EE.UU.: LA CAJA DE LOS TRUENOS DEL IMPEACHMENT


25 de septiembre de 2019
                 
Lo que no consiguió el informe Mueller lo ha puesto en marcha la denuncia anónima y en origen discreta de un miembro de los servicios de inteligencia. Si en el caso del Rusiagate no pareció encontrarse la pistola humeante, la prueba fatal que pusiera al turbulento presidente en el disparadero de su posible impeachment (destitución), en esta conexión ucraniana todo ha ido más rápido. Lo que no quiere decir que Trump tenga los meses contados, ni mucho menos. Pero ya no parece tan seguro el blindaje de la mayoría republicana en el Senado, que será, a la postre, el órgano de poder que decida la suerte del presidente.  
                
Un anónimo denunciante (whistleblower), perteneciente al servicio interior de la Casa Blanca, ejerció la prerrogativa legal (casi una obligación ciudadana) de informar de unos comentarios, que él estimó no apropiados, vertidos por el Presidente durante una conversación telefónica con su colega de Ucrania, a finales de julio. Según revelaciones periodísticas, Trump habría presionado al joven y  neófito Zelensky para que los servicios secretos ucranianos investigaran los negocios en aquel país del hijo del exvicepresidente norteamericano y precandidato presidencial Joe Biden y el papel que éste pudiera haber jugado en ellos, ya que Obama lo había encargado de seguir de cerca la situación en Ucrania. Entretanto, la Casa Blanca había congelado un paquete de ayuda de 400 millones de dólares al gobierno de Kiev, aprobado previamente por el Legislativo. La Casa Blanca asegura que esa decisión había sido adoptada antes de las conversaciones entre los presidentes. ¿Fue así?
               
EL DILEMA RECURRENTE DE LOS DEMÓCRATAS
                
Nada más saltar a la luz estos detalles, volvió a plantearse el debate sobre la capacidad y la honestidad de Trump para ejercer el cargo. No tardó en resurgir la opción del impeachment, alentada por un sector de la oposición demócrata. Pero su líder legislativo, la octogenaria presidenta de la Cámara de Representantes (tercer cargo del país en el escalafón institucional) se mostraba renuente. Como había hecho durante la trama rusa, incluso después de hacerse público el informe Mueller.
                
Pelosi estaba arropada por un nutrido sector de congresistas demócratas, recelosos ante una operación política muy arriesgada. Guiados por el cálculo coste-beneficio más que por consideraciones de moral política, estimaban que no estaba garantizado que la conducta delictiva del presidente pudiera queda completamente esclarecida y sabían que los republicanos, mayoritarios en el Senado, protegerían a Trump, por muy hartos que algunos estuvieran de él.
                
Los demócratas siempre han estado divididos sobre cómo había que tratar las maniobras torticeras de Trump para hacerse con la presidencia. Los más moderados consideraban que un intento de echarlo por una vía que no fuera la electoral podría convertirse en un boomerang político y terminar por reforzarlo. El ala progresista, reforzada tras las elecciones legislativas de medio mandato de 2018, pugnaban por una actitud de máxima beligerancia. Pelosi siempre estuvo del lado de los primeros
                
Cuando estalló este escándalo ucraniano, la semana pasada, tampoco Pelosi se sintió inicialmente muy inclinada a usar ese botón nuclear de la política norteamericana que es la destitución de un presidente. No creía que, pese a tratarse de un asunto más sencillo, más fácilmente comprobable que el Rusiagate, sus rivales republicanos fueran a modificar su actitud protectora del presidente.
                
Pero el empecinamiento del equipo presidencial en despreciar al legislativo modificó la tradicional posición cautelosa de los demócratas. La Casa Blanca se negó durante varios días a que los responsables de inteligencia informaran al Congreso de las conversaciones entre Trump y Zelinsky y de las actuaciones posteriores.
                
En la tarde del martes, la remisa Nancy Pelosi giraba por fin el pulgar hacía abajo y anunciaba el inicio del procedimiento del impeachment o destitución del presidente. La conexión ucraniana anuncia un pulso tremendo entre la Mansión de los Horrores en que se ha convertido la Casa Blanca y el Templo de las indecisiones a que ha quedado reducido el Capitolio.
                
EL HEDOR DEL DESPACHO OVAL
                
Un intenso olor a podrido se desprende de estas conexiones ucranianas. Un país, Ucrania, sumido en una profunda crisis económica, social y política por una guerra de secesión que parece lejos de resolverse satisfactoriamente. Un presidente inexperto, Zelensky, actor de profesión, pretendidamente renovador pero enfeudado a los intereses económicos de su patrón, protector y financiador.
                
Un exvicepresidente y precandidato, Biden, sobre el que pesa la sospecha de actuar como protector de los negocios inexplicables de su hijo Hunter, en un país corroído por el poder informal pero inmenso de los oligarcas herederos del comunismo en ruinas.
                
Un presidente norteamericano en ejercicio, Trump, que podría haber presionado a otro jefe de Estado para que investigara a un ciudadano estadounidense que además es uno de los políticos más destacados de su país y su posible rival electoral en 2020, cuando todavía no se ha esclarecido su responsabilidad en la manipulación de 2016, con la presunta cooperación de otra potencia, Rusia, enemiga bélica de la que ahora aparece implicada.
                
Al Congreso se le ha regateado (¿hurtado?) información, lo que convierte el escándalo en un potencial conflicto institucional explosivo y destructivo hasta límites solo imaginables para guionistas desesperados por crear historias de ficción que superen de nuevo a la realidad.
                
Cuando parecía haberse diluido en las brumas del río Potomac la sombra del impeachment presidencial precipitada por los lazos rusos (Russia links) del presidente hotelero, emerge de las aguas turbias de los aparatos de inteligencia otro monstruo igualmente devorador de titulares y pantallas. ¿Ha pretendido el candidato-presidente recabar material comprometedor para el exvicepresidente-candidato como ya hiciera con Hillary? ¿Estamos ante otro caso de juego sucio en el pestífero entorno poder/dinero de Washington?
                
Por la Avenida de Pennsylvania se puede intuir ya el desfile de todos los fantasmas políticos de la reciente historia norteamericana, con sus etiquetas bien visibles colgadas del cuello: Nixon (Watergate), Reagan (Irán-Contras), Bill Clinton (Whitewater, Lewinsky)... Trump ha comprado muchos boletos para unirse al cortejo.
                
El escándalo  no sólo arroja sombras espesas sobre la Casa Blanca. También altera las previsiones electorales. Sea destituido o no, es previsible que el presidente sufra un serio desgaste en este proceso. Y Biden, hasta hace poco el front-runner (favorito) demócrata, puede ver arruinadas sus opciones si la investigación del caso arroja datos comprometedores sobre su conducta. El otoño político norteamericano promete cotas máximas de intensidad.              
                 

CON UN OJO EN IRÁN Y OTRO EN ISRAEL

18 de septiembre de 2019

           
Los ataques del pasado fin de semana contra instalaciones petrolíferas saudíes, cuya autoría aún está por verificar, las dudas de Trump sobre la respuesta a aplicar en caso de que Irán sea señalado como responsable, el punto muerto político que han dejado las elecciones en Israel -las segundas en seis meses-, el atasco en la culminación de la guerra siria por las operaciones militares inconclusas en el norte y el problema de difícil absorción de las miles de personas desplazadas componen un inquietante panorama incluso para una zona ya de por si preocupante como es Oriente Medio.
                
RESPUESTA Y POSTUREO            
                
Arabia Saudí dice haber reparado los daños ocasionados por los ataques con drones en sus instalaciones de Abqiq y Kurais, donde se procesa el 6% de la oferta mundial de crudo. Los precios subieron más de un 20% pero luego bajaron hasta un poco, aunque no al nivel anterior a la crisis. En todo caso, el perjuicio económico inmediato no parece el problema mayor. El dilema de la respuesta se plantea en términos de prestigio.
                
La Casa Saud ha señalado automáticamente a Irán como el villano y se niega a aceptar que hayan sido los protegidos houthis yemeníes de Teherán quienes pasen por los autores del ataque. El Secretario Pompeo se apresuró a comprar esta versión. La monarquía petrolera quiere de Washington una respuesta contundente, un escarmiento que no deje lugar a dudas sobre su compromiso con el suministro de crudo y la seguridad del Reino (1).
                
Pero a Trump no le seduce el riesgo y se ha comportado de modo similar a como lo hizo en primavera: alarde de músculo y determinación (“locked and loaded”) pero pies de plomo sobre una represalia militar efectiva. Antes de la crisis, estaba dando vueltas a una cumbre efectista con el Presidente de Irán, el moderado Rohani, coincidiendo con las sesiones de la Asamblea General de la ONU en Nueva York. El ataque ha hecho imposible el evento...  por ahora.
                
Finalmente, la decisión de endurecer las sanciones económicas, ya de por si severas a día de hoy, y la posición radicalmente contraria del Guía de la Revolución, el anciano e intransigente Jameini, ha acabado con el espejismo diplomático (2).
                
El presidente norteamericano ya está en precampaña por su reelección, la situación económica es razonablemente positiva (aunque no espléndida como él pretende) y en las filas demócratas todavía no se percibe confianza en un triunfo en 2020. No quiere estropear el presidente hotelero estas perspectivas favorables de la temporada que viene. Una escalada militar con Irán le complicaría las cosas, fuera cual fuera el resultado final, e iría en contra de sus promesas e instintos, completamente opuestos a seguir enfangándose en guerras, cuando el intrincado e incierto conflicto comercial con China ya supone amenazas mayores. El cese del belicoso Bolton abona esta impresión de la reticencia de Trump a que se le vayan las cosas de las manos en una región que Washington lleva decenios tratando de controlar sin resultado.
                
Si hubiera otro incidente, podría ser inevitable una respuesta militar, cosmética o real, pero reducida y limitada, para salvar la cara u honrar el prestigio, como señalan algunos analistas estos días (3). Una deriva muy distinta sería una sorpresa, aunque nunca se pueden hacer pronósticos con el errático inquilino de la caótica Casa Blanca actual.
                
EL OCASO DE NETANYAHU
                
La incertidumbre en Israel presenta perfiles dramáticos, pero su gestión puede resultar de gran importancia para el juego de equilibrios en la región. Las elecciones no han arrojado una mayoría de gobierno clara. El Likud liderado por el actual primer ministro ha obtenido uno o dos diputados menos (aún no hay datos definitivos) que el bloque centrista Kahol Lavan (Azul y Blanco), encabezado por tres exjefes militares.
                
Con respecto a las elecciones de abril, el resultado es ligeramente peor para el incombustible Netanyahu. La defección de Liebermann, el político derechista de origen ruso, otrora amigo y ahora encarnizado rival del astuto primer ministro, forzó la repetición de los comicios (4). Israel Beiteinu (Nuestra casa Israel) obtendría ocho o nueve diputados en la Knesset (Parlamento), lo que convierte a su líder en king-maker, en la clave para decidir el rumbo político inmediato del país. Su propuesta es clara: un gobierno de gran coalición que acuerde líneas de consenso y, sobre todo, acabe con los privilegios de los religiosos, un sector social y político y social que ha sido clave para que Netanyahu se mantenga en el poder.
                
El problema es que Benny Gantz y los otros líderes del bloque centrista Azul y Blanco no quieren gobernar con Netanyahu no sólo por una profunda desconfianza, sino porque tal opción supondría aceptar un blindaje legal del primer ministro, que afronta tres procesos judiciales por corrupción. Es sabido que Netanyahu pretende introducir cambios legislativos que obstaculizarían la acción de la Justicia en casos como el suyo. Ayudarlo a conseguirlo implicaría complicidad por parte del actual bloque opositor principal (5).
                
Gantz y los generales moderados tampoco pueden gobernar sin el apoyo del político de origen ruso. No les bastaría el voto favorable de laboristas y socialistas (11 escaños, según los datos provisionales). Ni siquiera el de la formación de los árabes israelíes, que se han vuelto a presentar unidos en la Lista Conjunta y se han convertido en la tercera fuerza política de la Knesset con 12 escaños estimados.
                
Netanyahu, eso puede darse por seguro, hará todo lo posible por conseguir un “gobierno sionista fuerte”, como él mismo ha dicho nada más darse a conocer los resultados provisionales. Tratará de engatusar a Lieberman, a quien promocionó, manipuló y utilizó hasta que otras urgencias políticas le obligaron a sacrificarlo y atender preferentemente a los religiosos, cuya deriva extremista es cada vez más acusada (6).
                
El animal político israelí más implacable desde Golda Meier ha demostrado que está dispuesto a lo que sea para mantenerse en el poder. Ya ha terminado de aplicar la puntilla al moribundo proceso de paz con los palestinos, al comprometerse a anexionarse el Valle del Jordán, si continúa al frente del gobierno, lo que haría inviable un estado palestino independiente. Puede desdecirse o aplazar este designio, por supuesto, pero en estos momentos padece el mal de la manta corta: si se tapa la cabeza (acuerdo con Lieberman), se quedaría con los pies fríos (abandono de los nacionalistas radicales y de los ultraortodoxos).
                
Conociendo al personaje, encontrará la manera de intentarlo. No se rendirá así como así, sabiendo que tampoco sus rivales tienen una solución fácil a su alcance. Ahora no está luchando por la supervivencia: la batalla en curso es por su libertad, para evitar la cárcel. Peleará más que nunca. Al cabo, no son descartables unas terceras elecciones.
                
Otros frentes de conflicto en Oriente Medio (Siria, Turquía, Líbano, Yemen) dependen en cierta medida de lo que ocurra con el pulso en estos dos escenarios centrales.


NOTAS

(1) “A credibility test to U.S.-Saudi defense relations and Iran deterrence”. MICHEL KNIGHTS. THE WASHINGTON INSTITUTE ON THE NEAR EAST, 16 de septiembre;

(2) “This is the moment that decides the future of the Middle East”. STEVEN COOK. FOREIGN POLICY, 17 de septiembre.

(3) “Experts react to the attack on Saudi oil facilities”. SAMANTHA GROSS, SUZANNE MALONEY, BRUCE RIEDEL y DANIEL BYMAN. BROOKINGS INSTITUTION, 17 de septiembre.

(4) “Israel elections could turn on ugly breakup of an odd couple”. DAVID HALBFINGER y ISABEL KESHNER. THE NEW YORK TIMES, 16 de septiembre.

(5) “On the Eve of Israel’s do-ever: final maneuvers and coalition possibilities”. DAVID MAKOVSKY. THE WASHINGTON INSTITUTE ON THE NEAR EAST, 16 de septiembre; Israel’s elections redux: What you need to know. NATHAN SACHS. BROOKINGS INSTITUTION, 13 de septiembre.

(6) “The increasingly right stuff: religious parties in Israel’s upcoming elections”. DAVID POLLOCK y TAMAR HERMANN. THE WASHINGTON INSTITUTE ON THE NEAR EAST, 5 de septiembre.

DIPLOMACIA: ARTE Y CHAPUZA

11 de septiembre de 2019


La Diplomacia (así, con mayúsculas) bien puede considerarse un arte, en tanto que consigue hacer posible lo aparentemente imposible, cuál es convertir en acuerdo los conflictos, o embellecer la convivencia de intereses contrapuestos. Ciertamente, abundan los ejemplos en los que esta disciplina es un ejercicio de cinismo y se limita a disimular, esconder o impostar mecanismos de dominación. En contraste, la diplomacia (con minúsculas) se usa   como tapadera de la chapuza. En las últimas semanas hemos asistido a ejemplos de todas estas variables, que no resulta difícil identificar.
               
SUTILEZAS GALAS
                
Los franceses tienen una expresión muy significativa que encuentra una aplicación muy frecuente en diplomacia: jouer au chaud et au froid (jugar al caliente y al frío). Presionar y relajar. Retirarse y acercarse. Amagar con romper para favorecer un pacto. Practicar este juego requiere disfrutar de una posición de poder con cierta solidez, pero no necesariamente la predominante. Es el ejercicio inteligente de la diplomacia lo que puede otorgar la ventaja.
                
La escuela francesa de diplomacia ha practicado estas y otras técnicas durante siglos, desde los tiempos del absolutismo luisiano hasta esta época del republicanismo con aires coronados del sistema político vigente.  El gaullismo transformó el parlamentarismo para conferir al Jefe del Estado no sólo mayores atribuciones, sino una estatura internacional más visible, una personalización de la grandeur. En un mundo bipolar, el prestigio de Francia pasaba por procurarse un hueco, hacer oír su voz: entre los aliados occidentales (EEUU, Reino Unido o Alemania) casi más que frente al enemigo oficial (URSS). Desde De Gaulle, todos los presidentes franceses se han entregado con más o menos entusiasmo a esta pulsión.
                
Macron no es una excepción, pese a su juventud o a su pretendida frescura, a su modernidad tecnocrática, a sus aires de espontaneidad revisionista de las tradicionales estructuras de poder, a su pretendida superioridad de los rígidos esquemas partidistas (cada día más olvidados). Como les ha ocurrido a muchos de sus antecesores, el actual presidente atraviesa el meridiano de su mandato impulsado por la ambición exterior. Los accidentes domésticos, lejos de resolverse, no serán el principal cometido de sus desvelos, que delegará en sus prefectos (jefe de gobierno, ministros, operadores políticos leales del cada día más partido y menos movimiento). El jefe del Estado se concentrará en la gestión de un orden mundial en crisis, de unos valores amenazados por viejos y nuevos demonios, en procura de un liderazgo ahora huérfano o, peor aún, pervertido por desvaríos peligrosos.
                
La reciente reunión del G7 ha sido la ceremonia de lanzamiento de esta pretensión. Los resultados fueron modestos; la proyección, ambiciosa. Macron logró un reconocimiento generalizado. Se ha erigido en una especie de primus inter pares, de viga maestra en una arquitectura mundial plagada de grietas. Ha conseguido lo que previamente le había resultado esquivo: evitar que el presidente hotelero reventara la cumbre, al embridar sus peores instintos, halagar su vanidad y reducir a la nada sus repentes infantiles. En Europa, patio cercano, ha cogido por fin el testigo de la canciller alemana, que no ha opuesto resistencia, tanto por vocación como por necesidad: está de despedida y no es mujer de amagos.
                
El presidente francés ya está preparando el decorado y ha cursado las primeras invitaciones. El principal llamado a escena será su colega ruso, Vladimir Putin. Dos ministros franceses ya han hecho esta semana el camino de Moscú para afinar los preparativos (1).
                
LA VÍA RUSA
                
“Hay que recuperar a Rusia”, es el mantra de estos días en el Eliseo. Resulta imperativo “redefinir las relaciones con Moscú”, si se quiere emplear una expresión más oficial. Objetivo que va más allá de la dimensión bilateral: según el propio Macron, “la aproximación de Rusia y Europa” será el tema clave de la diplomacia francesa (2). Helás! Rusia como avenida del renacido liderazgo francés en la UE. Con o sin eje franco-alemán. Con o sin el Reino Unido.
                
Estos días se ha dejado claro que París no está dispuesta a  conceder a Londres otra prórroga del Brexit. Se juega al caliente (nada de concesiones) pero se deja abierto el enfriamiento de las tensiones (“en las circunstancias actuales”). Macron no quiere más retrasos en su designio de “transformar Europa”. Otra evocación gaullista: el General nunca vio con buenos ojos sentar a las islas británicas en el continente. De nuevo hoy, parece haber más querencia en París por la decimonónica alianza franco-rusa que por la entente cordiale.
                
No se trata de nostalgia, por supuesto. Es puro pragmatismo. Macron plantea la aproximación a Moscú como una “utilidad estratégica”. Cuanto más cerca esté Rusia de Europa, más alejada estará de China. Cuanto más se acerque Europa a los Urales más autónoma será de Estados Unidos en esta época de desapego transatlántico y mayor será la influencia europea en Oriente Medio, donde Moscú ha recuperado influencia y poderío. Crimea no debe caer en el olvido pero tiene que dejar de ser un problema (3).
                
Los detalles y sutilezas diplomáticas francesas de este plato debieron formar parte del menú con que Macron agasajó a Trump en una terraza de Biarritz. Pero es improbable que el huésped fuera capaz de digerirlas. El presidente hotelero viaja siempre con prisas, con la vista puesta más en sus recorridos de golf en Florida que en las citas diplomáticas, incluso las más simbólicas, como el octogésimo aniversario de la invasión nazi de Polonia. Trump canceló el viaje con la excusa insostenible del huracán Dorian. Poco le importó que los actuales dirigentes polacos sean de los pocos en Europa que le hacen la ola (4). Ocasión diplomática malgastada.
                
EL EMBROLLO AFGANO
                
Al cabo, ni siquiera se maneja bien Trump en el oportunismo. No contento con hacer el ridículo al timón de la resistencia contra el huracán, dejó escapar sus ramalazos autoritarios al amenazar con despedir a quienes dieran información rigurosa. El presidente de las 12.000 mentiras en 900 días no puede hacer otra cosa que castigar la verdad.
                
No ha sido el único estropicio de la semana. A los afanes profesionales por forjar un acuerdo en Afganistán (si no de paz, al menos de no guerra), desempeñados por el embajador Zalmay Jalilzad (afgano de origen), respondía el spoiler en jefe desbaratándolo todo. La vanidad le impedía coronar años de esfuerzo con una simple firma, y ya. Trump quería ser protagonista de algo que ni entiende ni le importa, salvo para sacarle jugo electoral.
                
Para solemnizar la ocasión, a él se le ocurrió o asumió la peregrina idea de invitar a los líderes taliban a Camp David, pequeño templo de la recogida presidencial, para solemnizar el principio del fin del conflicto, justo en el aniversario de su origen (11 de septiembre), fecha del mayor trauma nacional del siglo. Y no sólo eso: se concibió una cumbre tripartita, Trump, los taliban y el presidente afgano, cuando éste último ha sido excluido de las negociaciones, con el requiebro de que, en esta fase, se trataba de acordar las condiciones de una retirada militar norteamericana, aunque todo el mundo sabía que era una imposición talibán (5). Un plan “catastrófico”, según Ryan Croker, otro exembajador norteamericano en Afganistán (6).
                
Al hacerse público, había  que salir del embrollo y se hizo con otra torpeza similar (6). A pesar de que en el último año, durante el cénit de las negociaciones, se han registrado más de una docena de muertes de soldados norteamericanos, el fallecimiento de un marine en un atentado suicida la última semana sirvió como excusa no sólo para suspender la cumbre, sino para congelar las negociaciones sine die (7).
                
Y, como daño colateral, el triturador de altos cargos aprovechó para enseñarle la puerta de salida de la Casa Blanca a su consejero de seguridad nacional, el tercero en tres años. El aguerrido Bolton, un neocon superviviente, se había mostrado hostil a esas veleidades conciliatorias/electoralistas de Trump “con los enemigos de América” (los taliban, claro, pero también los ayatollahs, el norcoreano Kim; y Putin, por supuesto), en discordancia con el mucho más acomodaticio Mike Pompeo, Secretario de Estado y responsable de la diplomacia. ¿Sospechó Trump que Bolton había filtrado el secreto de la cumbre en Camp David para arruinarla?
                
En todo caso, se ha transitado así de la diplomacia como arte de lo casi imposible (instalar al díscolo Afganistán en un sendero de conciliación) a la diplomacia como tapadera fallida de la chapuza precipitada por el oportunismo y la ignorante arrogancia.  

NOTAS

(1) “Macron assume son virage russe”. MARC SEMO. LE MONDE, 7 de septiembre.

(2) “Por Paris, il est urgent récupérer Moscú”. COURRIER INTERNATIONAL, 9 de septiembre.

(3) Entrevista con Florence Parly, ministra francesa de Defensa. LE MONDE, 7 de septiembre.

(4) “Poland’s leaders are the better Trumps”. MITCHELL A. ORENSTEIN. FOREIGN POLICY, 30 de agosto.

(5) “How Trump’s plan secretly meet with the Taliban came together, and fell apart”. THE NEW YORK TIMES, 8 de septiembre.

(6) “Trump’s approach to Afghanistan ‘confusing his own negotiators’”. (Entrevista con Ryan Croker). FOREIGN POLICY, 10 de septiembre.

(7) “Trumps pronounces Taliban agreement ‘dead’ and peace talks over”. THE WASHINGTON POST, 10 de septiembre.

EUROPA: PASO ATRÁS DE LOS INCENDIARIOS

5 de septiembre de 2019

                
Tres países europeos principales, tres escenarios políticos distintos, pero un patrón similar: inquietud social creciente, inestabilidad política crónica, debilidad del liderazgo y desafío abierto del nacional-populismo. En Gran Bretaña e Italia, el órdago identitario se ha resuelto en fracaso... momentáneo. En Alemania, el peligro no se ha desbordado, pero acecha. La derrota de las propuestas reaccionarias es sólo aparente. El riesgo sigue vivo.
                
KING BORIS SE ESTRELLA CONTRA LOS COMUNES
                
Gran Bretaña vive una semana parlamentaria tumultuosa más, debido a la desbocada gestión de un Brexit más incierto e imprevisible que nunca. Un golpe institucional del primer ministro para “cortar por lo sano” acaba en un embrollo que deja al gobierno sin mayoría.
                
Boris King Johnson suspendió el Parlamento (desde la semana próxima) para impedir que se pudiera demorar de nuevo el Brexit. Desde su ascenso al liderazgo del partido conservador, se hacían todo tipo de cábalas sobre las verdaderas intenciones del extravagante premier. Los hechos y el perfil de los colaboradores escogidos indicarían que ha decidido apostar por un Brexit sin acuerdo, convencido de que los socios europeos no podían perder la cara ante sus bravatas y avenirse a modificar el acuerdo. Sin embargo, hay quien estima que estamos ante una demostración más de su afición por los precipicios políticos. Si lleva las cosas al límite, obliga sus adversarios a dar un paso atrás antes de despeñarse en el vacío (1).
                
Los conservadores están escindidos. Las bases se aferran a su retórica nacionalista antieuropea, aquejados del mismo virus populista que se extiende por doquier. En cambio, las élites atrincheradas en Westminster se alarman ante una política exhibicionista, radical y temeraria. Pero carecen de alternativa: se autoengañan con la ficción de un mejor acuerdo de retirada, que Theresa May fracasó en obtener y nadie ha tenido la lucidez de plantear.
                
De  momento, bastaba con que un puñado de asustados tories se rebelara para que a Johnson le saliera el tiro por la culata. Y así ocurrió. Una veintena de MPs (algunos de ellos ilustres) votó a favor una propuesta que pone el control de la agenda legislativa en manos del Parlamento (por defecto, la ostenta el gobierno). La respuesta de Bo Jo fue inmediata: los parlamentarios discrepantes fueron expulsados del grupo conservador. Previamente, otro diputado había acabado con la exigua mayoría gubernamental de un voto, al abandonar su escaño y sentarse en la bancada de los liberales: un gesto político teatral y efectivo.
                
El jueves, a King Boris se le apareció el fantasma de Cromwell. La Cámara de los Comunes aprobó el proyecto de ley que impide la salida unilateral del Reino Unido de la Unión Europea sin acuerdo, que deben ratificar los Lores, quizás hoy mismo. Johnson respondió al contragolpe como había anunciado: con una moción de adelanto electoral (snap polls), retando al líder laborista, en tono patibulario, a verse en las urnas. Necesitaba el respaldo de los 2/3 de los diputados para disolver el Parlamento, pero la nueva mayoría opositora se opuso bajo un principio fundamental: lo prioritario  es convertir en ley firme el rechazo a un Brexit sin acuerdo y lograr una nueva prórroga, luego ya se verá lo de las elecciones.
               
Boris Johnson pretendía que los comicios se celebraran a mitad de octubre y convertirlos en una apuesta a todo o nada. Un pulso entre el pueblo y las élites. El mensaje a los suyos es maniqueo: o los tories se presentan como el inequívoco partido del Brexit sin complejos ni cautelas o se arriesgan a una sangría de votos en beneficio de los ultras de Farage (Brexit Party), que alardean de ser los genuinos partidarios de la ruptura con Europa.
                
El Trump británico (asesorado por Dominic Cummings, el arquitecto del Brexit y una suerte de Banon local) está llevando a los conservadores por una deriva que está desgarrando a los conservadores (2).
                
Queda por ver si al incombustible Bo Jo le queda munición, en forma de dimisión precipitada o, cabriola parlamentaria, de una moción de confianza diseñada para perderla. Por ambas vías se llegaría a una elecciones anticipadas que ahora se han abortado. La batalla no ha terminado.
                 
ITALIA: ROMA NO PAGA A TRAIDORES
                
En Italia, el mercurial viceprimer ministro Salvini abandonó en agosto a sus socios de gobierno, hundidos por las incongruencias entre su programa y la gestión efectiva. Su intención era forzar elecciones y hacerse con el poder sin cortapisas, alentada por unas encuestas unánimes. Pero se encontró con el inesperado coraje de un primer ministro -Giuseppe Conte- que hasta entonces había oficiado de pálido notario de una torpe y embarullada gestión. La ambición sin máscara del líder liguista desencadenó el instinto de conservación propio de la clase política italiana, la de siempre y la pretendidamente nueva.
                
Lejos de su propósito inicial, la voladura unilateral de la coalición de gobierno ha favorecido una nueva alianza entre rivales en su día aparentemente irreconciliables (el Movimiento 5 estrellas y el Partido Democrático), unidos ahora por la necesidad más que por la coincidencia y solidarios en su debilidad. El causante de la crisis pasa de beneficiado a perjudicado, pero quizás sólo de momento.  
                 
La mezcla de dos populismos de temperaturas opuestas (buenismo y mano dura) ha resultado un desastre y ha dejado paso a otra coalición que puede muy bien definirse como de enemigos íntimos. El Movimiento 5 estrellas (con el aval de unas bases inesperadamente vigorizadas de nuevo) y el Partido Democrático afrontan un andadura compartida, con un gobierno repartido al 50% y algunos ministros de perfil conciliador. Pero no es un secreto que los nuevos socios carecen de un designio común. Apenas han empezado y ya se empeñan en marcar las diferencias (3).
                
Ojo con la Liga de Salvini: este fracaso veraniego puede convertirse en semilla de un futuro y contundente éxito, si la situación económica se complica, como algunos síntomas parecen indicar, y las negociaciones con Bruselas se estancan. Las palmarias contradicciones podrían atascar la nueva alianza. Las elecciones, ahora conjuradas, podrían  resultar inevitables en seis meses o un año y saldarse con una victoria abrumadora de Il Capitano.
                
ALEMANIA: LOS BÁRBAROS LLAMAN A LA PUERTA
                
En Alemania, se asimila el empuje del nacional-populismo, tras sus buenos resultados en dos elecciones regionales orientales, aunque no hayan alcanzado la victoria, como llegó a temerse hace unas semanas, cuando se confirmó el parón económico.
                
Alternativa por Alemania (AfD) ha obtenido el 27,5% de los votos en Sajonia y el 23,5% en Brandeburgo, lo que la convierte en la segunda fuerza política en ambos länder orientales, como ya ocurre en la Alta Sajonia y Mecklemburgo-Pomerania (4). A finales de mes se celebran comicios en Turingia, el quinto länder del Este y todo indica que se confirmará esta tendencia. Se consolidad esta organización fundada hace unos años para rectificar el rumbo del país y dirigirlo a la derecha: menos inmigrantes, menos Europa y más Alemania, menos complejos sobre las responsabilidades históricas y más firmeza en las aspiraciones nacionales (5).
                
La CDU conserva el liderazgo en Sajonia y el SPD en Brandeburgo, pero necesitarán componer coaliciones amplias (al menos tres partidos) para mantener los gobiernos regionales. Ambos partidos aseguran a duras penas la grosse koalition que sostiene el gobierno federal, ante nubarrones cada vez más espesos de recesión económica y de crisis aguda de liderazgo. La puerta de Brandeburgo no es una fortaleza inexpugnable: una sensación de inquietud e inestabilidad se extiende por el país. El gran ancla de la estabilidad europea zozobra. Si la locomotora exportadora se gripa como consecuencia de las turbulencias de un comercio mundial sometido a los caprichos trumpianos y a las urgencias chinas, la presión nacional-populista puede rugir con más fuerza. Alemania “ya no es especial”, como dice la directora del Fondo Marshall en Berlín (6).
                
Alemania e Italia suman el 40% de la riqueza de la zona euro, así que poca broma con descuidar la importancia de lo que suceda en los próximos meses en ambos países. Pero lo que ahora agobia de manera más acuciante en Europa es el embrollo sin solución del otro lado del Canal de La Mancha. En el Reino Unido, el problema del liderazgo no es la timidez o la debilidad, sino una sensación de irresponsabilidad sin remedio.

NOTAS

(1) “Brexit endgame”. AMANDA SLOAT. BROOKINGS INSTITUTION, 31 de agosto.

(2) “How Britain’s staid Conservative Party became a radical insurgence”. THE ECONOMIST, 4 de septiembre.

(3) “En Italie, les anciens partis enemis s’allient pour un gouvernement ‘tout sauf Salvini’”. LE MONDE, 4 de septiembre.

(4) “Allemagne: forte percée de l’extrême droite dans deux scrutins regionaux”. LE MONDE, 2 de septiembre.

(5) “Germany’s far-right freedom fighters”. PAUL HOCKENOS. FOREIGN POLICY, 29 de agosto;

(6) “Germany isn’t special”.  SUDHA DAVID-WILP. FOREIGN POLICY, 31 de agosto.