27 de noviembre de 2024
El revuelo ocasionado tras la resolución del TPI que ordena la detención del primer ministro y del exministro de Defensa de Israel y del dirigente del ala militar de Hamas (se desconoce si aún vive) por supuestos crímenes de guerra y crímenes contra la Humanidad ha quedado en una tormenta dentro de un vaso de agua.
El
fallo tiene un notable valor simbólico o moral, porque es la primera vez que
resultan encausados dirigentes aliados de Occidente (1). Pero los efectos
prácticos serán nulos. ¿Alguien se imagina a Netanyahu detenido al bajar de un
avión en Europa o en cualquier otra parte del mundo? Por supuesto, Estados Unidos
ya estaba fuera de esta ecuación, pues desconoce sistemáticamente resoluciones
judiciales contrarias a sus políticas.
En
su actual sexto periodo como jefe del gobierno israelí, Netanyahu ha efectuado
nueve viajes al extranjero: tres a Estados Unidos (dos, para asistir a sesiones
de la AGNU); cuatro a las capitales de los principales estados de la UE
(Alemania, Francia e Italia) y de Gran Bretaña; y los otros dos a Jordania (país
aliado mediante un Tratado de paz) y Chipre (con el que Israel mantiene
intereses económicos de cierta importancia).
El
presidente Macron sugirió que Francia cumpliría con el mandato del TPI. Esta
declaración equivale a un brindis al sol. Netanyahu gusta de las provocaciones:
lo ha demostrado en numerosas ocasiones y en escenarios diversos, pero nunca tentaría
la suerte en ninguno de los grandes estados europeos, los únicos que le
interesan (excepciones menores aparte).
La
única reacción que le importa al Primer ministro israelí, presunto responsable
de crímenes de guerra, es la de Estados Unidos. Y ésta ha sido la esperada y la
deseada: apoyo incondicional a Israel y protestas por la decisión judicial calificada
de “indignante” por la Casa Blanca.
Biden
añade el insulto a la injuria desacreditando la imparcialidad de una de esas
instituciones multilaterales que dice defender en sus discursos ampulosos sobre
el orden democrático liberal. Tampoco este comportamiento es nuevo, ni puede
generar sorpresa alguna. Washington ha blindado diplomáticamente a Israel en
sus continuos desmanes durante décadas. Incluso cuando aparenta criticar sus
“excesos” o “errores”, como en Gaza o Cisjordania, se abstiene sistemáticamente
de adoptar medidas que alteren la conducta de su protegido.
El
primer Presidente de estos tiempos que ha sido defenestrado por la presión de
su propio partido no se ha quedado sólo en la defensa encendida de Israel
frente a la “injusta e inexplicable” decisión del TPI. Pesos pesados como los
senadores Tom Cotton o Lindsey-Graham, miembros de la influyente Comisión de
Exteriores, anunciaron sanciones contra el fiscal Khan. Mike Waltz, el Consejero
de Seguridad Nacional escogido por Trump, aseveró que el TPI tendrá “una fuerte
respuesta” en enero (2).
De
esta forma, los presuntos criminales de guerra y los respetables dirigentes del
“líder del mundo libre” se han alineado en el mismo lado. No hace falta que
llegue Trump para cuestionar ese manoseado Orden Liberal: ya lo están haciendo,
con sus actos, los que se proclaman como sus principales defensores y
estandartes.
Así
las cosas, resulta pertinente un comentario de Stephen Walt, profesor de Relaciones Internacionales de
Harvard, al último libro de Noam Chomsky sobre la política exterior de EEUU. El
“idealismo” que se le atribuye es un mito. La supuesta defensa que la “nación
indispensable” hace de la libertad, la ley y los derechos humanos es una
flagrante mentira, sostiene Chomsky. Walt, no precisamente un izquierdista,
admite que, a la postre, el viejo intelectual estaba en lo cierto al denunciar,
desde hace décadas, la violación de la Carta de las Naciones Unidas y de los
derechos y libertades de los pueblos por los sucesivos presidentes. Y todo en
favor de intereses corporativos: complejo industrial militar, compañías
energéticas, grandes empresas, bancos y entidades financieras (3).
LÍBANO:
UN ACUERDO OPORTUNO
Sólo
una semana después del fallo del TPI, se ha acordado un alto el fuego de 60 días entre Israel y Hezbollah,
para poner fin a esta deriva de la última carnicería en Oriente Medio. A estas
alturas a casi nadie escandaliza que el gobierno oficial del Líbano haya sido
una simple comparsa en las negociaciones, porque eso es en lo que se ha
convertido tras muchos años de interferencias insoportables de las potencias
regionales, de refriegas sectarias y de comportamientos dañinos de sus élites
políticas y económicas.
Se
presentan como padrinos de esa ”ceremonia de paz”, los Presidentes de EE.UU y
de Francia, en un acto de condominio que no sólo resulta estéticamente poco
edificante, sino que, además, es engañoso. No hay una simetría en las
influencias que ambos estados occidentales tienen en este momento en Líbano,
por mucho que Francia no deje de aferrarse su condición de antigua potencia
colonial.
Lo
que se ha pactado, básicamente, es una aplicación de la Resolución 1701 del
CSNU, que data de hace nada menos que 18 años, cuando se puso final a la
penúltima guerra en Líbano, una vez que Israel fracasó en su intento de
destruir a Hezbollah y “pacificar” el sur del vecino septentrional. El acuerdo presente actualiza los principales
parámetros de aquel compromiso ficticio. Teóricamente se “vacía“ de armamento
pesado de Hezbollah una amplia franja de terreno, desde la frontera con Israel
hasta el río Litani; se retiran las fuerzas invasoras israelíes; y se establece el despliegue del ejército
regular libanés. ¿Cuánto tiempo durará este “arreglo”? Nadie se atreve a
pronosticarlo.
Hezbollah
se encuentra obviamente debilitado tras la brutal campaña israelí. La milicia chií
ha sido descabezada y su estructura seriamente dañada; su arsenal, mermado.
Pero, como señalan algunos conocedores de la cuestión, la principal
organización político-militar libanesa está down, pero no out.
Disminuida pero no derrotada del todo (4).
En
estos trece meses han muerto casi 4.000 libaneses y 100 israelíes. Más de un
millón de libaneses se han visto obligados a abandonar sus hogares (antes lo
habían hecho 60.000 de israelíes que habitaban en las aldeas fronterizas). Barrios
enteros de Beirut han quedado convertidos en montones de escombros, ciudades y
pueblos del sur del país han sido arrasados.
Israel, claro, se reserva la decisión de volver a la carga cuando considere
comprometida su “seguridad”. Y ya se sabe cómo aplica ese principio.
Una
solución estable para el Líbano requiere de algo más que apaños dictados por
las urgencias de los contendientes. Décadas de dislocamiento político,
económico, religioso e institucional exigen compromisos mucho más amplios y justos.
Casi nadie con poder quiere de verdad un Líbano fuerte o estable (5).
En
todo caso, el acuerdo de alto el fuego sobre Líbano servirá para hacer más
tragable el blanqueamiento de Netanyahu y su gobierno sobre el que ya pesa la
acusación de genocida. La destrucción de Gaza de momento sigue adelante. La
respuesta del gobierno israelí al TPI ha consistido en endurecer las
condiciones de reparto de ayuda a una población asediada, desplazada
continuamente y martirizada durante trece meses. Otro crimen de guerra, como acredita
Human Rights Watch, una de las principales organizaciones jurídicas de
Estados Unidos, entre otras (6).
Pero
si no bastara con destruir la vida y el futuro de centenares de miles de
personas, Netanyahu también parece decidido a sofocar las pocas voces que se
atreven a discrepar de su política criminal. El gobierno ha ordenado retirar la
publicidad institucional en el diario Haaretz, órgano de la izquierda social y
política, el único que se ha atrevido a condenar la estrategia de guerra de la
mayoría parlamentaria, aunque haya incurrido en contradicciones y equívocas
disculpas a lo largo de estos meses (7). El proyecto autoritario avanza día a
día en Israel, con la connivencia de la mayoría social. Los más radicales
esperan que el regreso de Trump a la Casa Blanca permita acelerar los planes de
anexión de “Judea y Samaria” (denominación bíblica con la que se refieren a los
territorios palestinos de Cisjordania) y eliminar cualquier foco de oposición activa
en Israel.
Por
tanto, no se debería señalar únicamente al villano Netanyahu y sus cómplices, sino
a todos esos dirigentes tan respetables del mundo occidental (y de otras
zonas del mundo) que lo defienden, lo protegen cuando las cosas se ponen más
feas, lo justifican o ignoran sus abusos permanentes, no solo contra sus
enemigos exteriores sino contra sus propios adversarios internos, cada vez más amenazados.
NOTAS
(1) “Le mandat d’arrêt de la CPI
contre Benyamin Nétanyahou, un tournant pour la justice internationale”. STEPHANIE
MAUPAS (Corresponsal en La Haya). LE MONDE, 22 de noviembre.
(2) “ICC warrants put
spotlight on Israel and its U.S. defenders”, ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON
POST, 22 de noviembre.
(3) “Noam Chomsky has
been proved right”. STEPHEN M. WALT.
FOREIGN POLICY, 15 de noviembre.
(4) “Five questions about the cease-fire between
Israel and Hezbollah. Limited strikes could continue even after the truce”. DANIEL
BYMAN. FOREIGN POLICY, 26 de
noviembre.
(5) “Lebanon’s day
after. Will the Country Survive the War With Israel?”. MAHA YAHIA. FOREIGN
AFFAIRS, 20 de noviembre.
(6) “Israel
accused of crimes against humanity over forced displacement in Gaza”. THE
GUARDIAN, 15 de noviembre.