EGIPTO: EL TRIUNFO POPULAR Y EL PAPEL DEL EJÉRCITO

31 DE ENERO DE 2011
Pase lo que pase, la revolución democrática y popular ha triunfado en Egipto. En el peor de los casos, Mubarak puede mantenerse formalmente en el poder, pero no podrá seguir gobernando como hasta ahora.
UNA ESTRATEGIA PARA LA REVUELTA
Como ocurrió en Túnez, la clave de los acontecimientos inmediatos no reside en la capacidad amedrentadora del régimen, ni en el manejo institucional de la crisis para aplazar el derrumbamiento, ni siquiera en las presiones (llamadas orientaciones) que se reciban desde Washington. La clave va a consistir en la voluntad cívica de mantener las protestas, en la inteligencia con las que se conduzcan, sin violencias gratuitas ni revanchas infructuosas, en la capacidad de encontrar un portavoz autorizado. De momento, todo marcha razonablemente bien, incluso la última de las premisas señaladas. El laureado ElBaradei, por alejado que parezca de las necesidades populares, tiene la ventaja de atesorar importante prestigio internacional. Su mensaje del domingo en Plaza Tahrir parece oportuno: 'ahora no podemos retroceder'.
LAS MANIOBRAS DE MUBARAK
Decíamos en el comentario del jueves que Mubarak debía tener un plan B. Algunos elementos de ese plan lo hemos visto este fin de semana larguísimo. Cambio cosmético de gobierno, modificación de sus planes (deseos) en el asunto sucesorio, compromiso con la Casa Blanca y el Pentágono para unir su suerte al futuro de la estabilidad regional. Suena realista e inteligente. El problema es que los acontecimientos le han atropellado.
La medida más visible ha sido designar a un vicepresidente, después de casi treinta años de mandato. Nunca quiso hacerlo. La explicación habría que buscarla, al principio, en las incógnitas que rodearon su acceso al poder, por el trauma tremendo que significó el asesinato cinematográfico de Sadat. Luego, el país se acostumbró a la situación y la aparente irrelevancia del asunto hizo que el puesto siguiera vacante. Y, en los últimos diez años, nunca planteó abiertamente su designio sucesorio en la persona de su hijo, para no arriesgarse al rechazo abierto de los militares, pero congeló definitivamente el asunto de la vicepresidencia.
Ahora, el elegido ha sido el único posible, Omar Suleiman, un hombre tan cercano a Mubarak que algunos analistas lo consideran un alter ego. Durante años ha sido el jefe de los servicios de inteligencia, y se mantuvo en el cargo incluso después de que la edad le hubiera obligado a retirarse, mediante un decreto presidencial especial. Es el dirigente egipcio en el que probablemente más confían los norteamericanos, incluido el propio Mubarak. A la plena concordancia en los asuntos políticos se añaden numerosos vínculos personales. Incluido uno que resulta casi indestructible. Suleimán le ha salvado la vida a Mubarak en más de una ocasión, la más conocida en Etiopía, cuando olió el peligro y consiguió sacarlo en un blindado de una amenaza inminente. Su nombramiento como número dos oficial, acordado o no con su aliado mayor y protector imprescindible, ha provocado alivio en Washington.
El otro elemento del plan es involucrar al Ejército en el control directo de la crisis. La forma en que lo ha hecho Mubarak merece una reflexión. Después de los violentos acontecimientos del viernes, y ante la sorpresa general, decretó la retirada de las fuerzas policiales de las calles. Algunos vieron en esta extraña decisión una maniobra de Mubarak. Por unas horas, el pillaje se extendió y cundió la impresión de un vacío de poder. En numerosos barrios, los vecinos tuvieron que autodefenderse de bandas descontroladas. Quizás era eso lo que Mubarak pretendía. Puesto que la policía había resultado desbordada y Estados Unidos le había advertido contra un baño de sangre, sólo parecía quedarle por jugar la carta del Ejército.
EL PAPEL DEL EJÉRCITO
Los militares siempre han evitado implicarse en el trabajo sucio de contener la ira popular en protestas anteriores. Era de esperar que, ante el peligro de caos, se sintieran obligados a asumir la responsabilidad de garantizar el orden. Pero actuando con prudencia y moderación máxima. Eso lo sabía Mubarak, y le convenía. En primer lugar, porque de esta forma agradaba a sus protectores norteamericanos y se garantizaba un plus de su confianza. Y, en segundo lugar, porque necesita tiempo para comprobar la capacidad de resistencia de una población exasperada. De hecho, continúa limitando los recursos de comunicación (Internet, telefonía móvil, etc.) de los que protestan, para minar su moral.
Por tanto, el plan B se encuentra en plena fase de ejecución. Se asegura una extensión, aunque sea tímida y temporal, del crédito norteamericano y se asegura la cooperación militar. Ahora bien, el problema de esta estrategia es que tiene un recorrido muy corto. No pocos analistas consideran que el régimen está acabado, entre ellos el anterior embajador israelí.
Si tal percepción se confirmara, los militares se convertirían en la clave de la nueva situación, sea cual sea el desenlace. Ya como garantes durante una etapa de transición, ya como tutores de una opción más abierta o democrática. Mientras se desplegaba la revolución en las calles de El Cairo y de otro puñado de grandes ciudades, una delegación del ejército egipcio encabezada por su propio jefe se hallaba en el Pentágono, en viaje de trabajo. La gravedad de los acontecimientos aconsejó su regreso prematuro. Aunque el Almirante Mullen, jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos aseguró que no trataron 'formalmente' con sus colegas las opciones para encarar la crisis, en cambio admitió que lo habían celebrado conversaciones 'en los pasillos'.
LA PERPLEJIDAD OCCIDENTAL
Mientras el sentimiento de contagio es cada vez más intenso en otros países de la zona, con mayor o menor presencia pública, las cancillerías occidentales se mueven entre la perplejidad y la incomodidad de verse de nuevo impelidos a reaccionar frente a hechos consumados. Los líderes de las principales potencias pueden contribuir a estabilizar la situación y ayudar a controlar el proceso, pero no determinarlo por completo. La letra grande de las declaraciones de Obama y del resto de líderes resalta el compromiso con la libertad, las aspiraciones democráticas y los deseos de una vida mejor de la población egipcia. La letra pequeña es más cicatera: ni exige elecciones limpias, ni cambios institucionales profundos, ni retira por completo el apoyo a los que ahora garantizan la barrera de contención en esa convulsa zona del mundo. Compárese la reacción que ejercieron tras las polémicas elecciones iraníes y la que han mantenido durante la presente revolución árabe y resultará muy fácil apreciar las diferencias.

EGIPTO: EL IRRESTIBLE AROMA DEL JAZMÍN

27 de enero de 2011

No será fácil que la revolución tunecina prenda en otros países del mundo árabe. Ni será suficiente el entusiasmo juvenil propagado por las redes sociales. Ni bastará el coraje de una ciudadanía exasperada. Ni sería prudente menospreciar la capacidad represiva de los autócratas. Ni debe darse por supuesto el apoyo occidental, que nunca se producirá antes, sino después de un eventual triunfo revolucionario. Pero lo que está ocurriendo estos días en Egipto y flota ya en el ambiente en otros países de la región no tiene precedentes.
A casi todo el mundo le ha sorprendido la rapidez con la que ha prendido el espíritu tunecino en las calles egipcias. En un primer momento, las autoridades creían estar en disposición de sofocar las protestas, debido a la estrategia preventiva en que han sido formados los aparatos represivos del país. Tan seguros estaban que en el Ministerio del Interior consideraron conveniente dejar que las manifestaciones se produjeran, no por respeto democrático, sino porque consideraban que se agotarían en sí mismas, en cuanto se aumentara la presión represiva. La impresión es que los cálculos han fallado. Las protestas callejeras impulsadas por el Movimiento 6 de abril, una iniciativa cívica pluralista impulsada desde Internet, continúan y se extienden por varias ciudades importantes del país. Los detenidos son ya centenares, quizás millares. Se han registrado las primeras víctimas mortales.
EGIPTO NO ES TÚNEZ, ¿Y QUÉ?
En Egipto, la protesta tiene puntos de concordancia con lo acontecido en Túnez: rechazo de la corrupción, del autoritarismo, de la represión, del deterioro permanente de la calidad de vida, de la arrogancia burocrática, de las mil formas de represión. Pero son muy apreciables también las diferencias. A saber:
- Egipto es la gran potencia demográfica, cultural y política de la zona, por muy deteriorado que se encuentre su liderazgo en el mundo árabe.
- Egipto no es un régimen autoritario exclusivamente personalista, aunque uno de los motivos de la irritación popular sea la amenaza de una sucesión dinástica.
- El Ejército es el verdadero garante de la continuidad del régimen, por no decir que el Ejército es, realmente, la esencia institucional del régimen.
- Los partidos de la oposición mantienen cierta independencia del poder, aunque son débiles, están sometidos a presión y su presencia electoral es más el resultante del capricho del aparato gobernante que de la voluntad ciudadana.
- La principal fuerza opositora organizada (e implantada socialmente) son los Hermanos Musulmanes -islamistas moderados, por no decir abiertamente conservadores- , probablemente la formación política autóctona árabe más antigua.
- La estabilidad de Egipto es clave para la estrategia norteamericana en un momento de sempiterno atasco de las negociaciones de paz, una situación volátil en Palestina, un conflicto más complicado cada día en Irán, una transición aún incierta en Irak y la gangrena afgana (más alejada geográficamente) lejos de ser atajada.
Por estas y otras razones, decíamos en un comentario anterior que sería ilusorio equiparar a Egipto con Túnez. La observación sigue siendo válida. Que Túnez haya caído puede digerirse. En cambio, un proceso similar en Egipto provocaría una oleada de pánico desde el Atlántico hasta el Índico. Pero que un cambio político forzado desde la calle en Egipto constituya un terremoto, mientras lo de Túnez pudiéramos asemejarlo a un temblor, no quiere decir que sea imposible. Los sismógrafos del departamento de Estado se encuentran en estado de alerta. De hecho, nadie se atreve ya a pronosticar el rumbo de los acontecimientos.
ESPECULACIONES SOBRE UN PLAN B
Después de lo ocurrido en Túnez, es impensable que el régimen no disponga de un plan B, y que tal alternativa de emergencia no haya sido consultada en Washington y en otras cancillerías mundiales. A ello se refiere Marc Lynch en FOREIGN POLICY. De momento, el partido oficial señala a los Hermanos Musulmanes como instigadores. Pero es obvio que nadie se lo cree. Aunque la treta puede justificar una postrera oleada represiva de los islamistas.
En los papeles de Wikileaks, rescatados esta semana por LE MONDE, se deslizaban ciertos comentarios del embajador norteamericano de Bush en El Cairo poco clementes con Hosni Mubarak. Pero lo más interesante era el supuesto rechazo del Ejército a la solución dinástica. Los militares llevan sesenta años gobernando el país, desde que la revolución de los coroneles derribara al Rey Faruk en 1952. Los 'rais' egipcios han salido de los cuarteles (Nasser, Sadat, Mubarak). Lo más probable es que no hayan renunciado a que las cosas cambien. Que Mubarak colocara ya hace diez años a su hijo Gámal, banquero, filántropo, 'modernizador' y pro-occidental en la línea sucesoria fue recibido con cautela, sin un rechazo expreso, a sabiendas de que el patriarca no desafiaría directamente a las Fuerzas Armadas. Mubarak ha sido un gobernante autócrata, pero no personalista. En un hombre que se salvó por los pelos del atentado de un islamista que acabó con la vida de Sadat, en 1981, durante el desfile conmemorativo de la efímera victoria del Yom Kippur, la cautela ha sido norma básica de su conducta política. Siempre ha tenido muy claro la base de su poder. Consciente de su dependencia, intentó que los norteamericanos avalaran la operación dinástica como un ejercicio de modernización.
Hace unos años, durante un viaje profesional a Egipto, comprobé cómo Gámal Mubarak trataba de convertirse en el líder de una juventud educada, occidentalizada, de clase media alta, a la que instruía en sus fundaciones y centros de promoción profesional, que eran lubricados con los beneficios de negocios bancarios, suyos y de sus asociados. El 'delfín' fue ocupando puestos secundarios, que no discretos, en el aparato del partido oficial (PND), con vistas a su lanzamiento definitivo en el momento oportuno. Pero Mubarak, quizás alertado por el malestar cuartelero, nunca se atrevió a dar el paso, hasta no contar con los apoyos convenientes. Dicen los mentideros cairotas que el plan ya estaba maduro. Que Mubarak se presentaría de nuevo en 2012, pero que a los dos años de mandato se retiraría por razones de salud y que Gamal asumirá el 'trono' de Heliópolis. Los norteamericanos aceptarían esta solución, siempre y cuando el heredero adoptara decisiones formales un poco más atrevidas que su colega sirio, Bashir el Assad, cuyas credenciales reformistas han resultado bastante decepcionantes.

OCCIDENTE, EN GUARDIA
El presidente Obama hizo una referencia oportunista a Túnez en el discurso del Estado de la Unión, refiriéndose al prófugo Ben Alí (y, desde ayer, delincuente en busca y captura por la Interpol, por evasión de divisas) como 'dictador'. A buenas horas...
Algunos analistas interpretan que las palabras de Obama en defensa de "las aspiraciones democráticas de los pueblos" suponen una advertencia a Egipto. Es dudoso. La Casa Blanca ha tenido interés en filtrar que Obama ha hablado hace un par de días con Mubarak, nos cuenta THE NEW YORK TIMES. Naturalmente, tardaremos en saber el contenido sustancial de ese diálogo urgido por los acontecimientos. Pero no es descartable que uno de los asuntos fuera precisamente ese plan B, por si las protestas se salen de los cauces controlables. Los propagandistas del Presidente aseguran que en su discurso de junio de 2009, precisamente en El Cairo, se encuentran los fundamentos de la 'doctrina Obama' para la región: democracia, libertad, pero sobre todo respeto y rechazo de intervención militar para imponer soluciones externas. Cada cual lo interpretó a su gusto, como suele ocurrir con estas piezas doctrinales.
En Israel deben estar barajando todas las opciones posibles. Aunque la estabilidad les preocupa, no hay que descartar que el derrumbamiento controlado de las autocracias árabes, siempre y cuando den paso a regímenes abiertos y sometidos a cierta tutela occidental, puede resultar un desenlace más que deseable. Por muy imprecisa y arriesgada que resulte la situación, si las autoridades surgidas de estos procesos de cambio contaran con el apoyo occidental oportuno (fundamentalmente económico, mediante gigantescos planes Marshall) y se consolidaran, el riesgo islamista se alejaría. Pero no están los hornos fiscales para esos bollos, y esa es la principal debilidad de las soluciones alternativas imaginativas.
De momento, todo esto son especulaciones. Variantes más o menos realistas de ese plan B. En los próximos días comprobaremos si el plan A consiste en resistir a toda costa, que se pase la fiebre. Que se evapore el aroma del jazmín.

LOS ESCENARIOS DE LA REVOLUCIÓN TUNECINA

20 de Enero de 2011

La revolución tunecina continua en pleno desenvolvimiento y no está claro aún hacía que escenario evolucionará en las próximas semanas o meses. Como suele ocurrir en estos casos, todos los actores principales evalúan sus posibilidades, se procuran sus apoyos internos y externos, barajan alternativas sobre la marcha y se van adaptando de forma flexible a una situación fluida y cambiante.
LA REVOLUCION SECUESTRADA
Éste es el escenario más probable. De hecho, ésa parece ser la situación actual. Los principales colaboradores del ex-presidente Ben Alí se habrían hecho con las riendas institucionales, con el pretexto -no necesariamente exento de fundamento- de evitar que el país se hunda en el desorden público, el deterioro productivo, la frustración social y, como resultado de todo ello, el caos.
El mantenimiento en el nuevo gobierno provisional del propio primer ministro del régimen derrocado, Mohamed Ghanuchi, y de sus cuatro principales ministros (Economía, Defensa, Exteriores e Interior) resulta decepcionante para el movimiento ciudadano que precipitó la caída de la 'mafia-familia' Ben Ali-Trabelsi. Es comprensible. Cuando el jefe de Estado interino, Fuad Mebaza, -otro alto cargo del régimen depuesto, el presidente del Parlamento- anunció la composición del Ejecutivo de transición encargado de conducir el proceso político, una nueva oleada de protestas sacudió las calles tunecinas. Era de esperar.
Los partidos de la oposición consentida y la Central Sindical UGTT, que habían prestado sus efectivos para este gabinete provisional, comenzaron a volverse atrás, para no quedar expuestos a la reacción popular, y algunos se han retirado del Ejecutivo. Es difícil determinar si se ha tratado de un ejercicio más de oportunismo o pragmatismo, como el que han mantenido durante décadas, cuando se prestaron a servir de coartada institucional a la dictadura de Ben Alí, o si han decidido someterse a un auténtico proceso de renovación, bañándose en el Jordán revolucionario.
Los segundones de la era Ben Alí argumentan que cierta continuidad nominal resulta oportuna y hasta necesaria, porque el movimiento revolucionario carece de líderes capaces de conducir un proceso tan arriesgado como el que está viviendo Túnez, debido precisamente a la represión, a la persecución de dirigentes opositores, al miedo. Como prueba de sus buenas intenciones, han vaciado las cárceles, han roto sus carnés del partido oficialista (RCD) y han desconocido la Constitución vigente a la hora de convocar elecciones, para dar tiempo a todas las fuerzas opositoras, no sólo a las toleradas hasta ahora, a organizarse.
Estos días algunos de estos dirigentes de la época pasada andan dorando blasones de resistencia interna y boicoteos silenciosos al presidente depuesto. Tampoco este fenómeno es exclusivo de la revolución tunecina. Ni el planteamiento de estos "demócratas de toda la vida" es necesariamente descabellado o puramente oportunista. Pero tampoco es inocente. No hay que descartar que las élites beneficiarias del sistema clientelar anterior, aunque fuera de forma subsidiaria, pretendan conservar ahora parte de sus privilegios, modificando su discurso y poniéndose al frente de la marea democrática. Es la impresión dominante y, de confirmarse, estaríamos, efectivamente, ante el secuestro de la Revolución.
LA REVOLUCIÓN CONFIRMADA
Si las propias fuerzas sociales que, con su coraje cívico, precipitaron la caída de Ben Alí son capaces de articular un liderazgo plural, integrador, paciente, inteligente y vacunado de personalismos y vanidades, no es descartable que la "intifada tunecina" -como le ha llamado Al Jazeera- consiga sus objetivos más nobles. O, para decirlo más claramente, que se desactiven las posibles conspiraciones para vaciar de contenido real el movimiento revolucionario. Algunos exiliados, como Moncef Marzouki, ya han regresado al país, y otros, como el líder islamista moderado Rachid Ghanuchi, lo harán en breve, aunque éste reserve sus opciones para momentos más calmados. Las dudas sobre la viabilidad de este escenario no son pequeñas, debido a la ausencia de una cantera de líderes, la nula penetración de los partidos proscritos, la confusión propia del momento, la impaciencia de algunos sectores que exigirán mejoras inmediatas o el oportunismo de actores genuinamente nuevos pero no por ello mejores que los derrocados.
LA REVOLUCION UNIFORMADA
En el caso de que la presión democrática desbarate esta especie de transición ordenada y controlada que los herederos del régimen derribado están urdiendo, pero no genere líderes capaces y procesos coherentes y realizables, la amenaza de desorden es desgraciadamente real. En ese caso, los militares gozan de una ventaja indudable para convertirse en árbitros de la situación. No sólo por su relativa neutralidad política o por su historial de permanencia en los cuarteles sin ceder a tentaciones intervencionistas. En esta hora, resulta más decisivo que haya facilitado el éxito revolucionario negándose a colaborar en el último y desesperado intento represivo de Ben Alí. Que su principal jefe, el general Rachid Ammar, diera la puntilla al ex-presidente y certificara su defunción política con la ya famosa sentencia de 'estás acabado', es hoy en día un activo político. Circulan análisis contradictorios sobre las ambiciones del general Ammar, sin que nadie se atreva a acreditar sus verdaderas intenciones, como apunta el corresponsal del NEW YORK TIMES.
LA ANTORCHA TUNECINA
Mientras se resuelven estos dilemas -ya clásicos en cualquier proceso político revolucionario-, en los países vecinos se hacen intensos intentos para asimilar y neutralizar los efectos del ejemplo tunecino, ya sean los magrebíes (o norteafricanos, en general) o los europeos del otro lado del mediterráneo. De momento, en Egipto, Argelia y Mauritania ya se han registrado émulos de Bouazizi, el jóven licenciado en paro que con su sacrificio precipitó la protesta.
Cientos de analistas, editorialistas e intelectuales en el mundo árabe han querido ver en la "intifada tunecina" (Al Jazeera) el "turning point" (cambio de tendencia) que impulsará a los pueblos árabes a volverse contra sus dirigentes (Rami Juri, director del Instituto Issam Fares de la Universidad Americana de Beirut). Pero, sin restar trascendencia a lo ocurrido en Túnez, no está claro que "la antorcha tunecina iluminará todo el mundo árabe", como proclamaba entusiasta el diario libanés AS SAFIR.
Egipto está blindado, y no precisamente por Europa, cuyas 'garantías' sólo han estado a la altura de su indignidad precedente, sino por Estados Unidos. Es verdad que una explosión de cólera puede poner en apuros a la dictadura institucionalizada y militarizada de Mubarak, pero el sistema de alarmas se antoja más eficaz que en Túnez. Aunque sólo sea porque el régimen está más prevenido. Con la misma naturalidad con la que se ha laminado a la oposición islamista moderada o conservadora de los Hermanos Musulmanes o se reprimen focos de descontento social, se puede abortar un amago revolucionario. A Egipto le 'protege' su frontera con Israel. Aunque las arcas de Washington no están boyantes, es difícil creer que, en caso de alarma seria, los norteamericanos, alentados por los israelíes, no acudirían al rescate para reforzar subsidios, menudear limosna social o aplicar parches urgentes.
Algo parecido, aunque con componentes geoestratégicos un poco diferentes, le ocurre a Marruecos. La habilidad de la monarquía alauí para presentarse como garante regional frente al peligro islamista le proporciona cierta protección externa. Pero quizás el factor más tranquilizador para la Corona es que, pese a que el no ya tan joven rey ha defraudado a los optimistas que esperaban una renovación más amplia y sincera del sistema, lo cierto es que el descrédito en la cúspide del poder no ha alcanzado aún el nivel de pudrimiento tunecino.
El caso argelino es más peliagudo. Los disturbios callejeros de las últimas semanas podrían indicar que el malestar social va en aumento. Pero, como en Egipto, los aparatos represivos -materiales y de inteligencia- están permanentemente en sobre aviso, después de los violentos sucesos de 1988 y de la pesadilla terrorista-represiva que siguió al fraude electoral de los primeros noventa. En el semanario norteamericano THE NATION, Karima Bennoune apunta también la posibilidad de que las últimas protestas no hayan sido tan espontáneas, sino que hayan respondido a intereses corporativos privados que controlan los mercados del azúcar y otros productos sometidos a regulación gubernamental.
De Libia no llegan noticias fiables, aunque la inquietud no disimulada de Gadaffi indicaría que nadie está a salvo. Y, finalmente, Mauritania parece el eslabón más débil, aunque este frágil país sufre una inestabilidad endémica y los procesos revolucionarios, de ocurrir, se confundirían, seguramente, con cuartelazos habituales.
Qué decir de los paises occidentales, cuya indignidad ha sido puesta en evidencia en la caída de la 'dictadura turística' de 'Zinochet' Ben Alí (doble caricatura del diario argelino EL WATAN). En un editorial concluyente, THE GUARDIAN resume bien lo ocurrido:
"Estados Unidos y Europa han respaldado regímenes árabes herméticos y fallidos, por considerarlos barreras frente al radicalismo islámico. Se trata de una estrategia terriblemente desorientada, precisamente porque ayuda a conforma la narrativa yijadista de un Occidente hostil a los intereses de los pueblos musulmanes".
¿Quién se atreve a cuestionar que, como propone en LE MONDE Michel Camau (autor del libro "Síndrome autoritario. Política en Túnez, desde Burguiba a Ben Alí") urge reconsiderar esa estrategia?

CONSIDERACIONES URGENTES SOBRE LA REVOLUCION TUNECINA

17 de enero de 2011

Decíamos en el comentario del jueves, actualizado el viernes, que el comportamiento de la ciudadanía era el principal factor para determinar los acontecimientos inmediatos en Túnez.
Pues bien, el pueblo tunecino, durante tantos años reprimido y privado de su capacidad de decisión, se ha erigido en el primer actor de la crisis del régimen. Con la urgencia a la que obliga la precipitación de los acontecimientos y lo incierto de su resultado en esta fase que vivimos, parece claro que sin la presión popular Ben Alí seguiría 'reinando' a su antojo en Túnez. Ésta es la primera consideración. Por primera vez en la historia de los países magrebíes, el factor más determinante de un proceso político es la ciudadanía, no las castas oligárquicas, los aparatos burocráticos o las élites intelectuales.
El segundo factor mencionado en el artículo, nos preguntábamos por la improbable capacidad de la oposición para encauzar la revuelta. Las dudas persisten. De momento, como ocurriera en la Rumania de Ceaucescu durante los últimos días de 1989, el pulso se libra entre diversas instancias del régimen, unas irredentas (la pretoriana Guardia Presidencial), otras adaptadas a la nueva situación (el grueso del Ejército). La inmadurez de las fuerzas políticas tunecinas aconseja prudencia. Ni siquiera los islamitas, elemento político referencial en otros países vecinos, están en condiciones de liderar intelectual o tácticamente la revolución.
La presión internacional era el tercer factor que se mencionaba en el análisis de primera hora. El comportamiento de las grandes potencias europeas en la crisis ha adolecido del mismo oportunismo con el que han actuado durante décadas. Sólo ya parecía claro que el dictador se había convertido no sólo en inservible, sino, por el contrario, en un estorbo, en un incómodo sirviente en demanda de pensiones, las cancillerías europeas le volvieron la espalda y abandonaron a su suerte. En todos los aspectos. No es la primera vez que ocurre, y hay muchos ejemplos históricos al alcance de la memoria.
La gran cuestión ahora es cómo se diseña la transición, cómo se ordena, cómo se la apoya. Hasta ahora, los llamados a ser protagonistas han demostrado una prudencia y una sensatez alentadoras. Las revoluciones suelen malograrse. Pero no contribuyamos a ello con un pesimismo prematuro y estéril.
El otro debate del momento es el llamado efecto contagio: la esperanza para unos, el riesgo para otros, de que el estallido democrático de Túnez se extienda a los otros países de la zona, corroídos por repúblicas hereditarias o por monarquías cuasi absolutistas, por aparatos ineficaces y corruptos, por autoritarismos despiadados, por cínicas manipulaciones de amenazas fantasmas. Habrá tiempo en los próximos días de analizar este apasionante asunto de ciudadanía. Y de vecindad, en nuestro caso, no lo olvidemos. De momento, un apunte previo. Sólo mirando el mapa, sin atender otras consideraciones tanto o más importantes, es obvio que Túnez no es Marruecos, que Túnez no es Egipto. La revolución tunecina tiene un potencial enorme de cambio. Pero no se expresará de forma inmediata, ni, en el caso de que se produzcan réplicas, serán tan fluidas ni tan pacíficas.

TÚNEZ: EL AGOTAMIENTO DEL MODELO CONSENTIDO

14 de enero de 2010

TÚNEZ: EL AGOTAMIENTO DEL MODELO CONSENTIDO
El Presidente de Túnez, Zine el Abidine Ben Alí, se ha dado cuenta de que la represión no constituía ya un arma eficaz para detener la revuelta social que amenazaba con extenderse por todo el país y provocar un baño de sangre.
En su alocución del jueves por televisión, Ben Alí ha anunciado que no se presentará a la reelección en 2014. Ben Ali ha hecho otras promesas para apaciguar el ambiente. Lo más concreto: revisará la subida de los productos básicos y restablecerá los medios electrónicos suspendidos. También asegura que la policía no disparará contra los manifestantes, salvo en casos excepcionales. Más vaga resulta la promesa de "revitalizar el pluralismo político". La oposición considera "positivo" el propósito del Presidente. La cuestión es si, a estas alturas, resulta suficiente.
En primer lugar, porque ya antes de la crisis, no estaba claro que Ben Alí pensará en seguir personalmente al frente del Estado. Para hacerlo tendría que haber modificado la Constitución, porque ésta impide que el Jefe del Estado supere los 75 años y él tiene ya 74. No es que esto fuera un impedimento importante. En absoluto. Más bien habría que preguntarse si lo que el presidente tenía en mente -y sigue teniendo- era y es designar un sucesor, un delfín, al modo que lo han hecho, oficial y oficiosamente, sus colegas de Egipto y Libia.
Lo más probable es que Ben Alí trate de ganar tiempo para poner a buen recaudo el patrimonio de la familia y no concluir su 'reinado' con un dorado exilio y el aminoramiento importante de la fortuna de sus descendientes y allegados.
EL MALESTAR SOCIAL
Sea como fuera, el estallido social de las últimas cuatro semanas -más de medio centenar de muertos, según datos aún por confirmar- ya ha marcado un antes y un después en la evolución política, social e internacional de Túnez. La revuelta se extiende, alcanza la capital y se amplía a otros sectores sociales además de la juventud.
Ya se sabe que los cambios históricos a veces empiezan por pequeños gestos. En este caso, un joven licenciado en paro resignado a la venta ambulante no encontró otra respuesta a su desesperación que prenderse fuego a lo bonzo, después de que un aparato represivo tan intransigente y estúpido como impune le privara de su alternativo recurso de subsistencia.
Que las protestas cuajen y abran un nuevo periodo en la historia de Túnez, más allá de las últimas promesas de Ben Alí, depende, básicamente, de tres factores: 1) la capacidad de los propios ciudadanos tunecinos para mantener el pulso con un régimen desgastado pero todavía temible (o más temible precisamente por estar desgastado); 2) la inteligencia y la habilidad de las frágiles formaciones de la oposición para convencer al entorno presidencial de la convivencia de abrir un proceso de negociaciones destinadas a garantizar la democratización real del país; y 3) la presión que, discreta pero inequívoca, puedan efectuar los países europeos, sobre todo los ribereños mediterráneos, con Francia como interlocutor si no único, si principal y portavoz indiscutible de todos los demás.


EL FUTURO DE LA REVUELTA
El primer factor, la firmeza de la ciudadanía en mantener unas protestas sólidas razonables y sensatas, eludiendo, en la medida de lo posible, las derivas violentas, constituye el elemento fundamental. Si se mantiene el caudal de críticas al funcionamiento del régimen por su autoritarismo, nepotismo y corrupción, encauzado a través de las modernas herramientas informáticas y comunicacionales (redes sociales, twiter, Internet), es difícil que las autoridades puedan ignorarlo durante mucho tiempo. Que en los primeros días de la extensión y generalización de las protestas, el régimen arremetieran contra blogs, webs y otros sitios cibernéticos de libre expresión demostraría la importancia de esta nueva forma de manifestar opiniones políticas. Aunque, naturalmente, por si sola, esta estrategia de protesta no resulta suficiente. Como ya ocurrió en el caso iraní, con las discutidas elecciones parlamentarias de junio de 2009.
LA ESTRATEGIA OPOSITORA
El segundo factor clave para el éxito de una eventual evolución democrática es la pericia política de la oposición, hasta ahora ignota. Ben Alí promovió la legalización de un puñado de organizaciones políticas notoriamente dóciles. Pero la conexión de la oposición real con los sectores sociales descontentos es más que débil. De hecho, las protestas le han cogido tan desprevenida como al gobierno. Entre otras cosas por la represión silenciosa, pero nada negligente. La persecución del exagerado -cuando no directamente inventado- peligro integrista de hace una década sirvió a la 'dictablanda' de Ben Alí para sembrar un miedo paralizante en los grupos más críticos de la sociedad. Pero el elemento que más ha contribuido a endurecer el régimen frente a las protestas es la defensa del entramado de privilegios del que disfruta el entorno presidencial.
Por ese motivo, la oposición ha situado en el centro de su discurso la dupla represión-corrupción. Así lo sostiene en otra pieza de opinión para LE MONDE el dirigente opositor Moncef Marzouki. No puede ocultarse el desprecio de los derechos y las libertades con la etiqueta de "sistema autoritario". Debe hablarse claramente de dictadura. Y no vale seguir aceptando la prosperidad comparativa de Túnez, cuando ésta es una herencia del mandato de Burguiba, que Ben Alí habría dilapidado más que incrementado. Debe hablarse claramente, según la oposición, de "sistema mafioso".
El general que llegó al poder en 1987, después de un golpe palaciego -casi un parricidio- contra el patriarca de la independencia, el venerado Habib Burguiba, sería ahora una especie de gran padrino de una suerte de mafia 'clánica' político-económica que controla el sistema nervioso de la economía tunecina. Con ser ésta la base más sólida de su poder -por encima de la represión- constituye también su flanco más débil. ¿Cómo se explica esta aparente paradoja? Pues, porque mientras el crecimiento y la prosperidad dejaba margen para un cierto reparto del botín, la familia Ben Alí podía manejar la bolsa para neutralizar el descontento. Ahora, que los recursos escasean, el enriquecimiento del clan gobernante se empieza a hacer odioso. E intolerable.
COMPLICIDAD INSOSTENIBLE
Y el tercer factor, la presión internacional, no debe desdeñarse. Las primeras medidas apaciguadoras del presidente tunecino, cesando al Ministro del Interior (aunque sea un puro chivo expiatorio), ordenando la liberación de los detenidos, restableciendo las comunicaciones vehículo de las protestas, prometiendo 300.000 puestos de trabajo para licenciados e incluso anunciando la creación de un increíble comité investigador de la corrupción, son escasamente fiables. Más bien deben ser interpretadas como una respuesta a un más que probable presión europea. De momento, oculta. Pero quizás más eficaz. Hay que tener en cuenta que el entramado económico tunecino es imposible de mantener sin el respaldo europeo. Ése ha sido el pacto durante dos décadas: territorio libre de islamismo radical, cooperación regional, tratamiento preferente (primer país del Magreb en obtener ese estatuto de la UE), a cambio de un "silencio cómplice" sobre el binomio corrupto-represivo. El Departamento de Estado, aunque sin el entusiasmo por la democracia que exhibe en otros territorios menos amigables, ha convocado al embajador y subido un poco más el tono que las cancillerías europeas.
Cuando todavía no estaba claro que las protestas se extendieran, al menos dos ministros franceses -Le Maire y Alliot-Marie- salieron templando gaitas; en realidad, se trataba más de justificar la indiferencia que de amparar al dictador. Pero si nos atenemos a las prácticas de la diplomacia sarkozyana, podemos suponer que desde París se ha intensificado el teléfono rojo con el Palacio de Cartago. Si la sangre sigue corriendo, las expresiones de "preocupación" parecerán inicuas y la "prudencia" no se sostendrá. En todo caso, lo que cabe esperar del pilotaje francés no es una apuesta por la decencia democrática, sino por la transformación controlada del actual régimen hacia un territorio más civilizado y protegido. Si no por el interés de los tunecinos, si al menos para prevenir un escenario de inestabilidad crónica indeseable con altas probabilidades de prender, como ya está ocurriendo, en el resto de la región.