PAKISTAN: EL FANTASMA DE CAMBOYA

20 de marzo de 2009

Pakistán es, probablemente, uno de los países más convulsos del mundo en la actualidad. Acabamos de asistir al penúltimo episodio. Lo de menos es el motivo concreto de la disputa: la reposición en el cargo del presidente del Tribunal Supremo. Lo importante es la sensación inmediata de amenaza a gran escala que adquiere cualquier incidente. Inestabilidad política crónica, fragilidad de las instituciones democráticas, crisis económica aguda, poderosa base social integrista, santuario consolidado de los talibanes afganos, único país de mayoría musulmana dotado de armamento nuclear, rivalidad irresoluble con la también atómica India..... Un menú auténticamente explosivo.
Para Estados Unidos, Pakistán es, declaradamente, la clave principal para resolver el embrollo de Afganistán, al que se dedicará dentro de unos días una Conferencia Internacional con demasiados puntos de divergencia entre Washington y sus aliados occidentales.
El presidente Obama estudia seriamente aplicar en Afganistán algunas de las tácticas que modificaron el curso en la guerra de Irak; en particular, la búsqueda de un entendimiento con enemigos que empiezan a manifestar cansancio de la influencia que ejercen sobre ellos los yihadistas de Al Qaeda. En Irak fueron miembros de la resistencia nacionalista sunní; en Afganistán, serían los talibanes moderados.
Obama admite que Afganistán no es Irak y que la estructura tribal, política y territorial de Afganistán podría dificultar el éxito de esa estrategia. Pero lo más curioso del asunto es que Washington contempla con recelo una iniciativa similar que acaba de poner en marcha Pakistán, precisamente en una zona tribal pastún, donde encuentran un apoyo vital los talibanes afganos.
El gobierno pakistaní, con el imprescindible respaldo del ejército, ha suscrito un pacto con los fundamentalistas moderados en la región de Swat, un pequeño enclave fronterizo montañoso a 150 kilómetros de Islamabad, poblado por apenas millón y medio de personas. En un intento por frenar el predicamento de los radicales entre la población local, se ha concedido a los islamistas moderados la introducción de la sharia en el sistema judicial local. Se confía en que los nuevos tribunales islámicos sean mucho más populares que los actuales, rechazados por ineficaces y corruptos. La cuestión es qué tipo de justicia administrarán.
Las organizaciones de derechos humanos temen un retroceso en el respeto a los derechos de la mujer. De forma significativa, las escuelas femeninas han sido el blanco preferidos de los radicales islámicos en los últimos meses. Los abogados que se enfrentaron durante meses al expresidente-general Musharraf consideran este pacto una “rendición del Estado ante un puñado de extremistas”. Los laicos argumentan que esta región no es decididamente integrista y recuerdan que en las elecciones legislativas locales de hace un año, una abrumadora mayoría respaldó al partido laico Awami.
Estos últimos meses, los radicales han presionado con extrema violencia, intimidando, acosando, secuestrando, torturando y, en algunos casos, asesinando a funcionarios locales y centrales de forma despiadada, ante la impotencia de las autoridades y del propio ejército, poco entrenado en el combate contra estas escurridizas guerrillas islámicas. Muchos funcionarios han huido.
En estas condiciones, el pacto parece un mal menor. Si bien pone de manifiesto la debilidad del gobierno y del ejército, también puede servir de cortafuegos. La malograda Benazir Bhutto y el todavía proscrito Sharif –los dos políticos civiles pakistaníes más influyentes de la última generación- se mostraron de acuerdo, por razones similares, con la aplicación de la Sharia en el Swat.
Durante una reciente visita a Washington, el jefe del Ejército pakistaní, general Ashfaq Parvez Kayani, se ha esforzado por defender la conveniencia del pacto. Con poco éxito. La actitud norteamericana hacia Pakistán oscila entre la necesidad y la desconfianza. Pese a las presiones constantes de los Estados Unidos, miembros relevantes del servicio de inteligencia pakistaní siguen considerando a los talibanes como aliados potenciales.
La administración Bush decidió a comienzos del año pasado incrementar los ataques aéreos contra bases de apoyo de los talibanes locales y afganos en las regiones pastunes fronterizas. Para no involucrar al Pentágono directamente, se decidió que estas operaciones fueran ejecutadas por los aviones Predator, pilotados a distancia y gestionados por la CIA. En 2008 se efectuaron más de 30 actuaciones, según datos del Consejo de Relaciones Exteriores. Aparte de dirigentes talibanes, en estos ataques habrían resultado fatalmente alcanzados 9 de los 20 dirigentes de Al Qaeda en Pakistán, según fuentes de inteligencia norteamericanas.
Algunas de estas operaciones se han cobrado no pocas víctimas civiles, lo que ha sido motivo de reproche del ejército pakistaní a Washington. El mando militar pakistaní teme que los “daños colaterales” de estas operaciones de castigo terminen por inclinar el sentimiento de la población hacia posiciones radicales y, en consecuencia, pongan en peligro su estrategia de división de las fuerzas islamistas.
De momento, Obama mantiene la línea de actuación heredera de Bush. Los últimos ataques realizados por los Predator han rondado las posiciones de Baitullah Mehsud, hombre de confianza de los talibanes afganos en Pakistán y principal sospechoso del asesinato de Benazir Bhutto.
Esta semana, el NEW YORK TIMES aseguraba que asesores de Obama en este asunto estaban a favor no sólo de mantener estos ataques, sino de extenderlos a otras zonas de Pakistán donde se han refugiados talibanes afganos, en particular la zona de Quetta, en la región meridional de Beluchistán.
En los años setenta, la administración Nixon decidió intervenir militarmente en Camboya para eliminar la retaguardia del Vietcong. Hasta ese momento, el país del rey Sihanuk había mantenido una posición templada en el conflicto de Indochina. Ya se sabe cómo terminó la jugada. Más que un factor de victoria, Camboya fue una causa adicional de la derrota norteamericana en Vietnam. Pakistán podría convertirse en la Camboya de los propósitos norteamericanos en Afganistán, si la administración Obama no acertara en la definición de la estrategia global en la zona. De momento se hace esperar, mientras la situación se degrada día a día.