EUROPA: LÍDERES CON AGALLAS

26 de Junio de 2019

                
A sólo unos días de constituirse el Parlamento Europeo salido de las elecciones del 26 de mayo, queda aún por cerrar el pacto entre los Jefes de Estado o de Gobierno sobre las personas que pilotaran la navegación de la Unión para los próximos años. Al otro lado del Canal de la Mancha, los conservadores británicos se disponen a culminar el largo proceso de selección de su líder para consumar el Brexit. Y en otros países del continente se afrontan citas electorales en otoño, generales o regionales y se dibujan escenarios de creciente inestabilidad.
                
En la UE, el pulso entre las principales fuerzas políticas se confunde con los intereses nacionales y la debilidad de los principales dirigentes. Por no hablar de la evidente falta de sintonía entre los dos líderes principales: la canciller alemana y el presidente francés. Merkel está en su recta final como líder otrora indiscutible de Europa y Macron no termina de cuajar como alternativa de futuro en esa continuidad del llamado consenso centrista. Ambos se han enzarzado en una disputa sobre el próximo presidente de la Comisión (1).
                
El candidato merkeliano es Manfred Weber, político bávaro muy conservador, con nula experiencia de gestión y un apoyo que no va más allá de sus correligionarios (y eso sin demasiado entusiasmo). Macron, autoproclamado estandarte de un liberalismo progresista, fracasó en su intento de convertir a su antigua ministra para Europa, Nathalie Loiseau, en jefa de la bancada liberal. Tampoco parece que tenga mejor suerte con la candidatura de la danesa Vestrager, actual comisaria de la competencia, para encabezar la Comisión (2).
                
El desencuentro Merkel-Macron viene de lejos. Ambos se reclaman de un centrismo pragmático más que ideológico. Pero Macron no disimula unas ambiciones europeas que a la dirigente alemana le resultan incómodas. En su partido, la CDU-CSU, ya dividido por el asunto de la inmigración, aún gustan menos las pretensiones de Macron, de quien desconfían por considerar que pretende imponer una agenda demasiado personal. Merkel logró que su protegida, Kramp-Karrembauer, ocupara el liderazgo del Partido, pero nadie apuesta sobre la solidez de su liderazgo una vez que la Mutti (la Mamá) deje definitivamente el gobierno y su legado se extinga, quizás con más rapidez de lo esperado hace sólo unos poco años (3).
                
Macron ha sondeado un posible entendimiento con los socialistas, segunda fuerza política del PE, pero éstos insisten en su candidato, el neerlandés Timmermans. El Presidente francés, no obstante, parece haber visto en Pedro Sánchez un aliado preferente en esta Europa vacilante. El dirigente socialista español puede sacar una renta importante de este entendimiento generacional transpirenaico: que Macron inste a Ciudadanos a no bloquear su investidura como jefe del gobierno en España. Al fin y al cabo, el líder francés presenta como santo y seña de su política el rechazo frontal a pactar con la ultraderecha. Pero Rivera se resiste a complacer a Macron, después de haber sido puesto en evidencia por Valls, el exjefe del gobierno francés. Ambos se sentaron juntos en la misma mesa del Consejo de Ministros bajo Hollande y compartieron ciertas posiciones moderadas en el socialismo francés y sus aliados. Luego terminaron distanciados. Valls no se embarcó en el movimiento En Marche y prefirió buscar su futuro político en Cataluña, con los resultados conocidos.
                 
La debilidad socialdemócrata, tras una cadena desastrosa de fracasos electorales, parece ahora en revisión, con los éxitos meridionales y el esperanzador pero modesto resultado reciente en Dinamarca (4). Aún es pronto para hablar de cambio de tendencia. Tampoco los liberales pueden hacer alardes. Con un centenar y poco más de eurodiputados, se han quedado muy lejos de lo que Macron esperaba. Ni siquiera el auge de los verdes resulta suficiente para componer otra mayoría. Es un pacto a varias bandas, con el nacional-populismo fragmentado pero en auge. La presidencia de la Comisión sólo es el primer puesto importante a cubrir. Hay que acordar también el Presidente del Consejo, el patrón del Banco Central Europeo y otros cargos igualmente notables.
                
Mientras en el club se ventilan asuntos y rencillas confesables e inconfesables, pero todas de difícil digestión, al otro lado del mar se acentúa el olor a descomposición. La carne podrida del Brexit se ha metido en el congelador hasta el 31 de octubre, pero el interlocutor ni siquiera es la indecisa y escurridiza May. No hay nadie al aparato. La riña interna de los tories ha llegado a su punto culminante. Ya es sólo un combate a dos. En una esquina, Jeremy Hunt, actual Secretario del Foreign Office (Exteriores), partidario de un Brexit blando y acordado, pero figura gris, algunas sombras en sus ámbitos de gestión anteriores y atractivo pálido entre las bases. Al otro lado, el favorito, popular y populista y, por ende, el que menos simpatía despierta entre sus socios europeos: el bombástico exalcalde de Londres, Boris Johnson.
               
Boris es lo más parecido a Trump que pueda encontrarse no sólo en el Reino Unido, sino en Europa entera. Tiene un gusto insano por el escándalo y la provocación. Su biografía es una oda permanente y exhibicionista a la incorrección. Sobre Boris han llovido todo tipo de epítetos y todos los ha encajado, se diría que hasta con gusto. Una burbuja que no tardará en estallarle a los tories, según el siempre ácido THE ECONOMIST (5). Si  no les ha estallado ya...
                
Este fin de semana, en pleno arranque de la recta final, una trifulca en su domicilio añadió un renglón más en su ruidosa biografía. Boris se enzarzó en una pelea con su pareja, una antigua jefa de prensa de los conservadores, con tal despliegue de gritos y ruidos que un vecino temió que la cosa acabara más que mal y avisó a la policía. Las cosas no se salieron finalmente de madre, pero el peculiar candidato ha quedado expuesto (6). Algunos creen que a sus fieles poco les importa estas truculencias privadas. Después de todo, Boris demuestra ser un tipo normal, que riñe con su mujer, como todo quisque, y no es un hipócrita estirado.
                
Puede ser. En la deriva populista que vivimos, Boris es a los tories lo que Trump es al Great Old Party o Partido Republicano. Un tipo capaz de romper lo que haya que romper, caiga quien caiga. Johnson promete un Brexit por las buenas o por las malas: es decir, con acuerdo o sin acuerdo (do or die). Y, como corolario, una edición corregida y aumentada de la relación especial con los primos del otro lado del Atlántico. Una especie de ungüento para conjurar todos los oscuros presagios de la ruptura con la matrona europea (7).
                
Europa también parece apuntarse a este tipo de liderazgo en el que la mesura o a cordura deja paso a la ruptura, e incluso a una cierta locura. El italiano Salvini, en alza, es otro ejemplo. Si este estilo rompedor ha cuajado en EEUU, ¿en dónde no? Bolsonaro, Modi, Erdogan (incluso en horas bajas), o incluso Xi Jinping o el propio Putin (más taimados) son los líderes de los grandes países emergentes. Ninguno arrastra complejos democráticos. Afirman su poder personal como garantía de la grandeza presente y futura de sus naciones.
                
La política se ha convertido en un gran plató de las vanidades, en una feria de transgresiones. Las élites tecno-burocráticas están desconcertadas. Se les ningunea o humilla. Los grandes poderes reales optan por una cierta pasividad: prefieren manipular o vigilar a distancia a figuras extravagantes, porque puede ser de utilidad su conexión con unas masas desconcertadas, indignadas y hartas, que reniegan de partidos, instituciones y reglas hasta hace poco respetadas con mayor o menor conformidad. Se extiende una falta de miedo al riesgo, a hacer equilibrios en la cornisa, a flirtear con el escándalo. El liderazgo es sinónimo de atrevimiento, de descaro. Los aferrados al manual de la corrección parecen condenados a un lento ostracismo, a una jubilación sin brillo. El mundo será de quienes tengan agallas.

NOTAS

(1) “Merkel and Macron at odds over new UE leader. DER SPIEGEL, 31 de mayo.

(2) “Le sommet censé désigner les postes-clés de l’UE tourne au jeu de massacre”. LE MONDE, 22 de junio; “EU leaders fail to agree who should lead the Union”. THE ECONOMIST, 21 de junio.

(3) “A dim view of the world will Merkel be followed by darkness? DER SPIEGEL, 28 de mayo.

(4) “Denmark’s youngest prime minister leads new leftist government”. THE GUARDIAN, 26 de junio.

(5) “The Boris bubble that threatens Britain’s conservatives”. THE ECONOMIST, 20 de junio.

(6) “Jeremy Hunt piles pressure on Boris Johnson to explain police visit”. THE GUARDIAN, 24 de junio.

(7) “The empty promise of Boris Johnson”. SAM KNIGHT. THE NEW YORKER, 13 de junio.

EL FANTASMA DE TONKIN

19 de junio de 2019
                
Estados Unidos vuelve a estar en el ojo de un huracán innecesario en Oriente Medio, en esta ocasión en el Golfo Pérsico, epicentro del tráfico internacional de petróleo y otros derivados, aún esenciales para el funcionamiento de la economía mundial.
                
Es una crisis anunciada desde hace meses, provocada de forma caprichosa y del todo evitable. Aún hay margen para la cordura, pero cuando al mando hay un líder errático y vanidoso (Donald Trump), un consejero fanático (el inefable Bolton, superviviente neocon reciclado en esta administración irreal), un congresista con esteroides pero sin dotes significativas para la diplomacia (Mike Pompeo) y además el Jefe interino del Pentágono deja su puesto en plena crisis, el panorama no resulta halagüeño.
                
Lo que puede librar al mundo de una conflagración de incalculables consecuencias es, paradójicamente, el instinto del propio Trump, contrario a embarcarse en este tipo de aventuras bélicas que tanto han dañado el prestigio de Estados Unidos. Por una vez, el presidente puede ser parte del problema y de la solución a la vez.
                
LA INSENSATA DESTRUCCIÓN DEL ACUERDO NUCLEAR
                
La secuencia de la crisis es de sobra conocida. Trump abandonó, sin motivos, el acuerdo nuclear con Irán, impulsado por dos elementos de dudosa solvencia: demoler el legado de Obama y avenirse a la agenda israelí. Europa protestó y el resto de signatarios hicieron lo propio. La agencia de energía atómica de la ONU certificó que Irán estaba honrando el acuerdo. Sólo los reinos petroleros del Golfo respaldaron la iniciativa rupturista. Pese al consejo contrario de los generales que dieron empaque a su primera etapa de gobierno, Trump se mantuvo en sus trece, porque “América es lo primero”. Y tal vez lo único.
                 
Los ayatollahs pusieron el grito en el cielo y amenazaron con recuperar el programa nuclear en su integridad, pero durante meses se mantuvieron a raya. Las potencias europeas han intentado que Washington rectificara, al tiempo que diseñaban un sistema de intercambio que eludiera las sanciones a terceros, para salvaguardar los intereses de las empresas que tienen proyectos actuales o en gestación con la República Islámica (1).
                
La Casa Blanca se ha movido como un elefante en una cacharrería. Se reimpusieron  sanciones que se habían levantado y se ha acosado a Irán para que ceda, para que renegocie el acuerdo, renuncie a programas militares (misiles) y desarme o disuelva a los subrogados que supuestamente alimenta en toda la zona para que le hagan el trabajo sucio y sordo contra sus rivales regionales (en Líbano, Yemen, Irak, Siria y hasta en el interior de los reinos petroleros).
                
Pero Irán no es una república bananera ni un Estado producto de la manipulación colonial. Es una teocracia. Terrible, sin duda. Pero no más ni menos que Arabia Saudí, amiga de Occidente, que no duda en vulnerar las más elementales reglas de conducta decente. Irán atesora una cultura milenaria, que ha conocido guerras, invasiones y desafíos de enorme envergadura. Es una potencia militar, económica, política y religiosa. Es el segundo exportador mundial de crudo (hasta que EE.UU. lo ha querido) y el faro de la rama más militante del Islam.   
                
Cuando el sector duro del régimen iraní se percató de que no había nada que hacer con esta administración norteamericana, elevó el tono. Los moderados, liderados por el Presidente Rohani y el jefe de la diplomacia, Javad Zarif, no pudieron aguantar la presión y se unieron al discurso de la dignidad nacional. Mandaron señales a Europa para que pusiera en practica mecanismos que, en la práctica, mantuvieran a flote el acuerdo.
                
Ante la falta de resultados tangibles, Irán amenaza ahora con responder de manera más contundente, es decir, abandonando las limitaciones de su programa nuclear. Advierte que en apenas una semana podría superar los 300 kgs. de uranio enriquecido que le imponía el pacto nuclear (2). Pero los ayatollahs, enfrascados en sempiternas riñas, luchas de poder y visiones muy distintas del destino de la revolución, dejan la puerta abierta a una solución pacífica. El presidente Rohani suaviza la retórica guerrera del líder supremo, Jamenei (3).
                
Europa se ha vuelto a partir por el Canal de la Mancha, como de costumbre. La Gran Bretaña del Brexit (como la de Blair) mira de nuevo más al otro lado del Atlántico que al continente y avala, sin entusiasmo, la estrategia rupturista norteamericana. En medio de una surreal crisis de liderazgo, el Reino Unido se agarra más que nunca a la relación más especial que nunca con el primo atlántico, con la vista puesto en un futuro desanclado de la UE.
                
Trump vacila, como señala agudamente el corresponsal de seguridad nacional del NEW YORK TIMES, David Sanger (4). No es un secreto. El presidente hotelero quiere relegar a Irán a la condición de palomero de Oriente Medio, pero sin disparar un solo tiro. Después de haber ridiculizado a Georges W. Bush y a su equipo de neocon partidarios de cambios de régimen a la hechura de los intereses norteamericanos, ahora compra su retórica pero no su visión. Con su manual de negociador duro pretende doblegar a Irán sin enfangarse en una aventura bélica que podría arruinar su presidencia, su prestigio y, lo que más le importa, su vanidad.
                
MINAS SOSPECHOSAS
                
Los ataques con minas sufridos por petroleros hace mes y medio y estos últimos días se presentan como la “pistola humeante” de la agresividad del régimen iraní, al que se presenta frustrado por el efecto devastador de las sanciones y entregado a una venganza desesperada contra el tráfico mundial de crudo (5). Europa ha pedido pruebas de la autoría iraní, pero Washington administra con cuenta gotas la información. Se teme que estemos de nuevo ante otra farsa como la de las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein para justificar la destrucción criminal de Irak.
                
Otra comparación histórica resultaría más sugerente: Tonkin. Los falsos ataques de Vietnam del Norte contra barcos norteamericanos fondeados en la base naval enclavada en el golfo vietnamita fue el detonante de la intervención armada más calamitosa en la historia de Estados Unidos (ahora disputada por Afganistán, basada si no en la falsedad, al menos en la exageración y la manipulación).
                
Trump manda mil soldados más (se dice que para proteger a los que ya vigilan la zona), moviliza portaaviones e intenta meter miedo a los dirigentes iraníes, mientras que sus fieles construyen la narrativa que legitime algo que, en el fondo, le repele, porque intuye que es demasiado arriesgado para salir bien. Pero no está claro que los ayatollahs capitulen tan fácilmente. Una guerra en un enclave tan delicado puede provocar un marasmo en toda la economía mundial, justo cuando arranca la precampaña de las presidenciales de 2020.
                
Esas minas plagadas de sospecha pueden desencadenar armas de destrucción masiva. Se lee estos días cómo sería un conflicto bélico, que desbordaría el estrecho de Ormuz, el mar de Omán o el Golfo Pérsico, para replicarse en numerosos puntos calientes de Oriente Medio y en cualquier lugar donde puedan ser identificados objetivos norteamericanos (6). Las represalias iraníes pondrían a Washington  en un dilema permanente sobre el alcance de la escalada. Pero Estados Unidos no se puede plantear en serio una destrucción de Irán sin que el mundo se estremezca de Norte a Sur y de Este a Oeste. Es una locura demasiado grande.        

NOTAS

(1) “Europe tests the boundaries on Iran”. NAYSAN RAFATI y ALI VAEZ. FOREIGN AFFAIRS, 4 de febrero.

(2) “Iran to surpass uranium stockpile limits on days”. AL JAZEERA, 17 de junio.

(3) “Iran will not wage war against any nation, says Hassan Rouhani”. THE GUARDIAN, 18 de junio.

(4) “Trump careens toward a confrontation with Iran”. DAVID SANGER. THE NEW YORK TIMES, 17 de junio.

(5) “Iran seems prepared for major -but measured- escalation in the Gulf. FARZIM NADIMI. THE WASHINGTON INSTITUTE FOR NEAR EAST POLICY, 14 de junio; “Iran is wining, but US has options, in Gulf crisis”. SIMON HENDERSON. THE HILL, 17 de junio.

(6) “What a war with Iran would look like”. ILAN GOLDENBERG

TRUMP Y EL MITO DEL NEGOCIADOR DURO


12 de junio de 2019
                
A Donald Trump le gusta llevar las cosas al límite. Lo hace por instinto y por una falta muy aguda de sentido de responsabilidad. Presume de los éxitos que obtiene actuando de esa manera, pero se calla los tremendos fracasos. O más bien los niega. O los sepulta bajo un aluvión de tweets encabezados con la divisa fake news.
                
EL DUDOSO TRATO DE LA FRONTERA SUR
                
El último acto de esta conducta ha sido el acuerdo híbrido comercial-migratorio, rehén el primero del segundo. A falta de muro, militarización de la frontera del vecino. México no pagará el muro de sus ilusiones, pero gastará recursos que necesita para estabilizar la economía y reducir la brecha social en construir una inútil y ominosa barrera contra la pobreza y el hambre. Detraerá fondos que estaban asignados a fines mejores en desplegar, mantener, equipar y hacer funcionar a una novicia Guardia Nacional para frenar el flujo de personas que escapan de la desesperación centroamericana.
                
Trump cree haber doblado el brazo del izquierdista López Obrador al embarcarlo en su cruzada antimigratoria como única manera de evitar una subida de aranceles e impuestos a las exportaciones a Estados Unidos. El nuevo presidente mexicano no ha querido echar un pulso a su potente vecino al otro lado de Río Grande. Ha preferido avenirse a una solución que, por boca de su canciller y en su día sucesor en la alcaldía de la megápolis mexicana, Marcelo Ebrad, “preserva por completo” la dignidad del país. No ha habido acuerdos secretos, aseguró el ministro de exteriores, ante un clima general de sospecha (1).
                
De momento, la retórica sustituye a la sustancia y la aparatosidad del despliegue militar a la suma de acciones parciales de control de los últimos meses. Más de doscientos mil guatemaltecos llegaron a la frontera de México con Estados Unidos en los últimos ocho meses, A los que hay que sumar los procedentes del resto de países centroamericanos.
                
Trump necesitaba ya un resultado vendible con que tapar el fracaso de su órdago migratorio. Alentado por el relativo desconcierto que su apuesta frente a China había originado, el presidente hotelero ha vuelto a recurrir a la táctica de la amenaza, del tough dealing, del trato logrado a base de negociar a cara de perro.
                
Algunos analistas temen muy mucho que los compromisos de control migratorio que las autoridades mexicanas han contraído se queden muy pronto en papel mojado. Los propios asesores de Trump lo saben y por eso (Pompeo dixit) han advertido que harán un seguimiento muy exhaustivo y minucioso del cumplimiento del acuerdo. La vigilancia de la frontera con Guatemala, alrededor de mil kilómetros, es especialmente compleja por su configuración geográfica (extensa, montañosa, selvática, sumamente porosa), y más para una fuerza de reciente creación y en absoluto especializada en esos cometidos (2).
                
Además, organizaciones cívicas y de defensa de los derechos humanos temen esta nueva versión blanda de militarización de un fenómeno que no es de seguridad sino social. La guerra sucia contra las bandas narcos dejó miles de muertos y el problema sin resolver. Peor: creó otros más graves y perniciosos.
                
Demasiado complejo el asunto para explicárselo al impaciente inquilino de la Casa Blanca, que siguió desde Europa el tramo decisivo de las negociaciones. Pocas cosas lo  disgustan más que la sutil diplomacia europea, que hace cabriolas para ignorarlo sin provocar una de sus habituales rondas de destemplanza.
                
LA ESPINA CHINA, PALABRAS MAYORES
                
Trump cree haberse cobrado un triunfo en la frontera sur, o esa es su ilusión, y ahora tiene que afrontar la espina china, que es mucho más aguda y profunda. Los dirigentes chinos no son tan impresionables o influenciables. El supremo líder exhibía en San Petersburgo una puesta en escena muy conveniente con el ruso Putin, para demostrar que Pekín sabe cultivar aliados, incluso aquellos a los que Trump guarda un imposible apego. ¿Cuánto hay de solvente en ese eje aparente Moscú-Pekín? (3).
                
Aparte de cartas diplomáticas, Pekín ha desplegado también su capacidad de recurrir al tough dealing. La Comisión que tutela el uso de los recursos nacionales aseguró hace unos días que impondrá limites a la venta externa de materiales minerales raros. Pekín ya restringió este comercio con Japón en 2010 y advierte ahora con hacerlo de nuevo, ahora con Estados Unidos. China posee el 70% de estas materias primas exclusivísimas, imprescindibles para la fabricación de productos tecnológicos de primer orden como smartphones, turbinas eólicas, coches eléctricos y aviones militares. La industria puntera norteamericana adquiere el 80% de estos materiales del mercado chino. No obstante, algunos especialistas creen que este tipo de represalia puede convertirse en un boomerang para Pekín (4).
                El problema del pulso comercial que Trump pretende entablar -y ganar- con China es, precisamente, que tiene poco de comercial, o de económico, y mucho de estratégico. Por muy criticables que sean las prácticas comerciales chinas, lo que se ventila en este desafío es la contención de China como superpotencia del siglo XXI. Así lo señala con agudeza el historiador Stephen Wertheim, que se pregunta “si no es demasiado tarde para detener una nueva guerra fría”, en este caso contra China (5). Los adultos de la presente administración norteamericana están diseñando una moderna política de containment (contención) para frenar al viejo Imperio del Medio, a semejanza de la que diseñó Georges Kennan a finales de los cuarenta, desde su puesto diplomático adelantado en Moscú, para contener a la Unión Soviética.
                
La situación es bien distinta, por supuesto. La China de hoy no pretende darle la vuelta al mundo, ni siquiera dominarlo (no podría hacerlo, pese a consideraciones poco fundadas). Pretende que se le reconozca su papel protagonista y su capacidad para sentarse en la mesa de los que deciden sobre el destino del globo sin condiciones ni cortapisas. Xi Jinping no desafía a Occidente ni al orden mundial vigentes: quiere formar parte activa de él, eso si cambiando lo que haya que cambiar para asegurar los intereses de su país.
                
A finales de este mes, los presidentes norteamericano y chino tienen previsto verse en Japón en uno de esos encuentros bilaterales que tanto gustan a Trump para dar rienda suelta a su vanidad. Antes, los equipos negociadores, que trabajan en un opuesto clima de discreción, tratarán de aportar un borrador de solución razonable.
                
Los aliados asiáticos y europeos de Estados Unidos presionan para evitar que las cosas lleguen a mayores, porque a casi nadie (a nadie, en realidad) interesa que el conflicto se escape de las manos. Pero con Trump nunca puede saberse qué puede ocurrir por su peculiar sentido de la realidad. La tentación de oficiar como big dealer es demasiado fuerte para él.
               
               

NOTAS

(1) THE NEW YORK TIMES, 10 de junio.

(2) THE WASHINGTON POST, 10 de junio.

(3) “Putin and Xi cement an alliance for the 21st century”. ADAM TAYLOR. THE WASHINGTON POST, 6 de junio; “Are Russia and China really forming an alliance? The evidence is less than impressive”. LEON AARON. FOREIGN AFFAIRS, 4 de abril.

(4) “What exactly is the story with China’s rare earths”. PAUL HAENLE Y SCOTT KENNEDY. CHINE FILE (reproducido en el boletín semanal del CARNEGIE ENDOWMENT FOR INTERNATIONAL PEACE, 6 de junio).

(5) “Is it too late to stop a new cold war with China”. STEPHEN WERTHEIM. THE NEW YORK TIMES, 8 de junio.

CHINA: LA FATIGA DEL DRAGÓN


5 de junio de 2019
          
En el trigésimo aniversario de la matanza de Tiananmen, China se encuentra de nuevo, como entonces, en una encrucijada. En 1989 se trataba de saber si la apertura económica impulsada una década antes por el menudo pero correoso Deng Xiao Ping iba a arrastrar una cierta democratización del país. Los tanques despejaron la cuestión con contundencia. Ahora, 30 años después, el régimen parece haber cerrado un ciclo de fortalecimiento económico y asertividad internacional sin que el Partido Comunista haya cedido un ápice en su designio de control social y político.

Todos los medios occidentales y publicaciones especializadas dedican estos días numerosos reportajes y artículos a los acontecimientos de junio de 1989 y a los factores sociales y políticos que condujeron a la masacre (1). En realidad, permanecen muchas zonas de sombra, y la menor no es el número de muertos.

En Tiananmen quedó definitivamente descartada la deriva rusa que concluyó en la liquidación del régimen soviético dos años y medio después. China dejó bien claro al mundo que la adopción de un comunismo de mercado no llevaría aparejada la construcción de un sistema político liberal. Desde entonces los órganos de poder no han dado indicio alguno de que esa línea de conducta pudiera ser revisada.

Los mandarines de la nueva China han imprimido ciertas correcciones de rumbo, pero todas ellas en el plano económico, financiero y social, modificando prioridades, subsanando errores o incluso justificándolos.  El único cambio político de consideración desde 1989 ha sido el clásico del régimen comunista chino: la purga de elementos considerados nocivos o perjudiciales para los logros pretendidos. 

En los años sesenta del pasado siglo se eliminó a los dirigentes considerados poco revolucionarios, a raíz de la llamada Revolución Cultural. En la segunda mitad de los setenta, tras la muerte de Mao, cayeron los radicales maoístas, liderados por “banda de los cuatro”. A finales de los ochenta, les tocó el turno a los modernistas, partidarios de llevar la apertura al campo político, seguidores de Deng pero mucho más aventureros que su maestro (Hu Yao bang o Zhao Zi Yang, entre otros).  Y, desde los años noventa a la actualidad, las principales víctimas políticas han sido los “corruptos”, es decir las manzanas podridas del sistema, o presentadas como tales para justificar su liquidación.

UN LIDERAZGO DE HIERRO…

Con la llegada al poder de Xi Jinping, la habitual prudencia china del consenso y las decisiones colegiadas que caracterizaron los mandatos de Jiang Zemin y Hu Jintao dieron paso a un estilo más autoritario o personalista, más asertivo, menos cauteloso.
El actual líder chino ha concentrado en sí prácticamente todo el poder. Es él la voz superior en el partido, en las Fuerzas Armadas y en el Estado. Ya no puede hablarse de  un primus inter pares, sino un líder indiscutible. Xi pretende situarse en la historia al nivel de Mao y Deng, al reconocérsele la autoría de un Pensamiento o doctrina. Ha adquirido la categoría de guía de la nación.

El proyecto de Xi se organiza en torno a tres grandes ejes:

1) Una mayor vigilancia del sector privado en la economía (en el 70% de las empresas existen comités del partido para asegurar el cumplimiento de los intereses del Estado;

2) Una política exterior de exhibición de fuerza: militarización del Mar del sur de China, presión endurecida sobre Taiwan, creciente control sobre Hong Kong, la iniciativa conocida como moderna ruta de la seda (Belt and Road, según codificación internacional) para favorecer la penetración económica y política en todo el mundo en desarrollo… y desarrollado, también, acercamiento táctico pero cauteloso a Rusia (2).

3) El control reforzado de todos los niveles de la estructura política del régimen mediante la manipulación conveniente de la dinámica represiva contra la corrupción (más de un millón de purgados sólo en los últimos dos años).

En 30 años China ha conseguido el sueño de Deng: convertir al país en una gran potencia económica. Sin embargo, aún está por conseguir su principal designio: que los chinos disfruten de una prosperidad similar a la de las clases medias occidentales (según los parámetros de los años setenta, no lo actuales).

… PERO CON GRIETAS VISIBLES

El desarrollo chino lleva años dando señales de fatiga, de agotamiento. La acumulación lograda en tres décadas le ha permitido extender sus tentáculos por todo el mundo en desarrollo y en amplias zonas de Occidente, hasta alcanzar la percepción de amenaza, por sus prácticas de manipulación monetaria y de ventajismo comercial.

Trump se ha propuesto frenar la arrogante ascensión china. Pero lo ha hecho de la peor manera posible, después de molestar a sus aliados asiáticos y proyectar una imagen de arrogancia e incomprensión de otros intereses legítimos. La actual dinámica de confrontación comercial puede, sin duda, hacer daño a la economía china, pero también a la norteamericana y perjudicar al crecimiento global (3).

Una de las especialistas occidentales en China, Elisabeth C. Economy, ha escrito recientemente un ensayo sobre lo que ella denomina “problemas del modelo Xi” (4).

El catálogo de problemas es amplio y los males que describe resultan de complicada solución. A saber: estancamiento de la economía, persistencia del bajo índice de natalidad pese al abandono de la política de un solo hijo, tensiones sociales crecientes en fábricas y aparatos administrativos, retracción de la inversión privada, relajación en los controles ambientales, falta de confianza en el exterior sobre la solidez de las empresas chinas por la sospecha de que actual como caballo de Troya (el caso de Huawei es sólo el más notorio de una larga lista), el empeoramiento de la imagen internacional de China por el endurecimiento de la represión (de disidentes o en regiones enteras como Xijiang, contra la minoría uigur, de confesión musulmana).
            
Naturalmente, el diagnóstico de Economy y de otros investigadores (5) reflejan una visión occidental convencional. Otros plantean perspectivas distintas, que encajan la conducta china bajo el mecanismo defensivo y cuestionan el mito de la amenaza china (6). Sea como fuera, el país afronta desafíos enormes e incluso apremiantes.

El aniversario de Tiananmen ha atraído más interés externo que interno. A los chinos les preocupa más su prosperidad actual -y futura- que las libertades, por incómoda que pueda resultar esta afirmación. La vía de confrontación que el presidente hotelero ha abierto, lejos de debilitar al régimen, puede proporcionarle una oportunidad de cohesión nacional, de protección frente a lo que allí se percibe como un intento desesperado del mundo occidental de frenar el ascenso de China a la condición superpotencia del siglo XXI. El fatigado gran dragón asiático puede encontrar el aliento que le empezaba a faltar, pero sus achaques son inquietantes.


NOTAS

(1) Destacamos algunos de los trabajos más interesantes:
-       “The new Tiananmen papers”. ANDREW J. NATHAN. FOREIGN AFFAIRS, 30 de mayo;

-       “China tried to erase the crackdown from memory. But its legacy lives on”. THE WASHINGTON POST, 2 de junio.
-       “30 years after Tiananmen Square. A personal recollection”. JEFFREY A. BADER. BROOKINGS INSTITUTION, 29 de mayo;

-       “30 years after Tiananmen Square. A look back to Congress’s forceful response”. RICHARD C. BUSH. BROOKINGS INSTITUTION, 29 de mayo.

(2) “A Russian-China partnership is a threat to U.S. interests”. ANDREA KENDALL-TAYLOR Y DAVID SULLMAN. FOREIGN AFFAIRS, 14 de mayo.

(3) La publicación FOREIGN AFFAIRS ofreció el 31 de octubre del año pasado una selección bibliográfica sobre las relaciones pasadas y presentes entre Estados Unidos y China, las dos grandes potencias del siglo XXI, y las prospectivas de futuro. https://www.foreignaffairs.com/lists/how-to-understand-the-united-states-and-china

(4) “The problems with Xi’s China Model. Why its successes are becoming liabilities”. ELISABETH C. ECONOMY. FOREIGN AFFAIRS, 6 de marzo.

(5) “Chine veut modifier l’ordre Mondial à son avantage”. Entrevistas con JEAN-PIERRE CABESTAN. LE MONDE,  31 de mayo; “Chine à l’assaut des Nations unies”. LE MONDE, 3 de junio; “Desmystifiying Belt and Road. The struggle to define Chine’s project of the century”. YUEN YUEN ANG. FOREIGN AFFAIRS, 22 de mayo.

(6) “¿Hay que temer a China?”. KISHORA MAHBUBANI. LE MONDE DIPLOMATIQUE (en español). Abril, 2019.