16 de abril de 2019
A
primera vista, la primavera árabe parece
reavivarse ocho años después en la ribera sur del Mediterráneo. El movimiento popular
y ciudadano contra la opresión y la pobreza que floreció en 2011 y pereció a fuego
y sangre parece brotar de nuevo en la franja septentrional de África, pero con
diferente despliegue y desigual suerte.
En
Argelia y Sudán (el más meridional de estos escenarios), los ciudadanos han
forzado a sus longevos líderes a abandonar su puesto. En Libia estaba convocada
para estas fechas una Conferencia nacional para culminar una pacificación
esquiva y tramposa, pero la ofensiva militar lanzada por uno de los principales
contendientes ha obligado a suspenderla.
La
crisis en Argelia y Sudán está aún lejos de cerrarse. Sólo se ha logrado un
cambio a medias. Los aparatos de poder
(militar, burocrático y económico) se encuentran aún intactos o al menos
conservan cierto control. Del caso argelino nos hemos ocupado en análisis
anteriores. Sudán merece ahora un comentario más detenido.
SUDÁN:
AJUSTE INTERNO DE CUENTAS
El país del Alto Nilo ha sido durante tres décadas
uno de los focos de preocupación occidental, por motivos bien diversos: movimientos
secesionistas, guerras civiles de larga duración, enfrentamientos étnicos y
religiosos y abrigo de organizaciones islamistas (refugio en su día de un Bin
Laden en estado embrionario).
En
Sudán se han sucedido regímenes militares en las últimas décadas: favorables a
Occidente en la época de Gafaar Al-Numeiri o de orientación islamista, con Al
Bachir, desde 1989. La dictadura de este último ha sido especialmente penosa,
por la represión brutal y sanguinaria del movimiento contestario en la región
de Darfur y la secesión de la parte meridional del país, que alumbró el nuevo
Estado de Sudán del Sur, a su vez hundido al poco tiempo de su independencia, en
una devastadora guerra civil aún en desarrollo (1).
El
régimen de Bachir perduró con mano de hierro, alimentado por la renta petrolera
y una trama subordinada de intereses económicos, que le permitió dotarse de una
estructura de clanes y clientelas en que sustentarse. Como suele ocurrir en
estos sistemas, el debilitamiento coyuntural de algunos de los pilares en que
se apoyan termina por provocar un estado de ruina que lo hacen inviable.
Desde
el pasado diciembre, los ciudadanos, agobiados por el alza de los precios de
los productos básicos, vencieron el miedo y se lanzaron a la calle. No sin
pagar un precio. Las protestas han causado decenas de muertos. Ciertos sectores
de las fuerzas armadas, que habían anticipado -si no alentado- las protestas,
se posicionaron para tomar el relevo cuando la situación estuviera madura. Y
así ha sido en este mes de abril (2).
Pero
no parecía haber consenso militar sobre el rumbo adoptar. El líder o portavoz
del golpe que destituyó a Bachir, Ahmed Awaf Ibn Auf, prometió una restauración
del poder civil en un plazo máximo de dos años, pero dimitió o fue destituido 24
horas después, sin que dieran las razones, por otro militar, Abdel-Fatah al-Burhan
Abdel-Rahman. El jefe de la inteligencia, Salam Gosh, también ha dejado su
puesto, pero se ignora si conserva algún control. Algunos analistas apuntan a
una lucha de facciones, en las que meten baza algunas potencias de la zona (Arabia
Saudí, Emiratos, Qatar, Egipto o Turquía), habituales interferentes en asuntos
internos de otros países (Libia o Yemen) en la búsqueda de la hegemonía
regional. A esta hora, resulta imposible pronosticar qué clan se impondrá o
cuanto durará su éxito (3).
LIBIA:
LA TENTACIÓN DEL HOMBRE FUERTE
No
es descartable que Sudán asista otro baño de sangre, o se produzca una
extensión del conflicto, como ha ocurrido en Libia. El caos que padece este
país tras la caída del régimen de Gaddaffi está lejos de resolverse. La
responsabilidad occidental es innegable. La OTAN provocó el hundimiento del
dictador sin tener un plan sólido de recambio. Al contrario, parecía evidente que
la rivalidad entre las milicias contrarias al régimen preludiaba un periodo de
inestabilidad y desorden.
Ocho
después, tras el colapso de la producción petrolera, la emergencia de un
refugio para un Daesh en retirada de
sus frentes primigenios y el paso franco para las mafias que controlan la
emigración desde el Sahel hacia Europa, el pandemónium
libio había llegado al punto máximo de la exasperación.
Tras
sucesivos intentos de acuerdo y pacificación entre las milicias, políticos y tecnócratas
respaldados por los gobiernos occidentales y residuos recuperados del régimen anterior,
parecía abrirse paso un intento serio de conciliación. Bajo fórmula de la Conferencia
Nacional, las principales facciones estaban llamados a encontrarse en la ciudad
histórica de Gadamesh, precisamente en estas fechas, para sentar las bases de
una pacificación definitiva.
Pero
una de las partes principales, el autodenominado Ejército de Liberación
Nacional (ALN), con mando en la ciudad oriental de Benghazzi pero dotado de tentáculos
firmes en dos tercios del país y el control de numerosas explotaciones
petroleras, decidió inclinar el tablero a su favor y lanzar una ofensiva de
gran alcance en dirección a Trípoli (4). En la capital resiste un Gobierno del Acuerdo
Nacional (GNA), avalado por la ONU. Pero, sometido a las milicias, ni
gobierna siquiera la capital, ni expresa la voluntad nacional, ni se asienta en
un acuerdo sólido.
El
ALN está dirigió por Jalifa Hiftar, un militar disidente del ejército de
Gaddaffi, huido a Estados Unidos en los ochenta y captado por la CIA. Retornó a
su país tras la caída del líder de la Jamahiriya,
con la ambición de poner orden en la salvaje disputa a que se entregaron las
milicias “liberadoras” y, sobre todo, acabar con el islamismo extremista que punto
estuvo de crear un Emirato de reserva
tras el repliegue en Irak y Siria.
Hiftar
se encontró con más dificultades de la previstas, pero perseveró en su empeño y
supo conseguir la simpatía de potencias no necesariamente coincidentes, a medida
que el caos se prolongaba y profundizaba (5). Hoy en día, no sólo goza del respaldo
de Egipto, Arabia Saudí o Emiratos, los actores regionales habituales; también
le escuchan Putin (por su perfil de cirujano
de hierro) e incluso Macron, que lo invitó a París, sin el consenso de sus socios
europeos. Italia, el país más afectado por las consecuencias migratorias del infierno libio, se atiene al aparente
consenso internacional, pero se ignora cómo puede actuar Salvini, llegado el
caso. Estados Unidos, tras el trauma del consulado de Benghazzi y el
desenganche de Trump, ha dudado sobre qué baza jugar en el caos libio. Parece ahora
inclinarse por la figura autoritaria de Hiftar, aunque solo sea porque el hilo
conductor de la actual política exterior es el instinto del presidente hotelero,
pero esa no es la opinión del establishment (6).
Así
pues, asistimos de nuevo a un doble juego conocido. Occidente está comprometido
en el proceso patrocinado por la ONU, pero se maneja un plan B. Hiftar parece haber
detenido su asalto a Tripoli, bien por presión de sus padrinos exteriores, bien
porque las milicias enemigas que protegen
la ciudad se han juramentado defenderla hasta la muerte y él no estuviera
convencido de un éxito seguro. La segunda
primavera libia se hará esperar.
NOTAS
(1) “Soudan: la méchanique d’un desastre”.
JEAN-PHILIPPE RÉMY. LE MONDE, 12 de abril.
(2) “After Bashir’s fall, what’s next for Sudan”.
ALBERTO M. FERNÁNDEZ. THE WASHINGTON
INSTITUTE ON NEAR EAST, 11 de abril.
(3) “Military factions vie por power after coup
in Sudan”. JUSTIN LYNCH, ROBBIE GRAMER Y JEFCOATE O’DONNELL. FOREIGN POLICY, 12 de abril.
(4) “Military advances on libyan capital raising
prospects of renewed civil war”. THE
NEW YORK TIMES, 4 de abril; Libya: des combats au sud de Tripoli font
craindre un nouvel embrasement”. LE
MONDE, 8 de abril.
(5) “The Mariscal Haftar, incontournable pour
toute solution à la crisis libyenne”. (Artículo original de THE LIBYAN ADRESS de BENGHAZZI y reproducido
por COURRIER INTERNATIONAL, el 14 de marzo).
(6) “Libya is entering in a new civil war.
America can stop it”. FRANK WEHREY y JEFFREY FELTMAN. CARNEGIE ENDOWMENT FOR INTERNACIONAL PEACE, 5 de abril; “With
interests in Libya under threat, US must adopt urgency”, BEN FISHMAN (Investigador
del WASHINGTON INSTITUTE FOR THE NEAR EAST POLICY). THE HILL, 15 de abril.