UN PRESIDENTE PARADÓJICO



31 de Octubre de 2013

El presidente más mediático de la historia. El líder que más rápidamente ascendió a lo más alto, aupado por los medios electrónicos, por el uso masivo de los medios más modernos de la comunicación. El más esperado en décadas. El llamado a restablecer un estilo de diálogo y colaboración internacional. En 2008 casi nadie habría podido prever que Barack Obama mostrara inquietantes indicios de vulnerabilidad justo en su flanco más blindado: la imagen. 

Ya sea el reciente escándalo del espionaje a líderes mundiales (más bien ficticio, como anticipábamos en el comentario anterior), en la gestión de la crisis política interna, o en sus iniciativas diplomáticas en Oriente Medio, el presidente parece objeto de una valoración negativa. Bien es verdad que su solidez le permite reponerse. Aún conserva crédito.

¿Se trata solamente de la usura del poder? En parte, si. Pero esta paradoja entre un apoyo popular  todavía amplio  y una proyección mediática incómoda puede deberse, en parte, a la propia personalidad del presidente. A pesar de sus esfuerzos por parecer cercano y popular, Obama no ha conseguido liberarse de la impresión de distanciamiento y cierta altivez, que arrastra desde sus años de senador. La seguridad con la que se expresa inquieta más que tranquiliza, según han analizado, en trabajos muy incisivos, algunos de los especialistas en diseccionar los perfiles de los grandes dirigentes.
                 
Resulta curioso, por cierto, que Obama se haya beneficiado tan escasamente de la buena imagen de su esposa, Michelle. Cuando aparece con ella y con sus hijas, como cualquier líder sometido a ese inevitable escrutinio, trata de aparecer relajado, como cualquier ciudadano corriente. Sólo lo consigue a medias.
                 
En el asunto del espionaje a los líderes mundiales, Obama ha esquivado a los medios, quizás con la pretensión de que se comprendiera que una materia tan delicada exigía el mayor ejercicio de discreción posible. No se ha entendido así, por lo general. Más bien ha parecido que escurría el bulto, lo que ha reforzado la percepción de que sabía más de lo que sus asesores y colaboradores admitían en público.
                 
Pero peor aún que esa sensación de cinismo, que cualquier político soporta por el mero hecho de serlo, ha sido la insinuación, cuando no la imputación directa, de que Obama es un "bystander President"; es decir, un Presidente que no está al tanto de los asuntos de forma profunda y dedicada. Las declaraciones de los responsables de la seguridad y el espionaje ante el Comité del Congreso no han ayudado a disolver esa percepción.
                 
Algo parecido le ocurrió en la crisis de Siria. Se ha filtrado a algunos medios, no precisamente hostiles a Obama, que las sucesivas reuniones celebradas en las exclusivas salas de la Casa Blanca, dedicadas a analizar y valorar las opciones a lo largo de los últimos meses,  capturaban escasamente la atención del Presidente.  Hasta tal punto que no se privaba de manejar reiteradamente su Blackberry para consultar o leer mensajes.
                
Asimismo, se le reprocha en algunos círculos de Washington, de acreditado colmillo retorcido, que el Presidente rechaza intelectual y políticamente verse enfangado en conflictos que considera menores o cocinados en la inercia de tiempos ya superados, porque le restan tiempo para ocuparse de aquellos otros de los que dependen, en su opinión, la prosperidad del país. Y el legado de su propio mandato, naturalmente.
                 
Que se entienda bien: Obama no es Bush. No se trata de pereza o cortedad intelectual. A Obama no le aburren los asuntos serios o los más abstractos. Por el contrario, parece evadirse de los demasiado corrientes. Obama sería un amante de las cuestiones estratégicas, pero parece interesarle menos los aspectos tácticos.
                 
Y es que el primer afroamericano que llega a la Casa Blanca no es un "político del pueblo". Sus orígenes no son humildes, aunque los demócratas resalten ciertos rasgos familiares que lo alejan del típico perfil de vástago de la élite. Pero tampoco forma parte del patriciado político que ha mamado todos los recursos del ejercicio del poder. Obama suele expresar -hay varios testimonios durante su primer mandato- su desagrado por los usos y costumbres de eso que allí llaman Washington: el universo del poder político-mediático-empresarial y financiero donde se aglutina la mayor concentración de poder del planeta.
                 
UNAS RELACIONES DEMASIADO CORRECTAS
                
 Resulta bastante indicativo sus relaciones con los líderes mundiales. Se le nota bastante su distanciamiento con aquellos que se caracterizan por batirse con entusiasmo en las luchas políticas más terrenas (e incluso las subterráneas). Y como la gran mayoría de los líderes mundiales actualmente pertenecen a esta categoría y son pocos los que serán recordados como hombres de Estado de dimensión excepcional, el resultado es que Obama no parece haber forjado amistades muy prolíficas, como Reagan, Clinton o Bush.
                 
No es que Obama se muestre distante con sus pares en sus encuentros de alto nivel. Pero no existe la percepción de que haya establecido complicidades personales con ninguno de ellos. Son bastantes sonoros, en cambio, sus desencuentros: con Putin, con Netanyahu.  No le ha ido mejor con los presidentes o monarcas árabes. Con los europeos, a pesar de la atracción inicial que irradiaba, domina la sensación de corrección. Ningún alarde de calidez.
                 
Por hablar de Merkel, cuyo supuesto espionaje ha estado en el centro de la polémica  de estos días, es bien sabido que el Presidente no comparte su rigidez en la gestión de la crisis financiera europea. Decía uno de sus colaboradores esta semana que Obama habla con frecuencia con la canciller alemana y que consulta poco o nada los informes de inteligencia, quizás para dar la sensación de que ambos dirigentes han establecido una sólida relación de confianza. Lo que ha calado no es eso, precisamente. La frialdad de la reacción de Merkel no ha ayudado a extender esa impresión. Es posible que la líder alemana quisiera transmitir un malestar mayor del que sentía en realidad, para aplacar el enfado interno (más mediático que ciudadano). El caso es que en las informaciones sobre la petición de explicaciones y la respuesta no se ha filtrado corriente de simpatía o comprensión, que sería lo propio entre amigos y aliados, incluso cuando se ha puesto en evidencia algún "pecadillo".
                 
A Obama le flaquea, por tanto, una de las sus principales fortalezas originales como político de alto nivel. Su mandato no será juzgado por cosas de este estilo, claro está. Pero si no consigue corregir estas desagradables percepciones, podría complicársele más de lo previsto firmar una brillante presidencia.

EL MACRO PODER ELECTRÓNICO

24 de Octubre de 2013
                
Europa anda revuelta con las últimas revelaciones sobre el supuesto espionaje de los servicios de inteligencia norteamericanos a dirigentes, aparatos de gobierno y ciudadanos en este continente.
                
La cumbre europea examina estos días la situación. El Parlamento de los 28 ha propuesto una serie de medidas de respuesta y prevención (la suspensión del acuerdo Swift sobre transmisión de datos bancarios al otro del Atlántico, entre otras), pero también de control de las grandes compañías privadas que habrían colaborado en el sistema de escuchas. Lo mismo cabe decirse en América Latina, donde se ha sabido que, además de Brasil, también México ha sido objeto de vigilancia electrónica.   
                
EL GRAN ESCUCHADOR
                
XKey Score, un potente servidor que centraliza, analiza y clasifica miles de millones de datos capturados a través de dispositivos secundarios, se ha convertido en uno de los exponentes del poderío global norteamericano. La base del poder a lo largo de la historia viene determinada por el desarrollo tecnológico. En nuestro tiempo, la clave es la electrónica.
                 
Desde que, hace unos meses, Edward Snowden, un empleado de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), decidiera desvelar el complejo y sofisticado entramado de vigilancia que los servicios norteamericanos ejercen sobre instituciones, organizaciones y ciudadanos de Estados Unidos y de todo el mundo, se han activado las alarmas sobre la protección de la privacidad y la vulnerabilidad de la intimidad. Elementos ultrasensibles de la convivencia.
                
Sabemos lo que sospechábamos: que todos somos escuchados, escrutados, vigilados. La predicción orwelliana, inspirada en otras visiones diferentes pero concomitantes  de universos futuros, como el 'mundo feliz', de Aldous Huxley, trasciende la crítica sobre el denostado sistema político estalinista y  se proyecta sobre un 'triunfante presente liberal', altamente codificado y controlado por impulsos electromagnéticos.
                
Para muchos, Snowden se configura (al igual que Julian Assange, el fundador de Wikileaks, y otros personajes secundarios del mismo libreto) como héroe: un 'whistleblower', término norteamericano para definir al que alerta de una actividad ilegal o de un peligro contra las libertades. En cambio, para otros, se trata simplemente un traidor, porque habría debilitado el sistema que el poder público ha construido en defensa de sus legítimos intereses y los de sus ciudadanos. Que se refugie en Rusia, imposible ejemplo de transparencia y de respeto a las libertades, ahonda la percepción negativa.

Las revelaciones de los últimos meses han ido creando un clima de desconfianza y preocupación cívica en Estados Unidos. ¿Podemos fiarnos de nuestro gobierno?, se han preguntado líderes de opinión, portavoces de organizaciones ciudadanas y hasta políticos que hacen bandera del debilitamiento de los poderes públicos, algunos con el oportunista designio de allanar el camino a otros poderes más abrumadores pero más silenciosos aún.

Abruman los datos  -millones de escuchas diarios- y los medios empleados en la tarea -potentísimas redes cibernéticas de escucha, depuración, clasificación y almacenamiento de datos-, pero lo que verdaderamente agobia es el desconocimiento de las motivaciones. La justificación de sus responsables, basada en la necesidad de prevenir, desenmascarar , neutralizar, perseguir y desmantelar redes terroristas ha sido, hasta la fecha, difusa, esquiva, fragmentaria y en absoluto convincente.

ESPIAR A LOS AMIGOS.

Las recientes filtraciones de que la NSA estaría 'espiando' a dirigentes y/o aparatos de gobierno de sus propios aliados  en Europa y América ha recrudecido el debate.

Públicamente, la reacción de los supuestamente 'escuchados' ha sido la que podía esperarse: malestar y exigencia de explicaciones. En cada caso, se han reflejado las peculiares relaciones con la superpotencia. La susceptibilidad de los franceses, la duplicidad de los mexicanos y la cautela de los alemanes.

Francia es un aliado firme de Estados Unidos. Lo fué, de forma fehaciente y sólida en las dos grandes guerras del siglo pasado y durante la guerra fría. Pero no un aliado servil, como las dictaduras de toda laya; o incondicional, como Gran Bretaña, su antigua metrópoli.                 La lealtad francesa durante las últimas décadas ha sido crítica, por momentos incómoda, e incluso tensa. Pero difícilmente puede dudarse de ella.

Por todo lo dicho, se entiende que en Francia se haga duelo público de estas revelaciones de 'espionaje'. Sin embargo, ¿es creíble que sorprendan? Desde luego que no. Sería presumir una ingenuidad irreal en las élites francesas (y lo mismo cabría decir de las alemanas, mexicanas o brasileñas).

AL FILO DE LA HIPOCRESÍA

En este sentido, resulta llamativa la sentencia realizada por el Presidente de la Comisión de Leyes de la Asamblea Nacional francesa, Jean-Jacques Urvoas: "los Estados Unidos no tienen aliados, sólo objetivos o vasallos", ha dicho a LE MONDE. Palabras gruesas, que son sin duda las que el orgulloso ciudadano francés quiere escuchar en situaciones como ésta.

En otro momento, cuando se le pregunta cómo puede Francia defenderse de esta intromisión, Urvoas responde en un tono más mesurado y realista, comparando los medios que su país y Estados Unidos consagran al espionaje. La desproporción es de siete y pico a uno. En esta afirmación fría, alejada de la vehemencia del titular, está la clave. ¿No es el espionaje una cuestión de capacidad más que de voluntad?

Algo similar podemos decir de Alemania. Lo que ha trascendido a los medios es que la Canciller Merkel telefoneó directamente a Obama para exigirle aclaraciones sobre el supuesto seguimiento de su teléfono móvil por parte de la macrored norteamericana de escuchas. Y, sin embargo, la agencia de inteligencia alemana ha sido señalada como colaboradora de ese insidioso aparato de intromisión planetaria. Pero, además, recientemente, se conocieron otras conductas vergonzantes de los servicios secretos alemanes, como la negligencia continuada frente al desarrollo de organizaciones extremistas de inspiración racista y neonazi. Se tiene la impresión de que con la desaparición de la Stasi no se acabó con el 'poder de las sombras'.

Si Estados Unidos (quien sea lo que haga, y por orden de cualquiera que lo ordene, lo tolere o lo encubra) espía a Francia (a sus dirigentes y a cualquier anónimo ciudadano) no es porque es una potencia maligna o desprovista de 'alma democrática' (es decir, de respeto por los derechos y las libertades). Lo hace porque puede hacerlo. Es más: ¿no es menos cierto que la actividad de espionaje norteamericano ha contado con la complicidad de muchos servicios nacionales y locales de inteligencia? Por lo que sabemos, esa complicidad ha sido activa y extensa. Lo que explicaría el silencio o la máxima discreción de los dirigentes europeos en los últimos meses. Los franceses deberían recordar la máxima de su filósofo y moralista La Rochefoucauld: "la hipocresía es el tributo que el vicio rinde a la virtud".

¿Y qué decir de México? En un contexto de agravios inveterados, que un ex-Presidente mexicano se sienta ofendido por ser objeto de escuchas por el gran vecino del norte cae como lluvia sobre terreno mojado. Pero fue ese mismo alto dignatario espiado, Felipe Calderón, el que mantuvo una colaboración secreta con los servicios de inteligencia y las fuerzas armadas norteamericanas para afrontar el desafío de los cárteles narcos. En un mundo regido por la lógica despiadada del poder, no debe sorprender casi ninguna de sus manifestaciones sólo porque, en ese caso, no se participe de ellas.

El diario francés LE MONDE, asociado con el semanario alemán DER SPIEGEL y otros medios, ha desvelado las últimas novedades del sistema de escucha. En un editorial que acompaña el dossier periodístico, su directora refuta las justificaciones de quienes ven en las denuncias de Snowden, Greenwald y otros "lanzadores de alarmas" un debilitamiento irresponsable de la lucha planetaria contra el denominado 'terrorismo internacional'. Natalie Nougayrède asegura que urge un debate sobre la incidencia del fenómeno de las escuchas sobre las libertades, para conseguir que "el trabajo de los órganos de seguridad de los Estados democráticos sea encuadrado por procedimientos de control eficaz, parlamentario o judicial".           
Loable propósito el formulado por la colega francesa, digno del más rotundo respaldo. No estaría de más, no obstante, reclamar también un mayor control de las grandes empresas cibernéticas globales, colaboradoras necesarias de esta gigantesca red de intromisión. Y ya puestos, aunque a una escala menor, exigir también a los medios una mejora de sus procedimientos de investigación y tratamiento de la vida privada de los ciudadanos, responsables políticos incluidos, para evitar desprestigios y hasta linchamientos apresurados. A cada cual debe exigírsele según sus responsabilidades y capacidades. Aunque sólo sea para desterrar la mínima tentación de hipocresía.



LA LECCIÓN DE LAMPEDUSA

10 de octubre de 2013

Tardía e insuficiente. Así cabe considerar a la reacción oficial e institucional europea a la (última) tragedia de Lampedusa. Durante los próximos días, se continuarán rescatando cadáveres del naufragio de la semana pasada. Más de trescientos muertos, y en alza. Así lo entendió este miércoles buena parte de la población de la isla, abucheando e increpando al Primer ministro italiano y al Presidente de la Comisión Europea, cuando acudían a rendir homenaje a los muertos rescatados del naufragio.

El malestar de los lugareños es comprensible por el abandono denunciado por su alcaldesa, Giuseppina Nicolini, y por las organizaciones de defensa de los derechos de los inmigrantes y aspirantes a refugiados. El propio Papa Francisco, que hizo una visita a la isla el pasado mes de julio, urgió a los poderes responsables a realizar un esfuerzo de prevención de futuras tragedias. Como tantos otros llamamientos, también cayó en saco roto.   

CAUSAS ANTIGUAS Y RECIENTES

Lampedusa, con sus 20 kilómetros cuadrados y sus 6.000 habitantes, es el epicentro de la convulsión que vive el Mediterráneo desde hace años. Estos años, la pequeña isla ha hecho un esfuerzo encomiable. La presión migratoria africana, debido a las pavorosas condiciones de vida en el continente, se ha visto agravada recientemente por la inestabilidad en los países árabes ribereños.

La revolución y posterior crisis en Túnez, la revuelta contra Gaddaffi y la intervención de la OTAN, que provocó el cambio de régimen y el caos actual en Libia y, más recientemente, la guerra en Siria, sin olvidarnos de la interminable sangría en Somalia y la menos conocida de Eritrea, ha provocado un incremento dramático del éxodo de una población desesperada. En el año de las revoluciones árabes, 2011, perecieron en aguas mediterráneas más de un millar y medio de personas, según la propia oficina de refugiados de las Naciones Unidas. Otras organizaciones como Fortress Europe elevan la cifra a más de dos millares. Sesenta mil personas consiguieron llegar a las costas, aterrorizadas y exhaustas, pero vivas. En lo que va del presente año, ya se han contabilizado, según fuentes oficiales de la UE, más de 30.000 personas arribadas por esta ruta del Mediterráneo central, con Lampedusa como lugar de recalada preferente, aunque no exclusivo. Calabria y Plugia también ha recibido un número importante de desesperados. Malta también se encuentra desbordada.

Hasta ahora, la respuesta europea ha sido más policial que humanitaria. Los golpes de pecho y las lágrimas de cocodrilo no esconden el fracaso o, mejor dicho, la ausencia total de una política de acogida solidaria y eficiente. Peor aún, las medidas claramente xenófobas e insensibles del anterior gobierno italiano de derechas interpusieron más obstáculos que soluciones. Una ley de 2009 criminalizó a los inmigrantes ilegales que no demandaran asilo.

Tras la revolución tunecina, y con la deliberada intención de sacarse de encima a los que llegaron por miles a costas italianas, el entonces ejecutivo de Berlusconi y la Liga Norte decidieron darles visados para que circularan durante seis meses por territorio europeo, contrariando los acuerdos de Schengen. Sarkozy se alarmó y acordó con Berlusconi mover los mecanismos de actuación en Bruselas. Llegó la respuesta. Pero fué policial. Solamente.

LOS LÍMITES DE FRONTEX

Se reforzó FRONTEX, el dispositivo de vigilancia de las fronteras exteriores, en este caso meridionales, de la Unión. Debido a la situación en Siria y la persistencia de otros focos de inestabilidad en Somalia, Eritrea y Libia, la agencia europea había desplegado cuatro navíos y dos aeronaves adicionales en la ruta del Mediterráneo central. Ahora, tras la última tragedia de Lampedusa, se insiste en lo mismo y se anuncian más patrullas. La Comisaria de asuntos interiores ha pedido a los ministros 50 millones de euros para un refuerzo suplementario.

Algunos analistas cuestionan la efectividad de estas medidas. Joanna Parkin, una especialista en migración del Centro para Estudios Políticos europeos, con sede en Bruselas, recordaba estos días al NEW YORK TIMES que FRONTEX no tiene poderes operacionales. Pero, en todo caso, es dudoso que esta agencia pueda ser responsable de algo que es de naturaleza política y no operativa: la protección de los que llegan.
El asunto, por tanto, no es sólo económico o de recursos. Es conceptual. AMNISTÍA INTERNACIONAL, en un comunicado emitido estos días, pone el dedo en la llaga al señalar que los Estados "han dedicado cada vez más recursos al control policial de las fronteras de la Unión Europea, en vez de a salvar vidas y proteger a las personas". AI y otras organizaciones de derechos humanos reclaman que se revisen las políticas migratorias y de asilo, no sólo porque resultan insensibles sino también ineficaces. La restricción migratoria no impide la llegada. Sólo empuja a los desesperados a intentar vías de entrada más arriesgada y con menos garantías. Menos vivos en los centros de acogida, más muertos en las playas o en el mar.
               
UN NECESARIO DEBATE SOCIAL

Obviamente, lo esencial es combatir las causas y no sólo responder a las consecuencias, aunque esto último suele ser perentorio. Las razones por la que se producen estas corrientes migratorias son complejas y muy difíciles de abordar, porque responden a desequilibrios profundos, a conflictos enquistados y a políticas abusivas prolongadas contra los derechos humanos y las libertades. Los intentos de prevenir flujos desordenados y masivos de personas con los responsables políticos de los países de origen se convierten en puras operaciones de imagen, para los de aquí y para los de allá, con escasos resultados prácticos.
               
Para ser rigurosos, la indignación por las tragedias como Lampedusa no puede ocultar un sentimiento de malestar en amplias capas sociales por la presión migratoria. En ese caldo de cultivo han crecido los partidos xenófobos o de extrema derecha, hasta convertirse en elementos decisivos para formar coaliciones de gobierno o en factores de desestabilización política. Y ello ocurre en países con una sólida tradición de acogida como Noruega, Suecia, Dinamarca u Holanda, tanto o más que en otros menos solidarios. El último triunfo del Frente Nacional en Francia, aunque parcial y limitado, responde a este clima.

Las consecuencias ya se dejan ver. Según datos de EUROSTAT de esta misma semana, el número de peticionarios de asilo en Europa se ha incrementado en un 50% en el segundo trimestre de 2013 con respecto al mismo periodo del año anterior. Pero la gran mayoría de estas demandas, más de las dos terceras partes, han sido rechazadas.

Esta respuesta restrictiva no puede imputarse sólo a la derecha europea. Para ser justos, la mayoría de la izquierda socialdemócrata muestra signos de indecisión y desconcierto. En Francia se han denegado el 80% de las peticiones. Las declaraciones sobre los gitanos realizadas por el ministro socialista francés del Interior, Manuel Valls (de origen español, por cierto), que obligaron a la intervención correctora del propio Hollande, han contribuido a  enturbiar el debate.
                 
A petición precisamente de París, la cumbre europea de finales de mes abordará la cuestión migratoria. Pero no hay muchos motivos para ser optimista. Domina la impresión de que falta impulso político. El 'papelón' de Letta y Barroso en Lampedusa no anticipa cambios mayores. 

SICOFANTES POLÍTICOS

 3 de Octubre de 2013

Pregunta de un inventado juego de trivial político: ¿Qué tienen en común Berlusconi y el sector más radical del Partido Republicano de Estados Unidos?

Respuesta tentativa: Son una especie actualizada de sicofantes políticos.

Para los que no lo recuerden, en la antigua Grecia, a falta de fiscales, ciudadanos particulares, supuestamente virtuosos, hacían el papel de acusadores. Era denunciantes voluntarios que actuaban, por cuenta propia o ajena, supuestamente para defender el bien común, la moral o la seguridad públicas. Se les denominó sicofantes. El uso y abuso de esta práctica terminó fabricando intrigantes, chantajistas y delatores que dejaron de vigilar los intereses de la comunidad en beneficio de los suyos propios, de su enriquecimiento ilícito, mediante la amenaza y la intimidación.

FALACIAS EN EL D.C.

La estrategia de elaborar casos falsos para defender supuestas causas justas bien podría considerarse como un ejercicio de impostura política.  Eso es exactamente lo que ha ocurrido con el bloqueo parcial del funcionamiento del gobierno, privándole de los fondos necesarios para el ejercicio efectivo y cotidiano de sus funciones, con el propósito declarado de impedir que empiece a aplicarse la ley de reforma sanitaria ('Affordable Health Care Act').

En este sentido, podríamos considerar sicofantes, al uso de nuestros tiempos, a los legisladores republicanos de Estados Unidos, que contemplan la mínima intervención del poder público para corregir desequilibrios sociales como una amenaza para la libertad individual. Se arropan en confusas resonancias 'jeffersonianas' de protección del individuo ante la voracidad intrínseca de cualquier gobierno.
No sólo pretende la facción extremista del Partido Republicano neutralizar la aplicación de una ley aprobada legítimamente y revalidada constitucionalmente en el Tribunal Supremo. Más aún, se trata de seguir impidiendo que el 15% de la población de Estados Unidos carente de atención sanitaria pueda acceder a ella, no de forma gratuita, sino bajo unos esquemas que aquí en Europa rechazaríamos por tímidos e insuficientes.

Decía Obama el otro día que el chantaje operado por estos republicanos recalcitrantes tiene una motivación ideológica. El Presidente ha respondido adecuadamente al desafío opositor, manteniendo la línea junto a sus correligionarios demócratas. Pero es discutible la invocación ideológica. La ideología es casi siempre sospechosa en Estados Unidos. Contrariamente al pragmatismo y la eficacia, que son rasgos muy valorados en la política norteamericana. Una cosa son los principios, que casi nunca se discuten, porque todos los enarbolan, a veces con notoria hipocresía; y otra, la ideología, ya sea conservadora o liberal. Generalmente no es bienvenida porque se cree que dificulta la cultura del pacto, la negociación, el chalaneo.

Estos días hemos visto mucho de esto en los pasillos del Congreso. La supuesta emergencia nacional que constituía la aplicación de la reforma sanitaria era objeto de mercadeo, mediantes propuestas y contrapropuestas legislativas para salvar la cara y eludir el coste político que suponía la privación de fondos para agencias gubernamentales. En voz alta se mantenía el discurso de los principios, pero los sicofantes parecían dispuestos a aceptar un pacto que atendiera conveniencias a corto plazo.
Finalmente, no funcionó el pragmatismo. Los republicanos se han visto atrapados por su facción más extremista. Así llevan desde el triunfo de Obama, e incluso antes, convencidos de que la crisis resultaba un momento más que propició para canalizar el malestar ciudadano contra todo lo que suponga administración, fiscalidad, gestión pública, nivelación de rentas...

En 1994, cuando sus antecesores radicales rumiaban la ruina de la presidencia de Clinton, provocaron un auténtico boomerang político. Hasta el punto de que el presidente demócrata obtuvo en 1996 una de las victorias más aplastantes de la posguerra. Pero entonces no disponían de un aparato político convenientemente preparado y madurado. Ahora, pese a la derrota en 2012, los republicanos siguen fatalmente atrapados en el mensaje mesiánico y tramposo del 'Tea Party', aunque esta corriente errática se haya disuelto en la inconsistencia.

La supuesta "ideología" que denuncia Obama no es, efectivamente, más que ejercicio de impostura. Denuncia falsa de un crecimiento excesivo del poder del Gobierno, en este caso en un área tan sensible como la salud. Cuando lo que verdaderamente constituye un escándalo merecedor de una denuncia pública constante y tenaz es el estado lamentable en que se encuentra la salud de decenas de millones de ciudadanos norteamericanos. La 'Obamacare' es un parche, como mucho una mejora. No es una iniciativa 'socialista', como se ha llegado a oir y leer en los opúsculos de los sicofantes.

BERLUSCONI SE DISPARA EN EL PIE

Un caso análogo existe en Italia, por cuenta del gran sicofante por excelencia de la política local. Silvio Berlusconi llegó al poder en el mismo año en que sus afines políticos norteamericanos boicoteaban la administración Clinton. Aupado en una 'denuncia' pública de la inoperancia, el despilfarro y la corrupción que habían destruido la Primera República italiana, cosechó un éxito rotundo. Hubo quién lo creyó a pies juntillas, y no sólo los electores italianos, desengañados y cínicos. Las propuestas 'liberales' y 'reformistas' de 'Il Cavalieri' encontraron cierto respaldo en los oráculos políticos de esos años, en que se consolidó la destrucción del modelo social europeo.

No tardó mucho en ponerse en evidencia la falacia de la denuncia 'berlusconiana'. Ejemplo casi perfecto del sicofante moderno, Berlusconi incurrió en todo aquello que denunciaba antes incluso de ejercer la función pública. La regeneración institucional se convirtió en el aprovechamiento más escandaloso de la función pública en beneficio propio.  Berlusconi reinventó la corrupción, porque no la utilizó para enriquecerse, sino para proteger su enriquecimiento previo, coincidente y posterior.

Eso mismo es lo que hay detrás de su última mascarada política. El sicofante italiano ha utilizado una subida del IVA para acusar al gobierno, al que teóricamente apoyaba, y del que formaba parte su formación política con seis ministros, de ahogar fiscalmente a los italianos. Detrás de esta falsa denuncia, apenas se escondió su desesperado intento de disolver las Cámaras y paralizar así el proceso de su destitución como senador, tras la última sentencia judicial por delito de fraude fiscal. Unas elecciones generales anticipadas podrían, calculaba el sicofante, mejorar sus posiciones y colocarlo en posición de seguir blindándose contra la actuación de la justicia.

Tan burda 'acusación' al jefe del gobierno, Enrico Letta, provocó una incomodidad indisimulable en sus propios ministros, incluso en los más acérrimos seguidores. Se abre paso el convencimiento creciente de que al sicofante italiano le ha llegado la hora del retiro. Su maniobra de última hora en favor de otorgar la confianza al gobierno sólo ha reforzado la percepción de ridículo e impotencia. El desprestigio de 'Il Cavalieri' es tan hondo que casi resulta imposible que no termine su carrera política en la ignominia.