UNA SOCIEDAD MUY POCO ARMONIOSA

9 de julio de 2009

El actual presidente de la República Popular de China, Hu Jintao, consagró en el pasado Congreso del Partido Comunista consagró la fórmula “sociedad armoniosa” para definir el modelo que pretende estabilizar la clase dirigente china. Hu y sus colegas de la jerarquía neocomunista son muy conscientes de las tensiones sociales, étnicas y nacionales que el proceso de modernización de la economía china está provocando a lo largo y ancho del país. Por no hablar de las contradicciones que origina la conversión de China en superpotencia del siglo XXI, dentro y fuera de sus fronteras. La revuelta uigur de estos días resulta un ejemplo muy revelador de ese panorama conflictivo, en el que se mezclan, en explosiva combinación, algunas de esas variadas tensiones.
Xinjiang, la provincia escenario de los disturbios, que han causado más de un centenar y medio de muertos y millares de heridos y detenidos, se extiende por el Occidente de China y ocupa una sexta parte de su superficie. Comparte frontera con Afganistán, Pakistán y varias repúblicas centroasiáticas exsoviéticas . Por su posición geográfica, en la antigua ruta de la seda, pero sobre todo por sus yacimientos de petróleo y gas, Xinjiang (en español Sinkiang: “nuevos territorios”) tiene una importancia no menor para Pekín.
En el siglo XVIII, China había conquistado la región, antiguo Turkistán oriental, uno de los territorios más alejados del antiguo Imperio Otomano, y enseguida empezó a enviar allí a chinos musulmanes, los hui, a pesar de lo cual no pudo impedir sublevaciones importantes. Para los interesados, recomiendo el Atlas de los pueblos orientales de Jean y André Sellier. Cuando se proclama la República Popular, en 1949, la abrumadora mayoría de la población de Xinjiang la constituían todavía los uigures autóctonos. Los nuevos dirigentes comunistas consideraron de importancia vital repoblar la provincia con efectivos de la etnia dominante en el país, los han, para evitar peligros secesionistas en el futuro. Esa política ha dado sus frutos, ya que en la actualidad casi se ha alcanzado el equilibrio demográfico: los uigures representan el 45% y los han el 41% de los veinte millones de habitantes de Xinjiang, aunque están distribuidos de forma desigual por la provincia. En Urumqi, donde se han producido la revuelta, los han son mayoría, pero en el sur dominan por amplio margen los uigures.
El origen de estos disturbios hay que buscarlos muy lejos de Xinjiang, en Guangdong, una de los grandes centros fabriles de la industria manufacturera china. La protesta de unos obreros inmigrantes uygures en una fábrica de juguetes desencadenó la reacción violenta de algunos sectores de la población huan mayoritaria. Resultado: dos obreros uigures muertos.
Los hechos fueron conocidos enseguida en Xinjiang, donde se acumula un malestar de mucho tiempo. Aunque Urumqi no es precisamente el feudo más potente de los uigures, lo cierto es que, por causas que se desconocen en detalle, allí fue donde prendió la mecha. La protesta de los uygures por lo ocurrido en Guangdong provocó la réplica inmediata de los han y la intervención, muy lejos de la neutralidad, de las fuerzas de seguridad.
En un gesto que un comentarista de la BBC consideraba como prueba de la modernización acelerada de las formas de gobierno en China, el Presidente Hu Jintao abandonó la cumbre del G-8 en L’Aquila para ponerse al frente del seguimiento de la crisis. Es cierto que hace unos años, un jerarca chino no modificaba su agenda por un conflicto interno.
Las autoridades chinas han acusado al Congreso Mundial Uigur de orquestar las protestas. La principal dirigente de esta organización en el exilio ha negado estas acusaciones. En unas declaraciones al diario francés LE MONDE, por correo electrónico desde Munich, donde reside, Rebiya Kadeer, sostiene que las autoridades chinas practican una deliberada política de transferencia de población uigur fuera de Xinjiang, con dos propósitos: primero, favorecer que los han se conviertan en el grupo étnico mayoritario en la región; segundo, suministrar mano de obra barata a las fábricas de las localidades costeras chinas, donde se concentra el aparato industrial chino.
Esta política de recomposición demográfica es contestada fuertemente por los uigures. En un editorial de esta semana, LE MONDE considera esta política china “condenable” y la equipara con la que practicaron las potencias coloniales europeas en Africa y en el Magreb.
Los uigures se quejan de una creciente discriminación en la provisión de empleos. Estos agravios se añaden a otros de carácter cultural, linguistico y religioso, que ha ido creando un clima de resentimiento y hostilidad interetnias. La organización Human Rights Watch, que conserva un prestigio de neutralidad, afirma que el gobierno chino ha creado un ambiente de « insoportable presión » para los uigures en Xinjiang, convirtiendo cualquier manifestación de crítica en una actividad contra la soberanía china en la región.
Uno de los medios que han estudiado con más detalle el desarrollo de la crisis, el diario de Hong Kong APPLE DAILY, cree que el comportamiento represivo chino responde a un patrón ya ensayado en crisis étnicas anteriores, singularmente la del Tibet, en la primavera pasada. El periódico distingue tres fases de actuación: impedir la información y no prevenir a la población local, emplear una represión durísima cuando el conflicto se envenena y, finalmente, acusar a la disidencia étnica en el exilio de orquestar la protesta. En efecto, en ningún momento, las autoridades chinas han dado muestra alguna de querer dialogar con las poblaciones locales, de rebajar la tensión o de proteger a la población civil. Al contrario, los medios oficiales transmiten imagenes que presentan a los hans como las victimas, lo que contribuye a exacerbar los ánimos y endurecer la persecución de las minorías étnicas.
Esta actitud pone en peligro la construcción de esa « sociedad armoniosa » que proclama el presidente Hun Jintao. En realidad, el gobierno de Pekín se encuentra, en estos asuntos étnicos, ante un dilema notable, según el WALL STREET JOURNAL: si se excede en la represión, provoca el malestar de Occidente y perjudica la incorporación de China a organismos internacionales en los que les interesa estar con presencia influyente ; pero si da muestras de debilidad o de tibieza corre el riesgo de encolerizar a la población han, que mantiene posiciones intransigentes hacia las minorías.
No es menos cierto que en la resistencia uigur han anidado algunos movimientos extremistas, como el Movimiento Islámico del Turquestán oriental. Esta organización esta implantada sobre todo en el sur de Xinjiang. Como su nombre sugiere, ni siquiera reconoce la autoridad de China sobre el territorio y pertenece a la constelación de Al Qaeda. Sus origenes están bien acreditados en la lucha contra el Afganistán prosoviético. Como le ha ocurrido a Estados Unidos, China está pagando la factura de haber alimentado a fundamentalistas islámicos para debilitar a Moscú en su aventura afgana de los ochenta. Hoy en día, Estados Unidos ha colocado a ese grupo en la lista de organizaciones terroristas. Lo que ha facilitado a Pekín la descalificación y el desprestigio de la disidencia uigur. ¿Para justificar la represión ?