LAS TRES AMÉRICAS

 28 de octubre de 2020

A una semana del 3 de noviembre, aumentan las dudas sobre el resultado de las elecciones norteamericanas. Lo que hasta hace unas pocas semanas parecía un triunfo relativamente cómodo de Biden se ha convertido ahora en una evocación anticipada de lo ocurrido en 2016: un desenlace inesperado. Esa sería la “sorpresa de octubre” de este año: un giro postrero en el balance de voluntades. 

Dos de los más reputados politólogos de la Brookings han resumido estos escenarios. William Galston ha analizado la posibilidad de que Trump pueda conseguir una inesperada remontada (1). Ciertamente, Biden lo aventaja en una media de ocho puntos en las encuestas sobre el voto popular. Pero ya se sabe que eso significa nada o muy poco: marca tendencia, pero no determina el resultado. Es el voto de pocos estados con electorados cambiantes lo que determina la composición del Colegio electoral. Pensilvania, Michigan y Wisconsin, tradicionalmente demócratas, votaron por Trump en 2016, pero Biden aparece como favorito ahora y tiene posibilidades en otros que siempre votan republicano (Arizona, Georgia o Carolina del Norte). Si triunfa en los tres primeros, tiene casi garantizada la victoria.

Elaine Kamarck, una de las analistas electorales más experimentadas de Washington, ha aclarado el embrollo institucional que provocaría un improbable pero no imposible empate a votos en el Colegio Electoral (2). A estos escenarios se suman otros que aventuran un periodo poselectoral plagado de zozobra (3).  

La clave, como siempre, reside en la participación. Los demócratas ganan siempre que sus bases sociales acuden a las urnas. El voto temprano y por correo suena prometedor este año. En los estados clave ya ha votado por anticipado más de la mitad del electorado de 2016.

EE.UU no es precisamente un ejemplo democrático: entre un tercio y la mitad de electorado no vota nunca, porque percibe que no sirve de nada. La política no resuelve sus agobiantes problemas cotidianos. A efectos socio-electorales, puede decirse que hay tres Américas: la que vota con gran estabilidad a los republicanos, la que suele decantarse por los demócratas y la que se queda en casa. La primera es la más fiable. El trasvase entre la segunda y la tercera es lo que suele determinar el color de la Casa Blanca o del Capitolio.

LA AMÉRICA REPUBLICANA

 En 2016, la América republicana quemó las naves y optó por poner su destino inmediato en manos de un advenedizo, fanfarrón, políticamente iletrado, moralmente más que sospechoso y dudosamente honesto (por ser suave) en sus manejos privados. Trump conquistó la voluntad republicana e invirtió parte de su ideario político y de su bagaje gestor. La orientación extremista que seduce al “viejo gran partido” (Great Old Party: GOP) desde el final apagado del reaganismo necesitaba un nuevo relato, tras los fracasos del libertarismo antigubernamental del Tea Party y el neoconservadurismo compasivo de Bush. Trump era una anomalía, pero una anomalía que resultaba rentable. El partido no le ha entregado su alma, pero sí sus votos. Y el trilero de Manhattan les ha compensado sobradamente. Primero, con una política fiscal más que ventajosa; segundo, con el control absoluto de la tercera rama del gobierno: el poder judicial y, en especial, el Tribunal Supremo; y last but no least , alentando una panoplia de medidas administrativas para neutralizar los caladeros de voto demócratas:  obstáculos al voto, recomposición interesada de distritos, etc. (4). Una gestión sin complejos, cuyos beneficios a largo plazo ahogarán el bochorno nacional e internacional que provoca el inquilino del 1600 de la Avenida de Pensilvania.

Esa América vota. Vota casi siempre. Según los datos de la oficina del censo, tres de cada cuatro norteamericanos que gana más de 150.000 dólares al año pasa por las urnas cuando toca. No todos los ricos votan republicano, pero sí la mayoría. Igual que las mujeres casadas, en un porcentaje que ronda el 70%. También a Trump, pese al machismo primitivo del personaje, que sólo la presión, más familiar que social, ha silenciado en los últimos tiempos.

LA AMÉRICA DEMÓCRATA

La América demócrata reside en la clase media con estudios medios o superiores, que cobra del gobierno, en sus diversos niveles o territorios, o que vive de un salario en un sector industrial cada vez más amenazado por la competencia exterior, o que se agarra a su pequeño negocio para salir adelante. Es una amplia base social donde conviven dos visiones de la política: la ideológica (los más ilustrados o gran parte de los afiliados a un sindicato) y la utilitaria (el resto).

Es una América sin fidelidades acorazadas, propensa a la decepción o al desaliento. Cuando los tiempos empeoran, los no militantes o los más desengañados emigran al bando republicano, como en 2016; los más concienciados, se abstienen y colman su instinto social trabajando en organizaciones cívicas que cuestionan pálidamente el sistema. Biden es percibido como un dirigente de la vieja guardia, con buenos agarres en el mundo sindical. Sin brillos pero con valores tradicionales sólidos, para una población expulsada del ascensor social.

LA AMÉRICA MARGINADA

La tercera América es la que no vota nunca o casi nunca, la que no se siente defendida ni representada por los dos grandes partidos, ni por las alas más radicales de cada uno de ellos, y tampoco por esas terceras opciones que resisten en condiciones adversas. Es la América pobre, de trabajos precarios y mal pagados, fuera de la cobertura sanitaria y al albur de los programas sociales de emergencia (médicos, alimentarios y otros servicios). Pocos políticos, salvo el ala izquierda de los demócratas, apela a su voto, porque tiene poco que ofrecerle, y las promesas y programas caen en saco roto (5).

En esa América anidan los segmentos más desfavorecidos de las minorías raciales (afroamericanos y latinos, sobre todo), que constituyen la mayoría en sus comunidades de referencia. La condición de raza y clase resulta más coincidente en estos sectores sociales, y su comportamiento electoral es más estable: los más pobres en menor proporción que los que gozan de mejor posición. Y cuanto más arriba llegan en la escala social, más se acercan a los republicanos. La edad es también un factor significativo. En 2016, más de la mitad de los afroamericanos jóvenes (menores de 30 años) no votó, pero sí lo hicieron siete de cada diez pensionistas. El sistema expulsa a jóvenes y mayores, pero estos últimos son menos virulentos.

En 2008, un segmento pequeño de esa América de la marginación social y política se dejó tentar por la expectativa de un cambio en la figura de Barack Obama. Ma non troppo. Apenas votó un 60%, mientras en 1960 (en las elecciones que Kennedy ganó por los pelos), el porcentaje de participación fue casi del 64%.

El encanto de Obama no duró mucho. El primer presidente afroamericano era, después de todo, un exponente del sistema, que no pretendía modificar lo fundamental y mucho menos alterar los (des)equilibrios de la sociedad. Lluvia de verano que dejó paso a la sequía contumaz que Trump encarna por delegación.

La tercera América se quedó masivamente en casa hace cuatro años y una parte de la nación azul (demócrata) desertó o compró el mensaje nacional-populista-autoritario del charlatán vendedor de crecepelo. En esa segunda América, la de las heterogéneas clases medias, reside este año, como siempre, la esperanza del partido del burrito. Que sus huestes vuelvan a casa, que hayan tomado nota del engaño, como se cuenta en un reportaje de LE MONDE en Pensilvania (6). De la tercera América, apenas se esperan migajas de confianza, un pequeño empuje, si acaso, para decidir el pulso en algunos de los enclaves urbanos... y poco más. Después de todo, es la América que no cuenta y con la que no se cuenta.


NOTAS

(1) “Can President Trump win an Electoral College majority in 2020”. WILLIAM A. GALSTON. BROOKINGS INSTITUTION, 19 de octubre.

(2) “What happens if Trump and Biden tie in the Electoral College”. ELAINE KAMARCK. BROOKINGS INSTITUTION, 21 de octubre.

(3) “How 2020 US election scenarios play out”. THE GUARDIAN, 17 de octubre.

(4) “The spreading scourge of voter suppression”. THE ECONOMIST, 10 de octubre.

(5) “They did not vote in 2016. Why they plan to skip the election again”. SABRINA TEVERNISE y ROBERT GEBELOFF. THE NEW YORK TIMES, 26 de octubre.           

(6) “En Pennsylvanie, le timide retour des ouvriers dans le giron démocrate”. ARNAUD LEPARMENTIER. LE MONDE, 28 de octubre.

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