CHINA: CIEN AÑOS ES SÓLO EL COMIENZO

 30 de junio de 2021

El Partido Comunista de China festeja este 1 de julio sus 100 cumpleaños. Aunque la fecha documentada del centenario de su fundación es el día 23 de este mes, el liderazgo ha preferido esta fecha redonda. Se trata de una rectificación histórica menor, en contraste con otras mucho menos inocentes. 

Como si se tratara de un capítulo apócrifo de 1984, la novela de Georges Orwell, el Partido Comunista acaba de reescribir su propia historia, acorde con los intereses actuales de los dirigentes, es decir, de la línea oficial. La intención propagandista es evidente. Los aspectos más oscuros de la historia del partido están minimizados. El decenio de la Revolución Cultural (1966-1976) apenas ocupa 12 páginas y la gran hambruna desencadenada por la campaña del Gran salto adelante (1958-1961) ni siquiera se menciona. Tampoco se dice una palabra del Pequeño Libro Rojo, el catecismo maoísta que debía servir de herramienta educativa primaria.

En cambio, como sostiene el corresponsal de LE MONDE en Pekín, se mitifican y engrandecen otros periodos, en particular la Larga Marcha, es decir, el repliegue táctico que Mao emprendió durante un año (de octubre de 1934 al mismo mes de 1935) para proteger a sus tropas de la ofensiva nacionalista. Algo similar ocurre con el triunfo en la guerra interna y el nacimiento de la República Popular, en 1949.

Pero lo más significativo es la inmensa importancia que se concede al periodo más reciente: de las 531 páginas, casi una cuarta parte están dedicadas a los ocho últimos años, es decir al mandato del actual líder, Xi Jinping (1). No es simplemente un sesgo oficialista habitual. El detalle refleja la ambición del hombre que se encuentra en la cúspide del sistema, sólo comparable a la del fundador de la nueva China, Mao Zedong.

UNA CHINA, UN ÚNICO PARTIDO, UN SOLO LÍDER

En menos de una década al frente del Partido (y del Estado), Xi Jinping ha acumulado más poder que cualquiera de sus predecesores desde 1976. Ha eliminado la limitación de dos mandatos, ha concentrado todas las funciones ejecutivas (excepto la administrativa del gobierno, un elemento menor) y se ha erigido no sólo en interprete del pasado, sino, sobre todo, en guía iluminado del futuro. Sus ideas han adquirido categoría de pensamiento, es decir, de doctrina: un privilegio del que sólo Mao había gozado hasta ahora. Ni siquiera el pequeño gran líder del posmaoísmo, Deng Xiaoping, alcanzó ese honor (quizás ni siquiera lo pretendió).

La era de Xi Jinping es tanto la culminación de una centuria impresionante, que ha llevado a China de la condición de gigante pobre a segunda potencia económica mundial, cuanto el inicio de un nuevo siglo llamado a ser el de China (2). Este periodo que comienza se presenta como “el gran renacimiento de la nación china”. O como dice la propaganda oficial, “un país, un sueño”. Un sueño que hay que hacer realidad.

El Partido Comunista chino ha pasado por varias etapas, según su dimensión táctica, pero siempre con una misma orientación estratégica: la consolidación de su liderazgo. Mao dirigió un partido revolucionario; Deng, un partido reformista; y sus sucesores, un partido pragmático. Xi Jin Ping pretende convertirlo en un partido dominador. “Todo está bajo el control del Partido”, ha dicho. En otras épocas, el partido había cedido zonas de poder a otras instituciones de la República Popular, aunque conservara su papel hegemónico. Ahora, el Partido “recupera” el control de todos los ámbitos de la vida nacional. La China de Xi es el contramodelo de la URSS de Gorbachov, como dice la sinóloga francesa Chloé Froissart (3).

En este empeño hay poco de ideología y mucho de poder. La construcción del socialismo, dice el gran líder, es un proceso que exige aparente renuncias y concesiones al modo de producción capitalista, pero siempre y cuando éste se encuentre bajo el control del Partido. Es la fórmula del “capitalismo de Estado”. El avance de la iniciativa privada y de los negocios particulares que se produjo entre 1979 y 2013 se ha frenado. Las empresas reciben enormes ayudas del Estado pero están sometidas a fuerte controles y orientaciones precisas. En realidad, son ya instrumento del poder político, cómplices de sus estrategias económicas, comerciales y, sobre todo, tecnológicas, la gran obsesión de Xi Jinping (4).

Los 90 millones largos de militantes del Partido Comunista chino han sido movilizados como un ejército disciplinado y selecto. El objetivo no es crecer en número sino escoger a los mejores, a los más capaces. Y a los más dignos. De ahí la importancia mayúscula que Xi ha puesto en su campaña contra la corrupción, que dirige a través de una de las nueve comisiones centrales del Partido. Nunca, desde la Revolución Cultural, se ha producido una purga tan intensa y sistemática. Ni siquiera la desmaoización de la segunda mitad de los setenta llegó tan lejos. Hay una legítima depuración de los elementos corruptos, que no solo degradan los principios del Partido y privan de recursos a la población, sino que comprometen los objetivos presentes y futuros del programa de renacimiento. Pero también ha servido para librar las correspondientes luchas intestinas. En esta ocasión, la resistencia ha sido muy débil (5).

LOS PILARES DEL RENACIMIENTO CHINO

La comunidad académica y estratégica no deja de producir análisis y documentos que presentan a Xi como un líder muy ambicioso. Y apresurado. Según Jude Blanchette, responsable de China en el oficialista Centro de estudios internacionales y estratégicos (CSIS), el presidente chino tiene “prisa” por hacer avanzar su programa (6). Una vez que ha asegurado el control del poder político, de los resortes económicos y de los principales ámbitos de la sociedad se dispondría ahora a aplicar sus planes internacionales. La acción exterior se asienta en dos pilares: el regional y el global.

Tras sofocar las zonas de dudosa lealtad interior (Xinjiang y Tíbet) y proceder a la involución en Hong Kong, se trataría ahora de consolidar la hegemonía militar en la zona marítima meridional y, en paralelo, intensificar la presión sobre Taiwan, con el objetivo de lograr la reunificación nacional en el horizonte de otro centenario, el de la República Popular.  

El segundo pilar es la expansión económica y estratégica iniciado con la iniciativa de la moderna Ruta de la seda (Belt & Road) y el Banco asiático de inversiones en infraestructuras. Más allá de las limitaciones y contradicciones de estas dos herramientas, la posición de China en el mundo se ha fortalecido en los últimos ocho años. La superación del COVID-19 y los mil millones de dosis de la vacuna Sinovac han dado impulso a esta proyección exterior.

Según Blanchette, el “apresuramiento” de Xi se explica por la convergencia de cambios geopolíticos, demográficos, económicos, medioambientales y tecnológicos. El líder chino está convencido de que Occidente ha entrado en una fase de declive irrecuperable, que no se puede desaprovechar. No obstante, en el desarrollo de China se detectan algunas debilidades que aconsejan no demorarse. El deterioro demográfico (envejecimiento inexorable antes del final de esta década) acarreará tensiones en la fuerza laboral, subida de sueldos, alza del desempleo y descenso de la productividad. La economía ya está recalentada, la inversión en infraestructuras se encuentra al borde de la saturación y el nivel del endeudamiento empieza a ser preocupante. El deterioro del medio ambiente exige medidas inmediatas contundentes.

El último “cambio”, y el más decisivo, es el tecnológico: es, de hecho, el factor que puede ayudar a China a superar todos los obstáculos en su “larga marcha” del siglo XXI hacia el liderazgo mundial. Si en los años bisagra entre siglos, la manifestación más evidente de la pujanza china fue la conquista de los mercados internacionales, el designio de la nueva centuria es alcanzar primero la autonomía tecnológica y, más adelante, la supremacía mundial (7). El presidente chino está convencido, y así lo ha manifestado en numerosas ocasiones, que el “sueño chino” no podrá hacerse efectivo sin un salto tecnológico eficaz. Esta apuesta tecnológica primordial tiene una utilidad adicional: mediante el desarrollo de las técnicas de vigilancia se refuerza el control de la población y, por tanto, se afianza el poder del aparato.

Las élites políticas y estratégicas norteamericanas observan con aprensión el ascenso chino. Tras décadas de cierta pasividad, han decidido ahora movilizarse y agrupar a los aliados detrás del empeño por frenar prácticas que se consideran contrarias al orden liberal internacional, del que China -afirman- se aprovecha sin cumplir estrictamente con sus reglas. En las recientes cumbres del G-7 y de la OTAN, Joe Biden ha conseguido alinear a sus socios europeos, asiático y canadiense con su prioridad internacional de afrontar sin remilgos el “desafío chino”. Será la batalla del presente siglo.

 

NOTAS

(1) “Entre omissions et mystification, le Parti comuniste chinois réécrit l’histoire du pays”. FRÉDÉRIC LEMAÎTRE (corresponsal). LE MONDE, 29 de junio.

(2) “China’s Communist Party at 100. Dossier. THE ECONOMIST, 26 de junio.

(3) Entrevista con la sinóloga francesa Chloé Froissart, profesora en el Instituto nacional de lenguas y civilizaciones occidentales (INALCO). LE MONDE, 4 de abril.

(4) “The dawn of the Dragon. How Xi Jinping has transformed China”. BENHARD ZAHN. DER SPIEGEL, 29 de diciembre de 2020.

(5) “The Robber barons of Beijing”. YUEN YUEN ANG. FOREING AFFAIRS, julio-agosto 2021.

(6) “Xi’s gamble. The race to consolidate power and stave off disaster”. JUDE BLANCHETTE. FOREIGN AFFAIRS, julio-agosto 2021.

(7) “China as a ‘cyber great power’: Biejing’s two voices in telecommunications”. RUSH DOSHI y als.; “The Chinese government embraces tech industry competition”. TOM WHEELER. BROOKINGS, Abril 2021.

IRÁN: LA REVOLUCIÓN SE REPLIEGA HACIA SU LADO MÁS OSCURO

23 de junio de 2021

Con la elección del muy conservador Ebrahim Raisi, la República Islámica de Irán copa todas las estructuras efectivas de poder. Bajo el pináculo del Supremo Guía, expresión máxima de la teocracia iraní, la ficticia distribución de poderes (legislativo, judicial, ejecutivo, militar y policial se resuelve en una sola línea totalitaria de orientación y actuación. Con todo, esta uniformidad del Estado esconde una feroz lucha por el poder entre los clanes del régimen.

Con una abstención superior el 51%, la elección de Raisi ha sido un trámite. El Consejo de Guardianes, un organismo de una docena de clérigos seleccionados, había vetado al 99% de los candidatos iniciales, incluidos quienes tenían más posibilidades de disputar la elección a Raisi. Los más significativos fueron el actual vicepresidente de la República, Eshag Jasanghiri, hombre de confianza del Jefe de Estado saliente, el moderado Rouhani, o el portavoz del Parlamento, Ali Larijani, más cercano a los conservadores (1).

ESPECULACIONES SOBRE LA LUCHA DE PODER

Los analistas de origen iraní afincados en Occidente, la mayoría en Estados Unidos, atribuyen este elección dirigida a la intención del Guía Supremo de evitar sorpresas y asegurarse un final pacífico de su mandato. Ali Jamenei dejará pronto el cargo, pero, además, padece una grave enfermedad y su fallecimiento no parece lejano. Se le atribuye la intención de proteger su legado mediante la continuidad de sus asesores, incluido su hijo Mojtaba.

Raisi era el candidato menos peligroso para los intereses de Jamenei. Su curriculum es terrible. Fue el artífice de la gran purga que propició las ejecuciones sumarias de 1988, tras la relativa victoria en la guerra contra Irak. Fue ascendiendo en el escalafón represivo hasta ser el máximo representante de la institución judicial iraní (2). Aspiró a la presidencia en las últimas elecciones, pero fue derrotado por Rouhani, a pesar de contar también con el apoyo del Guía. No obstante hay quien, como Sajjad Safaei, del Instituto berlinés Max Planck, lo ve más como un pragmático ávido de poder que como un doctrinario fanático (3).

Alí Vaez, experto en Irán del International Crisis Group, considera, en cambio, que las  especulaciones sobre las luchas en la cúspide de la teocracia iraní pueden estar confundidas. Vaez duda de que Raisi sean tan manejable por los seguidores de Jamenei. Pero tampoco concede mucho crédito a otra línea de interpretación, un tanto conspirativa, consistente en promover a Raisi con la intención de quemarlo en el cargo, ante la inseguridad económica y el incierto resultado de las negociaciones sobre el programa nuclear. Al cabo, señala Vaez, es muy probable que, pese a las dificultades, se restaure el acuerdo de 2015 y el levantamiento de las sanciones, aunque no sea pleno e inmediato, propiciará una mejora de la situación económica y, por tanto, un alivio de las tensiones sociales (4).

LA CAJA CERRADA DEL ACUERDO NUCLEAR

Estas especulaciones se proyectan sobre las perspectivas de las negociaciones de Viena. Alex Vatanka, director de la sección iraní del Instituto del Medio Oriente, un think-tank de Washington, estima que Jamenei desearía un compromiso antes de que Rouhani deje el sillón presidencial a Raisi, para que sea el primero quien cargue con el peso de los reproches de los radicales ante la “capitulación frente a Occidente”, en caso de que las sanciones no sean completamente eliminadas; por el contrario, una hipotética mejoría de las condiciones socio-económicas sólo serán perceptibles dentro de unos meses, ya con el nuevo presidente (5). En sus primeras declaraciones tras ser elegido, Raisi se ha limitado a defender la línea dura oficial.

Vali Nasr, otro investigador de origen iraní radicado en EE.UU (es profesor de la Universidad John Hopkins) ha declarado al New York Times que Irán se encuentra en un “momento Nixon-China”; es decir, sólo los conservadores pueden afrontar el desafío de un acuerdo necesario con Occidente, igual que el feroz anticomunista expresidente era el político más adecuado de la época para iniciar el deshielo con el gigante rojo asiático (6).

En la actualidad, tras varias rondas de negociaciones, en la que Estados Unidos e Irán no han hablado directamente sino a través de los otros participantes, el acuerdo parece más cercano. Pero no sólo Irán hace cábalas internas. La Casa Blanca se encuentra en una posición difícil. Aunque la política trumpiana de “máxima presión” haya sido un fracaso, sus defensores en Washington intentarán boicotear cualquier acuerdo que no prolongue sine die (o al menos durante muchos años) la capacidad iraní de enriquecer uranio. Tampoco aceptarán que no se aborden los otros dos asuntos que quedaron fuera del acuerdo de 2015, es decir, el programa de misiles y la actuación iraní en las crisis político-militares en Oriente Medio (Siria, Yemen, Irak, Líbano, Gaza, etc.) a través de sus protegidos locales respectivos (el clan Assad, los hutíes, las milicias chíies, Hezbollah y Hamas, entre otros).

Los iraníes sostienen, con bastante razón, que fue Trump quien rompió el pacto sin motivo e impuso de nuevo las sanciones. Teherán se demoró meses antes de desvincularse de sus obligaciones y comenzar de nuevo a enriquecer uranio: del 20% fijado en el acuerdo, se ha pasado, en este momento, a más del 65%. También ha vulnerado la prohibición de desarrollar centrifugadoras de nueva generación y otras provisiones del pacto (7).

El todavía jefe de la diplomacia iraní, el reformista Mohammad Javad Zarif, en un intento por restaurar el acuerdo de 2015, se pronunció públicamente a favor de recuperar lo pactado sin las enmiendas ni añadidos pretendidos por Washington (8). Pero sus palabras cayeron en saco roto. En la nueva administración norteamericana lo dan por amortizado, obviamente, y los conservadores iraníes lo destruyeron definitivamente tras filtrar unas conversaciones privadas suyas en las que criticaba duramente a sus rivales políticos.

La estrategia de la administración Biden parece consistir en llegar a un acuerdo de mínimos (el de 2015), pero con el compromiso de abordar más tarde los mencionados asuntos polémicos del armamento y la “desestabilización” regional, manteniendo la amenaza latente de una reimposición parcial o selectiva de sanciones, por si acaso. Un delicado equilibrio con el que cuenta Jamenei -y el propio Raisi-, lo que impedirá una “normalización” en las relaciones bilaterales. A Irán podrá servirle para continuar su proceso de coexistencia pacífica con Arabía Saudí, si eso beneficia los intereses de ambas partes. También para no depender mucho de Rusia y China (9). Para Israel, cualquier arreglo que mantenga a salvo el poderío nuclear es inaceptable. No obstante, el  nuevo gobierno “Frankenstein” evitará un choque directo con la Casa Blanca, contrariamente a lo que practicó Netanyahu con Obama.

Los medios occidentales conceden una gran importancia al acuerdo nuclear en el devenir de la República Islámica. Visión comprensible pero parcial. Otros factores pesan tanto o más que el entorno exterior, como son las quiebras internas del sistema y el deterioro social, que alcanza a sectores hasta ahora favorables o al menos poco hostiles. La Revolución es más impopular que nunca pero no parece encontrarse al borde de una revuelta al estilo de las primaveras árabes. Ha sobrevivido al fusionar el sustrato teocrático con el manto militar y policial con la promesa de una vida mejor (10). Cañones y (promesa de) mantequilla es la fórmula que suelen utilizar las revoluciones cuando se convierten en dictaduras. La teocracia iraní añade la fe.

 

NOTAS

(1) “Iran’s election is unfree, unfair and preordained”. RAVI AGRAWAL. FOREIGN POLICY, 18 de junio; “Iran’s presidential election: Opportunity or dead end? KIAN TABAJKHSH, MASIH ALINEJAD y SARA BAZOOBANDI. CARNEGIE, 15 de junio.

(2) “Who is Ebrahim Raisi, Iran’s next President”. MAZIAR MOTAMEDI. AL JAZEERA, 19 de junio.

(3) “Ebrahim Rais is not who you think it is! SAJJAD SAFFAEI. FOREIGN POLICY, 19 de junio.

(4) “Iran’s rigged election”. ALI VAEZ. FOREIGN AFFAIRS, 16 de junio.

(5) “Khamenei want a nuclear deal before Rouhani leaves”. ALEX VATANKA. FOREIGN POLICY, 17 de junio.

(6) “For Biden, Iranian hardliner may be best path to restoring Nuclear deal. DAVID SANGER, FARNAZ FASSIHI. THE NEW YORK TIMES, 19 de junio.

(7) “L’AEIA souligne irrégularités et se dit ‘préoccupé’ par des sites non déclarés”. LE MONDE, 31 de mayo.

(8) “Iran wants the nuclear deal It made”. MOHAMMAD JAVAD ZARIF. FOREIGN AFFAIRS, 22 de enero.

(9) “Iran needs the nuclear deal to keep China and Rusia at bay”. JAMSHEED K. CHOKSY y CAROL E.B. CHOKSY. FOREIGN AFFAIRS, 25 de mayo.

(10) “The Islamic Republic’s Republic is dying”. SINA TOOSSI. FOREIGN POLICY, 27 de mayo; “Iran Uninterrupted”. MAHMOOD SARIOLGHALAM. CARNEGIE, 8 de junio.

 


 

EL NUEVO Y CONFUSO NUEVO COMBATE DE OCCIDENTE

 17 de junio de 2021

Tres cumbres (G-7, Europa-EE.UU. y OTAN) y numerosos encuentros bilaterales en apenas una semana, supuestamente para definir los tiempos que corren y afrontar actuales y futuros “desafíos”. Occidente (y sus socios asiáticos) han intentado coreografiar un marco general de respuestas convincentes. El problema es que difícilmente podían hacerlo cuando no se perciben con demasiada claridad las incógnitas o no existe un consenso completo sobre ellas de puertas adentro.

La OTAN y el G-7 han sido mecanismos de la geometría variable del dominio occidental frente al enemigo soviético (el primero) o las crisis cíclicas del capitalismo desde la década de los setenta (el segundo). Desde los años noventa, han intentado adaptarse a los cambios, pero siempre con el objetivo primordial de mantener su pilotaje del orden mundial.  

En la actualidad, los adversarios han cambiado. China, desde luego; e incluso Rusia, que se asienta sobre parte del territorio de la URSS y con similar capacidad militar, pero con distintos objetivos políticos. La naturaleza del conflicto sigue siendo el pulso por determinar la hegemonía mundial, pero no como antaño, mediante dos sistemas económicos opuestos (capitalismo y comunismo), sino a través de la confrontación de diferentes modelos de capitalismo, el liberal y el autoritario (o de Estado).

La presente confrontación actual no está basada fundamentalmente en supuestos ideológicos, aunque los contendientes sostengan instituciones políticas diferentes. China se aferra al partido único y la unidad funcional del Estado. Rusia es, formalmente, una democracia mixta,  presidencialista y parlamentaria, si bien los mecanismos de división y equilibrios de poder poco tienen que ver con los liberales u occidentales.

LAS “ADAPTACIONES” DE LA OTAN

Las cumbres occidentales de esta semana pasada han asumido la propuesta americana de considerar a China como un “desafío” presente y futuro. En su ámbito, la OTAN ha denunciado sus “declaradas ambiciones y su asertivo comportamiento”, que suponen una amenaza para el orden liberal (1). Este “giro hacia China” de las prioridades atlantistas supone una nueva adaptación estratégica. La primera tuvo lugar en los primeros años 90, cuando se quiso convertir a los países subsidiarios del Pacto de Varsovia de adversarios en aliados y hacer de la Alianza una especie de organización preventiva de seguridad, en la que la nueva Rusia fuera concebida como socia y no como enemiga. Ocurrió todo lo contrario. La intervención “fuera de zona”, en las guerras yugoslavas (Bosnia y Kosovo), a favor de unos contendientes y en contra de los serbios, tradicionales aliados de Rusia, desataron los recelos rusos. La presencia norteamericana en Europa se consolidó, pero intranquilizó sobremanera a Rusia cuando la lógica expansiva de la Alianza trató de llegar hasta sus fronteras (Ucrania).

La segunda adaptación se produjo tras el impacto del 11 de septiembre de 2001, en la primera década del siglo, cuando la OTAN se movilizó detrás de Washington para una operación militar de castigo en Afganistán, donde se escondían los autores intelectuales del primer ataque múltiple sufrido por Estados Unidos en su territorio desde Pearl Harbour. La sarta de mentiras que extendió la guerra a Irak sólo agravó las cosas, pero consolidó la retórica de las “nuevas funciones” de la Alianza: la lucha contra el terrorismo islamista. La fallida “primavera árabe” agudizó los conflictos regionales y evidenció límites y contradicciones de esa nueva adaptación, dejando un reguero de fracasos (Afganistán, Libia, Siria, Irak.). Tras llevar la yihad a territorio occidental, el terrorismo fue contenido pero no eliminado. 

Cumplidas ya tres décadas desde la desaparición de la URSS, y con el mundo más inestable y peligroso, la OTAN aborda su tercera adaptación estratégica: identifica a un “nuevo adversario” (China) y reconfigura “al de siempre” (Rusia, heredero transformado de la URSS). Una Alianza “transformada” encuentra nuevos frentes y motivos para seguir activa (2). Y, con ello, la presencia de Estados Unidos en Europa, después de unos años, los de Trump, en los que la simpleza con la que el entonces líder de la Alianza quería resolver las tensiones y contradicciones aliadas puso muy nervioso al establishment político-militar y estratégico.

EL “REGRESO” DE AMÉRICA

Biden ha venido a Europa a proclamar que “América está de vuelta”, es decir, a poner las “cosas en su sitio”, a Estados Unidos no sólo en el corazón de la defensa Europa, sino también en la vanguardia del combate frente a adversarios que, se dice, no usan las armas propias de la guerra fría, sino herramientas más insidiosas (3). A saber: ciberataques contra infraestructuras, desleales prácticas comerciales, espionaje y pirateo de la propiedad intelectual, extorsión de países en desarrollo mediante la engañosa seducción de inversión y la construcción de infraestructuras, interferencias ilegítimas en procesos electorales, persecución y eliminación de opositores y disidentes, asfixia y persecución de minorías, hostigamiento y/o desestabilización de vecinos, etc.

Ahora, como antes, se trata de combatir con más eficacia por la supremacía mundial. No ha cambiado la naturaleza del conflicto, pero sí las reglas y, desde luego, el entorno. China no quiere liderar la revolución mundial ni implantar su modelo político. Quiere aprovechar el sistema económico mundial (alterando las reglas que sea preciso) para cumplir con su designio: alcanzar la hegemonía planetaria y hacer del XXI el siglo de China. Rusia es más modesta: pretende sobrevivir en su replegado poderío y asegurarse un cinturón de seguridad más reducido que el soviético, pero más seguro. En los dos casos, no hay un discurso ideológico combativo, salvo un nacionalismo práctico y sincrético.

Biden está elaborando una suerte de doctrina para dar cobertura a su empeño: el imperativo moral de que las democracias triunfen sobre las autocracias. Apela al desafío experimentado en su propio país. En su discurso inaugural proclamó que “la democracia ha prevalecido en América”, pese a cuatro años de deriva autoritaria-populista, el intento de deslegitimar los resultados electorales de noviembre y el asalto el Congreso en enero.

Sin embargo, el nuevo presidente norteamericano no debe desconocer que Trump y el trumpismo siguen vivos y han colonizado al Partido Republicano y que en muchos estados se están aprobado modificaciones legislativas que restringen, dificultan o el derecho al voto. La democracia americana está más amenazada que nunca. Desde dentro.

UNA ESTRATEGIA POR CUAJAR

Los aliados comparten en líneas generales el diagnóstico sobre China (y Rusia), pero, comunicados aparte, cada uno se acomoda a la realidad a su manera y según su conveniencia. Estados Unidos libra un combate decisivo contra un rival que le disputa el puesto que ahora ocupa. Europa, en cambio, como actor importante pero secundario, ha querido hasta ahora evitar una confrontación directa con el antiguo Imperio del Medio. Hay muchos intereses económicos en juego. Estados Unidos puede llegar a plantearse el decoupling (desanclaje) de su economía y la de China, a pesar de que no está tan claro que eso le beneficiara. Europa no se lo puede permitir (4). Con la URSS nunca se construyó un sistema económico integrado como antídoto de las amenazas militares; con China, no se ha hecho otra cosa desde los 80, pese a retrocesos y dificultades. De ahí la prudencia europea en este proceso aún incierto (5).

Otro factor que condiciona el nuevo posicionamiento de la OTAN aún por desarrollar y estructurar es la consolidación de la convergencia de intereses entre Pekín y Moscú. Ya se ha avanzado notablemente en el terreno político y militar . Sus economías son complementarias, aunque los límites de una cooperación más amplia son notables (6). En todo caso, no es juicioso esperar que chinos y rusos permanezcan de brazos cruzados y esperen a que esta estrategia occidental se resuelva en un rumbo más pragmático.

Frenar o condicionar esa convergencia ruso-china es uno de los objetivos de actuación que se plantea la administración Biden en su esfuerzo por encuadrar las tensas relaciones con el Kremlin (7), que están en el nivel más bajo de los últimos treinta años, según admiten ambas partes. Aquí se presenta una suerte de “cuadratura del círculo”: cómo presionar a Moscú para “contener” sus malos hábitos, sin irritarlo lo suficiente para evitar la ruptura y el acercamiento aún más estrecho a Pekín.  La cumbre Biden-Putin en Ginebra ha salido como se esperaba. Un esfuerzo por presentar las profundas diferencias y reproches con amabilidad, pero sin concesiones ni avances. No deben esperarse cambios a corto plazo.

 

NOTAS

(1)    https://www.nato.int/cps/en/natohq/news_185000.htm?selectedLocale=en

(2) “The future of NATO in an order transformed”. BRUCE JONES. BROOKINGS, 14 de junio.

(3) “Joe Biden worries that China might win. THOMAS WRIGHT. THE ATLANTIC, 9 de junio.

(4) “The World might want China’s rules”. STEPHEN WALT (HARVARD). FOREIGN POLICY, 5 de mayo;

(5) “Pour l’OTAN, la Chine représente desormais un ‘défi sistémique’ por l’ordre mundial”. LE MONDE, 15 de junio.

(6) “China and Russia’s dangerous convergence”. ANDREA KENDALL-TAYLOR y DAVID SHULLMAN. FOREIGN AFFAIRS, 3 de mayo; “Is Putin really considering a military alliance with China? ALEXANDER GABUEV. CARNEGIE MOSCOW, 3 de diciembre.

(7) “How Biden should deal with Putin”. MICHAEL MCFAUL. FOREIGN AFFAIRS, 14 de junio.

AMÉRICA LATINA: LA FALSA RETÓRICA DEL ANTIPOPULISMO

 9 de junio de 2021

Las elecciones en Perú (presidenciales) y México (legislativas) han vuelto a avivar la obsesión por el populismo latinoamericano, al que se considera como un agravante de la crisis endémica de la región. Estos días se han utilizado estas dos citas electorales para reiterar la narrativa en contra de las opciones que se presienten (Perú) o se evalúan (México) como perniciosas para la prosperidad y peligrosas para la democracia.

PERÚ: EL FANTASMA DEL “COMUNISMO”

El eventual triunfo de Pedro Castillo en Perú se presenta como un refuerzo del eje bolivariano (que en realidad hace mucho tiempo que dejó de existir, si es que alguna vez pasó de las proclamaciones retóricas o el voluntarismo de sus estandartes). La élite política peruana ha acudido al fantasma del “comunismo”, temerosa de que la agitación del peligro “populista” no fuera ya suficiente para asustar a las clases acomodadas y medias. Poco importa que eso suponga confiar el mando (formal) del país a Keiko Fujimori, cuyas credenciales democráticas son pésimas, no por sus antecedentes familiares, sino por su trayectoria propia como política activa en el Congreso nacional ( ).

La convergencia de apoyos aglutinada en torno a la candidata de la derecha ilustra muy bien la inescrupulosa costumbre del entorno liberal-conservador latinoamericano: cuando se cree en peligro el sistema socio-económico que blinda sus intereses, se relegan al olvido los discursos sobre la libertad y los derechos humanos para atender a lo que importa. Así ocurrió en Perú a mediados de los años setenta, con el respaldo sin complejos a la dictadura militar del general Morales Bermúdez, que “corrigió” (en realidad, liquidó) el experimento socializante (“populista”, se diría ahora) de su colega de armas, el general Velasco Alvarado.

 Las dudas sobre el programa de Castillo son comprensibles. La impregnación religiosa (católica) de su discurso y de su experiencia vital familiar y social parece desmentir cualquier tentación “comunista” (2). Pero en el arsenal propagandístico de la derecha peruana no hay mucha imaginación. Aunque se cuente para esta hora con la no tan inesperada colaboración del brillante novelista Mario Vargas Llosa y su neoliberal hijo Álvaro, éste más bragado sobre el terreno del subcontinente en las dos últimas décadas. Queda muy atrás la contienda que enfrentó a Vargas Llosa (Mario) con Fujimori (Alberto), en el que, a decir del primero, se dirimía el futuro de la democracia peruana, tras la traumática guerra alucinadora de Sendero Luminoso. De esa confrontación para defender las libertades se ha pasado, treinta años más tarde, a una lucha a muerte “por el sistema” (socio-económico, se entiende) y a defender “el mal menor” (3).

Perú ha sido el laboratorio más elaborado del modelo regional de libre comercio, debido en parte a su posición geográfica (balcón al Pacífico). Esta “ventaja” es compartida con Chile, el otro “campeón” de la apertura económica internacional en las últimas dos décadas. A pesar de la distinta solidez de las dos economías (más fuerte la chilena), en ambos casos la experiencia se ha saldado con un parejo y dramático fracaso: una creciente desigual social, que ha provocado enorme sufrimiento humano y una desafección hacia el sistema democrático liberal. Perú ha tenido cinco presidentes en los cinco últimos años y Chile acaba de escenificar el mayor repudio de la clase política tradicional desde el final de la dictadura pinochetista, en las elecciones constituyentes. Al cabo, no es el “populismo” lo que hace peligrar el sistema democrático, sino la falta de respuestas liberales a las necesidades populares (3).

Otro elemento que impugna el catastrofismo de las élites peruanas es la dudosa capacidad de un hipotético “Presidente Castillo” para aplicar un programa “populista”. El Congreso actual no le es favorable. Más agitación y no chavismo es lo que se avista en Perú (4).

 MÉXICO: LA TAREA PENDIENTE DE AMLO

En el caso de México, el debate es de otra naturaleza. El triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador (AMLO, en el lenguaje político local) en las presidenciales de 2018 culminó un largo empeño de dos décadas, en las que la institucionalización del fraude le impidió alcanzar su objetivo. Por primera vez, lo más parecido a la izquierda regional llegaba a la presidencia de la República. AMLO procedía del corrupto PRI (el partido-Estado que dominó la centuria posterior a la Revolución) y pretendió crear una alternativa popular sin apartarse de la idiosincrasia mexicana, lo que le valió enseguida el apelativo de “populista”.

De ideología confusa y maneras autoritarias, López Obrador se obsesionó con la victoria, convencido de que la izquierda del PRI se había perdido en un laberinto ineficaz de críticas y denuncias. Primero en el liderazgo del PRD (Partido Revolucionario Democrático, una escisión del PRI) y luego al frente de MORENA (Movimiento de Renovación Nacional), AMLO persistió en superar los fosos que lo alejaban del Palacio de los Pinos.

La historia quiso que el mandato de AMLO coincidiera con el de Trump. Lo que el discurso liberal presentó rápidamente como el “choque inevitable de dos populismos”. Para sorpresa de algunos, lo que pasó fue lo contrario: tras un breve cruce de guantes para la galería, ambos se entendieron bajo el manto de un acuerdo de intereses (5). Trump abandonó las presiones sobre la construcción de un muro antimigratorio y López Obrador acentuó los controles frente a la afluencia de cientos de miles de desesperados centroamericanos que sueñan con recalar en el El Dorado del Norte.

En el plano interno, AMLO ha gobernado como se esperaba, blindado por una mayoría absoluta en el Congreso. Se le imputa autoritarismo, falta de respeto por los controles clásicos de la democracia, erosión del principio de la división de poderes y fracaso en algunas de las promesas más repetidas de su larguísima campaña electoral: lucha contra la corrupción y desmilitarización del combate contra el crimen organizado. El presidente ha replicado que la oposición y sus cómplices mienten o manipulan para arruinar su mandato (6).

La realidad se encuentra a medio camino. Es comprensible que no se puedan resolver en tres años problemas tan profundos de la sociedad y el Estado, pero poco práctico se ha hecho para encaminar una mejora solvente. La violencia ha sido pavorosa durante la campaña. El mundo criminal, privado de liderazgo, atomizado y caótico, se han vuelto más peligroso, si cabe. La debilidad del Estado no se ha reducido. AMLO no ha podido o no ha querido zafarse de la militarización de la seguridad pública. Por su instinto autoritario, según sus críticos, a derecha e izquierda; por la corrupción sistemática de las fuerzas policiales y los aparatos jurídicos, según sus partidarios.  

En el plano social, el presidente defiende con orgullo uno de los pilares de su gestión: la creación de estructuras paralelas a las oficiales para hacer avanzar sus programa sociales, con una pirámide de delegados estatales y regionales a las que se les ha conferido un poder directo, para aplicar el objetivo de la “Cuarta Transformación” del proyecto nacional mexicano (7). Algo parecido a lo que quiso hacer Hugo Chávez durante el cénit de su mandato. Con hipocresía evidente, una oposición desacreditada ha querido dar lecciones de legalidad y respeto institucional, tras haber suspendido en lo mismo que reprochan al actual mandatario

En realidad, ha sido la mala gestión del COVID (pareja a la de los dirigentes de la región) y no la tarea de sus rivales políticos lo que más ha pesado en evidenciar las contradicciones de un hiperpresidente más apegado a la tradición del cargo que a sus proclamas transformadoras (8).

Las elecciones de mitad de mandato, celebradas este mes, han confirmado la erosión de AMLO, pero no han certificado su inevitable fracaso, predecido por los altoparlantes de la causa anti populista. MORENA ha perdido la mayoría absoluta (un 25% de escaños menos que en 2018), pero podrá recomponerla con el apoyo de dos partidos afines (verdes y laboristas), aunque no le alcance para reunir los dos tercios del Congreso, necesario para su aspiración de reformas constitucionales. El ascenso de la oposición (un 30% del PRI y del derechista PAN) ha sido insuficiente para bloquear la agenda legislativa del Presidente, pero le permitirá impulsar su estrategia de desgaste político. No obstante, AMLO cuenta con una baza política más: el refuerzo de sus posiciones en los 15 estados de la Federación que han pasado por las urnas.

               

NOTAS

(1) “Peru’s new President will polarize the country”. WILLIAM FREEMAN y LUCAS PERELLÓ. FOREIGN POLICY, 4 de junio.

(2) “Pedro Castillo, l’instituteur candidate des pauvres a l’élection présidentielle”. AMANDA CHAPARRO. LE MONDE, 3 de junio;

(3) “Perú y la desolación final”. ALBERTO BARRERA TISZKA. THE NEW YORK TIMES (en español), 2 de mayo;  

(4) “Peru’s fraying democracy”. MICHAEL SHIFTER. FOREIGN AFFAIRS, 3 de junio”.

(5) “The profound issues at stake in Mexico’s midterms”. VALDA FELBAB-BROWN. BROOKINGS, 4 de junio.

(6) “Au Mexique, l’”hyperprésidence” d’”AMLO” électrise la campagne électoral”. FRÉDÉRIC SALIBA. LE MONDE, 1 de junio.

(7) “Violencia electoral e influencia ilícita en Tierra Caliente”. Informe del INTERNATIONAL CRISIS GROUP, 2 de junio. K

(8) “Voters should curb Mexico’s power-hungry President. Andres Manuel López Obrador pursues ruinous policies by improper means. THE ECONOMIST, 27 de mayo.

EUROPA Y ÁFRICA: HERIDAS Y RESPONSABILIDADES

 2 de junio de 2021

En las últimas semanas han confluido sobre el primer plano de la actualidad varios acontecimientos relacionados con el pasado colonial no resuelto de Europa. En Francia, tras los ecos de la recurrente polémica sobre la independencia argelina, ha sobrevenido la asunción de responsabilidades por el genocidio de Ruanda (1994). En Alemania, la petición solemne de perdón, con indemnización añadida, a los pueblos de Namibia. Y en España, el último incidente relacionado con la espina del Sahara Occidental.

La lección común a todos estos acontecimientos es que la evasión interesada del pasado nunca es una solución. Desde los procesos de descolonización iniciados en los años sesenta, hay una tentación por someter al olvido los aspectos más negativos del periodo colonial, mediante la combinación de políticas de sustitución. Se ha intentado eludir la patata caliente de las reparaciones con ofertas de “cooperación” económica, una condescendencia ante el rumbo por lo general fallido de las nuevas naciones independientes, la disimulada tutela de sus opciones estratégicas y la oferta envenenada e interesada de padrinazgo militar cuando han surgido amenazas a la falsa estabilidad de regímenes dudosamente legítimos.

Estas políticas, que han sido definidas con el eufemismo de “neocolonialismo”, han sido constantes a lo largo de los últimas décadas, la más de la veces con la complicidad y el cinismo de las nuevas élites gobernantes en África. Tras aceptar reglas del juego diseñadas por las antiguas potencias coloniales, se deslizaban luego hipócritas protestas de victimismo, cuando convenía por exigencias de política interna, para justificar insatisfacciones puntuales o como excusa ante fracasos indisimulables.

FRANCIA Y RUANDA

El presidente Macron, como sus antecesores, ha dedicado buena parte de su tiempo y su energía al esfuerzo de marcar una impronta propia en la política africana de Francia. Lo ha hecho a su manera: con una mezcla de intuición y oportunismo, sin condicionamientos doctrinarios o ideológicos. A fuer de francés, ha solemnizado el pragmatismo.

Así es como ha actuado en el caso de Ruanda.  Amparado por la levedad de su peso personal (tenía 16 años en 1994), Macron puede permitirse pisar, a bajo riesgo,  el terreno minado de una élite estatal política tradicional con los armarios plagados de “cadáveres” africanos. Primero alentó los trabajos de un equipo independientes de investigación sobre lo ocurrido (la Comisión Duclert). Asumió a continuación sus conclusiones, con la serenidad que propicia no pagar facturas. Y, finalmente, acometió la visita pendiente a Kigali con la confianza de ser entendido y celebrado, pero sobre todo con la comodidad de no llevar las suelas de los zapatos manchados de sangre. Con una elegancia previsible,  permitió que flotara la sombra del entonces jefe de estado, François Mitterrand, no sin dejar claro que Francia no fue “cómplice” de la matanza de tutsis a manos de los hutus, en la carnicería tribal africana (1).

El expresidente socialista estaba obsesionado con el dominio anglosajón en el continente africano (en este caso, de Estados Unidos, más que de Gran Bretaña)  y abordó la lucha por el poder en Ruanda como una cuestión estratégica para Francia, no como un asunto interno ruandés. La Comisión Duclert ha confirmado lo que ya entonces era evidente antes, durante y después de la matanza: desde el Eliseo se aceptó y amparó el intento del presidente Habyarimana de exterminar a la población tutsi para impedir su de otra forma inevitable emergencia política como etnia dominante en el país.

Macron pretende dar carpetazo al pasado aceptando la “responsabilidad” de Francia,  pero haciendo control de daños; en este caso, rechazando la noción de “complicidad”. Un gambito ha comprado con parejo pragmatismo el actual presidente ruandés, Paul Kagame, en su día líder de la resistencia que se sobrepuso a la matanza y replicó con la conquista del poder. Como reflejo de lo que es hoy África, Kagame lidera un proyecto político autoritario (2), respaldado por otras autocracias vecinas (principalmente, Uganda) y avalado por las sucesivas administraciones norteamericanas desde Clinton. O sea, justo lo que Mitterrand quería evitar. 

Macron dice mirar al futuro, su mantra político fundamental y único factor que le queda para prolongar su capital político. En África como en su propio país, este antiguo ejecutivo bancario piensa en términos de rentabilidad. Su política de seguridad en el Sahel se encuentra en el filo del fracaso, por la persistencia del empuje yihadista pero también por la incompetencia, la negligencia y la corrupción que caracterizan a las élites de los países de la región. Ruanda es una apuesta más segura. Kigali bien vale un arrepentimiento contenido (3).

 ALEMANIA Y NAMIBIA

El caso de Namibia es diferente, ya que nos remite a un periodo de efímera ambición colonial alemana. Tras el “reparto de Berlín”, auténtica carta del condominio colonial del imperialismo europeo a finales del siglo XIX, Alemania se vio compensada con pequeñas compensaciones en la costa noroccidental y suroccidental del continente, mientras Francia y Gran Bretaña, aparte de Bélgica y España, se quedaban con los mayores trozos del pastel.  La Namibia de hoy fue la posesión más preciada, tanto por sus recursos como por su extensión.

A comienzos del siglo XX, dos pueblos originales, los Herero y los Nama se levantaron contra el dominio germano. La represión fue brutal. Fueron asesinadas 90.000 personas,  lo que permite calificar la operación como genocidio. Los pocos sobrevivientes fueron encerrados en campos de detención que, por sus características y funcionamiento, se convirtieron en los pioneros de los campos de concentración nazis.

Ahora, Alemania, después de un largo periodo de reconsideración, ha procedido al correspondiente ejercicio de “arrepentimiento”. No sólo moral. El sobre con la presentación de excusas viene abultado con un cheque de más de mil millones de euros, en concepto de “reparación” a los herederos de las víctimas. Acostumbrados a este tipo de autolaceración por las barbaridades pasadas, los alemanes no han necesitado de alambiques retóricos para admitir su “responsabilidad moral”, en palabras del ministro de exteriores Haiko Maas (4).

 ESPAÑA, MARRUECOS Y EL SAHARA

El Sahara Occidental es la espina africana de España. La crisis reciente con Marruecos, por la atención sanitaria urgente del líder saharaui en un hospital español es un reflejo más de un problema irresuelto.

La espantada final del franquismo no ha sido reparada por los sucesivos gobiernos democráticos con la firmeza que el asunto exigía, bajo el parcial argumento de que el dossier había quedado emplazado en la ONU. La sombra intimidatoria del poder desestabilizador de Marruecos en tres frentes (inicialmente, la pesca; luego, la presión migratoria y la amenaza del terrorismo yihadista; y siempre Ceuta y Melilla) ha pesado demasiado en las esferas de poder. Como resultado de ello, a lo largo de estos años, el Estado ha declinado su responsabilidad en beneficio de grupos activistas de la sociedad civil, protagonistas de muchos gestos solidarios con la población saharaui. La desconexión entre ciudadanía y el Estado es palpable.

Esta realidad es también, en cierto modo, emocional. Hay más simpatía hacia un pueblo errante y reprimido que hacia un Reino que, como tantos otros en el mundo árabe, difícilmente cumple las normas de convivencia en democracia y libertad. Pero también opera una suerte de racismo subterráneo en la sociedad española y un resentimiento no del todo superado por la desastrosa herencia de las guerras coloniales, que prolongó su siniestra sombra en la contienda de 1936-1939.

El actual gobierno ha actuado correctamente al no ceder a las presiones marroquíes, a pesar del temible escenario de un eventual verano de crisis migratoria en Ceuta y Melilla. La UE ha echado una mano, incluyendo a Francia, que nunca quiere estar ausente en cualquier sobresalto africano (y en particular magrebí). No corrían buenos tiempos para Marruecos, después de un imprevisto incidente diplomático con Alemania, también a causa del Sahara (5). Rabat se creía reforzado con los acuerdos Abraham, en el tramo final del mandato de Trump, que posibilitaron el reconocimiento norteamericano de la soberanía marroquí sobre el territorio saharaui, “a cambio” de la normalización plena con Israel (6).

El episodio ha tenido su dimensión judicial, que avala la actuación del Gobierno y dificulta la propaganda marroquí. Pero, contrariamente al caso de Ruanda y Namibia, el Sahara no es un asunto del pasado, ni siquiera reciente: es todavía un asunto candente, para el que no valen excusas, ni siquiera compensaciones.  Cada día que pasa, es evidente que el plan de paz de la ONU es papel mojado y la anexión marroquí un hecho consumado. La reanudación de la guerra, que los saharauis anunciaron a finales de 2019, es un gesto propagandístico, debido a su inferioridad militar.  tarda en fraguarse, debido a su debilidad militar y a su  aislamiento diplomático. Las escaramuzas de meses pasados no pueden enmascarar esa amarga realidad.

 

NOTAS

(1) “A Kigali, Macron èspere le ‘don’ du perdón de la part des rescapés du genocidio”. PIOTR SMOLAR. LE MONDE, 27 de mayo.

(2) “The dark side of the Rwanda’s rebirth”. MVEMBA PHEZZO DIZOLELE. FOREIGN POLICY, 29 de mayo.

(3) “La politique africaine d’Emmanuel Macron, un project de renoveau à l’épreuve du réel”. JEAN-PHILIPPE RÉMY. LE MONDE, 27 de mayo.

(4) “Vertreter der Herero und Nama forden hunderte milliarden euro entschädigung”. DER SPIEGEL, 1 de junio.

(5) “Le Maroc ouvre une double crisis diplomatique avec l’Allemagne et l’Espagne”. FRÉDERIC BOBIN. LE MONDE, 15 de mayo; “Sahara occidental rapelle son ambassadrice a Berlin, dénonçant des ‘actes hostilles’ de l’Allemagne”. LE MONDE, 6 de mayo.

(6) “Morocco joins list of arab nations to begin normalizing relations with Israel”. THE NEW YORK TIMES, 10 de diciembre.