LO QUE SIGNIFICA SER ALIADO

25 de Junio de 2015
                
En pleno clima de creciente inquietud por la situación bélica en Ucrania y las supuestas amenazas rusas de desestabilización de sus vecinos más cercanos (los estados bálticos preferentemente), se filtran más detalles sobre el espionaje norteamericano a otros dirigentes aliados, en esta ocasión los tres últimos presidentes franceses.
                
LA IMPOSTURA DEL ESPIONAJE AMIGO

Obviamente, por razones de imagen y de cierta manera de entender la credibilidad política y el orgullo nacional, la reacción de París ha sido la esperada: indignación contenida, reprimenda, exigencia de que tal conducta no puede repetirse y arreglado. Desde Washington, idéntico ajuste al guión establecido: disculpas y garantías de que se trata de actuaciones pasadas.
                
Ya dijimos en su momento que estos escándalos de espionaje son muy efectistas, hacen correr tintas políticas y mediáticas y encuentran un eco muy notable en cierta opinión pública. Pero, a la postre, tienen un recorrido real, político o diplomático, muy corto.
                
Indudablemente, se espera cierta lealtad de un aliado, y algunas de las gamberradas electrónicas practicadas por la inteligencia norteamericana son de una vulgaridad sonrojante. Pero resulta un tanto hipócrita. Como ya se ha demostrado convenientemente, Estados Unidos no habría podido espiar a Merkel, Sarkozy, Hollande, Dilma Roussef u otros dirigentes europeos y del resto del mundo, sin la colaboración de los servicios de inteligencia de algunos de los afectados (1). 
                
Desde que los Estados se consolidaron como formas políticas destinadas a garantizar los intereses de las naciones o de sus exponentes sociales, el espionaje es una prolongación de la diplomacia. Como lo es la guerra. No se espía sólo a los enemigos. A los amigos, también, porque nunca se sabe cuándo dejaran de serlo, si lo son de verdad o hasta qué punto están dispuestos a demostrar y garantizar su amistad. No hace falta ser un especialista en relaciones internacionales para saber eso. Con haber leído algunas novelas de género debería bastar.
                
Pero como esas relaciones internacionales, plagadas de trampas, duplicidad de lenguajes e intenciones marcadas, proyectan un código de conducta determinado, asistiremos en los próximos días a otra ronda suelta de indignaciones. El Eliseo no se toca impunemente.  Una vez más, la proverbial incomodidad franco-norteamericana, tan tópica como engañosa, encontrará espacio abundante en los medios y tertulias durante unos días.
                
EL REGRESO DE LA OTAN A CASA

En medio de ese ruido mediático-diplomático, los aliados occidentales pondrá a enfriar este último bochorno y se empeñarán en afrontar el problema ruso, con la adopción de medidas o compromisos que tengan la contundencia aparente necesaria pero también la prudencia adecuada para no generar males mayores.
                
La guerra de Ucrania, en riesgo de escapar al control de las grandes potencias, incluida la propia Rusia, que supuestamente es su principal instigadora, va a servir de cobertura para revisar veinte años de política de seguridad y defensa en Europa.
                
La tarea es complicada, porque se está lejos del consenso. No todos los aliados perciben con igual claridad y sentido de urgencia el “peligro ruso”. Como es natural, los países de frontera (los pequeños estados bálticos, Polonia y algún otro) son los más activos en la reclamación de medidas efectivas de disuasión. Por el contrario, los más alejados de Rusia, sin restar importancia al riesgo, prefieren que se mantenga la atención en otras amenazas a la seguridad mucho más apremiantes (Oriente Medio, presión migratoria, tráfico de drogas, etc.).
                
El nuevo Jefe del Pentágono, Aston Carter, se estrena esta semana en Europa con el portafolios nutrido de propuestas y opiniones. Llega al SHAPE (Cuartel General Aliado, en Bruselas) después recorrer varios países para escuchar ideas, sugerencias y reclamaciones, que serán compartidas en la reunión de primavera del Consejo de Defensa de la OTAN.
                
Estas últimas semanas no se han movido sólo papeles (se habla de un memorándum confidencial con detalles y evaluaciones precisas sobre la dimensión y el alcance de la amenaza rusa, que tendrá cada ministro y su staff en la reunión de Bruselas). La OTAN está empezando a movilizar efectivos: carros de combates, vehículos blindados y de transporte de tropas serán instalados próximamente en algunos países del flanco oriental de la Alianza. La fuerza de reacción rápida de 5.000 hombres, modesta pero ya muy significativa, estará lista muy pronto. El esfuerzo no es menor. Equivale a desentumecer los músculos atrofiados, como decía esta semana una analista de seguridad del Eurasia Group. EE.UU. todavía tiene destacados 65.000 hombres en Europa, cuatro veces menos que durante la “guerra fría”, pero cifra básica de disuasión a partir de la cual es creíble una movilización extensiva.
                
Como escenificación de este “despertar” de la “vieja OTAN”, o de la vuelta de la OTAN a su escenario original, las amplias maniobras recién concluidas en Letonia, sirven de mensaje de tranquilidad y compromiso a esos nuevos aliados, menos curtidos en el arte del cinismo. O más sensibles al ronroneo de las bravatas rusas.
                
Está en ciernes una cierta recuperación de la lógica de la “guerra fría”, aunque no escucharemos esa formulación, bajo concepto alguno. Existe un amplio convencimiento de que la ilusión de una relación con Rusia como socio se ha desvanecido por completo y que la crisis de Ucrania no es ocasional o temporal, sino el reflejo de los problemas inherentes del coloso europeo para gestionar sus tensiones internas y periféricas. Los “sovietólogos” se han convertido en “rusólogos”. El “comunismo” ha sido sustituido por el “nacionalismo expansivo” (en combinación o alianza con la religión ortodoxa) como combustible de agitación.
                
Rusia no colabora mucho en desmontar este discurso. Ofrece sonoros argumentos cada día. La mayoría son reactivos, pero de vez en cuando el Kremlin –como ocurría en los tiempos del comunismo- siente la obligada necesidad de tomar la iniciativa, o de hacer creer que tiene la capacidad para hacerlo.
                
LLAMANDO A LAS PUERTAS DEL ADVERSARIO
                
La anunciada modernización de ciertos arsenales nucleares, la propaganda patriotera, la exhibición recurrente aunque vulgar de músculo militar son guiños propagandísticos dudosamente novedosos, pero inevitables en la dinámica actual. Otros, en cambio, presentan cierto carácter de singularidad. El más espectacular ha sido, sin duda, la recepción al primer ministro griego, Alexeis Tsipras, Petersburgo, a bombo y platillo, en plena crisis de la deuda.
                
Tsipras se cubrió bajo la celebración de un seminario económico internacional, pero su sola presencia en la capital rusa se convirtió en un acto político de indiscutible envergadura. Ni el credo común ortodoxo de muchos griegos y rusos, y menos el pasado comunista del político heleno, pudieron servir de paraguas o justificación a esta visita en  este momento.
                
El líder izquierdista griego evitó, como era lógico, cualquier referencia polémica a los problemas con sus socios comunitarios. En reciprocidad, sus anfitriones rusos resistieron la tentación de explotar esa discordia interna. Pero en la mente de todo el mundo flotaba la tradicional  posición de Syriza en contra de las sanciones a Rusia por el conflicto de Ucrania. Difícilmente encontraría Tsipras en Moscú lo que no consiga en Bruselas, Frankfurt o Berlín (por citar el eje habitual de sus desvelos). No está Rusia para “rescates” de tamaña naturaleza. Pero el alarde político era demasiado tentador para no extraer el jugo adecuado.
                
Otra regla más de la diplomacia: se puede ser aliado sin renunciar a las ventajas de flirtear con los adversarios, o se puede tantear a los adversarios para protegerse de tus amigos.
               

(1) Varios medios han denunciado esto. Especial interés tiene la investigación públicada el pasado 30 de abril por el diario SÜDDEUTSCHE ZEITUNG


DINAMARCA COMO SÍNTOMA

22 de Junio de 2015
                
El ascenso de la extrema derecha danesa refleja la profundidad y gravedad de los efectos políticos inquietantes de la crisis y la falta de respuesta de los partidos moderados para atajar sus consecuencias sociales.
                
LAS VACILACIONES SOCIALDEMÓCRATAS
                
El Partido del Pueblo danés, ferozmente contrario a la inmigración y ruidosamente crítica con la UE, se ha convertido en la segunda formación política más votada en las elecciones generales de la pasada semana, por detrás de los socialdemócratas. Sin embargo, la anunciada alianza de los populistas de derecha con los liberal-conservadores suma 90 escaños, frente a los 85 que reúne reunir el centro-izquierda. El gobierno de centro-izquierda, que propiciado una de las recuperaciones económicas más sólidas, aunque modestas, del continente ha tocado a su fin. La líder socialdemócrata, Helle Thoming-Schmidt, se ha sentido obligada a presentar su dimisión.
                
Si los socialdemócratas han gestionado razonablemente bien, ¿por qué no han obtenido el apoyo necesario para continuar en el poder? La respuesta es sencilla: numerosos sectores sociales no confían en la solidez de la recuperación y se sienten amenazados por fenómenos como la inmigración el incremento de los refugiados, por las repercusiones que han tenido sobre la asistencia social. Dinamarca, fiel a su tradición solidaridad interna y externa, registró un record de acogida de refugiados en 2014, debido a la guerra de Siria y la a la gran afluencia de eritreos.
                
Ante los efectos electorales negativos que anticipaban las encuestas, la primera ministra socialdemócrata prometió aplicar reglas más estrictas para la concesión de asilos y exigencias más duras hacia la inmigración. Esta parcial rectificación de la política de acogida fue duramente criticada por el ala izquierda de los socialistas y organizaciones solidarias no gubernamentales, al entender que se hacían concesiones a la derecha populista. Con todo, ni siquiera estas restricciones anunciadas resultaron suficientes para frenar a los xenófobos del Partido del Pueblo danés, cuyos mensajes demagógicos arreciaron durante la campaña. Los liberales-conservadores, con un lenguaje político más correcto, no dudaron en participar de esta campaña de acoso al gobierno de centro-izquierda, convencidos, como así ha sido, de que serían los principales beneficiados del desgaste.
                
'PÁJAROS LIBRES'
                
Los populistas, pese a obtener más votos que los liberales, no quieren asumir la responsabilidad del gobierno. Están dispuestos a ceder esa responsabilidad al líder liberal, Lars Lokke Rasmussen, y apoyarlo desde fuera del gobierno, como hicieron entre 2009 y 2011. Como ha dicho su líder, Kristian Thulesen Dahl, los populistas prefieren mantener su papel de "pequeños pájaros libres". Es decir, evitar el desgaste de la gestión, presionar a los liberales y obligarlos a rectificaciones importantes. En otras palabras, su plan parece ser ir preparando el camino para un asalto más sólido y contundente del poder.
                
Esta estrategia de condicionar al gobierno de turno desde fuera ha ido ganando posiciones desde que este partido se constituyera hace veinte años, cuando aparecieron las primeras manifestaciones de crisis en el hasta entonces estable sistema político danés.
                
Los populistas daneses han hecho gala de esta prudencia estratégica también en sus alineamientos internacionales. Pese a los intentos de sus afines en Francia y Holanda, el Partido del Pueblo danés no se ha sumado al bloque ultra en el Parlamento Europeo, liderado por la francesa Marine Le Pen y el holandés Geert Wilders, en el que participan también la Liga Norte Italiana, los nacionalistas flamencos y la extrema derecha de Austria y Polonia. En total, 36 eurodiputados, lejos de los 221 con que cuenta el grupo democristiano y los 191 del grupo socialista. Los euroescépticos  del UKIP británico tampoco se han unido al eurogrupo de Le Pen, aunque uno de sus miembros sí lo ha hecho a título individual.
                
Los populistas daneses han preferido, de momento, acomodarse junto al Partido Conservador británico, en Estrasburgo. De hecho, han sido los más activos en apoyar el proyecto de reforma de los tratados de la UE que está reclamando el primer ministro Cameron. No es descartable, sin embargo, que, si el propósito de los tories no alcanza sus objetivos, los populistas daneses terminen recalando en los bancos del eurogrupo ultra, sobre todo si las elecciones francesas consolidan el auge del Frente Nacional.          Esta recomposición del mapa europeo, en los parlamentos nacionales y en el europeo, debe confirmarse en las citas electorales de los próximos años. 
                
UN MODELO QUE FUNCIONA... PESE A TODO
                
Dinamarca ha sido un país modélico, por muchas razones. El alcance de su Estado de Bienestar se convirtió en el más amplio y sólido del continente, por delante incluso de sus vecinos del norte, tradicionalmente los que más gozaron durante décadas de los sistemas más avanzados de protección social.
                
A comienzos de siglo, las tensiones sobre el equilibrio de las cuentas públicas empujaron los políticos daneses a defender reformas en el sistema de bienestar. La social-democracia entendió que debía aceptar reformas si quería salvar lo esencial del sistema Uno de los elementos más destacados fue la llamada flexi-seguridad; es decir, la combinación de la estabilidad en el empleo con la introducción de fórmulas flexibles en el mercado de trabajo.
                
Otro de los programas pioneros ensayados por los socialdemócratas suecos fue él de rehabilitación y reinserción social de jihadistas regresados de los frente de combates en Siria, Irak y otros lugares. Dinamarca es, proporcionalmente, el país europeo de donde sale el mayor número de combatientes extremistas islámicos.

                
En definitiva, mala noticia para la izquierda moderada, a la que no le sirve moderar su discurso o introducir rectificaciones o limitaciones en política social para frenar un malestar muy azuzado por las fuerzas populistas de derecha, xenófobas y euroescépticas, que juegan a favor del viento.

EUROPA ANTE SUS FANTASMAS

18 de Junio de 2015

                
El último acto de la interminable tragedia griega no sólo exhibe las tensiones del proyecto de Syriza, como pretenden algunos analistas de los medios más en sintonía con el sistema de poder político-financiero. También pone en evidencia la debilidad del liderazgo europeo y las contradicciones generadas por las políticas de austeridad. La crisis griega es una crisis europea, se quiera o no. Los condicionantes financieros imponen su lógica a las visiones políticas, que, en un caso como éste, deberían afirmar su prevalencia.
                
LA RESPONSABILIDAD DE TSIPRAS
                
No se trata de concesiones a una cierta demagogia, como la cohorte de tecnócratas, agentes de los intereses acreedores y otros 'sabios' pretenden explicar. Grecia tiene que hacer frente a sus responsabilidades y el nuevo gobierno ha de asumir que algunas de sus promesas preelectorales son difíciles de cumplir, o de conseguir que se conviertan en realidad. Tsipras debía saber que, por mucho que sus argumentos hubieran conquistado el corazón de sus atribulados compatriotas, las resistencias a sus planteamientos y propósitos de los acreedores y de la potente armada que representa la troika (CE, BCE y FMI) iban a ser así de duros.
                
Hay cierto teatro político en esta aparente radicalización de la posición de Tsipras. El primer ministro griego tiene razón en muchas de las cosas que dice. Su discurso de defensa de los más desfavorecidos por las políticas de austeridad y su apuesta radical por la democracia como expresión de la voluntad de la mayoría no tienen réplica decente. Pero sólo es una parte de la historia. No se trata de resignarse ante los grandes poderes, sino de elegir la estrategia adecuada para extraer concesiones y ventajas, cuando se es consciente de la debilidad propia.
                
El propio Tsipras airaba en la oposición su escepticismo sobre el respeto de los grandes poderes europeos hacia los valores que su partido defendía. Prueba de este 'realismo' es que el primer ministro griego comenzó su gestión exhibiendo una actitud más dialogante, más negociadora, menos combativa. Eso le costó algo más que un conato de rebelión en Syriza y la apertura de una brecha que se ha transmitido al conjunto del electorado.  El resultado es paradójico: las críticas de los radicales de su partido arrecian y, sin embargo, las encuestas indican que los griegos apoyan más ahora una solución negociada con sus acreedores e instituciones europeas (1).
                
LA HIPOCRESÍA EUROPEA
                
Dicho esto, resulta un tanto hipócrita por parte de las instituciones europeas que se cargue exclusivamente sobre el gobierno griego la responsabilidad del atasco actual. Un ejemplo palmario de esta impostura lo constituye un reciente estudio del FMI sobre el efecto de las políticas de austeridad en la prolongación de la crisis. Firmado por cinco economistas seniors (2), el estudio confirma el cambio de posición apuntado ya el año pasado, o incluso antes, cuando el fracaso de las políticas de austeridad, fanáticamente defendidas por este organismo durante décadas, ya resultaba inocultable.
                
La conclusión es clara: el aumento de la desigualdad constituye un impedimento mayor para la recuperación económica. Si los gobiernos quieren apostar por el crecimiento, deben adoptar políticas de apoyo para el 20% más desfavorecido. No es sólo una cuestión de justicia social, sino de eficacia económica. El estudio considera demostrado que cuando crecen los recursos de ese 20% se produce crecimiento económico global; cuando ocurre lo contrario, el PIB decrece. La tesis reaganiana y thatcheriana del 'tricledown' (es decir, que la riqueza de los de arriba termina filtrándose hacia abajo en la escala social) se ha demostrado del todo falsa. ¿Tanto tiempo han tardado en advertir semejante evidencia? El FMI ha necesitado una crisis histórica y una recesión pavorosa para admitir el daño ocasionado.
               
Lo terrible es que Europa, pese a la reciente retórica de apuesta por la combinación de rigor y crecimiento, no ha sido capaz de salir de este círculo vicioso. El propio FMI admite que la cacareada liberalización del mercado de trabajo (y su corolario político, el debilitamiento de los sindicatos) sólo ha servido para reforzar la prosperidad de los más ricos (el 10% de la población global). Y, sin embargo, a los griegos se les sigue exigiendo más de lo mismo, como parte del acuerdo de refinanciación de la deuda.
                
MALESTAR Y POPULISMO
                
Este fracaso europeo no se debe exclusivamente a la falta de talento de los actuales líderes de la Unión. Ni siquiera a la carencia de fórmulas para afrontar el desafío. Sobre la crisis griega planea, como un fantasma real (valga la expresión), el clima agobiante del malestar social ante la prolongación de la crisis. Ocho años después, Europa, por mucho que se quieran sobrevalorar las tímidas mejoras macroeconómicas, sigue estancada. Los colectivos sociales más perjudicados por la situación no perciben alivio.
                
ste pesimismo social constituye un caldo de cultivo para opciones extremistas. De momento, su auge se ha limitado a fogueos electorales, a votos de protesta. El verdadero peligro de las fuerzas populistas extremistas no es que puedan acceder al gobierno -que tampoco es descartable-, sino que su mensaje ha calado. Hasta el punto de obligar a los partidos conservadores del sistema a adoptar algunas de sus recetas. Por lo menos, en las proclamas y programas electorales. Está ocurriendo en Francia, con la lepenización de Sarkozy, o en Gran Bretaña, con el discurso de alejamiento de Europa adoptado por Cameron por presión del auge de los euroescépticos del UKIP. En Alemania, la dureza de Merkel hacia el sur ha servido de antídoto, pero a costa del repliegue de su liderazgo activo en Europa. (3).
                
La última 'victoria' de la extrema derecha europea ha sido la constitución de un grupo propio en el Europarlamento. Hasta ahora, la pulsión de ese nacionalismo intrínseco y las ambiciones personales lo habían impedido. Todavía no se ha logrado la unificación total, debido a la aspereza de los británicos o a la imposible asimilación de los más extremistas (como los neonazis griegos o húngaros) pero el proceso sigue en marcha.
                
La 'colonización' del mensaje político de la derecha europea por esta presión ultra no es el único elemento inquietante. En la izquierda, se percibe desconcierto. La emergencia de grupos populistas afines al modelo de Syriza es ya imparable, al menos a corto plazo. Los dirigentes de la socialdemocracia han pasado de despreciarlos a buscar fórmulas de colaboración, incluso en responsabilidades de gobierno.  El caso de España puede ser pionero. El gran riesgo es que un eventual fracaso de de las opciones progresistas radicales o de la convergencia de izquierda puede abrir la puerta al tirón definitivo de la ultraderecha. Un escenario años 30 no debe ser tomado a la ligera.      

(1) "Alexis Tsipras and the Debt Negotiations. Why Greece Will Cave-and How". GEORGES TSEBELIS. FOREING AFFAIRS, 2 de Junio.

(2) "Pay low-income families more to boost economic grothw, say IMF". THE GUARDIAN, 15 de Junio.


(3) Sobre el papel limitado de Alemania en la actual crisis europea reflexiona Jochen Bittner, editor político del diario DIE ZEIT, en un artículo titulado "Por qué Alemania no puede liderar Europa, que reproduce esta semana THE NEW YORK TIMES (17 de Junio).

¿HACIA OTRO VERANO SANGRIENTO EN UCRANIA?

11 de Enero de 2015

La situación en Ucrania parece deteriorarse por días. Las informaciones que nos llegan de las regiones secesionistas son muy inquietantes y, al margen de la propaganda de unos y otros, lo cierto es que la cifra de muertos en combates registrados desde comienzos de mes sigue creciendo.


LA RUINA DEL ALTO EL FUEGO


Observadores de la OSCE (Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa, heredada del viejo escenario de confrontación Este-Oeste para prevenir riesgos bélicos y en la actualidad ‘notaria’ de la situación) aseguran que las milicias separatistas iniciaron la semana pasada el asalto a la ciudad de Marinka, un enclave situado unos quince kilómetros al suroeste de Donetsk, la capital de los rebeldes.

En este empeño, desarrollaron una importante actividad artillera y pusieron en movimiento centenares de vehículos blindados y ligeros. Lo más significativo es que habrían empleado también los famosos T-72. Estos carros de combate, joyas del arsenal soviético durante la guerra fría, no son utilizados por el ejército regular ucraniano, según los observadores internacionales; por lo tanto, o bien han sido entregados a los rebeldes por Moscú o han sido manejados directamente por soldados rusos.

Con posterioridad a estos ataques, se habían registrado otras ofensivas de menor envergadura al norte y noreste de Donetsk y posiciones rebeldes al este de Mariupol, ésta última una ciudad costera clave que los rebeldes quieren conquistar para asegurar la conexión con Crimea, península anexionada por Rusia desde al año pasado.

Los objetivos específicos de estas ofensivas de junio no están aún del todo claros. Podrían tratarse de maniobras de diversión. Pero, más allá de los aspectos militares concretos, parece confirmarse que las milicias secesionistas quieren consolidar posiciones y hacer muy difícil un contraataque del ejército regular. 

En todo caso, casi todo el mundo coincide en que los segundos acuerdos de Minsk han saltado por los aires y el cese el fuego acordado en febrero sobre la base de aquel compromiso diplomático está superado por los acontecimientos. Señal inequívoca de esto es la dimisión de la jefa de misión de la OSCE, la diplomática suiza, Heidi Tagliavini.

En su momento, dijimos que habría un Minsk-III (o algo que tuviera ese significado), porque los acuerdos políticos o diplomáticos estaban sujetos a las prioridades militares. Moscú pudo frenar a sus protegidos por conveniencias o exigencias del momento, pero no es seguro que quiera o pueda hacerlo ahora. Los estímulos de una solución pacífica para el Kremlin disminuyen mientras se mantengan las sanciones y los rebeldes demuestren capacidad y estómago para seguir hostigando al Ejército regular.

KIEV SE PREPARA PARA LA GUERRA

El Presidente ucraniano, Petro Proshenko, aseguró hace unos días ante el Parlamento que estas operaciones constituían simplemente el anticipo de una ofensiva militar rusa a gran escala. Volvió a exigir, por enésima vez, “la retirada de tropas, armamento y equipamiento ruso del territorio ucrania y el control de las fronteras por las autoridades ucranianas”. En tono menor, y con absoluto escepticismo, renovó las promesas de celebrar elecciones en las regiones bajo disputa, una exigencia de Occidente para mantener su apoyo.

Pura apariencia. El gobierno de Kiev nunca creyó en la viabilidad de una solución negociada. De hecho, se ha abstenido de tomar decisiones que favorecieran un clima de entendimiento. Nunca confió, comprensiblemente, en las intenciones rusas. Sectores muy influyentes del Estado, la sociedad y los negocios han presionado claramente en favor de una internacionalización del conflicto.

En este clima de escepticismo sobre la estabilidad del alto el fuego, las autoridades ucranianas se olvidaron de las medidas conciliatorias contenidos en los acuerdos de Minsk y han ido adoptando decisiones de fuerza como el creciente aislamiento de las regiones orientales rebeldes, restricciones en la provisión de abastecimiento y en la circulación de mercancías y el impago de pensiones y salarios.

EL DILEMA DE LOS ALIADOS

Estados Unidos y las potencias europeas no se han visto sorprendidas por la negativa evolución de los acontecimientos. La OTAN ha venido informando periódicamente de violaciones puntuales del alto el fuego y de movimientos inquietantes de tropas y material, sobre todo de la parte pro-rusa. Aunque hay un componente de sorpresa en las últimas acciones militares, era un secreto a voces que el frágil o aparente status quo tenía las semanas contadas.

En la cumbre del G-7 en Baviera, los aliados occidentales han renovado el habitual mensaje de firmeza frente a Moscú, excluida de esta cita precisamente en castigo por su apoyo a los rebeldes orientales. Pero hay cierta coincidencia en la limitada capacidad de la estrategia adoptada para forzar un cambio de actitud en el Kremlin. Algunos analistas aseguran que el Kremlin ya ha descontado los peores efectos de la presión económica y financiera occidental y no encuentran estímulos en un giro radical de sus posiciones.

Las inquietudes en ciertos países europeos por el suministro de gas ruso crecerán conforme pasen los meses y se acerque el invierno, sobre todo si se confirma la guerra estival como parece cada vez más probable. Moscú puede intentar una revisión de Minsk en un sentido más favorable a sus intereses, pero los occidentales no pueden debilitar la posición de Kiev sin perder la cara.

Desde el Capitolio, los republicanos presionan a la Casa Blanca para que incremente la ayuda militar a Kiev.
Tampoco Putin puede abusar de su exposición al riesgo. Aparte de las consecuencias sociales que un empeoramiento de las condiciones puede acarrear, ya debe soportar otros efectos inquietantes. Setecientos mil ucranianos han cruzado la frontera no sólo en busca de estatus legal sino también de manutención y abrigo en Rusia.  El apoyo a los irregulares ucranianos del Este ha reforzado la influencia de bandas criminales y mercenarios. La delincuencia ha aumentado en un 23% en las regiones fronterizas rusas con Ucrania (1).

Las perspectivas, por tanto, son pesimistas. Parece inevitable que vuelva a correr la sangre. Pero quizás sólo un agravamiento bélico transitorio puede desbloquear la situación y abrir la vía a un acuerdo más estable. La paz, como tantas veces ocurrió en Yugoslavia, no será hija de un espíritu de concordia sino del agotamiento de la guerra.

(1)    “Putin’s warlords slips out of control”. ADRIAN KARATNICKY. THE NEW YORK TIMES, 9 de Junio.

                                                         

LA 'SARKO REPÚBLICA'

3 de Junio de 2015
                
No se le puede negar a Nicolás Sarkozy que nunca (o casi) esconde sus intenciones. Ni los fracasos ni la hostilidad de sus adversarios, ni siquiera sus propias limitaciones, le disuaden de perseguir su ambición. Que es inmensa.
                
La audacia de Sarkozy le ha acarreado problemas antes, durante y después de su estancia en el Eliseo (2007-2012). Pero él está convencido de que sólo su audacia le devolverá a la máxima magistratura de la República francesa.
                
Este 'petit-Napoleon' gusta del poder, cuanto más extenso mejor. En las aguas siempre turbulentas de la derecha francesa, no se ha mostrado partidario de practicar el muy habitual juego del “caliente y frío” (brillante fórmula francesa para definir la ambigüedad política o diplomática).  Sarkozy va directo. Siempre que puede. Se recupera pronto de los reveses y casi nunca pierde de vista el objetivo.
                
UN OBJETIVO CLARO: EL ELISEO
               
Como cualquier líder histórico de la derecha francesa que se precie, desde De Gaulle, se ha impuesto la tarea de modelar  a su conveniencia la gran plataforma política que le sirve de respaldo. El propósito ha sido siempre el mismo: construir un potente aspirador potente, capaz de atraer a las corrientes centristas o independentistas.
                
En el cónclave del pasado fin de semana en un hotel de lujo del decimonoveno distrito de París, Sarkozy ha querido escribir un capítulo más de esa evolución de la gran derecha francesa, desde el gaullismo de posguerra hasta un partido conservador europeo con ribetes propios, unificador de tendencias y familias, pero desprendido de las referencias más arcaicas. Con la vista puesta en la reconquista del Eliseo, mantiene la marca unificadora “República”, pero no como referencia, como sus predecesores, sino como patrimonio.
                
Con esa pretensión tan suya de apropiarse de lo que intuye como factor ganador, Sarkozy reclama para él, para los suyos, el símbolo político de la unidad nacional. La formación refundada se llamará "Los Republicanos". Poco importa que la pretensión pueda sonar -y lo sea- excluyente. Quizás se trate de eso. De ‘marquer le scandal’. De provocar.
                
Pero en la intención de Sarkozy hay otro elemento fundamental. No es otro que disputarle al emergente Frente Nacional el liderazgo de la defensa de lo nacional. Es la apuesta por los 'valores' que la noción "republicanos" supuestamente implica. A saber: laicidad, identidad nacional, responsabilidad individual.
                
El hombre que hizo de la preservación del orden (público, social) la divisa de su ideario político cree que ganará su próxima batalla si prevalece sobre el desafío que emerge con fuerza a su derecha. Sarkozy quiere conquistar ese voto desengañado, amargo y feroz que hoy recala en el Frente Nacional, sin desplazarse demasiado del centro. Espera que los sectores moderados de la sociedad francesa abandonen a la izquierda, desgastada por la crisis y dividida, como siempre.
               
                
IDEARIO Y ESTRATEGIA
                
Autoridad e identidad son los dos grandes principios de la refundación sarkoziana,  como advierte oportunamente un analista de LE MONDE (1). ¿Qué implica este doble eje?  El reforzamiento de la autoridad desde una identidad claramente republicana está dirigido a satisfacer las percepciones de inseguridad de ciertos sectores sociales, no sólo frente a la 'amenaza terrorista' sino ante la confusión de valores que provocan las tentativas de multiculturalidad, de pluralidad de creencias religiosas, de reivindicaciones sociales.
                
La propuesta de Sarkozy perfila enemigos sin decirlo expresamente: el Islam, en su faceta militante o activa,  los agentes sociales que se aferran a los activos del Estado de bienestar y, finalmente, las ideologías que cuestionan los fundamentos más tradicionales del orden social nacional: familia y trabajo.
                
La nueva derecha tiene muy poco de nueva, salvo la munición con la que afronta la batalla de la reconquista presidencial. El valor del trabajo tiene connotaciones neoliberales demasiado conocidas. El mérito individual frente a la nivelación social. El esfuerzo de cada cual frente a la asistencia generalizada. La escuela como simiente de los valores nacionales. La 'laicidad confrontacional' (según el reproche de Régis Debray), como garantía de freno a las singularidades religiosas reinvindicativas.
                
Estas contraposiciones, pasadas por el tamiz nacional, fijan los ámbitos de la exclusión o, al menos, pone condiciones al ejercicio de la solidaridad. Se prepara una rebaja de los derechos sociales, de los subsidios de desempleo, de las prestaciones públicas, de los beneficios a los inmigrantes. La 'devolución' se hace más contributiva.             
                
Sarkozy defiende el juego de ataque. "La Republica no debe recular" le dijo como 'mot d'ordre' a LE FIGARO, este mismo mes (2). En realidad, es una táctica de contraataque.  Se trataría de arrebatar al Frente Nacional buena parte de su discurso y de su electorado, haciéndolo más respetable, menos antipático a los espíritus moderados de las clases medias. Utilizar al FN para desgastar a la izquierda, para desplazar hacia el espejismo social-nacional el malestar de esa base social desengañada, aún a riesgo de subvertir la República.  De esta forma, un hipotético duelo final con Marine Le Pen, en 2017, podrá librarse en condiciones de superioridad. Peligroso juego de aprendiz de brujo.  
                
Para conducir con las dos manos, aunque el volante se instale claramente a la derecha, Sarko se apoya en una dupla aparentemente plural: la 'dialogante' Nathalie Kosciusko-Morizet (Vicepresidenta) y el 'combativo' Laurent Wauquiez (Secretario General). Los rivales, antiguos (Juppé) o recientes (Fillon),  son acogidos en esta 'casa común', pero más como rehenes de la estrategia, que como actores autónomos. Han sido silbados este fin de semana, quizás como recordatorio de su deber de pleitesía al patrón.
                
En fin, Sarkozy combina partido disciplinado, ideas sencillas (simples, incluso) y táctica de contraataque, de vaciamiento de las propuestas rivales. Para hacerlo tendrá que frenar el ascenso de Marine Le Pen, debilitada en su drama personal de asesinato (político) del Padre. Vampirizarle el discurso y ‘sanearlo’ con el suyo. Convertirse en Nicolás 'Le' Sarkozy.

(1) "Nicolas Sarkozy définit sa République". JEAN-BAPTISTE DE MONTVALON. LE MONDE, 30 de Mayo.


(2) LE FIGARO, 5 de Mayo,