5 de Agosto de 2016
El
monumental resbalón del candidato republicano estadounidense con la familia del
soldado musulmán caído en Iraq ha sido el primer asunto de la campaña electoral
nacional, que comienza oficiosamente al finalizar las Convenciones partidarias.
El
episodio ha puesto en evidencia los
riesgos de llevar al límite la manipulación racista, la exaltación nacionalista
y la falsa identificación de la amenaza terrorista con la adscripción étnica.
Por suficientemente conocidos, no hace falta recordar la sarta de prejuicios
aventados por el anti-candidato republicano. No obstante, existía la falsa
percepción de que Trump no se atrevería a sobrepasar líneas rojas en su
irresponsable audacia contra todo lo aparentemente correcto. Al arremeter/ridiculizar/ningunear
a la familia de un soldado caído en misión, se han desvanecido las últimas
expectativas de racionalización de Trump.
Obama
sintetizó el dilema con brillantez: si cada día tienen que salir a criticar
(algunos a justificar) a su candidato, por qué razón los líderes republicanos siguen
respaldándolo, cuando no sólo lo ético, sino también lo inteligente sería
repudiarlo.
No hay
respuesta saludable en el G.O.P. El túnel que puede concluir a la oscura noche
del 8 de noviembre es muy prolongado. Los republicanos llevan en el pecado la
penitencia. Han jugado muchos años a aprendiz de brujo, creando escenarios de
catástrofe (cierre del gobierno por asfixia financiera, bloqueo institucional,
sabotaje del programa presidencial) y ahora han alumbrado un espantajo que se
resiste a someterse a ciertas normas de conducta.
Para
nadie puede ser una sorpresa que Trump se cisque en todo aquel que osa no reírle
las gracias. No es de recibo que los ahora indignados hayan tardado tanto en
alejarse del candidato. Y es mucho más inconsecuente que no agoten el recorrido
de su indignación y hagan lo que Obama les exige.
No
resolver esta contradicción señalada por el presidente, en una iniciativa que
tiene muy pocos precedentes, no sólo refleja la incapacidad política de los
republicanos para gestionar sus errores acumulados durante años. Es también un
ejercicio de hipocresía.
El
establishment republicano se ha apresurado a defender a un caído en combate,
sin atreverse a anticipar públicamente su voto contrario a Trump en las
elecciones de noviembre. Muchos creen que los más recalcitrantes les
reprocharían que tal iniciativa contribuiría a entregar la victoria a la odiada
Hillary Clinton, y la repulsión que eso les produce a mucho es mayor que el
malestar que les empieza a generar su propio candidato.
Sin
embargo, algunos representantes del sector más moderado del partido (no es una
sorpresa que pertenezcan a Nueva York y California) ya han dicho con rotundidad
que no votarán al candidato oficial. Lo que equivale a recomendar a sus
votantes en esos territorios que sigan su ejemplo.
Estos
días, académicos y analistas se preguntan si aún es posible revertir la
decisión de Cleveland y forzar la renuncia de Trump, aunque se trate simplemente
de una hipótesis de trabajo. No es fácil. Una de las principales expertas en el
funcionamiento de los partidos políticos norteamericanos, Ellen Kamarck, de la
Brookings Institution, reflexiona sobre esta y otras contingencias (1)
La
conclusión no es muy venturosa. Aparte de las distintas cuestiones técnicas que
hacen complejo el golpe de timón, hay un elemento constitucional arcaico en el
sistema electoral norteamericano (uno de tantos): es el que atribuye al colegio
de electores y a no los ciudadanos ordinarios la última palabra sobre la
elección de presidente. Como se sabe, los votantes eligen en cada estado a un
número de compromisarios, republicanos o demócratas, que tienen el mandato de
votar por el candidato seleccionar por su respectiva Convención, el principal
órgano inter-electoral de los partidos.
Por
tanto, aunque supongamos que el Comité Nacional Republicano arguyera razones de
fuerza mayor para repudiar a su candidato, no está claro que los electores
designados por los votantes en noviembre se atuvieran a una orden contraria de la
jerarquía del partido, cuando se reunieran en diciembre para atribuir los votos
definitivos a los dos candidatos, republicano y demócrata.
En
definitiva, seguirá especulándose con un descarrilamiento de la candidatura de
Trump, a medida que sus meteduras de pata, excesos y demostraciones de
ignorancia palmaria sigan acaparando portadas y cabeceras. Pero no será fácil
que se traspase la frontera de las condenas, para incidir directamente en
propuestas de una especie de impeachment interno, o destitución de la
candidatura. Podemos asistir al espantajo político de discursos divergentes e
incluso contrarios en el bando republicano, sin plantear abiertamente la cuestión
del liderazgo. Eso es lo que está ocurriendo ahora, cuando muchos dirigentes han
creído necesario o se han visto obligados a honrar al soldado Khan... pero sin
repudiar al candidato Trump.
1) https://www.brookings.edu/2016/08/03/what-happens-if-donald-trump-or-mike-pence-drops-out-before-election-day/?utm_campaign=Brookings+Brief&utm_source=hs_email&utm_medium=email&utm_content=32529022