24 de Octubre de 2013
Europa
anda revuelta con las últimas revelaciones sobre el supuesto espionaje de los
servicios de inteligencia norteamericanos a dirigentes, aparatos de gobierno y
ciudadanos en este continente.
La
cumbre europea examina estos días la situación. El Parlamento de los 28 ha propuesto
una serie de medidas de respuesta y prevención (la suspensión del acuerdo Swift
sobre transmisión de datos bancarios al otro del Atlántico, entre otras), pero
también de control de las grandes compañías privadas que habrían colaborado en
el sistema de escuchas. Lo mismo cabe decirse en América Latina, donde se ha
sabido que, además de Brasil, también México ha sido objeto de vigilancia
electrónica.
EL GRAN
ESCUCHADOR
XKey
Score, un potente servidor que centraliza, analiza y clasifica miles de
millones de datos capturados a través de dispositivos secundarios, se ha
convertido en uno de los exponentes del poderío global norteamericano. La base del
poder a lo largo de la historia viene determinada por el desarrollo tecnológico.
En nuestro tiempo, la clave es la electrónica.
Desde que, hace unos meses, Edward Snowden, un
empleado de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), decidiera desvelar el
complejo y sofisticado entramado de vigilancia que los servicios
norteamericanos ejercen sobre instituciones, organizaciones y ciudadanos de
Estados Unidos y de todo el mundo, se han activado las alarmas sobre la protección
de la privacidad y la vulnerabilidad de la intimidad. Elementos ultrasensibles
de la convivencia.
Sabemos
lo que sospechábamos: que todos somos escuchados, escrutados, vigilados. La
predicción orwelliana, inspirada en otras visiones diferentes pero
concomitantes de universos futuros, como
el 'mundo feliz', de Aldous Huxley, trasciende la crítica sobre el
denostado sistema político estalinista y se proyecta sobre un 'triunfante presente liberal',
altamente codificado y controlado por impulsos electromagnéticos.
Para
muchos, Snowden se configura (al igual que Julian Assange, el fundador de
Wikileaks, y otros personajes secundarios del mismo libreto) como héroe: un 'whistleblower',
término norteamericano para definir al que alerta de una actividad ilegal o de un
peligro contra las libertades. En cambio, para otros, se trata simplemente un
traidor, porque habría debilitado el sistema que el poder público ha construido
en defensa de sus legítimos intereses y los de sus ciudadanos. Que se refugie
en Rusia, imposible ejemplo de transparencia y de respeto a las libertades, ahonda
la percepción negativa.
Las
revelaciones de los últimos meses han ido creando un clima de desconfianza y preocupación
cívica en Estados Unidos. ¿Podemos fiarnos de nuestro gobierno?, se han
preguntado líderes de opinión, portavoces de organizaciones ciudadanas y hasta
políticos que hacen bandera del debilitamiento de los poderes públicos, algunos
con el oportunista designio de allanar el camino a otros poderes más
abrumadores pero más silenciosos aún.
Abruman
los datos -millones de escuchas diarios-
y los medios empleados en la tarea -potentísimas redes cibernéticas de escucha,
depuración, clasificación y almacenamiento de datos-, pero lo que
verdaderamente agobia es el desconocimiento de las motivaciones. La justificación
de sus responsables, basada en la necesidad de prevenir, desenmascarar ,
neutralizar, perseguir y desmantelar redes terroristas ha sido, hasta la fecha,
difusa, esquiva, fragmentaria y en absoluto convincente.
ESPIAR
A LOS AMIGOS.
Las
recientes filtraciones de que la NSA estaría 'espiando' a dirigentes y/o
aparatos de gobierno de sus propios aliados en Europa y América ha recrudecido el debate.
Públicamente,
la reacción de los supuestamente 'escuchados' ha sido la que podía
esperarse: malestar y exigencia de explicaciones. En cada caso, se han
reflejado las peculiares relaciones con la superpotencia. La susceptibilidad de
los franceses, la duplicidad de los mexicanos y la cautela de los alemanes.
Francia
es un aliado firme de Estados Unidos. Lo fué, de forma fehaciente y sólida en
las dos grandes guerras del siglo pasado y durante la guerra fría. Pero no un
aliado servil, como las dictaduras de toda laya; o incondicional, como Gran
Bretaña, su antigua metrópoli. La
lealtad francesa durante las últimas décadas ha sido crítica, por momentos
incómoda, e incluso tensa. Pero difícilmente puede dudarse de ella.
Por
todo lo dicho, se entiende que en Francia se haga duelo público de estas
revelaciones de 'espionaje'. Sin embargo, ¿es creíble que sorprendan?
Desde luego que no. Sería presumir una ingenuidad irreal en las élites
francesas (y lo mismo cabría decir de las alemanas, mexicanas o brasileñas).
AL FILO
DE LA HIPOCRESÍA
En este
sentido, resulta llamativa la sentencia realizada por el Presidente de la
Comisión de Leyes de la Asamblea Nacional francesa, Jean-Jacques Urvoas:
"los Estados Unidos no tienen aliados, sólo objetivos o vasallos", ha
dicho a LE MONDE. Palabras gruesas, que son sin duda las que el orgulloso
ciudadano francés quiere escuchar en situaciones como ésta.
En otro
momento, cuando se le pregunta cómo puede Francia defenderse de esta
intromisión, Urvoas responde en un tono más mesurado y realista, comparando los
medios que su país y Estados Unidos consagran al espionaje. La desproporción es
de siete y pico a uno. En esta afirmación fría, alejada de la vehemencia del
titular, está la clave. ¿No es el espionaje una cuestión de capacidad más que
de voluntad?
Algo
similar podemos decir de Alemania. Lo que ha trascendido a los medios es que la
Canciller Merkel telefoneó directamente a Obama para exigirle aclaraciones
sobre el supuesto seguimiento de su teléfono móvil por parte de la macrored norteamericana
de escuchas. Y, sin embargo, la agencia de inteligencia alemana ha sido señalada como
colaboradora de ese insidioso aparato de intromisión planetaria. Pero, además,
recientemente, se conocieron otras conductas vergonzantes de los servicios
secretos alemanes, como la negligencia continuada frente al desarrollo de
organizaciones extremistas de inspiración racista y neonazi. Se tiene la
impresión de que con la desaparición de la Stasi no se acabó con el 'poder
de las sombras'.
Si
Estados Unidos (quien sea lo que haga, y por orden de cualquiera que lo ordene,
lo tolere o lo encubra) espía a Francia (a sus dirigentes y a cualquier anónimo
ciudadano) no es porque es una potencia maligna o desprovista de 'alma
democrática' (es decir, de respeto por los derechos y las libertades). Lo
hace porque puede hacerlo. Es más: ¿no es menos cierto que la actividad de
espionaje norteamericano ha contado con la complicidad de muchos servicios nacionales
y locales de inteligencia? Por lo que sabemos, esa complicidad ha sido activa y
extensa. Lo que explicaría el silencio o la máxima discreción de los dirigentes
europeos en los últimos meses. Los franceses deberían recordar la máxima de su
filósofo y moralista La Rochefoucauld: "la hipocresía es el tributo que el
vicio rinde a la virtud".
¿Y qué
decir de México? En un contexto de agravios inveterados, que un ex-Presidente mexicano
se sienta ofendido por ser objeto de escuchas por el gran vecino del norte cae
como lluvia sobre terreno mojado. Pero fue ese mismo alto dignatario espiado,
Felipe Calderón, el que mantuvo una colaboración secreta con los servicios de
inteligencia y las fuerzas armadas norteamericanas para afrontar el desafío de los
cárteles narcos. En un mundo regido por la lógica despiadada del poder, no debe
sorprender casi ninguna de sus manifestaciones sólo porque, en ese caso, no se
participe de ellas.
El
diario francés LE MONDE, asociado con el semanario alemán DER SPIEGEL y otros
medios, ha desvelado las últimas novedades del sistema de escucha. En un
editorial que acompaña el dossier periodístico, su directora refuta las
justificaciones de quienes ven en las denuncias de Snowden, Greenwald y otros
"lanzadores de alarmas" un debilitamiento irresponsable de la
lucha planetaria contra el denominado 'terrorismo internacional'. Natalie Nougayrède
asegura que urge un debate sobre la incidencia del fenómeno de las escuchas
sobre las libertades, para conseguir que "el trabajo de los órganos de
seguridad de los Estados democráticos sea encuadrado por procedimientos de
control eficaz, parlamentario o judicial".
Loable
propósito el formulado por la colega francesa, digno del más rotundo respaldo.
No estaría de más, no obstante, reclamar también un mayor control de las
grandes empresas cibernéticas globales, colaboradoras necesarias de esta
gigantesca red de intromisión. Y ya puestos, aunque a una escala menor, exigir
también a los medios una mejora de sus procedimientos de investigación y
tratamiento de la vida privada de los ciudadanos, responsables políticos
incluidos, para evitar desprestigios y hasta linchamientos apresurados. A cada
cual debe exigírsele según sus responsabilidades y capacidades. Aunque sólo sea
para desterrar la mínima tentación de hipocresía.
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