SOMBRAS DE AL QAEDA

7 de Abril de 2011

En la misma semana han coincidido dos asuntos que acercan el tratamiento del desafío radical islámico del pasado reciente y del presente y futuro próximo, en los Estados Unidos.
El Ministro de Justicia y, a la sazón Fiscal General de Estado, Eric Holder, se ha 'rendido' a las presiones y boicoteos de los políticos norteamericanos -no sólo los conservadores, también no pocos 'moderados' y hasta presuntos progresistas- y ha renunciado a que un tribunal civil ordinario de Nueva York juzgue al supuesto 'cerebro' de los atentados del 11 de septiembre, Jalil Sheij Mohammed. El órgano competente serán las denostadas Comisiones Militares de Guantánamo, a pesar del compromiso electoral de Obama, que prometió su desaparición.
Por otro lado, distintos expertos de la lucha antiterrorista norteamericana han dado la voz de alarma sobre el fortalecimiento de la franquicia de Al Qaeda en Yemen, debido al virtual colapso de las operaciones de control, seguimiento y persecución de las células combatientes radicales, como consecuencia del caos político que vive el país.
DECEPCION
El Ministro-Fiscal General Holder es un hombre honesto pero se ha visto privado del necesario apoyo desde las instancias más altas del Estado. En noviembre de 2009 propuso que la vista oral del juicio a Jalil Sheij Mohammed se celebrara en un Tribunal civil de Nueva York. Como es sabido, la práctica totalidad de los republicanos y no pocos demócratas se habían negado insistentemente, con argumentos que Dahlia Lithwick calificado de "falsos y peligrosos"; a saber: que los juicios abiertos son demasiados peligrosos, caros, porosos a las filtraciones, una oportunidad para la propaganda enemiga e indeseados por el ciudadano".
Holder no ha tenido más remedio que claudicar. En su comparecencia pública de esta semana, no evitó cierta amargura a confirmar su decisión. Quizás no estuviera pensando sólo en los adversarios políticos que lo han boicoteado estos dos años, sino en el propio Presidente y en su círculo de asesores. La Casa Blanca no se atrevió a enfrentarse con una clase política intimidada por el discurso patriotero y alarmista que aún envuelve la tragedia del 11S.
El triunfo de la doctrina jurídica más reaccionaria en los procesos contra Al Qaeda supone uno de los reveses más serios para Obama desde su triunfo electoral y siembra de dudas sus ulteriores compromisos progresistas en materia de defensa de los derechos humanos y de la recuperación de una práctica política y jurídica consistente con la tradición más abierta de la democracia norteamericana.
Los medios más sensibles con el respeto hacia el estado de derecho y a la preeminencia de la justicia civil sobre la militar en materia antiterrorista afirman que ha triunfado la "cobardía". El NEW YORK TIMES se lamenta de que se haya perdido la oportunidad de "demostrar al mundo que el miedo al terrorismo no nos llevará a transigir con el Estado de Derecho". Los portavoces conservadores, que apoyaron la doctrina Bush no le reconocen a Obama el mérito, sino más bien destacan que se haya visto obligado a rectificar. Cierto, pero, al fin y al cabo, una muestra más de que el pensamiento conservador no se muestra apaciguable.
Obama ha lanzado esta semana su candidatura para 2012, con su habitual gusto por la modernidad de los instrumentos. Los que todavía confían en que su presidencia puede significar un avance para la nación echan en falta, por desgracia, algo más de consistencia en la defensa de los principios.
LA CONSAGRACION DEL SANTUARIO
El otro asunto relacionado con el terrorismo tiene que ver con nuevas estimaciones acerca del agravamiento del peligro terrorista
Si creemos a los distintos expertos antiterroristas -no necesariamente neutrales y desde luego interesados en la transmisión de ciertas valoraciones-, el caos político imperante en Yemen por la descomposición del régimen del presidente Saleh estaría propiciando el fortalecimiento de Al Qaeda en el país.
El otrora colaborador de Washington en la persecución de islamistas estaría más preocupado de salvar el pellejo y poner a buen recaudo la fortuna familiar que de atender las necesidades de seguridad exterior. Las unidades consagradas a la lucha contra la franquicia local de Al Qaeda habrían sido destinadas en las últimas semanas a proteger su posición política particular, al cabo indefendible, según los principales analistas norteamericanos.
Al parecer, según estas estimaciones, tanto técnicas como políticas, a las que ha tenido acceso el NYT, Saleh ha dejado de preocuparse, incluso en las formas, por el combate antiterrorista. El cinismo con el que permitió que Estados Unidos bombardeara posiciones islamistas con la condición de que pareciese que era él quien daba las órdenes ya no resulta rentable. Altos cargos norteamericanos le habrían advertido que la Casa Blanca le ha retirado su apoyo y no tiene más remedio que negociar su abandono del poder. En esa operación nos encontraríamos ahora. Pero Al Qaeda no espera, "llena el hueco", dicen esos expertos, y mientras, se amplifica la señal de alarma en Washington.
En un comentario para THE NATION, el investigador y periodista Jeremy Scahill, conocido por sus documentadas denuncias del auge mercenario en la seguridad exterior estadounidense, asegura que lo que le preocupa al establishment no es quien mande en Yemen, sino que "la política antiterrorista de Washington, responsable de la muerte de docenas de civiles, puede enfrentarse a la oposición declarada del pueblo, si la democratización se abre paso".
Estados Unidos dispone en Yemen de lo más granado de su operativo anti-terrorista: asesores, formadores, entrenadores, espías, agentes especiales, la panoplia electrónica más avanzada y la maquinaria más precisa de rastreo, detección y aniquilamiento. Pero desde que comenzaron las revueltas en el mundo árabe y el virus se introdujo en Yemen, casi todo está parado. En realidad, los problemas habían comenzado antes, en mayo pasado, cuando uno de los ataques aéreos ejecutados por pilotos norteamericanos segaron la vida a numerosos civiles. Entre las víctimas, un gobernador provincial aliado del presidente. Saleh, molesto, ordenó la cancelación de esas operaciones mortíferas desde el aire, hasta que se calmaran los ánimos.
Como se sabe, ha ocurrido todo lo contrario. Para desasosiego de los responsables antiterroristas estadounidenses, que no ven el momento de librarse de Saleh. No parece fácil. Como reconoció recientemente el propio jefe del Pentágono, Robert Gates, en una entrevista por televisión, no se dispone de un recambio inmediato. La opción más plausible es que el gris número dos de Saleh negocie con los partidos de la oposición, reunidos en una endeble alianza, y con los estudiantes y los grupos cívicos más activos de la movilización popular una solución que permita salvar lo salvable, frenar el auge de Al Qaeda y no perder pie en la zona más sensible de este Oriente Medio en ebullición.