EL BREXIT DE NUNCA ACABAR

 30 de diciembre de 2020

En el largo, penoso y enrevesado proceso de divorcio entre el Reino Unido y la Unión Europea siempre que se cierra un acuerdo se abre casi automáticamente un nuevo proceso, ya sea complementario, de aplicación, seguimiento o verificación. El acuerdo de Nochebuena no es una excepción. Aunque formalmente, una vez ratificado por el Parlamento británico y por la Eurocámara, se pondrá fin al periodo de transición abierto tras el pacto de ruptura de hace diez meses, empieza ahora otra fase más complicada y menos comprensible para los ciudadanos de ambas partes. Por no mencionar el enorme campo de actividades, relaciones y ámbitos de cooperación que no regula este último deal (1).

El primer ministro Johnson, fiel a su estilo exuberante, se apresuró a vender el acuerdo como la culminación de todas las aspiraciones del Brexit desde sus inicios: “hemos recuperado el control sobre nuestras leyes y nuestro destino”. Lo que supone, según él, “certidumbre a empresas, viajantes e inversores”). Los hechos no avalan su pretendido entusiasmo.

En contraste, casi todos los líderes continentales, aunque valoran el avance en la relación bilateral futura, han sido más cautos. Ursula von der Leyen, la presidenta de la Comisión, calificó lo conseguido de manera prudente (“bueno”, “justo” y “equilibrado”) y su antigua jefa, la canciller Merkel, se expresó en sus habitualmente comedidos términos (“confío en que sea un buen resultado”). Este ha sido el tono predominante de los demás. Sólo el presidente francés se permitió, también conforme a su costumbre, una valoración más triunfalista (“la unidad y la firmeza europea han rendido fruto”). El análisis frío de las 1246 páginas del acuerdo con sus anexos exige una evaluación ponderada, en la que coinciden casi todos los medios más rigurosos (2).  

CESIONES MUTUAS

Para los británicos, pueden ser considerados como satisfactorias las garantías iniciales sobre la eliminación de tarifas y cuotas en las relaciones comerciales, aunque esta era una aspiración de ambas partes. Londres ha conseguido que la UE no pueda aplicar una represalia unilateral, en caso de que los británicos rebajen sus normativas laborales, medio ambientales o fiscales, para que sus productos sean más competitivos. Al poner la eventual disputa en manos de comités especializados y paritarios, se evita una eventual respuesta automática y contundente de los europeos (3).

Esto, naturalmente, abre la puerta a largas y tediosas discusiones, un arbitraje neutral en caso de desacuerdo y un sinfín de dificultades burocráticas y operativas. Al cabo, la ley británica no será tan autosuficiente como pretende Johnson ya que, para no afrontar posibles penalizaciones, las regulaciones británicas no podrán apartarse de las europeas. El despegue británico de la “órbita reguladora” europea estará muy condicionado.

El mayor golpe para los intereses británicos es la ausencia del sector servicios, a pesar de que representa el 80% de la economía nacional; en particular, los financieros son el principal rubro exportador. El propio Johnson admitió que el deal “no nos ofrece tanto como nos hubiera gustado”(4). En realidad, deja a consideración de los reguladores europeos las consideraciones sobre la armonización. Las firmas de la City tendrán que abrir filiales en la UE. Pero los productos británicos disponen de gran capacidad de maniobra y sus promotores confían en mantener su posición ventajosa. En esta materia, Gran Bretaña tiene un superávit de 24 mil millones de euros con la UE, mientras en el resto del comercio de bienes y mercancías el Reino Unido arrastra un déficit de 130 mil millones (5).

Londres también ha cedido en la pesca. Aunque el sector apenas supone un 1% de los intercambios bilaterales de bienes y servicios, en las últimas semanas de negociación se había convertido en uno de los mayores obstáculos para el acuerdo. Al final, los europeos se desprenderán del 25% de las cuotas de captura de que disfrutan ahora, y no el 60% como exigían los británicos, y además durante un periodo de cinco año y medio. A partir de entonces, las cuotas se negociarán anualmente. Boris Johnson ha presentado esto a su manera: “por primera vez desde 1973, somos una nación marítima independiente”.

UNA FASE DE DESCONCIERTO

El proceso de aplicación del acuerdo se antoja complicadísimo, según anticipan los responsables operativos de las empresas comerciales y de logística. La plantilla de aduaneros y veterinarios en los puertos de entrada se las verán y desearán para abordar los controles de obligado cumplimiento a partir del primero de año. Los tapones y retrasos son inevitables. Esa será la imagen pública del Brexit efectivo. Porque, como ha dicho Michel Barnier, jefe de los negociadores europeos, “los cambios son innegables y se notarán”.

Y, desde luego, lo apreciarán en su vida cotidiana los cuatro millones de europeos que viven en Gran Bretaña y los británicos residentes en el continente. Se anuncia un periodo de angustias e incertidumbre. Para obtener un trabajo en el Reino Unido, un ciudadano europeo necesitará visado y garantía de empleo remunerado con no menos de 30.000 euros anuales. Es decir, se protege la inmigración de altos vuelos y a las personas más cualificadas. Se acabará el Erasmus en Gran Bretaña, para lamento de Barnier, quien ha recordado que el programa de intercambio universitario funciona en Suiza, Turquía o Serbia, países externos a la UE. Aunque se anuncian nuevos proyectos de cooperación en la materia, difícilmente serán mejores.

Los procesos de regularización de los inmigrantes europeos ya residentes pero sin todos los papeles preceptivos serán más estrictos y restrictivos, y lo mismo cabe decir de los británicos en Europa. Incluso viajar de turista en cualquiera de los dos sentidos se hará más enjundioso e incierto (permiso de conducir internacional, cobertura médica, etc.). Nada que no fuera fácil de anticipar. No hay divorcio sin daños personales, ya se sabe.

RUIDO EN LA RATIFICACIÓN

La ratificación saldrá adelante, aunque se escuchen recriminaciones y críticas. En la sesión de voto en Westminster emergerán los brexiteers radicales, siempre insatisfechos, y manifestarán sus quejas por las concesiones que el amigo Boris quiere minimizar o ignorar. El líder laborista anunció que los suyos aceptarán el acuerdo aunque no les guste. Hay decenas de voces discordantes, , pero Keith Starmer ha dicho que el partido debe dejar el asunto atrás, si acaso plantear cambios menores, y concentrarse en el refuerzo de la economía y del sistema público de salud (6). El rebrote del virus (con virulencia récord en el Reino Unido) y las expectativas de las vacunas dominarán el debate público.

El acuerdo entrará en vigor el 1 de enero, con carácter provisional hasta que se pronuncie el Parlamento europeo. Habrá críticas, pero se espera un voto favorable. No se descarta que algún Estado pueda someter la cuestión a su parlamento nacional.

En definitiva, con el acuerdo de Nochebuena los brexiteers templados se sentirán más felices, aunque, como nación, serán cuatro o cinco puntos menos ricos durante un tiempo, según los economistas. Sarna con gusto... Y seguirá habiendo niebla política y sonando ruido (y, ocasionalmente, quizás furia) en el Canal de la Mancha.


NOTAS

(1) “UK-UE Trade and Cooperation agreement. Summary”. PRIME MINISTER OFFICE. London, 24 de diciembre.

(2) “The end is where we start now. The post-Brexit trade agreement leavez many questions unanswered”. THE ECONOMIST, 27 de diciembre.

(3) “From tariffs to visas: here’s what’s in the Brexit deal”. LISA O’CARROLL y DANIEL BOFFEY. THE GUARDIAN, 24 de diciembre; “Retour de douanes  et baisse des quotas de pêche européens: ce qui contient l’accord postBrexit”. ERIC ALBERT. LE MONDE, 24 de diciembre.  

(4) “From Bruges to Brexit, this is the end of the 30 years struggle”. Exclusive interview with Boris Johnson. HARRY YORKE. SUNDAY TELEGRAPH, 27 de diciembre.

(5) “Brexit deal done, Britain now scrambles to show how it will work”. BENJAMIN MUELLER. THE NEW YORK TIMES, 25 de diciembre.

(6) “Labour will not seek major changes to UK’s relationship with EU (exclusive interview). THE GUARDIAN, 30 de diciembre.         

ETIOPÍA: LA YUGOSLAVIA DE ÁFRICA

 23 de diciembre de 2020

Se hace siempre difícil escribir sobre una guerra en un país africano, aunque se trate de uno de los más grandes, influyentes y poblados del continente. La desatención informativa por África contribuye no poco a esto. La percepción de que allí el conflicto es algo inevitable, debido a las condiciones pavorosas de pobreza, ausencia de valores democráticos, bajos niveles de civilidad, ambiciones sin freno y otros tópicos al uso crean una pereza en el ciudadano occidental y obligan a un esfuerzo mayor del acostumbrado.

En noviembre, las tensiones étnicas persistentes en Etiopía terminaron por desbordarse en un episodio bélico de resolución engañosamente rápida. Los rebeldes del Frente de Liberación del Pueblo del Tigré culminaron una campaña de escaramuzas y hostigamientos menores con el asalto al principal cuartel del ejército federal en la región.

La respuesta del gobierno central fue contundente. En una campaña de apenas tres semanas, con apoyo aéreo y sin contemplaciones, las fuerzas federales conquistaron Mekelle, la capital del Tigré, y sofocaron la revuelta. La paz se ha ahogado en sangre. Un millón de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares y decenas de miles se han refugiado en el vecino Sudán. Una agencia de la ONU ha advertido del intento de limpieza étnica y se han registrado denuncias de violaciones de derechos humanos en las zonas de hostilidades (1).

La guerra ha destrozado la buena imagen internacional del primer ministro etíope, Abiy Ahmed, que recibió el año pasado el Premio Nobel de la Paz, más por sus intenciones que por sus hechos, como viene siendo habitual en las decisiones del Comité noruego.

Abiy es un joven dirigente oromio, uno de los principales grupos étnicos del país, donde también se registran tensiones nacionalistas y separatistas. Al inicio de su mandato, el nuevo líder estatal proclamó su intención de conciliar unidad y diversidad. La cuadratura del círculo (2). Este empeño junto a la liberación de miles de presos políticos, unas maneras democráticas, la promesa de elecciones genuinamente libres, un programa de liberalización económica, la paz formal con Eritrea y un discurso conciliador le valieron el reconocimiento internacional (3).

Con casi cien millones de habitantes, Etiopía es el tercer país más populoso de África (después de Nigeria y Egipto) y el séptimo por volumen de producción. Sin embargo, en cuanto al PIB per cápita, desciende al puesto 35. Las guerras, expresas o larvadas, la sequía y ciertas prácticas agrícolas erróneas han provocado ciclos de hambruna y mortalidad pavorosos.

Abiy Ahmed ha incurrido o se ha visto atrapado, en lo mismo que casi todos sus antecesores: la enorme dificultad de contentar a todos los grupos étnicos del país, más de ochenta, sin hacer peligrar la cohesión del estado. Esta pluralidad es muy habitual en África, como también lo son las disputas de intereses casi nunca pacíficas.

Esta última guerra ha obedecido al tradicional choque entre dos visiones opuestas del país, como resume un profesor etíope de la Universidad canadiense de Waterloo: de un lado, la que proclama la necesidad de un estado central fuerte para garantizar la unidad y cohesión del país; y la opuesta, que defiende la devolución del poder a las partes constitutivas de la República, para conjurar la tentación imperial del absolutismo y respetar los legítimos derechos nacionales (4).

Durante el reinado de Menelik II (1889-1913), un amhara del norte, el Imperio se expandió al sur, incorporando a los oromos, somalíes y otras decenas de etnias bajo su autoridad. La Italia fascista humilló a Haile Selassie (1930-1936), con la conquista militar de Abisinia (parte norte del país), pero tras su reposición en el trono tuvo que afrontar una rebelión en el Tigré. A mediados de los setenta, militares de ideología comunista liderados por Mengistu Haile Marian derribaron al viejo emperador y prometieron atender a las reivindicaciones nacionales, según la doctrina leninista de acabar con la “cárcel de los pueblos”. Pero, al cabo, establecieron un régimen autoritario y centralista (el Derg), lo que provocó la creación de nuevos frentes de liberación entre las minorías insatisfechas.

En 1991, tras el derrumbamiento de la Unión Soviética, el también marxista Frente de Liberación del Pueblo Tigré asumió la dirección del país con un programa de descentralización e integración de todas las minorías nacionales. Sin embargo, en 1993, una de esas naciones, Eritrea, especialmente activa en la defensa de sus peculiaridades, declaró su independencia, tras una guerra iniciada durante la última fase del régimen militar.  

Las autoridades oriundas del Tigré, a pesar de que la población de esta etnia solo representa un 6% del total nacional, terminaron imponiendo sus intereses y criterios, ayudados por un notable desarrollo económico, que libró a decenas de millones de etíopes de la pobreza extrema. Meles Zenawi, el líder político de esa Etiopía que parecía caminar por la senda del éxito recibió elogios de Estados Unidos y sus aliados occidentales, aunque sus credenciales democráticas dejaran mucho que desear.

Tras la muerte de Zenawi, en 2013, se reavivaron las tensiones étnicas, que en realidad nunca desaparecieron. Cuando el joven líder oromo Abiy Ahmed asumió la dirección central del país el catálogo de desafíos era muy pesado y numeroso (5).

Los tigriños nunca aceptaron de buena gana el nuevo liderazgo y prepararon la rebelión contra un poder central del que acostumbraban a disfrutar. El Frente de Liberación de Oromia tampoco confiaba en el nuevo dirigente, pero a ser de su etnia. Se sucedieron las escaramuzas armadas en varias regiones, con los consiguientes desplazamientos de población. Pero fueron los tigriños quienes elevaron el desafío al poder central, con la acción que desencadenó la crisis bélica que parece lejos de resolverse. Aunque de momento los combates han cesado, las heridas están abiertas. Todo parece indicar que el Frente de Liberación del Tigré se prepara para librar una larga guerra de guerrillas desde las montañas.

Un investigador de la Fundación Carnegie sugiere tres líneas inmediatas de actuación por parte de la comunidad internacional para contribuir a detener el conflicto: poner fin a la persecución de los tigreños por parte del gobierno central, levantar el cerco a las regiones del Tigré mediante el restablecimiento de las comunicaciones y los accesos a las zonas de combate y presionar a Abiy para que se avenga a una desescalada (6).

Como suele ocurrir con los odios identitarios, las pasiones primarias sirven para camuflar intereses económicos o políticos. Lo que ahora se presenta como lucha de liberación nacional es, en gran medida, una pugna por recuperar privilegios pasados. De ahí que las invocaciones a Yugoslavia, pese a las diferencias políticas, históricas, geográficas y culturales, no sean del todo forzadas (7).

De reanudarse las hostilidades, no sólo se pondría en peligro la estabilidad en Etiopía, sino que algunos de los países fronterizos o cercanos, ya en situación muy precaria, como Sudán o Somalia, incluso Egipto, podrían verse perjudicados de manera muy sensible. En estos tiempos del COVID las repercusiones negativas propias de una guerra se amplifican y hacen de la vida de las poblaciones afectadas un auténtico infierno.


NOTAS

(1) “Ethiopia sinks deeper into ethnic conflict”. FRITZ SCHAAP. DER SPIEGEL, 15 de diciembre.

(2) “What Abiy’s plan mean for the country and the region”. MICHAEL WONDEMARIAM. FOREIGN AFFAIRS, 10 de septiembre de 2018.

(3) “Abiy Ahmed is not a populist”. TOM GARDNER. FOREING POLICY, 5 de diciembre de 2018; “Can Ethiopia’s reforms succeed?

(4) “The war in Tigray is a fight over Ethiopia’s past and future”. TEFERI MERGO. FOREIGN POLICY, 18 de diciembre.

(5) “Le réformateur Abiy Ahmed face au défi ethnique”. CHRISTOPHE CHATELOT. LE MONDE, 11 de marzo de 2019.

(6) “Ethiopia’s crisis in Tigray presents hard decisions”. STEVEN FELDSTEIN. CARNEGIE FOUNDATION, 1 de diciembre.

(7) “Don’t let Ethiopia be the next Yugoslavia”. FLORIAN BIEBER y WONDEMAGEGN TADESSE GOSHU. FOREIGN POLICY, 15 de enero de 2019.

MARRUECOS E ISRAEL: UN TRATO A LA MEDIDA DE SU PROMOTOR

 16 de diciembre de 2020

El “trato” (deal) diplomático entre Marruecos y Estados Unidos es el último ejemplo del desaliño internacional del presidente (saliente) norteamericano. Ya que no ha podido impedir el bloqueo jurídico e institucional de la elección de su rival demócrata, Joe Biden, se ha embarcado en intensificar una serie de iniciativas incoherentes con los compromisos exteriores de Estados Unidos y dudosamente consistentes con la legalidad internacional. Se teme que de aquí al 20 de enero pueda cometer todavía alguna tropelía mayor.

La sustancia del “trato” con Marruecos consiste en el reconocimiento norteamericano de la soberanía marroquí sobre el territorio del Sahara Occidental, a cambio del compromiso de normalización de relaciones plenas del Reino con Israel. El promotor hotelero se ha convertido en el “agente matrimonial” de los estados árabes aliados de Occidente con Israel. El operador de este ambicioso designio ha sido el yernísimo Kushner, cuya hoja de servicios incluye los acuerdos de Sudán, Emiratos Árabes y Bahréin con Israel, el canal discreto, que no secreto, entre este país y Arabia Saudí (paso previo a la normalización, condicionada a otros avances) y, por último, la mencionada iniciativa ante Rabat.

El “acercamiento” israelo-marroquí no supone una novedad y mucho menos una “enorme avance” diplomático, como ha dicho Trump. Marruecos lleva décadas colaborando informalmente con Israel, con mayor o menor discreción, incluso antes del parteaguas diplomático regional por antonomasia, que fue el viaje de Sadat a Jerusalén, preludio de los tratados de paz con Israel, primero de Egipto y luego de Jordania. Hay que recordar que los acuerdos egipcio-israelíes de Camp David partieron de una sesión preliminar, un año antes, precisamente en Marruecos. Más tarde, tras los acuerdos de Oslo entre Israel y la OLP, Marruecos y el estado judío iniciaron el proceso de reconocimiento diplomático mutuo, que quedo interrumpido por la Intifada palestina del año 2000.  Y mucho antes que todo eso, a mediados de los años sesenta, el Mossad tuvo un papel decisivo en la localización, asesinato y desaparición del cadáver del disidente marroquí Ben Barka, en París (1).

TENSIÓN BÉLICA EN EL SAHARA

Este pacto triangular se produce en un momento delicado en la situación de no-paz-no guerra en el Sahara occidental. El gobierno de la RASD (República árabe saharaui democrática) acaba de declarar el final del alto el fuego y la reanudación de sus operaciones militares, tras una operación armada de Marruecos en la zona desmilitarizada, en torno a Guergerat, bajo control de la MINURSO (misión de la ONU).

El origen de este nuevo foco de tensión fue la protesta, el pasado noviembre, de civiles saharauis por la construcción de una carretera marroquí que pretende conectar su territorio nacional a través de Mauritania con los países del África Occidental. En estimación de los saharauis, estas obras suponen una violación de los acuerdos de 1991, ya que supone atravesar un territorio formalmente en disputa. Militares marroquíes abrieron fuego contra los manifestantes y el Frente Polisario replicó. No se informó de daños personales (2).

Las consecuencias de este brote de tensión son aún difíciles de calibrar. Aunque los saharauis desearían desbloquear el estancamiento actual, tras treinta años de dilaciones marroquíes, que han reducido el proceso de pacificación internacional a papel mojado, no parece que cuente con muchas opciones para obligar a Rabat a hacer concesiones. Un intento de acercamiento hace dos años concluyó en fracaso (3). La situación de inestabilidad y revuelta social en Argelia le priva de un apoyo práctico imprescindible.

A estas alturas nadie cree que vaya a celebrarse el referéndum patrocinado por la ONU, aunque Marruecos podría ganarlo porque lleva décadas repoblando el territorio con marroquíes de otros lugares del Reino. Estos inmigrantes constituyen ya la mayoría de los habitantes del Sahara. Mientras tanto, casi la mitad de los saharauis siguen residiendo en los campamentos de refugiados en las zonas fronterizas de Argelia. Pero para el Reino, la soberanía es indiscutible, una cuestión de principios. La nueva generación de dirigentes saharauis considera agotado el tiempo de espera. Hace tiempo que Marruecos pretendió desnaturalizar el proceso de descolonización, mediante la concesión de una autonomía a los saharauis. Pero estos consideran que esa oferta era una trampa que legitimaría la ocupación.

Ante esta situación de bloqueo sin salida a la vista y del riesgo de una reanudación de las hostilidades sobre el terreno, cabe preguntarse, qué gana cada parte en este pacto que Trump pretende presentar como una pieza clave de su legado exterior.

Marruecos.- Es el actor más beneficiado en apariencia. Obtiene de Estados Unidos el reconocimiento formal de su soberanía sobre el Sahara, lo que supone un cambio formal en su posición de culminar el proceso de paz tutelado por la ONU. Sin embargo, en la práctica, Washington ya había avalado el planteamiento marroquí de la autonomía y se ha abstenido de presionar a Rabat, en sintonía con París y Madrid. El rey Mohamed VI asume un riesgo menor en el acercamiento a Israel (que no será inmediato, ni siquiera sujeto a fechas establecidas), ya que la normalización entre los estados árabes proccidentales e Israel es ya imparable. Por el contrario, el reino aspira a recibir ayuda militar israelí, en caso de necesidad, lo que reduciría su dependencia actual de Estados Unidos, que le suministra el 90% de las armas que compra.

Israel.- La ganancia es más diplomática o de imagen que práctica. Marruecos es una brecha más en un muro árabe de hostilidad que se cae a pedazos. El beneficiado más claro es el primer ministro. Netanyahu intenta a duras penas sostener la gran coalición con el partido de los generales centristas de Kajol Lavan (Azul y Blanco), amenazada con mociones de censura y tensiones anunciadas recurrentes. Hay también un componente sociológico. En Marruecos viven todavía 4.000 judíos, una población menor comparada con los 200.000 en el año de la partición de Palestina, pero en Israel reside un millón de ciudadanos judíos de origen marroquí.  El turismo israelí en Marruecos no ha dejado de crecer y se espera que experimente un auge considerable. Las relaciones económicas y comerciales (o militares, como ya se ha dicho) serán provechosas para Israel (4).

Estados Unidos.- Poco o nada gana en esta operación. Incluso el neocon Bolton, ahora enemistado con Trump, pero poco sospechoso de hostilidad hacia Marruecos, considera que la iniciativa es “innecesaria y peligrosa” y recomienda a Biden que la revierta y siga la pauta del senador republicano James Inhofe, partidario de la línea tradicional (5). Stephen Zunes, experto en la materia y profesor de la Universidad de San Francisco, recuerda los compromisos jurídicos internacionales de Estados Unidos y Europa  y reclama coherencia (6). Los países de la ONU están obligados a respetar la culminación de un proceso de descolonización. Cuando Marruecos decidió convertir la cesión administrativa de España en ocupación primero y anexión después, vulneró esa disposición. Su declaración de soberanía, para ser legal, debe contar con la sanción internacional. Al endosar, primero de hecho y ahora formalmente, la actuación marroquí, la administración Trump se evade de sus obligaciones con la comunidad internacional. Pero esas sutilezas escapan al presidente saliente, que sólo piensa en lo que él cree que puede conferirle estatura de estadista, además de dejarle un papelón más a Biden, cuyo triunfo electoral sigue sin admitir. En fin, este trato triangular está hecho a la medida de su fraudulento promotor.  


NOTAS

(1) “Le ‘deal’ de Donald Trump entre Maroc et Israël”. LOUIS IMBERT. LE MONDE, 11 de diciembre.

(2) “Violence erupts in Western Sahara”. SARA FEUER. THE WASHINGTON INSTITUTE ON NEAR EAST, 17 de noviembre; “Morocco launches military operation in Western Sahara buffer zone”. ABDI LATIF DAHIR. THE HEW YORK TIMES, 13 de noviembre.

(3) “A new push to resolve the conflict over Western Sahara”. THE ECONOMIST, 1 de diciembre.

(4) “Morocco joints list of Arab nations to begin normalizing relations with Israel”. THE NEW YORK TIMES, 10 de diciembre.

(5) “Biden must reverse course on Western Sahara. Trump recognition of Moroccan sovereignty dangerously undermines decades of carefully crafted U.S. policy”. JOHN BOLTON. FOREIGN POLICY, 15 de diciembre.

(6) “Western Sahara’s fate lies in the hands of U.N. Security Council. The East Timor offers a way out”. STEPHEN ZUNES. FOREIGN POLICY, 9 de diciembre (Zunes es autor del libro “Western Sahara: War, Nationalism and conflict irresolution”).

GEOPOLÍTICA DEL RUIDO Y EL SILENCIO

 2 de diciembre de 2020

El asesinato del físico nuclear más relevante de Irán y el encuentro entre el primer ministro israelí y el príncipe heredero saudí son dos hechos de diferente impacto, pero de análoga significación, similar alcance y coincidentes consecuencias.

Moshen Fakhrizadeh fue acribillado en una autopista en las afueras de Teherán, con una ametralladora manejada a distancia. Una operación propia de un video juego. Una ejecución de alta precisión y profesionalidad. Marca Mossad. Ruido escénico (1).

La entrevista Netanyahu-Bin  Salman, negada por los saudíes (de libro) y ni confirmada ni desmentida por los israelíes (ídem) confirma la alteración de equilibrios y alianzas en la región desde el viaje de Sadat a Jerusalén en 1977. Discreción cercana al silencio.

Irán, en ambos hechos, es el objetivo, el enemigo, la causa.

UNA LARGA LISTA

No es el primer científico iraní supuestamente relacionado con el programa nuclear, que Israel habría matado. Hubo dos casos en 2010 y uno anterior, en 2007. Los supuestos ataques israelíes no se dirigen a personas; también, a instalaciones e infraestructuras: en aquel 2010 infectó el software de las centrifugadoras (2). En esta incesante guerra cibernética ha contado con complicidad de la CIA. Cuando Obama decidió que lo mejor era negociar con los ayatollahs, Israel se sintió incomprendido, abandonado o traicionado, según las sensibilidades. En 2018, el Mossad robó documentos secretos sobre el proyecto y este mismo año destruyó un centro de investigación y desarrollo nuclear. Nadie en Israel cuestiona estas audacias (3). El país está pendiente de otro asunto más inmediato: una nueva moción de censura contra un gobierno de  coalición que se tambalea.

Trump se salió del acuerdo nuclear y en enero de este año ordenó la muerte del militar más influyente de Irán, el general Suleimani, jefe de las unidades de élite de los Guardianes de la Revolución, la guardia pretoriana del régimen. Entonces, como ahora, se esperaba una represalia iraní, que debía estar a la altura del agravio. Pero la República Islámica se limitó a atacar una base norteamericana en Irak, que no causó muertos.

Ahora, se sospecha que el presidente saliente pueda despedirse a lo grande, con una exhibición militar, tanto para dejar huella como para incomodarle la inauguración a su rival electoral, al que todavía no ha concedido la victoria. Por eso, lo más probable es que Irán aguante (4), espere a que Biden se siente en la Casa Blanca y compruebe si el reloj del despacho oval marca de nuevo la hora de Obama o se sitúa en un tiempo distinto.

CAMBIO DE PARADIGMA

Israel no se hace ilusiones con la nueva administración norteamericana y juega sus cartas: la bélica y la diplomática. Esta última puede ser tan efectiva o más que la primera. Después de sacudir el tablero geopolítico al establecer relaciones con dos de las monarquías del Golfo (Emiratos y Bahréin), aborda ahora la pieza mayor: Arabia Saudí.

El primer ministro Netanyahu, un político que hace del pragmatismo su primera y única regla moral, ha aprovechado la oportunidad para inclinar el terreno de juego a su favor antes del cambio de árbitro. La sintonía entre ambos enemigos jurados de Irán era un secreto a voces desde hace tiempo. Sólo la impostura de la hostilidad árabe hacia Israel impedía el reconocimiento público.

La clave no está en el hecho en sí (entrevista o no) sino el momento. ¿Por qué ahora? La respuesta es sencilla. La pareja geopolítica del momento le ha dejado una tarjeta de bienvenida al presidente electo con un mensaje corto y claro: concesiones cero a Irán (5).

Biden ha dicho que está dispuesto a regresar al JCPOA (siglas del acuerdo nuclear), si Irán vuelve a los límites establecidos y destruye el uranio suplementario que enriqueció tras la renuncia de Trump. Pero los acontecimientos pueden hacer obsoleto ese propósito

Un veterano especialista en Oriente Medio, Thomas Friedman (judío norteamericano), se ha permitido darle un “consejo”, en un tono coloquial y cariñoso, al presidente electo: “Querido Joe, ya no se trata del nuclear iraní” (6). En sustancia, Friedman, sin quitarle importancia al temor atómico, asegura que, al cabo, esa ambición, si se convirtiera en amenaza inmediata, podría conducir al final de la República Islámica, porque generaría una respuesta de sus enemigos, incluso EE. UU.

Lo que inquieta de manera más presente a israelíes y saudíes son los misiles iraníes de última generación que, con infalible precisión, destruyeron en abril de 2019 la principal refinería petrolera del Reino sin que sus defensas ni los radares israelíes y norteamericanos los detectaran. Dicho de otra manera, si los misiles no aparecen en el menú del reencuentro entre iraníes y norteamericanos, saudíes e israelíes podrían tirar del mantel y arruinar la velada.

Por instinto y trayectoria, Biden calibrará cuidadosamente los riesgos (7). En el pasado reciente no ha sido muy amable con Riad, debido a su empecinada guerra en Yemen (mayor catástrofe humanitaria del momento) y al macabro asesinato del periodista Jamal Khashoggi, entre otras conductas reprobables. Pero, de nuevo, por debajo del ruido de las palabras, se impone el silencio de las cifras: en los últimos cinco años, la venta de armas norteamericanas a los saudíes se ha incrementado en un 220% (8). Los beneficiados por el negocio no van a dejar que se les escape el botín.

Con Israel, Biden se ha mostrado más comedido, aunque fue objeto de desaires por parte de los radicales aliados de Netanyahu, cuando era vicepresidente. Pero son otros tiempos. En su equipo prima la diplomacia y las maneras suaves. Además, los republicanos lo escrutarán con lupa y no debe esperar de ellos más facilidades de las que le negaron a Obama.

Europa ha brindado su apoyo caluroso a Biden. La diplomacia europea ha elaborado una lista con los temas pendientes de reparación tras el desaguisado de Trump. El JCPOA está en lo alto de la agenda, sin obviar los misiles. Macron intentó en el G-7 del año pasado en Biarritz que Trump rectificara y le planteó hacer una oferta amplia a Teherán que incluía esas armas. Pero no parece que los europeos lo planteen como condición previa, por pragmatismo.

IRÁN AGUARDA

Entre funerales solemnes y protestas de venganza, los clérigos miden bien sus fuerzas. Son persas, no árabes: saben controlar sus pasiones. No desperdiciarán la mano tendida de Biden, pero tampoco aceptarán humillantes condiciones. Los moderados, liderados por el presidente Rohani y el ministro Zarif, artífices del acuerdo nuclear, desean recuperarlo para liberarse de las sanciones y el país pueda respirar. Dos revueltas sociales en tres años han disparado las alarmas. Pero saben que no pueden hacerlo a toda costa. El Guía Supremo Jamenei les ha dejado hacer, pero ha marcado los límites (9). Hace unos días dejó claro, una vez más, que la resistencia económica del país depende de su capacidad para afrontar las dificultades y no del levantamiento de las sanciones. Occidente, proclamó, no es de fiar.

NOTAS

(1) “Ce qui l’on sait du physicien nucleaire iranien assasiné à Tehéran. LE MONDE, 30 de noviembre.

(2) “Who killed Moshen Fakhrizadeh, Iran’s nuclear chief? Israel is the likely suspect. SIMON HENDERSON. THE HILL, 27 de noviembre.

(3) “Moshen Fakhrizadeh: l’assassinat de trop”. HA’ARETZ, 29 de noviembre.

(4) “How will Iran react to another high-profile assassination? ARIANE TABATABAI. FOREIGN POLICY, 30 de noviembre.

(5) “Saudi-israeli relations: the curious case of a NEOM meeting denied”. TAMARA COFMAN WITTES y NATHAN SACHS. BROOKINGS INSTITUTION, 25 de noviembre.

(6) “Dear Joe, It’s not about Iran’s nukes anymore”. THOMAS FRIEDMAN. THE NEW YORK TIMES, 1 de diciembre.

(7) “Assassination in Iran could limit Biden’s options. Was that the goal? DAVID SANGER. THE NEW YORK TIMES, 28 de noviembre.

(8) “To save the Iran nuclear deal, think bigger. TRITA PARSI. FOREIGN AFFAIRS, 10 de noviembre.

(9) “Khamenei speech set the boundaries of engagement with the West”. OMER CARMI. THE WASHINGTON INSTITUTE ON NEAR AND MIDDLE EAST, 30 de noviembre.

EL POLEMISTA MACRON

 25 de noviembre de 2020

Francia vive de nuevo bajo la presión del miedo al yihadismo y la tentación de reacciones excesivas, que sólo pueden agravar el problema y alentar violencias ulteriores.

La conmoción sacudió a buena parte del país a mediados de octubre, cuando Samuel Paty, un profesor de secundaria de 47 años fue decapitado en plena calle por un hombre de 18 años, de origen checheno, en la localidad de Conflans-Sainte-Honorine (departamento de Yvelines, cercano a París). El enseñante había tratado en clase con sus alumnos las caricaturas de Mahoma (1). El juicio por los asesinatos de los dibujantes y periodistas de la revista Charlie Hebdo se está celebrando en París. Un par de semanas después, tres personas fueron degolladas en la basílica de Niza por un presunto simpatizante islamista.

Estos atentados devolvieron a los franceses a los sombríos días de 2015 y 2016, cuando militantes o simpatizantes del Daesh sembraron el terror entre los ciudadanos con atentados múltiples e indiscriminados. La derrota del Califato en Irak y Siria, prácticamente total, salvo pequeñas bolsas de resistencia, podía hacer pensar en un periodo de cierta calma. Pero, como ya advertíamos entonces, otros terrores vendrían. Cualquier musulmán radicalizado o con un perfil problemático o violento puede convertirse, en un momento dado, en un soldado de Alá o del profeta. Es una cuestión de fanatismo, que no es privativo del Islam, por supuesto, ni de cualquier religión o credo político o ideológico.

El profesor Paty, que fue objeto de homenajes y reconocimientos por su coraje intelectual al evocar con sus alumnos una realidad peligrosa y oscura, ha sido convertido en un símbolo de la libertad de pensamiento y expresión. Previamente, el propio Macron había puesto en marcha una campaña en defensa de los valores republicanos de la laicidad y la tolerancia y se mostraba muy combativo contra lo que denomina “separatismo islamista”. La Asamblea Nacional está debatiendo un proyecto de ley de seguridad global elaborado antes de estos últimos actos de odio religioso.

Después de los últimos atentados, el Presidente ha instruido a sus ministros para que adopten las medidas urgentes oportunas contra los considerados viveros o focos de complicidad con los asesinos o simpatizantes. Algunas organizaciones cívicas, como el Colectivo contra la Islamofobia en Francia (CCIF) y otras consideradas “enemigas de la República” han sido o van a a ser disueltas, por entender que son negligentes.

 Desde la izquierda se ha criticado duramente a Macron y al ministro del interior, Gérald Darmanine, a quien se le considera un halcón en la persecución de grupos sospechosos de connivencia o simpatía con el radicalismo islamista. Los sectores críticos con el gobierno consideran que Macron y sus colaboradores están creando un innecesario ambiente de pánico y aprovechando el clima anti musulmán de un numeroso sector de la población francesa, para robarle apoyo al Frente Nacional (ahora Reagrupación nacional). Una treintena de intelectuales y personalidades públicas, entre los que figura el prestigioso islamista Oliver Roy, han firmado una carta de protesta por las políticas gubernamentales. “No le hemos elegido para esto, señor Presidente”, afirman.

De nuevo se presenta el círculo vicioso del terrorismo islamista (o simplemente alentado por el fanatismo religioso, como parece ser este caso). Un acto violento provoca una reacción política que amplifica más que aplaca las consecuencias del conflicto.              

LA PUGNA CON ERDOGAN

Macron recibió la invectiva del presidente turco, con quien mantiene una relación de hostilidad pública y un  cruce de cumplidos inusitados en dos jefes de Estado que, además, son formalmente aliados. En un acto público celebrado una semana después del atentado, Erdogan dijo que el presidente francés “parece tener un problema con el Islam” y le recomendó someterse a “exámenes médicos”. En términos muy parecidos se había expresado el año pasado, tras la actuación de Turquía en la zona del norte de Siria controlada por las fuerzas kurdas, que fueron expulsadas militarmente por mercenarios apoyados por el ejército turco para establecer una zona tampón o de seguridad.

Como ya ocurriera entonces, el embajador francés en Ankara fue llamado a consultas, una actuación que suele preceder a la presentación de una protesta diplomática formal. El Eliseo emitió una nota lamentando “la ausencia de cualquier expresión oficial de  condena o de solidaridad de las autoridades turcas después del atentado de Conflans-Sainte-Honorine”.

La publicación oficialista turca Sabah acusó al gobierno francés de “lanzar una vasta campaña de caza de brujas contra la comunidad musulmana”. Medios de la oposición estiman que Erdogan agita la hostilidad con Francia para ganar popularidad, muy erosionada en los últimos meses por la crisis económica (su yerno ha sido sustituido como superministro por ineficacia) y la pandemia (2).

Macron recibió reproches de otros dirigentes árabes, aunque más discretos o sutiles. Incluso sus aliados europeos se han abstenido de cargar mucho las tintas, sabedores de que transitan por territorio muy sensible. Las comunidades de musulmanes en Europa resultaron muy perjudicadas por el ambiente de miedo y sospecha con motivo del ciclo terrorista islamista de los últimos años y los gobiernos tratan de evitar provocaciones.

UNA AFICIÓN INCÓMODA

El líder galo no suele morderse la lengua. Recuérdense sus comentarios ácidos sobre Tsipras durante la crisis griega, que Hollande le afeó. Con Trump pasó de los happenings a las pullas. El año pasado provocó un gran revuelo cuando dijo que la OTAN se encontraba en “estado de muerte cerebral”. Hace poco protagonizó un encontronazo con la ministra alemana de defensa, al insinuar que no estaba en la misma longitud de onda que la Canciller sobre una defensa europea más autónoma de Estados Unidos. Merkel corrigió al presidente francés, con quien se entiende regular. Paradójicamente, Annegret Kamp-Karrenbauer es una partidaria decidida de que Europa asuma un mayor compromiso de seguridad, a la vista del cambio de prioridades estratégicas en Washington, más allá de las derivas del presidente saliente (3).  

Macron suele mostrarse también polemista con los políticos, líderes sindicales y portavoces de sectores sociales franceses, como se puso de manifiesto con motivo de la crisis de los gilets jaunes o durante el conflicto de la reforma del sistema de pensiones. La franqueza de Macron gusta a ciertos segmentos de la sociedad francesa, pero a veces da la sensación de el joven presidente se deja llevar por cierta arrogancia o exhibicionismo. La gestión de la pandemia ha sido mejorable, como en otros sitios de Europa y del mundo. Esta misma semana se ha anunciado una desescalada del confinamiento limitado tras la segunda ola del virus. Macron afronta elecciones en 2022 (antes que Erdogan, por cierto). No le sobra tiempo para poner en marcha la economía y dejar atrás este tiempo sombrío. De no conseguirlo, puede correr la suerte de sus dos antecesores (Sarkozy y Hollande). Ninguno de los dos fue reelegido.  


NOTAS

(1) “L’effroie des habitants de Conflans-Saint-Honorine, après le meurtre d’un enseignant, décapité ‘par un monstre’”. LOUISE COUVELAIRE. LE MONDE, 17 de octubre.

(2) ”Pourquoi le président turc, Recep Tayyip Erdogan, ataque violemment Emmanuel Macron”. LE MONDE, 26 de octubre.

(3) “As Trump exists, rifts in Europa widens again”. STEVE ERLANGER. THE NEW YORK TIMES, 25 de noviembre.

CHEQUEO RÁPIDO AL NACIONAL-POPULISMO POST-TRUMP

 18 de noviembre de 2020

La derrota de Donald Trump en las elecciones presidenciales norteamericanas ha suscitado interrogantes sobre el futuro inmediato del nacional-populismo como fenómeno global. ¿Estamos ante el fin, o al menos el declive de esa orientación socio-política? En caso afirmativo, ¿será un proceso lento o rápido, parcial o total, zonal o universal? ¿Desaparecerá? De no ser así, ¿cambiará? ¿Qué formas adoptará?

Estos días se han podido escuchar y leer distintas prospecciones al respecto (1). Más que incurrir en el pronóstico o en la predicción, conviene repasar los fundamentos de una realidad, que tiene elementos comunes pero también notables diferencias.

La premisa inicial es que Trump ni inventó ni encarnó ni lideró el nacional-populismo. Más bien se apuntó a algunos de sus planteamientos, discursos y políticas cuando ya era una tendencia en auge en casi todo el mundo. Por tanto, su desaparición del centro de la escena política, si ocurre, no debería representar un factor determinante sobre otros movimientos de similar orientación en otros lugares. La respuesta a la pandemia será un factor más decisivo (2). Repasemos el estado actual del nacional-populismo en países o regiones con más peso.

EUROPA: DESIGUAL PANORAMA

Cuando Trump se convierte en influyente (primero mediático y luego político), el nacional-populismo ya es una realidad asentada y ascendente en Europa. No por casualidad, después de que el empresario neoyorquino se siente en el despacho oval, se produce un cierto frenazo del nacional-populismo en Europa occidental. El ciclo electoral de 2017-2018 arroja un balance desigual. Fué derrotado, que no eliminado (Frente Nacional), en Francia (3) y Holanda (Partido de la Libertad). Se consolidó en Alemania (AfD) y España (Vox), donde ha contaminado el debate en el centro derecha, pero no ha alterado decisivamente el equilibrio centrista. Sólo alcanzó el gobierno en Italia mediante la convergencia de sus dos orillas (M5S y Lega), pero esa coalición oportunista fue de corto vuelo.

En Gran Bretaña el éxito ha tenido una conexión cronológica sólo relativa con el auge de Trump. Aunque Boris Johnson pareció emular al magnate norteamericano, su background y su entorno político son diferentes. El Brexit, su gran designio, tiene raíces previas al actual nacional-populismo americano, e incluso europeo. Sin Trump, BoJo no tiene tan claro que pueda lograr un tratado comercial preferente con EE. UU., factor clave para el futuro de su proyecto político.

El nacionalpopulismo mantiene su salud más robusta en los antiguos países de la órbita soviética: se mantiene como fuerza política dominante en Hungría y Polonia, conquistó parcialmente el gobierno en la República Checa, adoptó formas más blandas o liberales en Ucrania y penetró o coloniza los discursos de la derecha en otros países de esta amplia y heterogénea zona del este y sureste de Europa. Todo indica que está para quedarse (4).

PERIFERIA: RUMBOS PROPIOS

En el resto de mundo, el nacionalismo presenta formas y pautas de desarrollo diferentes, según las realidades socio-culturales de cada zona. Pero en todas ellas (salvo alguna notable excepción), el fenómeno es anterior a Trump. La forma política  sin renunciar por completo al componente populista, adopta un contenido más autoritario (5), aunque en algunos lugares conserve formalmente ciertos pilares de las democracias liberales.

En China, el comunismo no ha dejado oficialmente de ser la ideología de Estado, pero sólo en el discurso. El contenido de sus políticas es claramente nacionalista. El igualitarismo colectivista es desmentido en la práctica por una realidad social cada vez más quebrada, pese a los intentos del poder por evitar los puntos de fractura. No hay perspectivas de democracia liberal, ni siquiera en su forma populista. Es un nacionalismo autoritario perdurable.

En Rusia, el nacionalismo populista/autoritario se convierte en hegemónico con el albor de nuevo siglo, tras el fracaso del modelo liberal que siguió al derrumbamiento del comunismo. El proceso ha sido gradual pero en absoluto improvisado. Es un fenómeno sincrético, que recoge y aglutina parámetros de los tres sistemas precedentes: referencias religiosas y culturales del zarismo, estatalismo vigilante del comunismo y elitismo económico y desigualdad social del protoliberalismo de los 90. Trump era admirador de Putin, no al revés.

En la India, el nacionalismo religioso es un movimiento histórico de larga trayectoria que ya había alcanzado el poder a finales de los noventa, aunque no con el sesgo populista que Modi le ha imprimido. El nacionalismo ha ahogado o condicionado el liberalismo económico.

En Turquía, país puente entre Europa y Oriente Medio, el AKP de Erdogan es un pionero del nacionalismo de masas. Las ambiciones exteriores, más que una muestra de fortaleza, reflejan los patrones de un declive interior, debido a la crisis económica y a la pérdida de apoyo electoral en las grandes urbes. El final, si llega, puede no ser tranquilo.

En el mundo árabe y Oriente Medio, el nasserismo fue un tipo de nacional-populismo avant la lettre, pero los fracasos bélicos y el autoritarismo lo condenaron. En este tiempo, el movimiento social de cambio (la llamada primavera árabe) fue ahogado en sangre y muerte antes de la llegada de Trump a la Casa Blanca. La democracia en esta región mundial es pura ficción, en el mejor de los casos. El absolutismo (las monarquías del Golfo) y la teocracia (Irán) continúan en pie, pese a sus fallas estructurales. Lo mismo ocurre con las repúblicas nacional-autoritarias con muy escasas concesiones (Egipto, Argelia), modelos clientelares de larga tradición (Líbano), monarquías pálidamente constitucionales (Marruecos, Jordania, etc) o estados en descomposición (Siria, Libia, Yemen). Irak y Afganistán son entidades pluriétnicas sometidas al influjo determinante de vecinos poderosos, que difícilmente pueden construirse sobre un discurso nacional.

En América latina, Brasil es el único caso en que el nacional-populismo asciende impulsado por Trump. Tal vez por eso, su fortuna se antoje más precaria. Hay factores de proximidad y concomitancia que lo explican, aunque también poderosas diferencias. Con las cautelas exigibles, se puede aventurar que Bolsonaro es un zombi político. Pero no está tan claro si el nacional-populismo quedará pronto sumido en la irrelevancia.

En el resto del hemisferio, el nacional-populismo también es anterior al trumpismo, aunque figuras menores o subsidiarias hayan emergido en la segunda mitad de la década. Los empresarios u hombres de negocios devenidos líderes políticos (Argentina, Chile) nunca tuvieron el perfil nacional-populista y en todo caso van desapareciendo de escena.

En el África subsahariana, no ha habido un nacional-populismo digno de tal nombre, salvo excepciones menores, debido a razones autóctonas poderosas. Suráfrica, el país más importante del continente, presenta dinámicas ajenas a ese nacionalpopulismo global. La autocracia sigue siendo la respuesta africana dominante en unas estructuras políticas débiles, clientelistas y paternalistas. Los ensayos democráticos han sido parciales o ficticios, y todos frágiles, como se está viendo precisamente ahora en Etiopía.

ESTADOS UNIDOS: ¿TRUMPISMO CON O SIN TRUMP?

Para cerrar el círculo del análisis, merece que hagamos una consideración sobre el nacional-populismo precisamente en Estados Unidos. ¿Tiene Trump futuro político? ¿Puede haber un trumpismo sin Trump? ¿Quizás otra manifestación del nacional-populismo, de parecida factura o más presentable?

El futuro político de Trump es muy dudoso (6). En apariencia, espacio tiene: setenta millones de votos. Las elecciones, pese a la derrota, permiten especular con el apoyo de una masa social de raza blanca, varones (también mujeres), de clase media o media baja, sin estudios superiores, con inclinaciones racistas y sexistas, xenófobos y hostiles a la intervención del Estado en la economía, a los impuestos y a los servicios sociales (salvo cuando les beneficien a ellos).

Trump podría organizar una corriente dentro del Partido Republicano. O impulsar una convergencia, como ya ocurriera con el tea party, que comenzó como una iniciativa al margen de los partidos, pero terminó colonizando al GOP. O poner en marcha un tercer partido o movimiento, personalista, al estilo Ross Perot en los noventa, pero con sesgo populista, y en todo caso ajeno al Partido Republicano.

En todo caso, lo anterior es puramente especulativo e improbable. Trump no dispone de algo esencial en la política americana: el dinero. Los procesos judiciales se le vienen encima y su imperio empresarial es un castillo de naipes corroído por las deudas y la insolvencia. Está fuera de su alcance desafiar al bipartidismo. Lo más probable es que se dedique a lo que está en su naturaleza: la agitación televisiva.

 

NOTAS

(1) “Does Trump’s defeat signal the start of populism’s decline”. MARK LANDLER y MELISSA EDDY. THE NEW YORK TIMES, 10 de noviembre.

(2) “Will the Coronavirus reshape Democracy and Governance Globally? FRANCES Z. BROWN, SASKIA BRECHENMACHER y THOMAS CAROTHERS. CARNEGIE, 6 de abril.

(3) “Le score de Donald Trump est hors de portée de Marine Le Pen”. Entrevista con JERÔME FOURQUET (IFOP). LE MONDE, 10 de noviembre.

(4) “Why populists understand Eastern Europe”. JAROSLAW KUISZ y KAROLINA WIGURA. FOREIGN POLICY, 13 de mayo.

(5) “Why populists want a multipolar world”. ALEXANDER COOLEY y DANIEL NEXON. FOREIGN POLICY, 25 de abril.

(6) “Trump floats improbable survival scenarios as he ponders his future”. MAGGIE HABERMAN. THE NEW YORK TIMES, 12 de noviembre.

 

BIDEN: LAS ALAS CORTAS DEL SANADOR

11 de noviembre

Joe Biden disfruta de sus primeros días como vencedor de las elecciones, desde su casa-refugio en Wilmington, Delaware. Le llega muy mitigado el ruido del presidente caído, que agita su arma preferida (las mentiras: fraude o robo electoral) y rumia una venganza inútil y egotista. El vencedor se solaza con las celebraciones comprensibles de seguidores o de los neutrales que prefieren una vuelta a la antigua normalidad política. Tiempo habrá de analizar equipo, programas y estrategias del presidente electo. Hagamos hoy vista de pájaro.

UN MENSAJE CONCILIADOR

Reagan se ganó el apelativo de restaurador (de una América destrozada por el Watergate, las humillaciones exteriores y la quiebra de la confianza en sí misma, según el relato oficial). Clinton pretendió continuar con la herencia quebrada de Kennedy, mediante la mística de la renovación generacional, pero su legado quedó empañado por la misma adicción poco juiciosa que JFK tenía por el sexo. Obama fabricó la ensoñación de una transformación un tanto ambigua, apoyado, sin pretenderlo, en su condición racial afroamericana y en una biografía inspiradora. Ninguno de ellos restauró, renovó o transformó América.

Biden quiere erigirse en el “sanador” de la nación. Un designio que suena más modesto que los de sus antecesores citados. Pero resulta más urgente, más necesario, si cabe. En su empeño (en el teatro de la política poco importa si real o figurado), lo ayudan gran parte de la clase política, la élite burocrática y los medios. Era de esperar, si tenemos en cuenta que esos tres grandes actores han sido corresponsables del trumpismo. Los políticos, porque facilitaron su crecimiento, por complicidad u omisión; la tecnocracia administrativa, porque despreció con obscenidad al pueblo que debía servir; y los medios, por su voracidad de lo novedoso, de lo atractivo, de lo escandaloso. Sin reparar en las consecuencias.

En Biden, esa coalición ha encontrado el remedio perfecto, una especie de anti-Trump. No por su radicalismo izquierdoso, sino por todo lo contrario. Por su moderación. Por su previsibilidad. Por su consumado gusto por las frases acogedoras. Por su empeño en no hacer enemigos. Por su aversión al conflicto explícito.

El “sanador” quiere unir de nuevo a América, contar con todos, escuchar a todos, no insultar a nadie, dejar que los que saben lo aconsejen, rescatar a los oráculos de las elegantes residencias donde esperan su regreso y aplanar las trincheras que separan a los dos partidos en el Capitolio. En su mensaje del momento (desde su nominación, de hecho), hay una evocación como de posguerra, escenario que todo político que se precie aprovecha para capitalizar las angustias de la población. Y, sin embargo, ahora es difícil ocultar un cierto aroma de solemnidad forzada, de artificiosidad, de oportunismo.

Que no se entienda mal. El alivio de la derrota de Trump es comprensible y sincero, en (casi) todo el mundo. Una vuelta a los buenos modales no vendrá mal. Decir la verdad de vez en cuando no debe ser censurable. Hacer caso a los científicos en tiempo de pandemia es de puro sentido común. Tratar a los aliados con respeto es de buena educación y bastante útil. Y poner cara agria a dictadores y malos sacramentados es una exigencia de la corrección política.

UNA TRAYECTORIA CONVENCIONAL

La sanación de un cuerpo profundamente enfermo como la sociedad americana no es cuestión de discursos, ni siquiera de buenas intenciones, ni se resuelve “reparando” el tejido. Biden no es un recién llegado, contrariamente a Reagan; ni siquiera puede aportar la frescura de quien no está demasiado maleado (como Clinton u Obama, en su día). Es un insider. Uno de los responsables de algunos de los males que propiciaron la irrupción resistible de Donald Trump. Biden combatió estos cuatro últimos años al advenedizo incendiario, claro está, pero no se le ha escuchado llegar hasta el fondo en el análisis de las razones de la desgracia.

De Biden se destaca estos días su capacidad para llegar a acuerdos across the aisle (los dos lados del pasillo); es decir, de forjar acuerdos entre republicanos y demócratas. Lo que en Europa se ha venido en llamar consenso centrista. Pero en Estados Unidos esa fórmula no vincula a la derecha y la izquierda moderadas, sino a facciones de la derecha y, si acaso, del centro. Por mucho que se haya agudizado la división tribal en los últimos cuarenta años, ambos partidos han gobernado con parámetros similares. La desigualdad social ha aumentado tanto con republicanos como con demócratas al timón.  

Ese consenso interpartidario ha sido parte del problema, en lugar de constituir un factor válido para la solución. El empeño por el pacto ha frustrado a quienes en el partido demócrata defendían siquiera tímidas reformas sociales cuando se alcanzaba la Casa Blanca, para mitigar los retrocesos sufridos durante precedentes administraciones republicanas. Este fenómeno es demasiado reciente para fingir desmemoria: los republicanos no pactan cuando gobiernan y obstruyen todo lo que pueden cuando lo hacen los demócratas. ¿Quién no recuerda las estrategias de confrontación sin complejos de Newt Gingrich? No eran diferentes a las actuales de Mitch McDonnell. Los demócratas fueron más complacientes con Reagan o los Bush, y sólo se echaron al monte con Trump, porque al personaje le importaba un comino los consensos y nunca reclamó esfuerzo o negociación para lograr alguno.

La carrera política de Biden es reconocible por la élite burocrática, el orbe académico que toca o se beneficia del poder y los medios que reproducen e interpretan las sutilezas y recovecos del sistema. El septuagenario presidente puede hacer un buen trabajo para reducir la tensión entre dos de las tres Américas, haciéndolas creer que todos cuentan, que sus votos importan, que comprende y atiende sus agobios y preocupaciones. A la tercera América, marginada, olvidada y hasta ignorada no llegarán las curas del presidente electo. No es profecía, sino proyección razonable de medio siglo de trayectoria política.

UNA SANACIÓN FORMAL

Para acercar a esas dos Américas que “se odian” (como reza el mantra mediático), Biden hará lo que esté en su mano, aunque los republicanos no se lo pondrán fácil, como señala Thomas Carothers, el experto en gobernanza de la Fundación Carnegie (1). El veneno del trumpismo ha deshabilitado/desactivado a la élite del GOP. La jerarquía del Partido Demócrata cerrará filas con Biden, entre otras cosas porque su era se presiente corta (un solo mandato): por edad y por salud. Pero es de temer que lo haga a costa del ala izquierda, que tanto ha hecho para ganar estas elecciones, como señala la editora del semanario progresista THE NATION (2). Sus principales líderes han sido reelegidos en la Cámara de Representantes y los más cercanos a movimientos sociales de protesta, como Black Lives Matters, han salido bien parados. La base demócrata respalda una mayor audacia, de una vez por todas.

Sin embargo, lo más probable es que ese ala izquierda vea pronto confirmados sus temores: la movilización para echar al “monstruo”, si acaso, merecerá un breve reconocimiento, y ya. Una de las cabezas visibles de ese sector renovador, Alexandria Ocasio-Cortez, lo ha expresado muy bien en una entrevista con el NYT:  si el partido vuelve a ignorar la base, incubará la tragedia (3).  Lo hará, no por incompetencia o torpeza, sino porque no está diseñado para otra cosa que asegurar la pervivencia de la “normalidad”. Para un vuelo corto.


NOTAS

(1) “Postelection forecast: more polarization ahead”. THOMAS CAROTHERS. CARNEGIE, 9 de noviembre.

(2) “Progressives are an asset for the Democratic Party. It should treat them that way”. KATRINA VAN DER HEUVEL. THE WASHINGTON POST, 10 de noviembre.

(3) “Alexandria Ocasio-Cortez on Biden’s win, House losses and what’s next for the Left”. THE NEW YORK TIMES, 7 de noviembre.

ESTADOS UNIDOS SE SUME EN LA CONFUSIÓN

4 de noviembre de 2020 

Se han confirmado los augurios de los últimos días en Estados Unidos. Resultado apretado, incógnita sobre el ganador de las elecciones y largo y tenso proceso de recuento de los votos anticipados y de los enviados por correo. Disputas más que probables en las tribunas y en los juzgados.

Todo estaba en el guion de escenarios previsibles, que adelantábamos ayer.

Ante la falta de un ganador claro, Trump se proclama falsamente vencedor, pide que se suspenda el conteo del voto por correo por considerarlo un vivero de trampas y acusa a los demócratas de querer robarle las elecciones.

Biden se muestra más comedido, más convencional. Asegura que se debe contar hasta el último voto, que él se encuentra en el camino de la victoria, pero que ese veredicto no le corresponde emitirlo a los candidatos, sino al pueblo americano. Una declaración de manual de la corrección política, contrariamente a la vulneración sistemática de las normas que exhibe su oponente.

Se discutirá prácticamente por cada voto, sobre todo en los tres estados del Medio Oeste que se han convertido en decisorios ya desde hace tiempo: Pensilvania, Michigan y Wisconsin. Allí triunfo Trump en 2016, cuando hasta entonces había sido territorio propicio de los demócratas. Ahora, el todavía presidente aventaja a Biden considerablemente en el voto emitido ayer, pero queda por contar el voto anticipado y el enviado por correo, que debe ser muy favorable al demócrata. El recuento va a ser largo, pero sobre todo polémico, con cientos o miles de demandas y/o reclamaciones. La bronca de Florida, en 2020, va a ser superada con creces. Se avecinan semanas y/o meses de tensión, si no de enfrentamientos y violencia.

Si la disputa llega al Supremo -y no hay que descartarlo-, Trump habrá conseguido lo que quería: el secuestro de la democracia por un selecto sanedrín judicial escogido por el jefe del Ejecutivo y confirmado por el Senado.

Sea cual sea el resultado final, las elecciones de 2020 han confirmado lo que en Europa no siempre se acepta o se quiere comprender.

- Que Trump puede ser una anomalía formal y la encarnación de una farsa política vergonzante, pero representa la voluntad de un tercio del país.... o de la mitad del país que vota; de hecho ha aumentado sus votos en las zonas rurales, según datos provisionales.  

- Que los más perjudicados por Trump no sienten que haya una alternativa capaz de modificar sus condiciones de vida y rehúsan participar en el teatro electoral.

- Que los demócratas no recuperarán la Casa Blanca hasta que no ofrezcan un contrato a esa América que se encoge de hombros ante la liturgia de la democracia.

- Que las dudas sobre algo tan elemental como contar todos los votos sigue siendo objeto de manipulación y pasto de trampas de todo tipo, lo que inhabilita a Estados Unidos para seguir sermoneando al mundo sobre democracia.

En Estados Unidos, el espectáculo político se parece cada vez más a ese reality televisivo que ha llevado a uno de sus exponente a la más alta representación del país.  

EE. UU.: ESCENARIOS DE UNA NOCHE ELECTORAL ATÍPICA

 3 de noviembre

La noche electoral de Estados Unidos se anuncia larga. E incierta. De cumplirse los pronósticos, Biden saldrá vencedor. Pero necesita acreditar un resultado muy contundente para aplacar a un rival que no está dispuesto a admitir fácilmente su posible derrota. Si el resultado es finalmente apretado o, lo que es más probable, no puede declararse vencedor a falta contar votos que resultan necesarios para cerrar el resultado, puede darse por seguro un periodo de crisis política. Estos son los escenarios hipotéticos y su nivel de probabilidad:

1) CONVENCIONAL.

Gana cualquiera de los dos por una ventaja convincente y el candidato derrotado admite la victoria de su rival. Se concluye el recuento en los estados pendientes del voto por correo, se resuelven discrepancias y el 14 de diciembre el Colegio Electoral vota al Presidente según la voluntad de los electores de cada estado. El 21 de enero, o bien Trump inicia su segundo mandato, o Biden se convierte en el 46ª presidente de los Estados Unidos.

Poco probable.


2) INDECISO.

Cada candidato obtiene la victoria en sus feudos más seguros, pero restan por contar los votos en los estados más competidos, los que determinan el resultado final. Todo el proceso electoral se retrasa. El riesgo de conflicto por los resultados parciales se agranda. Los dos partidos presentan un gran número de reclamaciones, no sólo en las presidenciales, sino también en las legislativas. La gestión del voto por correo es el principal terreno de disputa.

Bastante probable.


3) INESTABLE.

Gana Biden por una ventaja corta. Trump asegura que ha habido fraude y ordena a cientos o miles de abogados que revisen conteos o incluso que presenten demandas ante los tribunales. El propio Trump lleva semanas insinuando un escenario similar a éste, con sus diferentes variantes.

Bastante probable.

                

4) POLÉMICO.

Trump aventaja a Biden en el recuento provisional, a falta de muchos estados por decidir, pero proclama su victoria de forma precipitada. Biden no lo acepta. Es el llamado “espejismo rojo”. Los líderes republicanos tendrían que pronunciarse: o respaldar al Presidente o intentar convencerle de que debe esperar a que concluya el proceso electoral.

Ligeramente probable

                

5) CONFLICTIVO

Los dos candidatos empatan a 269 delegados en el Colegio Electoral. Se entabla una pugna política para resolver el bloqueo. El Congreso debe decidir, pero su veredicto depende del partido que controle la delegación de cada Estado en la Cámara de Representantes y de la nueva composición de Senado tras las votaciones de hoy.  

Muy poco probable.    


6) CRÍTICO.

Las desavenencias sobre el conteo y la gestión de los votos por correo impiden que el Colegio Electoral no puede elegir al Presidente en el plazo prescrito. La decisión pasa a los Estados. Pero los gobernadores y los legislativos de cada Estado no necesariamente optan por el mismo candidato, sino en función de sus adscripciones políticas. La crisis institucional consecuente sería de gran envergadura.

Poco probable.

                

7) TUMULTUOSO

Partidarios y contrarios a Trump escenifican en las calles la crisis institucional y la convierten en crisis social. Riesgo de enfrentamiento en las calles. El Congreso llama a la calma, pero la Casa Blanca incita a sus partidarios más extremistas. Incógnita sobre la conducta de las fuerzas de seguridad. 

Muy poco probable, pero temible.


LAS TRES AMÉRICAS

 28 de octubre de 2020

A una semana del 3 de noviembre, aumentan las dudas sobre el resultado de las elecciones norteamericanas. Lo que hasta hace unas pocas semanas parecía un triunfo relativamente cómodo de Biden se ha convertido ahora en una evocación anticipada de lo ocurrido en 2016: un desenlace inesperado. Esa sería la “sorpresa de octubre” de este año: un giro postrero en el balance de voluntades. 

Dos de los más reputados politólogos de la Brookings han resumido estos escenarios. William Galston ha analizado la posibilidad de que Trump pueda conseguir una inesperada remontada (1). Ciertamente, Biden lo aventaja en una media de ocho puntos en las encuestas sobre el voto popular. Pero ya se sabe que eso significa nada o muy poco: marca tendencia, pero no determina el resultado. Es el voto de pocos estados con electorados cambiantes lo que determina la composición del Colegio electoral. Pensilvania, Michigan y Wisconsin, tradicionalmente demócratas, votaron por Trump en 2016, pero Biden aparece como favorito ahora y tiene posibilidades en otros que siempre votan republicano (Arizona, Georgia o Carolina del Norte). Si triunfa en los tres primeros, tiene casi garantizada la victoria.

Elaine Kamarck, una de las analistas electorales más experimentadas de Washington, ha aclarado el embrollo institucional que provocaría un improbable pero no imposible empate a votos en el Colegio Electoral (2). A estos escenarios se suman otros que aventuran un periodo poselectoral plagado de zozobra (3).  

La clave, como siempre, reside en la participación. Los demócratas ganan siempre que sus bases sociales acuden a las urnas. El voto temprano y por correo suena prometedor este año. En los estados clave ya ha votado por anticipado más de la mitad del electorado de 2016.

EE.UU no es precisamente un ejemplo democrático: entre un tercio y la mitad de electorado no vota nunca, porque percibe que no sirve de nada. La política no resuelve sus agobiantes problemas cotidianos. A efectos socio-electorales, puede decirse que hay tres Américas: la que vota con gran estabilidad a los republicanos, la que suele decantarse por los demócratas y la que se queda en casa. La primera es la más fiable. El trasvase entre la segunda y la tercera es lo que suele determinar el color de la Casa Blanca o del Capitolio.

LA AMÉRICA REPUBLICANA

 En 2016, la América republicana quemó las naves y optó por poner su destino inmediato en manos de un advenedizo, fanfarrón, políticamente iletrado, moralmente más que sospechoso y dudosamente honesto (por ser suave) en sus manejos privados. Trump conquistó la voluntad republicana e invirtió parte de su ideario político y de su bagaje gestor. La orientación extremista que seduce al “viejo gran partido” (Great Old Party: GOP) desde el final apagado del reaganismo necesitaba un nuevo relato, tras los fracasos del libertarismo antigubernamental del Tea Party y el neoconservadurismo compasivo de Bush. Trump era una anomalía, pero una anomalía que resultaba rentable. El partido no le ha entregado su alma, pero sí sus votos. Y el trilero de Manhattan les ha compensado sobradamente. Primero, con una política fiscal más que ventajosa; segundo, con el control absoluto de la tercera rama del gobierno: el poder judicial y, en especial, el Tribunal Supremo; y last but no least , alentando una panoplia de medidas administrativas para neutralizar los caladeros de voto demócratas:  obstáculos al voto, recomposición interesada de distritos, etc. (4). Una gestión sin complejos, cuyos beneficios a largo plazo ahogarán el bochorno nacional e internacional que provoca el inquilino del 1600 de la Avenida de Pensilvania.

Esa América vota. Vota casi siempre. Según los datos de la oficina del censo, tres de cada cuatro norteamericanos que gana más de 150.000 dólares al año pasa por las urnas cuando toca. No todos los ricos votan republicano, pero sí la mayoría. Igual que las mujeres casadas, en un porcentaje que ronda el 70%. También a Trump, pese al machismo primitivo del personaje, que sólo la presión, más familiar que social, ha silenciado en los últimos tiempos.

LA AMÉRICA DEMÓCRATA

La América demócrata reside en la clase media con estudios medios o superiores, que cobra del gobierno, en sus diversos niveles o territorios, o que vive de un salario en un sector industrial cada vez más amenazado por la competencia exterior, o que se agarra a su pequeño negocio para salir adelante. Es una amplia base social donde conviven dos visiones de la política: la ideológica (los más ilustrados o gran parte de los afiliados a un sindicato) y la utilitaria (el resto).

Es una América sin fidelidades acorazadas, propensa a la decepción o al desaliento. Cuando los tiempos empeoran, los no militantes o los más desengañados emigran al bando republicano, como en 2016; los más concienciados, se abstienen y colman su instinto social trabajando en organizaciones cívicas que cuestionan pálidamente el sistema. Biden es percibido como un dirigente de la vieja guardia, con buenos agarres en el mundo sindical. Sin brillos pero con valores tradicionales sólidos, para una población expulsada del ascensor social.

LA AMÉRICA MARGINADA

La tercera América es la que no vota nunca o casi nunca, la que no se siente defendida ni representada por los dos grandes partidos, ni por las alas más radicales de cada uno de ellos, y tampoco por esas terceras opciones que resisten en condiciones adversas. Es la América pobre, de trabajos precarios y mal pagados, fuera de la cobertura sanitaria y al albur de los programas sociales de emergencia (médicos, alimentarios y otros servicios). Pocos políticos, salvo el ala izquierda de los demócratas, apela a su voto, porque tiene poco que ofrecerle, y las promesas y programas caen en saco roto (5).

En esa América anidan los segmentos más desfavorecidos de las minorías raciales (afroamericanos y latinos, sobre todo), que constituyen la mayoría en sus comunidades de referencia. La condición de raza y clase resulta más coincidente en estos sectores sociales, y su comportamiento electoral es más estable: los más pobres en menor proporción que los que gozan de mejor posición. Y cuanto más arriba llegan en la escala social, más se acercan a los republicanos. La edad es también un factor significativo. En 2016, más de la mitad de los afroamericanos jóvenes (menores de 30 años) no votó, pero sí lo hicieron siete de cada diez pensionistas. El sistema expulsa a jóvenes y mayores, pero estos últimos son menos virulentos.

En 2008, un segmento pequeño de esa América de la marginación social y política se dejó tentar por la expectativa de un cambio en la figura de Barack Obama. Ma non troppo. Apenas votó un 60%, mientras en 1960 (en las elecciones que Kennedy ganó por los pelos), el porcentaje de participación fue casi del 64%.

El encanto de Obama no duró mucho. El primer presidente afroamericano era, después de todo, un exponente del sistema, que no pretendía modificar lo fundamental y mucho menos alterar los (des)equilibrios de la sociedad. Lluvia de verano que dejó paso a la sequía contumaz que Trump encarna por delegación.

La tercera América se quedó masivamente en casa hace cuatro años y una parte de la nación azul (demócrata) desertó o compró el mensaje nacional-populista-autoritario del charlatán vendedor de crecepelo. En esa segunda América, la de las heterogéneas clases medias, reside este año, como siempre, la esperanza del partido del burrito. Que sus huestes vuelvan a casa, que hayan tomado nota del engaño, como se cuenta en un reportaje de LE MONDE en Pensilvania (6). De la tercera América, apenas se esperan migajas de confianza, un pequeño empuje, si acaso, para decidir el pulso en algunos de los enclaves urbanos... y poco más. Después de todo, es la América que no cuenta y con la que no se cuenta.


NOTAS

(1) “Can President Trump win an Electoral College majority in 2020”. WILLIAM A. GALSTON. BROOKINGS INSTITUTION, 19 de octubre.

(2) “What happens if Trump and Biden tie in the Electoral College”. ELAINE KAMARCK. BROOKINGS INSTITUTION, 21 de octubre.

(3) “How 2020 US election scenarios play out”. THE GUARDIAN, 17 de octubre.

(4) “The spreading scourge of voter suppression”. THE ECONOMIST, 10 de octubre.

(5) “They did not vote in 2016. Why they plan to skip the election again”. SABRINA TEVERNISE y ROBERT GEBELOFF. THE NEW YORK TIMES, 26 de octubre.           

(6) “En Pennsylvanie, le timide retour des ouvriers dans le giron démocrate”. ARNAUD LEPARMENTIER. LE MONDE, 28 de octubre.