20 de abril de 2016
La
conspiración es un plato que se cocina a fuego lento. Y, contrariamente a lo
que parece una creencia aceptada, no siempre de forma oculta o clandestina. Por
el contrario, cuanta más transparencia (aparente), más eficaz resulta.
En
el proceso de destitución de la Presidenta Roussef se viven muchos procesos
paralelos: políticos, judiciales y mediáticos. Todos mezclados. Sin pudor. Ya
nadie puede decir con seriedad que se están respetando los roles
institucionales. Importa más el ruido que el rigor, las apariencias que la
verdad, las imputaciones que los hechos.
Lo
que empezó como una supuesta responsabilidad de la Jefa del Estado en el amparo
o la indiferencia ante mecanismos de corrupción en su partido, el Partido de
los Trabajadores, ha derivado en un movimiento de rechazo a su gestión
económica. No es difícil entender la
razón de este giro.
LA
SARTÉN Y EL CAZO
Todo
el mundo admite, incluyendo sus críticos más acervos, que Roussef pertenece a
esa rara especie de políticos brasileños que no se ha beneficiado personalmente,
de forma ilícita, en el desempeño de su cargo. Y, sin embargo, el proceso por
corrupción lo inicia un aliado formal de Roussef, Eduardo Cunha, presidente del
Congreso de los Diputados, después de iniciarse una investigación contra él por
lavado de dinero y cobros ilegales de comisiones. A continuación, lo avalan, amplifican,
y pueden determinar su resultado numerosos políticos con otros cargos por corrupción
sólidos y, en algunos casos, contrastados. Y, finalmente, puede terminar
favoreciendo al vicepresidente de la República, también incurso en delitos de
desviación de fondos públicos para su beneficio personal. Resulta muy
ilustrativo echar un vistazo al historial
del probable sustituto de Dilma en la jefatura del Estado. Michel Temer
es un político taimado y taciturno, que representa una cultura política
brasileña detestable, pero en absoluto caducada, desgraciadamente. La sartén,
acusando al cazo de tiznar.
CAMBIO
DE ESTRATEGIA SOBRE LA MARCHA
Al
flojear el argumento de la corrupción como causa sólida de destitución, los
enemigos políticos de Roussef, convenientemente manejados por intereses
superiores en recursos y poder, vieron otro factor potencial de destrucción de
la presidenta brasileña: la gestión económica. La ventaja de este otro enfoque era
evidente. La situación social se deterioró, el apoyo popular al PT se erosionó
y los medios adversos, casi todos, alimentaron la frustración social y
ambiental para generar y polarizar en Roussef un dinámica de rechazo.
La
coyuntura que favoreció el crecimiento y las mejoras sociales durante el
mandato de Lula cambió por efecto derivado de la gran crisis financiera y
económica mundial y, más recientemente, por
el frenazo del crecimiento chino. Al derrumbarse la demanda internacional de
materias primas agrícolas, minerales y fósiles en que se había sustentado el
auge económico nacional, se puso en
evidencia la fragilidad del modelo brasileño, como ha ocurrido en otros países
emergentes, y en particular en América Latina.
Roussef
intentó primero mantener el rumbo a la izquierda y, cuando se vio superada por
el impacto de la crisis, maniobró hacia posiciones más próximas al enfoque
neoliberal, con la misma falta de resultados positivos. Finalmente, hizo lo que
muchos dirigentes superados por las circunstancias: achicó agua como pudo. En
su caso, reteniendo transferencias a bancos públicos para tapar temporalmente los
agujeros de las cuentas del Estado. Esta práctica no era nueva, ni siquiera
ilegal. Cuando, con posterioridad, se modificó la normativa, el gobierno dejó
de utilizar este recurso de maquillaje financiero.
Por
tanto, por discutibles que hayan sido algunas de sus decisiones, la sanción que
merece, ella y/o su partido, deberían dirimirse en las próximas elecciones y no
fabricando un escándalo político con aires casi circenses.
Como
recuerda la profesora de economía de la Universidad de Sao Paulo, Laura
Carvalho, la constitución brasileña reserva el proceso de destitución del
Presidente/a para casos en que éste/a
haya incluido en responsabilidad criminal. En un sistema presidencialista como
el brasileño, un cambio de mayoría en el Parlamento no puede constituir un
atajo para derrotar a un rival político.
EL ERROR ORIGINARIO DEL PT Y LA SOLEDAD DE DILMA
De
forma que, en este proceso, se ha terminado por obliterar la causa que lo
generó, al descubrirse que existían otros motivos más convenientes para
alcanzar el fin deseado de antemano, es decir, la destrucción política de
Roussef, el debilitamiento del PT y, al cabo, la neutralización de la izquierda
brasileña con capacidad y fuerza para gobernar.
Dicho
esto, Roussef ha cometido errores de bulto en su defensa. Nombrar a su mentor,
el ex-presidente Lula, como jefe de gabinete, para blindarle de una
investigación judicial basada en una dudosa acusación de enriquecimiento
ilícito fue un paso en falso. Sólo puede comprenderse desde la soledad política,
el debilitamiento institucional y el envilecimiento de la vida pública
nacional.
Roussef,
Lula y el PT están pagando ahora un error capital: "acostarse"/aliarse
con el adversario más abyecto para permanecer como opción de poder, frente a la fragmentación del panorama político
brasileño. El Partido por el Movimiento de la Democracia Brasileña (PMDB), aliado
parlamentario y gubernamental del PT, no era recomendable porque fuera
conservador o de derechas, sino porque su carácter declaradamente oportunista.
Las rivalidades personalistas y casi pueriles en el centro-izquierda brasileño
determinaron una coalición contra-natura que terminó sembrando las semillas de
la desgracia.
A
Roussef no se la va a destituir porque sea corrupta. Ni siquiera porque haya
sido ineficaz en el intento de capear el desastre económico. Se la va a
destruir porque es débil, porque es vulnerable, porque carece de apoyos sólidos
para resistir el linchamiento.
En
definitiva, un proceso que se inició para combatir la corrupción va a reforzar
a los corruptos. La mayor corrupción que hay en Brasil, como en otros países de
América Latina, es la trama organizada de intereses económicos, financieros y
mediáticos con blindaje legal, complicidad jurídica e impotencia social. Todo
apunta a que ese complejo permanecerá inmune.