadores a tiempo completo es del 3%, mientras que entre los parados se eleva al 33%.

En tercer lugar, parece más necesario que nunca frenar la tendencia a reducir las prestaciones sociales, muy modestas en Estados Unidos en comparación con Europa (pese a los recortes practicados a este lado del Atlántico en los últimos años). El articulista Nicholas Kristoff citaba hace unos días un estudio de la Universidad de Columbia, según el cual sin los programas sociales el índice de pobreza en Estados Unidos habría alcanzado en 2012 el ¡31%! Desde 1968, estas ayudas han ‘rescatado’ de esa lacra a 30 millones de personas.

No obstante, los republicanos han hecho valer su mayoría en la Cámara Baja para recortar algunas prestaciones emblemáticas como los subsidios de desempleo, y, sobre todo,  la ayuda alimenticia, que hasta ahora aliviaba anualmente a 48 mil antes de las restricciones.

Para justificar estas decisiones antisociales, se acude a clásicas formulaciones neoliberales sobre el efecto que los programas asistenciales tienen sobre la desmotivación laboral. Dos investigadores de la Universidad de Maryland han llegado a la conclusión que en una pareja con niños hay poco estímulo para que trabajen los dos miembros adultos, ya que con un solo sueldo de 25.000 dólares al año se perciben ayudas y beneficios fiscales que compensan razonablemente los ingresos de un eventual segundo salario.

En otros estudios, sin embargo, se confirman ciertos factores que refuerzan el riesgo de pobreza, como la desestructuración familiar (el 30% de las madres solteras son pobres), el perfil racial (cuadro de cada diez niños afroamericanos y tres de cada diez hispanos son pobres) o el deficiente sistema educativo (el 60% de los asalariados de bajo nivel no han completado sus estudios básicos).

Obama ha dicho que la lucha contra la desigualdad es el “asunto definitorio” de nuestro tiempo. En su discurso del martes se comprometió a “crear nuevas pasarelas hacia la clase media” y a reforzar ésta como garantía de prosperidad nacional. Propósito tan alentador como complicado en un entorno político enrarecido y viciado. Deberá ser claro y contundente, porque el crédito, como la audiencia televisiva, se le agota.

FRANCIA: MALESTAR, DESCONFIANZA, TEMORES... Y SOBRESALTOS DE ALCOBA







23 de enero de 2014
                 
El pesimismo acecha Francia. Como a casi todos los países de Europa, pese a los anuncios de recuperación. De Francia tenemos, en todo caso, datos solventes de reciente factura. La encuesta anual del Instituto IPSOS para LE MONDE, empaquetada con el significativo título de "Fracturas francesas", arroja una radiografía deprimente del vecino.
                 
La conclusión de los responsables del estudio es contundente: "un país muy mayoritariamente temeroso, persuadido de su declive, fuertemente tentado por el rechazo de los otros y el repliegue sobre sí". Uno de cada cinco franceses, en el culmen del pesimismo cree que este declive es "irreversible". Para no ver el vaso medio vacío: dos de cada tres creen que esta negativa tendencia puede invertirse.
                
La confianza ciudadana está bajo mínimos. Como era de esperar, la clase política (con excepción de los alcaldes o concejales) se lleva la palma del rechazo. Casi ocho de cada diez ciudadanos suspenden el sistema político; dos de cada tres están convencidos de que la mayoría de los políticos son corruptos; y casi todos (84%) estiman que aquéllos actúan por su interés personal. Nada sorprendente, tampoco.
                

Las pequeñas y medianas empresas son la institución en que más se confía (84%) reflejo solidario del impacto de la crisis, sin duda. También salen bien paradas las instituciones de fuerza (ejército y policía), ya que casi siete de cada diez franceses mantienen su crédito en ellas. Otra indicación de que la crisis  provoca miedos y se percibe la necesidad de protección.
                
Ese mismo síntoma se refleja en la percepción de la mundialización como "amenaza" (seis de cada diez así lo sienten). Ni siquiera Europa, vista siempre con simpatía, se salva: la mayoría prefiere "tenerla a distancia", según expresión de los autores. Qué decir del "extranjero". Dos de cada tres creen que hay "demasiados" en el hexágono. El Islam mejora algo su imagen, pero poco, ya que todavía más de un tercio de los encuestados consideran que esta religión "es incompatible con los valores de la sociedad francesa".  Lo que favorece la exclusión y explica el crecimiento percibido de las opciones extremistas y xenófobas.
                 
En otra parte de la encuesta, se ofrecen datos actualizados sobre la actitud de la sociedad francesa ante el auge del Frente Nacional, a sólo unos meses de las elecciones municipales y europeas. Casi la mitad del electorado (47%) lo considera un partido "útil", porcentaje que se eleva al 67% entre los simpatizantes de la UMP (derecha). Uno de cada tres franceses opina que el FN "encarna una alternativa política creíble", que "propone soluciones realistas" y que se encuentra "cercano a sus preocupaciones".  La aparente moderación del lenguaje de Marine Le Pen habría contribuido a este repunte del partido nacionalista.              
                 
EL DECLIVE
                
 La encuesta IPSOS también acredita una nostalgia creciente en la sociedad francesa. Un 74% sostiene que "antes se estaba mejor" y aún más son los que afirman sentirse atraídos por los "valores del pasado". "¿Estamos hablando de un país que envejece?, se preguntan los autores. Sin duda. Pero la evolución demográfica no lo explica todo.

                 
La percepción del declive ha sido tratada de forma recurrente por articulistas, sociólogos y líderes de opinión. De dentro y de fuera. Hace unas semanas el NEW YORK TIMES dedicaba un artículo ambivalente a Francia. Si bien pretendía rematar con una conclusión esperanzada por las fortalezas y valores del país, el encadenamiento de datos y percepciones pesimistas era demoledor.
                 
En la línea de Michel Moore en su documental 'Sicko', el diario reconocía las bondades del 'modelo social' francés, ejemplo significativo del europeo: asistencia médica garantizada, pensiones suficientes, temprana edad de retiro, vacaciones amplias, jornada laboral reducida a 35 horas semanales, etc. Pero el NYT empleaba múltiples referencias para poner en duda la sostenibilidad del modelo.
                 
El llamado 'gasto público' representa el 57% del PIB, el más alto de la Eurozona y once puntos más que el índice alemán. Hay 90 empleados públicos franceses por 1.000 habitantes, por sólo 50 alemanes. Las prestaciones sociales representan casi el tercio de la riqueza nacional, el indicador más alto de la OCDE. El aumento salarial es superior a la productividad laboral. La deuda ya alcanza el 90% del PIB. Francia ha descendido al puesto 28 en el ranking de competitividad, aunque la referencia es un instituto suizo escasamente conocido. Las multinacionales francesas conservan su poderío, pero la mayoría de sus empleados están fuera del hexágono. Los contratos laborales recientes son temporales y las pequeñas y medianas empresas se desfondan. Sus quejas de presión fiscal, mercado laboral rígido  y excesiva burocracia son recurrentes.
                 
HOLLANDE, INDECISO.
                 
Ante este panorama, el gobierno socialista salido de las elecciones de 2012 pretendía invertir el discurso dominante en Europa y adoptar una senda de reactivación para responder a las ruinas de la austeridad. No lo ha conseguido. El presidente Hollande ha seguido un curso vacilante. Aparte de los errores de gestión, inevitables, no se percibe una línea clara y firme.
                 
Como le ocurriera a Mitterrand, el inquilino socialista del Eliseo parece dispuesto a dar un giro 'moderado', lo que encaja bien con sus conocidas convicciones. Pero su equipo de gobierno ofrece una imagen de débil cohesión. Ministros y barones del PS afearon los propósitos del primer ministro Ayrault, cuando anunció en noviembre una "tabla rasa fiscal". El propio Presidente acaba de anunciar un 'Pacto de Responsabilidad', versión retórica de un acuerdo social con el que quiere implicar a los agentes sociales en una estrategia de superación de la crisis.
                 
Los 'dossieres' se acumulan. Será difícil hacer bajar el paro por debajo del 10%, pese al empeño oficial. La reducción de impuestos a los factores de producción que se baraja exigiría un recorte de gastos no inferior a 50 mil millones de euros en tres años. No menos complicado se antoja la conducción europea, sobre todo si se confirmara un fuerte voto de rechazo en las elecciones de junio. En pleno auge del FN, la reforma del derecho de asilo y las políticas de integración son auténticas minas políticas de profundidad. Se adivinan las dificultades que tendrá que sortear la mayoría con la reforma penal, impulsada por la ministra Taubira, principal objeto de hostilidad de la derecha intransigente.
                 
Y si todo esto no fuera suficiente, vino el lío de faldas.
                 
El supuesto "affaire amoroso" del Presidente con una actriz mucho más joven, la depresión que esa relación habría provocado en su pareja, la periodista Valérie Trierweiler, y el aire de polichinela que ha rodeado el asunto no benefician a Hollande.
                
 La apelación del Presidente al respeto de su vida privada es razonable. Pero muchos comentaristas no sospechosos de hostilidad le reprochan la ambigüedad de sus actitudes. Su compañera sentimental ocupa habitaciones y drena presupuesto público en calidad de 'primera dama', sin que se sepa bien sus tareas y actividades. Algunos comportamientos esquivos del Presidente no ayudan. Sobre todo cuando sus deseos de libertad chocan con las exigencias de seguridad. La discreción que reclama no ha sido su norma en las visitas, demasiado arriesgadas, al apartamento de su amante, muy próximo al Eliseo.           
                 
Es de esperar que el ruido de la alcoba se apacigüe pronto, porque Hollande puede sentirse muy incómodo arrastrando sus sacudidas sentimentales. No menos inquietante, podría resultarle la pérdida de confianza del electorado femenino. Estos días era fácil recordar la famosa sentencia de su ex-pareja y madre de sus hijos, la candidata presidencial de 2005, Ségolène Royal, al comentar la relación de Hollande con Trierweiler: "Quien traiciona una vez, vuelve a hacerlo".
        

TÚNEZ Y EGIPTO: EQUILIBRIO Y CATÁSTROFE



16 de enero de 2014

               
 Una cierta casualidad histórica ha querido que Túnez y Egipto, los dos países que fueron faro de la llamada "primavera árabe", fueran convocados en la misma semana a consolidar en una nueva Constitución el cierre -provisional- de sus respectivos ciclos revolucionarios. Pero ahí acaban las coincidencias.
                 
Mientras en Túnez, la consagración constitucional es fruto del consenso entre las principales corrientes sociales y políticas del país (aún con contradicciones y recelos, inevitables por otro lado), en Egipto la 'ley de leyes' es un puro artificio para legitimar un golpe de Estado, cuyos objetivos, a pesar de la ingenuidad de algunos, estuvo claro desde un principio: secuestrar y anular la Revolución que derrocó la autocracia del anciano y ya inservible Hosni Mubarak.
                
El reputado experto en sistemas legales árabes de la Universidad George Washington, Nathan Brown, ha captado en una imagen el contraste entre ambos países árabes: "En Túnez, todo el mundo baila en el filo de un acantilado, sin que nadie se despeñe; en Egipto, en cambio la situación se asemeja, para decirlo suavemente, a una catástrofe ('trainwreck')".
                 
TÚNEZ: ¿HACIA LA CONCILIACIÓN?
                 
Numerosos comentaristas europeos y norteamericanos se confiesan admirados por la reciente evolución de los acontecimientos en Túnez durante los últimos meses. Después de meses de confrontación, miedo e incertidumbre, con asesinatos políticos y polarización ideológica, los principales actores de la vida pública consiguieron pactar una fórmula de convivencia, codificada en un texto constitucional que ya ha sido calificado como "el más liberal del mundo árabe".
                
Esta habilidad de los tunecinos para esquivar el abismo no es nueva ni reciente y, por tanto, no es fruto del 'espíritu revolucionario'. Es el resultado de un pragmatismo basado en su realidad geopolítica, la dimensión modesta del país y una cierta cultura de equilibrio entre las aspiraciones nacionalistas y un instinto de adaptación a los dividendos de la herencia colonial. Túnez no fué nunca una democracia. Pero durante el largo mandato de Burguiba, el régimen se cuidó de atemperar las manifestaciones externas de su brutalidad, contrariamente a otros vecinos cercanos y lejanos del mundo islámico. Luego, con el General Ben Ali, la decadencia del sistema hizo aflorar las perversiones más detestables.
                 
La revolución democrática fue posible en Túnez en gran medida por la ausencia de ambiciones políticas del Ejército, reducido y 'profesional'. La policía represora fue desprovista de la capacidad de bloquear el cambio. Las disputas se libraron entre dos grandes corrientes: una laica y otra confesional islámica. Ésta última, abanderada por el movimiento Ehnnada, ('Renacimiento', en árabe), cuyo líder, Rachid Gannouchi, conservó un gran prestigio desde su exilio en Londres. A día de hoy, es la principal fuerza política parlamentaria, ya que cuenta con más del 40% de los diputados de la Asamblea Nacional.
                
 Desde el otro lado del espectro socio-político, se le ha reprochado a Ennahda su intento de conducir al país hacia una islamización que ignoraba las sensibilidades laicas, abiertas y progresistas de una buena parte de la población, sobre todo la juventud. El asesinato de prominentes políticos izquierdistas fue la gota que colmó el vaso. Gannouchi entendió que sectores islámicos radicales podrían hacer capotar el barco. El golpe militar en Egipto resultó definitivo para convencer a los islamistas de que jugaban con fuego. Finalmente, en diciembre, aceptó poner la gestión en manos de un gobierno de tecnócratas y consolidar el proceso democrático con una constitución pactada y conciliatoria.
                 
El resultado del pacto es claro: los laicos han admitido el Islam como religión de Estado, mientras los islamistas han aceptado que las leyes no emanen de la 'sharia' (el código islámico) y que queden consagrados la separación de poderes, las libertades civiles y los derechos de la mujeres.
                 
EGIPTO: EL SUEÑO DE LA CONTRARREVOLUCION
                 
Este espíritu de consenso entre grandes corrientes es justamente lo que no se ha producido en Egipto. El Ejército no ha querido renunciar a su protagonismo histórico. Los militares nunca creyeron en la 'revolución'. Si la toleraron no fue tanto por repugnancia a implicarse en un baño de sangre, sino más bien porque no veían muy práctico defender a un dictador corrupto y en fase terminal, física y moralmente. Las presiones internacionales y el abandono efectivo de Washington aconsejó prudencia a los generales, mientras ellos mismos resolvían el imprescindible cambio generacional. Completado éste, se podía afrontar con más garantías el control del proceso político.
                 
De las filas castrenses emergió la figura del General Abdelfatah Al-Sisi, un oscuro jefe de la inteligencia, en su momento aupado por Mubarak. Las fuerzas armadas hicieron todo lo posible para evitar el triunfo de los Hermanos Musulmanes. O, al menos, de minimizar su hegemonía. La sociedad egipcia está articulada por estos dos actores institucionales: los militares y la trama socio-asistencial que la cofradía ha sabido mantener durante décadas de variable represión.
                
 El presidente Morsi, un candidato secundario de los Hermanos, creyó poder establecer una alianza de convivencia con Al Sisi, en la creencia de que el 'joven' general representaba 'otro' Ejército, y lo consagró como Ministro de Defensa. Contribuyó a su error el propio Al Sisi, que hizo un poco el papel de Pinochet: detrás de la proclamada lealtad se escondía el designio de derribar al Presidente, que era legítimo por muchos errores que hubiera cometido.
                 
Muchos de los grupos sociales que habían apoyado la 'revolución' y, desde luego, la mayoría de los sectores laicos se dejaron tentar por la 'solución militar' cuando se acentuó la deriva islamista y el boicot de los intactos aparatos de la dictadura bloqueó el engranaje institucional y agravó la ruina de la economía. La ilusión del Ejército como arma redentora ha sido un error que las fuerzas laicas egipcias pagarán caro durante mucho tiempo.
                 
En sólo unas semanas quedó claro que el golpe de julio no pretendía darle un rumbo democrático y laico a la revolución, sino colocar el nuevo el país bajo el mando de los militares.  Como en el poema de Brecht, primero se eliminó a los islamistas, luego a los que protestaron por la represión y finalmente se puso a toda la sociedad bajo régimen cuartelero.
                 
No obstante, es preciso señalar que el General Al Sisi es muy popular en amplios sectores de la población. Eso anida en un viejo reflejo de la sociedad egipcia: sólo la mano dura puede  impedir la anarquía y el caos. El mito del 'cirujano de hierro' forma parte del imaginario político egipcio, aunque sus resultados prácticos hayan sido devastadores.
                 
Para legitimar el golpe, era preciso un voto popular. El refrendo de una nueva Constitución era el instrumento oportuno. La nueva Carta Magna, sin embargo, no es muy diferente a la que diseñaron los Hermanos Musulmanes. Se le ha despojado de la impronta islamista, ya que la 'sharia' no será imperativa conforme a usos y costumbres, aunque se mantiene como "fuente de inspiración legal", lo que desmiente el designio laico de los generales. Lo más relevante es que el nuevo texto fundamental consolida la autonomía del poder militar y blinda nombramientos internos, prerrogativas jurisdiccionales y presupuesto.  
                 
A la espera de conocer el índice de participación en la consulta, el próximo paso está anunciado: el 'prometedor' general será candidato a la Jefatura del Estado. El propio Al Sisi ha ofrecido su 'sacrificio', "si el pueblo se lo pide". De momento, el propio interesado proclama que en un reciente sueño el asesinado Sadat le anticipó su destino, que no es otro que conducir el país. Si nadie lo remedia, la República tendrá su cuarto presidente militar.
                 
Por el bien del país del Nilo, que la ensoñación de Al Sisi no degenere en pesadilla.

ORIENTE MEDIO: GUERRAS SECTARIAS Y PARADÓJAS




9 de Enero de 2014
                 
Todos los frentes de conflicto en Oriente Medio se han reactivado en las últimas semanas, a partir de la guerra civil en Siria, que actúa como factor principal en la desestabilización de la zona. Irak y Líbano viven sus consecuencias con especial intensidad. Las ondas de choque de este conflicto interno musulmán se propagan a otros países como Yemen y Afganistán. Pero, ante todo, ponen de manifiesto la hostilidad irreconciliable entre Arabia Saudí e Irán, que conoce un tiempo de especial virulencia debido al acuerdo nuclear provisional entre Teherán y Washington.
                
 SIRIA: GUERRA INTERNA REBELDE
                 
Los rebeldes sirios, sin olvidar su prioridad de derribar el régimen de Assad, parecen más concentrados recientemente en luchar ferozmente entre ellos. El conflicto se ha convertido en un auténtico pandemonium. Los rebeldes luchan abierta y ferozmente entre sí. Ya hace meses que los moderados (nacionales sirios la inmensa mayoría, sunníes y de otras confesiones, e incluso antiguos partidarios del régimen hoy desencantados o disidentes, más o menos apadrinados por Occidente) combaten contra los grupos opositores yihadistas.
                 
Últimamente, sin embargo, éstos últimos también se enfrentan entre sí. Como ocurre estos primeros días del año en la provincia norteña de Idlib. Los 'islamistas nacionales' de Al Nusra se han unido a los moderados prooccidentales para intentar expulsar de sus feudos a los ultras del denominado ISIS (Estado Islámico de Irak y Siria). Este grupúsculo, compuesto fundamentalmente por extranjeros, alberga el mismo propósito que sus correligionarios sirios, en cierto modo más moderados, apoyados por el reino saudí: derribar el eje chií-alauí que vincula a Irak y Siria con el padrinazgo de Irán.  Pero la brutalidad del ISIS ha hecho estallar las contradicciones en el frente yihadista. Este mismo grupo, el ISIS, se ha convertido en el protagonista del último ciclo de desestabilización en Irak.
                
 IRAK: SE RADICALIZA EL MALESTAR SUNNÍ
                
 El primer año sin presencia militar norteamericana se ha cerrado con un récord de muertes desde la retirada norteamericana y una sensación de inestabilidad creciente, agudizada en los últimos días con el pulso entre el gobierno, dominado por los chiíes y las milicias conectadas con Al Qaeda, en la convulsa provincia occidental de Anbar.
                 
Las razones de la turbulencia de las últimas semanas vienen de lejos, como ha explicado con todo detalle en el último número de la revista TIME el escritor, analista y reportero Ned Parker, un buen conocedor del país. Los sunníes iraquíes consideran que el gobierno del chií Nuri Al-Maliki les margina deliberadamente, cuando no los persigue y hostiga directamente. Un elemento particular de irritación ha sido la política carcelaria, que mantiene a cientos de sunníes en las cárceles, y la demora en las anunciadas reformas de los aparatos judiciales y de seguridad, para hacerlos más integradores.
                 
La emergencia del ISIS no contó al principio con el apoyo de líderes tribales sunníes en varias provincias de Irak. Pero los errores, dilaciones y problemas internos en el gobierno de Maliki fueron aumentando la irritación de esa comunidad, hasta ver en los grupos extremistas un instrumento de presión contra las autoridades de Bagdad. También ha contribuido a fortalecer al ISIS la división entre notables sunníes en la provincia de Anbar.
                 
En la ofensiva de los últimos días, los militantes próximos a Al Qaeda tomaron el control de las emblemáticas ciudades de Ramadi y Falluja. Para conseguirlo, ha resultado decisiva la defección de grupos locales sunníes que decidieron romper con el gobierno central. El gobierno ha reforzado los efectivos militares y se espera un asalto, una vez que la población civil haya evacuado las ciudades. Pero, pase lo que pase, ésta y otras provincias de mayoría sunní representarán un quebradero de cabeza para el gobierno central.
                 
De forma muy significativa, Maliki ha recibido armamento punta de Estados Unidos (misiles 'hellfire' y 'drones' de vigilancia) para hacer retroceder a estos grupos radicalizados sunníes, muchos de los cuales son extranjeros. Pero Obama no parece dispuesto a un apoyo incondicional porque no confía plenamente en Maliki. La Casa Blanca seguirá presionando al primer ministro iraquí para que ponga en marcha una política más integradora y restablezca las alianza con los sectores sunníes moderados, una estrategia que, unida al incremento de tropas norteamericanas ('surge'), detuvo a mitad de la década pasada a los insurgentes.
                 
LÍBANO: GUERRA POR ÓSMOSIS
                
En Líbano se prodigan los ataques terroristas y las calles de Beirut son testigos de escenas que recuerdan a los brutales años setenta y ochenta, debido a los atentados sectarios que reflejan el desafío de terroristas sunníes de origen extranjero al hasta ahora estable poder de Hezbollah, fuerza no única pero sí hegemónica de la comunidad chií, apoyada y financiada por Teherán.
                 
Esta milicia luego reconvertida en partido y hoy conglomerado social, político, militar y económico atraviesa por momentos de incertidumbre. Desde su gran éxito histórico -forzar la retirada militar israelí del Líbano-, Hezbollah no se había visto obligado a defenderse. La guerra siria le ha puesto en primera línea de combate y le ha expuesto a la feroz hostilidad  de sus nuevos enemigos, las milicias afiliadas a Al Qaeda que combaten mortalmente a su protector en Damasco.
                 
En un artículo para FOREIGN AFFAIRS, el investigador Bilal Saab asegura que, por vez primera en su historia, se tiene la sensación de que Hezbollah podría estar viviendo "el principio del fin". Una estimación quizás precipitada o atrevida. Pero es cierto que flota una inédita percepción de debilidad. Esto se debería a tres factores: la dureza de los ataques enemigos, la pérdida reciente de algunos de sus principales jefes militares y las discrepancias en el conjunto de la comunidad chií libanesa -y en la propia organización- sobre el alcance del compromiso de la organización con la supervivencia del clan Assad.
                 
Irónicamente, Hezbollah es beneficiario subsidiario del deshielo entre Washington y Teherán, que ha propiciado el acuerdo nuclear interino. El propio líder espiritual de la organización, el jeque Nasrallah, lo ha admitido públicamente.                
           
UN LIMITADO ACERCAMIENTO               
                 
Irán y Estados Unidos comparten el objetivo de frenar el despliegue de Al Qaeda y sus acólitos en los distintos frentes de conflicto sectario. A Irán le interesa ahora la estabilidad para rehacer su economía.
Hay cada vez más señales que la administración norteamericana está dispuesta a otorgar un papel relevante a la diplomacia iraní en la región, si se afianza la vía constructiva que perciben en el eje Rohani-Zarif (Presidente y Ministro de Exteriores).
                 
En todo caso, esta cooperación tras 35 años de enemistad sigue un ritmo prudente y vacilante. Primero, porque la convergencia de intereses en Irak o en Líbano tiene sus límites. Segundo, porque no se advierten puntos de encuentro sobre el futuro de Siria. Y, finalmente, pero no menos importante, porque este paradójico acercamiento está provocando auténticas alarmas en Arabia Saudí y en Israel (ambos aliados privilegiados de EE.UU. en la zona y enemigos acérrimos de Irán). Israel seguirá boicoteando la continuidad del acuerdo nuclear. Arabia Saudí continuará apoyando, directa o indirectamente, confesable o inconfesablemente, a los movimientos yihadistas que amenacen las posiciones de poder favorables a Irán, aunque para ello alimente a sectores a los que persigue o dice perseguir en su patio trasero
                 
Un primer síntoma de los límites del inesperado acercamiento: la cabriola diplomática de Kerry proponiendo que los iraníes participaran de forma lateral o secundaria ("sidelines") en la conferencia internacional sobre Siria ha provocado un rechazo elegante de su colega iraní. "Teherán sólo aceptará ofertas que preserven el honor de la República Islámica". Los moderados pragmáticos iraníes tienen muy claro hasta donde pueden llegar.