EL POLEMISTA MACRON

 25 de noviembre de 2020

Francia vive de nuevo bajo la presión del miedo al yihadismo y la tentación de reacciones excesivas, que sólo pueden agravar el problema y alentar violencias ulteriores.

La conmoción sacudió a buena parte del país a mediados de octubre, cuando Samuel Paty, un profesor de secundaria de 47 años fue decapitado en plena calle por un hombre de 18 años, de origen checheno, en la localidad de Conflans-Sainte-Honorine (departamento de Yvelines, cercano a París). El enseñante había tratado en clase con sus alumnos las caricaturas de Mahoma (1). El juicio por los asesinatos de los dibujantes y periodistas de la revista Charlie Hebdo se está celebrando en París. Un par de semanas después, tres personas fueron degolladas en la basílica de Niza por un presunto simpatizante islamista.

Estos atentados devolvieron a los franceses a los sombríos días de 2015 y 2016, cuando militantes o simpatizantes del Daesh sembraron el terror entre los ciudadanos con atentados múltiples e indiscriminados. La derrota del Califato en Irak y Siria, prácticamente total, salvo pequeñas bolsas de resistencia, podía hacer pensar en un periodo de cierta calma. Pero, como ya advertíamos entonces, otros terrores vendrían. Cualquier musulmán radicalizado o con un perfil problemático o violento puede convertirse, en un momento dado, en un soldado de Alá o del profeta. Es una cuestión de fanatismo, que no es privativo del Islam, por supuesto, ni de cualquier religión o credo político o ideológico.

El profesor Paty, que fue objeto de homenajes y reconocimientos por su coraje intelectual al evocar con sus alumnos una realidad peligrosa y oscura, ha sido convertido en un símbolo de la libertad de pensamiento y expresión. Previamente, el propio Macron había puesto en marcha una campaña en defensa de los valores republicanos de la laicidad y la tolerancia y se mostraba muy combativo contra lo que denomina “separatismo islamista”. La Asamblea Nacional está debatiendo un proyecto de ley de seguridad global elaborado antes de estos últimos actos de odio religioso.

Después de los últimos atentados, el Presidente ha instruido a sus ministros para que adopten las medidas urgentes oportunas contra los considerados viveros o focos de complicidad con los asesinos o simpatizantes. Algunas organizaciones cívicas, como el Colectivo contra la Islamofobia en Francia (CCIF) y otras consideradas “enemigas de la República” han sido o van a a ser disueltas, por entender que son negligentes.

 Desde la izquierda se ha criticado duramente a Macron y al ministro del interior, Gérald Darmanine, a quien se le considera un halcón en la persecución de grupos sospechosos de connivencia o simpatía con el radicalismo islamista. Los sectores críticos con el gobierno consideran que Macron y sus colaboradores están creando un innecesario ambiente de pánico y aprovechando el clima anti musulmán de un numeroso sector de la población francesa, para robarle apoyo al Frente Nacional (ahora Reagrupación nacional). Una treintena de intelectuales y personalidades públicas, entre los que figura el prestigioso islamista Oliver Roy, han firmado una carta de protesta por las políticas gubernamentales. “No le hemos elegido para esto, señor Presidente”, afirman.

De nuevo se presenta el círculo vicioso del terrorismo islamista (o simplemente alentado por el fanatismo religioso, como parece ser este caso). Un acto violento provoca una reacción política que amplifica más que aplaca las consecuencias del conflicto.              

LA PUGNA CON ERDOGAN

Macron recibió la invectiva del presidente turco, con quien mantiene una relación de hostilidad pública y un  cruce de cumplidos inusitados en dos jefes de Estado que, además, son formalmente aliados. En un acto público celebrado una semana después del atentado, Erdogan dijo que el presidente francés “parece tener un problema con el Islam” y le recomendó someterse a “exámenes médicos”. En términos muy parecidos se había expresado el año pasado, tras la actuación de Turquía en la zona del norte de Siria controlada por las fuerzas kurdas, que fueron expulsadas militarmente por mercenarios apoyados por el ejército turco para establecer una zona tampón o de seguridad.

Como ya ocurriera entonces, el embajador francés en Ankara fue llamado a consultas, una actuación que suele preceder a la presentación de una protesta diplomática formal. El Eliseo emitió una nota lamentando “la ausencia de cualquier expresión oficial de  condena o de solidaridad de las autoridades turcas después del atentado de Conflans-Sainte-Honorine”.

La publicación oficialista turca Sabah acusó al gobierno francés de “lanzar una vasta campaña de caza de brujas contra la comunidad musulmana”. Medios de la oposición estiman que Erdogan agita la hostilidad con Francia para ganar popularidad, muy erosionada en los últimos meses por la crisis económica (su yerno ha sido sustituido como superministro por ineficacia) y la pandemia (2).

Macron recibió reproches de otros dirigentes árabes, aunque más discretos o sutiles. Incluso sus aliados europeos se han abstenido de cargar mucho las tintas, sabedores de que transitan por territorio muy sensible. Las comunidades de musulmanes en Europa resultaron muy perjudicadas por el ambiente de miedo y sospecha con motivo del ciclo terrorista islamista de los últimos años y los gobiernos tratan de evitar provocaciones.

UNA AFICIÓN INCÓMODA

El líder galo no suele morderse la lengua. Recuérdense sus comentarios ácidos sobre Tsipras durante la crisis griega, que Hollande le afeó. Con Trump pasó de los happenings a las pullas. El año pasado provocó un gran revuelo cuando dijo que la OTAN se encontraba en “estado de muerte cerebral”. Hace poco protagonizó un encontronazo con la ministra alemana de defensa, al insinuar que no estaba en la misma longitud de onda que la Canciller sobre una defensa europea más autónoma de Estados Unidos. Merkel corrigió al presidente francés, con quien se entiende regular. Paradójicamente, Annegret Kamp-Karrenbauer es una partidaria decidida de que Europa asuma un mayor compromiso de seguridad, a la vista del cambio de prioridades estratégicas en Washington, más allá de las derivas del presidente saliente (3).  

Macron suele mostrarse también polemista con los políticos, líderes sindicales y portavoces de sectores sociales franceses, como se puso de manifiesto con motivo de la crisis de los gilets jaunes o durante el conflicto de la reforma del sistema de pensiones. La franqueza de Macron gusta a ciertos segmentos de la sociedad francesa, pero a veces da la sensación de el joven presidente se deja llevar por cierta arrogancia o exhibicionismo. La gestión de la pandemia ha sido mejorable, como en otros sitios de Europa y del mundo. Esta misma semana se ha anunciado una desescalada del confinamiento limitado tras la segunda ola del virus. Macron afronta elecciones en 2022 (antes que Erdogan, por cierto). No le sobra tiempo para poner en marcha la economía y dejar atrás este tiempo sombrío. De no conseguirlo, puede correr la suerte de sus dos antecesores (Sarkozy y Hollande). Ninguno de los dos fue reelegido.  


NOTAS

(1) “L’effroie des habitants de Conflans-Saint-Honorine, après le meurtre d’un enseignant, décapité ‘par un monstre’”. LOUISE COUVELAIRE. LE MONDE, 17 de octubre.

(2) ”Pourquoi le président turc, Recep Tayyip Erdogan, ataque violemment Emmanuel Macron”. LE MONDE, 26 de octubre.

(3) “As Trump exists, rifts in Europa widens again”. STEVE ERLANGER. THE NEW YORK TIMES, 25 de noviembre.

CHEQUEO RÁPIDO AL NACIONAL-POPULISMO POST-TRUMP

 18 de noviembre de 2020

La derrota de Donald Trump en las elecciones presidenciales norteamericanas ha suscitado interrogantes sobre el futuro inmediato del nacional-populismo como fenómeno global. ¿Estamos ante el fin, o al menos el declive de esa orientación socio-política? En caso afirmativo, ¿será un proceso lento o rápido, parcial o total, zonal o universal? ¿Desaparecerá? De no ser así, ¿cambiará? ¿Qué formas adoptará?

Estos días se han podido escuchar y leer distintas prospecciones al respecto (1). Más que incurrir en el pronóstico o en la predicción, conviene repasar los fundamentos de una realidad, que tiene elementos comunes pero también notables diferencias.

La premisa inicial es que Trump ni inventó ni encarnó ni lideró el nacional-populismo. Más bien se apuntó a algunos de sus planteamientos, discursos y políticas cuando ya era una tendencia en auge en casi todo el mundo. Por tanto, su desaparición del centro de la escena política, si ocurre, no debería representar un factor determinante sobre otros movimientos de similar orientación en otros lugares. La respuesta a la pandemia será un factor más decisivo (2). Repasemos el estado actual del nacional-populismo en países o regiones con más peso.

EUROPA: DESIGUAL PANORAMA

Cuando Trump se convierte en influyente (primero mediático y luego político), el nacional-populismo ya es una realidad asentada y ascendente en Europa. No por casualidad, después de que el empresario neoyorquino se siente en el despacho oval, se produce un cierto frenazo del nacional-populismo en Europa occidental. El ciclo electoral de 2017-2018 arroja un balance desigual. Fué derrotado, que no eliminado (Frente Nacional), en Francia (3) y Holanda (Partido de la Libertad). Se consolidó en Alemania (AfD) y España (Vox), donde ha contaminado el debate en el centro derecha, pero no ha alterado decisivamente el equilibrio centrista. Sólo alcanzó el gobierno en Italia mediante la convergencia de sus dos orillas (M5S y Lega), pero esa coalición oportunista fue de corto vuelo.

En Gran Bretaña el éxito ha tenido una conexión cronológica sólo relativa con el auge de Trump. Aunque Boris Johnson pareció emular al magnate norteamericano, su background y su entorno político son diferentes. El Brexit, su gran designio, tiene raíces previas al actual nacional-populismo americano, e incluso europeo. Sin Trump, BoJo no tiene tan claro que pueda lograr un tratado comercial preferente con EE. UU., factor clave para el futuro de su proyecto político.

El nacionalpopulismo mantiene su salud más robusta en los antiguos países de la órbita soviética: se mantiene como fuerza política dominante en Hungría y Polonia, conquistó parcialmente el gobierno en la República Checa, adoptó formas más blandas o liberales en Ucrania y penetró o coloniza los discursos de la derecha en otros países de esta amplia y heterogénea zona del este y sureste de Europa. Todo indica que está para quedarse (4).

PERIFERIA: RUMBOS PROPIOS

En el resto de mundo, el nacionalismo presenta formas y pautas de desarrollo diferentes, según las realidades socio-culturales de cada zona. Pero en todas ellas (salvo alguna notable excepción), el fenómeno es anterior a Trump. La forma política  sin renunciar por completo al componente populista, adopta un contenido más autoritario (5), aunque en algunos lugares conserve formalmente ciertos pilares de las democracias liberales.

En China, el comunismo no ha dejado oficialmente de ser la ideología de Estado, pero sólo en el discurso. El contenido de sus políticas es claramente nacionalista. El igualitarismo colectivista es desmentido en la práctica por una realidad social cada vez más quebrada, pese a los intentos del poder por evitar los puntos de fractura. No hay perspectivas de democracia liberal, ni siquiera en su forma populista. Es un nacionalismo autoritario perdurable.

En Rusia, el nacionalismo populista/autoritario se convierte en hegemónico con el albor de nuevo siglo, tras el fracaso del modelo liberal que siguió al derrumbamiento del comunismo. El proceso ha sido gradual pero en absoluto improvisado. Es un fenómeno sincrético, que recoge y aglutina parámetros de los tres sistemas precedentes: referencias religiosas y culturales del zarismo, estatalismo vigilante del comunismo y elitismo económico y desigualdad social del protoliberalismo de los 90. Trump era admirador de Putin, no al revés.

En la India, el nacionalismo religioso es un movimiento histórico de larga trayectoria que ya había alcanzado el poder a finales de los noventa, aunque no con el sesgo populista que Modi le ha imprimido. El nacionalismo ha ahogado o condicionado el liberalismo económico.

En Turquía, país puente entre Europa y Oriente Medio, el AKP de Erdogan es un pionero del nacionalismo de masas. Las ambiciones exteriores, más que una muestra de fortaleza, reflejan los patrones de un declive interior, debido a la crisis económica y a la pérdida de apoyo electoral en las grandes urbes. El final, si llega, puede no ser tranquilo.

En el mundo árabe y Oriente Medio, el nasserismo fue un tipo de nacional-populismo avant la lettre, pero los fracasos bélicos y el autoritarismo lo condenaron. En este tiempo, el movimiento social de cambio (la llamada primavera árabe) fue ahogado en sangre y muerte antes de la llegada de Trump a la Casa Blanca. La democracia en esta región mundial es pura ficción, en el mejor de los casos. El absolutismo (las monarquías del Golfo) y la teocracia (Irán) continúan en pie, pese a sus fallas estructurales. Lo mismo ocurre con las repúblicas nacional-autoritarias con muy escasas concesiones (Egipto, Argelia), modelos clientelares de larga tradición (Líbano), monarquías pálidamente constitucionales (Marruecos, Jordania, etc) o estados en descomposición (Siria, Libia, Yemen). Irak y Afganistán son entidades pluriétnicas sometidas al influjo determinante de vecinos poderosos, que difícilmente pueden construirse sobre un discurso nacional.

En América latina, Brasil es el único caso en que el nacional-populismo asciende impulsado por Trump. Tal vez por eso, su fortuna se antoje más precaria. Hay factores de proximidad y concomitancia que lo explican, aunque también poderosas diferencias. Con las cautelas exigibles, se puede aventurar que Bolsonaro es un zombi político. Pero no está tan claro si el nacional-populismo quedará pronto sumido en la irrelevancia.

En el resto del hemisferio, el nacional-populismo también es anterior al trumpismo, aunque figuras menores o subsidiarias hayan emergido en la segunda mitad de la década. Los empresarios u hombres de negocios devenidos líderes políticos (Argentina, Chile) nunca tuvieron el perfil nacional-populista y en todo caso van desapareciendo de escena.

En el África subsahariana, no ha habido un nacional-populismo digno de tal nombre, salvo excepciones menores, debido a razones autóctonas poderosas. Suráfrica, el país más importante del continente, presenta dinámicas ajenas a ese nacionalpopulismo global. La autocracia sigue siendo la respuesta africana dominante en unas estructuras políticas débiles, clientelistas y paternalistas. Los ensayos democráticos han sido parciales o ficticios, y todos frágiles, como se está viendo precisamente ahora en Etiopía.

ESTADOS UNIDOS: ¿TRUMPISMO CON O SIN TRUMP?

Para cerrar el círculo del análisis, merece que hagamos una consideración sobre el nacional-populismo precisamente en Estados Unidos. ¿Tiene Trump futuro político? ¿Puede haber un trumpismo sin Trump? ¿Quizás otra manifestación del nacional-populismo, de parecida factura o más presentable?

El futuro político de Trump es muy dudoso (6). En apariencia, espacio tiene: setenta millones de votos. Las elecciones, pese a la derrota, permiten especular con el apoyo de una masa social de raza blanca, varones (también mujeres), de clase media o media baja, sin estudios superiores, con inclinaciones racistas y sexistas, xenófobos y hostiles a la intervención del Estado en la economía, a los impuestos y a los servicios sociales (salvo cuando les beneficien a ellos).

Trump podría organizar una corriente dentro del Partido Republicano. O impulsar una convergencia, como ya ocurriera con el tea party, que comenzó como una iniciativa al margen de los partidos, pero terminó colonizando al GOP. O poner en marcha un tercer partido o movimiento, personalista, al estilo Ross Perot en los noventa, pero con sesgo populista, y en todo caso ajeno al Partido Republicano.

En todo caso, lo anterior es puramente especulativo e improbable. Trump no dispone de algo esencial en la política americana: el dinero. Los procesos judiciales se le vienen encima y su imperio empresarial es un castillo de naipes corroído por las deudas y la insolvencia. Está fuera de su alcance desafiar al bipartidismo. Lo más probable es que se dedique a lo que está en su naturaleza: la agitación televisiva.

 

NOTAS

(1) “Does Trump’s defeat signal the start of populism’s decline”. MARK LANDLER y MELISSA EDDY. THE NEW YORK TIMES, 10 de noviembre.

(2) “Will the Coronavirus reshape Democracy and Governance Globally? FRANCES Z. BROWN, SASKIA BRECHENMACHER y THOMAS CAROTHERS. CARNEGIE, 6 de abril.

(3) “Le score de Donald Trump est hors de portée de Marine Le Pen”. Entrevista con JERÔME FOURQUET (IFOP). LE MONDE, 10 de noviembre.

(4) “Why populists understand Eastern Europe”. JAROSLAW KUISZ y KAROLINA WIGURA. FOREIGN POLICY, 13 de mayo.

(5) “Why populists want a multipolar world”. ALEXANDER COOLEY y DANIEL NEXON. FOREIGN POLICY, 25 de abril.

(6) “Trump floats improbable survival scenarios as he ponders his future”. MAGGIE HABERMAN. THE NEW YORK TIMES, 12 de noviembre.

 

BIDEN: LAS ALAS CORTAS DEL SANADOR

11 de noviembre

Joe Biden disfruta de sus primeros días como vencedor de las elecciones, desde su casa-refugio en Wilmington, Delaware. Le llega muy mitigado el ruido del presidente caído, que agita su arma preferida (las mentiras: fraude o robo electoral) y rumia una venganza inútil y egotista. El vencedor se solaza con las celebraciones comprensibles de seguidores o de los neutrales que prefieren una vuelta a la antigua normalidad política. Tiempo habrá de analizar equipo, programas y estrategias del presidente electo. Hagamos hoy vista de pájaro.

UN MENSAJE CONCILIADOR

Reagan se ganó el apelativo de restaurador (de una América destrozada por el Watergate, las humillaciones exteriores y la quiebra de la confianza en sí misma, según el relato oficial). Clinton pretendió continuar con la herencia quebrada de Kennedy, mediante la mística de la renovación generacional, pero su legado quedó empañado por la misma adicción poco juiciosa que JFK tenía por el sexo. Obama fabricó la ensoñación de una transformación un tanto ambigua, apoyado, sin pretenderlo, en su condición racial afroamericana y en una biografía inspiradora. Ninguno de ellos restauró, renovó o transformó América.

Biden quiere erigirse en el “sanador” de la nación. Un designio que suena más modesto que los de sus antecesores citados. Pero resulta más urgente, más necesario, si cabe. En su empeño (en el teatro de la política poco importa si real o figurado), lo ayudan gran parte de la clase política, la élite burocrática y los medios. Era de esperar, si tenemos en cuenta que esos tres grandes actores han sido corresponsables del trumpismo. Los políticos, porque facilitaron su crecimiento, por complicidad u omisión; la tecnocracia administrativa, porque despreció con obscenidad al pueblo que debía servir; y los medios, por su voracidad de lo novedoso, de lo atractivo, de lo escandaloso. Sin reparar en las consecuencias.

En Biden, esa coalición ha encontrado el remedio perfecto, una especie de anti-Trump. No por su radicalismo izquierdoso, sino por todo lo contrario. Por su moderación. Por su previsibilidad. Por su consumado gusto por las frases acogedoras. Por su empeño en no hacer enemigos. Por su aversión al conflicto explícito.

El “sanador” quiere unir de nuevo a América, contar con todos, escuchar a todos, no insultar a nadie, dejar que los que saben lo aconsejen, rescatar a los oráculos de las elegantes residencias donde esperan su regreso y aplanar las trincheras que separan a los dos partidos en el Capitolio. En su mensaje del momento (desde su nominación, de hecho), hay una evocación como de posguerra, escenario que todo político que se precie aprovecha para capitalizar las angustias de la población. Y, sin embargo, ahora es difícil ocultar un cierto aroma de solemnidad forzada, de artificiosidad, de oportunismo.

Que no se entienda mal. El alivio de la derrota de Trump es comprensible y sincero, en (casi) todo el mundo. Una vuelta a los buenos modales no vendrá mal. Decir la verdad de vez en cuando no debe ser censurable. Hacer caso a los científicos en tiempo de pandemia es de puro sentido común. Tratar a los aliados con respeto es de buena educación y bastante útil. Y poner cara agria a dictadores y malos sacramentados es una exigencia de la corrección política.

UNA TRAYECTORIA CONVENCIONAL

La sanación de un cuerpo profundamente enfermo como la sociedad americana no es cuestión de discursos, ni siquiera de buenas intenciones, ni se resuelve “reparando” el tejido. Biden no es un recién llegado, contrariamente a Reagan; ni siquiera puede aportar la frescura de quien no está demasiado maleado (como Clinton u Obama, en su día). Es un insider. Uno de los responsables de algunos de los males que propiciaron la irrupción resistible de Donald Trump. Biden combatió estos cuatro últimos años al advenedizo incendiario, claro está, pero no se le ha escuchado llegar hasta el fondo en el análisis de las razones de la desgracia.

De Biden se destaca estos días su capacidad para llegar a acuerdos across the aisle (los dos lados del pasillo); es decir, de forjar acuerdos entre republicanos y demócratas. Lo que en Europa se ha venido en llamar consenso centrista. Pero en Estados Unidos esa fórmula no vincula a la derecha y la izquierda moderadas, sino a facciones de la derecha y, si acaso, del centro. Por mucho que se haya agudizado la división tribal en los últimos cuarenta años, ambos partidos han gobernado con parámetros similares. La desigualdad social ha aumentado tanto con republicanos como con demócratas al timón.  

Ese consenso interpartidario ha sido parte del problema, en lugar de constituir un factor válido para la solución. El empeño por el pacto ha frustrado a quienes en el partido demócrata defendían siquiera tímidas reformas sociales cuando se alcanzaba la Casa Blanca, para mitigar los retrocesos sufridos durante precedentes administraciones republicanas. Este fenómeno es demasiado reciente para fingir desmemoria: los republicanos no pactan cuando gobiernan y obstruyen todo lo que pueden cuando lo hacen los demócratas. ¿Quién no recuerda las estrategias de confrontación sin complejos de Newt Gingrich? No eran diferentes a las actuales de Mitch McDonnell. Los demócratas fueron más complacientes con Reagan o los Bush, y sólo se echaron al monte con Trump, porque al personaje le importaba un comino los consensos y nunca reclamó esfuerzo o negociación para lograr alguno.

La carrera política de Biden es reconocible por la élite burocrática, el orbe académico que toca o se beneficia del poder y los medios que reproducen e interpretan las sutilezas y recovecos del sistema. El septuagenario presidente puede hacer un buen trabajo para reducir la tensión entre dos de las tres Américas, haciéndolas creer que todos cuentan, que sus votos importan, que comprende y atiende sus agobios y preocupaciones. A la tercera América, marginada, olvidada y hasta ignorada no llegarán las curas del presidente electo. No es profecía, sino proyección razonable de medio siglo de trayectoria política.

UNA SANACIÓN FORMAL

Para acercar a esas dos Américas que “se odian” (como reza el mantra mediático), Biden hará lo que esté en su mano, aunque los republicanos no se lo pondrán fácil, como señala Thomas Carothers, el experto en gobernanza de la Fundación Carnegie (1). El veneno del trumpismo ha deshabilitado/desactivado a la élite del GOP. La jerarquía del Partido Demócrata cerrará filas con Biden, entre otras cosas porque su era se presiente corta (un solo mandato): por edad y por salud. Pero es de temer que lo haga a costa del ala izquierda, que tanto ha hecho para ganar estas elecciones, como señala la editora del semanario progresista THE NATION (2). Sus principales líderes han sido reelegidos en la Cámara de Representantes y los más cercanos a movimientos sociales de protesta, como Black Lives Matters, han salido bien parados. La base demócrata respalda una mayor audacia, de una vez por todas.

Sin embargo, lo más probable es que ese ala izquierda vea pronto confirmados sus temores: la movilización para echar al “monstruo”, si acaso, merecerá un breve reconocimiento, y ya. Una de las cabezas visibles de ese sector renovador, Alexandria Ocasio-Cortez, lo ha expresado muy bien en una entrevista con el NYT:  si el partido vuelve a ignorar la base, incubará la tragedia (3).  Lo hará, no por incompetencia o torpeza, sino porque no está diseñado para otra cosa que asegurar la pervivencia de la “normalidad”. Para un vuelo corto.


NOTAS

(1) “Postelection forecast: more polarization ahead”. THOMAS CAROTHERS. CARNEGIE, 9 de noviembre.

(2) “Progressives are an asset for the Democratic Party. It should treat them that way”. KATRINA VAN DER HEUVEL. THE WASHINGTON POST, 10 de noviembre.

(3) “Alexandria Ocasio-Cortez on Biden’s win, House losses and what’s next for the Left”. THE NEW YORK TIMES, 7 de noviembre.

ESTADOS UNIDOS SE SUME EN LA CONFUSIÓN

4 de noviembre de 2020 

Se han confirmado los augurios de los últimos días en Estados Unidos. Resultado apretado, incógnita sobre el ganador de las elecciones y largo y tenso proceso de recuento de los votos anticipados y de los enviados por correo. Disputas más que probables en las tribunas y en los juzgados.

Todo estaba en el guion de escenarios previsibles, que adelantábamos ayer.

Ante la falta de un ganador claro, Trump se proclama falsamente vencedor, pide que se suspenda el conteo del voto por correo por considerarlo un vivero de trampas y acusa a los demócratas de querer robarle las elecciones.

Biden se muestra más comedido, más convencional. Asegura que se debe contar hasta el último voto, que él se encuentra en el camino de la victoria, pero que ese veredicto no le corresponde emitirlo a los candidatos, sino al pueblo americano. Una declaración de manual de la corrección política, contrariamente a la vulneración sistemática de las normas que exhibe su oponente.

Se discutirá prácticamente por cada voto, sobre todo en los tres estados del Medio Oeste que se han convertido en decisorios ya desde hace tiempo: Pensilvania, Michigan y Wisconsin. Allí triunfo Trump en 2016, cuando hasta entonces había sido territorio propicio de los demócratas. Ahora, el todavía presidente aventaja a Biden considerablemente en el voto emitido ayer, pero queda por contar el voto anticipado y el enviado por correo, que debe ser muy favorable al demócrata. El recuento va a ser largo, pero sobre todo polémico, con cientos o miles de demandas y/o reclamaciones. La bronca de Florida, en 2020, va a ser superada con creces. Se avecinan semanas y/o meses de tensión, si no de enfrentamientos y violencia.

Si la disputa llega al Supremo -y no hay que descartarlo-, Trump habrá conseguido lo que quería: el secuestro de la democracia por un selecto sanedrín judicial escogido por el jefe del Ejecutivo y confirmado por el Senado.

Sea cual sea el resultado final, las elecciones de 2020 han confirmado lo que en Europa no siempre se acepta o se quiere comprender.

- Que Trump puede ser una anomalía formal y la encarnación de una farsa política vergonzante, pero representa la voluntad de un tercio del país.... o de la mitad del país que vota; de hecho ha aumentado sus votos en las zonas rurales, según datos provisionales.  

- Que los más perjudicados por Trump no sienten que haya una alternativa capaz de modificar sus condiciones de vida y rehúsan participar en el teatro electoral.

- Que los demócratas no recuperarán la Casa Blanca hasta que no ofrezcan un contrato a esa América que se encoge de hombros ante la liturgia de la democracia.

- Que las dudas sobre algo tan elemental como contar todos los votos sigue siendo objeto de manipulación y pasto de trampas de todo tipo, lo que inhabilita a Estados Unidos para seguir sermoneando al mundo sobre democracia.

En Estados Unidos, el espectáculo político se parece cada vez más a ese reality televisivo que ha llevado a uno de sus exponente a la más alta representación del país.  

EE. UU.: ESCENARIOS DE UNA NOCHE ELECTORAL ATÍPICA

 3 de noviembre

La noche electoral de Estados Unidos se anuncia larga. E incierta. De cumplirse los pronósticos, Biden saldrá vencedor. Pero necesita acreditar un resultado muy contundente para aplacar a un rival que no está dispuesto a admitir fácilmente su posible derrota. Si el resultado es finalmente apretado o, lo que es más probable, no puede declararse vencedor a falta contar votos que resultan necesarios para cerrar el resultado, puede darse por seguro un periodo de crisis política. Estos son los escenarios hipotéticos y su nivel de probabilidad:

1) CONVENCIONAL.

Gana cualquiera de los dos por una ventaja convincente y el candidato derrotado admite la victoria de su rival. Se concluye el recuento en los estados pendientes del voto por correo, se resuelven discrepancias y el 14 de diciembre el Colegio Electoral vota al Presidente según la voluntad de los electores de cada estado. El 21 de enero, o bien Trump inicia su segundo mandato, o Biden se convierte en el 46ª presidente de los Estados Unidos.

Poco probable.


2) INDECISO.

Cada candidato obtiene la victoria en sus feudos más seguros, pero restan por contar los votos en los estados más competidos, los que determinan el resultado final. Todo el proceso electoral se retrasa. El riesgo de conflicto por los resultados parciales se agranda. Los dos partidos presentan un gran número de reclamaciones, no sólo en las presidenciales, sino también en las legislativas. La gestión del voto por correo es el principal terreno de disputa.

Bastante probable.


3) INESTABLE.

Gana Biden por una ventaja corta. Trump asegura que ha habido fraude y ordena a cientos o miles de abogados que revisen conteos o incluso que presenten demandas ante los tribunales. El propio Trump lleva semanas insinuando un escenario similar a éste, con sus diferentes variantes.

Bastante probable.

                

4) POLÉMICO.

Trump aventaja a Biden en el recuento provisional, a falta de muchos estados por decidir, pero proclama su victoria de forma precipitada. Biden no lo acepta. Es el llamado “espejismo rojo”. Los líderes republicanos tendrían que pronunciarse: o respaldar al Presidente o intentar convencerle de que debe esperar a que concluya el proceso electoral.

Ligeramente probable

                

5) CONFLICTIVO

Los dos candidatos empatan a 269 delegados en el Colegio Electoral. Se entabla una pugna política para resolver el bloqueo. El Congreso debe decidir, pero su veredicto depende del partido que controle la delegación de cada Estado en la Cámara de Representantes y de la nueva composición de Senado tras las votaciones de hoy.  

Muy poco probable.    


6) CRÍTICO.

Las desavenencias sobre el conteo y la gestión de los votos por correo impiden que el Colegio Electoral no puede elegir al Presidente en el plazo prescrito. La decisión pasa a los Estados. Pero los gobernadores y los legislativos de cada Estado no necesariamente optan por el mismo candidato, sino en función de sus adscripciones políticas. La crisis institucional consecuente sería de gran envergadura.

Poco probable.

                

7) TUMULTUOSO

Partidarios y contrarios a Trump escenifican en las calles la crisis institucional y la convierten en crisis social. Riesgo de enfrentamiento en las calles. El Congreso llama a la calma, pero la Casa Blanca incita a sus partidarios más extremistas. Incógnita sobre la conducta de las fuerzas de seguridad. 

Muy poco probable, pero temible.