25 de noviembre de 2020
Francia vive de nuevo bajo la presión del miedo al yihadismo y la tentación de reacciones excesivas, que sólo pueden agravar el problema y alentar violencias ulteriores.
La
conmoción sacudió a buena parte del país a mediados de octubre, cuando Samuel
Paty, un profesor de secundaria de 47 años fue decapitado en plena calle por un
hombre de 18 años, de origen checheno, en la localidad de
Conflans-Sainte-Honorine (departamento de Yvelines, cercano a París). El enseñante
había tratado en clase con sus alumnos las caricaturas de Mahoma (1). El juicio
por los asesinatos de los dibujantes y periodistas de la revista Charlie Hebdo
se está celebrando en París. Un par de semanas después, tres personas fueron
degolladas en la basílica de Niza por un presunto simpatizante islamista.
Estos
atentados devolvieron a los franceses a los sombríos días de 2015 y 2016,
cuando militantes o simpatizantes del Daesh sembraron el terror entre
los ciudadanos con atentados múltiples e indiscriminados. La derrota del Califato
en Irak y Siria, prácticamente total, salvo pequeñas bolsas de resistencia, podía
hacer pensar en un periodo de cierta calma. Pero, como ya advertíamos entonces,
otros terrores vendrían. Cualquier musulmán radicalizado o con un perfil
problemático o violento puede convertirse, en un momento dado, en un soldado
de Alá o del profeta. Es una cuestión de fanatismo, que no es privativo del
Islam, por supuesto, ni de cualquier religión o credo político o ideológico.
El
profesor Paty, que fue objeto de homenajes y reconocimientos por su coraje
intelectual al evocar con sus alumnos una realidad peligrosa y oscura, ha sido
convertido en un símbolo de la libertad de pensamiento y expresión. Previamente,
el propio Macron había puesto en marcha una campaña en defensa de los valores republicanos
de la laicidad y la tolerancia y se mostraba muy combativo contra lo que denomina
“separatismo islamista”. La Asamblea Nacional está debatiendo un proyecto de
ley de seguridad global elaborado antes de estos últimos actos de odio religioso.
Después
de los últimos atentados, el Presidente ha instruido a sus ministros para que
adopten las medidas urgentes oportunas contra los considerados viveros o focos
de complicidad con los asesinos o simpatizantes. Algunas organizaciones cívicas,
como el Colectivo contra la Islamofobia en Francia (CCIF) y otras consideradas “enemigas
de la República” han sido o van a a ser disueltas, por entender que son
negligentes.
Desde
la izquierda se ha criticado duramente a Macron y al ministro del interior,
Gérald Darmanine, a quien se le considera un halcón en la persecución de grupos
sospechosos de connivencia o simpatía con el radicalismo islamista. Los sectores
críticos con el gobierno consideran que Macron y sus colaboradores están creando
un innecesario ambiente de pánico y aprovechando el clima anti musulmán de un numeroso
sector de la población francesa, para robarle apoyo al Frente Nacional (ahora Reagrupación
nacional). Una treintena de intelectuales y personalidades públicas, entre los
que figura el prestigioso islamista Oliver Roy, han firmado una carta de
protesta por las políticas gubernamentales. “No le hemos elegido para esto, señor
Presidente”, afirman.
De nuevo se presenta el círculo vicioso del terrorismo islamista (o simplemente alentado por el fanatismo religioso, como parece ser este caso). Un acto violento provoca una reacción política que amplifica más que aplaca las consecuencias del conflicto.
LA PUGNA CON ERDOGAN
Macron
recibió la invectiva del presidente turco, con quien mantiene una relación de
hostilidad pública y un cruce de cumplidos
inusitados en dos jefes de Estado que, además, son formalmente aliados. En un
acto público celebrado una semana después del atentado, Erdogan dijo que el
presidente francés “parece tener un problema con el Islam” y le recomendó
someterse a “exámenes médicos”. En términos muy parecidos se había expresado el
año pasado, tras la actuación de Turquía en la zona del norte de Siria
controlada por las fuerzas kurdas, que fueron expulsadas militarmente por mercenarios
apoyados por el ejército turco para establecer una zona tampón o de seguridad.
Como
ya ocurriera entonces, el embajador francés en Ankara fue llamado a consultas,
una actuación que suele preceder a la presentación de una protesta diplomática
formal. El Eliseo emitió una nota lamentando “la ausencia de cualquier expresión
oficial de condena o de solidaridad de
las autoridades turcas después del atentado de Conflans-Sainte-Honorine”.
La
publicación oficialista turca Sabah acusó al gobierno francés de “lanzar
una vasta campaña de caza de brujas contra la comunidad musulmana”. Medios de
la oposición estiman que Erdogan agita la hostilidad con Francia para ganar
popularidad, muy erosionada en los últimos meses por la crisis económica (su
yerno ha sido sustituido como superministro por ineficacia) y la pandemia (2).
Macron recibió reproches de otros dirigentes árabes, aunque más discretos o sutiles. Incluso sus aliados europeos se han abstenido de cargar mucho las tintas, sabedores de que transitan por territorio muy sensible. Las comunidades de musulmanes en Europa resultaron muy perjudicadas por el ambiente de miedo y sospecha con motivo del ciclo terrorista islamista de los últimos años y los gobiernos tratan de evitar provocaciones.
UNA AFICIÓN INCÓMODA
El
líder galo no suele morderse la lengua. Recuérdense sus comentarios ácidos
sobre Tsipras durante la crisis griega, que Hollande le afeó. Con Trump pasó de
los happenings a las pullas. El año pasado provocó un gran revuelo cuando
dijo que la OTAN se encontraba en “estado de muerte cerebral”. Hace poco
protagonizó un encontronazo con la ministra alemana de defensa, al insinuar que
no estaba en la misma longitud de onda que la Canciller sobre una defensa
europea más autónoma de Estados Unidos. Merkel corrigió al presidente francés,
con quien se entiende regular. Paradójicamente, Annegret Kamp-Karrenbauer es
una partidaria decidida de que Europa asuma un mayor compromiso de seguridad, a
la vista del cambio de prioridades estratégicas en Washington, más allá de las derivas
del presidente saliente (3).
Macron
suele mostrarse también polemista con los políticos, líderes sindicales y
portavoces de sectores sociales franceses, como se puso de manifiesto con motivo
de la crisis de los gilets jaunes o durante el conflicto de la reforma
del sistema de pensiones. La franqueza de Macron gusta a ciertos
segmentos de la sociedad francesa, pero a veces da la sensación de el joven
presidente se deja llevar por cierta arrogancia o exhibicionismo. La gestión de
la pandemia ha sido mejorable, como en otros sitios de Europa y del mundo. Esta
misma semana se ha anunciado una desescalada del confinamiento limitado tras la
segunda ola del virus. Macron afronta elecciones en 2022 (antes que Erdogan,
por cierto). No le sobra tiempo para poner en marcha la economía y dejar atrás
este tiempo sombrío. De no conseguirlo, puede correr la suerte de sus dos
antecesores (Sarkozy y Hollande). Ninguno de los dos fue reelegido.
NOTAS
(1) “L’effroie des habitants de Conflans-Saint-Honorine,
après le meurtre d’un enseignant, décapité ‘par un monstre’”. LOUISE COUVELAIRE. LE MONDE, 17 de octubre.
(2) ”Pourquoi le président turc,
Recep Tayyip Erdogan, ataque violemment Emmanuel Macron”. LE MONDE, 26 de
octubre.
(3) “As Trump exists, rifts in Europa widens again”.
STEVE ERLANGER. THE NEW YORK TIMES, 25 de noviembre.
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