30 de Octubre de 2014
Túnez
se encuentra en el epicentro de un proceso político iniciado con la revolución
democrática de hace cuatro años. Una doble cita electoral debería definir, tras
casi un lustro de zozobras, el porvenir inmediato del país.
La
coalición liberal, centrista, pero sobre todo laica o anti-islamista denominada
Niida Tounes ("La llamada de
Túnez") se ha impuesto en las elecciones legislativas, al lograr 83 de los
217 escaños en liza. El movimiento islamista Ennahda ("Renacimiento") contará con no más de 70 parlamentarios, lo que representa casi un tercio del total, pero veinte menos de los que obtuvo en 2011. Sin duda, un desgaste, pero no un derrumbamiento, pese a su discutida gestión.
DESGASTE ISLAMISTA
Ennahda dominó el escenario político durante la
mayor parte de este periodo reciente, tras ganar las primeras elecciones libres
tras el derrocamiento de la dictadura. Pero a los islamistas moderados les debilitó
el fracaso en la consecución de unas mejores condiciones de vida, como suele
ocurrir en muchos procesos de transición del autoritarismo a la democracia.
Primero tuvieron que aceptar la ampliación del gobierno con presencia de
socialistas y otras fuerzas centristas (troika) y finalmente dejar el gobierno,
después de que se les acusara de complicidad en el asesinato de dos políticos
de la oposición.
El
líder de los vencedores es Béji Caïd Essebsi, un político casi nonagenario e
incombustible, que ha sabido hacerse necesario en distintas coyunturas. Fue
ministro con Burguiba, cabeza del Parlamento con Ben Alí y jefe del primer
gobierno de la transición. Que se presente ahora como un hombre de futuro
resulta también una chocante paradoja.
Essebsi
está obligado a negociar un pacto que posibilite un gobierno estable y eficaz
antes de las presidenciales de noviembre, a las concurrirá como candidato. Como
ha descartado el acuerdo con Ennahda, tendrá que buscar el apoyo
parlamentario con fuerzas muy minoritarias. No es menos paradójico que se haya
perseguido la estabilidad con un gran bloque anti-islamista mientras la ley
electoral premia a los partidos pequeños y favorece, como así ocurrirá, un
Parlamento muy atomizado.
Podría
parecer que, de convertirse en jefe del Estado, Essebsi acumularía más poder. Aunque
la nueva Constitución se inspira en la francesa, en Túnez, el primer ministro
es más fuerte que en la antigua metrópoli. A él le corresponde formar gobierno.
El Presidente puede disolver el Parlamento y convocar elecciones anticipadas,
pero bajo ciertas condiciones (1).
UN
DESENCANTO MITIGADO
Origen
de la ‘primavera árabe’, este pequeño
país mediterráneo de 11 millones de habitantes no ha logrado todavía culminar
una transición plagada de contradicciones, y desilusiones. Y, sin embargo,
sigue apareciendo a los ojos de los observadores y analistas occidentales como
un oasis de aparente tranquilidad en una región convulsa. Pese a las
desilusiones palpables, ha votado un 60% del electorado, participación más que
aceptable. Túnez, una vez más, se confirma como la "excepción árabe",
como sostiene el diario francés LE MONDE.
Túnez
es, pues, un compendio de paradojas. Siempre lo ha sido, en realidad, desde su
independencia en 1956. La dictadura nacionalista de Burguiba tuvo continuación en
la etapa de su ‘delfín traidor', Ben Alí. El régimen combinó un autoritarismo a
veces brutal con una amable atracción de capitales e intereses occidentales
(franceses e italianos sobre todo) y pareció mantenerse si no al margen de
todas las ‘epidemias’ políticas, sociales y religiosas, al menos en la zona
menos expuesta a riesgos radicales o extremistas.
La
‘revolución’ de 2011 hizo aflorar tensiones y contradicciones que la represión
había mantenido congeladas. La inestabilidad de los gobiernos de la transición
democrática hizo temer una deriva violenta o autoritaria, pero finalmente, los dirigentes
políticos encontraron fórmulas de conciliación para mantener encarrilado el
proceso.
Más
allá de los pulsos políticos, la preocupación fundamental de los tunecinos es
la situación económica y social. La economía se encuentra estancada. Algunos
observadores achacan esta situación a la falta de reformas durante estos años,
en parte debido a la inestabilidad política. Dos economistas del Banco Mundial
que han estudiado ‘in situ’ la evolución económica del país desde una óptica
liberal consideran que los gobiernos de la transición no han desmontado el
modelo de Ben Alí, caracterizado por el control burocrático, las trabas al
capital extranjero, la atonía inversora y la corrupción (2).
Este
continuismo económico ha imposibilitado políticas activas para afrontar las
necesidades sociales. Túnez dispone de una población joven razonablemente bien
formada pero sin apenas posibilidades de obtener buenos empleos. Esta
frustración, unida a la que arrastran los sectores menos favorecidos de la
sociedad, ha generado un clima de desafección hacia las fuerzas políticas y el
desaliento ante el horizonte democrático (3).
EL
RIESGO EXTREMISTA Y LA INJERENCIA EXTERNA
Como consecuencia
de estos fracasos, el islamismo más radical ha ganado adeptos, hasta el punto
de que un país caracterizado tradicionalmente por su moderación se ha
convertido en el principal vivero de efectivos yihadistas externos con destino
a las guerras de Siria e Irak. Se contabilizan más de 2.000 jóvenes tunecinos
combatientes en las filas del Estado Islámico o en el Frente Al-Nusra
(la franquicia de Al Qaeda en Siria).
Son muchos más
los que, sin tomar las armas, se confiesan desencantados con la democracia y
atraídos por el mensaje redentor y antioccidental de los extremistas islámicos,
no obstante el estupor que ha causado a algunos de los combatientes que han
regresado de aquellos campos de batalla la sangrienta división entre fuerzas
islamistas (3).
Otra
clave de la batalla política tunecina es el patronazgo exterior, importante fuente
de respaldo económico. El país, como otros del Magreb, es escenario de un pulso
entre las potencias petroleras del Golfo Pérsico por afianzar su hegemonía
política en la región. Qatar es el principal sostén de Ennahda, como lo
fue en su día de los Hermanos musulmanes egipcios o de otras fuerzas
combatientes en el pandemónium libio. Por el contrario, los Emiratos Árabes
Unidos, por encargo de su socio mayor, Arabia Saudí, ha apoyado de manera intensa
la opción de Nidaa Tounes, por ser la única fuerza capaz de frenar al
islamismo, en coherencia con su actitud de respaldo al general Al-Sisi en el
vecino Egipto (4).
(1)
Dos interesantes artículos
del Centro de estudios sobre Oriente Medio ‘RAFIK HARIRI’, asociado al ATLANTIC
COUNCIL, abordan los problemas de la transición tunecina y las perspectivas de
futuro: “Tunisia’s elections, a test
of commitment”, de DUNCAN PICKARD, y “Tunisia’s 2014 elections: the search for
a post-transitional order”, de HAYKEL BEN MAHFOUDH, profesor de la Universidad
de Cartago.
(2)
Una macroencuesta
financiada por el Fondo de la ONU para la Democracia y realizada por varias
instituciones refleja esta desilusión con la democracia y la opinión de amplios
sectores sociales. THE WASHINGTON POST, 22 de Octubre.
(3)
“Tunisia’s economic status quo”. NUCITORA Y
CHURCHILL. THE WASHINGTON POST, 22 de Octubre
(4)
“New freedoms in Tunisia drive support for
ISIS”. DAVID KIRPATRICK.THE NEW YORK
TIMES, 21 de Octubre.
(5)
“Tunisia’s elections amid a Middle East Cold
War”. YOUSSEF CHERIF. ATLANTIC COUNCIL,
HARIRI CENTER, 22 de Octubre.