UNA INCÓMODA REFLEXIÓN SOBRE EL TERRORISMO YIHADISTA

28 de Marzo de 2016
                
Hay ocasiones en que los éxitos policiales son tan inquietantes como los fracasos. Es lo que está ocurriendo estos días después del doble atentado de Bruselas. Las fuerzas de seguridad belgas y francesas han detenido a distintos integrantes de células que formaban parte de una red yihadista vinculada con los últimos dos grandes golpes del Daesh en Europa. Casi todos ellos, y los que se inmolaron en el aeropuerto y metro de la capital europea, eran conocidos, estaban en las bases de datos policiales.
                
La ciudadanía, los responsables políticos y no pocos expertos en materia antiterrorista se están preguntando estos días por qué se ha actuado con tan aparente incompetencia. ¿Se trata de errores profesionales o técnicos, de cortocircuitos políticos, o simplemente de mala suerte o desgraciadas coincidencias? La respuesta tiende a ser un poco todo, que es lo que habitualmente se dice cuando no se tiene claro el diagnóstico del problema.
                
Lo que nadie se atreve a reconocer, porque no es políticamente correcto, es que, por mucho que mejore la lucha antiterrorista -y el margen de mejora es considerable-, habrá más atentados, similares o diferentes, más o menos mortíferos, pero atentados al fin y al cabo.  No es resignación ni fatalismo. Es consecuencia inevitable y combinada de poderosos factores. Todos están identificados, pero no es posible desactivarlos. Quizás sea útil repasarlos:
                
1) El caos en el mundo árabe e islámico. La caída de los dictadores tras las intervenciones militares externas y los movimientos civiles internos no ha dado paso a sistemas democráticos sino a guerras sangrientas: en Siria, en Irak, en Libia, en Yemen. Allí surge, se nutre y crece la nueva generación de yihadistas, y Occidente no encuentra interlocutor fiable. Los supuestos aliados árabes no son más decentes que los adversarios. Ante el desconcierto del protector americano, se atreven a dudosas operaciones dictadas por el pánico a perder poder y privilegios más que por la causa de la estabilidad regional. Los casos de Arabia y Egipto son los más inquietantes. La sangrienta guerra de los herederos saudíes en Yemen ha sido denunciada por la ONU y por otras instancias humanitarias internacionales y es repudiada en secreto por Washington, pero el sistema de poder norteamericano la sostiene por la perversa inercia del miedo a la supremacía iraní, un temor exagerado. En Egipto, la liquidación violenta del islamismo moderado fue erróneamente apoyada en Occidente. Nadie sabe ahora cómo frenar al un renacido régimen militar, que lo único que hace es reavivar el islamismo terrorista, meter a demócratas, periodistas y activistas en la cárcel o en la morgue.
                
2) La perplejidad internacional. La liquidación de los bloques no ha dado paso a un nuevo equilibrio que garantice condiciones justas en la convivencia de los países y, sobre todo, en la prosperidad y libertad de sus ciudadanos. Estados Unidos, única superpotencia, ha fracasado en todos los ensayos de estos últimos 25 años. El discreto esfuerzo de Bush sénior resultó alicorto y dubitativo. La mayor audacia de Bill Clinton fue intermitente y resulto superada por la segunda intifada palestina, la reapertura de la herida iraquí y la emergencia de Al Qaeda. Tras el shock del 11 de septiembre, el intervencionismo  de Bush (W.), con su ampulosa pretensión de construcción democrática, se disolvió en engaños y criminales juegos bélicos. Obama aplicó una escéptica prudencia y un apoyo más retórico que práctico a las aspiraciones ciudadanas de cambio, pero, al final, se ha visto arrastrado, a su pesar, a un intervencionismo limitado y contradictorio. Mejor no imaginar una Trumpresidencia.
                
3) El fracaso de la integración de las poblaciones de origen musulmán en la mayoría de los países europeos. Ninguno de los sistemas ensayados ha conseguido evitar un malestar subyacente, que no es generalizado, seguramente, pero dispone de capacidad destructiva suficiente para incubar brotes violentos. Ni el multiculturalismo, que planteó la convivencia de esferas separadas pero animadas por el respeto mutuo, ni el principio de la universalidad de derechos bajo una autoridad democrática que garantiza la libertad de creencias y cultos han conseguido el acomodo de estas poblaciones. Pero es un error buscar las razones del fracaso en cuestiones culturales o religiosas. Es la falta de oportunidades, el horizonte de una vida sin futuro lo que ha alimentado el radicalismo, el rechazo, el odio, la desesperación. La religión o el orgullo étnico es un imán. El detonador es la miseria: actual o presentida.
                
4) La escasa conciencia crítica de muchos medios de comunicación.  El tratamiento del terrorismo yihadista es, con frecuencia, torpe, escasamente profesional, ignorante y simplista. Demasiados clichés, falsas creencias, prejuicios, abuso de los eslóganes. La atención obsesiva a los atentados se presenta como deber cívico y como atención y respeto a las víctimas, cuando en realidad responde a un instinto obsesivo por el espectáculo del sufrimiento, el frenesí de la alarma y la pasión por el morbo. Es difícil leer, ver o escuchar informaciones que traten de explicar y hacer razonar, en vez de impresionar, emocionar o adoctrinar. Los medios sensacionalistas, los militantes y los inconscientes, se convierten en propagandistas de los yihadistas, porque amplifican sus acciones y sus propósitos.
                
5) El desconcierto social. La combinación de los factores anteriores ha sumido a la ciudadanía en la perplejidad y el miedo. Se ha incubado un extremismo nacionalista, xenófobo o directamente racista. Se han avivado los prejuicios culturales, las simplificaciones políticas y el vacío ideológico. Se presta oídos y apoyos a propuestas disparatadas, peligrosas y violentas. Se abona el sentimiento de persecución de quienes utilizan este motivo como legitimación. Se profundiza la brecha entre comunidades. Se siembra el miedo y el rechazo. El bloqueo europeo en la política migratoria y el descomunal fiasco con los desplazados agolpados al otro lado de la fortaleza europea es responsabilidad principal de los gobiernos. Pero no únicamente. Los dirigentes responden a un instinto social mayoritario de desconfianza, de recelo, de negación. La extrema derecha es la ganadora, se haga con lo que se haga. Si se ponen barreras a la inmigración, se está asumiendo su discurso. Si se opta por la permisividad, se está abonando su crecimiento electoral.
                
Conclusión: lo más probable es que el terrorismo yihadista seguirá matando. Con más o menos frecuencia. Con  mayor o menor impacto. No es un virus ideológico, político o religioso lo que asegura principalmente su permanencia, sino la incapacidad global para generar un entorno justo, equilibrado, próspero y seguro.
                
¿Será posible en algún momento que los responsables políticos, en vez de proclamar, como hacen después de cada atentado, que hay que mejorar la información y la coordinación antiterrorista, tengan la valentía de contarnos el cuadro completo de la verdad?

                

UN ATENTADO LARGO TIEMPO TEMIDO

22 de Marzo de 2016

El timing de los atentados del 22 de marzo en Bruselas hace inevitable relacionarlos con la captura del último de los autores de la masacre del pasado mes de noviembre en París. Sin embargo, no es del todo seguro que las células activas del Daesh en la capital belga (o procedentes del exterior) hayan querido o hayan podido actuar guiadas por esta motivación tan inmediata.
                
Lo más probable es que esta acción terrorista estuviera preparada desde hace tiempo y la detención de Salah Abdelsalam en Mollembek, el 18 de marzo, fuera simplemente el detonante de la operación, o la oportunidad para ejecutarla o precipitarla.
                
El atentado de Bruselas, en todo caso, difícilmente puede constituir una sorpresa, como ha reconocido el propio primer ministro belga, Charles Michel. No en vano, los expertos en terrorismo islamista consideran habitualmente a Bruselas como la capital del yihadismo internacional. Antes del comienzo de la ofensiva internacional contra el Daesh, en junio de 2014, la tasa belga de reclutamiento de yihadistas era, y con diferencia, la más elevada de Europa: 27 militantes por cada mil habitantes, frente a 15 en Dinamarca, 9 en Holanda y 6 en Francia.
                
Este señalamiento de Bélgica como epicentro del fenómeno terrorista islamista no puede explicarse solamente por el elevado porcentaje de población susceptible de ser captada por estas formaciones extremistas (últimamente, el Daesh casi en exclusiva). Algunos analistas suelen señalar a Bélgica como el eslabón más débil de la seguridad antiterrorista europea. De manera más específica, las críticas llovieron sobre las autoridades belgas por los errores de bulto que hicieron pasar por alto indicios de la preparación de la masacre de París.
                
En respuesta a estas críticas, el Estado belga intensificó el esfuerzo anti-terrorista, reforzando la colaboración policial y de inteligencia con otros estados europeos, y singularmente con Francia, y agilizó, extendió profundizó las investigaciones de los grupos radicales.
                
El fiscal federal, Frédéric Van Leeuw, informó este lunes, después de ofrecer algunos detalles de la detención de Salah Abdelsalam y los operativos pendientes, que su oficina había abierto 315 investigaciones relacionadas con el terrorismo islamista en 2015 y otras 60 en el presente año; en 244 casos se sigue trabajando y 772 personas están todavía bajo vigilancia más o menos estrecha.
                
Los atentados del martes en Bruselas resultan especialmente frustrantes. Ha quedado hecho trizas el efecto positivo en la percepción de seguridad que había generado la detención de Salah Abdelsalam y la identificación de otro militante en paradero desconocido, Najim Laachraui, presuntamente vinculado con la célula terrorista de París, ha quedo hecho trizas.
                
Por lo demás, no se repetirá lo suficiente que nunca habrá seguridad plena ante este tipo de atentados suicidas e indiscriminados. Lo que hace más peligroso al Daesh no es su fortaleza, sino el debilitamiento de sus palancas de poder en Siria o Iraq, donde ha perdido un 22 por ciento del territorio conquistado en el verano de 2014. Estas respuestas desesperadas de represalia constituyen una amenaza permanente.
                
Es evidente que el esfuerzo policial y de inteligencia no es suficiente. Pero la insistencia en un discurso belicista por parte de los dirigentes políticos europeos, convirtiendo a estos extremistas en "enemigos de guerra", es una estrategia de dudosa eficacia y constituye un enorme error conceptual. No se degrada moralmente al Daesh  declarándole la guerra, porque al hacerlo se está elevando involuntariamente su estatus, al menos en términos de derecho internacional.
                
De igual manera, la tentación de reducir la libertad de movimientos de la ciudadanía o el recorte de derechos y libertades en nombre de un supuesto incremento de la seguridad también se ha demostrado fallida y, además, peligrosa.


                

EL MENSAJE DE OBAMA EN CUBA

23 de marzo de 2016
                            
Hay gestos que cambian dinámicas históricas más allá de sus resultados inmediatos. Aún en estos tiempos en que parecen haberse agotado las ocasiones inéditas en la escena internacional, la estancia oficial de un Presidente de los Estados Unidos es Cuba provoca un movimiento de emoción.
                
Obama ha arriesgado mucho con este viaje, a pesar de que existía una opinión muy claramente favorable, incluso en Estados Unidos, pese al intenso fuego con que la oposición trata incansablemente de descalificar la política exterior de la Casa Blanca.
                
La lógica del Presidente norteamericano es sencilla y clara: la diplomacia no es un arte para fotografiarse con amigos y aliados; es una herramienta útil para negociar, acercarse, entenderse y, si es posible, acordar con enemigos, adversarios o reticentes. Lo puso en práctica con Irán, con perseverancia y contra la mayoría de los pronósticos. Y lo está ensayando ahora con Cuba, un caso que, según se mire, puede ser más complicado que el oscuro país de los ayatollahs.
                
Obama ha demostrado temple y paciencia, aunque si algo no le sobra a un presidente norteamericano es tiempo. Siempre es poco, porque las tareas que se impone o le imponen son ingentes. En el caso cubano, se ha ido paso a paso, como exigía el guión. Una vez desbloqueado el impasse de medio siglo, se empezó a desminar el terreno. Primero se quitó a Cuba de la lista de estados patrocinadores del terrorismo, algo que caía por su peso. Luego se iniciaron discretos contactos diplomáticos de segundo o tercer nivel; a continuación, se abrieron legaciones diplomáticos y se intercambiaron herramientas más directas de diálogo y colaboración. Ahora, con esta visita, se ha tenido mucho cuidado en no sobredimensionar las expectativas. El equilibrio con el que se han compensado las promesas de mejora de las relaciones bilaterales con las advertencias acerca de las discrepancias que aún subsisten entre las dos partes. De lo más profesional.
                
Cuba no es la Unión Soviética. El deshielo que a finales de los ochenta sirvió para acabar con la guerra fría no es de aplicación aquí, aunque el estrecho de Florida sea un escenario más que típico de aquella época de tensión entre bloques. Estamos hablando de enemistad entre un David y un Goliat. O, mejor dicho, del único Goliat. Los halcones de Estados Unidos, alentados por los viejos exiliados cubanos, llevan años reclamando una acción decisiva, es decir, una estrategia de cambio de régimen en La Habana. En palabras llanas, violencia en cualquiera de sus formas: militar o económica, o ambas.
                
Obama ha respondido a su manera: tendiendo puentes, sabedor de que, a la postre, la historia se va a inclinar del lado que él defiende; es decir, una evolución democrática de la situación política, con o sin cambio radical del gobierno. El Presidente no simpatiza con el paleocomunismo cubano, eso es evidente, por mucho que los fanáticos que destilan odio contra él lo proclamen sin rubor. Ni siquiera es neutral. Obama y sus asesores han diseñado una estrategia para que Cuba cambie, y lo haga tal y como a Estados Unidos le convenga. No hay que engañarse con eso. Pero tiene una idea de la batalla muy diferente a los extremistas de su propio país.
                
Para entender de forma rápida y clara el mensaje de Obama, podemos prestar atención a un momento de la rueda de prensa conjunta del pasado lunes. El presidente Castro había respondido a una de las preguntas sobre la conculcación de los derechos humanos recordando que no era apropiado que se dieran lecciones a Cuba desde un país que no provee cobertura sanitaria universal y educación gratuita o la desigualdad es tan elevada.
                
Obama no cayó en la tentación de comparar situaciones. Por el contrario, señaló que aceptaba el derecho de su homólogo a hacer críticas sobre aquellos aspectos en que el sistema no diera las respuestas que necesitan sus ciudadanos. "No debemos creernos inmunes a la crítica o a la discusión".
                
Algunos creen que este tipo de afirmaciones delatan cierta arrogancia del presidente cuando se encuentra en modo debate, porque se sabe fuerte en ese terreno. Puede ser. Pero el tono empleado no fue altivo, sino prudente.
                
Obama ha impulsado un método de negociación con Cuba que ha esquivado, en un primer término, los asuntos ideológicos o políticos. Consciente de que el régimen castrista necesita desesperadamente recursos, ha creado un ambiente favorable para generar oportunidades de desarrollo y de beneficio mutuo. Algunos lo llamaran la diplomacia del dólar. Pero los primeros que no hacen ascos a estas zanahorias son los dirigentes cubanos. Otra cosa es que las diferencias de estilo entre ambas partes dificulten los avances y aplacen el cierre de  tratos, como se ponía de manifiesto en un reciente trabajo del  THE NEW YORK TIMES.
                
Habrá momentos de parón, de estancamiento, incluso de crisis en este proceso de apertura. Pero es bastante seguro que no hay otro camino. La insistencia en contemplar los aspectos negativos no ayudará. Seguir presionando con la fuerza del superior podría forzar, a medio plazo, el derrumbamiento del régimen. Pero hay demasiados casos que confirman que este tipo de estrategias agresivas perjudican mucho más a los pueblos que a las élites. "El futuro de Cuba deberá ser decidido por los cubanos, y por nadie más", dijo Obama. Así de sencillo. Punto final a medio siglo de intentos en contrario desde la guarida de Goliat.
                
La denuncia de las organizaciones de derechos humanos, de los disidentes y opositores es legítima e imprescindible, aunque algunos de los métodos que emplean no sean los más apropiados para conseguir los fines que se proponen, porque más que debilitar el sistema lo refuerzan. A los sectores opositores más radicales o menos moderados, la visita de Obama no les ha gustado, como tampoco le gustó en su día la del Papa Francisco. No es casualidad que ambos dirigentes hayan concertado esfuerzos, y no sólo en Cuba, sino en toda América Latina.
                
UNA CODA REPARADORA EN ARGENTINA
                
De hecho, la escala argentina de Obama es, entre otras muchas cosas, una suerte de homenaje o reconocimiento al jefe espiritual de los católicos por la inteligente mediación vaticana en el acercamiento entre Washington y La Habana. No bastará con eso. Obama tendrá que disculpar a muchos de sus antecesores por la perversidad con la que Estados Unidos consintió, bendijo o incluso alentó la barbarie represiva. Gran ironía que llegue a Buenos Aires justo cuando se cumplirán 40 años del último golpe militar.
                
Sin los Kirchner,  con un empresario como Macri en la Casa Rosada, pragmático y favorable, Obama lo tendrá más fácil. Pero la tarea no es pan comido. Argentina puede ser menos hospitalaria que Cuba para el presidente cubano. No es una percepción. Las encuestas dicen con claridad que es el país latinoamericano donde se registra el mayor índice  de opinión negativa sobre Estados Unidos. Obama tendrá que enterrar a Kissinger y recordar de nuevo al injustamente vituperado Carter, que no tuvo empacho en sermonear al General Videla en el mismísimo despacho oval, mientras daba instrucciones a sus diplomáticos para que ayudaran y consolaran a los familiares de los desaparecidos.
           


TRUMP Y LA XENOFOBIA EUROPEA: SIMILITUDES Y CONTRASTES

16 de Marzo de 2016
          
El auge social y electoral de los partidos xenófobos, neonacionalistas y populistas en Europa ha coincidido con la eclosión del fenómeno Trump en Estados Unidos.

Las últimas novedades refuerzan esta percepción. La formación xenófoba populista Alternativa por Alemania ha obtenido los mejores resultados electorales de su corta historia en tres länder, el pasado fin de semana. El avance de la llamada extrema derecha siempre inquieta. Pero si ocurre en Alemania, la preocupación se convierte en alarma.

A su vez, el éxito de Donald Trump en Florida elimina de manera definitiva al único rival por el que los sectores oficialistas del Partido Republicano habían apostado para frenar su imparable carrera hacia la nominación. La derrota en Ohio no parece suficiente. El candidato Kasich parece haber obtenido apenas un éxito honorífico en el Estado donde es Gobernador. Y el único rival que resta, el hispano y ultraconservador Cruz, ve menguar sus posibilidades tras un SuperMartes-2 bastante decepcionante.

Parafraseando el inicio del Manifiesto Comunista, podría decirse que “un fantasma surca y se arraiga a ambos lados del Atlántico: el fantasma del malestar como agente político”. En un mundo tan interconectado como el actual, no extraña que ambos fenómenos presenten fundamentos ideológicos y políticos similares. Destacamos tres, con sus matices y contrastes.
               
EL IMPULSO XENÓFOBO
                
Trump y los xenófobos alemanes, franceses, británicos, daneses, suecos, holandeses y un largo etcétera se aprovechan de un creciente malestar por la gestión del fenómeno migratorio. Han conseguido movilizar a un electorado inseguro o temeroso a salir perdiendo en asignación de recursos. En Europa, eso significa competencia reforzada en el estrecho mercado de trabajo y, sobre todo, en el acceso a beneficios sociales compensatorios, cada vez más escasos y cuestionados. En Estados Unidos, el problema se reduce al empleo, porque el concepto de ayudas sociales, salvo algunos programas para los muy pobres, es casi inexistente, o muy débil y parcial.  De la misma manera que, por ejemplo, Marine Le Pen o Frauke Petry gritan “Francia para los franceses” o “Alemania para los alemanes”, Donald Trump truena contra los inmigrantes mexicanos o amenaza con muros de contención de personas.
                
Esta conducta de intolerancia tiene raíces comunes y universales pero las respectivas manifestaciones culturales y sociales son distintas en Europa y Estados Unidos. A pesar de que el problema afro-americano no está resuelto en Estados Unidos, por mucho que no pocas investigaciones creen demostrar lo contrario, la naturaleza acrisolada de la sociedad norteamericana ha suavizado sus aristas. No es el rechazo por razón del color de la piel lo que alimenta algunos de los exabruptos de Trump y sus seguidores.

En Europa, por el contrario, la consolidación de comunidades de otras razas no ha resuelto los conflictos heredados de la condición de poderes coloniales de los principales estados europeos. La esclavitud sigue motivando agitación de conciencias en EE.UU., pero nadie cuestiona que un negro de Carolina o Georgia es un ciudadano norteamericano. En Europa, esos partidos xenófobos discuten la nacionalidad junto con la chequera de servicios.   

EL RECHAZO DEL SISTEMA POLÍTICO TRADICIONAL

Hay una sintonía muy amplia entre los discursos “renovadores” de Trump y el de los principales líderes ultras europeos. El desprecio con el que despachan a sus rivales asentados en el panorama político es absoluto. Les niegan legitimidad y honestidad. Hay un espíritu compartido de demolición, de aniquilación de las estructuras políticas convencionales. Se alimenta el victimismo, la noción de que son atacados porque quieren sanear la vida política, porque no se allanan o acomodan a unas reglas tramposas y corruptas. Proclaman una destrucción creativa, nuevas ideas y nuevas formas de adhesión (no tanto de organización). La posibilidad de acuerdo, pacto o consenso se destierra de inmediato por considerar que es la antesala de la rendición o de la traición a sus bases euforizadas.

En este rechazo a los sistemas políticos tradicionales, hay, no obstante, notables peculiaridades a uno y otro lado del Atlántico.  La maquinaria que ha puesto en marcha Trump se fundamenta, instrumentalmente, en lo mismo que ha dominado la realidad política norteamericana desde hace decenios: el dinero. Trump es un multimillonario, y no se hubiera convertido, no ya en un serio aspirante a la Casa Blanca, sino en un simple competidor por la nominación republicana, sin ese componente imprescindible. En Europa, el dinero también es importante en la emergencia de las opciones políticas, pero de una manera mucho menos determinante. De hecho, esas formaciones radicales de inspiración nacionalista nacen de abajo a arriba, adquieren fuerza económica cuando ya han ganado solidez social y mediática. Trump, en cambio, se ha propulsado desde su fortuna personal para posicionarse, con instintos oportunistas y complicidades políticas y sociales en la élite del sistema.
                
UNA EXCESIVA ATENCIÓN MEDIÁTICA

Las sucesivas victorias electorales de Trump y sus afines europeos son seguidas con singular interés por la mayoría de los medios, no porque simpaticen con ellos (algunos, sí, pero son minoría). Lo hacen por el irrefrenable gusto por la novedad, la distinción o el puro morbo. Lo nuevo, lo distinto, vende. Aunque provoque, al principio, incomodidad o rechazo. Es un caso similar a la violencia. Casi todo el mundo la condena, pero a muchos atrae fatalmente. Eso ocurre con estos políticos que proclaman la catástrofe, inculcan la agresividad y se complacen en discursos de confrontación y ruptura. No todos les votan, pero casi nadie aparta la mirada o los oídos. Provocan curiosidad. Magnetizan. Y, al cabo, en ciertos sectores poco preparados para resistir esta influencia oscura y perniciosa, terminan arraigando. Incluso los medios serios se ocupan de estos grupos extremos cuando son aun relativamente pequeños, o al poco de iniciar sus éxitos políticos o callejeros. Lo que genera una bola de nieve difícil cuyos efectos resultan difícil de controlar.

Trump no hubiera llegado hasta donde lo ha hecho sin que los medios (las televisiones, en particular, o las redes sociales) no hubieran brindado una cobertura tan exagerada a lo que, inicialmente, no eran más que bravuconadas, boutades o exabruptos. Y aunque los medios más racionales hayan querido contrarrestar ese efecto enfermizo, lo cierto es que han terminado contribuyendo involuntariamente a propagar el fenómeno, porque han generado mayor interés y exposición

En Europa, los medios serios se han mostrado más comedidos, más renuentes, pero el ambiente general no les ha permitido mantener cordones sanitarios racionales, serenidad o distancia. La fatal atracción por la novedad es condición intrínseca de la naturaleza mediática. El distanciamiento de las páginas editoriales no compensa el impacto de los titulares, los reportajes de contenido humanos o las historias particularizadas que orillan la razón y apelan a los sentimientos.

BRASIL: LA ÚLTIMA BATALLA DE LULA

9 de Marzo de 2016               
                
En un país que tiene tanta debilidad por el espectáculo como Brasil, la peculiar manera que la Justicia encontró para hacer declarar al ex-presidente Luiz Inacio Da Silva, Lula, en relación con su supuesto enriquecimiento ilícito en el escándalo de Petrobras, no debería sorprender demasiado. Brasil libra casi todas las batallas en los platós de televisión y en el teatro abierto de la calle. Las propias instituciones presentan muy baja resistencia a esta enfermedad de nuestro tiempo que es el amarillismo de toda suerte: político, mediático, institucional y hasta religioso.
                
Desde aquí, resulta estéril entrar a debatir si, como piensan sus adversarios, gran parte del aparato judicial y numerosos analistas y observadores, Lula es un eslabón más de ese fenómeno tan intrínsecamente nacional como es la corrupción. Los fiscales, jueces y policías que han conducido la investigación aseguran con aplomo que las pruebas contra el líder más popular del país desde Getulio Vargas son abrumadoras. Lo veremos.
                
Por el contrario, los seguidores, simpatizantes, no pocos intelectuales impecables, ya sean adeptos o no a las teorías conspirativas, e incluso algunos jueces, se muestran del todo convencidos de que el show del pasado fin de semana constituye, más que un episodio judicial, la penúltima vuelta de tuerca de una estrategia destinada a expulsar del poder al Partido de los Trabajadores, enfangar a sus líderes y devolver el país a sus dueños naturales: los grandes poderes socio-económicos y sus seguros servidores políticos.
                
Lula fue, durante años, la bestia negra de los sectores más tradicionales del país. Le cerraron el paso al poder en varias ocasiones, y cuando ya no pudieron pararlo electoralmente, no cejaron en su empeño de destruirlo. Pero el ex-sindicalista demostró siempre una resistencia metálica al acoso y una flexibilidad táctica envidiable.
                
Astucia y olfato. Ésa ha sido la receta de Lula. Su antecesor, Fernando Henrique Cardoso, ha dicho con agudeza que el obrero convertido en presidente no fracasó porque hizo todo lo contrario de lo que llevaba años prometiendo. No es una argucia muy original en política. Pero Lula combinó ese pragmatismo con una capacidad notable para presentarse como defensor de los intereses populares, promoviendo programas de reducción de la pobreza, quizás poco novedosos, pero más intensos y mejor vendidos.
                
Al cabo, sin embargo, lo que garantizó el éxito de su gestión fue la coyuntura, como resulta también muy común en política. Vinieron los tiempos de la expansión china e india, la demanda de materias primas y la riqueza fluyó. En América Latina se creyó que había llegado por fin el tiempo de redistribuir, de reducir la brecha social. Ni siquiera la crisis de 2008 acabó de inmediato con el espejismo.
                
EL CAMBIO DE FORTUNA
                
Esa fortuna que Lula tuvo para emparejar las aspiraciones populares con los ciclos económicos favorables se tornó en infortunio para su heredera. Dilma Rousseff, más radical que Lula en sus años jóvenes, resultó ser más ecléctica en su madurez. El agotamiento del modelo chino, al menos temporalmente, hizo trizas las expectativas de un cambio de tendencia histórica, en Brasil y en el resto del subcontinente. Ante el giro negativo de las circunstancias, la presidenta lo ha intentado todo: primero, firmeza en las convicciones; más tarde, rectificaciones parciales; y, a la postre, una rendición cautelosa a la espera de mejores tiempos. Nada le ha funcionado. Dos años lleva golpeando la recesión en Brasil. El año pasado se cerró con un índice negativo del 3,8%. Las inversiones públicas se han reducido un 40% en sólo dos años (1).
                
El desafío económico de Brasil hubiera merecido otras políticas durante la bonanza, en opinión de algunos economistas ortodoxos (2). Pero un partido como el PT difícilmente podía dedicarse a hacer reformas de fondo cuyos réditos exigen décadas, no años, sin repartir. Nadie lo hubiera entendido. En la cuesta abajo actual, no basta con llamar a tecnócratas de la acera de enfrente para que hagan lo que la izquierda siempre ha criticado. La primera que lo sabía, y de sobra, era la Presidenta, pero quizás no tuvo otro remedio, para calmar a los mercados y detener la sangría de capitales. Como era de esperar, en su partido no entendieron este gesto desesperado de alguien a quien consideraban heredera sin resquicios del carismático fundador. Dilma ya ha probado sobradamente lo que es la soledad en política.
                
Al boomerang económico se unió otra plaga permanente en la vida política brasileña: la corrupción. El mandato de Lula ya había arrancado con el escándalo del mensalao (en pocas palabras: la compra de votos parlamentarios). Tampoco los gobiernos anteriores se habían salvado del estigma. Fernando Henrique, un socialdemócrata muy pálido, consiguió salir indemne. Pero debemos recordar que Fernando Collor de Melo, un cachorro de la derecha, fue destituido por corrupción, en los noventa. Y de la dictadura, para qué hablar.
                
Cuando Lula dejó la presidencia, en Brasil no habían aflorado los problemas que ahora devoran la prosperidad y la confianza del país. Pero estaban latentes. Muchos analistas, afines o contrarios, se mostraron convencidos de que el líder carismático no se resistiría a volver. Apoyó siempre a Dilma. Hasta hace poco. En la reciente fiesta de aniversario del Partido, la hija predilecta estuvo ausente. Sus relaciones con el aparato son más que tensas por el giro a la derecha (a la desesperada, más bien) de su política económica. Lula también se habría distanciado de ella, pero nunca ha demostrado el mínimo detalle de ello en público (3).
                
Sea así o no, el fin de semana pasado Rousseff visitó al líder natural y lo arropó con lo que le queda de su deteriorado prestigio. No se descarta que la actual presidenta salga de Planalto por la puerta de atrás, si prospera el enésimo intento de forzar su destitución por su responsabilidad, que no aprovechamiento directo, en el escándalo de Petrobras. La idea fuerza en el PT, es decir, que todo se trata de un montaje de los poderes fácticos para destruir a la principal alternativa popular en Brasil, podría no ser suficiente para agrupar a las huestes. El desgaste se une a la decepción por las dentelladas de la vida dura, el paro en el 8%, el alza imparable de los precios y esa ferocidad con que el pesimismo quiebra las alegrías nacionales.
                
La última esperanza de los suyos y de los afines es que Lula sobreviva a la deriva de Dilma y a las dudas sobre su integridad y se reconstruya como segunda gran oportunidad de la izquierda posible brasileña. Para un hombre acostumbrado a afrontar la vida como una batalla sin cuartel, esa tarea no debería asustarlo. Pero en esta ocasión tendrá que hacerlo sin la ilusión de los orígenes y sin la aureola de la inocencia. A sus setenta años la opción es clara: o terminar su vida pública en la ignominia, o ganar la reválida de la historia.

(1) "Brésil en proie à la pire récessión depuis vingt-cinq ans". LE MONDE, 4 de marzo.

(2) "The Root at the heart of the Brazilian economy". CHRISTOPHER SABATINI. FOREIGN POLICY, 10 de Febrero.


(3) "From bad to worse for Rousseff". JUAN DE ONÍS. FOREIGN AFFAIRS, 22 de septiembre.

DESCIFRANDO IRÁN

 2 de Marzo de 2016
                
Pocos países notablemente influyentes en las relaciones internacionales como Irán resultan tan indescifrables para los analistas exteriores. Días después de la doble jornada electoral del 26 de febrero (renovación del Parlamento y de la Asamblea de Expertos que elige al Guía de la Revolución), todavía se hacen cuentas y especulaciones sobre la amplitud del avance reformista o el retroceso del control ultraconservador.
                
Estas dificultades para clarificar el alcance de los posibles cambios a corto y medio plazo en el gigante persa se derivan de la complejidad de su entramado institucional. Pero tampoco hay que desdeñar la confusión del panorama político e ideológico, que obliga a los expertos a extremar la cautela de sus evaluaciones (1).
                
UN COMPLEJO Y CAMBIANTE PAISAJE POLÍTICO

Algunas tendencias, no obstante, parecen significativas. Los partidarios del Presidente Rohaní han obtenido todos los escaños parlamentarios correspondientes a Teherán y parecen -con los resultados disponibles- haber extendido este dominio a la gran mayoría de los centros urbanos. Es muy posible que cuenten con mayoría, siquiera exigua, en el nuevo Majlis (Parlamento). Pero muchos escaños no se han atribuido aún y quedan pendientes de una segunda vuelta. En todo caso, la amplitud de esta aparente victoria moderado-reformista es muy resaltable y alimenta las esperanzas de quienes defienden un cambio en el país.
                
La gran cuestión, no obstante, es de qué cambio estamos hablando y qué defienden estos candidatos vencedores, y cuantos de ellos. El mayor especialista en Irán del INTERNATIONAL CRISIS GROUP, Alí Vaez, en un artículo anterior a las elecciones (2) nos ayuda a comprender las líneas de fractura (“battle lines”) en el panorama político local y a descifrar, al menos parcialmente, la relación de fuerzas. La coalición práctica de moderados y reformistas -superando enfrentamientos o divergencias de otros tiempos- parece haber resultado decisiva para prevalecer sobre las corrientes más conservadoras.
               
Vaez distingue dos campos antagónicos básicos, republicanos y teócratas, y en cada uno de ellos, sectores moderados y radicales. La fidelidad a los principios de la República Islámica es un elemento unificador. Para distinguir unas facciones de otras, conviene fijarse en otros factores como la política económica, la política exterior, el equilibrio institucional y los valores sociales.

Exponentes muy conservadores, radicales incluso, en la prevalencia de los poderes religiosos y en el control ideológico de la sociedad se han mostrado muy liberales en política económica. Es el caso del anterior presidente, Ahmadineyad, por ejemplo, que se encontró con una férrea resistencia de sectores ultras, defensores del control oligopólico de importantes áreas económicas.

Moderados y reformistas, que han discrepado tradicionalmente en la necesidad de relajar ese control islámico sobre la sociedad civil, comparten, en cambio, la apertura a Occidente en política exterior. En Irán, hoy en día, y casi siempre, eso significa la atracción de inversiones extranjeras para consolidar un programa de recuperación económica que deje atrás las sanciones, combata el paro, supere la inflación y compense la bajada del precio del petróleo. Por el contrario, el activismo en Oriente Medio y en particular en la fratricida confrontación entre sunníes y chiíes, los moderados y/o reformistas no se muestran necesariamente tímidos o remisos, aunque defiendan unos modos menos abruptos.
            
El terreno común que moderados y reformistas parecen haber encontrado en este momento crucial de la República nacida en 1979 gira sobre ese trampolín externo, pero tiene en mente la dinámica interna del país. De ahí el carácter emblemático del acuerdo nuclear. No es una cuestión ideológica o de identidad lo que le ha conferido una importancia decisiva, sino el potencial transformador que presenta. Este enfoque iluminó la estrategia de Obama durante todo el proceso negociador y fue ignorado o rechazado por los políticos o analistas de la oposición en Washington, tanto por ceguera, como por complicidad con las presiones israelíes, o por puro oportunismo político.
               
EL BINOMIO ROHANÍ-RAFSANJANI

El presidente Rohaní, más moderado que el expresidenten Jatamí, ha encontrado la manera de aglutinar a los partidarios del cambio y al mismo tiempo obtener un respaldo referendario al acuerdo nuclear. La alianza con Rafsanjaní, un hombre del régimen, sin ambages, aunque las rivalidades personales y políticas lo haya enfrentado a algunos de sus más notables exponentes, le ha permitido reunir una mayoría social en torno a su proyecto político de cambio sin sobresaltos. Los seguidores de Jatamí, han terminado apoyándole, pese a sus reticencias sobre algunos de los planteamientos sociales poco audaces del Presidente.
                
La estrategia posibilista de Rohaní no se trata simplemente de una opción electoral pragmática. La selección previa de candidatos, tanto al Parlamento como a la Asamblea de Expertos, amenazaba con mermar seriamente la coalición del cambio. Aquí entró en juego esa otra dificultad, en este caso la institucional, para comprender el juego político iraní. Las elecciones se libran tanto en los despachos como en las urnas. La pelea por evitar el veto de aspirantes que no cumplen con oscuras o retorcidas acreditaciones es tan fiera o más que la posterior conquista del voto popular.
                
El Guía Supremo, o Líder que se encuentra aparentemente por encima de todas las facciones, ejerce una influencia muy determinante en este proceso de selección, pero él mismo está sometido a un juego de poder entre distintas sensibilidades y tendencias. Por eso resulta siempre tan difícil conocer su verdadera posición en algunos de los temas más sensibles, como el acuerdo nuclear, por ejemplo. Jatamí solía equilibrar un pronunciamiento favorable -o al menos no negativo- con otro que venía a establecer con aparente claridad sus límites. Aunque se le alinee con los sectores conservadores, sin su respaldo a la dupla Rohaní-Zarif jamás se hubiera firmado ese pacto por el que Teherán renuncia al desarrollo de un programa atómico militar.
                
En definitiva, cuando se complete la segunda vuelta, se cierren todos los resultados, se conozcan las adscripciones de los ahora conceptuados como “independientes” y se confirmen o se rectifiquen las alianzas y alineaciones previas, podremos saber, no sin reservas, la verdadera relación de fuerzas parlamentarias (y, por lo tanto, el apoyo legislativo de que gozará el gobierno). En la Cámara de “eminencias islámicas” que elegirán al nuevo Guía ya sabemos que estarán presentes el incombustible y pragmático Rafsanjani y el propio Rohaní. Por el contrarios, sus dos principales rivales ultraconservadores han sido derrotados, quizás uno de los datos más destacables del actual proceso electoral. 
                
Si se confirma un giro en Irán, Obama se anotará, por vía indirecta, otro triunfo en su política exterior, tan denostada por sus adversarios, pero también por no pocos neutrales y algún que otro próximo, como la virtual nominada Hillary Clinton, tras su esperado éxito en el Supermartes del Primero de Marzo.              

(1) Uno de los libros recientes sobre Irán, titulado "L'Iran dans 100 questions", de Mohamed-Reza Djalili y Thierry Kellner, ofrece algunas claves en formato asequible y sencillo sobre las principales incógnitas y desafíos del país.


(2) FOREIGN AFFAIRS, 24 de Febrero.