16 de marzo de 2022
Tres semanas de guerra en Ucrania. La solución no parece cercana, porque la guerra no se libra solo en el terreno militar. Cuando se apaguen los cañones se impondrán otras batallas ya en curso, más sordas, menos aparatosas, pero no menos destructivas. Los escenarios del conflicto, de momento, se superponen.
1) EL ESCENARIO MILITAR
Continua el debate sobre la
eficacia de la campaña bélica rusa. En Moscú se dice que todo va según lo
previsto. Pero como se ignoran los planes de partida, es difícil comprobar si
se dice la verdad o se miente. Por defecto, en una guerra se miente siempre. O
se dice sólo la parte de la verdad que interesa. Desde el bando agredido, la
verdad se corrige con la necesidad de la resistencia anímica. Se proclama la
voluntad de vivir y se airean las bajas enemigas. Pero el joven estado
ucraniano está temporalmente amputado en el este (gran parte del Donbás) y en
el sur (franja ribereña del Mar Azov y corredor de conexión con Crimea), operacionalmente
ocupado en el norte, en torno a las grandes ciudades, y asediado en su capital.
En Occidente se escuchan
estimaciones disonantes. Las políticas agrandan el supuesto fracaso de Moscú,
sin explicar sobre qué bases Rusia podría haber logrado una victoria militar
rápida, fulminante. Los medios liberales transmiten la idea de que Putin ha
elegido una baza perdedora, aparte de malvada. En contraste, se sublima la
resistencia local, que es real, pero limitada (1). Los militares occidentales,
más discretos, sostienen que, salvo sorpresa mayúscula, Rusia completará sus
operaciones antes de finales de este mes. Otra cosa es lo que pueda hacer el
Kremlin con una previsible victoria militar. Eso es una cuestión política que
excede su ámbito de análisis. Y de responsabilidad.
El estado ucraniano combate en
situación de inferioridad, obviamente, pero dispone de armas no desdeñables, proporcionadas
por Occidente, no para vencer, pero si para entorpecer y retrasar la victoria
rusa. Los misiles anticarro Javelin, procedentes de Estados Unidos, son
las estrellas de esta guerra. Al parecer, están dificultando el avance de las
columnas rusas hacia sus objetivos (2). Las barreras de contención urbanas es
el punto cardinal de la resistencia ucraniana. Rusia, como se suponía, parece
poco preparada para este tipo de guerra. Además, todo indica que adolece de una
logística eficaz y de una cadena de mando demasiado rígida. Pero esas son
estimaciones difícil de verificar.
El bombardeo ruso de la base
militar de Yaroviv, cerca de la frontera con Polonia, ha tenido un impacto
político y mediático desproporcionado con respecto a su importancia militar (3).
En Occidente se ha presentado como un desesperado intento de Rusia por amedrentar
a los aliados occidentales más cercanos. Pero es obvio que Moscú no tiene
interés en ampliar los frentes y mucho menos de entrar en colisión directa con
la OTAN. La base era un punto de recepción de armamento y voluntarios para
apoyar al gobierno de Kiev. El ataque tenía valor militar por sí mismo y no simplemente
como advertencia o resorte propagandístico.
2) EL ESCENARIO DIPLOMÁTICO
Es confuso y contradictorio, en
apariencia. Los dos bandos directos negocian cuestiones logísticas centradas en
torno a los llamados “corredores humanitarios” de evacuación y aprovisionamiento.
Los aspectos más políticos no trascienden. Al menos no con claridad. Parece que
cada parte se aferra a sus posiciones de partida, de preguerra.
Pero más allá de estas mesas
bilaterales, se aprecian señales. El presidente Zelensky insinúa que Ucrania está
abocada a esa neutralidad que Rusia exige. Esa postura puede parecer ahora fruto
de una ingenuidad inicial o de falta de realismo previo. En realidad, es la constatación
de un error estratégico. Cuesta creer que las élites ucranianas esperaran otra
cosa de Occidente que la respuesta obtenida: suministro medido (pero no
irrelevante) de armamento, presión económica severa a Rusia y proclamas de
solidaridad. La negativa occidental a imponer una zona de exclusión aérea
demandada insistentemente por Kiev era de esperar: lo contrario, hubiera implicado
el alto riesgo de una indeseada escalada militar. El episodio de los aviones
polacos quedará como estandarte de un desencuentro que la propaganda de guerra
a duras penas puede encubrir. El apoyo occidental a Ucrania ha tenido desde el
principio los límites muy marcados. Ni la destrucción, ni el sufrimiento humano,
ni la demonización de Putin han cambiado un propósito estratégico firme: nada
de provocar un conflicto militar con Rusia (4).
La Unión Europea también estaba
destinada a “decepcionar” a Ucrania. El atajo del ingreso ha sido descartado en
el pomposo escenario de Versalles, como estaba cantado. No lo permitían ni las bases jurídicas ni las
condiciones económicas (por no hablar de las políticas). Se han ofrecido a Ucrania
compensaciones y promesas cariñosas, que veremos en que se traducen cuando pase
la tormenta (5). Nadie quiere plantear que Ucrania vuelva a 2013, o sea a una
posición de incierta cooperación con la UE. La neblina es este frente es muy densa.
Poco han podido dispersarla los tres jefes de gobierno centroeuropeos (por cierto,
nacional-populistas), que han escenificado una “visita para las cámaras” a Kiev.
Más trascendente es la posición
de China. La “amistad sin límites” que Putin y Xi Jinping escenificaron en el
Pekín olímpico fue anterior a la invasión. A pesar de las numerosas especulaciones
circulantes, todas interesadas, se ignora si el presidente ruso hizo saber a su
colega chino sus intenciones bélicas. Esta semana ha ocasionado gran revuelo la
supuesta petición rusa a China de ayuda (alivio económico y suministros
logísticos, se dice). Las fuentes son norteamericanas. Desde Pekín se niega. En
Moscú se calla. El asesor de seguridad de Biden, Jack Sullivan, ha protagonizado
otro maratón conversador con su homólogo chino, Yang Jiechi, para disuadirlo de
ese empeño. Como en los contactos anteriores, poco positivo ha obtenido (6). En
esta Casa Blanca preocupaba más China que Rusia. La conjunción de estos dos desafíos
obligará a una reedición actualizada del containment, la estrategia de
contención de la “amenaza comunista” que definió la guerra fría durante más de
dos décadas.
En Occidente, se hacen
estimaciones muy confusas de la actitud china ante esta guerra (6). Se cree que
a Pekín no le interesa, y hasta le incomoda. Más aún, que no hay un entusiasmo
por los designios “revisionistas” de Putin. Algunos analistas creen que la burocracia
estatal china presenta pocas simpatías por esta aventura militar. Pero como
Rusia es una piedra no pequeña en el zapato de Estados Unidos, la deriva del
Kremlin es rentable en el pulso estratégico del siglo entre la decadente América
y la emergente China. La amistad interesada ruso-china sería una apuesta
personal de Xi Jinping, de quien se considera que ejerce ya un liderazgo cada
vez más personal y menos colegiado. A finales de este año se confirmará su
mandato vitalicio e incontestado.
3) EL ESCENARIO HUMANITARIO
Con casi tres millones de
ucranianos desplazados y esparcidos por Europa (la gran mayoría en Polonia y
otros países cercanos a la zona de guerra), la dimensión humana del conflicto agota
poco a poco su corriente de simpatía para convertirse en factor de preocupación.
Estamos aún en la fase de los despliegues solidarios, favorecidos por
cuestiones raciales, culturales y religiosas más propicias. Ser ucranianos es todavía
una ventaja comparado con ser yemení, sirio o afgano en el discurso de
autoridades y ciudadanos europeos, donde ha prendido la selectividad o el
rechazo directo propagado por el nacionalismo identitario. Ya se avistan las
primeras señales de esa “fatiga de la compasión” que siempre comparece después
de varias semanas de guerra. El gobierno británico, muy combativo en el frente político
contra Moscú, ha sido el primero en marcar la raya y “privatizar” la solidaridad,
gesto que Macron se ha apresurado a afear (7).
Los recursos son limitados, las
facturas de los combustibles aprietan cada día más, comienza a prender cierto
ambiente de inquietud por la carestía de suministros y los medios anticipan el
cansancio de las audiencias. Decae el interés social por una guerra que en pocos
días quedará relegada de las portadas, cabeceras televisas y trinos de las redes
sociales. El escenario humanitario quedará barrido por otro mucho más prosaico.
4) EL ESCENARIO ECONÓMICO
Las sanciones ha sido el
principal frente de combate de Occidente
contra el Kremlin. Analistas progresistas como Thomas Piketty dudan sobre la eficacia y la justicia de esas medidas.
Los rusos comunes puedan padecer mucho más que las élites políticas y los
oligarcas (8).
Las consecuencias en Occidentes
son aún inciertas. Cada día, los nubarrones económicos se hacen más
amenazantes: crisis energética, inflación, estancamiento, inquietud social.
En EE.UU. se puede dar por
enterrado el programa socio-ecológico de aire rooseveltiano del primer
Biden. Aumentará (aún más) el gasto militar y se estancará o retrocederá la
reducción de la brecha social. ¿Estamos ante otra presidencia de un solo
mandato?
Eu Europa, la guerra no era el
escenario esperado para superar las secuelas económicas de la pandemia. De
momento, no hay boicot o desenganche del gas ruso, a pesar del ruido de las
últimas semanas. No se sigue la línea dura de Washington, porque son enormes
niveles de dependencia. Los precios del petróleo y el gas se disparan. Se buscan
fuentes sustitutivas. Pero no se avistan soluciones rápidas, ni baratas, incluso
para los especialistas como el economista Adam Tooze (9). Los productores norteamericanos
de fracking confían en poder sustituir la oferta rusa de energía a largo
plazo. Esta incertidumbre se proyecta sobre el gran desafío secular. ¿Se frenarán
los planes de transición ecológica?
Además, el “miedo a Rusia”
dispara las previsiones de gasto en defensa. Alemania ya anuncia su compromiso
con ese 2% del PIB que Washington lleva décadas reclamando. Otros países pueden
seguir el paso, incluida España, según parece. Eso quiere decir, se reconozca o
no, menos inversión social, más
desigualdad. Rusia dejará pronto de ser el enemigo de referencia en el relato
político y mediático. El foco empieza a desplazarse de esa guerra lejana para
centrarse en batallas domésticas: precios, control de salarios, fiscalidad,
tipos de interés. Todo ello parece dibujar un escenario similar al de la
segunda mitad de los setenta. Contrariamente a entonces, sin embargo, el
neoliberalismo no parece disponer de sus recetas doctrinarias que barrieron el keynesianismo
en Estados Unidos y las políticas socialdemócratas en Europa.
NOTAS
(1) “Russia’s armed forces are suffering substantial
losses in Ukraine. But that does not mean Ukraine is better positioned for
future combat”. THE ECONOMIST, 14 de marzo.
(2) “What to know about the role Javelin antitank
missiles could play in Ukraine’s fight against Russia”. THE WASHINGTON POST,
12 de marzo.
(3) “Russia targets Ukraine’s military base near
Polish border in escalation”. THE GUARDIAN, 14 de marzo.
(4) “Mind the escalation aversion: Managing risk
without losing the initiative in the Russia-Ukraine war”. AMY NELSON Y
ALEXANDER MONTGOMERY. BROOKINGS, 11 de marzo.
(5) “Les
Vingt-Sept excluent l’idée d’une rapide adhesion de l’Ukraine a l’Union Européenne”.
LE MONDE, 11 de marzo.
(6) “American returns to containment to deal with
Russia and China”. THE ECONOMIST, 14 de marzo; “How does this end? A way out of the Ukrainian war proves elusive”.
THE NEW YORK TIMES, 13 de marzo.
(7) “As Europeans open its doors to fleeing Ukrainians,
Britain adopts a ‘do-it-yourself’ asylum plan”. THE WASHINGTON POST, 15 de
marzo.
(8) “Il faut cesser inmédiatement de financer l’Etat
russe par les hydrocarbures et repenser le fonctionnement des sanctions. THOMAS
PIKETTY. LE MONDE, 11 de marzo.
(9) “How the rising oil prices will change the world
as we know it” Entrevista con el economista ADAM TOOZE. FOREIGN
POLICY, 11 de marzo.
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