27 de junio de 2018
Mientras
Europa trata de encontrar la cuadratura del círculo en el intratable asunto de
la inmigración, y día a día se va haciendo más grande la posibilidad de un
verano dramático en el Mediterráneo, desde los confines orientales se perfila
un conflicto que puede adquirir unas dimensiones de crisis de primerísimo
orden.
La
UE, una vez más, como hace tres años, persigue un difícil compromiso para
volver a conjurar el problema de la inmigración. No tanto para resolver las
causas profundas de este fenómeno imparable, sino para limitar los corrosivos
riesgos políticos internos que han destruido gobiernos, alimentado pasiones
indeseables y puesto patas arriba el frágil equilibrio.
Turquía,
por añadidura, presenta un riesgo más a medio plazo, sin desdeñar los efectos
más inmediatos. Conviene recordar que hace tres años se llegó a un acuerdo
migratorio con Ankara que, en puridad, nunca se cumplió, como tampoco se
cumplieron o funcionaron otros compromisos entre todos o algunos países de la
Unión.
EL
GRAN DIVORCIO ALEMÁN
Llegarán
los líderes europeos a la cumbre de este fin de semana sin un acuerdo claro,
atado, fiable. Puede pasar de todo, pero quizás no pase nada; y, si es así,
puede augurarse un periodo de fuerte inestabilidad política, en la que la
primera pieza en tambalearse puede ser en apariencia la más fuerte, es decir,
Alemania.
En
efecto, el gobierno germano está en el alero por la ruptura latente entre los
dos socios democristianos que componen la principal fuerza de la coalición en
el poder. CDU y CSU se han emplazado en un desafío teñido de amenazas,
recriminaciones y cuentas pendientes puestas al sol. El ministro del Interior y
líder de la rama bávara ha dado un ultimátum a la Canciller para que frene la
inmigración y adopte una política migratoria restrictiva. Merkel, en su estilo,
ha ido adoptando posiciones cambiantes, escurridizas y esquivas, hasta que se
ha visto obligado a aguantar el envite. Nadie en el teatro político alemán se
atreve a aventurar el futuro inmediato. La mayoría de los analistas y los
estados mayores de los partidos han empezado a hacer preparativos para celebrar
elecciones anticipadas en septiembre. Con Merkel fuera del cartel, la marca
CDU-CSU rota, cada uno con candidatos propios en los feudos del otro, la
socialdemocracia sin estrategia convincente y la ultraderecha nacionalista como
única beneficiaria del desconcierto (1).
El
otro polo nacionalista excluyente en auge vocifera desde el lugar del frente,
en Italia, en abierto desafío al presidente francés, que tiene un discurso
liberal, más o menos acogedor, dialogante o constructivo, pero que mantiene
situaciones internas migratorias poco ejemplares. La lección de solidaridad y
generosidad del nuevo gobierno español ha sido una ráfaga de aire fresco, pero
no tiene el vigor ni la vocación para cambiar el rumbo de las estancadas
políticas europeas.
LA
PESADILLA TURCA
Y
mientras este oleaje embravecido que azota desde la frontera sur, con escenarios
de guerra, inestabilidad, miseria y descomposición institucional crónica, en la
orilla oriental del Mare Nostrum se
agita con fuerza propagandística y demagógica, pero con peligrosos síntomas de
agotamiento, el proyecto nacionalista autoritario de Turquía. Erdogan consuma
su proyecto de mega-presidente con plenos poderes, pero al frente de una nación
profundamente dividida, que ha perdido confianza en sí misma y vive cada día
peor.
Europa
hace tiempo que ha perdido cualquier esperanza con Erdogan. Trató de controlar
su discurso hace unos años, de poner límites a las consecuencias más
indeseables de sus delirios de grandeza, se seducir su vanidad. Pero le
faltaron herramientas eficaces de contención. El fallido golpe de Estado, que por
aquí se condenó con la boca pequeña, reforzó al Sultán y cerró las puertas del entendimiento, quizás para siempre.
Hasta su final.
En
las dobles elecciones presidenciales y legislativas del domingo, Erdogan ha
vuelto a salir a flote cuando el agua le alcanzaba hasta el cuello (2). La
manipulación de las normas electorales para procurarse el blindaje de una
mayoría electoral con la que legitimar su proyecto autoritario se volvió contra
él, al propiciar una coalición contra-natura
de sus adversarios. (3) En vísperas de los comicios circularon sondeos que predecían
una segunda vuelta en las presidencia y la pérdida de la mayoría gubernamental
formada por el AKP y los ultranacionalistas. Algunos maliciosos creyeron que se
trataba de una argucia para movilizar a la base social erdoganista, desilusionada por el empeoramiento innegable de la
situación económica. El aumento asfixiante de los precios y el derrumbe de la
divisa nacional habían generado un malestar que algunos pintaron como el
embrión de la decadencia de Erdogan.
Al
final, el presidente turco, ya investido de plenos poderes en el referéndum que
reescribió la Constitución, tenía esa mayoría absoluta que conjuraba una
segunda vuelta en las presidenciales y, por lo tanto, una concentración del
voto opositor en la figura de Muharrem Ince, el candidato socialdemócrata (4),
perteneciente al CHP, el histórico y contradictorio partido de Atartürk, el
padre de la nación. Pero su partido, el AKP no alcanzaba la mayoría absoluta en
el Parlamento y tendrá que seguir apoyándose en su muleta ultranacionalista del
MHP. Esta victoria imperfecta de Erdogan incorpora incertidumbres sobre la
culminación del proyecto autoritario construido con más tenacidad que paciencia
durante tres lustros (5)
La
oposición, dividida y enfrentada durante mucho tiempo, ha encontrado aire y un guion para construir una resistencia
activa, agudizar las debilidades del sistema e incidir en la fragilidad del
proyecto ultranacionalista. Ince se perfila como una alternativa con cierta
solidez, por su afinidades piadosas, su actitud dialogante con los kurdos y su visión
de democracia social (6).
Entretanto,
la demagogia populista de Erdogan se resquebraja, al ponerse en riesgo la
prosperidad de las clases populares y medias. Los escandalosos beneficios
cosechados por las élites, los negocios de amigos y cómplices, la represión que
ha castigado a centenares de miles de funcionarios o el nepotismo que convierte
al yerno del presidente y a otros miembros de su familia en exponentes de un
modelo dinástico pueden anudarse en la soga que termine cerrándose sobre el
cuello de Erdogan. Corrían rumores la semana pasada en círculos políticos y
mediáticos turcos de que prominentes figuras del régimen se habían procurado
vías seguras de huida si Erdogan no ganaba en primera vuelta y el AKP perdía el
control del Parlamento (7).
Sin
embargo, los militares, finalmente neutralizados por el nuevo Sultán, han dejado de ser una alternativa fiable, incluso
como factor instrumental transitorio. La decadencia del régimen puede ser lenta
o rápida, pero es difícil que sea tranquila. Demasiados intereses en juego,
demasiadas pasiones fuera de control, una acumulación de injusticias y
agravios.
Y,
a la poste, esa crisis de régimen, de sistema no puede dejar a Europa inmune y,
por tanto, indiferente. Tampoco a Washington, pero el otrora gran aliado está
lejos, distante y en su propio delirio nacionalista. Europa, en cambio, ya
incapaz de abordar las consecuencias de inestabilidad en África y Oriente
Medio, puede verse abocada a la inimaginable pesadilla que pueda provocar una eventual
crisis violenta de régimen en Turquía.
NOTAS
(1)
“Migrant policy conflict may spell the end for Merkel. DER SPIEGEL, 23 de junio.
(2)
“Erdogan enters Turkey elections with more power bur less support”. SONER
CAGAPTAY. THE WASHINGTON INSTITUTE, 20 de junio.
(3) “The
end of the Erdogan’s era?”, AARON STEIN. FOREIGN
AFFAIRS, 21 de junio.
(4)
“Muharrem Ince, l’espoir des anti-AKP”. LE MONDE, 19 de junio.
(5)
“Erdogan wins reelection. What the campaign revealed of the future of Turkish
politics”. HALIL KARAVELI. FOREIGN
AFFAIRS, 25 de junio.
(6) “How to
read Turkey’s elections results”. KEMAL KIRISCI. BROOKINGS INSTITUTION, 25
de junio.
(7) “Erdogan’s endgame Turkey’s all-powerful President
grabs for more”. MAXIMILIAM POPP. DER
SPIEGEL, 22 de junio.