LAS INCÓGNITAS DEL REGRESO

27 de mayo de 2020

                
Mientras gran parte del mundo se prepara para un regreso lento, incierto, todavía peligroso y, desde luego, plagado de incertidumbres de todo tipo, a una relativa normalidad, las regiones rezagadas en el impacto del COVID-19 (América Latina y gran parte de África) tendrán todavía semanas por delante de sufrimiento y oscuridad.
                
En nuestro mundo más cercano, o del que disponemos de más información por la preferencia mediática, el alivio del desconfinamiento gradual apenas puede compensar la angustia social y personal por un futuro dominado por las incógnitas económicas, laborales, sociales y políticas, sin olvidar las sanitarias: una nueva oleada del virus sigue temiblemente presente, sobre todo si la impaciencia o los intereses particulares se imponen a los públicos.
                
Sin pretender agotar todo el catálogo de incógnitas presentes y futuras, aquí van las que quizás tengan más repercusión en la vida cotidiana de las personas, pero también en el equilibrio mundial. El orden de presentación es relativamente aleatorio.
                
1) La respuesta europea a la crisis socio-económica. La dimensión del daño es todavía especulativa y aproximativa. La acumulación de programas de estímulo, ampliación crediticia, incremento presupuestario de la Unión, etc. arroja cifras mil millonarias, pero aún queda por esclarecer cómo y bajo qué condiciones se distribuirá esa ayuda con mayúsculas. Y, ante todo, quienes pagarán y a quienes alcanzará. El pacto Merkel-Macron de los 500.000 millones ha sido saludado como un paso adelante tras un atasco de semanas (1). Pero hay todavía muchas incógnitas por despejar. El pulso norte-sur no se ha terminado.
                
En el plano interno, los gobiernos empezarán a presentar cuentas políticas, y no parece prometedor el balance. Macron anticipa la rentrée más debilitado que nunca en la Asamblea Nacional, ya sin mayoría absoluta, después de perder 26 diputados (2), ruptura más grave de lo que resultó en su momento los frondeurs  de izquierda socialista para Hollande). Merkel aguanta de nuevo el tipo y, como siempre, le sientan bien las urgencias, aunque hay resistencias a su derecha. En Italia, pasa lo habitual: no se pierde oportunidad de aprovechar una crisis para alterar los ficticios equilibrios políticos. Renzi se aleja del gobierno, Salvini huele sangre, la ultraderecha nostálgica crece, los cinco estrellas se apagan y Conte se convierte en  el solitario del Palacio Chiggi. Johnson, cuando acabe por salir del embrollo de Cummings, su gurú del Brexit, tendrá que afrontar unas endiabladas negociaciones de relación futura con la UE. Omito España, porque ya se habla con extensión en este sitio web.
                
2) El impacto en las elecciones de Estados Unidos de los 100.000 muertos (y en alza). Un liderazgo inepto e irresponsable debería haber condenado a Trump. Pero Trump está en la Casa Blanca no a pesar de eso, sino precisamente por eso: por presumir de hacer lo que no se considera correcto, por seguir la corriente a un sector social amplísimo que no cree en el poder público, o más bien que desconfía profundamente de él. Aunque sea con casi 20.000 mentiras.
                
La alternativa es endeble, en el mejor de los casos, de mínimo denominador común: casi todo de lo primero, confuso lo segundo y discutible lo último. Joe Biden, a sus 77 años, puede ser presidente de un solo mandato. De ahí que la selección de su coequipier electoral sea ahora uno de los temas punteros en el debate público. Se perfilan mujeres para el puesto. Elisabeth Warren se ha mostrado dispuesta, pese a las diferencias evidenciadas durante las primarias demócratas. Pero es blanca y Biden necesita fidelizar a ese voto afroamericano que le viene prestado por Obama. Se habla de Kamala Harris, otra desventurada runner, o de Stacy Abrams (más a la izquierda), que a punto estuvo de ganar la gobernación de la sureña Georgia.
                
Pero el problema más importante es la amenaza sobre el desarrollo mismo del proceso electoral y, con particular gravedad, sobre el derecho mismo de voto. La pandemia puede ser un factor para volver a privar de votos a sectores desfavorecidos, lo que beneficiaría a Trump y perjudicaría a Biden. A pesar de que Estados Unidos arrastra un historial lamentable de manipulación electoral, este año puede resultar escandaloso (3).
                
3) La deriva de la confrontación chino-norteamericana. De momento, oscila entre las imposturas de guerra fría (o congelada) y la interdependenci, la propaganda por ambas partes y el recurso fácil de consumo interno en los dos polos. Trump hará uso y abuso electoral de ello, pero dejará que sus colaboradores impidan que la sangre llegue al río. Los mandarines chinos optarán por una táctica reactiva, salvo en lo que consideren líneas rojas. El control de Hong Kong o la vigilancia de Taiwan se estrecharán y provocarán tensión, pero en Pekín se cree, y quizás con razón, que Occidente no se arriesgará a palabras mayores y que primará la necesidad de estabilizar una globalización desgarrada por la crisis (4).
                
4) El encaje del nuevo y superpoblado gobierno israelí, con un primer ministro en los juzgados y la anunciada anexión del 30% de Cisjordania (5). La reanudación de la violencia en Palestina, motivada por la desesperación de la población, o de sus élites, representaría un foco adicional en el incendio en que se consume la región entera. No está claro que un hipotético Presidente Biden pueda, o quiera, frenar el anexionismo israelí.
                
5) La solidez del influjo de los actores secundarios en Oriente Medio. El aparente statu quo bélico en Siria, Libia y Yemen, las crisis socio-políticas aplazadas en Líbano, Irak, Irán o Argelia y las luchas subterráneas en las monarquías petroleras presentan demasiado factores de desestabilización como para permanecer hibernados mucho tiempo. En ninguno de esos casos puede esperarse desarrollo positivo alguno.
                
6) El incierto proceso de “normalización” en Afganistán. Está apenas hilvanado por un plan norteamericano, presentado como de pacificación, cuando, en realidad, se trata de una pantalla muy frágil para salvar la cara de una retirada militar en derrota. El acuerdo interno entre las dos facciones del gobierno (Ghani-Abdullah) suena a tregua, pero no es un arreglo estable. El virus ha impuesto una tregua militar con los taliban. Pero el monstruoso atentado de hace unas semanas en una maternidad de Kabul nos recuerda que la franquicia local del Daesh representa una amenaza mucho más mortífera que los antiguos estudiantes coránicos y podría alterar los planes de unos y otros (6).
                
7) La institucionalización del poder vitalicio de Putin en Rusia. La iniciativa de reforma constitucional y de reajuste de la estructura de poder en el Kremlin se vio interrumpida por la enfermedad global, cuya dimensión y gravedad reales se desconocen por la opacidad oficial. Putin, consagrado como zar del siglo XXI (7), baraja respuestas estratégicas diferentes, en función del inquilinato de la Casa Blanca a partir del año que viene. China es su mejor baza, pero tan incierta, condicionante y cara como siempre.
                
8 ) El contradictorio efecto de la pandemia sobre el rumbo del nacional-populismo en Occidente y del nacional-autoritarismo en la periferia. La democracia puede ser una víctima derivada de la crisis sanitaria. La gestión de los Bolsonaro, Modi, Erdogan y tantos otros ha sido un desastre, pero quizás no paguen la misma factura que los dirigentes demócratas. Se sienten relativamente seguros. Sólo una revolución o algo similar puede llevárselos por delante. Mientras, maniobran, manipulan y reprimen. Viven en el filo de la navaja y, si es preciso la vuelven contra sus pueblos. Sin complejos. La pandemia puede darles vida (8).

NOTAS

(1) “Merkel and Macron find the strength for Europe. PETER MÜLLER. DER SPIEGEL, 22 de mayo.

(2) “La perte de la majorité absolue à l’Asamblée, un coup dur pour Emmanuel Macron”. LE MONDE, 21 de mayo.

(3) “The pandemic has already altered how ten of millions of americans can cast their ballots this year”. THE WASHINGTON POST, 23 de mayo.

(4) “Why China’s move to rein in Hong Kong is just the start”. STEVE LEE MYERS. THE NEW YORK TIMES, 24 de mayo.

(5) “Israel’s new government is a many-headed hydra. Can its competing leaders resolve the dilemma of annexation”? MARTIN YNDIK. FOREIGN AFFAIRS, 26 de mayo.

(6) “Horrific attack on Masternity ward threatens to upend afghan truce”. STEFANIE GLINSKI. FOREIGN POLICY, 14 de mayo.

(7) “How Putin changed Russia forever”. VARIOS AUTORES. FOREIGN POLICY, 7 de mayo.

(8) “Covid-19 tempts would-be authoritarians. But exploiting a pandemic comes at a cost”. RUTH BEN-GHIAT. FOREIGN AFFAIRS, 5 de mayo. “Authoritarians are exploiting the Coronavirus. Democracies must not follow suit”. JEFFREY SMITH, NIC CHEESEMAN. FOREIGN POLICY, 28 de abril.

LA GUERRA DE HIELO

20 de mayo de 2020

                
Cada vez se evoca más la guerra fría para describir el estado actual de las relaciones entre las dos principales superpotencias (o la superpotencia y la aspirante) mundiales: Estados Unidos y la República Popular de China.
                
La crisis del coronavirus ha agudizado una disputa que venía desarrollándose en los meses anteriores (disputa comercial más o menos aguda, tensiones por el despliegue militar chino  en aguas internacionales  frente a sus costas y las de sus vecinos, flirteos diplomáticos con los rivales regionales de Washington, acercamiento táctico a Rusia, etc.). Mal que bien todas estas incomodidades se iban gestionando, aplicando correcciones diplomáticas a los faroles políticos, en particular en el dossier comercial. Obviamente, la intemperancia y la incoherencia de la (des)administración norteamericana impregnaba la tranquilidad de una pegajosa incomodidad.
                
Lo que la alarma sanitaria ha provocado es un desequilibrio a favor de las maneras fuertes, de los retos testosterónicos, de las miradas de western por parte del presidente hotelero, cada día más inverosímil en su condición de dirigente. O como ha dicho Obama estos días, incapaz incluso de pretender que es un dirigente.
                
Los chinos, con su habitual templanza, amparada por la falta de controles internos, juegan a ridiculizar las bravatas norteamericanas, a hurgar en las divisiones transatlánticas, a llenar el vacío de liderazgo (1) y a arrimar dinero hacia las agencias de ese orden internacional que el Washington de la posguerra inspiró y que el Washington convulso actual desdeña. Hay abundantes ejemplos de esta paradójica inserción de Pekín en la arquitectura capitalista liberal. El compromiso de financiar con 2 mil millones de dólares adicionales la investigación de la OMS sobre el virus maligno es la última de ellas.
                
En la actitud beligerante de Trump y sus escuderos (Pompeo, Navarro, Pöttinger, por mencionar los más vocingleros) hay poco de visión estratégica y mucho de electoralismo en corto, que es lo que al inquilino de la Casa Blanca únicamente interesa y comprende. A su base electoral y a los arrimados republicanos les importa tan sólo que en la Casa Blanca haya alguien que no se achante, sin medir las consecuencias.
                
Por esa razón, y otras relacionadas, China será el gran tema de campaña del presidente combativo. En torno al peligro amarillo girará toda la retórica o demagogia. Pieza clave de ello será la consideración de Joe Biden, el virtual candidato demócrata, como parte del problema: por su blandura o incluso por su complicidad con el enemigo. Ya ha empezado la traca de twiters y de escaramuzas telecomerciales. En esta clave hay que ver los ataques paranoicos contra Obama de los últimos días. Biden, número dos del presidente afroamericano, será presentado como una marioneta suya, pero por encima de ambos, la siniestra orquestación de Pekín y su designio de debilitar a América y arruinar a los americanos.
                
Este esperpento, que no discurso (le falta coherencia argumental), empuja al G-2 hacia un escenario no de guerra fría, sino de guerra congelada, de hielo.  Sin duda, hay semejanzas entre este arranque de siglo y la segunda mitad del XX. Pero el mundo es distinto y la China de hoy no es la URSS de entonces. Las economías norteamericanas y soviéticas nunca estuvieron conectadas, mientras que las dos superpotencias actuales son polos insustituibles de la actual globalización. Si la receta Kennan sobre el containment de una URSS en expansión condujo a la guerra fría, es de esperar que las contradicciones de la rivalidad china-americana de estos días no permita pasar del punto de congelación de un conflicto latente pero controlado (2).
                
El pulso Washington-Pekín mantiene en guardia a los actores internacionales que gravitan en torno a la energía desprendida de esa confrontación: los aliados europeos y asiáticos de Washington, los clientes subsidiarios de la expansión china (el entramado de países atados a la moderna ruta de la seda y otras iniciativas similares), y terceros países que contemplan a Pekín como un pivote de compensación en el (des) equilibrio planetario.
                
La política de confrontación que la campaña electoral norteamericana puede agudizar insistirá en el decoupling, el desacoplamiento entre las economías de ambos países, tras cuatro décadas de largo y paciente proceso de interdependencia (3). Ese es el objetivo de los halcones de la Casa Blanca. Por pánico o por cálculo, algunas grandes empresas ya están haciendo planes de contingencia para trasladar sus centros de operaciones de territorio chino e instalarlos en otros países asiáticos más templados o amigables (eso incluye Vietnam, gran paradoja de la historia, país todavía formalmente comunista, pero enemigo tradicional del gigante del norte).
                
Sin embargo, no pocos economistas llaman la atención sobre la inutilidad de este empeño. Hay demasiados intereses compartidos en la estructura actual de la globalización como para que el decoupling se pueda producir con eficacia. Puede ser más grande el daño que el beneficio, porque también perjudica a los americanos, como dice un analista del muy conservador Instituto Cato (4).
                
Curiosamente, China contempla este despliegue de agresividad norteamericana con la paciencia estratégica habitual, que no hay que confundir con condescendencia (4). Xi Jinping es ya un presidente vitalicio, o puede serlo, si la crisis de sistema no se profundiza y los mecanismos represivos funcionan medianamente. Pese a la severa llamada de atención que ha supuesto el coronavirus y las pesadas consecuencias que arrastrará, Xi sigue convencido de que este será el siglo de China y a él le corresponde poner las bases de ese liderazgo. Sea así o no, parece que estamos en el momento Sputnik de China, como dice el economista Branko Milanovic (5). El actual gran timonel sabe que, gane quien gane en las elecciones de noviembre, tendrá que lidiar con un ambiente hostil a China en la Casa Blanca. Biden puede desinfectar de estupidez el despacho oval, pero previamente tendrá que comprar cierta retórica de firmeza hacia Pekín, porque necesita el electorado victimista y victimizado de su rival republicano (6).
                
En lo que el candidato demócrata puede separarse más claramente de Trump es en la relación con los aliados. No es fácil construir un relato de fortalecimiento de América a partir de la recuperación de los lazos que han hecho fuerte el orden liberal internacional. Por muchos problemas que haya con los europeos por el reparto de la carga defensiva (frente a Rusia, se supone), está cantada la recuperación de una estrategia común para frenar la tendencia china a no respetar las reglas del comercio internacional o de la propiedad intelectual.
                
Con los asiáticos se puede decir lo mismo, pero debe añadirse el decisivo aspecto del riesgo acrecentado de la inseguridad. Japón, Corea del Sur, Filipinas (incluso el ya mencionado Vietnam) se sienten amenazados por el despliegue naval chino en la cadena de islotes de los mares interiores compartidos con el coloso regional. Durante la crisis sanitaria, se ha reforzado  el dispositivo militar chino en la zona (7). Pero los gobiernos de la región se han sentido tan alarmados por esto como por la desenfocada actitud de la Casa Blanca, que insiste en que sus aliados paguen más por su protección y dejen de depender del amigo americano.

NOTAS

(1) “China is happy to fill the leadership vacuum left by the U.S.”. DER SPIEGEL, 6 de mayo.        

(2) “The source of China’s conduct. Are Washington and Beijing fighting a new cold war?”. ODD ARNE WESTAD. FOREIGN AFFAIRS, septiembre-octubre 2019.

(3) “The great decoupling”. KEITH JOHNSON y ROBBIE GRAMER. FOREIGN POLICY, 14 de mayo.

(4) “Making China pay would cost americans dearly”. DOUG BANGOW. FOREIGN POLICY, 5 de mayo.

(5) “Is the pandemic China’s sputnik moment? What a virus reveals about two systems”. BRANKO MILANOVIC. FOREIGN AFFAIRS, 12 de mayo.

(6) “What does Washington want from China? Pique is not a policy”. CHRISTOPHER HILL. FOREIGN AFFAIRS, 11 de mayo.

(7) “Under cover of pandemic, China steps up brinkmanship in South China sea. ROBERT A. MANNING y PATRICK M. CRONIN. FOREIGN POLICY, 14 de mayo.  

VENEZUELA: DE LA TRAGEDIA A LA FARSA

13 de mayo de 2020


En Venezuela, el oscuro episodio de una operación tipo Bahía Cochinos se ha resuelto en farsa. Tardaremos en saber hasta donde llegan las responsabilidades de los actores en liza, quien miente, oculta, tergiversa o simplemente disimula. La narración de la trama puede seguirse en las piezas elaboradas por periodistas del Washington Post (1).
                
Como suele ocurrir en este tipo de operaciones ilegales encubiertas/descubiertas, hay muchos cabos sueltos por atar, huellas visibles e invisibles, siniestras intenciones disfrazadas de nobles propósitos, preparativos poco acordes con el alcance del proyecto y chapuzas por encima de lo tolerable.
                
UNA OPERACIÓN CHAPUCERA
                
Después del fiasco golpista del 30 de abril de 2019, el presidente “encargado”, Juan Guaidó intentó procurarse una salida para recuperar la iniciativa. Creó, al efecto, un denominado Comité estratégico, suerte de estado mayor, para diseñar una estrategia de derribo del madurismo. Al frente colocó a Juan José Rendón, un operador político que rompió con el régimen en 2013 y se exiló en Miami, patria chica de anticastristas y antichavistas.
                
Después de una ronda de contactos con una docena de abogados, de estudiarse en detalle el operativo de Bahía Cochinos y de contactar con mercenarios bajo la pátina de expertos en seguridad, organizó, en septiembre pasado, una reunión en su casa con los líderes de la oposición, Guaidó a la cabeza. El invitado de ocasión fue Jordan Goudreau, un boina verde norteamericano retirado de origen canadiense, de dudoso historial. El exmilitar presentó un plan consistente en infiltrar un comando en Venezuela, conectar con militares venezolanos afectos, secuestrar a Madero, su familia y otros altos cargos y propiciar una revuelta.
                
En octubre se acordó el plan, pero a partir de ese momento, las cosas empezaron a torcerse y los relatos, en consecuencia, difieren. Goudreau afirma que Guaidó apoyó la contratación de sus servicios en un documentos firmado. Rendón niega esto último. Cada uno aporta documentos distintos para respaldar su versión. Por lo que cuentan los protagonistas, hubo un problema de dinero (otro clásico de estas operaciones supuestamente idealistas), aunque los dirigentes opositores comprometidos juran y perjuran que se dieron cuenta de lo loco que estaba el tal Goudreau, que se había inventado apoyos y recursos de los que no disponía y decidieron abandonar el plan. El militar, un veterano de Irak y Afganistán, asegura que había simpatizado con el pueblo de Venezuela, después de haber realizado un trabajo de seguridad para el millonario dueño de la Virgin, Richard Branson,  que había organizado un  concierto prorefugiados venezolanos en la localidad fronteriza colombiana de Rio Hacha.
                
LA CASA BLANCA, DE PERFIL
                
Goudreau asegura que contactó con un miembro del staff del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, en relación con su plan. Pero portavoces del número dos de Trump lo niegan. Lo mismo ha hecho el presidente-hotelero. Que en la Casa Blanca se desentiendan del muerto es lo esperado. Y hasta puede que digan la verdad. O que sea una verdad a medias. Esta administración no ha escondido su intención de derribar al régimen de Maduro, whatever it takes, haciendo lo que fuera. Pero cuadra más una operación desde dentro, es decir, otro golpe a la vieja usanza, más doctrina Escuela de las Américas que la cochinada anticastrista. Tampoco debe tomarse el desmentido de Trump/Pence como inequívoco. Nunca suele haber huellas o pruebas de compromisos de esa naturaleza.
                
GUAIDÓ, DEBILITADO
                
Para Guaidó, negativas y correcciones apartes, el episodio puede ser devastador. Su credibilidad ha quedado en entredicho. La frustración del presidente encargado salta a la vista. Después de un inicio prometedor, ha corrido la misma suerte que otros dirigentes opositores: carece de respaldo interno suficiente o decisivo. La población puede estar desengañada, sin duda, del bolivarismo y sus herederos maduristas. Pero no se fía de esta oposición elitista, y menos aún si se echa en brazos del viejo gorilismo trasmutado en hombres de Harrelson. Aunque se ampare en una retirada a tiempo, la sola consideración de una operación militar mercenario pone en evidencia su debilidad.
                
La creciente dependencia de Colombia que Guaidó evidencia es un baldón más. El actual gobierno de Bogotá es el más derechista desde Uribe: de hecho Duque es un ahijado del implacable expresidente. La obsesión antiterrorista de la ultraderecha de guante blanco colombiana, con su mentalidad de paramilitarismo intacta y sus innumerables cadáveres en el armario, no es la mejor compañía para el presidente “encargado”.
                
ÉXITO EFÍMERO DE MADURO  
                
Tampoco es que Maduro salga muy bien parado de esta farsa, aunque sea un ganador provisional. Desde luego, le beneficia poder reforzar su narrativa de régimen acosado por el imperialismo, y aún así vigilante y resistente. El presidente ha presumido de estar al corriente de todos los detalles de la trama, hasta los más insignificantes y ha exhibido como trofeos de guerra a dos colaboradores norteamericanos de Goudreau, sanos y salvos.
                
Más allá de este innegable tanto propagandístico, Maduro tiene que afrontar el problema real de su país, que no es necesariamente el fantasma de Bahía Cochinos. La quiebra del sistema productivo, el impacto de las sanciones de Washington y el descenso brutal del precio del petróleo ya eran factores suficientes para colocar a su gobierno al borde del colapso. Pero la crisis del coronavirus, aunque cuantitativamente menos grave que en otros países, puede convertirse en el golpe de gracia (2).
                
Las carencias materiales y humanas de hospitales y centros de salud (sólo hay 80 ventiladores para 28 millones de habitantes), la interrupción persistente del fluido eléctrico y el incremento de los precios hasta limites de locura son amenazas mucho más reales que unos cuantos mercenarios en la costa. Para el responsable de la división latinoamericana del International Crisis Group, Ivan Briscoe, el coronavirus puede ser la tormenta perfecta para el régimen madurista (3).
                
La gran baza del heredero de Chávez es la lealtad de las fuerzas armadas, garantizada por su posición dominante en empresas públicas y negocios privados. En pocas palabras, los militares venezolanos no son fáciles de comprar. Ya lo vimos hace un año con el fracasado golpe del 30 de abril. Nadie se quiere arriesgar a cambiar de caballo sin garantías sólidas. Y la oposición no puede presentarlas. El seguro que otrora podía representar Washington es hoy una rémora. Reducir a Maduro a la condición de narcotraficante al frente de una banda de delincuentes sirve de poco, cuando hay sospechas serias de tales cargos entre militares renegados del bolivarismo.
                
De Puente Llaguno a Miami, de 2002 a 2020, la derrota golpista, militar o mercenaria de la Venezuela chavista o tardochavista ha pasado de la tragedia a la farsa. Para escarnio de la oposición, fútil gloria del régimen e indiferencia de la mayoría del pueblo venezolano.

NOTAS

(1) “From a Miami condo to the Venezuelan coast, how a plan to ‘capture’ Maduro went rogue”. THE WASHINGTON POST, 7 de mayo.

(2) “Venezuela’s health care crisis now poses a global threat”. FOREIGN POLICY, 12 de marzo.

(3) “A perfect storm for Venezuela”. IVAN BRISCOE. FOREIGN AFFAIRS, 11 de mayo.
           

RUSIA: PUTIN SE AUTOCONFINA


 6 de mayo de 2020
                
La crisis sanitaria ha sacudido Rusia con menos intensidad en términos cuantitativos: unos 1.500 muertos hasta la semana pasada. Una densidad de población menor que la de otros países y la dispersión habitacional lo explican en parte.
                
Sin embargo, la debilidad del sistema sanitario ruso, una economía bajo presión por el efecto de las sanciones internacionales, el desfondamiento del precio del petróleo y un estilo de gobierno autoritario y escasamente empático son factores de inquietud.
                
LA AGENDA, ALTERADA
                
El confinamiento ha alterado -arruinado- una quincena de acontecimientos políticos de enorme potencial propagandístico. El 22 de abril se iba a celebrar una consulta nacional sobre los cambios constitucionales que eliminaban la limitación de mandatos presidenciales y, por tanto, la perpetuación de Putin en el Kremlin. El 9 de mayo se iba a conmemorar en la Plaza Roja, con un desfile a la vieja usanza, el 75º aniversario de la victoria contra la Alemania nazi.
                
El coronavirus lo ha barrido todo y el Zar y su círculo de fieles se han replegado detrás de los muros de la fortaleza moscovita (1). Segundones  tecnócratas aparecen al frente de la gestión de la enfermedad. La figura emergente de la política rusa, el alcalde de la capital, Sergei Sobyanin, fue encargado por el patrón de pilotar la respuesta del Estado a la pandemia. Le precede una imagen de gestor eficiente y riguroso, un técnico sin aparentes aspiraciones políticas (¿quién las tiene en la Rusia de hoy?). Un poco desplazado ha quedado el primer ministro, Mijáil Mishutin, que resultó afectado por la enfermedad. Su papel en el gobierno se reduce al de un contable con poderes, ya antes de la crisis sanitaria.
                
Este repliegue del líder ruso ha coincidido con un descenso de su popularidad de unos seis a siete puntos (del 70 al 63 por ciento), según una encuesta del Centro Levada. Analistas liberales en Moscú creen ver cierto desgaste del gran líder, pero admiten también la ausencia de alternativa política. La población rusa campea en su habitual escepticismo (2)
                
En su introspección, Putin prepara la reaparición. Se le supone calculando riesgos y afinando estrategias, internas y externas, inmediatas y a largo plazo. Las urgencias están claras: frenar la enfermedad e intentar que la salida del encierro, prevista para el 12 de mayo, no comporte sobresaltos. La tarea siguiente será aplicar el acuerdo con Arabia Saudí y EE.UU para lograr un repunte del precio del petróleo. El peligroso juego a la baja que el Kremlin practicó con la monarquía árabe para desgastar el rival, pero sobre todo para frenar la nueva fiebre oro negro norteamericano, se les fue de las manos. Rusia necesita que el precio del crudo no baje de 42,5 dólares el barril para sostener el presupuesto. No hay mucho margen de riesgo. Los expertos calculan que la crisis sanitaria provocará una caída del 6% en el PIB.
                
Estas cifras de catástrofe son similares a las de otros países, aunque el golpe puede resultar más severo por la debilidad estructural de la economía nacional. En compensación, Rusia tiene un cierto margen financiero de seguridad. Dispone de un fondo soberano equivalente al 10% de su PIB, lo que le permitiría aguantar al menos un par de año antes de acudir a préstamos internacionales, según el economista Serguei Guriev, radicado en la facultad de Ciencias políticas de la Sorbona parisina (3).
                
LA RECOMPOSICIÓN EXTERIOR
                
Estas incertidumbres económicas obligarán al dueño del Kremlin a replantearse ciertas operaciones exteriores (4). Ya se han operado cambios discretos en Siria y Libia, los dos conflictos más agudos (junto a Yemen) de la agitación árabe iniciada hace una década.
                
En Siria, el acuerdo con el autócrata Erdogan ha sido celebrado por los propagandistas rusos como una jugada maestra del Putin, porque ha permitido consolidar el debilitamiento de la OTAN en el flanco oriental y apuntalar al agente ruso en la región, el régimen de Assad. La guerra se ha congelado en la provincia noroccidental de Idlib, donde conviven grupos rebeldes de distinta significación, procedencia y patronazgo. En la franja kurda fronteriza con Turquía se mantiene un equilibrio tenso, con una reducida presencia norteamericana en el sector más oriental. Suena a pudrimiento, a crisis perpetua, a solución pendiente durante años. Moscú quiere ahora un parón, hasta ver qué ocurre en las elecciones norteamericanas de noviembre.
                
En Libia, los rusos también se guardan las cartas. El apoyo activo y contundente que habían prestado al general Haftar en sus sucesivas intentonas de asalto a Trípoli se ha frenado. El militar con ínfulas de dictador se ha visto sacudido precisamente por el relevante apoyo militar que los turcos han brindado al débil gobierno mal llamado de unidad, a cambio de sustanciosas ventajas en el futuro del país. La guerra parece de nuevo estancada, sin previsión de movimiento significativos en las próximas semanas... o meses.
                
Putin y Erdogan, aparentes rivales en Libia como en Siria juegan a ser maestros del tablero, a condicionar movimientos y definir estrategias. A ejercer un doble condominio.
                
Con ese frente mediterráneo estancado y un esfuerzo militar aparentemente aplacado, Putin mira al Este para consolidar una alianza que le permita respirar económicamente y  mantener bazas de presión internacional. El acercamiento a China, cauteloso y plagado de contradicciones, puede abrirse a nuevas áreas de oportunidad debido al empeoramiento de las relaciones entre Washington y Pekín, a causa del coronavirus. El Secretario Pompeo sigue empeñado en culpabilizar a China y Trump amenaza con la reapertura de la guerra comercial, en esta ocasión como castigo.
                
Putin, como es lógico, ha seguido un camino distinto. Aunque en canales más discretos de comunicación entre las burocracias de ambos países se habrían producido reproches rusos por la gestión inicial de la pandemia en Pekín, el aparato de propaganda ruso ha aireado otro relato. En abril, Putin habló por teléfono con Xi Jinping para felicitarle por haber ganado la “guerra contra el virus”.
                
Los grandes conglomerados económicos rusos cuentan con una pronta recuperación de la economía china para sus exportaciones de materias primas. El comercio bilateral en general aparece como un factor de sostenibilidad en esta etapa procelosa. En los primeros meses de este año calamitoso, mientras el comercio exterior chino cayó un 8,4%, el bilateral con Rusia aumentó un 3.4%. En los planes rusos de mejorar su infraestructural digital, los productos chinos aparecen como los principales proveedores, con el 5G de Huawei al frente. Los sistemas de vigilancia callejera y ciudadana aplicados por las autoridades china durante la crisis del coronavirus hacen las delicias del Kremlin  (5).  Putin se prepara para el mundo post-Covid 19.

NOTAS

(1) “Russia’s leaders are self-isolating from their people”. TATIANA STANOVAYA. CARNEGIE MOSCOW, 7 de abril.

(2) “Are Russians finally sick of Putin?”. ANDREI KOLESNIKOV. CARNEGIE MOSCOW, 7 de abril.

(3) “Au Kremlin, le coronavirus a tour gâché’”. SYLVIE KAUFFMANN. LE MONDE, 22 de abril.

(4) “The imperatives and limitations of Putin’s rational choices. PAVEL K. BAEV. BROOKINGS INSTITUTION, 28 de abril.

(5) “The Pandemic could tighten China’s grip on Eurasia”. ALEXANDER GABUEV. FOREIGN POLICY, 23 de abril.