ESTADOS UNIDOS: LAS EXTRAÑAS ELECCIONES DEL 16

29 de Julio de 2016
                
                
Las elecciones presidenciales de este año en Estados Unidos quizás sean las más extrañas y peculiares de la historia reciente. La acumulación de elementos y circunstancias insólitos muy alejados de la normalidad política norteamericana convierten la cita del primer martes después del primer lunes de noviembre de 2016 en un acontecimiento diferente.
                
Los dos factores diferenciales son las personalidades de los candidatos y la brusca evolución del discurso y del panorama político. Lo más evidente es la cuestión de género (primera mujer candidata presidencial con posibilidades). Pero ese "techo de cristal" no será el decisivo, o el más duro de romper para Hillary Clinton, todavía favorita en estas elecciones.
               
  UNA CANDIDATA IDEAL REDUCIDA A CANDIDATA FORZOSA
                
Es el mantra de los demócratas, aunque aceptado sin demasiadas reservas por analistas e independientes. "No ha habido en la historia un candidato más cualificado". En este mensaje abundó Obama en Filadelfia. "Ni Bill, ni yo: Hillary es la más apta". Y, sin embargo, ahí están, muy tozudas las cifras: dos de cada tres electores no confían en la "más preparada".
                
No hay que rasgarse las vestiduras. Después de todo, dice algunos, unas elecciones no son unas oposiciones. Es decir, la competencia no es garantía de éxito. Pero en un momento de dudas, incertidumbres, acumulación de crisis internas y externas, la cualificación debería ser un asunto mayor. No parece que vaya a serlo. O no lo es, por ahora.
                
Por esa razón, la Convención de Filadelfia ha sido una inyección de empatía en el corazón de esos renuentes electores, propios y ajenos, que se resisten a votar a la candidata demócrata. Un gran esfuerzo para convencer de que "hay otra Hillary", "la verdadera", según su marido; la esencial, según su otrora rival, luego jefe y ahora promotor, Barack Obama; la "empática" y defensora de causas justas, según representantes de movimientos cívicos  o simples ciudadanos de a pie abatidos por las disfunciones del sistema, como las madres de las víctimas del incontrolado sistema de posesión de armas de uso personal.
                
Ella misma ha intentado contribuir recientemente con un doble empeño: parecer más humilde (ha reconocido errores o problemas de carácter, y ha admitido sus limitaciones) y mostrarse más cercana (ahora sonríe más, sus gestos son más suaves, su aspecto es más relajado).  Ser más como esa madre o abuela a la que su hija Chelsea introdujo en la Convención. Un detalle curioso: ¿tenía algún significado que para el discurso de aceptación se vistiera totalmente de blanco? No se trataba de vender pureza, claro. Pero tal vez de proyectar el propósito de un nuevo comienzo.
                
La gran pregunta es: ¿alcanzará todo este esfuerzo por cambiar las percepciones sobre Hillary Clinton? En definitiva: ¿podrá superar el estigma de candidata forzosa y recuperar la condición de candidata ideal?
                
2) EL ANTI-CANDIDATO
                
Las contradicciones que dominan la candidatura demócrata tienen amplificada réplica en la apuesta republicana. Se ha hablado mucho  (demasiado) sobre el "fenómeno Trump". Se han identificado las causas profundas de su éxito (malestar, cansancio y desconcierto de la población, inversión de valores, efectos perversos de la globalización, negativismo indolente del Partido Republicano),  y las más superficiales o "fabricadas" (atención mediática excesiva, simplificación electrónica de las conductas socio-políticas, inercia social).
                
Pero nada de ello justifica que una de las opciones electorales sea un anti-candidato. Porque eso significa Trump: una opción catastrófica, generadora de divisiones y fracturas sin precedentes, irrespetuosa con los aliados y amigos, amenazadora frente a los enemigos  (reales e imaginarios) y obscena con los rivales externos. La última genialidad ha sido alentar a Rusia a espiar a su rival electoral.
                
Trump avergüenza a los suyos con la misma intensidad con que indigna a quienes repudian sus mensajes y sus maneras. Pero los suyos, con algunas excepciones honrosas, han decidido esconder la cabeza debajo del ala. Muchos han mirado para otro lado, han entregado palabras convencionales de apoyo o no han comparecido. El resentimiento personal y el escozor del insulto continuado ha sido más fuerte que el rechazo de políticas disparatadas y agresivas. El Partido ese ha hecho tan irreconocible que en su Convención, por primera vez en una generación, Reagan ha estado ausente. El presidente de los ochenta es una figura muy controvertida en Europa, pero casi indiscutida en Estados Unidos. Trump lo ignoró. La figura de referencia fué Nixon: el tramposo, el presidente que todavía encarna la ignominia política en la historia reciente. Para ser honestos, Trump tampoco  lo rescató. Entre otras razones menores, porque la vanidad le impide dedicar tiempo a alguien que no sea él.
                
Obama ridiculizó a Trump con su maestría reconocida de forjador de mensajes, en su discurso de Filadelfia. La fuerza y la grandeza de América, que Trump proclama arruinadas, están vivas y no dependen de él, ni de nadie individualmente, dijo el Presidente. Lo único que cabe esperar de Trump es miedo, cinismo y fractura.   
                
UN PANORAMA NUEVO            
                
El tercer elemento que convierte en extrañas las elecciones de este año es la brusca alteración de las referencias políticas. Los dos partidos se han visto obligados a cuestionar los  planteamientos sostenidos desde hace cuarenta años. No sólo se alejan del centro (ese viaje lo comenzaron antes los republicanos, en los noventa). También modifican sus perspectivas, presionados por sus bases tradicionales o por otras que han emergido muy poderosamente.
                
El Tea Party empujó a los republicanos hacia un libertarismo de derechas que no cuajó, pero envenenó los fundamentos ideológicos del partido y preparó el terreno para la demagogia de Trump. La plataforma legislativa del G.O.P. puede ser conservadora,  como pretende Paul Ryan. Su líder electoral es disolvente, impreciso, imprevisible. Y peligroso.
                
Los demócratas tendrán que adaptarse a la emergencia más poderosa de su ala izquierda desde hace cincuenta años. El éxito de Sanders no es personal. Es reflejo de una ampliación de las bases del partido, del convencimiento de que se puede actuar desde dentro del sistema, pese a las  recientes decepciones. América está cambiando mucho y muy deprisa y el Partido Demócrata es el más plural y el que mejor refleja estas contradicciones. Que sepa convertirlas en oportunidades es su gran desafío. Las primarias han sido un aviso, que Hillary y el establishment demócrata no pueden o no deben desconocer. 

ESTADOS UNIDOS: LAS EXTRAÑAS ELECCIONES DEL 16

29 de Julio de 2016
                
Las elecciones presidenciales de este año en Estados Unidos quizás sean las más extrañas y peculiares de la historia reciente. La acumulación de elementos y circunstancias insólitos muy alejados de la normalidad política norteamericana convierten la cita del primer martes después del primer lunes de noviembre de 2016 en un acontecimiento diferente.
                
Los dos factores diferenciales son las personalidades de los candidatos y la brusca evolución del discurso y del panorama político. Lo más evidente es la cuestión de género (primera mujer candidata presidencial con posibilidades). Pero ese "techo de cristal" no será el decisivo, o el más duro de romper para Hillary Clinton, todavía favorita en estas elecciones.
                
UNA CANDIDATA IDEAL REDUCIDA A CANDIDATA FORZOSA
                
Es el mantra de los demócratas, aunque aceptado sin demasiadas reservas por analistas e independientes. "No ha habido en la historia un candidato más cualificado". En este mensaje abundó Obama en Filadelfia. "Ni Bill, ni yo: Hillary es la más apta". Y, sin embargo, ahí están, muy tozudas las cifras: dos de cada tres electores no confían en la "más preparada".
                
No hay que rasgarse las vestiduras. Después de todo, dice algunos, unas elecciones no son unas oposiciones. Es decir, la competencia no es garantía de éxito. Pero en un momento de dudas, incertidumbres, acumulación de crisis internas y externas, la cualificación debería ser un asunto mayor. No parece que vaya a serlo. O no lo es, por ahora.
                
Por esa razón, la Convención de Filadelfia ha sido una inyección de empatía en el corazón de esos renuentes electores, propios y ajenos, que se resisten a votar a la candidata demócrata. Un gran esfuerzo para convencer de que "hay otra Hillary", "la verdadera", según su marido; la esencial, según su otrora rival, luego jefe y ahora promotor, Barack Obama; la "empática" y defensora de causas justas, según representantes de movimientos cívicos  o simples ciudadanos de a pie abatidos por las disfunciones del sistema, como las madres de las víctimas del incontrolado sistema de posesión de armas de uso personal.
                
Ella misma ha intentado contribuir con un doble empeño: parecer más humilde (ha reconocido errores, fallos de comunicación o problemas de carácter, y ha admitido sus limitaciones) y mostrarse más cercana (ahora sonríe más, sus gestos son más suaves, su aspecto es más relajado).  El objetivo: ser una madre o abuela americana reconocible.
                
La gran pregunta es: ¿alcanzará todo este esfuerzo por cambiar las percepciones sobre Hillary Clinton? ¿Podrá superar el estigma de "candidata forzosa" y recuperar la condición de "candidata ideal"? La campaña dirá. De momento, los abucheos de los tres primeros días de Convención se resolvieron en protesta silenciosa durante su discurso de aceptación.
                
2) EL ANTI-CANDIDATO
                
Las contradicciones que dominan la candidatura demócrata tienen amplificada réplica en la apuesta republicana. Se ha hablado mucho  (demasiado) sobre el "fenómeno Trump". Se han identificado las causas profundas de su éxito (malestar, cansancio y desconcierto de la población, inversión de valores, efectos perversos de la globalización, negativismo indolente del Partido Republicano),  y las más superficiales o "fabricadas" (atención mediática excesiva, simplificación electrónica de las conductas socio-políticas, inercia social).
                
Pero nada de ello justifica que una de las opciones electorales sea un anti-candidato. Porque eso significa Trump: una opción catastrófica, generadora de divisiones y fracturas sin precedentes, irrespetuosa con los aliados y amigos, amenazadora frente a los enemigos  (reales e imaginarios) y obscena con los rivales externos. La última genialidad ha sido alentar a Rusia a espiar a su rival electoral.
                
Trump avergüenza a los suyos con la misma intensidad con que indigna a quienes repudian sus mensajes y sus maneras. Pero los suyos, con algunas excepciones honrosas, han decidido esconder la cabeza debajo del ala. Muchos han mirado para otro lado, han entregado palabras convencionales de apoyo, hecho mutis por el foro o no han comparecido. En algunos casos, el resentimiento personal y el escozor del insulto continuado ha sido más fuerte que el rechazo de unas políticas disparatadas y agresivas. El Partido Republicano ha alcanzado tal nivel de descrédito que en la Convención de Cleveland, por primera vez en una generación, Reagan ha estado ausente. El presidente de los ochenta es una figura muy controvertida en Europa, pero casi indiscutida en Estados Unidos. Trump lo ignoró. La figura de referencia fué Nixon: el político tramposo, el líder fallido, el presidente que todavía encarna la ignominia política en la historia reciente. Para ser honestos, Trump tampoco  lo rescató. Entre otras razones menores, porque la vanidad le impide dedicar tiempo a alguien que no sea él.
                
Obama ridiculizó a Trump con su maestría reconocida de forjador de mensajes, en su discurso de Filadelfia. La fuerza y la grandeza de América, que Trump proclama arruinadas, están vivas y no dependen de él, ni de nadie individualmente, dijo el Presidente. Lo único que cabe esperar de Trump es miedo, cinismo y fractura.   
                
UN PANORAMA NUEVO            
                
El tercer elemento que convierte en extrañas las elecciones de este año es la brusca alteración de las referencias políticas. Los dos partidos se han visto obligados a cuestionar los  planteamientos sostenidos desde hace cuarenta años. No sólo se alejan del centro (ese viaje lo comenzaron antes los republicanos, en los noventa). También modifican sus perspectivas, presionados por sus bases tradicionales o por otras que han emergido muy poderosamente.
             
El Tea Party empujó a los republicanos hacia un libertarismo de derechas que no cuajó, pero envenenó los fundamentos ideológicos del partido y preparó el terreno para la demagogia de Trump. La plataforma legislativa del G.O.P. puede ser conservadora,  como pretende Paul Ryan. Su líder electoral es disolvente, impreciso, imprevisible. Y peligroso.
               
Los demócratas tendrán que adaptarse a la emergencia más poderosa de su ala izquierda desde hace cincuenta años. El éxito de Sanders no es personal. Es el reflejo de una ampliación de las bases del partido, del convencimiento de que se puede actuar desde dentro del sistema, pese a las decepciones como las sufridas recientemente. América está cambiando mucho y muy deprisa y el Partido Demócrata es el más plural y el que mejor refleja estas contradicciones. Que sepa convertirlas en oportunidades es su gran desafío. Las primarias han sido un aviso, que Hillary y el establishment demócrata no pueden o no deben desconocer.


ESPERANDO A HILLARY: ¿MEGA-CANDIDATA O CANDIDATA FORZOSA?

27 de Julio de 2016
                
A la hora de escribir este comentario, La Convención Demócrata espera el discurso de aceptación de su nominada a la Presidencia de Estados Unidos para saber si Filadelfia ha sido una etapa venturosa hacia la Casa Blanca o un frenazo imprevisto.
                
La polémica interna por la desvelada parcialidad de la dirección del Partido en favor de Clinton, la resistencia de un sector de los partidarios de Sanders en aceptar a la triunfadora de las primarias y la persistencia de sondeos que niegan la rehabilitación de la imagen de Hillary sumieron a la Convención en un inicial desasosiego. Pero todo apunta a una reconducción razonable de un mal comienzo.
                
UNA CARRERA IMPREVISTA
                
Hillary Clinton, aparentemente, era la candidata natural del Partido Demócrata. Por experiencia, por formación, por trayectoria, por ambición y por el potencial de hacer historia (primera mujer en la Casa Blanca). En la lista de selección de candidatos, contaba con otro elemento habitual: haber perdido un envite sin haberse quemado en el intento (como Reagan, como Nixon, por ejemplo). Nada de extraño, por tanto. En apariencia. Lo que hace peculiar su nominación no ha sido el quién, sino el cómo. Hillary inició la carrera sin un rival de cuidado enfrente. En apariencia. La realidad ha sido muy diferente.
                
Hasta hace sólo unos meses, Bernie Sanders era considerado como un candidato imposible. Por sus posiciones demasiado radicales para el medio ambiente político del país. Por su edad (74 años). Por su imagen (descuidada, o torpe, para el gusto de mucha gente). Por su carácter (algo desabrido y políticamente incorrecto). Por su trayectoria (plagada de causas perdida o ajenas a las corrientes templadas de la vida política del país).
                
El otro candidato, O'Mailey, estaba demasiado verde para resistir más de dos asaltos (como así fué).
                
Hillary afrontó la carrera no con la duda de si esta vez iba a ser su momento, sino cuando iba a proclamarse o cuántas energías debía detraer de la batalla de otoño para solventar la contestación interna. Desde un principio, el desafío de la mega-candidata no era demostrar que era más apta para el cargo que sus rivales (nadie lo dudaba), sino convencer al electorado que era distinta a la imagen pública que se tiene de ella. No es casualidad que su esposo haya construido su discurso en la Convención de Filadelfia sobre esta ambivalencia: la Hillary "real" y la Hillary "de caricatura".
                
Cuando Sanders empezó a ofrecer más resistencia de la prevista, a ganar estados, a reunir delegados por centenares hasta superar ampliamente el millar, en la campaña de Hillary brotaron las dudas: no sobre la victoria (que, en algún momento, quizás también), sino sobre el daño que las primarias le estaban ocasionando. La mega-candidata, la candidata natural, se convertía en la candidata incómoda, la candidata forzosa. Las debilidades le robaban el foco a las fortalezas: sus políticas conciliadoras cuando no cómplices de los poderosos, su carácter poco empático con la gente de la calle, su propensión a relegar ideales en beneficio de su ambición. Y así sucesivamente.
                
El desconcierto alcanzó el clímax en primavera, cuando Bernie ganó algunos estados importantes. El dilema para el equipo de la favorita era cristalino: o asumir parte del discurso progresista del inesperado rival o mantener la coherencia de un mensaje moderado, factible. (get the things done). Los asesores se debatían en la perpetua tensión del control de daños: la alineación con algunas de las ideas de Sanders (el esfuerzo por la igualdad, la nivelación  del campo de juego) debía ser compatible con la imagen de equilibrio frente a la radicalización derechista de los rivales republicanos. La amenaza Trump ha consumido muchos esfuerzos.
                
Al final, la sensación es que ese dilema nunca se resolvió. El aliento Bernie agotó sus posibilidades. La lógica política estadounidense se impuso. La normalidad parecía imponerse de nuevo. Pero no. Hillary no remontaba, su imagen no mejoraba. Las cifras del rechazo eran demasiado elevadas para un candidato. Que a Trump le ocurriera lo mismo no era un alivio.
                
LOS RESCATADORES DE FILADELFIA
                
Y cuando parecía que la cosa se podía manejar con una buena, sólida y creíble Convención, que contrastara con la hipérbole,  el disparate y el bochorno republicano en Cleveland, surge la revelación de lo que casi todo el mundo sabía: que la dirección demócrata había jugado a su favor en las primarias y perjudicado deliberadamente a Sanders. Que los rusos aparezcan como más que probables instigadores de la filtración y que una sociedad Putin-Trump se convierta en tema central de la campaña no resultó suficiente. Que la Presidenta del Partido, amiga política y personal (ma non troppo) de la candidata, se viera obligada a dimitir, tampoco, La Convención arrancó  en un galimatías de abucheos, denuncias de tongo, manifestaciones permanentes de protesta, malestar y disgusto.
                
Con Hillary ausente por protocolo, han sido los teloneros de la Convención quienes la han rescatado de entre las llamas.  Tres de ellos, rivales o al menos no partidarios: Sanders, Warren y Obama (Michelle).
                
Bernie Sanders le ha ofrecido austera pero reiteradamente su apoyo, para desmayo de sus seguidores más radicales, inasequibles en su crispación, dentro y fuera del pabellón. El senador por Vermont ha protagonizado uno de los fenómenos más relevante que hacen de estas elecciones las más extrañas de la historia norteamericana reciente (pero eso será objeto de otro comentario).
                
Elisabeth Warren, la "deseada" de la izquierda, le brindó su consideración y elogios sin reservas, desde la integridad intelectual y la competencia gestora. No sin dejarle un recado para su eventual mandato: en 1980, el 70% de la riqueza que se generaba en el país se repartía entre el 90% de la población; en 2016, los beneficiarios de esa misma cantidad se han reducido al 1%. La presidencia Clinton (Bill) no es ajena a esta evolución sonrojante.
                
Michelle Obama, con quien nunca parece haber forjado una auténtica amistad, le regaló el mejor discurso de la Convención,  demostrando una energía y una convicción imbatibles. Ya ha dicho que no pretende hacer optar a la Casa Blanca en el futuro. Pero, ya se sabe, nunca digas nunca jamás.  Es una de las figuras más potentes, apreciadas y frescas del Partido. Una frase de su discurso en Filadelfia merece ocupar una línea en la pequeña historia de Estados Unidos: "cada día me despierto en una casa construida por esclavos".
                
A la espera del Presidente Obama, el cuarto telonero rescatador fue su esposo. Como se suponía, su alocución se tiró por lo personal. Estrictamente. Bill Clinton puso su voz rota y su carisma casi intacto en ofrecer una imagen de la Hillary "real", la madre de familia, la luchadora por cambiar a mejor las cosas, la perseguidora de sueños desde su juventud, la tímida, modesta,  inteligente y capaz compañera durante 45 años. No está claro que el esfuerzo haya servido de mucho. Pero el infiel Bill echó el resto: "nunca os abandonará, como no me abandono a mí".
                
A falta del broche final, la Convención de Filadelfia ha servido para demostrar que el Partido Demócrata es el más representativo, amplio, plural y vivo de los dos que se disputan la gobernación del país desde hace más de un siglo. Frente a la deriva radical, intransigente, excluyente y demagógica del G.O.P. (Great Old Party), los demócratas amplían su base social y racial, se abren a ideas hasta ahora vedadas y consolidan la síntesis política más prometedora de la política norteamericana: el principio de la responsabilidad personal y el imprescindible papel de los poderes públicos en la corrección de las desigualdades.


                

UNA SEMANA DE TERROR, FALSEDADES Y ESPERPENTOS

20 de Julio de 2016
                
La última semana ha sido pródiga en terribles acontecimientos, relatados a base de medias verdades o falsedades palmarias, y coronada por mentiras groseras rayanas en el esperpento. Lamentablemente, nada de lo anterior es una novedad. Pero la acumulación y el descaro con que se han acumulado en estos últimos días han sido preocupantes.
                
EL TERROR PRESTADO DEL DAESH
                
El atentado de Niza, por sus características reunía todos los elementos para amplificar sus efectos propagandísticos.  Y, sin embargo, por mucho que se quiera ver en el atentado la mano del yihadismo organizado, y se quiera unir piezas inconexas, la impresión es que no se trató de un atentado terrorista clásico, sino de un acto de terror individual, sin raíces políticas o religiosas: una manifestación brutal de delincuencia común apenas barnizada de fanatismo.
                
El historial personal del criminal, pese a recientes gestos de adhesión yihadista (aún por comprobar y evaluar de manera convincente), aconseja tomarse con mucha precaución la asignación de la espantosa matanza al Daesh. Que este grupo se haya querido atribuir (con varios días de retraso) una especie de autoría o inspiración intelectual de crimen masivo es un puro acto de propaganda.
                
En realidad, no hubiera hecho falta que lo hiciera. Hace unos meses, cuando empezó su debilitamiento militar en Irak y Siria y decidió recurrir al método de los ataques terroristas, el autoproclamado Estado Islámico hizo un llamamiento a todos los devotos, reales o no, para que mataran infieles (occidentales, cruzados, etc.) y herejes (chiíes, musulmanes moderados o no conformes a sus edictos). Eso les permite asumir como propia cualquier salvajada cometida por cualquier perturbado, no necesariamente militante o partidario, animado por un confuso o desesperado ánimo de venganza o de frustración.
                
Niza no ha sido el primer caso. Orlando, San Bernardino y algunos de los ataques individuales recientes en Francia (quizás también el perpetrado esta misma semana en Alemania) podrían responder a esa misma pulsión. Delincuentes habituales u ocasionales doran su blasón criminal con una engañosa adscripción terrorista. Más que una "radicalización rápida", como dijo el Ministro del Interior francés, sería una "radicalización oportunista". Que el Daesh celebra como lo que es: una victoria propagandística.
                
Al terror, y a su mistificación, se añade la falsedad. Resulta escandalosa la utilización que la derecha francesa ha hecho del acto terrorista de Niza. Las acusaciones formuladas por el ex-presidente Sarkozy contra el gobierno socialista están plagadas de incorrecciones, medias verdades, supuestos ilegales y mentiras descarnadas. El diario LE MONDE, en una excelente pieza de contraste, desnuda la deshonestidad política del líder de Los Republicanos (1).
                
Lo cierto es que Hollande y su gobierno no merecen demasiados aplausos por su gestión del problema terrorista, pero quizás por motivos diferentes a los aireados de manera oportunista por Sarkozy (y, con modales más elegantes, por su rival de la derecha, el veterano Juppé). La exhibición de músculo tras los atentados de noviembre en París, algunos recortes de derechos y libertades o la tentación de una retórica de combate no han evitado más actos de terror; por el contrario, ha debilitado la credibilidad del gobierno y la solidez de sus principios.
                
El primer ministro Valls ha dicho estos días, con tono churchilliano,  que Francia debe estar preparada para más episodios de terror y dolor. Tiene razón. Pero ese mensaje de sensatez y coraje, es inconsistente con la elevación a categoría de "guerra" de la lucha contra el terrorismo, como hizo el Presidente Hollande en noviembre, cuando se trata de un esfuerzo policial y social. Los socialistas franceses, por presión electoral, han asumido la retórica de una derecha que aprovecha la mínima oportunidad para denigrarlos, sin vergüenza.
                
TURQUÍA: DEL TEMOR A LA FARSA
                
En Turquía, el terror del golpe se ha convertido en el horror de la represión, más allá de lo que exige el cumplimiento de la justicia, por lo que parece. Se está haciendo realidad lo que se temió desde un principio. Un gobierno autoritario no puede recibir mejor 'regalo' que una amenaza seria (interna o externa), para justificar medidas desproporcionadas. Nadie puede discutir que se sancione a los conspiradores, pero las detenciones de decenas de miles de personas pertenecientes a la milicia, la judicatura, la policía, el funcionariado, la educación, etc. apuntan a una purga de los desafectos. Que todos sean seguidores del clérigo Fetullah Gulen, otrora cómplice del actual Presidente, resulta un sarcasmo.
                
Aquí también parece que se disipa el terror con la falsedad. Erdogan tenía razones para seguir desconfiando del Ejército, pero durante años ha jugado a procurarse su propia camarilla armada, o al menos ciertas complicidades oportunistas como denuncia Gonul Tol, directora de estudios turcos del Instituto de Washington para Oriente Próximo, que predijo el golpe (2). Otros especialistas, críticos con el presidente turco, abundan en estos diagnósticos (3).
                
Impostura lo constituye, asimismo, la exagerada importancia concedida a la resistencia popular en el fracaso del golpe. Más que una reacción cívica espontánea, lo que ocurrió en la noche del viernes fue una respuesta fidelizada de los seguidores del Presidente y de su partido, en la línea de lo que ha sido práctica habitual en el crecimiento electoral del AKP.
                
Cierto tono hipócrita se trasluce también en la reacción occidental. Algunos de los ministros o colaboradores de Erdogan seguramente mienten cuando dice que Estados Unidos apoyó o estaba dispuesto a aceptar a los golpistas. Pero lo cierto es que la tardanza de los pronunciamientos la noche del golpe abona la sospecha de una actitud wait and see (es decir, esperar a ver cómo terminaba todo). El antecedente egipcio (por mencionar sólo el más reciente) no acrecienta la credibilidad occidental en esta materia.
                
DEMAGOGIA Y RIDÍCULO EN CLEVELAND
                
La semana termina con la consagración del esperpento en la Convención Republicana. El rendimiento de la gran mayoría de dirigentes, miembros y simpatizantes de Trump ha sido casi absoluto, como ya anticipamos hace unas semanas. Sólo algunas personalidades, víctimas de la fiebre demagógica (la familia Bush, el ex-candidato Romney o el gobernador de Ohio, John Kasich, único aspirante moderado de la carrera republicana), se han mantenido al margen de la Convención de Cleveland. La gran esperanza de futuro de los republicanos, Paul Ryan, Presidente de la Cámara de Representantes, ha mantenido un oportunista equilibrio entre el respaldo y la tímida crítica de los pronunciamientos más escandalosos del candidato.
                
Aparte de la esperada nominación de Trump, el cónclave republicano ha aprobado la plataforma electoral más extremista de las últimas décadas, como resaltaba esta semana el NEW YORK TIMES (4). Pero el estrambote de la Convención ha sido el plagio descarado que la aspirante a "primera dama", la modelo y ex-miss eslovena Melanie Trump, hizo en su discurso del pronunciado hace ocho años por Michelle Obama, en la Convención demócrata. La historia del patinazo (un capricho personal de la señora, que destrozó el borrador preparado por dos experimentados escritores de discursos) revela lo que sería una hipotética (e improbable) Presidencia Trump (5).
                
El Partido Republicano, al situarse en la extrema derecha (sin exagerar), se condena a una derrota casi segura en noviembre, aunque millones de sus votantes no lo sepan, o mejor no quieran saberlo, o nos les importe, con tal de dar rienda suelta a sus frustraciones.

NOTAS

(1) "Après Nice, Nicolas Sarkozy entre intox et postures martiales". LE MONDE, 18 de Julio.

(2) Dos artículos de la autora: "Turkey. The Next Military Coup", FOREIGN AFFAIRS, 30 de Mayo; "
After Coup, Powerful Institutions in Turkey Could Become Forces of Instability", NEW YORK TIMES, 19 de julio.
(3) Intelectuales y analistas como Soner Cagaptay (en CIPHER BREF) Mustafa Akyol (en THE NEW YORK TIMES), Ahmet Insel (en LE MONDE), Kemal Kirisçi (en THE NATIONAL INTEREST y BROOKING INSTITUTION) o Michel Koplow (en FOREIGN AFFAIRS) argumentan una impresión general: la culminación del autoritarismo en Turquía.
(4) "The Most Extreme Republican Platform in Memory". THE NEW YORK TIMES, 18 de Julio.

(5) "
How Melania Trump’s Speech Veered Off Course and Caused an Uproar", THE NEW YORK TIMES, 20 de Julio.


TURQUÍA: ALGUNAS CERTIDUMBRES, DEMASIADAS DUDAS

17 de Julio de 2016
                
Dos días después del intento de golpe de Estado, algunos asuntos parecen aclararse, pero son muchas más las dudas que persisten sobre su autoría intelectual, la motivación real, ciertos elementos de su desarrollo, las verdaderas razones de su neutralización final y la postura de las potencias internacionales.
                
Actualizamos, a partir de los conocimientos contrastados y de análisis probables, todas esas variables.
                
1. Autoría intelectual. Hay tres tesis circulando, ninguna de ellas verificada todavía:
                
- el movimiento o entramado conocido como Hizmet, dirigido por el influyente clérigo Fethullah Gülem. Es lo que proclama el presidente Erdogan, pero sin ofrecer pruebas y con escasa capacidad de convicción
                
- un sector o grupo de oficiales de las Fuerzas Armadas, evidentemente descontentos, pero sin que se haya podido precisar ahora si tenían una relación estrecho con los afectados por anteriores purgas de Erdogan, como la derivada de la operación Ergenekon, hace seis años. Que no haya aparecido un cabecilla o cabecillas de la intentona hace brotar muchas dudas sobre una operación de este tipo, que, por la naturaleza intrínseca de la institución, siempre se atañe a un modus operandi altamente jerarquizado.
                
- una conspiración o autogolpe, al estilo del realizado en Perú por Fujimori en los años noventa, con similar propósito; es la tesis del archienemigo del Presidente, el clérigo Gülen, y aunque no es creíble para algunos sectores de la oposición, no puede descartarse del todo.
                
2. Motivaciones, relacionadas con las distintas hipótesis de autoría recogidas en el punto anterior:
                
- de haber sido Gülem el inspirador, es seguro que habría considerado idóneo el momento, debido al aumento de la presión terrorista del Daesh,  pero también para abortar los sutiles cambios que Erdogan había emprendido en las últimas semanas en sus alianzas externas (acercamiento a Israel y Rusia, entendimiento táctico con la dupla Irán-Siria)
                
- si la intentona respondiera exclusivamente a una iniciativa armada, los motivos serían similares, con especial énfasis en el deterioro de la seguridad interior, pero con un aliciente específico de mayor interés para los militares descontentos: destruir el entramado de lealtades que poco a poco habría construido Erdogan en las fuerzas armadas, después de muchos años de esfuerzo.
                
- no es difícil identificar las razones de un hipotético autogolpe: consolidar la posición de Erdogan, ampliar la purga (algo inmediato: más de cinco mil detenciones de militares y personal de la judicatura detenidos en las primeras horas posteriores al golpe), justificar la posterior eliminación de elementos resistentes y, lo que es más importante, impulsar su proyecto de cambio de la Constitución para fortalecer los poderes presidenciales, en detrimento del primer ministro y del gobierno.
                
3. Persisten demasiadas dudas sobre la planificación operativa del golpe y aun más sobre su ejecución, a saber:
                
- ¿por qué no se ocuparon todas las cadenas de televisión, y no sólo la pública (TRT)?
                
- ¿por qué no se aseguró la detención de los principales responsables del Estado o del Gobierno, aparte del Jefe militar de las Fuerzas Armadas?
                
- ¿cómo no se aseguró el aislamiento de Erdogan, aunque aparentemente se conocía su paradero con cierto grado de aproximación?
                
- en caso de que se tratara de un "golpe abierto", es decir, de lanzar la iniciativa y confiar en que se fueron sumando adeptos militares y civiles, la ejecución de la operación se antoja chapucera y al menos demasiado dejada a la improvisación; sorprende, por ejemplo, la escasa movilización de elementos civiles, que hubieran contrarrestado el llamamiento de Erdogan, algo no difícil de prever, teniendo en cuenta el perfil populista del líder turco y la contrastada capacidad de movilización de su partido, el AKP.
                
4. La neutralización del golpe, atribuible más a los errores de los golpistas que a la actuación del poder legítimo.
                
- los medios atribuyen una gran importancia a la movilización de la ciudadanía, pero es una afirmación dudosa. En primer lugar, la inmensa mayoría de quienes se echaron a la calle eran partidarios de Erdogan, que fué quien los convocó, con el apoyo inestimable de algunos religiosos desde las mezquitas. Los ciudadanos opuestos al golpe, pero críticos con el Presidente no se dejaron oír apenas, según el testimonio de periodistas y  testigos.
                
- en cambio, quizás lo más relevante es que la resistencia callejera se produjera al menos dos horas después de los primeros movimientos militares y las operaciones de control e interrupción del tráfico. De haberse realizado las otras acciones típicas en un golpe de Estado clásico, la efectividad de la movilización ciudadana hubiera sido mucho menor, o más peligrosa, y por lo tanto no se hubiera mantenido por el alto precio en sangre.
                
5. Una condena internacional firme, pero muy medida del golpe, y con dos matices muy importantes:
                
- la condena no fué inmediata, se demoró al menos tres o cuatro horas, lo que no puede interpretarse simplemente por la confusión del momento, sino por la cautela ante la eventualidad de tener que trabajar en un escenario diferente, como ocurriera en Egipto, por ejemplo, máxime en estos momentos de ofensiva contra el Daesh en Siria e Irak y el papel clave que tienen las instalaciones militares en suelo turco (Incirlik, especialmente).
                
- la reacción internacional defiende claramente el orden democrático y rechaza la fuerza como elemento de corrección de las polémicas políticas, pero los pronunciamientos son generales y, en ningún caso se expresan apoyo personales o a los cargos que detentan Erdogan y sus principales colaboradores. No lo hizo Obama, Kerry  exigió pruebas de las acusaciones contra el clérigo Gülem, y Merkel ni siquiera mencionó por su nombre al líder turco en su comunicado oficial.
                

En definitiva, aún tendremos que esperar para conocer toda la verdad de este episodio extraño y anacrónico, que complica el control de la crisis de la zona en todas sus dimensiones: guerra, terrorismo y catástrofe humanitaria.


TURQUÍA: CLAVES PARA ENTENDER EL INTENTO DE GOLPE DE ESTADO

16 de Julio de 2016
                
A primera hora de la mañana del sábado, todo indica que la intentona de golpe de Estado militar en Turquía habría fracasado. No obstante, la situación es todavía muy confusa. Se ignora la identidad de los responsables de la iniciativa, la motivación (mas allá de una invocación general sobre la "restauración de la democracia") y, lo que resulta decisivo, los apoyos con los que, a priori, contaban los golpistas.
                
Con la cautela que tal escenario aconseja, éstas podrían ser las claves de esta crisis política e institucional.
                
1) La presión bélica. Turquía participa en dos guerras simultáneas: contra el Daesh, y contra los kurdos. Difícil equilibrio, porque los kurdos son los mejores colaboradores de Estados Unidos en la guerra contra el terrorismo yihadista.
                
2) La amenaza terrorista, derivada de la anterior. También es dúplice. Los kurdos han reanudado la lucha armada contra el Estado, después de la ofensiva militar contra ellos, aunque su capacidad de golpear ha sido seriamente mermada en los últimos meses. Al contrario, los yihadistas han elevado la apuesta, sin proclamarlo públicamente, para dejar abierta la posibilidad de que Erdogan recupere la política de pasividad de hace un año.
                
3) La deriva autoritaria de Erdogan. Muy criticada por la oposición, por los sectores cívicos de defensa de los derechos y libertades y por intelectuales en el extranjero. En los aparatos del Estado (Fuerzas Armadas, Justicia, etc.) han vuelto a surgir voces críticas y se ha detectado un malestar creciente, pese a la política de nombramientos y depuraciones que ha ido reforzando el control del partido islamista moderado en el poder.
                
4) El debilitamiento de la base social del Presidente. No tanto por el deterioro de las libertades, sino por los efectos de la crisis económica. Los años de la prosperidad, el factor más decisivo en la fortaleza política de Erdogan, se ha evaporado en gran parte. La base social del presidente se ha debilitado.
                
5) La disidencia en el propio partido del Presidente, el AKP. La sustitución del Primer Ministro Davotoglu y líder funcional del partido, hace un par de meses, puso de manifiesto que Erdogan no esta dispuesto a tolerar voces críticas, ni siquiera en aspectos tácticos, en su círculo más estrecho de poder. El desacuerdo de Davotoglu con su patrón se extendió a numerosos asuntos, desde el pacto migratorio con la Unión Europea a la estrategia de control y represión de los sectores críticos internos, en el partido, la sociedad y el propio Estado. Davotoglu contaba con respaldo importante en el Ejército y la Judicatura, y sin duda en Washington y en las capitales europeas.
                
6) Una reorientación de la política de alianzas para reforzar su posición internacional, en un momento de acumulación de amenazas. En las últimas semanas, se han producido al menos tres episodios de reconciliación (o reanudación de diálogo) del Presidente con actores externos: Israel, Rusia y Siria-Irán.
                El caso más llamativo es Israel. La crisis abierta por el episodio de la flotilla de apoyo a Gaza en 2010 parece haberse cerrado con el acuerdo alcanzado en las últimas semanas, que establece mecanismos de colaboración entre los dos países. Aunque hay serias dudas de su efectividad y solidez, lo cierto es que Erdogan ha puesto un gran interés en atender las peticiones israelíes.
                Con Rusia, las conversaciones no han cuajado aún, pero la acritud de los últimos meses parece superada. Erdogan telefoneó a Putin a finales de junio para lamentar el derribo del avión ruso en una zona fronteriza con Siria en el mes de noviembre, que provocó el deterioro de las relaciones bilaterales. Las motivaciones del presidente turco para este acercamiento a Moscú no están claras, pero tienen necesariamente que ver con la presión terrorista del Daesh y con el riesgo de que el la guerrilla kurda del PKK pudiera hacer con armamento sofisticado ruso, e incluso con la sospecha de que algunos ciberataques sufridos en los últimos meses hayan sido realizados o inspirados por el Kremlin.
                El último gambito, el establecimiento de puentes de diálogo con Siria, o con Irán, como palanca principal de influencia en Damasco, es más oscuro, y no ha podido ser confirmado, pero algunas informaciones permiten formular la hipótesis de un replanteamiento general de alianzas, o al menos de una apertura de opciones por parte del Presidente, ante la sensación de hostigamiento a que se ha visto sometido en los últimos tiempos.
                
7) ¿Divisiones en el Ejército? Es uno de los factores más intrigantes, pero quizás el que pudiera ser decisivo para entender la intentona del 15 de julio. Desde el proceso Ergenekon, una supuesta trama golpista cívico-militar en 2010, Erdogan parecía haber neutralizado cualquier intento de desafiar su poder. El líder turco habría hecho progresos incluso en la institución más hostil a su hegemonía, las Fuerzas Armadas. Debe quedar claro que, por lo menos hasta ahora, no había facciones militares. La institución es sólidamente kemalista, es decir, laica, opuesta por completo a la islamización de la sociedad, y profundamente profesional, muy anclada en sus compromisos con la OTAN. Las tentaciones golpistas parecían olvidadas, pese al malestar provocado por el triunfo de otro partido islamista. Poco a poco se fue descartando que Erdogan pudiera acabar como Erbakan, el líder islamista que tuvo que renunciar a la jefatura del Gobierno en 1997 por la presión de los cuarteles. Algunas informaciones recientes señalan que el actual Presidente había conseguido componer una dirección militar si no afín a sus tesis, al menos leal a su autoridad política. Pero el autoritarismo del Presidente y sus planes de modificar la Constitución podrían haber hecho rebrotar el malestar castrense.
                
8) La cautelosa posición de los aliados y vecinos. El golpe no parece haber contado con el respaldo de aliados y vecinos. Pero es cierto los pronunciamientos exteriores se hicieron esperar, quizás por la confusión de las primeras horas. Es un hecho que Estados Unidos ha contemplado con inquietud la deriva autoritaria de Erdogan, sobre todo tras la sustitución de Davotoglu, pero la cooperación de Erdogan en la lucha contra el Daesh (uso de la base de Incirlik, principalmente) había suavizado el malestar norteamericano. En estos tiempos, no hay apetito en Washington por correcciones militares, aunque el acomodo siempre llega, como se ha visto en Egipto. En cuanto a la posición rusa, debe descartarse que el Kremlin prefiera un gobierno militar, en pleno proceso de reconciliación, o al menos de encaje, con Erdogan.            

                

THERESA MAY, MÁS ALLÁ DE LAS COMPARACIONES CON THATCHER O MERKEL

13 de julio de 2016
                
Theresa May es la nueva primera ministra británica, como los pronósticos habían anticipado. La claridad y la rapidez con la que ha obtenido el liderazgo conservador no son suficientes, no obstante, para despejar las dudas que el Brexit ha sembrado en Gran Bretaña, en Europa y en el resto del mundo.
                
Las apuestas sobre cómo se desarrollará su mandato se articulan en torno a tres ejes fundamentales: su perfil personal (estilo, condición, bagaje), la gestión del referéndum europeo y la capacidad para mantener unido al país, tanto social como territorialmente.
                
UN PERFIL PROPIO
                
La perspectiva de género tiene una importancia relativa. Desde un principio se ha querido ver en May una suerte de reedición de Margaret Thatcher. En cierto modo, lo es, si atendemos a las cuestiones de carácter o personalidad. Como su antecesora, May es dura, en asuntos específicos, implacable, austera, y descansa en unos orígenes sociales de clase media alejados de esa élite que ha ido capturando poco a poco el Partido Conservador.
                
Sin embargo, en sus referencias políticas, May no es doctrinaria, sino ecléctica. Combina un aire de "conservadurismo compasivo" en política social con una rigidez apenas disimulada en política migratoria. En lo primero, se acercaría a Merkel; en lo segundo, parecería más afín a Thatcher. Son percepciones discutibles: Gran Bretaña no es Alemania y el presente momento se parece poco a los años ochenta.
                
May recibe un país en shock. La primera ministra tendrá que definir una nueva relación con Europa y asegurar el contrato nacional. No son dos procesos autónomos, sino vinculados. No podrá garantizar la unidad británica si el encaje con el continente no satisface aspiraciones de territorios insatisfechos  con la separación europea (Escocia, Ulster).
                
El referéndum europeo ha dejado un reguero de paradojas de las que no se ha librado la nueva jefa del gobierno. Los que ganaron se han batido en vergonzosa retirada (Johnson, Gove, Farage...), dejando rastros de mentiras, venganzas y traiciones. May ha demostrado cierta habilidad para emerger de este drama shakespeariano vivido por los tories con aparente coherencia. Pero no completamente. Fue una euroescéptica tradicional, pero las circunstancias políticas le aconsejaron redefinirse como euroresignada, en la línea de Cameron. Resolvió este dilema apartándose de la primera línea, es decir, no haciendo campaña activa por la permanencia en la UE, pretextando su trabajo como Secretaria del Interior. Después del triunfo del Brexit, no le ha costado mucho recuperar su instinto natural de tomar distancia de Europa. Brexit means Brexit, ha dicho. Nada de componendas, de rectificaciones por la puerta de atrás. May se siente a gusto como perdedora formal en el referéndum, porque el resultado se acomoda a su conciencia. Pero el fantasma del Brexit le perseguirá, como ha escrito con aguda ironía Ian Birrell, un ex-responsable de los discursos de Cameron (1).
                
¿HACIA UN ENTENDIMIENTO MERKEL-MAY?
                
Pero May puede hacer virtud de la necesidad y convertir esta contradicción en una fortaleza, cuando cruce el Canal para afrontar las negociaciones de divorcio con sus todavía socios europeos. Todos esperan que su temple le sirva para soportar las presiones de quienes consideran conveniente una resolución rápida del entuerto.
                
May tratará de conectar con Merkel para templar los ánimos, limar diferencias y, si resultara necesario, parar el reloj. La canciller alemana, que va a extrañar mucho a Londres en su política de equilibrios en el Club, no debe tener problemas para entenderse con su colega británica. No es asunto menor que las dos sean hijas de religiosos.  Como dice Judy Dempsey, el legado de Merkel se decidirá en gran parte por su gestión del Brexit (2)
                
El gran obstáculo será la política migratoria. No es previsible que se atiendan los deseos de Londres de seguir vinculado de la manera más ventajosa posible al mercado único europeo sin aceptar las exigencias de la libertad de movimiento de las personas. Pero el rechazo a la inmigración ha sido uno de los factores claves en el éxito del Brexit. May ha sido un adalid de las restricciones. Ahora tiene una baza a su favor: las presiones internas europeas por un mayor control migratorio, que Merkel ha intentado inútilmente neutralizar.
                
LA DOS FRACTURAS INTERNAS
                
En el frente interno, May librará dos desafíos: el que amenaza la unidad territorial y el  que incide en la fractura social. En el primero, cabe esperar continuismo: tratará a toda costa neutralizar la tentación de un segundo referéndum independentista en Escocia, no por vía intimidatoria, sino dialogante, y de prevenir una desintegración de los equilibrios en el Ulster.
                
El segundo desafío presenta un escenario más incierto. May ha tenido mucho interés en alejarse de una política económica que ha beneficiado a los ricos y empobrecido a la clase media. En su análisis del referéndum, citó la frustración social como clave del resultado. Es una obviedad. ¿Cabe esperar una corrección, un giro social, un tono de "conservadurismo compasivo"? Quizás. El neoliberalismo que ha dominado el pensamiento tory desde los ochenta está acabado. Curiosa coincidencia que el vicedirector de estudios del FMI acaba de de suscribir este diagnóstico (3).
                
May no es una fanática de este enfoque fracasado. La nueva primera ministra dice querer recuperar las bases más modestas del Partido Conservador, reducir la brecha social, o al menos garantizar ciertas compensaciones a los más perjudicados por la globalización. El gran problema es que precisamente el Brexit, si se confirma la recesión, dificultará esta tarea, como están señalando analistas cercanos al Remain (4) y otros expertos internacionales (5).
                
Otro asunto que lastrará la gestión de May es su déficit democrático, es decir, no haber sido elegido directamente para el cargo, como le ocurrió a Major en su momento, tras la liquidación de Thatcher por su propio partido. El líder liberal, Tim Farron, ya le ha espetado que llega a Downing Street con el apoyo de sólo el "0,0003%" de los británicos, en referencia a los parlamentarios tories que la han investido (6).
                
Otras voces han incidido en este mensaje. Es más que razonable. Asistimos a un momento excepcional. Un cambio de liderazgo sin la mediación de las urnas tiene escasa solidez democrática, por mucho que se hayan respetado las reglas. Los conservadores, que tanto reprochan a Europa ese estilo de decisión y gestión por arriba, no pueden ignorar ahora esa advertencia.
                
UN GOBIERNO SIN OPOSICIÓN FUERTE
                
Como le ocurriera también a Thatcher, May inicia su mandato sin una oposición fuerte. El laborismo, como en los ochenta, se encuentra atrapado en una crisis paralizante. Pero ahora, si cabe, en un clima de tensión sin precedentes. La revuelta de la mayoría de los parlamentarios contra Corbyn no ha cuajado. El líder del partido ha dejado claro que está dispuesto a hacer valer el apoyo de las bases para derrotar a sus oponentes. La ejecutiva del Partido ha decidido que no necesita el respaldo de los diputados nacionales y europeo para confirmar su liderazgo. Entre los potenciales rivales para disputarle la dirección, dos han dado el paso de la candidatura: Angela Eagle y Owen Smith. La primera, con mayores posibilidades a priori, pertenece al sector centrista, mientras el segundo se encuadra en una corriente más progresista, pero convencida de que Corbyn nunca ganará unas elecciones por su mensaje izquierdista radical. El proceso laborista, que tendrá eco en otros partidos socialistas europeos merece un comentario aparte.

(1) THE GUARDIAN, 12 de Julio.
(2) CARNEGIE EUROPE. http://carnegieeurope.eu/2016/07/01/why-brexit-will-be-angela-merkel-s-greatest-test/j2qx
(3) FOREIGN POLICY, 6 de Julio.
(4) THE ECONOMIST, 2 de Julio
(5) "Economic implications of Brexit". BEN BERNANKE, BROOKING INSTITUTION, 28 de Junio.
(6) THE GUARDIAN, 12 de Julio

OBAMA: UN FULGOR DE VERANO

11 de Julio de 2016
                
Pasó Obama por España, veloz, amable, cálido y ligero. Como un fulgor de verano. Sucesivos acontecimientos, y últimamente la cuadratura del círculo político español, fueron relegando una visita que podía y debía haber estado a la altura de la importancia de la participación española en el sistema occidental.
                
España es uno de los países donde el primer presidente afro-americano de Estados Unidos mantiene bien conservada su popularidad y buena imagen. La escasa exposición de España a las contradicciones de su mandato explica este escaso desgaste.
                
En el ámbito político, los sucesivos gobiernos en España durante estos ocho últimos años, no han tenido problema alguno con Washington. En el caso del Ejecutivo de Zapatero, al contrario: el cambio en la Casa Blanca se vivió como un alivio, tras la acritud e impertinencias de la etapa Bush, debido a la guerra de Irak. Con el PP de Rajoy, a priori más cercano a los republicanos, la relación ha sido fructífera y exenta de tensiones, en parte debido a la sintonía en materia de política anti-terrorista. El diferente enfoque en las recetas para afrontar la gran depresión no ha supuesto un desencuentro en absoluto, ya que el debate transatlántico en esta materia lo ha protagonizado la UE.
                
Han pasado los tiempos en que se percibía un ambiente de hostilidad hacia Estados Unidos en numerosos sectores de la sociedad española. El factor personal explica en parte esta evolución. A Obama se le ha percibido siempre como un presidente distinto, en gran medida por su condición de afro-americano. Ciertos elementos de la política exterior e interior han reforzado esta visión, aunque es muy dudoso que la mayoría de la opinión pública española pueda identificarlos con claridad. Por desgracia, la política exterior no forma parte de las pasiones públicas o mediáticas, en España, salvo en momentos de grave crisis o polémica relacionada con los factores más personales.
                
Quizás los dos asuntos que mayor repercusión positiva ha tenido en la percepción favorable de Obama con respecto a otros presidentes anteriores sean su política aperturista hacia Cuba y su prudencia a la hora de afrontar operaciones militares, en especial en Oriente Medio, algo que encaja con las preocupaciones tradicionales de gobiernos y opinión pública en España. La estrategia anti-terrorista, desde la liquidación de Bin Laden hasta la ofensiva contra el Daesh, ha contado con un respaldo casi unánime en las fuerzas políticas (excepto IU y  en cierto modo, PODEMOS). La visita a la base de Rota (un clásico en la agenda de los presidentes norteamericanos durante sus desplazamientos) apenas si evoca pasados momentos de tensión por las utilidades militares de la superpotencia en este país.

                
Por lo demás, ni la época del año (julio abrasador), ni el momento concreto (fin de semana), ni las circunstancias políticas internas en ambos países han permitido algo más que gestos amables, lugares comunes y guiños simpáticos.  Casi como una atracción de fin de semana veraniego. Luego cada mochuelo a su olivo: los partidos políticos españoles a seguir haciendo sudokus con la perspectiva del futuro gobierno y Obama a aplacar el enésimo brote de violencia con resabios raciales.

AFTER-BREXIT CON AIRES DE SHAKESPEARE

6 de Julio de 2016
                
La marejada política, económica y anímica provocada por el Brexit no ceja. Sin duda, será el asunto del verano, de la rentrée (nunca mejor dicho: Francia es uno de los países más expuestos), del otoño (elección de nuevo/s líder/es en Gran Bretaña), del año próximo (citas electorales en Francia, Alemania y Holanda (¿España?)... and so on. ¿Cuánto tiempo necesitará Europa para acomodar el terremoto británico?).
                
Las consecuencias más importantes se prolongarán durante años, pero por exigencia mediática y por puros reflejos ciudadanos, lo que ha capturado la atención esta semana post-Brexit ha sido el catálogo victimario inmediato en el lugar del eurocidio.
                
LA IRONÍA TRÁGICÓMICA DE LOS TORIES
                
El relato del after-Brexit bien podría construirse con citas de Shakespeare. El destape de mentiras, engaños y medias verdades nos trae a la memoria una de las más memorables frases del Hamlet: "algo huele a podrido..."... en la campaña del Leave. Pero más apasionante resulta la gama completa de impulsos dramáticos shakespearianos que puede detectarse en la conducta de los tories: ambición, engaño, conjura, traición, asesinato (político, se entiende).
                
La caída de Boris Johnson, el demagogo líder carismático del Brexit, ha sido el asunto  más impactante. "El puñal que empuñó (para matar a su amigo Cameron) ha terminado clavado en su espalda", ha escrito el director de THE SPECTATOR, Alex Massie. El anterior alcalde de Londres es el primer líder populista que desaparece de escena. Le ha matado el éxito, no el fracaso. A primera vista, una paradoja; en realidad, pura lógica. Es muy probable que Johnson nunca creyera todo en la salida británica de la UE; y con seguridad, no estaba preparado para asumir el reto de conducir un proceso como el que contribuyó a alumbrar. Como dice,  Sarah Lyall, la ex-corresponsal del NYT en Londres: Johnson se ha pasado la vida actuando como  Falstaff, pero ni ha sabido, ni ha podido, ni le han dejado convertirse en el Príncipe Hal (personajes ambos del Enrique V).
                
Como ya le ocurriera a Thatcher, son los propios y no los extraños los que han reducido a Johnson a un elemento de usar o tirar. No ha sido el único participante en esta conspiración blanda, claro, pero el que ha aparecido detrás de la cortina con la daga en la mano ha sido el (todavía) Ministro de Justicia, Michel Gove. Como Johnson, un periodista reciclado.  
                
Gove ya apuñaló (siempre políticamente) a Cameron, amigo del alma, situándose en el asiento delantero del rechazo a Europa, cuando el primer ministro decidió jugarse su fortuna política, y la de su país, en el referéndum. No es que se hiciera íntimo de Johnson, pero ambos se exhibieron como el tándem presentable de la campaña Leave, frente al exceso xenófobo de Farage y el UKIP.
                
Como en la fábula de la rana y el escorpión, Gove ha terminado picando a Johnson. Alcanzada la orilla del Brexit, el ministro declaró solemnemente que el ex-alcalde no estaba cualificado para ser el líder tory y presentó él mismo su candidatura para el puesto. Poco importa ahora que haya negado mil veces tener ese propósito. Por lo que se ha sabido, a Gove le inspiró, en su ambición/traición, su esposa (adivínenlo: otra periodista). ¿Es posible una mayor afinidad con Macbeth?
                
Gove se hace ahora el remolón con las consecuencias del Brexit. Pero sus planes pueden importar poco muy pronto. Es más que probable que Gove no será el nuevo líder conservador, aunque no se haya presentado por diversión o por diletantismo, como Johnson hizo con la campaña del Leave. Tratará de luchar por el puesto, aglutinando el instinto euro-escéptico de su partido y el conformismo de los resignados, en nombre de un proyecto de unificación, con el que afrontar una negociación futura con Europa en las mejores condiciones.
                
Lamentablemente para sus cálculos, hay otros candidatos. Y la más cualificada, sin duda, es la actual Ministra del Interior (Home Office), Theresa May. Contrariamente a Gove, May se tragó su instinto euroescéptico, primó su lealtad a Cameron y se ancló en el bando del Remain, aunque no hiciera campaña, pretextando que su cargo le exigía dedicación plena. Este aurea de dignidad y sus modestos orígenes convierten a May en una posible Thatcher del siglo XXI. Menos estridente, sin duda, pero tan dura como ella.
                
Pero la cuestión no es quién, sino para qué. May ya ha dicho que nada de repetir el referéndum, o de interpretarlo creativamente, o de neutralizarlo con unas nuevas elecciones planteadas como segunda vuelta de la consulta. Estos días se ha dado rienda suelta al pánico de algunos brexiters johsonianos (¿qué hemos hecho?), o al enfado de millones de jóvenes (muchos de los cuales no fueron a votar, por cierto). Pero, salvo escándalo político mayúsculo, no se puede remediar lo irremediable. La realidad se impone: Gran Bretaña ha tomado la salida de la autopista europea y no hay cambio de sentido en muchos kilómetros a la vista.
                
EL DRAMA LABORISTA 
                
En el laborismo, las cosas no pintan mejor. Si acaso, peor. Otra muestra de cómo las victorias, cuando son vicarias, se convierten en armas de autodestrucción. Al izquierdista Corbyn le tenían ganas la mayoría de los diputados de su partido, que nunca lo apoyaron, o lo hicieron de mala gana. Han aprovechado que el líder no fuera un entusiasta participante en la campaña del Remain, para lanzarse a degüello cuando ha triunfado el Brexit.
                
Hay un aire de impostura en la revuelta de los MP's laboristas. Una cosa es que Corbyn denunciara la austeridad como ideología dominante en la UE y otra cosa es que predicara, o favoreciera, o fuera cómplice del Brexit. Ese dilema es anterior al liderazgo de Corbyn en el laborismo. En realidad, en la mayoría de la socialdemocracia europea puede detectarse ese malestar, esa frustración por no haber sabido, podido (en algunos casos, querido) hacer cambiar el rumbo de las políticas anti-crisis de la Unión Europea.

                
Corbyn conocía la irritación de una buena parte de su electorado con Europa, y la compartía. Quiso extraer la lección de los últimos fracasos electorales, al materializarse una dolorosa fuga de votos del Labour hacia los xenófobos del UKIP. Corbyn prometió presionar en favor de otra política si los laboristas volvían a Downing St, no una declaración de amor europeísta, tan hueca como inútil. Esa estrategia puede haberlo condenado.  Pero la lucha no será incruenta. ¿Acaso resonarán en los oídos de Corbyn los inmortales versos del Ricardo III: "Mañana en la batalla, piensa en mí... desespera y muere"? En la obra teatral, es la evocación del traicionado, del asesinado, en la hora decisiva del destino; aquí son los votos perdidos, los electores traicionados, las ilusiones destruidas.