UCRANIA: EXTRAÑOS COMPAÑEROS DE VIAJE

30 de marzo de 2022

La guerra de Ucrania ha cambiado muchas cosas no sólo en Europa, sino en todo el mundo. Eso se desprende del aparente comportamiento de los actores internacionales (estados, organismos multilaterales, entidades financieras, empresas, corrientes ideológicas y políticas y grupos de opinión y/o propaganda).

ORIENTE MEDIO: AMIGOS HUIDIZOS

La guerra ha acercado contra pronóstico a veces o, en todo caso, más allá de lo predecible a estados que hasta ahora se mantenían en opciones estratégicas divergentes. Este juego múltiple no es nuevo en Oriente Medio y el Norte de África, pero pocas veces se había llegado a tal trastocamiento de alianzas. Israel, Arabia Saudí y los Emiratos, tradicionales socios esenciales de Estados Unidos en la región, se han desmarcado de Washington en esta crisis (1).

Israel no ha condenado la invasión rusa de Ucrania y se ha ofrecido como mediador, después de que el primer ministro Bennett visitara a Putin en plena campaña bélica. El presidente de Ucrania ha criticado a las autoridades israelíes por negarles armamento relevante para su defensa, como el sistema de protección antimisiles. Estos días se ha sabido que Israel se negó a facilitar a Ucrania (también a Estonia) el dispositivo Pegasus, de escucha, espionaje y hackeo, después de que Moscú planteara su veto (2).  Israel mantiene una colaboración militar curiosa con Rusia. Moscú permite los bombardeos israelíes periódicos de objetivos pertenecientes a la milicia chií proiraní de Hezbollah en Siria e incluso de algunas posiciones del gobierno de Damasco, aunque éste siga protegido por el Kremlin.

Arabia Saudí no sólo no ha condenado la invasión rusa de Ucrania, ni se ha sumado a la política de sanciones con Moscú, sino que se resiste a permitir un incremento de la producción de petróleo para favorecer una bajada de los precios, en un momento de fuerte presión alcista. En este caso, el reino saudí mantiene el acuerdo que en su día negoció con el Kremlin. El príncipe heredero, Salman bin Saud, se negó incluso a contestar a una llamada de Biden. Las relaciones entre ambos dirigentes son frías, debido tres razones principales: la contención del programa nuclear iraní, las desavenencias sobre la guerra de Yemen y el asesinato del periodista Khassoggi por miembros de la seguridad saudí en Estambul (3)

La negociación de Estados Unidos e Irán para restablecer el acuerdo nuclear está a punto de caramelo. Se ignoran los detalles y si se han acordado cambios con respecto a 2015. Pero se sabe que Rusia, parte importante del trato porque debía hacerse cargo del material radiactivo iraní, ha exigido que se eliminen ciertas sanciones sobre la venta de su petróleo. Arabia Saudí parece resignada al pacto. Pero ahora encuentra en Rusia un inesperado socio con el que dificultar su aplicación. Sólo hasta cierto punto: el Kremlin no sacrificará sus relaciones con Irán para favorecer a los saudíes. Además, el Príncipe Salman parece haber abandonado su moderación. En las últimas semanas se ha producido un incremento de la represión. Hace apenas diez días fueron ejecutadas más de 80 personas. Esto desagrada en Washington, al menos verbalmente, pero no en Moscú, donde preocupan poco o nada los ribetes más autoritarios del régimen saudí.

El pacto Abraham, que vincula a Israel con los Emiratos, Bahrein, Marruecos y Sudán, una coalición impensable hace apenas cinco años, ha celebrado este fin de semana pasado, en el desierto israelí del Neguev, una reunión de ministros de exteriores, a la que se ha sumado Egipto y, sobre todo, Washington, padrino original de la iniciativa. Una ocasión muy oportuna para evaluar el alcance de las disensiones (4).

Turquía tiene un difícil papel en esta crisis, pero es, de todos los actores más próximos al área de conflicto, el más avezado en seguir un ejercicio de equilibrismo con Rusia. El presidente Erdogan comparte los instintos autoritarios con Putin. Ambos países apoyan bandos distintos en Siria y Libia, pero han demostrado una enorme ductilidad para convencer a sus protegidos de pactar cuando es necesario. O conveniente (5).

En Ucrania es distinto. El mar Negro ha sido un escenario emblemático de la ancestral rivalidad entre ambas potencias imperiales: sultanes contra zares. El componente étnico complicaba la ecuación. Los tártaros de Crimea recibieron asilo y apoyo de las autoridad otomanas. Después de la segunda guerra mundial, Stalin estuvo a punto de amputar territorio turco en Cáucaso, hasta que Estados Unidos intervino con la “doctrina Truman” y dio comienzo a la “guerra fría” que enterró las esperanzas de una nueva armonía internacional tras la derrota nazi y nipona.

Ahora, Turquía apoya la integridad territorial de Ucrania, de la misma forma que se negó a reconocer la anexión de Crimea a Rusia en 2014 y el intento secesionista en el Donbás. Pero Erdogan no quiere romper los lazos con Rusia, no se suma a las sanciones y, para consolidar los puentes, ha albergado algunas de las rondas de negociación entre agredido y agresor. Para el presidente turco, este camino sobre campo de minas es arriesgado pero prometedor. Si la guerra acaba pronto, recuperaría parte del crédito perdido en Occidente (6).

NORTE DE ÁFRICA: ENTRE DOS AGUAS

En el Norte de África, Rusia ha encontrado una comprensión en parte inesperada. Egipto, clave del apoyo norteamericano en la zona desde el giro de Sadat hace ahora cincuenta años, juega al caliente y al frío. Escarmentados por lo que consideraron deslealtad de Washington durante la revuelta que provocó la caída de Mubarak, los militares que acabaron luego con el islamismo moderado de los Hermanos musulmanes impusieron un régimen aún más represivo que el anterior. Pese a un acercamiento en tiempos de Trump, el general-presidente Al Sisi juega con dos barajas, la rusa (en Libia y en Siria) y la occidental (en Palestina, con matices, o en Irán). Egipto necesita el trigo ruso y ucraniano para dar de comer a sus 120 millones de bocas. Antes de la guerra, el régimen defendió los intereses legítimos de Rusia y ahora se ha desmarcado de las sanciones (7).

Túnez, enclave occidental sólido desde hace décadas, sigue atrapado en un proceso de inestabilidad crónico, menos sangriento que el su vecino libio, pero igual de incierto. Tras la experiencia islamista moderada y el regreso de las vieja élite camuflada, el ensayo laico y personalista del jurista Saïd es cada vez más autoritario y menos convincente. En Occidente recibieron con alivio su victoria electoral, como habían hecho con el golpe egipcio, pero ya empiezan a darse cuenta de la verdadera naturaleza de la rectificación. Ahora, Saïd no ha tenido problemas para mostrarse comprensivo y hasta caluroso con el nuevo embajador ruso, para enorme irritación de Washington. El trigo ruso es esencial para alimentar a la población.

Más significativo es el caso de Marruecos, el único país de la vertiente sur del Mediterráneo integrado en el mencionado esquema Abraham. Israel le ha brindado el reconocimiento de su soberanía sobre el Sahara Occidental. A su vez, el Reino alauí le compra a Rusia carbón, petróleo y productos químicos por valor muy superior a los mil millones de dólares. Pero sobre todo, está interesado en que la ambiciosa industria de armamentos rusa no llegue al Frente Polisario, bien de forma directa  más bien a través de la mediación de Argelia, que es un socio tradicional de Moscú en la región. Marruecos no acudió a la votación de la Asamblea General de la ONU sobre la invasión y ha mantenido un perfil más que bajo en el baile diplomático (8).

LA SORPRESA VENEZOLANA

Venezuela es un caso aparte por lo inesperado y singular del viraje. Después de años de hostigamiento al régimen bolivariano, Estados Unidos ha decidido acercarse al régimen de Caracas para explorar la posibilidad de una cooperación petrolera que alivie la presión energética occidental. Una delegación norteamericana de alto nivel acabar de visitar Venezuela y parecen reactivarse las conversaciones de México entre el gobierno y la oposición. Un malhumorado Guaidó ha escrito un carta a Biden, manifestando su inquietud. No parece que sea ya el hombre de Washington, o al menos no el único.

De momento, Maduro recupera respetabilidad. Veremos cuánta y hasta cuándo. De momento, el presidente venezolano ha favorecido sin reservas este acercamiento casi como un regalo del cielo. Maduro se ha abstenido de apoyar expresamente la agresión rusa en Ucrania. Desde Moscú se ha reclamado a Caracas una revisión de las relaciones bilaterales (9).

ENCUENTRO DE EXTREMOS

La guerra ha alterado también ciertos alineamientos ideológicos. La convergencia de la extrema derecha europea con Putin, muy estable y evidente antes de la crisis, se ha ido tensionando en estas semanas. En Francia, Marine Le Pen ha sido la primera en alejarse del líder ruso y rechazar la invasión. El otro candidato ultra, Eric Zemmour, ha sido más circunspecto. En Italia, Salvini ha seguido los pasos de Le Pen e incluso ha tratado de borrar las huellas de su relación con el Kremlin. Los nacional-identitarios europeos adoptaron una posición de neutralidad, primero, para acentuar luego su compromiso con la OTAN.

En los partidos/formaciones a la izquierda de la socialdemocracia, se detecta una cierta esquizofrenia. Aunque se admite en voz baja que Putin no pretende restaurar la grandeza de la Unión Soviética, resulta atractiva su enemistad hacia la OTAN. A los canales de propaganda rusos se les otorga patente de solvencia informativa, como contrapeso a la intoxicación que atribuyen a los medios liberales occidentales.

En Estados Unidos, los medios más ultraderechistas reproducen la narrativa rusa, incluyendo los bulos más increíbles o los tópicos empleados por Putin para justificar la invasión. Casi todos los líderes de opinión que se alinearon con Trump y su confusa y nunca explicada relación con Putin, son ahora los que reproducen con curiosa exactitud los argumentos de la narrativa del Kremlin, antes y durante la guerra (10).

A esta paradójica convergencia de extremos opuestos se añade la posición monolítica que han adoptado los gobiernos, medios y fuerzas políticas del llamado consenso centrista europeo o del modelo bipartidista norteamericano. El rechazo y condena de la agresión rusa es un factor de polarización y unidad evidente. Pero a medida que se incrementa la brutalidad de las operaciones militares en Ucrania, se ha tendido a olvidar o ignorar las razones que causaron el conflicto y las erradas y/o interesadas políticas de seguridad occidentales. Como ha ocurrido en otras ocasiones, la guerra tiende a eliminar los matices, a culpabilizar las disidencias. Se descalifica y hasta se criminaliza cualquier visión no alineada incondicionalmente con la posición occidental mayoritaria, a la que se le cuelga a veces el sambenito de justificar a Rusia.

En sentido contrario, algunos de quienes mantenían una postura crítica con la OTAN, o incluso con la UE, se evaden de rechazar el sistema político autoritario y represivo de Putin, por la aprensión a que eso pueda contribuir a legitimar la estrategia norteamericana que consiste, para ellos, en reforzar su control sobre Europa y la creciente militarización del continente.



NOTAS

(1) “What the Russian war in Ukraine means for the Middle East”. VARIOS AUTORES, CARNEGIE, 24 de marzo.

(2) “Israel, fearing Russia reaction, blocker spyware for Ukraine and Estonia”. THE NEW YORK TIMES, 23 de marzo.

(3) “La guerre en Ukraine révèle au grand jour le divorce Washington-Ryad”. COURRIER INTERNATIONAL, 18 de marzo.

(4) “Blinken to press Mideast Allies for stronger support for Ukraine”. LARA JAKES. THE NEW YORK TIMES, 27 de marzo.

(5) “How far Will Turkey go to support Ukraine? Erdogan won´t sacrifice a strong, stable working relationship with Russia”. ERIN O’BRIEN. FOREIGN POLICY, 17 de febrero;

(6) “Can the Russia-Ukraine crisis offer an opportunity to re-anchor Turkey in NATO? KEMAL KIRISCI. BROOKINGS, 16 de febrero.

(7) “How the invasion of Ukraine will spread hunger in the Middle East and Africa”. THE ECONOMIST, 8 de marzo; “L’Afrique paie déjà le prix de la guerre en Ukraine”. MARIE DE VERGÈS. LE MONDE, 22 de marzo.

(8) “Ukraine’s invasion ushers in Algeria’s return”. GEOFF PORTER. THE WASHINGTON INSTITUTE NEAR EAST POLICY, 28 de marzo.

(9) “Un giro en Caracas. ¿Hora de descongelar las relaciones entre Venezuela y EE.UU.? PHIL GUNSON. INTERNATIONAL CRISIS GROUP, 16 de marzo; “U.S. weighs engagement with Venezuela, a Russia foothold in America's backyard”. ANTHONY FAIOLA. THE WASHINGTON POST, 25 de marzo.

(10) “How Russia and Right-wing America converged on war in Ukraine”. THE NEW YORK TIMES, 23 de marzo; “The friend of our enemy is not a ‘traitor’”. PETER BEINART. THE NEW YORK TIMES, 28 de marzo.

SAHARA: OBJETIVOS y ADJETIVOS.

24 de marzo de 2022

El pasado fin de semana supimos por Marruecos que el presidente del gobierno español había remitido al Rey Mohammed V una carta en la que califica la propuesta marroquí de una autonomía para el Sahara Occidental, como una “la base más seria, creíble y realista” para la resolución del conflicto. Las explicaciones oficiales españolas llegaron a posteriori, cuando ya se había desatado la polémica. La carta de Sánchez fue filtrada al diario EL PAÍS. En el Congreso, el ministro de exteriores, José Manuel Albares, detalló el entramado de intereses económicos, comerciales, humanos y culturales que vinculan a los dos países. La intención del gobierno, dijo, es abrir una nueva etapa de cooperación reforzada en las relaciones hispano-marroquíes y acabar con las “acciones unilaterales” que han provocado los conflictos periódicos de las últimas décadas. Albares aseguró que “no abandonaremos a los saharauis”.

Por el contrario, los grupos de izquierda, incluidos los socios menores del gobierno, consideran que se ha traicionado, de nuevo, a los saharauis, al esquivar la cuestión del referéndum. La derecha, que no tiene en el fondo una postura diferente a la adoptada por Sánchez, le reprocha al gobierno falta de transparencia y no haber consensuado la iniciativa con las fuerzas políticas. El portavoz del PSOE se esforzó en aclarar que no ha cambiado la posición española, ya apuntada durante el mandato de Zapatero y defendida por los administraciones posteriores del PP.

La discordia interna en España contrasta con la concertación europea. Hace unas semanas, el jefe de Estado alemán remitió una carta al monarca alauí en unos términos muy similares a los empleados por Sánchez, dando así por zanjada una polémica bilateral del año pasado a cuenta del Sahara. Francia, el país más decisivo en la gestión diplomática del conflicto, ha venido manteniendo una posición que encaja con la iniciativas recientes de Berlín y Madrid.

Estados Unidos ya había marcado el camino, como casi siempre. En 2020, Trump reconoció la soberanía de Marruecos sobre el Sahara Occidental, a cambio de que el reino alauí se adhiriera a los acuerdos Abraham, que establecen una cooperación económica y militar entre los estados árabes ultraconservadores e Israel, con el objetivo, entre otros, de estrechar el cerco a Irán. Durante su primer año de mandato, Biden no ha revertido ni denunciado esta línea de actuación.

Después de la invasión rusa de Ucrania, las relaciones internacionales vuelven a plantearse en clave de alineamiento y de polarización. No según los parámetros ideológicos de la guerra fría, pero si en términos análogos de rivalidad y confrontación. Este factor ha podido ser decisivo en los cálculos de las principales potencias europeas para intentar encauzar la cuestión del Sahara de manera diferente a cómo se ha hecho hasta ahora, es decir, bajo el mandato de la ONU.

JUEGO DE PALABRAS Y DE VOLUNTADES

El texto de la resolución 690 del Consejo de Seguridad, fechada en 1991, estableció un referéndum de autodeterminación en el Sahara (en coherencia con un proceso de descolonización) y la creación de la misión diplomática a tal efecto (la MINURSO). El objetivo declarado era “alcanzar una solución justa y duradera” para la cuestión de Sahara, aceptable para todas las partes. Al considerar la propuesta marroquí de 2007 como una “base seria, creíble y realista”,  la triada Paris-Berlín-Madrid se decanta por un aparente pragmatismo, en detrimento de la justicia que implica contemplar la aspiraciones de las dos partes.

Fijar la “autonomía” como “base” de negociación refuerza a Marruecos y debilita las actuales aspiraciones saharauis. Las resoluciones de la ONU plantean la cuestión entre independencia o incorporación del Sahara a la soberanía marroquí. La propuesta de Rabat reduce la consulta a esta última opción, bien mediante una gestión centralizada del territorio o con un autogobierno, cuyo alcance y contenido estaría sometido a una negociación que podría demorarse años. Eso sin contar con que habría que resolver previamente el censo de votantes, factor decisivo en el estancamiento de las tres últimas décadas. Pero determinar si la oferta de Marruecos es de verdad una opción “seria, creíble y realista exige una revisión del proceso seguido desde 1991.

UN FRACASO DIPLOMÁTICO CONTINUADO

El conflicto del Sahara Occidental ha estado parcialmente desconectado de la trama global compleja de Oriente Medio, pero en absoluto ajeno. Las sacudidas de la primera guerra de Irak llegaron al Magreb, con aire precursor. La amenaza para Occidente no era ya el comunismo o sus aliados regionales, sino un islamismo aún emergente. En la primera mitad de los noventa, la terrible guerra interna en Argelia entre el Ejército y los integristas islamistas hizo que primara el objetivo de la estabilidad. Se favoreció el acercamiento entre Marruecos, siempre prooccidental, y una Argelia que había perdido a su socio mayor soviético y parecía a la deriva.

En un principio, el Reino alauí se vio aparentemente forzado a flexibilizar su posición y aceptar teóricamente la opción del referéndum. Los independentistas saharauis, nada sospechosos de islamismo, resultaron beneficiados por este viraje. Georges Bush, deseoso de apadrinar un pax americana en la región, apoyó la solución del referéndum para el Sahara. La administración Clinton colaboró en el desarrollo de las condiciones para su realización.

Pero el entusiasmo por el nuevo orden mundial se fue evaporando. Rabat fue dilatando el proceso, el ejército argelino salió debilitado del baño de sangre y los saharauis vieron muy mermado su principal apoyo militar, para quedar a merced de la promesa diplomática y de la solidaridad internacional humanitaria para con sus refugiados.

A finales de los noventa era evidente que la consulta nunca se iba a celebrar, y así lo admitían en privado algunos dirigentes saharauis más pragmáticos. Salvo, claro está, que se hubieran aceptado las condiciones de Marruecos sobre el censo de votantes, lo que habría supuesto desnaturalizar la iniciativa. Como es bien sabido, ante la eventualidad de verse obligados a ceder, los sucesivos gobiernos marroquíes repoblaron el territorio con colonos cuya lealtad al Reino y, por lo tanto, contrarios a la independencia, estaba por completo garantizada.

Al poco tiempo de tomar el relevo de su padre, en 1999, Mohammed V se encontró con la oportunidad de salir del atolladero de la ONU. Después del 11 de septiembre de 2001, las sucesivas ”guerras contra el terror” dominaron la estrategia norteamericana en toda la región. El  nuevo Rey se ofreció como baluarte local de la ofensiva de Washington contra el extremismo islamista, a pesar de que Casablanca fuera uno de sus núcleos más activos de la propagación ideológica y del reclutamiento de militantes radicales. Mohammed V emuló lo que había hecho su padre durante la era bipolar. Hassan II fue un socio fiable contra los aliados regionales de Moscú y siempre dejó abierto un cauce de diálogo con Israel, sin perder su condición de abanderado de los derechos palestinos, como presidente del Comité Al Qods de la Liga árabe.

Para zafarse de su aislamiento en África, Rabat pasó de  obstaculizar el plan de la ONU a desvirtuarlo. El soberano alauí planteó en 2007 un modelo que podía sonar bien en las cancillerías occidentales: el de la participación de la población local en los asuntos de gobierno. Pero el giro marroquí carecía de solvencia política. Pese a los guiños de liberalización política de Mohammed V, la férrea autoridad del Trono en todos los ámbitos estratégicos de la gobernación del Reino no ha disminuido en estas dos décadas largas de reinado. Los tímidos cambios constitucionales tras el sobresalto de 2011 no alteraron la estructura de poder.

La entrada en el Gobierno de los islamistas moderados del Partido de la Justicia y el Desarrollo, tras sus triunfos electorales en 2012 y 2016, no significó una alternativa real por la tutela ejercida por la Corona. El Rey mantiene áreas reservadas de decisión (Interior, Defensa, Exteriores, etc.), designa a los ministros y responsables que considera oportuno y relativiza el peso de las mayorías parlamentarias. El modelo marroquí está más cerca de las monarquías absolutas del Golfo que de los reinos constitucionales europeos. Con esta trayectoria de décadas, no de años, no es difícil suponer la visión que Marruecos puede tener de “autonomía” saharaui.

UN CONTEXTO REGIONAL Y MUNDIAL DE CRISIS

Tras más de treinta años de inoperancia de la ONU, como en tantos otros conflictos, parece que Europa opta ahora por vías más directas, pero seguramente menos garantistas de los derechos de la parte más débil. El actual clima bélico ha debido pesar mucho en esta nueva orientación y viene a complicar un contexto regional de tensión y conflicto que puede resumirse así:

En Libia se vive un pandemónium político-militar pese a la actual tregua bélica. En Túnez, se impone cada día más el modelo egipcio. El alivio inicial por la contención del islamismo, siquiera moderado, se ha tornado en inquietud ante el creciente autoritarismo ejercido por el presidente Saïd. El agravamiento de las tensiones entre Rabat y Argel (principal valedor político de los saharauis) va más allá de las habituales fricciones bilaterales. Argelia no termina de asentarse tras las convulsiones del régimen y la represión mitigada del Hirak, el movimiento democrático ciudadano. Frente a este nuevo “arco de crisis”, Marruecos intenta presentarse como un enclave regional de estabilidad, aunque arrastre tensiones socio-económicas graves.

La percepción de marginación internacional empujó al Polisario, en su 15º Congreso, a finales de 2019, a amagar con un regreso a la lucha armada. No se ha producido hasta la fecha. Tan sólo ha habido escaramuzas, más bien protagonizadas por Marruecos, pero no se ha quebrado el alto el fuego. Rabat ha aprovechado la tensión para recrudecer la represión en el territorio saharaui.

EUROPA: SALIR DEL PASO

Por todo ello, la UE no está interesada en forzar la mano de Marruecos, con quien tiene vigentes convenios de cooperación en materia comercial, agrícola y pesquera, entre otros. En cuanto a los casos nacionales específicos, Rabat tiene cartas sustanciales que explotar a su favor.

Francia necesita un socio fiable de retaguardia para mantener su controvertida política de gendarme occidental en el África subsahariana. El fracaso de la operación Barkhane, en el  Sahel, debilita la contención del islamismo radical en la región. El gobierno militar de Mali acude a los mercenarios Wagner, conectados con Moscú y con experiencia de combate en Libia.

Berlín alberga proyectos de energía limpia que cree poder desarrollar en Marruecos, por las condiciones naturales del país. Por el contrario, el gas argelino no es relevante para Alemania.

Pero sí para España. De ahí el malestar que ha provocado en Argel una alineación tan rotunda del gobierno español con sus socios europeos mayores. En Madrid se confía que Argelia no dejará de suministrarnos gas, porque el valor de este recurso representa el 97% de sus exportaciones y no puede prescindir de un cliente tan importante como es su vecino español.

En contraste, los ámbitos de presión marroquí son bien conocidos: inducción de crisis migratorias puntuales, reclamaciones territoriales periódicas subidas de tono en Ceuta y Melilla, trabas en la vigilancia del narcotráfico o el relajamiento de los controles policiales sobre los caladeros de islamistas considerados peligrosos. La intimidación marroquí suele presentarse en forma de represalias por asuntos relacionados con el Sahara (como la atención hospitalaria brindada al líder de Polisario el año pasado), pero también como palancas preventivas ante negociaciones bilaterales o eurocomunitarias.

Los intereses y no los valores definen la política exterior. Es lo que diferencia a la justicia del  pragmatismo. O, dicho de otra forma, a los objetivos solemnes de los adjetivos con que se adornan los regateos diplomáticos más prosaicos. A estas alturas, los saharauis lo saben muy bien y hace tiempo que debían temerse lo que ha ocurrido.

UCRANIA: LOS CUATRO ESCENARIOS DE LA GUERRA

16 de marzo de 2022

Tres semanas de guerra en Ucrania. La solución no parece cercana, porque la guerra no se libra solo en el terreno militar. Cuando se apaguen los cañones se impondrán otras batallas ya en curso, más sordas, menos aparatosas, pero no menos destructivas. Los escenarios del conflicto, de momento, se superponen.

1) EL ESCENARIO MILITAR

Continua el debate sobre la eficacia de la campaña bélica rusa. En Moscú se dice que todo va según lo previsto. Pero como se ignoran los planes de partida, es difícil comprobar si se dice la verdad o se miente. Por defecto, en una guerra se miente siempre. O se dice sólo la parte de la verdad que interesa. Desde el bando agredido, la verdad se corrige con la necesidad de la resistencia anímica. Se proclama la voluntad de vivir y se airean las bajas enemigas. Pero el joven estado ucraniano está temporalmente amputado en el este (gran parte del Donbás) y en el sur (franja ribereña del Mar Azov y corredor de conexión con Crimea), operacionalmente ocupado en el norte, en torno a las grandes ciudades, y asediado en su capital.

En Occidente se escuchan estimaciones disonantes. Las políticas agrandan el supuesto fracaso de Moscú, sin explicar sobre qué bases Rusia podría haber logrado una victoria militar rápida, fulminante. Los medios liberales transmiten la idea de que Putin ha elegido una baza perdedora, aparte de malvada. En contraste, se sublima la resistencia local, que es real, pero limitada (1). Los militares occidentales, más discretos, sostienen que, salvo sorpresa mayúscula, Rusia completará sus operaciones antes de finales de este mes. Otra cosa es lo que pueda hacer el Kremlin con una previsible victoria militar. Eso es una cuestión política que excede su ámbito de análisis. Y de responsabilidad.

El estado ucraniano combate en situación de inferioridad, obviamente, pero dispone de armas no desdeñables, proporcionadas por Occidente, no para vencer, pero si para entorpecer y retrasar la victoria rusa. Los misiles anticarro Javelin, procedentes de Estados Unidos, son las estrellas de esta guerra. Al parecer, están dificultando el avance de las columnas rusas hacia sus objetivos (2). Las barreras de contención urbanas es el punto cardinal de la resistencia ucraniana. Rusia, como se suponía, parece poco preparada para este tipo de guerra. Además, todo indica que adolece de una logística eficaz y de una cadena de mando demasiado rígida. Pero esas son estimaciones difícil de verificar.

El bombardeo ruso de la base militar de Yaroviv, cerca de la frontera con Polonia, ha tenido un impacto político y mediático desproporcionado con respecto a su importancia militar (3). En Occidente se ha presentado como un desesperado intento de Rusia por amedrentar a los aliados occidentales más cercanos. Pero es obvio que Moscú no tiene interés en ampliar los frentes y mucho menos de entrar en colisión directa con la OTAN. La base era un punto de recepción de armamento y voluntarios para apoyar al gobierno de Kiev. El ataque tenía valor militar por sí mismo y no simplemente como advertencia o resorte propagandístico.

2) EL ESCENARIO DIPLOMÁTICO

Es confuso y contradictorio, en apariencia. Los dos bandos directos negocian cuestiones logísticas centradas en torno a los llamados “corredores humanitarios” de evacuación y aprovisionamiento. Los aspectos más políticos no trascienden. Al menos no con claridad. Parece que cada parte se aferra a sus posiciones de partida, de preguerra.

Pero más allá de estas mesas bilaterales, se aprecian señales. El presidente Zelensky insinúa que Ucrania está abocada a esa neutralidad que Rusia exige. Esa postura puede parecer ahora fruto de una ingenuidad inicial o de falta de realismo previo. En realidad, es la constatación de un error estratégico. Cuesta creer que las élites ucranianas esperaran otra cosa de Occidente que la respuesta obtenida: suministro medido (pero no irrelevante) de armamento, presión económica severa a Rusia y proclamas de solidaridad. La negativa occidental a imponer una zona de exclusión aérea demandada insistentemente por Kiev era de esperar: lo contrario, hubiera implicado el alto riesgo de una indeseada escalada militar. El episodio de los aviones polacos quedará como estandarte de un desencuentro que la propaganda de guerra a duras penas puede encubrir. El apoyo occidental a Ucrania ha tenido desde el principio los límites muy marcados. Ni la destrucción, ni el sufrimiento humano, ni la demonización de Putin han cambiado un propósito estratégico firme: nada de provocar un conflicto militar con Rusia (4).

La Unión Europea también estaba destinada a “decepcionar” a Ucrania. El atajo del ingreso ha sido descartado en el pomposo escenario de Versalles, como estaba cantado.  No lo permitían ni las bases jurídicas ni las condiciones económicas (por no hablar de las políticas). Se han ofrecido a Ucrania compensaciones y promesas cariñosas, que veremos en que se traducen cuando pase la tormenta (5). Nadie quiere plantear que Ucrania vuelva a 2013, o sea a una posición de incierta cooperación con la UE. La neblina es este frente es muy densa. Poco han podido dispersarla los tres jefes de gobierno centroeuropeos (por cierto, nacional-populistas), que han escenificado una “visita para las cámaras” a Kiev.

Más trascendente es la posición de China. La “amistad sin límites” que Putin y Xi Jinping escenificaron en el Pekín olímpico fue anterior a la invasión. A pesar de las numerosas especulaciones circulantes, todas interesadas, se ignora si el presidente ruso hizo saber a su colega chino sus intenciones bélicas. Esta semana ha ocasionado gran revuelo la supuesta petición rusa a China de ayuda (alivio económico y suministros logísticos, se dice). Las fuentes son norteamericanas. Desde Pekín se niega. En Moscú se calla. El asesor de seguridad de Biden, Jack Sullivan, ha protagonizado otro maratón conversador con su homólogo chino, Yang Jiechi, para disuadirlo de ese empeño. Como en los contactos anteriores, poco positivo ha obtenido (6). En esta Casa Blanca preocupaba más China que Rusia. La conjunción de estos dos desafíos obligará a una reedición actualizada del containment, la estrategia de contención de la “amenaza comunista” que definió la guerra fría durante más de dos décadas.

En Occidente, se hacen estimaciones muy confusas de la actitud china ante esta guerra (6). Se cree que a Pekín no le interesa, y hasta le incomoda. Más aún, que no hay un entusiasmo por los designios “revisionistas” de Putin. Algunos analistas creen que la burocracia estatal china presenta pocas simpatías por esta aventura militar. Pero como Rusia es una piedra no pequeña en el zapato de Estados Unidos, la deriva del Kremlin es rentable en el pulso estratégico del siglo entre la decadente América y la emergente China. La amistad interesada ruso-china sería una apuesta personal de Xi Jinping, de quien se considera que ejerce ya un liderazgo cada vez más personal y menos colegiado. A finales de este año se confirmará su mandato vitalicio e incontestado.

3) EL ESCENARIO HUMANITARIO

Con casi tres millones de ucranianos desplazados y esparcidos por Europa (la gran mayoría en Polonia y otros países cercanos a la zona de guerra), la dimensión humana del conflicto agota poco a poco su corriente de simpatía para convertirse en factor de preocupación. Estamos aún en la fase de los despliegues solidarios, favorecidos por cuestiones raciales, culturales y religiosas más propicias. Ser ucranianos es todavía una ventaja comparado con ser yemení, sirio o afgano en el discurso de autoridades y ciudadanos europeos, donde ha prendido la selectividad o el rechazo directo propagado por el nacionalismo identitario. Ya se avistan las primeras señales de esa “fatiga de la compasión” que siempre comparece después de varias semanas de guerra. El gobierno británico, muy combativo en el frente político contra Moscú, ha sido el primero en marcar la raya y “privatizar” la solidaridad, gesto que Macron se ha apresurado a afear (7).

Los recursos son limitados, las facturas de los combustibles aprietan cada día más, comienza a prender cierto ambiente de inquietud por la carestía de suministros y los medios anticipan el cansancio de las audiencias. Decae el interés social por una guerra que en pocos días quedará relegada de las portadas, cabeceras  televisas y trinos de las redes sociales. El escenario humanitario quedará barrido por otro mucho más prosaico.

4) EL ESCENARIO ECONÓMICO

Las sanciones ha sido el principal frente de  combate de Occidente contra el Kremlin. Analistas progresistas como Thomas Piketty dudan  sobre la eficacia y la justicia de esas medidas. Los rusos comunes puedan padecer mucho más que las élites políticas y los oligarcas (8).

Las consecuencias en Occidentes son aún inciertas. Cada día, los nubarrones económicos se hacen más amenazantes: crisis energética, inflación, estancamiento, inquietud social.

En EE.UU. se puede dar por enterrado el programa socio-ecológico de aire rooseveltiano del primer Biden. Aumentará (aún más) el gasto militar y se estancará o retrocederá la reducción de la brecha social. ¿Estamos ante otra presidencia de un solo mandato?

Eu Europa, la guerra no era el escenario esperado para superar las secuelas económicas de la pandemia. De momento, no hay boicot o desenganche del gas ruso, a pesar del ruido de las últimas semanas. No se sigue la línea dura de Washington, porque son enormes niveles de dependencia. Los precios del petróleo y el gas se disparan. Se buscan fuentes sustitutivas. Pero no se avistan soluciones rápidas, ni baratas, incluso para los especialistas como el economista Adam Tooze (9). Los productores norteamericanos de fracking confían en poder sustituir la oferta rusa de energía a largo plazo. Esta incertidumbre se proyecta sobre el gran desafío secular. ¿Se frenarán los planes de transición ecológica?

Además, el “miedo a Rusia” dispara las previsiones de gasto en defensa. Alemania ya anuncia su compromiso con ese 2% del PIB que Washington lleva décadas reclamando. Otros países pueden seguir el paso, incluida España, según parece. Eso quiere decir, se reconozca o no,  menos inversión social, más desigualdad. Rusia dejará pronto de ser el enemigo de referencia en el relato político y mediático. El foco empieza a desplazarse de esa guerra lejana para centrarse en batallas domésticas: precios, control de salarios, fiscalidad, tipos de interés. Todo ello parece dibujar un escenario similar al de la segunda mitad de los setenta. Contrariamente a entonces, sin embargo, el neoliberalismo no parece disponer de sus recetas doctrinarias que barrieron el keynesianismo en Estados Unidos y las políticas socialdemócratas en Europa.


NOTAS

(1) “Russia’s armed forces are suffering substantial losses in Ukraine. But that does not mean Ukraine is better positioned for future combat”. THE ECONOMIST, 14 de marzo.

(2) “What to know about the role Javelin antitank missiles could play in Ukraine’s fight against Russia”. THE WASHINGTON POST, 12 de marzo.

(3) “Russia targets Ukraine’s military base near Polish border in escalation”. THE GUARDIAN, 14 de marzo.

(4) “Mind the escalation aversion: Managing risk without losing the initiative in the Russia-Ukraine war”. AMY NELSON Y ALEXANDER MONTGOMERY. BROOKINGS, 11 de marzo.

(5) “Les Vingt-Sept excluent l’idée d’une rapide adhesion de l’Ukraine a l’Union Européenne”. LE MONDE, 11 de marzo.

(6) “American returns to containment to deal with Russia and China”. THE ECONOMIST, 14 de marzo; “How does this end?  A way out of the Ukrainian war proves elusive”. THE NEW YORK TIMES, 13 de marzo.

(7) “As Europeans open its doors to fleeing Ukrainians, Britain adopts a ‘do-it-yourself’ asylum plan”. THE WASHINGTON POST, 15 de marzo.

(8) “Il faut cesser inmédiatement de financer l’Etat russe par les hydrocarbures et repenser le fonctionnement des sanctions. THOMAS PIKETTY. LE MONDE, 11 de marzo.

(9) “How the rising oil prices will change the world as we know it” Entrevista con el economista ADAM TOOZE. FOREIGN POLICY, 11 de marzo.

 

LA COBERTURA MEDIÁTICA DE LA INVASIÓN RUSA DE UCRANIA

 9 de marzo de 2022

La cobertura mediática de la guerra en Ucrania reproduce patrones experimentados en los conflictos bélicos que han merecido la atención preferente de las principales compañías informativas en los últimos 30 años. Naturalmente, el patrón dominante en Rusia es diferente al que se observa en Occidente,

RUSIA: LA PROPAGANDA SUSTITUYE A LA INFORMACIÓN

En Rusia, la confusión entre información y propaganda es total. Más bien podría decirse que la propaganda ha sustituido a la información, como suele ocurrir en los sistemas en los que el estilo autoritario domina el funcionamiento institucional.  

Primero, se instruyó a los medios estatales para que ofrecieran la versión oficial. No se puede hablar de invasión, ni siquiera de guerra, sino de “operación militar especial”. Pero esta grosera manipulación terminológica no ha sido suficiente para embridar el ánimo de la población. El apoyo social a la campaña militar  es más que dudoso. Según algunas encuestas independientes de difícil verificación, más de la mitad de los rusos respaldan la invasión, mientras una cuarta parte se opone y el resto no tiene opinión o no la quiere manifestar (1).

Se hacía imperativo, por tanto, actuar sobre los medios independientes. Cuando resultó evidente que no valían las advertencias y/o amenazas, se pasó al recurso punitivo. La Duma aprobó, sin votos en contra, una ley que penaliza con hasta 15 años de prisión a quienes transmitan “mentiras” sobre lo que ocurre en Ucrania. Mentiras es todo aquello que cuestiona la versión oficial. Los dos medios independientes más prestigiosos, Radio Echo Moscú y la televisión digital Dozhd, han decidido cerrar, amedrentados.

Televisiones, radios y prensa internacionales se han sentido también intimidados y han preferido renunciar a informar desde Rusia. Muchos ciudadanos rusos de cierto nivel económico y cultural, disponían de estos canales para contrarrestar la narrativa oficial.

El otro ámbito de actuación han sido las redes sociales. Facebook, Twitter y TikTok han sido bloqueados. Hasta hace poco tiempo, la libertad de expresión en Rusia era aceptable, sin ser óptima. Pero, como recuerda la investigadora de origen ruso María Snegovaya (Universidad George Washington), comenzaron a producirse claras restricciones con motivo de las protestas en varias ciudades rusas tras la detención del dirigente opositor Alexei Navalny (2).

A pesar de este intento de controlar la respuesta social, el gobierno ha tenido que acudir a la represión directa para frenar las protestas. Según la ONG OVD-Info, citada por LE MONDE, 13.000 militantes antiguerra han sido interrogados por la policía (3).

OCCIDENTE: EL RIESGO DEL “IMPERATIVO MORAL”

En Occidente, también se pueden apreciar debilidades notables, aunque de manera menos grosera, más híbrida, más sutil. El tono dominante es de un supuesto imperativo moral que se superpone y en muchos momentos condiciona la obligación de informar de manera desapasionada y objetiva, explicando y no induciendo.

En Ucrania, se observan los mismos errores o vicios que en coberturas mediáticas de guerras anteriores. Se mezcla la labor de informar con una confusa toma de partido cívica, más retórica y gestual que práctica y real. Este comportamiento se detecta más en los responsables de las ediciones que en los reporteros sobre el terreno, por lo general. Los líderes de opinión, los detentadores de pantallas, micrófonos, portadas y titulares se erigen en jueces y olvidan su obligación formadora, pedagógica, explicativa. Se compite por ser el más solidario con el agredido y el más contundente contra el agresor. Hay una simplista reducción del conflicto a un cuento de buenos y malos. Se abdica de la obligación de informar, en nombre de un supuesto imperativo moral.  No se trata solamente de una confusión irreflexiva. O de un reflejo emocional de simpatía frente a la víctima. En todo estos comportamientos hay una preocupación consciente o inconsciente de estar en el bando correcto.

Uno de los miembros del equipo de Democracy Now!, colectivo independiente de la izquierda norteamericana, ha denunciado casos concretos de estos vicios deformativos detectados en los primeros días de la guerra ucraniana: narración ficcionada de episodios bélicos concretos, uso de imágenes correspondientes a otros conflictos para apoyar un relato, credulidad absoluta ante las versiones del bando “bueno” y descalificación prejuiciosa del contrario, etc. A todo esto hay que añadir ciertos reflejos racistas como el protagonizado por un enviado especial de la CBS que definió a los resistentes ucranianos como “civilizados” en contraste con iraquíes o afganos (4).

Yo mismo he presenciado como una presentadora de noticias de BBC World regañó y llamó mentiroso en antena a un portavoz de un instituto ruso de relaciones internacionales porque se alineaba con la posición oficial ¿Qué esperaba?

En la guerra de Ucrania se detectan varios asuntos de equívoco tratamiento. En primer lugar, las razones del conflicto. Se ha insistido mucho en ridiculizar la “desnazificación”, un mantra ruso que responde a la propaganda más burda. Pero apenas se ha explicado la realidad política de Ucrania, el contexto geoestratégico y las preocupaciones de seguridad de Rusia. ¿Alguien ha planteado qué hubiera hecho Estados Unidos si México solicitara un tratado de defensa con Moscú o con Pekín? ¿Se olvida que Reagan financió y diseño una guerra encubierta en Nicaragua aunque los sandinistas suponían riesgo cero para la seguridad norteamericana?

Que Rusia ha atacado militarmente a Ucrania pertenece al ámbito de la realidad y no al de la interpretación. Pero a partir de ese hecho incontrovertible, se han sucedido los relatos convergentes hacia la demonización del agresor y la victimización del agredido. Los más frívolos, como algunos periodistas deportivos, están incurriendo directamente en la rusofobia.

La mayoría de los medios se han precipitado en transmitir que el “ejército de Putin” ha fracasado en sus objetivos iniciales. ¿Realmente alguien conoce el plan de batalla del Kremlin? ¿Hemos olvidado que los norteamericanos necesitaron tres semanas para tomar Bagdad en 2003, ante un enemigo mucho menos poderoso y peor armado que el ejército de Ucrania?

A continuación, se ha instalado la idea de que Rusia ataca sistemáticamente objetivos civiles. El daño no reside en informar de estos bombardeos que causan muertes en la población, algo fuera de duda. Lo discutible es que se les atribuya una intencionalidad malvada expresa, debido a la frustración rusa por la falta de resultados militares tangibles. Es evidente que en esta guerra están muriendo ciudadanos desarmados. Como en Irak, en Serbia o en Afganistán. Pero en las guerras de Estados Unidos o de la OTAN se solía aceptar que las víctimas civiles eran producto de errores, de fallos puntuales de inteligencia, de accidentes. En el caso de Rusia, esta consecuencia de la guerra se atribuye a  una estrategia deliberada; terrorista, se ha dicho.

UN MODELO INQUIETANTE

Desde 1990 se vive una efervescencia mediática con la guerra, porque el enorme desarrollo de los recursos tecnológicos ha impulsado la proximidad e inmediatez de la transmisión de lo que ocurre en una zona de conflicto. Aparentemente, la técnica nos debería acercar a la verdad. Por el contrario, la fantasía se ha hecho más eficaz, porque se parece más a la verdad que se quiere inculcar, y ésta a la verdad que se quiere ver y escuchar.

Ya hay estudios críticos serios sobre el enorme fracaso de los medios en las guerras de la posguerra fría. Las élites son conscientes de que el interés informativo sólo es rentable cuando ingentes cantidades de ciudadanos toman partido y sienten la necesidad de expresarlo, de hacerse protagonistas mediante gestos que nunca superan el umbral de lo simbólico.

La cobertura de un conflicto bélico exige dosis extraordinarias de rigor e imparcialidad en la presentación y preservación de los datos contrastables, porque aumentan y  se agravan los peligros de construir relatos paralelos, de alterar o manipular los hechos, de justificar las decisiones de los responsables políticos, de ocultar los errores de un bando  y magnificar los del otro. La verdad es la primera víctima de la guerra, reza el adagio de invariable cumplimiento.

En la guerra de Ucrania resulta fácil identificar al agresor, y eso facilita la contaminación de la propaganda. Como ciudadano, el informador puede y debe actuar con el grado de compromiso partidista que considere oportuno y necesario. Pero cuando ejerce su labor profesional, en la escala que le corresponda, no puede permitirse ese lujo.

Los años de experiencia en la organización de cobertura de guerras o graves conflictos internacionales me aconsejan ser muy escéptico sobre estos despliegues de unanimidad informativa. Responden, por lo general, a intereses mucho menos dignos que el sufrimiento de poblaciones inocentes o la fidelidad a principios tan elevados como la paz, la justicia o la concordia entre las naciones. Las guerras son siempre la expresión de conflictos de intereses  entre unos pocos en perjuicio de las mayorías. Para entender la complejidad de los conflictos internacionales la simplificación de buenos y malos, héroes y villanos, no es el mejor camino.

Rusia es el agresor en esta guerra y con eso parece bastar. No es así. En los conflictos bélicos de Occidente se ha puesto mucho interés en resaltar que la guerra fue el último recursos después de que fracasaran los esfuerzos diplomáticos. En el caso actual, se ha obviado o minimizado los argumentos rusos, sean o no consistentes o sinceros.

En la llamada “guerra contra el terror”, Estados Unidos empleó el concepto “acción militar preventiva”; es decir, atacar antes de volver a ser atacado, amparándose en el “trauma del 11 de septiembre” y en la enorme mentira de las “armas de destrucción masiva” iraquíes. Muchos medios, en particular los norteamericanos se adscribieron a este tramposo argumento. Ahora, en cambio, se muestran muy combativos ante la falsedad rusa de la “desnazificación”.

Una vez acabada la guerra de Irak (si es que puede considerarse guerra a aquel linchamiento  de un régimen hostil que termino pagando en sangre, destrucción y miseria la población civil), se inició un proceso de expiación de los medios por la falta de rigor y profesionalidad que demostraron. Recuérdese aquella frase lapidaria de Dan Rather, una de las anclas mediáticas de EE.UU.: ”Siempre que mi presidente, mi comandante en jefe me llame al servicio, allí estaré”. El informador se convierte en soldado. Al descubrirse la falsedad de los argumentos de la Casa Blanca, el veterano periodista se excusó y modificó su actitud ante la guerra. Demasiado tarde.

 

NOTAS

(1) “Trough Putin’s looking glass: How the Russians are seeing -or not seeing- the war in Ukraine”. ANTHONY FAIOLA. THE WASHINGTON POST, 8 de marzo.

(2) “With new limits on Media, Putin close a door on Russia’s ‘openness’”. STEVE LEE MYERS. THE NEW YORK TIMES, 7 de marzo.

(3) “Comment les ruses antiguerre contournent un Internet muselé”. PAULINE CROQUET. LE MONDE, 8 de marzo.

(4) “Media malpractice and Information War in Ukraine. The Western media’s double standard is on full display amid Ukraine war coverage”. ISHMAEL N. DARO. THE NATION, 2 de marzo.

 

LAS PRINCIPALES INCÓGNITAS DE LA INVASIÓN RUSA

2 de marzo de 2022

Después de una semana de operaciones, ya se leen y escuchan valoraciones sobre el aparente fracaso de Rusia en la consecución de sus objetivos militares. Pero ¿cuánto hay de estimaciones objetivas, informadas y desapasionadas y cuánto de posicionamiento político, de intención propagandística, de esfuerzo por insuflar ánimos a los dirigentes de Kiev, de seguir la corriente de simpatía hacia la población civil ucraniana?

Como suele ser habitual, una guerra en curso siempre deja más incógnitas que certidumbres. Estas podrían ser las principales dudas sobre el desarrollo de la invasión rusa de Ucrania:

¿Por qué parece haberse estancado el avance militar después de un comienzo fulgurante?

No parece que una semana sea tiempo suficiente para hablar de estancamiento. Recuérdese  que Estados Unidos necesitó cinco semanas de bombardeos aéreos para forzar la evacuación iraquí de Kuwait. El derrocamiento de Sadam Hussein y la toma de Bagdad en 2003 llevó tres semanas. Y no hay comparación entre los adversarios de entonces y los actuales. Ni el estado de ánimo de la población del país atacado, en cada caso. Es precipitado o interesado afirmar que Rusia ha fracasado de momento. La operación militar es complicada, llevará tiempo y, ciertamente, cuanto más se prolongue, más posibilidades hay de fracaso.

¿Por qué no ha puesto Putin todos los efectivos militares en juego desde un principio?

No conocemos el plan de batalla del Kremlin. La resistencia de los ucranianos frente a la primera fase de la ofensiva rusa era previsible y comprensible, porque poco pueden esperar de una rendición incondicional. Es posible que el mando ruso hubiera planeado el escalonamiento de efectivos en función de la respuesta del adversario. El avistamiento el pasado martes de un convoy de 65 kilómetros de longitud en dirección a Kiev y la intensificación de los bombardeos de Jarkov en las últimas horas indicarían el comienzo de la segunda fase de la ofensiva.

¿Por qué no ha intervenido la aviación rusa de forma más contundente y determinante?

Es una de las cuestiones más intrigantes. Para Justin Bronk, del Instituto de Servicios Reales del Reino Unido, existen varias razones para este comportamiento. En primer lugar, la escasez de munición de alta precisión de los cazas rusos; esta carencia impediría identificar objetivos desde una distancia segura para los pilotos. En Siria, la aviación rusa empleó munición de precisión limitada, lo que provocó muchos daños en zonas civiles, según este experto. Además, la aviación rusa no acredita gran capacidad de coordinación entre sus sofisticados aviones y las operaciones en tierra. Y, por último, Bronk asegura que los pilotos rusos reciben entre 100 y 120 horas de entrenamiento en vuelo por año, mientras británicos y norteamericanos practican entre 180 y 240 horas anuales (1).

¿Por qué se han atacado objetivos aparentemente civiles?

Gobiernos y medios occidentales dan por hecho que se trata de acciones destinadas a crear pánico, a intimidar. Pero conviene recordar que en las recientes guerras lanzadas por Estados Unidos y la OTAN (Afganistán, Irak, Libia, Serbia) se produjeron ataques sobre objetivos civiles y daños personales indeseados y se aseguró siempre que se trataba de errores de distinto tipo. Es más, se quisieron disfrazar, en no pocas ocasiones ocultar (hasta que resultó imposible seguir haciéndolo) y en casi todos los casos justificar con argumentos como el camuflaje del enemigo en núcleos de población civil.

Si, en el caso de Ucrania, la interpretación occidental es correcta, la decisión de Rusia no parece ni muy inteligente, ni muy eficaz. Por poco que le importe a Rusia la condena mundial, en el frente interno la carnicería de civiles siempre resultará difícil de admitir y digerir. Además, estas masacres pueden asustar pero también galvanizar la resistencia y poner más incómoda a China, que hasta ahora no ha condenado la invasión.

¿Por qué la llamada ciberguerra rusa se deja aparentemente esperar?

Hay muchas razones, según un experto consultado por THE ECONOMIST (2). Que los ataques hayan resultado fallidos, que las defensas informáticas ucranianas hayan sido reforzadas por asistentes occidentales o que Rusia quiera preservar unas infraestructuras que cuentan con utilizar en un futuro próximo. En todo caso, en la nebulosa digital es difícil conocer el impacto inmediato. La ciberguerra puede manifestarse en cualquier momento.

¿Hasta dónde llega el apoyo occidental a Ucrania?

Se han incrementado las sanciones y extendido a otros ámbitos inicialmente intocados: la expulsión rusa del sistema de mensajería bancaria SWIFT, el bloqueo de gran parte de las operaciones exteriores del Banco central ruso, el embargo de los intereses personales de Putin, del ministro Lavrov , de algunos oligarcas y de otros personajes cercanos al Presidente, la prohibición de venta de materiales de doble uso, el cierre del espacio aéreo a los vuelos rusos, la censura de los medios y redes sociales, la expulsión de las competiciones artísticas y de los eventos culturales, etc.

En el plano militar, se ha incrementado el suministro de armamento a Ucrania, no sólo defensivo. En Alemania se ha roto el tabú de la venta de armas y se ha puesto fin a cincuenta años de Ostpolitik. Se ha reforzado el dispositivo militar en el flanco oriental de la OTAN.

Pero queda por saber si hay otro tipo de ayuda no declarada. Por ejemplo, el suministro de información esencial para conocer o incluso anticipar los sucesivos movimientos militares rusos, o la ubicación de unidades del enemigo, que facilite la realización de acciones armadas del ejército de Ucrania. Esta labor de inteligencia es esencial en estos tiempos. Tanto que puede determinar por completo la eficacia de cualquier operación militar.

En términos prácticos, puede decirse que Occidente ha entrado en guerra con Rusia.

¿Por qué no han replicado los rusos con represalias económicas a Occidente?

No es suficiente con decir que no pueden hacerlo. No tienen capacidad para responder con la misma moneda, obviamente, porque no controlan el sistema capitalista mundial. Pero tienen un margen de maniobra hasta el momento inexplorado. En la Duma o Parlamento ruso se han escuchado voces de diputados proponiendo que el Kremlin requise negocios o intereses de empresas occidentales en Rusia (3). Moscú ha sido prudente. ¿Hasta cuándo? ¿O es que no considera que las sanciones impuestas por Occidente sean tan dañinas como para abrir otro frente de combate económico?

¿Por qué ha anunciado Putin la puesta en alerta del arsenal nuclear?

Algunos dirigentes y medios  occidentales han querido ver en ello una prueba adicional de la desesperación de Putin: una muestra de debilidad. Puede ser, pero no es una explicación muy convincente. Más bien parece un recurso propagandístico o de intimidación a Occidente para que contenga el apoyo militar a Ucrania. Una forma alambicada de marcar una línea roja. O el intento de sembrar dudas sobre el “riesgo aceptable”.

¿Por qué se han avenido ambas partes a negociar tan pronto?

Cada parte tiene su motivación. Los ucranianos intentarían forzar un alto el fuego y conocer con qué se conformaría Moscú para detener su ofensiva. Una vez jugada la baza militar, no parece que Rusia vaya a dar marcha atrás. Pero necesita escenificar la negociación para hacer creer que no ha abandonado la opción diplomática. Más probable es que ciertos sectores del complejo de poder de Putin hayan exigido este intento de diálogo, en particular los oligarcas, cuyos intereses están amenazados por las sanciones (4).

Tampoco debe descartarse que China haya sugerido ese gesto. En todo caso, negociar es lo más sensato y responsable. Por encima de acusaciones y reproches. Cuánto antes cesen las operaciones militares, mejor para la población ucraniana. Otra cosa es el contenido de las negociaciones y la solvencia de los acuerdos. Como en todo conflicto bélico que se precie.

 

NOTAS

(1) “The mysterious case of the Russian Air Force”. JUSTIN BRONK. ROYAL UNITED SERVICES INSTITUTE, 28 de febrero.

(2) “Cyber-attacks on Ukraine are conspicuous by their absence”. THE ECONOMIST, 1 de marzo.

(3) “La Russie rumine sa risposte économique aux sanctions”. COURRIER INTERNATIONAL, 28 de febrero.

(4) “Une revolte des oligarques pourrait-elle faire tomber Poutin? COURRIER INTERNATIONAL, 1 de marzo.

 

PRIMERAS CONSIDERACIONES SOBRE LA INVASIÓN RUSA

 25 de febrero de 2022

1) Resulta arriesgado hacer especulaciones sobre el alcance de la operación militar rusa. Pero parece evidente que al marchar sobre Kiev y no limitarse a crear una zona de seguridad en el Este del país, el Kremlin ha decidido acabar con el gobierno central e imponer un vuelco favorable a sus intereses. Este propósito exigirá una ocupación militar, se admita o no en Moscú. La victoria militar será comparativamente mucho más fácil que la consecución de los objetivos políticos a medio y largo plazo. Cuando callen las armas, empezará una batalla mucho más larga e insidiosa que desgastará inevitablemente a Rusia.

2) Las invocaciones sobre la dimensión “histórica” de lo que está ocurriendo es una tentación irresistible para la mayoría de los dirigentes y de los editores de los medios informativos. A pesar de la enorme importancia de los acontecimientos que estamos presenciando (los ucranianos, sufriendo), la fase militar no es más que una consecuencia de decisiones políticas y/o diplomáticas anteriores.

3) Algunos juicios sobre la estabilidad mental de Putin o sobre su estatura moral pertenecen más al ámbito de la propaganda o de la retórica emocional que al análisis objetivo de la realidad. El presidente ruso actúa con la crudeza de quien cree defender sus intereses de seguridad sin contemplaciones. La política internacional nunca es un ejercicio de bondad o de ética, sino un complejo sistema de normas y decisiones que se aplican en función del interés, los recursos y las capacidades de cada parte en un momento determinado.

4) Los servicios de inteligencia norteamericanos -y occidentales, por extensión- acertaron en esta ocasión sobre las intenciones del presidente ruso, aunque no fueron exactos sobre el momento de la invasión. Una desviación menor, en relación con las advertencias de la pasada semana, pero completamente exactos con la previsión inicial de que el Kremlin esperaría al final de los Juegos Olímpicos de invierno para no incomodar a China,

5) La reacción occidental, más allá de la solemnidad de las declaraciones de los principales líderes, ha sido, hasta la fecha, muy contenida. Como se esperaba. La gestión de las sanciones contra Rusia  ha seguido la vía gradual, con el supuesto propósito de hacer reflexionar al presidente ruso. Pero nadie cree sinceramente en una rectificación. La operación militar llegará hasta el máximo de las capacidades y no es previsible que la amenaza del daño económico sea muy efectiva para provocar un giro en el comportamiento del Kremlin, que ya tenía descontado el coste de su decisión.

6) La confirmación de la negativa occidental a implicarse militarmente en Ucrania ayuda a comprender por qué la aspiración de una parte de la élite de Kiev de ingresar en la OTAN ha permanecido congelada durante casi catorce años. Ningún gobierno occidental está dispuesto a arriesgar vidas o comprometer recursos por la independencia de Ucrania. Kiev sabía eso de sobra. Es comprensible la amargura de estos momentos, pero no podía esperarse otra cosa.

7) Resulta difícil pensar en estos momentos en una negociación diplomática, pero la Historia nos enseña que eso es lo que ocurre siempre después de un estallido bélico. Lo que ocurre es que los dirigentes se prohíben reconocerlo para no parecer que se premia o tolera la agresión. Eso es precisamente lo que puede haber impulsado a Putin a subir peligrosamente la apuesta. Ya que no ha servido la intimidación, ha considerado inevitable golpear para forzar una nueva disposición del sistema de seguridad europeo.

8) La actual unidad aliada es solo aparente, casi obligada por la gravedad y emocionalidad del momento. Las diferencias de percepción y la asimetría de las relaciones con Moscú no van a cambiar por la invasión rusa de Ucrania. Hay al menos tres grupos de interés en la OTAN: lo extracontinentales (EE. UU., Canadá y el Reino Unido), los europeos occidentales (el núcleo duro de la UE, con París y Berlín a la cabeza, no coincidentes en todo ni mucho menos) y los antiguos países satélites de la URSS. Los márgenes de compromiso con esta Rusia autoritaria, ultranacionalista y nostálgica son muy distintos en cada caso.

9) El reequilibrio de la seguridad en Europa quizás se limitado o no tan desestabilizador como proclaman algunos dirigentes y doctrinarios occidentales. No es previsible que Rusia se atreva a intervenir en los países bálticos y menos aún en los estados centroeuropeos satélites de la URSS, porque eso activaría el artículo 5 del Tratado de Washington, que obliga a todos los aliados a defender al miembro que sea agredido. Tal escenario sería suicida para la Rusia de Putin y podría desencadenar un conflicto devastador.

10) China debía saber desde hace tiempo lo que Putin había decidido hacer para “resolver” la úlcera ucraniana. No es posible pensar que a Pekín le ha sorprendido para nada la escalada militar. Pekín puede asumir esta deriva agresiva de Moscú si no se descontrola. La alianza chino-rusa presenta tantas ventajas como inconvenientes. La tradicional cautela china en su política internacional consistirá en maximizar las primeras y reducir los segundos. Estos días se cumple el 50 aniversario de la visita de Nixon a Pekín, que consolidó el lento giro de la política exterior china tras el cisma comunista de mitad de los años cincuenta. La proclama amistad entre Xi y Putin no puede compararse a la entente entre Mao y Stalin a primeros de aquella década. Aquella fue primordialmente ideológica y ahora prima la dimensión económica y tecnológica.