3 de mayo de 2012
El papel de
los medios ha sido ampliamente debatido en la campaña de las elecciones
presidenciales francesas. La
polarización ha resultado mucho más acentuada que en elecciones precedentes, lo
que no ha pasado desapercibido a los analistas más atentos.
¿SARKOZY COMO
VICTIMA?
THE ECONOMIST
–quizás el medio no francés que ha apoyado más explícitamente la continuidad en
el Eliseo- habla de ‘sarkofobia’. Se apoya en algunos trabajos de la prensa
conservadora para afirmar que nunca un candidato había soportado una campaña
mediática tan negativa. El seminario
británico liberal extrapola un dato sobre las elecciones profesionales en la
Televisión pública (que otorgó más de un tercio de representantes a la central
sindical de orientación comunista CGT) para afirmar que los periodistas
franceses ‘tienden a ser de izquierdas’. Algo bastante extendido en Europa, podríamos
decir. Los periodistas tal vez son de izquierdas; los dueños de los medios,
todo lo contrario.
Es curiosa
esta percepción del sesgo mediático en contra de Sarkozy olvida el férreo
control que el presidente saliente ha intentado ejercer en los medios públicos. Como en España, la derecha neutraliza a la
radiotelevisión pública y la pone firmemente bajo su control, pero en realidad
reserva sus favores y preferencia a los medios privados. Las privilegiadas relaciones
de Sarkozy con los grandes colosos mediáticos franceses como Bouygues, Lagardère
o Dassault le ha permitido un apoyo bastante claro del primer canal de
televisión generalista (TF-1) y su filial de noticias en continuo (LCI), de una
de las cadenas de radio con más influencia política (Europe-1), de la revista
de mayor circulación (Paris-Match) y del diario conservador de más tradicional
(Le Figaro).
LA PARADÓJICA DEBILIDAD
DE LOS MEDIOS
Más
interesante sobre el comportamiento mediático en la campaña resulta la
entrevista en LE MONDE con el sociólogo Jean-Louis Missika. Su diagnóstico es
que “los medios se han mostrado más débiles y menos prescriptores” durante la
(larga) campaña presidencial. Es particularmente interesante su análisis de la
cobertura mediática del principal de los eventos políticos clásicos (las
elecciones). Missika considera –con razón- que los periodistas carecen de
fuerza para imponer una agenda informativa de las elecciones, porque, entre
otras cosas, la complejidad y carestía de la cobertura ha hecho que los estados
mayores de los candidatos ‘privaticen’ la imagen de sus patrones; es decir, que
“produzcan sus propias imágenes. Una imagen limpia, estándar, significativa y
controlada”.
Este juego
mediático está cargado de trampas
fatales para el ejercicio de la profesión. El acceso al patio trasero, oculto
para el gran público, tiene su morbo, pero comporta contrapartidas. El periodista
necesita sorprender cada día. Olvida lo esencial y se concentra en lo
llamativo. Juega a crear la imagen de los candidatos, cuando en realidad, se
limita a transmitir el producto de laboratorio que efectúan sus equipos de campaña.
Naturalmente,
hay excepciones e imprevistos. O mejor dicho, hay productos que resultan y
otros que no. El de Sarkozy, en esta ocasión, contrariamente a 2007, no ha sido
favorable. Missika cree que se debe a la
propia personalidad del presidente saliente, “quien ha hecho de la
imprevisibilidad una estrategia”.
¿Error de
Sarkozy o cansancio de la sociedad francesa, batida por el desencanto de la
crisis? Un poco de todo. Sarkozy se impuso a Segolène Royal hace cinco años en
el terreno de la imagen, de la exposición pública. Entonces, era un aspirante.
Y jugaba con la simpatía de quien se enfrenta a una élite que nunca lo aceptó y
que ahora se regocija con su anunciada caída en desgracia, su liquidación
política. Frente a su elaborado perfil de hombre hecho a sí mismo, hijos de
inmigrantes húngaros, ‘outsider’ en la política, ajeno al pedigrí de los
‘enarcas’ (la Escuela Nacional de Administración, vivero de la clase política
dirigente francesas durante décadas), la candidata socialista de entonces
proyectó una imagen rígida, distante, poco empática con su propia base social, como
atenazada por la pretensión de parecer apropiada para el puesto, agobiada por
la responsabilidad en ciernes.
Ahora
es bien distinto. Sarkozy sigue
presentándose como un hombre sencillo que habla directamente al pueblo, sin
mediaciones ni compromisos externos (las élites, si se trata de sus rivales
conservadores; los sindicatos, en el caso de su adversario socialista). Pero ya no llega de fuera: es el Presidente.
Ha ejercido el poder y se ha servido de él a conciencia. No puede explotar su
‘virginidad’, su ‘limpieza’ (los casos de corrupción lo han sepultado en las
encuestas de valoración), su credibilidad se ha convertido en oportunismo
(demasiados cambios de opinión en apenas días o semanas).
LA
(PEN)ÚLTIMA OPORTUNIDAD.
El debate del
jueves por la noche era una de las pocas ocasiones que le quedaban a Sarkozy para provocar ese shock que podría invertir la
tendencia y forzar una ‘foto-finish’ el domingo. En realidad, los debates casi
nunca desestabilizan una situación política. Entretienen más que clarifican.
Contribuyen al circo político y reservan un pequeño espacio a la sorpresa, de
ahí el encanto que suscitan en políticos y periodistas. Y ésta no ha sido una
excepción.
Sarkozy eligió
el ataque, la confrontación directa, buscando quizás un error de bulto de su
rival o la pérdida de su habitual templanza, etc. Hubo tensión en algunos
momentos, pero el candidato socialista se mantuvo por lo general dentro del
guión de confrontación de programas y exposición de su alternativa
diferenciada. Sin embargo, no eludió el choque con Sarkozy, sobre todo en los
reproches de carácter personal. En el cuerpo a cuerpo, Hollande no pareció tan
cómodo, aunque sus réplicas no carecieron de contundencia.
Curiosamente,
las referencias a España como ejemplo poco conveniente para combatir la crisis
también provocaron cierta tensión entre los candidatos. Sarkozy quiso comparar
la Francia de Hollande con la España de Zapatero, por la afinidad ideológica de
ambos dirigentes políticos. Pero el líder del PSF le recordó a Sarkozy que él
afeaba su política de oposición poniendo de ejemplo a Zapatero como “buen
socialista". Hollande, temeroso de permanecer demasiado tiempo en terreno
resbaladizo, se zafó acusando a Sarkozy de irse al exterior para eludir
responsabilidades sobre su gestión de la crisis.
Los momentos
más tensos se vivieron fue cuando Sarkozy acusó a Hollande de “mentiroso” y ”calumniador”,
en dos ocasiones, una de ellas a propósito del impuesto sobre las grandes
fortunas, que el presidente negó con vehemencia haber suprimido. El candidato
socialista le replicó que a falta de argumentos, no perdía ocasión de
“mostrarse desagradable”. Cruce de
palabras crudas, más buscado por Sarkozy que por Hollande, que salió indemne de
la última prueba mediática. Salvo sorpresa mayúscula, será el próximo
Presidente de la República francesa.