11 de Julio de 2016
Pasó
Obama por España, veloz, amable, cálido y ligero. Como un fulgor de verano.
Sucesivos acontecimientos, y últimamente la cuadratura del círculo político
español, fueron relegando una visita que podía y debía haber estado a la altura
de la importancia de la participación española en el sistema occidental.
España
es uno de los países donde el primer presidente afro-americano de Estados
Unidos mantiene bien conservada su popularidad y buena imagen. La escasa
exposición de España a las contradicciones de su mandato explica este escaso
desgaste.
En
el ámbito político, los sucesivos gobiernos en España durante estos ocho
últimos años, no han tenido problema alguno con Washington. En el caso del
Ejecutivo de Zapatero, al contrario: el cambio en la Casa Blanca se vivió como
un alivio, tras la acritud e impertinencias de la etapa Bush, debido a la
guerra de Irak. Con el PP de Rajoy, a priori más cercano a los republicanos, la
relación ha sido fructífera y exenta de tensiones, en parte debido a la
sintonía en materia de política anti-terrorista. El diferente enfoque en las
recetas para afrontar la gran depresión no ha supuesto un desencuentro en
absoluto, ya que el debate transatlántico en esta materia lo ha protagonizado
la UE.
Han
pasado los tiempos en que se percibía un ambiente de hostilidad hacia Estados
Unidos en numerosos sectores de la sociedad española. El factor personal
explica en parte esta evolución. A Obama se le ha percibido siempre como un
presidente distinto, en gran medida por su condición de afro-americano. Ciertos
elementos de la política exterior e interior han reforzado esta visión, aunque
es muy dudoso que la mayoría de la opinión pública española pueda identificarlos
con claridad. Por desgracia, la política exterior no forma parte de las
pasiones públicas o mediáticas, en España, salvo en momentos de grave crisis o polémica
relacionada con los factores más personales.
Quizás
los dos asuntos que mayor repercusión positiva ha tenido en la percepción favorable
de Obama con respecto a otros presidentes anteriores sean su política aperturista
hacia Cuba y su prudencia a la hora de afrontar operaciones militares, en
especial en Oriente Medio, algo que encaja con las preocupaciones tradicionales
de gobiernos y opinión pública en España. La estrategia anti-terrorista, desde
la liquidación de Bin Laden hasta la ofensiva contra el Daesh, ha
contado con un respaldo casi unánime en las fuerzas políticas (excepto IU y en cierto modo, PODEMOS). La visita a la base
de Rota (un clásico en la agenda de los presidentes norteamericanos durante sus
desplazamientos) apenas si evoca pasados momentos de tensión por las utilidades
militares de la superpotencia en este país.
Por
lo demás, ni la época del año (julio abrasador), ni el momento concreto (fin de
semana), ni las circunstancias políticas internas en ambos países han permitido
algo más que gestos amables, lugares comunes y guiños simpáticos. Casi como una atracción de fin de semana
veraniego. Luego cada mochuelo a su olivo: los partidos políticos españoles a
seguir haciendo sudokus con la perspectiva del futuro gobierno y Obama a
aplacar el enésimo brote de violencia con resabios raciales.
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