18 de Junio de 2015
El
último acto de la interminable tragedia griega no sólo exhibe las tensiones del
proyecto de Syriza, como pretenden algunos analistas de los medios más en
sintonía con el sistema de poder político-financiero. También pone en evidencia
la debilidad del liderazgo europeo y las contradicciones generadas por las
políticas de austeridad. La crisis griega es una crisis europea, se quiera o
no. Los condicionantes financieros imponen su lógica a las visiones políticas,
que, en un caso como éste, deberían afirmar su prevalencia.
LA
RESPONSABILIDAD DE TSIPRAS
No
se trata de concesiones a una cierta demagogia, como la cohorte de tecnócratas,
agentes de los intereses acreedores y otros 'sabios' pretenden explicar. Grecia
tiene que hacer frente a sus responsabilidades y el nuevo gobierno ha de asumir
que algunas de sus promesas preelectorales son difíciles de cumplir, o de
conseguir que se conviertan en realidad. Tsipras debía saber que, por mucho que
sus argumentos hubieran conquistado el corazón de sus atribulados compatriotas,
las resistencias a sus planteamientos y propósitos de los acreedores y de la
potente armada que representa la troika (CE, BCE y FMI) iban a ser así de
duros.
Hay
cierto teatro político en esta aparente radicalización de la posición de
Tsipras. El primer ministro griego tiene razón en muchas de las cosas que dice.
Su discurso de defensa de los más desfavorecidos por las políticas de
austeridad y su apuesta radical por la democracia como expresión de la voluntad
de la mayoría no tienen réplica decente. Pero sólo es una parte de la historia.
No se trata de resignarse ante los grandes poderes, sino de elegir la
estrategia adecuada para extraer concesiones y ventajas, cuando se es consciente
de la debilidad propia.
El
propio Tsipras airaba en la oposición su escepticismo sobre el respeto de los
grandes poderes europeos hacia los valores que su partido defendía. Prueba de
este 'realismo' es que el primer ministro griego comenzó su gestión exhibiendo
una actitud más dialogante, más negociadora, menos combativa. Eso le costó algo
más que un conato de rebelión en Syriza y la apertura de una brecha que se ha
transmitido al conjunto del electorado.
El resultado es paradójico: las críticas de los radicales de su partido
arrecian y, sin embargo, las encuestas indican que los griegos apoyan más ahora
una solución negociada con sus acreedores e instituciones europeas (1).
LA
HIPOCRESÍA EUROPEA
Dicho
esto, resulta un tanto hipócrita por parte de las instituciones europeas que se
cargue exclusivamente sobre el gobierno griego la responsabilidad del atasco
actual. Un ejemplo palmario de esta impostura lo constituye un reciente estudio
del FMI sobre el efecto de las políticas de austeridad en la prolongación de la
crisis. Firmado por cinco economistas seniors (2), el estudio confirma
el cambio de posición apuntado ya el año pasado, o incluso antes, cuando
el fracaso de las políticas de austeridad, fanáticamente defendidas por este
organismo durante décadas, ya resultaba inocultable.
La
conclusión es clara: el aumento de la desigualdad constituye un impedimento
mayor para la recuperación económica. Si los gobiernos quieren apostar por el
crecimiento, deben adoptar políticas de apoyo para el 20% más desfavorecido. No
es sólo una cuestión de justicia social, sino de eficacia económica. El estudio
considera demostrado que cuando crecen los recursos de ese 20% se produce
crecimiento económico global; cuando ocurre lo contrario, el PIB decrece. La
tesis reaganiana y thatcheriana del 'tricledown' (es
decir, que la riqueza de los de arriba termina filtrándose hacia abajo en la
escala social) se ha demostrado del todo falsa. ¿Tanto tiempo han tardado en
advertir semejante evidencia? El FMI ha necesitado una crisis histórica y una
recesión pavorosa para admitir el daño ocasionado.
Lo
terrible es que Europa, pese a la reciente retórica de apuesta por la
combinación de rigor y crecimiento, no ha sido capaz de salir de este círculo
vicioso. El propio FMI admite que la cacareada liberalización del mercado de
trabajo (y su corolario político, el debilitamiento de los sindicatos) sólo ha
servido para reforzar la prosperidad de los más ricos (el 10% de la población
global). Y, sin embargo, a los griegos se les sigue exigiendo más de lo mismo,
como parte del acuerdo de refinanciación de la deuda.
MALESTAR
Y POPULISMO
Este
fracaso europeo no se debe exclusivamente a la falta de talento de los actuales
líderes de la Unión. Ni siquiera a la carencia de fórmulas para afrontar el
desafío. Sobre la crisis griega planea, como un fantasma real (valga la
expresión), el clima agobiante del malestar social ante la prolongación de la
crisis. Ocho años después, Europa, por mucho que se quieran sobrevalorar las tímidas
mejoras macroeconómicas, sigue estancada. Los colectivos sociales más
perjudicados por la situación no perciben alivio.
ste
pesimismo social constituye un caldo de cultivo para opciones extremistas. De
momento, su auge se ha limitado a fogueos electorales, a votos de protesta. El
verdadero peligro de las fuerzas populistas extremistas no es que puedan
acceder al gobierno -que tampoco es descartable-, sino que su mensaje ha
calado. Hasta el punto de obligar a los partidos conservadores del sistema a
adoptar algunas de sus recetas. Por lo menos, en las proclamas y programas
electorales. Está ocurriendo en Francia, con la lepenización de Sarkozy,
o en Gran Bretaña, con el discurso de alejamiento de Europa adoptado por
Cameron por presión del auge de los euroescépticos del UKIP. En Alemania, la dureza
de Merkel hacia el sur ha servido de antídoto, pero a costa del repliegue de su
liderazgo activo en Europa. (3).
La
última 'victoria' de la extrema derecha europea ha sido la constitución de un
grupo propio en el Europarlamento. Hasta ahora, la pulsión de ese nacionalismo
intrínseco y las ambiciones personales lo habían impedido. Todavía no se ha
logrado la unificación total, debido a la aspereza de los británicos o a la imposible
asimilación de los más extremistas (como los neonazis griegos o húngaros) pero
el proceso sigue en marcha.
La
'colonización' del mensaje político de la derecha europea por esta presión ultra
no es el único elemento inquietante. En la izquierda, se percibe desconcierto.
La emergencia de grupos populistas afines al modelo de Syriza es ya imparable,
al menos a corto plazo. Los dirigentes de la socialdemocracia han pasado de
despreciarlos a buscar fórmulas de colaboración, incluso en responsabilidades
de gobierno. El caso de España puede ser
pionero. El gran riesgo es que un eventual fracaso de de las opciones
progresistas radicales o de la convergencia de izquierda puede abrir la puerta
al tirón definitivo de la ultraderecha. Un escenario años 30 no debe ser tomado
a la ligera.
(1) "Alexis Tsipras and the Debt
Negotiations. Why Greece Will Cave-and How". GEORGES TSEBELIS. FOREING
AFFAIRS, 2 de Junio.
(2) "Pay low-income families
more to boost economic grothw, say IMF". THE GUARDIAN, 15 de Junio.
(3) Sobre el papel limitado de
Alemania en la actual crisis europea reflexiona Jochen Bittner, editor político
del diario DIE ZEIT, en un artículo titulado "Por qué Alemania no
puede liderar Europa, que reproduce esta semana THE NEW YORK TIMES (17
de Junio).
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