31 de Octubre de 2013
El
presidente más mediático de la historia. El líder que más rápidamente ascendió
a lo más alto, aupado por los medios electrónicos, por el uso masivo de los
medios más modernos de la comunicación. El más esperado en décadas. El llamado
a restablecer un estilo de diálogo y colaboración internacional. En 2008 casi
nadie habría podido prever que Barack Obama mostrara inquietantes indicios de
vulnerabilidad justo en su flanco más blindado: la imagen.
Ya sea
el reciente escándalo del espionaje a líderes mundiales (más bien ficticio,
como anticipábamos en el comentario anterior), en la gestión de la crisis
política interna, o en sus iniciativas diplomáticas en Oriente Medio, el
presidente parece objeto de una valoración negativa. Bien es verdad que su
solidez le permite reponerse. Aún conserva crédito.
¿Se
trata solamente de la usura del poder? En parte, si. Pero esta paradoja entre
un apoyo popular todavía amplio y una proyección mediática incómoda puede
deberse, en parte, a la propia personalidad del presidente. A pesar de sus
esfuerzos por parecer cercano y popular, Obama no ha conseguido liberarse de la
impresión de distanciamiento y cierta altivez, que arrastra desde sus años de
senador. La seguridad con la que se expresa inquieta más que tranquiliza, según
han analizado, en trabajos muy incisivos, algunos de los especialistas en diseccionar
los perfiles de los grandes dirigentes.
Resulta
curioso, por cierto, que Obama se haya beneficiado tan escasamente de la buena
imagen de su esposa, Michelle. Cuando aparece con ella y con sus hijas, como
cualquier líder sometido a ese inevitable escrutinio, trata de aparecer
relajado, como cualquier ciudadano corriente. Sólo lo consigue a medias.
En el asunto
del espionaje a los líderes mundiales, Obama ha esquivado a los medios, quizás
con la pretensión de que se comprendiera que una materia tan delicada exigía el
mayor ejercicio de discreción posible. No se ha entendido así, por lo general.
Más bien ha parecido que escurría el bulto, lo que ha reforzado la percepción
de que sabía más de lo que sus asesores y colaboradores admitían en público.
Pero
peor aún que esa sensación de cinismo, que cualquier político soporta por el
mero hecho de serlo, ha sido la insinuación, cuando no la imputación directa,
de que Obama es un "bystander President"; es decir, un Presidente que
no está al tanto de los asuntos de forma profunda y dedicada. Las declaraciones
de los responsables de la seguridad y el espionaje ante el Comité del Congreso
no han ayudado a disolver esa percepción.
Algo
parecido le ocurrió en la crisis de Siria. Se ha filtrado a algunos medios, no
precisamente hostiles a Obama, que las sucesivas reuniones celebradas en las
exclusivas salas de la Casa Blanca, dedicadas a analizar y valorar las opciones
a lo largo de los últimos meses,
capturaban escasamente la atención del Presidente. Hasta tal punto que no se privaba de manejar
reiteradamente su Blackberry para consultar o leer mensajes.
Asimismo,
se le reprocha en algunos círculos de Washington, de acreditado colmillo
retorcido, que el Presidente rechaza intelectual y políticamente verse
enfangado en conflictos que considera menores o cocinados en la inercia de
tiempos ya superados, porque le restan tiempo para ocuparse de aquellos otros de
los que dependen, en su opinión, la prosperidad del país. Y el legado de su
propio mandato, naturalmente.
Que se
entienda bien: Obama no es Bush. No se trata de pereza o cortedad intelectual.
A Obama no le aburren los asuntos serios o los más abstractos. Por el
contrario, parece evadirse de los demasiado corrientes. Obama sería un amante
de las cuestiones estratégicas, pero parece interesarle menos los aspectos
tácticos.
Y es
que el primer afroamericano que llega a la Casa Blanca no es un "político
del pueblo". Sus orígenes no son humildes, aunque los demócratas resalten
ciertos rasgos familiares que lo alejan del típico perfil de vástago de la
élite. Pero tampoco forma parte del patriciado político que ha mamado todos los
recursos del ejercicio del poder. Obama suele expresar -hay varios testimonios durante
su primer mandato- su desagrado por los usos y costumbres de eso que allí
llaman Washington: el universo del poder político-mediático-empresarial y
financiero donde se aglutina la mayor concentración de poder del planeta.
UNAS
RELACIONES DEMASIADO CORRECTAS
Resulta
bastante indicativo sus relaciones con los líderes mundiales. Se le nota
bastante su distanciamiento con aquellos que se caracterizan por batirse con
entusiasmo en las luchas políticas más terrenas (e incluso las subterráneas). Y
como la gran mayoría de los líderes mundiales actualmente pertenecen a esta
categoría y son pocos los que serán recordados como hombres de Estado de
dimensión excepcional, el resultado es que Obama no parece haber forjado
amistades muy prolíficas, como Reagan, Clinton o Bush.
No es
que Obama se muestre distante con sus pares en sus encuentros de alto nivel.
Pero no existe la percepción de que haya establecido complicidades personales
con ninguno de ellos. Son bastantes sonoros, en cambio, sus desencuentros: con
Putin, con Netanyahu. No le ha ido mejor
con los presidentes o monarcas árabes. Con los europeos, a pesar de la
atracción inicial que irradiaba, domina la sensación de corrección. Ningún
alarde de calidez.
Por
hablar de Merkel, cuyo supuesto espionaje ha estado en el centro de la polémica
de estos días, es bien sabido que el
Presidente no comparte su rigidez en la gestión de la crisis financiera europea.
Decía uno de sus colaboradores esta semana que Obama habla con frecuencia con
la canciller alemana y que consulta poco o nada los informes de inteligencia,
quizás para dar la sensación de que ambos dirigentes han establecido una sólida
relación de confianza. Lo que ha calado no es eso, precisamente. La frialdad de
la reacción de Merkel no ha ayudado a extender esa impresión. Es posible que la
líder alemana quisiera transmitir un malestar mayor del que sentía en realidad,
para aplacar el enfado interno (más mediático que ciudadano). El caso es que en
las informaciones sobre la petición de explicaciones y la respuesta no se ha
filtrado corriente de simpatía o comprensión, que sería lo propio entre amigos
y aliados, incluso cuando se ha puesto en evidencia algún "pecadillo".
A Obama
le flaquea, por tanto, una de las sus principales fortalezas originales como
político de alto nivel. Su mandato no será juzgado por cosas de este estilo,
claro está. Pero si no consigue corregir estas desagradables percepciones,
podría complicársele más de lo previsto firmar una brillante presidencia.
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