INVIERNO DE PUTIN, PRIMAVERA LEJANA

8 de marzo de 2012

La oposición rusa –la liberal, la que se declara en sintonía con valores y estilos de corte occidental- parece decidida a no resignarse a muchos más años con Putin. Ya antes de que los resultados oficiales confirmaran la victoria del astuto e implacable dirigente ruso, la amalgama de portavoces políticos descontentos y portavoces sociales críticos se preparaban para un largo combate. En mente tienen, y no lo esconden, la llamada ‘primavera árabe’, por mucho que la desilusión se vaya abriendo paso en calles y cafés cibernéticos de Oriente Medio.
La protesta por el esperado y casi inevitable triunfo de Putin se basa en dos pilares: la falta de juego limpio durante la campaña, la precampaña (y antes incluso: el turbio panorama político ruso) y las reiteradas denuncias de fraude, quizás menores que en las legislativas de diciembre, pero persistentes aún (admitidas por Putin, en el colmo de un cinismo confiado).
Es pronto para decir si esta ‘oposición congelada’ (por las temperaturas que deberá seguir soportando para mantener en alto sus voces en las calles de Moscú o San Petersburgo consigue erosionar la ya deteriorada legitimidad del jerarca ruso, como presumen los medios europeos y norteamericanos.
Las capitales occidentales, muy discretas, apuestan por lo contrario, por hacerse a la idea de trabajar durante todo lo que queda de década con el mismo inquilino del Kremlin que los últimos años (ya fuera Presidente, luego Primer Ministro y, a partir de ahora, Jefe del Estado, de nuevo). Por eso, frente a la ‘Rusia sin Putin’ que proclama esa oposición romántica, o ilusa (depende cómo se mire), se va imponiendo la percepción de una ‘Rusia con Putin’, como sostiene el analista Stanislav Kouvaldine en EXPERT. Las alusiones occidentales al fraude o a la falta de claridad en el juego político son tan suaves que habrán caído en el olvido cuando el hombre fuerte de Moscú tome posesión nuevamente de su cargo.
UN PADRE SIN RESQUICIOS
La oleada de protestas contra el ‘reinado’ de Putin se limita a Moscú, espacio sin duda privilegiado pero muy reducido de un país tan extenso como Rusia. ¿Por qué la mayoría de los rusos acepta a Putin tan resignadamente? Porque lo que molesta al ruso ilustrado, occidentalizado, educado en la ideas de libertad de opinión, de pluralismo, etc., etc., le importa poco o nada al ruso medio, agobiado porque se mantengan –o al menos no se deterioren más- sus condiciones de vida. No se trata de insensibilidad democrática de la mayoría de la población, sino del efecto prolongado de una transición a la democracia y-sobre todo, y más especialmente- a la economía de mercado completamente tramposa y fraudulenta. Putin es un contraejemplo de virtud, por supuesto. Pero ha puesto orden, ha sabido imponer la visión de haberse atrevido a reducir a los que se enriquecieron de forma salvaje y descarada durante los lamentables años de Yeltsin, cuando él mismo hizo carrera, para luego terminar ‘matando al padre’, errado, errático, extraviado e incapaz.
Después de las contestadas elecciones legislativas que diciembre, que evidenciaron un cierto desgaste de su partido, Rusia Unida, Putin construyó una campaña más personal, sabedor de que buena parte de sus conciudadanos gustan de un liderazgo fuerte, personal, presencial y paternal. Un hombre para todas las estaciones, al que no le tiemble el pulso frente a las presiones exteriores, que no se deja seducir por valores políticos y sociales ajenos a Rusia.
Todo un ejército de intelectuales apañados para la causa se ha dedicado en estas semanas a contrarrestar el discurso deslegitimador –si bien enmarañado y contradictorio- de sus rivales. Consciente de su fortaleza básica, los directores de la campaña de Putin no han eludido la batalla en el terreno aparentemente más propicio para la oposición: la calle. Aunque los opositores han reunido más gente bajo el frío, los seguidores del aspirante a la reválida presidencial también se han paseado al aire y gritado eslóganes y proclamas sin complejos.
Al final, con el 64% de los votos obtenidos –casi dos de cada tres rusos votantes-, Putin reúne el doble de apoyo electoral que los demás candidatos juntos. Pero, sobre todo, deja en mal lugar las consultas y encuestas que predecían un deterioro del respaldo popular por debajo del 50%. Aún descontando los fraudes y corruptelas electorales, los observadores más independientes admiten que Putin sigue siendo una opción preferible a cualquiera de las demás, por mucho que eso repugne adentro y fuera del país a los que aspiran a un sistema más justo y más limpio.
UNA OPOSICIÓN DESORIENTADA
La oposición, entretanto, no ha encontrado el mensaje adecuado, ni ha sabido neutralizar la abrumadora maquinaria del Kremlin. La mayoría no ha conectado con la gente, y sólo los que parecen fieles a posturas tradicionales por fracasadas e inconvenientes que se juzguen por acá, han conseguido mantener cierta presencia electoral. Es el caso claro y persistente de los comunistas, que confirman su condición de segunda fuerza política del país. Hace unos años, algunos analistas occidentales consideraban que el apoyo al PC de Rusia era residual y se centraba en la franja más mayor de la población. Pero muchos de esos nostálgicos ya han desaparecido y los comunistas mantienen el apoyo de una sexta parte de la población, en condiciones verdaderamente hostiles. Es una realidad que no se acepta fácilmente.
En cuanto a los liberales, la confusión reina en sus filas. Los grupos claramente de derechas son sañudamente odiados por la mayoría de la población, que los juzga como aprovechados sin escrúpulos, oportunistas, extraños a las tradiciones rusas, ladrones o anti-patriotas. Los mejor intencionados, que aspiran a una mejor distribución de la riqueza, a la disolución del aparato burocrático y seguridad de Putin y sus colegas de la antigua KGB, sólo encuentran audiencia en los sectores juveniles, en una clase media alta que ha gozado de oportunidades de viajar y formarse en el extranjero o que tiene acceso a los medios y mensajes del exterior. Viven en zonas muy escogidas de las ciudades de la Rusia europea y no son vistos con simpatía por la mayoría de las clases populares.
La erosión del jerarca ruso, si se produce, no será electoral, sin duda. En eso acierta la oposición más consciente y articulada. Pero no está claro que disponga de medios y de lucidez para encontrar la forma de conectar con las amplias capas de la población que necesitan algo más que discursos abstractos e idealistas para volverle la espalda al régimen. Su profundo escepticismo, le hace al ruso refractario a las grandes palabras, a las ‘primaveras’ convocadas desde Facebook. A cinco años del centenario de la gran revolución que prometió la liberación definitiva del esclavizado pueblo ruso, la justicia social parece muy lejana.