EL BROMANCE DE HANOI, UNA CORTINA DE HUMO

27 de febrero de 2019

                
Acto segundo de la farsa. Trump y Kim celebran su segunda cumbre. Se ha pasado de un escenario de “furia y fuego”, a un pastel de banderas en rojo y azul (colores de ambos países). Del apocalipsis al bromance (“enamoramiento”, en palabras del propio Trump).
               
El escenario, Hanoi, habría sido un lugar extravagante hace apenas un año y medio. La capital de Vietnam, país aun formalmente comunista y único que ha derrotado a la potencia militar más poderosa de la Historia, alberga una cumbre entre su enemigo fundacional y el régimen comunista más ortodoxo del planeta.
                
Trump dijo escoger el lugar con supuesta intención: indicar a Corea del Norte en lo que puede convertirse (otro dragón de la economía asiática, como Vietnam), si se olvida de sus sueños nucleares y se abre al libre mercado (o así).
                
UNA NEGOCIACIÓN ESTANCADA
                
Pero lo cierto es que las negociaciones sobre la desnuclearización de Corea del Norte, la normalización completa de las relaciones intercoreanas y el sofoco del último rescoldo de la Guerra Fría (ahora que se habla de su reaparición) se han estancado miserablemente. El acto primero de la farsa se representó en Singapur, con una exhibición más de la impredecibilidad y la inconsistencia del presidente-hotelero: concesiones a la ligera y resultados hipotéticos sin credibilidad, según los conocedores del dossier.
                
Desde Singapur acá, los hombres del Presidente han tratado de recomponer el daño. Un encargado especial de las negociaciones, el veterano diplomático Steve Biegun, trata de dar sentido a un cuadro caótico. Fue nombrado en agosto y hasta enero no pudo acceder a sus contrapartes norcoreanas. En estos dos meses escasos cree haber detectado compromisos más o menos solventes en Pyongyang, como para poder afirmar que la cumbre de Hanoi será algo más que una salva propagandística. Biegun confía en que el régimen norcoreano se comprometa, con garantías, a desmantelar sus plantas de enriquecimiento y reprocesamiento de uranio en todo el país. Algo es algo.
                
El problema no está en las promesas -más o menos confiables- de Kim, sino en las concesiones a la ligera que a Trump se le antoje desplegar. Ya en Singapur suspendió las maniobras militares conjuntas con Corea del Sur sin consultar con su aliado. Sus asesores temen que el presidente ceda a la tentación de “hacer Historia” y acepte suscribir una especie de final formal de la guerra e incluso una “declaración de paz”. Evidentemente, se trataría de un gesto simbólico, porque las dos Coreas ya han iniciado ese camino en sucesivas cumbres bilaterales (tres, en 2018). Pero en este conflicto los gestos cobran una dimensión de grandes proporciones, porque no sólo cimentarían un resultado más sólido, sino que legitimarían un régimen autoritario y represivo.
                
Algunos analistas se han esforzado por ofrecer opciones que limiten un resultado frustrante (o, lo que es peor, inquietante) en Hanoi. El anterior responsable de Asia en el Consejo de Seguridad, Victor Cha, recomendaba hace unos días que el entorno del presidente volviera con las manos vacías de compromisos concretos en materia de desnuclearización efectiva, aunque admitieran declaraciones altisonantes de paz y normalización ( ). Por su parte, el experto de la Brookings Institution, Robert Einhorn, planteaba un Plan B, tabú para muchos, pero recurso práctico para no diluir Hanoi en una salva de fuegos artificiales ( ).
               
                
ATENCIÓN SUBSIDIARIA
                
A Trump no le importa demasiado Corea (o las Coreas), más allá de lo que pueda alimentar su vanidad personal. Como le ocurre con el resto de asuntos internacionales. En Hanoi busca amortiguar la tormenta interna que se cierne sobre él a medida que se acerca la hora de la conclusión del informe Mueller. Cada elemento que se filtra, cada aspecto lateral que se conoce incrementa la presión sobre el presidente-hotelero, lo aísla un poco más y lo empuja hacia una salida deshonrosa de la Historia.
                
La cumbre de Hanoi coincide con dos acontecimientos internos demoledores. La Cámara de Representantes ha desautorizado su declaración de emergencia nacional para proveerse de fondos asignados a otros cometidos y emplearlos en la construcción del muro en la frontera con México. Un puñado de legisladores republicanos, escandalizados por el comportamiento de su supuesto líder político, se han unido en el rechazo a los demócratas, mayoritarios en la Cámara tras las elecciones de noviembre. En el Senado, tres republicanos ya han dicho que votarán como los demócratas, con lo que sólo falta uno más consumar la desautorización presidencial. Ciertamente, no parece posible que se llegue a los sesenta necesarios para neutralizar el veto presidencial, aunque no faltan ganas en el desconcertado partido conservador.
                
AIRES DE LOS SETENTA
                
Pero lo que verdaderamente preocupa al inquilino de la Casa Blanca son las derivas de la investigación del fiscal especial. Quedan días, según todas las fuentes, para que el informe Mueller sea entregado en el Departamento de Justicia. Aún no se sabe si todo el mundo podrá conocer su contenido. Por si acaso hubiera alguna tentación de reserva u ocultamiento, los demócratas ya han planteado citar a Mueller para que testifique ante el legislativo.
                
Pero en los márgenes de ese proceso, el más importante sin discusión de estos años, los “descubiertos” de “los hombres del Presidente” se están convirtiendo en factores de gangrenización de la Casa Blanca trumpiana.
                
Su exabogado, Michael Cohen, ha escenificado una testificación demoledora en la Cámara baja, calificando a su antiguo cliente de “estafador” y “mentiroso” y ofreciendo supuestas evidencias de malas prácticas y engaños reiterados en su actividad empresarial pero también en su vida política. Cohen ha asegurado que Trump estaba al corriente de las filtraciones de su asesor Stone a Wikileaks, portal cooperador del Kremlin en las interferencias rusas durante la última campaña presidencial para perjudicar a Hillary.
                
Puede sospechar con razón que, tras la ruptura contractual y personal, Cohen quiere arrojar elementos políticos y jurídicos radiactivos sobre Trump para salvar su propio honor. Igual que mintió ante el Senado, admitido por él mismo, puede estar haciéndolo ahora. Pero el peso de las pruebas puede haberle acotado el espacio de la impostura.
                
El problema para Trump es que muchos de sus operadores fraudulentos en su escalada política están siendo deconstruidos por la investigación. Cada semana que pasa, el aura de esta presidencia recuerda más y más a la de Nixon, aunque sus protagonistas y circunstancias sean absolutamente diferentes.
                
Ni las operaciones de imagen en el exterior ni el invento artificial de emergencias de seguridad nacional podrán salvar la presidencia de Trump. Sólo un impulso irracional de un electorado confundido y confuso, frustrado y engañado, podría rescatarlo de la ignominia.


NOTAS

(1) “What to expect at the second North Korea summit”. VICTOR CHA y KATRIN FRASER KATZ. FOREIGN AFFAIRS, 22 de febrero.

(2) “On North Korea, press for complete desnuclearization, BUT HAVE A Plan B”. ROBERT EINHORN. BROOKINGS INSTITUTION, 14 de febrero.
               
               

ANTISEMITISMO: LAS PARADOJAS DE LA POLÉMICA

19 de febrero de 2018
           
Un nuevo fantasma recorre calles, gabinetes, redacciones y despachos de Europa: el antisemitismo. O, para ser más exactos, la percepción del antisemitismo como síntoma creciente del malestar social.
                
El asunto no es nuevo, naturalmente, pero ha cobrado fuerza en los últimos tiempos, debido a las contradicciones evidenciadas durante la crisis económica y social, el fracaso de las políticas europeas de respuesta y la emergencia del nacional-populismo.
                
Un sondeo realizado en enero para el Eurobarómetro, el indicador demoscópico de la UE, arrojaba un resultado inquietante:       la mitad de los 27.000 europeos consultados considera el antisemitismo como un problema real en sus países respectivos y más de la tercera parte (un 36%) cree que ha aumentado en los últimos cinco años. La inquietud es aún mayor entre quienes tienes amigos o conocidos judíos y, comprensiblemente, en la comunidad judía europea nueve de cada diez se confiesa alarmado. Son los franceses quienes encabezan la percepción de inquietud (siete de cada diez) y portugueses y estonios los que menos (apenas un 10%). España se encuentra entre los menos preocupados: sólo un 22% (1).
                
FRANCIA: LAS ARISTAS DE LA CRISIS
              
No puede extrañar que sea en Francia donde haya prendido con más fuerza esta inquietud. Hay razones históricas y políticas que lo explican. A finales del siglo XIX y principios del XX se registraron episodios inquietantes. El caso Dreyfuss fue el ejemplo más significativo. Durante la ocupación nazi, el régimen colaboracionista de Vichy practicó la persecución de los judíos, una herida que no ha terminado de cicatrizar en el cuerpo social galo. En las décadas siguientes, el fenómeno se ha manifestado con desigual intensidad, pero no ha desaparecido por completo. Pero la crisis económica y social, la degradación de las condiciones de vida, en especial en zonas y barrios desfavorecidos y la incidencia de la inmigración musulmana han recrudecido el problema.
               
La voz de alarma se ha vuelto a disparar estos últimos días, después de que el ministro del Interior diera a conocer que en 2018 los delitos de antisemitismo se habían incrementado un 74% con respecto al año anterior, y eso sólo teniendo en cuenta los hechos denunciados o verificados, porque se tiene la impresión de que el número de incidentes es mucho mayor (2). Los medios hacen inventario de numerosas manifestaciones, de desigual gravedad: pintadas filonazis, profanación de monumentos erigidos en memorias de victimas de asesinatos racistas, proliferación de mensajes de odio en redes sociales, intentos de agresión, comentarios despectivos e insultantes en lugares públicos, etc (3).
                
El problema se ha visto agrandado por la detección de mensajes y comportamientos antisemitas entre los gilets jaunes (chalecos amarillos), el principal movimiento de protesta social en la actualidad. El reputado intelectual de origen judío Alain Finkielkraut fue increpado y acosado el pasado sábado durante la habitual manifestación de los chalecos amarillos en París. El ensayista y miembro de la Academia Nacional es conocido por sus posiciones conservadoras en materia de inmigración y se ha sumado con entusiasmo a quienes creen que la cultura francesa está en grave peligro y que las banlieus (suburbios) son un foco de, integrismo musulmán antijudío. Curiosamente, sin embargo, se había criticado a los gilets jaunes por no haberse mostrado sensibles las condiciones de vida de los inmigrantes.         
                
Las invectivas apuntan, no obstante, mucho más alto. El propio Presidente de la República es objeto frecuente de estos ataques verbales. Debido a su pasado como ejecutivo de la Banca Rothschild, los propagandistas antisemitas lo consideran una “marioneta” de los intereses judíos en Francia, sin autoridad propia alguna. Macron se ha mostrado beligerante contra el antisemitismo en numerosas ocasiones, pero no participó el martes en la gran manifestación que reunió a fuerzas políticas y sociales para denunciarlo. Los convocantes se abstuvieron de invitar al Rasemblement National (antes Frente Nacional), que celebró sus propios actos por separado. El partido de Marine Le Pen mantiene que las instituciones republicanas han sido blandas con el antisemitismo debido a su falta de vigor frente a las consecuencias negativas de la inmigración musulmana.
                
En este amplio debate prima a veces lo emocional sobre lo racional. Es injusto por inexacto convertir a los gillet jaunes en cómplices del antisemitismo. La heterogeneidad de este movimiento explica que en su seno cohabiten sensibilidades distintas e incluso opuestas, de ahí que fuerzas políticas diversas hayan intentado reorientar su discurso (4).
                
ANTISEMITISMO COMO COARTADA DE ISRAEL
                
Otro factor perturbador es la confusión, a veces interesada, entre el antisemitismo y la crítica al Estado de Israel por la ocupación de Palestina. Algunos líderes de opinión proisraelíes tienden a colgar la etiqueta de antisemitismo a cualquier manifestación contraria al proyecto del sionismo.  Desde esos sectores (intelectuales, políticos, mediáticos) se acusa con frecuencia a la izquierda de haber sido indulgente con el antisemitismo, precisamente por sus posiciones en el conflicto cardinal de Oriente Medio. No es casualidad que el principal promotor de la Marcha de concienciación del pasado martes haya sido el Partido Socialista y que comunistas, izquierda radical y sindicatos se sumaran al evento. La izquierda institucional quiere demostrar que no hay motivos para que se la considere sospechosa. Ocurrió en su día lo mismo con el terrorismo islamista: el gobierno socialista promovió medidas policiales de gran dureza para desmentir cualquier veleidad de blandura.
                
Lo paradójico es que mientras los críticos hacia Israel parecen obligados a demostrar su inocencia, el propio primer ministro israelí cultive y aliente relaciones cálidas con los dirigentes europeos más susceptibles de simpatías antisemitas. Netanyahu promovió una cumbre en Jerusalén con el llamado Grupo de Visegrado, cuatro países de Europa central (Polonia, Chequia, Eslovaquia y Hungría), cuyos líderes actuales se han destacado por sus posiciones cercanas al discurso antijudío. El primer ministro israelí, hábil manipulador, quiso profundizar en la división europea, irritado por la desafección de las principales potencias de la UE hacia sus políticas cada vez más extremistas y, en particular, su sintonía con Trump (5).
               
l final, a Netanyahyu se le torció la operación. Unas declaraciones suyas en la víspera de la cumbre sobre la colaboración de los polacos con los nazis (sin matizar) provocó una tormenta en Varsovia. El primer ministro Morawiecki se borró de la cita. Ya el año pasado una ley promovida que condenaba a todo aquel que denunciara a Polonia por colaboración con el régimen hitleriano provocó una crisis con Israel. Las presiones norteamericanas obligaron a Varsovia a rectificar el texto legal (6).
                
Estas contradicciones entre antisemitismo y posiciones críticas frente a Israel han generado fuertes tensiones en el laborismo británico, hasta el punto de convertirse en una de las bazas más activas contra el liderazgo de Jeremy Corbyn. Una crisis importante fue sólo parcialmente apaciguada el año pasado, pero ha emergido de nuevo ahora, combinada con la polémica del Brexit, que ha escindido al Labour. Los diputados que han abandonado estos últimos días el partido no sólo mencionan la resistencia de la dirección a defender sin tapujos un nuevo referéndum; también le reprochan no hacer frente a “la infección del azote racista antijudío” (7). Corbyn y el ala izquierda hicieron en su día esfuerzos por apaciguar este malestar interno, pero señalaron que los sectores más a la derecha del partido pretenden presentar como antisemitismo lo que, en realidad, son legítimos pronunciamientos críticos sobre la política exterior e interior de Israel.


NOTAS

(1) Eurobarómetro. COMISIÓN EUROPEA, enero 2019. http://europa.eu/rapid/press-release_IP-95-1387_es.htm

(2) “Le nombre d’actes antisémites recensés a augmenté de 74% en France en 2018”. LE MONDE, 11 de febrero.

(3) “Antisémitisme: en France, les différents visages d’une haine insidieuse et banalisée”. LE MONDE, 12 de febrero.

(4) “Les ‘gilets jaunes’, nouveau terrain d’influence de la nébuleuse complotiste et antisémite”. LE MONDE, 19 de enero; “Antisémitism: les ‘gilets jaunes’ face à leurs responsabilités”. LE MONDE, 17 de febrero.

(5) “Netanyahu seeks to cement EU rightist bloc at Jerusalem Visegrad summit”. HAARETZ, 18 de febrero.

(6) “Poland and Israel try to improve ties, but History intrudes”. THE NEW YORK TIMES, 17 de febrero.

(7) THE GUARDIAN, 20 de febrero.

IRÁN: CUATRO DÉCADAS DE UNA REVOLUCIÓN MALOGRADA

13 de febrero de 2019

                
La teocracia iraní ha celebrado el cuadragésimo aniversario de la Revolución Islámica con el mismo enfoque y tono monocorde que imprime a su discurso público desde los tiempos fundacionales. Sin apenas sombra de autocrítica, refugiándose en el enemigo exterior como causa casi única de los males de la República (la disidencia interior es presentada como subsidiaria del todopoderoso foráneo), agarrada a los eslóganes, ajena a la realidad (1).
               
UN ENTORNO DISTINTO PERO NO DEMASIADO
                
Hoy el mundo es algo distinto de aquellos finales de la década de los setenta (pero no tanto como algunos analistas proclaman). Formalmente, concluyó la polarización Este-Oeste, aunque se ha recreado con otros supuestos ideológicos pero similares tensiones estratégicas. En el plano regional, la Revolución Islámica pretendió abrirse paso al margen de aquella rivalidad sistémica, generar su propio camino. Recuérdese que Jomeini denominaba Gran Satán a Estados Unidos, pero a la Unión Soviética le reservaba el apelativo de Pequeño Satán. Para una república esencialmente religiosa, el ateísmo comunista era completamente inaceptable. Pero el demonio norteamericano era el que había alentado, armado y protegido al tirano impío interior, era la amenaza más próxima, más peligrosa, el enemigo principal.
                
Esa lógica perdura hoy, que la URSS ha desaparecido y Estados Unidos impera como la única superpotencia. Irán se encuentra más a gusto con el autoritarismo neonacionalista en Moscú, llega a algunos acuerdos pragmáticos con el Kremlin, no exentos de desconfianza y prevención, pero aprovecha la utilidad de esa relación interesada para defenderse de la sempiterna amenaza. Los actores regionales también han experimentado cambios, por supuesto, pero  tampoco demasiado. Ese mundo árabe que se extiende al oeste es mayoritariamente sunní, la corriente islámica opuesta, irreconciliable.
                
Para la revolución resulto existencial la terrible guerra que, meses después de su triunfo, tuvo que librar con el vecino Irak. La suerte de la República Islámica se libró en las marismas del estuario de Shatt-el-Arab y zonas colindantes. Irán se desangró, ante la mirada complaciente de Estados Unidos y de otras potencias occidentales.
                
Es cierto que aquel ha desaparecido aquel Irak gobernado con mano de hierro por una minoría militar sunní, pese a que la mayoría de la población fue siempre fielmente chií. La aniquilación del régimen baasista en Bagdad y la consolidación de un nuevo poder afín confesionalmente debía ser un motivo de alivio en Teherán. Irónicamente, el nuevo sistema de poder central en Irak fue propulsado por Washington. Pero, ciertamente, los actuales dirigentes iraquíes en absoluto obedecen el dictado norteamericano. Se mueven entre la afinidad religiosa con Irán y la dependencia norteamericana, en una tensión contradictoria lejos de pronta resolución.
                
Un poco más lejos, otra potencia regional ha tomado el relevo de la hostilidad sunní. Es el reino de la Casa Saud, menos vocinglero o atrevido que el arrogante Saddam, pero mucho más peligroso porque atesora una alianza estratégica con el Gran Satán, ahora más sólida que nunca, pese al destrozo ocasionado por el caso Khassoghi. Irán y Arabia Saudí lideran una renacida dinámica de bloques irreconciliables en Oriente Medio, con guerra interpuestas, áreas de influencia, regímenes dependientes o directamente vasallos. Esta rivalidad está lastrando sus economías, pero la iraní es la más perjudicada por el acoso norteamericano, debido, aunque sólo en parte, al explosivo asunto nuclear.
                
EL ACUERDO NUCLEAR, CLAVE DEL FUTURO
                
El futuro en Irán pivota sobre la resolución de este dossier. El acuerdo que regía el desarrollo nuclear del país abrió grandes expectativas al régimen. Se esperaba con avidez el fin efectivo de las sanciones y los dividendos subsiguientes Trump ha hecho añicos el pacto pergeñado por Obama y Kerry.
               
Algunos analistas sostienen que los duros del régimen nunca quisieron ese acuerdo, porque estaban atrincherados en su discurso confrontacional y consideraban preferible la vía norcoreana, es decir, acceder al arma atómica como suprema garantía de supervivencia.  Pese a las reticencias del sucesor de Jomeini en la suprema magistratura, se firmó el acuerdo y, lo que es más importante, se ha mantenido pese a la ruptura de Trump. Irán esta respetando las provisiones del pacto, según todas las fuentes, incluyendo la inteligencia norteamericana, en abierta disputa con la propia Casa Blanca.
                
El resto de signatarios se atienen a ese compromiso y no han seguido el diktat de Trump. Europa ha desafiado a su gran aliado al crear un mecanismo de cambio que elude la red sancionadora de Washington (2). Pero es indudable que la economía iraní se ha resentido. La recuperación está congelada. Las promesas de los aperturistas sobre la bondad del acuerdo se han visto defraudadas. El Gran Satán resulta más amenazador que nunca, e incluso los moderados afilan su lenguaje, comprensiblemente. La Revolución encara una nueva década bajo el signo de la incertidumbre.
                
El aldabonazo de las protestas de finales de 2017 en el interior del país (menos sonoras en Teherán) constituyó un fuerte aviso de un innegable malestar social. Cuando una revolución fía su supervivencia a la represión del descontento es que ha fracasado. Algunos analistas consideran que el factor generacional puede ser definitivo en la suerte del sistema. No está tan claro. También el fanatismo se nutre de savia nueva, como ilustra un interesante trabajo sobre los mecanismos de propaganda del régimen (3).
                
La percepción de la amenaza exterior ha sido un elemento de cohesión en todos los movimientos revolucionarios de la era moderna (Estados Unidos, Francia, Unión Soviética, Cuba, etc.) Por supuesto, es un factor que termina agotándose, encerrado en las falsedades o unilateralidades de su discurso. Es necesario, pero no suficiente para consolidar el sistema de poder y termina resultando una justificación de las élites. Al cabo, como apunta el primer presidente de la República Islámica, Abolhassan Bani Sadr desde su exilio en París, en una entrevista con LA VANGUARDIA, “Estados Unidos no quiere un cambio de régimen en Teherán, porque saca provecho de él”. El expresidente exhibe cierta ingenuidad al hablar de Jomeini, de su duplicidad, de su oculto designio dictatorial, pero su análisis de la situación actual es bastante certera (4).
                
Con la moneda nacional derrumbada, el desempleo creciente y la pobreza en expansión, Irán vive horas sombrías. De la trágica sangría de los ochenta se ha pasado a la asfixia lenta. La influencia reforzada en el cercano exterior (Siria, Yemen o Líbano), las alianzas de conveniencia con Moscú, Pekín o Ankara y ese liderazgo moral entre los chíies de todo el mundo no dan de comer al pueblo iraní. El gobierno del moderado Rohani, elegido por una mayoría que quiere cambios reales dentro del sistema, está acogotado por el poder religioso (el supremo) y sus palancas instrumentales (militar, policial y judicial), garantes del inmovilismo. La respuesta debe proceder del interior, de los sectores más dinámicos de la sociedad. Pero la derrotada revuelta verde de 1999 (en el vigésimo aniversario) propició un repliegue del régimen. La ruptura está descartada. Sólo una reforma gradual parecería viable.

NOTAS

(1) Uno de los dossiers más extensos sobre las distintas dimensiones del 40 aniversario de la Revolución Islámica lo ha ofrecido la BROOKINGS INSTITUTION: https://www.brookings.edu/series/irans-revolution-forty-years-on/


(3) “Iran’s other generation gap, 40 years on”. NARGES BAJOGHLI. FOREIGN AFFAIRS, 11 de febrero.

(4) Entrevista con Abolhassan Bani Sadr. GEMMA SAURA. LA VANGUARDIA, 11 de febrero. https://www.lavanguardia.com/internacional/20190211/46366564367/bani-sadr-trump-iran-cambio-regimen.html

VENEZUELA: LA INVASIÓN ALIMENTARIA Y OTRAS BELIGERANCIAS BLANDAS

6 de febrero de 2019



La crisis de Venezuela ha entrado en una fase de tensa espera. La ficción de dos presidentes se amplifica con el reconocimiento parcial de uno no electo directamente por los venezolanos y de otro dudosamente electo que depende para su estabilidad de unos recursos amenazados por quienes, desde el exterior, ya no lo reconocen como mandatario.
                
Nicolás Maduro continúa encerrado en su retórica revolucionaria de resonancia arcaica, con invocaciones a la resistencia popular y al orgullo nacional, sin presentar propuestas prácticas que ayuden a desactivar los riesgos de explosión. El típico mensaje de Patria o muerte, acuñado por sus mentores cubanos, se antoja claramente insuficiente e incluso perjudicial para los propios intereses del sistema bolivariano, en el momento presente.
                
Por su parte, Juan Guaidó luce seguro y confiado, se expone con clara desenvoltura en los medios internacionales -en particular los norteamericanos (1)-, proclama una próxima victoria de la atrevida iniciativa opositora e insinúa un progresivo cambio de lealtades en las fuerzas armadas, el factor clave en la resolución del dilema.
                
No se sabe a ciencia cierta cuánto hay de propaganda en la pose numantina y aún desafiante de Maduro o en la galanura cool de Guaidó. Los días pasan y las posiciones se mantienen aparentemente firmes. El régimen confía en que, si los opositores no consiguen resquebrajar la lealtad de los militares, su envite acabará en nada. Los seguidores del autoproclamado presidente parecen fiar su apuesta en un ablandamiento a fuego lento del chavismo residual para aplicar, en el momento dramático oportuno, un incremento de presión que provoque el derrumbe definitivo.
                
SOFT WAR
                
Ese momento crucial puede ser la ayuda humanitaria planificada desde Washington, por un valor inicial publicitado de 20 millones de dólares. Migajas que la oposición vive como bocados de gloria. Esta especie de invasión alimentaria se va a realizar a través de dos vías de acceso: a través de la frontera de Colombia, con centro operacional en la ciudad Cucutá, y desde Brasil, con base en Panaraima. El objetivo: ganar adeptos y poner a prueba a los uniformados venezolanos (2).
                
Si el Ejército, por orden del Palacio de Miraflores, tratara de impedir el ingreso de la ayuda al territorio nacional, la población podría reaccionar con enfado y, quizás, con violencia. O al menos en eso confiarían los opositores. Si, por el contrario, no se ponen obstáculos a la libre circulación de las mercancías alimentarias y sanitarias, la intervención blanda de Washington se iría haciendo aceptable y prepararía el terreno para la asunción de Guaidó como presidente legítimo.
                
Por supuesto, no todo en la resolución de la crisis depende de este factor. Pero su aparente naturaleza pacífica, su carácter práctico, su evidente toque emotivo en un tiempo de escasez y penuria lo convierte en un arma de propaganda de primer grado. Nadie puede llamarse a engaño.
                
Los países que han apostado por Guaidó y han condenado diplomáticamente a Maduro también afinan su arsenal de presión. No son armas despreciables. Las tres cuartas partes de las importaciones de Venezuela provienen de países que han repudiado al régimen bolivariano, según el estudio de una entidad financiera privada afincada en Nueva York (3). El Banco de Inglaterra ha impedido que el gobierno de Venezuela retire de sus cofres reservas en oro por valor superior al mil millones de dólares (4). De calibre superior son las presiones económicas y financieras orquestadas desde primera hora por Washington.
                
LAS ENDEBLES BAZAS DE MADURO
                
Frente a esta ofensiva no militar, pero no menos letal, el régimen dispone de una retaguardia mucho más endeble y menos confiable. Los apoyos externos de dimensión que merezca ser considerada como apreciable se reducen a Rusia y China. Cuba. Bolivia o Nicaragua aportan poco más que el papel moneda de la retórica revolucionaria.
                
Venezuela tiene una deuda de 6 mil millones de dólares con Rusia, y la mitad de esa cantidad se la debe a Rosfnet, la empresa estatal de petróleos. Esta compañía, dirigida Ígor Sechin, uno de los aliados del conglomerado político-económico de Putin, tiene dos explotaciones de gas en Venezuela y activos petroleros que producen más de 20 millones de toneladas de crudo. El gobierno ha cerrado operaciones de compra de armas con el Kremlin y en los últimos meses ha acentuado su vinculación política y diplomática con Moscu, sabedor de que tarde o temprano se plantearía un pulso directo por el poder (5). Para Putin, Madero es la réplica de Poroshenko, el prooccidental presidente ucraniano que intenta mantenerse en el poder en las elecciones de este año, por el momento con débiles perspectivas. Se vuelve, pues, al esquema de la guerra fría, basada en peones y posiciones de amenaza difusa.
                
La dependencia venezolana de China es mayor en términos de penetración económica. El gigante asiático ha metido más de 60 mil millones de dólares en el país, en préstamos e inversiones de obras de construcción e infraestructuras, con la intención prioritaria de asegurarse el abastecimiento de petróleo (6). Pero fiel a su pragmatismo de no poner todos los huevos en el mismo cesto, Pekín no se ha mostrado tan entusiasta estos días en el apoyo a Madura, aunque formalmente sigue reconociéndolo como presidente legítimo. Esta conducta se debe a la tradicional doctrina china de no injerencia en asuntos internos de otros países, para poder exigir que Occidente no condene sus prácticas represivas o su vocación expansionista en sus cercanas zonas de influencia.
                
Así las cosas, la temida batalla en las calles parece ahora lejana (sin que pueda ser descartada por completo). El pulso se perfila en el fuego silencioso de los bloqueos financieros, las ruidosas caravanas del pan y las medicinas y los secretos contactos que puedan estar produciéndose entre las partes para buscar una solución o, a lo peor, para engañar y confundir al contrario.
                
En España, la crisis vuelve a convertirse en materia de consumo interno, de rivalidad política y partidista, con escasa atención a la complejidad de los problemas de fondo. Se hacen  superficiales  y oportunistas apelaciones a la democracia, sin reparar en que se consienten abusos en otros muchos países sin dedicarle atención alguna. La mayoría de los doscientos mil venezolanos que residen en nuestro país tienen simpatías claramente opositoras, como es lógico, porque muchos pertenecen a capas sociales que al menos han podido emigrar. Pero más allá de sus convicciones políticas, merecen algo más que una estéril simplificación de las principales voces políticas y mediáticas españolas.


NOTAS

(1) “Guaidó steers Venezuela to a perilous crossroads”. ERNESTO LONDOÑO (Caracas). THE NEW YORK TIMES, 3 de febrero.

(2) “La llegada de ayuda de EE.UU. medirá el apoyo militar a Maduro”. ANDY ROBINSON (Caracas). LA VANGUARDIA, 5 de febrero.

(3) “Major European Nations back Maduro’s rival as Venezuelan leader”. THE WASHINGTON POST, 4 de febrero.

(4) BLOOMBERG NEWS, 26 de enero.
(5) “Russia’s support for Venezuela has deep roots”. ALEANDER GABUEV. FINANCIAL TIMES, 3 de febrero.

(6) “Venezuelan opposition leader urges China to abandon Maduro”. TOM PHILIPPS (Caracas). THE GUARDIAN, 3 de febrero.