11 de septiembre de 2019
La
Diplomacia (así, con mayúsculas) bien puede considerarse un arte, en tanto que consigue
hacer posible lo aparentemente imposible, cuál es convertir en acuerdo los
conflictos, o embellecer la convivencia de intereses contrapuestos.
Ciertamente, abundan los ejemplos en los que esta disciplina es un ejercicio de
cinismo y se limita a disimular, esconder o impostar mecanismos de dominación. En
contraste, la diplomacia (con minúsculas) se usa como
tapadera de la chapuza. En las últimas semanas hemos asistido a ejemplos de todas
estas variables, que no resulta difícil identificar.
SUTILEZAS
GALAS
Los
franceses tienen una expresión muy significativa que encuentra una aplicación muy
frecuente en diplomacia: jouer au chaud et au froid (jugar al caliente y
al frío). Presionar y relajar. Retirarse y acercarse. Amagar con romper para
favorecer un pacto. Practicar este juego requiere disfrutar de una posición de
poder con cierta solidez, pero no necesariamente la predominante. Es el ejercicio
inteligente de la diplomacia lo que puede otorgar la ventaja.
La
escuela francesa de diplomacia ha practicado estas y otras técnicas durante
siglos, desde los tiempos del absolutismo luisiano hasta esta época del
republicanismo con aires coronados del sistema político vigente. El gaullismo transformó el parlamentarismo para
conferir al Jefe del Estado no sólo mayores atribuciones, sino una estatura
internacional más visible, una personalización de la grandeur. En un
mundo bipolar, el prestigio de Francia pasaba por procurarse un hueco, hacer oír
su voz: entre los aliados occidentales (EEUU, Reino Unido o Alemania) casi más
que frente al enemigo oficial (URSS). Desde De Gaulle, todos los presidentes franceses
se han entregado con más o menos entusiasmo a esta pulsión.
Macron
no es una excepción, pese a su juventud o a su pretendida frescura, a su
modernidad tecnocrática, a sus aires de espontaneidad revisionista de las
tradicionales estructuras de poder, a su pretendida superioridad de los rígidos
esquemas partidistas (cada día más olvidados). Como les ha ocurrido a muchos de
sus antecesores, el actual presidente atraviesa el meridiano de su mandato impulsado
por la ambición exterior. Los accidentes domésticos, lejos de resolverse, no
serán el principal cometido de sus desvelos, que delegará en sus prefectos (jefe
de gobierno, ministros, operadores políticos leales del cada día más partido y
menos movimiento). El jefe del Estado se concentrará en la gestión de un orden mundial
en crisis, de unos valores amenazados por viejos y nuevos demonios, en procura
de un liderazgo ahora huérfano o, peor aún, pervertido por desvaríos peligrosos.
La
reciente reunión del G7 ha sido la ceremonia de lanzamiento de esta pretensión.
Los resultados fueron modestos; la proyección, ambiciosa. Macron logró un reconocimiento
generalizado. Se ha erigido en una especie de primus inter pares, de viga
maestra en una arquitectura mundial plagada de grietas. Ha conseguido lo que
previamente le había resultado esquivo: evitar que el presidente hotelero reventara
la cumbre, al embridar sus peores instintos, halagar su vanidad y reducir a la
nada sus repentes infantiles. En Europa, patio cercano, ha cogido por fin el
testigo de la canciller alemana, que no ha opuesto resistencia, tanto por vocación
como por necesidad: está de despedida y no es mujer de amagos.
El
presidente francés ya está preparando el decorado y ha cursado las primeras invitaciones.
El principal llamado a escena será su colega ruso, Vladimir Putin. Dos
ministros franceses ya han hecho esta semana el camino de Moscú para afinar los
preparativos (1).
LA
VÍA RUSA
“Hay
que recuperar a Rusia”, es el mantra de estos días en el Eliseo. Resulta imperativo
“redefinir las relaciones con Moscú”, si se quiere emplear una expresión más
oficial. Objetivo que va más allá de la dimensión bilateral: según el propio
Macron, “la aproximación de Rusia y Europa” será el tema clave de la diplomacia
francesa (2). Helás! Rusia como avenida del renacido liderazgo francés
en la UE. Con o sin eje franco-alemán. Con o sin el Reino Unido.
Estos
días se ha dejado claro que París no está dispuesta a conceder a Londres otra prórroga del Brexit. Se
juega al caliente (nada de concesiones) pero se deja abierto el enfriamiento de
las tensiones (“en las circunstancias actuales”). Macron no quiere más retrasos
en su designio de “transformar Europa”. Otra evocación gaullista: el General nunca
vio con buenos ojos sentar a las islas británicas en el continente. De nuevo
hoy, parece haber más querencia en París por la decimonónica alianza
franco-rusa que por la entente cordiale.
No
se trata de nostalgia, por supuesto. Es puro pragmatismo. Macron plantea la aproximación
a Moscú como una “utilidad estratégica”. Cuanto más cerca esté Rusia de Europa,
más alejada estará de China. Cuanto más se acerque Europa a los Urales más autónoma
será de Estados Unidos en esta época de desapego transatlántico y mayor será la
influencia europea en Oriente Medio, donde Moscú ha recuperado influencia y
poderío. Crimea no debe caer en el olvido pero tiene que dejar de ser un problema
(3).
Los
detalles y sutilezas diplomáticas francesas de este plato debieron formar parte
del menú con que Macron agasajó a Trump en una terraza de Biarritz. Pero es improbable
que el huésped fuera capaz de digerirlas. El presidente hotelero viaja siempre
con prisas, con la vista puesta más en sus recorridos de golf en Florida que en
las citas diplomáticas, incluso las más simbólicas, como el octogésimo
aniversario de la invasión nazi de Polonia. Trump canceló el viaje con la excusa
insostenible del huracán Dorian. Poco le importó que los actuales dirigentes
polacos sean de los pocos en Europa que le hacen la ola (4). Ocasión diplomática
malgastada.
EL
EMBROLLO AFGANO
Al
cabo, ni siquiera se maneja bien Trump en el oportunismo. No contento con hacer
el ridículo al timón de la resistencia contra el huracán, dejó escapar sus
ramalazos autoritarios al amenazar con despedir a quienes dieran información
rigurosa. El presidente de las 12.000 mentiras en 900 días no puede hacer otra
cosa que castigar la verdad.
No
ha sido el único estropicio de la semana. A los afanes profesionales por forjar
un acuerdo en Afganistán (si no de paz, al menos de no guerra), desempeñados por
el embajador Zalmay Jalilzad (afgano de origen), respondía el spoiler en
jefe desbaratándolo todo. La vanidad le impedía coronar años de esfuerzo
con una simple firma, y ya. Trump quería ser protagonista de algo que ni entiende
ni le importa, salvo para sacarle jugo electoral.
Para
solemnizar la ocasión, a él se le ocurrió o asumió la peregrina idea de invitar
a los líderes taliban a Camp David, pequeño templo de la recogida presidencial,
para solemnizar el principio del fin del conflicto, justo en el aniversario de
su origen (11 de septiembre), fecha del mayor trauma nacional del siglo. Y no
sólo eso: se concibió una cumbre tripartita, Trump, los taliban y el presidente
afgano, cuando éste último ha sido excluido de las negociaciones, con el
requiebro de que, en esta fase, se trataba de acordar las condiciones de una
retirada militar norteamericana, aunque todo el mundo sabía que era una imposición
talibán (5). Un plan “catastrófico”, según Ryan Croker, otro exembajador norteamericano
en Afganistán (6).
Al
hacerse público, había que salir del
embrollo y se hizo con otra torpeza similar (6). A pesar de que en el último
año, durante el cénit de las negociaciones, se han registrado más de una docena
de muertes de soldados norteamericanos, el fallecimiento de un marine en
un atentado suicida la última semana sirvió como excusa no sólo para suspender
la cumbre, sino para congelar las negociaciones sine die (7).
Y,
como daño colateral, el triturador de altos cargos aprovechó para enseñarle la
puerta de salida de la Casa Blanca a su consejero de seguridad nacional, el
tercero en tres años. El aguerrido Bolton, un neocon superviviente, se
había mostrado hostil a esas veleidades conciliatorias/electoralistas de Trump “con
los enemigos de América” (los taliban, claro, pero también los ayatollahs, el norcoreano
Kim; y Putin, por supuesto), en discordancia con el mucho más acomodaticio Mike
Pompeo, Secretario de Estado y responsable de la diplomacia. ¿Sospechó Trump
que Bolton había filtrado el secreto de la cumbre en Camp David para
arruinarla?
En
todo caso, se ha transitado así de la diplomacia como arte de lo casi imposible
(instalar al díscolo Afganistán en un sendero de conciliación) a la diplomacia como
tapadera fallida de la chapuza precipitada por el oportunismo y la ignorante arrogancia.
NOTAS
(1) “Macron assume son virage russe”. MARC
SEMO. LE MONDE, 7 de septiembre.
(2) “Por Paris, il est urgent récupérer
Moscú”. COURRIER INTERNATIONAL, 9 de septiembre.
(3) Entrevista con Florence
Parly, ministra francesa de Defensa. LE MONDE, 7 de septiembre.
(4) “Poland’s leaders are the better Trumps”.
MITCHELL A. ORENSTEIN. FOREIGN POLICY, 30 de agosto.
(5) “How Trump’s plan secretly meet with the
Taliban came together, and fell apart”. THE NEW YORK TIMES, 8 de septiembre.
(6) “Trump’s approach to Afghanistan ‘confusing
his own negotiators’”. (Entrevista con Ryan Croker). FOREIGN POLICY, 10 de
septiembre.
(7) “Trumps
pronounces Taliban agreement ‘dead’ and peace talks over”. THE WASHINGTON POST,
10 de septiembre.
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