17 de septiembre de 2025
La
calle vuelve a ser protagonista destacado del debate político en Europa. Nunca
dejó de serlo por completo, naturalmente, pero en los últimos años se había reducido
su influencia, por varios motivos.
La
contestación desde los márgenes de los sistemas políticos proviene desde la
izquierda, pero sobre todo desde la derecha, según qué casos. En los países en
que la ultraderecha ha gozado de un significativo ascenso electoral, el recurso
de la presión callejera ha disminuido. Lo hemos visto en Francia, en Alemania,
en los países nórdicos y en los meridionales. En Gran Bretaña, donde hasta
ahora la ultraderecha tenía pocas o ninguna perspectiva de alcanzar el poder,
la movilización extramuros del sistema ha sido intermitente: recuérdese la
protesta xenófoba del año pasado.
Por
el contrario, desde la izquierda crítica se ha incrementado de manera palpable
la actuación en la calle. Sin duda, la persistencia de desigualdades sociales y
la falta de respuesta desde los partidos del consenso centrista han favorecido
la recuperación de las protestas. Pero un factor decisivo de activación ha sido
el genocidio en Gaza. Aunque las manifestaciones de los últimos días en España
han sido especialmente concurridas, es importante recordar las movilizaciones
en Gran Bretaña, los conatos de disenso en Alemania y focos de indignación y
repulsa en otros lugares.
FRANCIA,
LA CALLE ES DE LA IZQUIERDA MÁS DURA
En
la actualidad, Francia está en el epicentro de las movilizaciones sociales
europeas. La persistencia de Macron de blindarse en el Eliseo sacrificando a políticos
de su mayor o menor confianza ha irritado por igual a los partidos hasta ahora
fuera de la responsabilidad histórica de gobierno, en la derecha radical y en
la izquierda crítica. Pero mientras la ultraderecha prosigue en su desgaste
institucional de la base política del Presidente, exigiendo una nuevas
elecciones, los Insumisos, desde la izquierda, no dejan de reclamar la dimisión
de Macron.
Se
entiende muy bien esta diferenciación de estrategias. El Reagrupamiento
Nacional (RN) sabe que, constitucionalmente, el Jefe del Estado puede disolver
de nuevo la Asamblea Nacional, porque ha pasado un año desde que lo hiciera por
última vez, tras los sucesivos fracasos de Borne y Attal de reconducir la
crisis. Ese regate presidencial no sirvió de nada; al revés: ha quemado a otros
dos jefes de gobierno, Barnier y Bayrou, y ahora se ha visto obligado a acudir
a uno de sus colaboradores más próximos, Sébastien Lecornu, otro potencial sucesor
en el Eliseo, como lo fuera Attal, que sigue siendo el líder del partido
presidencial.
El
RN no está interesado en la anticipación de las elecciones presidenciales, como
piden los Insumisos, porque hasta enero la Justicia no decidirá sobre el
recurso contra la inhabilitación de Marine Le Pen por el escándalo de los
asistentes en su grupo del Parlamento europeo (1). El refuerzo parlamentario es
la prioridad del momento.
La
izquierda crítica mantiene insistentemente que el Presidente debe dimitir y
acabar con la actual farsa de una mayoría inexistente. Al frente de los
Insumisos. Jean-Luc Mélenchon libra en realidad tres batallas: las dos frontales
contra el macronismo y contra el ascenso imparable del lepenismo; y
tácticamente también contra la izquierda que él considera dócil al poder, con
la que ha pactado un programa y una coalición (el Nuevo Frente Popular), pero a
la que no puede manejar sin resistencia. Ante las reticencias de socialistas (a
los que Macron amagó con cortejar en esta última crisis), ecologistas y
comunistas, Mélenchon parece decidido a seguir luchando en solitario. Y es ahí
donde entra la calle, las movilizaciones populares.
Hay
un palpable descontento acumulado durante los años macronistas, por el
incremento de las desigualdades y la negativa del liberal Presidente a aliviar
el déficit y la deuda mediante un incremento de la presión fiscal a los ricos,
como reclama la izquierda, en distintos grados. En las jornadas de protesta sindicales
que comienzan este jueves, las centrales sindicales llaman a combatir las
medidas presupuestarias “brutales” del gobierno dimisionario y del que viene a
sucederle (2). Pero hay otros grupos contestatarios, fuera de la disciplina sindical,
como el Movimiento 10 de septiembre, que recuerdan mucho a los chalecos
amarillos (3).
La
ultraderecha no se suma a esta presión desde abajo, o lo hace con otros
agentes: comunas y poderes locales y corporativos cercanos a sus ideas. La
contestación nacionalista xenófoba adopta perfiles institucionales, propios de
los que se sienten a las puertas del poder. Aunque militen en parcelas
distintas de la ultraderecha europea, Le Pen ha sacado buen provecho de la
experiencia de Meloni en Italia. Si alguna vez gobierna, la dirigente francesa tendrá
que parecerse mucho a su par transalpina.
GRAN
BRETAÑA: LAS ÍNFULAS DE LOS ULTRAS
La
calle puede alcanzar un protagonismo mucho más intenso en Gran Bretaña. Ya está
ocurriendo. Este fin de semana pasado ha tenido lugar la manifestación ultra
más numerosa en la historia reciente del país. Más de cien mil personas han
protestado por la inmigración, pese a que las cifras de ingreso de extranjeros
en el país se ha reducido notablemente (4). Es sabido que los ultras no
cabalgan a lomos de la verdad, sino de una realidad percibida, alterada y/o
manipulada. El movimiento Tommy Robinson, un líder xenófobo que inspira
estas movilizaciones británicas, se siente reivindicado, alentado y propulsado
por el éxito del MAGA (Make America Great Again) al otro lado del Atlántico.
Este fin de semana eran numerosas las pancartas y los eslóganes que
sintonizaban, en ocasiones de forma expresa, con ese grupo de presión
identificado con la actual Casa Blanca. Todo ello en vísperas de la visita de
Trump a Londres (5).
Los
xenófobos británicos, paradójicamente, pueden resultar un incordio para Nigel
Farage, el líder de Reform UK, el líder del Brexit a ultranza, antieuropeo y
recolector de todos los malestares políticos del consenso centristas (tories y
laboristas). Nunca antes un partido fuera del bipartidismo (o incluso de la
tercera vía liberal) se había encontrado en posición de ganar unas elecciones.
Las encuestas son chocantes. La mayoría laborista, a decir de ese termómetro
socio-político, se ha esfumado en sólo un año. Farage le come base social al
laborismo y a los conservadores, sin un programa preciso, evasivo y demagógico
sin disimulo.
Es
tal el desconcierto en el laborismo que ya se habla abiertamente de iniciativas
y hasta de conspiraciones para desafían el liderazgo de Starmer. El “regreso”
de Gran Bretaña a Europa, vía concertación de políticas para responder a Trump,
pero desde una autonomía perceptible, no ha servido para sostener la imagen
pública de su liderazgo. Otros dirigentes creen que deben cambiarse las
estrategias de comunicación de la gestión realizada y de consolidar la
dimensión social. Pero resulta difícil cuando, para reducir el déficit, se
recortan prestaciones sociales y no se avanza lo suficiente en una fiscalidad
progresista. El laborismo perdió la calle hace tiempo, demasiado. No es
factible la movilización social frente al peligro pardo.
ALEMANIA: CONTRA EL CORDÓN SANITARIO
En
Alemania, las cosas están todavía peor. La izquierda sistémica (participante
del consenso centrista) se encuentra de nuevo atrapada en el recurso salvavidas
de la Grosse Koalition por voluntad propia, por no querer renunciar a
parcelas de poder. El canciller Merz, impopular como sus pares europeos
mayores, procede de una cultura política, social y económica refractaria a
cualquier enfoque progresista. Era la alternativa más derechista a Merkel, y
sus apoyos en la CDU no parecen dispuestos a tolerar un giro centrista. De
hecho, sus tímidas y posturales regañinas a Israel han generado una
respuesta crítica desde sus filas más conservadoras (6).
Para
aplacar estas suspicacias derechistas, Merz se ha visto obligado a arriesgar su
entendimiento con sus socios socialdemócrata. Ha dicho con claridad en el
Bundestag que la “protección social ya no es financiable en su estado actual”,
y ha anunciado un “otoño de reformas”. O sea, recortes.
Los
gastos sociales suman alrededor de 1,3 billones de euros, un 60% de los cuales
se los llevan las pensiones, la cobertura sanitaria y las prestaciones por
invalidez y discapacidad, según el Instituto IFO. Y el panorama a corto y medio
plazo es aún peor, debido a las débiles perspectivas de crecimiento económico y
al envejecimiento galopante de la población (el 57% de la población tiene más
de 40 años). En 2045 las pensiones podrían drenar hasta el 40% del presupuesto
(7).
Aunque
el SPD coincide en el diagnóstico, discrepa sobre el tratamiento. Los
portavoces del partido quieren priorizar el incremento de la imposición a los
más ricos, frente a la extensión de la edad de jubilación de los
democristianos. Pero, como les ocurre a los laboristas, no es previsible que los
socialdemócratas alemanes convoquen a la calle, que hoy es terreno
propicio para la ultraderecha.
Alternativa
por Alemania (AfD) progresa en cada cita electoral, la última en los comicios
municipales de Renania del Norte-Westfalia, el más poblado del país (8). Pero
sabe que el cordón sanitario es más potente que el francés o que el
sistema electoral bipartidista británico y el camino al poder por esa vía está
bloqueado. De ahí que a calle sea una herramienta cada vez más frecuente,
a medida que la situación socioeconómica se deteriore.
Todo
esto en un contexto de ansiedad belicista y de presión de ciertos intereses
industriales a favor de un incremento del gasto en defensa, que perjudicará
indudablemente cualquier apaño social tacticista del consenso centrista.
NOTAS
(1) “Marine Le Pen, menacée
par l’inéligibilité, obtient l’accélération de son calendrier judiciaire”.
CORENTIN LESUEUR. LE MONDE, 9 de septiembre.
(2) “Mobilisation du
18 septembre: une journée de grève contre l’austérité sur tous les fronts,
des écoles aux transports”. LE MONDE, 17 de septiembre.
(3) “Mouvement du 10
septembre: pourquoi une grève massive est incertaine, malgré une profonde
colère”. ALINE LE CLERC. LE MONDE, 3 de septiembre.
(4) “What do the immigration figures for the UK really
show? Official figures indicate net migration is falling, yet concern among
Britons is close to the highest it has been since polling began in 1974”,
MICHAEL GOODIER. THE GUARDIAN, 14 de septiembre;
(5) “How huge London far-right march lifted the lid on
a toxic transatlantic soup”. THE GUARDIAN, 16 de septiembre; Donald
Trump is unpopular in Britain. Trumpism is thriving. THE ECONOMIST, 15 de
septiembre; “Massive nationalist rally shows MAGA-fueled movement’s appeal
in U.K.”. LEO SANDS. THE WASHINGTON POST, 14 de septiembre.
(6) “Germany’s Israeli Dogma Lives On. The German
government has changed its tone on Israel policy—but not much else”. JOHN
KAMPFNER. FOREIGN POLICY, 20 de agosto.
(7) “En Allemagne, la protection sociale n’est «plus
finançable dans sa forme actuelle», prévient le chancelier”. CÉCILE
BOUTELET. LE MONDE, 10 de septiembre.
(8) “Far-right AfD’s vote triples in elections in
German bellwether state” KATE CONNELLY. THE GUARDIAN, 14 de septiembre.