TRUMP DESCUBRE A ORWELL Y LOS EXTREMISTAS SACAN PECHO

25 de enero de 2017
     
Donald Trump ha tenido un inicio horrible como Presidente: acusando a los periodistas de mentir por no comprar sus falsedades y manipulaciones, puestas tan palmariamente en evidencia que produce sonrojo y vergüenza ajena.

En un torpe intento por remedar el ridículo, una de sus principales consejeras calificó de “hechos alternativos” la falsa pretensión de su patrón sobre la asistencia récord de gente a la ceremonia de inauguración. Un reflejo orwelliano que puede convertir la proyección pública de su mandato en una pesadilla mediática. La primera comparecencia del portavoz de la Casa Blanca fué un desastre: como ejercicio de relaciones públicas y como producto informativo.

Poca o nula definición estratégica, por ahora. Quizás por este arranque fallido, sus primeros días en la Casa Blanca parecen dominados por el empeño de demostrar lealtad a ciertos compromisos de campaña, para recuperar una popularidad malgastada en torpezas.

A GOLPE DE IMPACTO

Trump está actuando como acostumbraba como candidato: a golpe de impacto. Por un lado, pretende afianzar su agenda proteccionista: insistencia en levantar un muro para detener la inmigración ilegal desde México, endurecimiento de los controles de entrada en el país de inmigrantes y refugiados, posible reapertura de prisiones opacas para sospechosos de terrorismo, vagas promesas de protección de la industria e insinuación de castigos fiscales a las empresas deslocalizadoras.

El otro impulso inicial de Trump está consagrado a desmontar, con más prisa que tiento, políticas emblemáticas de Obama: el modelo de atención sanitaria, el Tratado de libre comercio, las ayudas a grupos extranjeros de planificación familiar en el mundo en desarrollo o la protección medio-ambiental, simbolizada en la prohibición de dos polémicos oleoductos.

LA AMÉRICA CONSCIENTE

Frente a esta desagradable realidad, se ha alzado la América consciente, una sociedad civil comprometida con la defensa de los derechos de las minorías… y de las mayorías. Las manifestaciones promovidas por distintos colectivos feministas y multirraciales es la respuesta correcta e imprescindible. Se preguntaban estos días no pocos científicos sociales si estamos ante un movimiento estable y sólido o sólo ante una expresión momentánea y efímera de desagrado y protesta. El tiempo lo dirá.

La confirmación de una presidencia extremista o lesiva con derechos y libertades, despectiva en el exterior y agresiva en el interior puede ser el mejor cemento para la consolidación de un frente de resistencia activo. El Partido Demócrata, que gobierna en numerosos estados muy hostiles al actual Presidente, tiene una responsabilidad especial en articular una defensa inteligente del legado de Obama y resolver algunos de sus aspectos más vacilantes y contradictorios.

Después de todo, parte de esa América que no ha votado a Trump, tampoco respaldó la alternativa demócrata, o ni siquiera entregó su voto a una causa perdida de antemano, como la representada por la candidata verde. El voto es una asignatura pendiente en EE.UU. El voto de los pueden y no quieren y el voto de los que quieren y no pueden. 

ALIENTO A LOS EXTREMISTAS DEL MUNDO

En el mundo, impera la cautela. Con una excepción: el apresuramiento de los radicales israelíes en aprovecharse del momento para embarcarse en proyecto de colonización de tierra palestina ocupada, contraviniendo escandalosamente la legalidad internacional.

En los márgenes del extremismo europeo cunde cierta euforia por el efecto Trump, reforzado con el impulso Brexit. Las formaciones ultranacionalistas y xenófobas se sienten alentadas por el resultado de las elecciones norteamericanas y hacen una lectura oportunista. Así lo han proclamado en una especie de mini-cumbre de Coblenza, aunque se hayan cuidado de no unir su suerte a la deriva de la Casa Blanca.

Más que otra cosa, esta cita ha tenido un evidente componente electoralista. En Holanda, Francia y Alemania (Italia podría ser la siguiente) se juega este año el porvenir inmediato de estas propuestas demagógicas. Pero es improbable, y hasta desaconsejable para sus intereses, que pueda surgir una especie de internacional xenófoba o internacional ultra-nacionalista, porque sería una contradicción in-terminis. Las dificultades para forjar una estrategia común en el Parlamento europeo han puesto en evidencia sus debilidades ideológicas y programáticas.

Esa Europa de las naciones que proclama la francesa Le Pen, o libre de contaminación cultural, como airea el holandés Wilders o, con otra retórica, la alemana Petry es un eslogan incompatible con la realidad mundial. Una cosa es corregir o encauzar los efectos de la globalización y otra es negar el fenómeno.

En realidad, el verdadero peligro de estos partidos extremistas reside tanto en su fuerza propia cuanto en la capacidad para contaminar el discurso de los demás. Lo estamos viendo en Holanda, donde el primer ministro conservador, Mark Rutte, ha empezado a adoptar mensajes de tono xenófobo, al denunciar ciertos comportamientos de los inmigrantes “que abusan de nuestra libertad”. El candidato de la derecha francesa, François Fillon, gusta de otro tono, pero no esconde su intención de acercarse a las destempladas propuestas de su presunta rival en la ronda final de las presidenciales de mayo.

Y en este panorama, la izquierda europea sigue atrapada en la perplejidad y el desconcierto. Los socialistas franceses se aprestan a señalar un candidato que, salvo aplicación concienzuda e inspiración monumental, está condenado a una derrota humillante. El triunfo provisional del crítico Benoît Hamon por delante del continuista Manuel Valls debe confirmarse o revertirse el domingo. Parece improbable que el exprimer ministro pueda remontar, a tenor de las recomendaciones de voto de los descartados a sus seguidores.

Hamon fue uno de los líderes de los “frondeurs”, los contestatarios de Hollande en la Asamblea Nacional. Sus orígenes de líder contestatario estudiantil y juvenil aporta cierta frescura ingenua a su perfil. Si afianzara su victoria interna, podría convertirse en una versión francesa, más light, más ambigua, del corbynismo laborista.
               


UN DÍA GRIS EN AMÉRICA

20 de enero de 2017
                
Se ha consumado el traspaso de poder en Washington. Donald Trump ha jurado como el 45º Presidente de los Estados Unidos, en un día grís, de cielos cubiertos, corazones encogidos, el mall central de la ciudad con más claros que en ocasiones precedentes y un ambiente de expectativa e incertidumbre.
                
El primer discurso de Trump como Presidente ha sido un extracto de su oratoria electoral, que puede resumirse en cuatro conceptos fundamentales: populismo, patriotismo, nacionalismo y providencialismo. El paradigma del momento político en auge en todo el mundo.
                
POPULISMO
                
El populismo ha inspirado sus primeras palabras al frente del país más poderoso de la Tierra. “Hoy no sólo estamos transfiriendo el poder de una administración a otra, de un partido a otro, estamos devolviendo el poder de Washington a vosotros”, ha dicho.
                
“Vosotros”, o “the people”, el pueblo, la gente, o “the nation”, la nación. Trump ha apelado continuamente a la brecha entre el poder y la gente, el “establishment”, la élite (aquí,  la casta) “se protege a sí misma, pero no protege a los ciudadanos de nuestro país”. Es el asunto sobre el que construyó el inicio de su carrera como candidato. Lo ha recuperado en el día uno de su mandato, como un imperativo prioritario: “el cambio empieza aquí y ahora, porque este momento os pertenece a todos vosotros”. No un cambio cualquiera: “un cambio como no se ha visto otro antes”, ha sentenciado el nunca modesto Trump.
                
De todas sus promesas de Trump, ésta parece una de las más difusas y esquivas. Trump arremetía contra la élite en presencia de la élite, rodeado de sus exponentes más provectos. De alguna forma, les ha llamado usurpadores: “El pueblo volverá a gobernar este país de nuevo”, ha dicho. Establecer un antes y un después, con él como factor divisorio es como trazar una raya en la arena de la playa. El oleaje político no tardará en borrarla.  
                
Las otras promesas populistas tienen que ver con la reconstrucción del país, la recuperación de la prosperidad. barrios seguros, trabajos decentes, mejores carreteras y vías de ferrocarril, más puentes, puertos y aeropuertos. “La masacre que ha sufrido el país en los últimos tiempos acaba aquí”, ha dicho, en referencia al atraso en infraestructura y a la pérdida de puestos de trabajo. Trump ha prometido otra vez un país nuevo, un país más grande y más fuerte, levantado o reconstruido con “manos americanas”. La marca América enlaza al pueblo con su nacional, al populismo con el nacionalismo.
                
NACIONALISMO
                
Trump, más diplomático que en sus agresivos discursos de campaña, no se ha desprendido, empero, de la soflama nacionalista. “Desde hoy, una nueva visión gobernará nuestro país. América, primero, América, primero”, ha proclamado. “Cualquier decisión sobre comercio, sobre impuestos, sobre inmigración se hará en beneficio de los americanos”, ha añadido.
                
Ha sido condescendiente con el resto de los países. Incluso ha parecido evocar a Reagan cuando ha dicho que no impondrá el modelo americano a nadie. Ha prometido amistad y buena voluntad a los demás, pero bajo el claro concepto del derecho que cada cual tiene a poner sus intereses por delante.
                
Frente al mundo exterior, ha señalado claramente al principal enemigo (sólo ha mencionado) uno, nada de fórmulas contenidas o prudentes: “uniremos al mundo civilizado contra el terrorismo del Islam radical hasta hacerlo desaparecer de la faz de la tierra”.

Ni una referencia concreta más a cómo serán las relaciones exteriores de su presidencia. Un silencio significativo y atronador. ¿Para qué?, podría preguntarse. Después de todo, en sus propias palabras, “cuando América está unida, es imparable”.

PATRIOTISMO

Trump ha ido enardeciendo su discurso en el tramo final, a lomos de un patriotismo convencional, casi tópico. “Cuando abrimos nuestro corazón a los demás, no hay espacio para fisuras”, ha sido uno de sus principales esfuerzos “poéticos”.

“Blancos, negros o marrones, todos derramamos la misma sangre roja de los patriotas”, ha proclamado envuelto ya en la bandera e inspirado por el sacrificio de los soldados.

Asuntos recurrentes no sólo de Estados Unidos, sino de cualquier arsenal retórico nacionalista que se precie. La patria como refugio (“No tengáis miedo. Estamos protegidos y estaremos protegidos”). La patria como promesa (“Ha llegado la hora de la acción. No permitamos a nadie decir que algo no se puede hacer”). Ecos kennedyanos. O el optimismo tradicional del relato americano, donde todo es posible, nada está negado desde un principio.

PROVIDENCIALISMO

Y todo ello, claro, con la ayuda de Dios. Después de todo, América es tierra elegida, tierra de promesa y destino. Una nación con una misión universal. “Estaremos protegidos por nuestros policías y nuestros soldados. Y estaremos protegidos por Dios”

El tono final del discurso ha estado impregnado de esta retórica grandilocuente del destino manifiesto, de la aceptación optimista de todos los desafíos, de la voluntad de prevalecer, del poder de la confianza frente a la resignación o el temor al fracaso. Porque América es tierra bendecida.

SE ACABÓ EL SHOCK

En definitiva, un discurso que ha combinado el mensaje demagógico de la campaña con la exigencia solemne del momento inaugural. Una oportunidad perdida más para saber cómo será este inquietante experimento político, al que hay que prestar una atención inteligente, pero no obsesiva. Como decía hace unas semanas Rosa Brooks, una comentarista sagaz: ya ha pasado el tiempo de las lamentaciones. Se acabó el shock. Trump es el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos, el amo formal del mundo, si se quiere. A los demás nos queda la tarea de permanecer vigilantes, denunciar sus excesos, combatir sus políticas perniciosas: en fin, de ejercer el papel irrenunciable de ciudadanía.

“La democracia se protege cada día”. Esta cita final no es de Trump, sino de otro presidente, el saliente, Barack Obama, a quién, con todos sus errores, echaremos de menos.

EL FRÍO QUE LLEGA DEL ATLÁNTICO

  18 de enero de 2017
                
Europa vive una intensa ola de frío. Climatológico y político. Nos interesa el segundo, claro. Sopla con intensidad y cierto descaro. Masas de aire gélido soplan desde el otro lado del Atlántico, en vísperas de que Estados Unidos inicie la experiencia más incierta y arriesgada desde que se convirtió en la primera potencia del planeta. Más de cerca, sus primos británicos, en su día feroces enemigos en la guerra de independencia y luego “amigos especiales”, se aprestan a vivir otra experiencia no menos inquietante: el desacople de una Europa a la que, por mucho que protesten, han estado siempre ligados.
                
El estilo Trump cunde. Maneras fuertes. Lenguaje desenvuelto. Diplomacia, la justa. Intereses, primero los nuestros, luego los nuestros, y, al cabo, si hay espacio, atenderemos los otros, amigos o socios incluidos. El nacionalismo autoritario y otros, el confuso, el oportunista, el coyuntural, de repente ven en Trump quizás no un ejemplo a seguir (resulta imposible de replicar al caballero de la Torre), pero sí un tirón aprovechable de su retórica ventajista y engañosa.
                
Putin lo hace, claro, pero menos de lo que los algunos medios proclaman, porque tiene motivos para no creer del Presidente en ciernes más que lo mínimo para componer la figura en público. Lo hace Netanyahu, que contempla el cambio en la Casa Blanca como agua de mayo para las sedientas huertas de las colonias ilegales en la Palestina ocupada. Lo hace Marine Le Pen, pavoneándose sobre las debilidades de la post-derecha y las ruinas de la izquierda francesa. Y lo hace toda la caterva de políticos autoritarios que han encontrado un discurso primitivo sobre las cenizas del post-comunismo, del Don al Danubio, del Báltico al Mar Negro.
                
Pero quien parece haber encontrado en el estilo Trump una aceitosa inspiración sin vincularse del todo a sus derivas es la insular Britannia. Después de amagar y no dar, de esperar respuestas veniales del continente para intentar remedar el paso sobre el alambre del Brexit, la primera ministra salida del sobresalto, Theresa May, parece haberse decantado por el hard-Brexit, según algunos escépticos; o el clean-brexit, según ella misma y los partidarios de un abandono limpio y claro, sin medias tintas.
                
La sucesora de Cameron se lo ha pensado durante seis meses. La falta de claridad generó confusión y nerviosismo, en los parqués de la City y en las bancadas de Westminster; por extensión, en cada despacho de la atribulada Unión Europea. Esa actitud indecisa le valió un aguijonazo del siempre incisivo semanario liberal THE ECONOMIST, que la denominó “Theresa May-be”. No se ha sabido todo este tiempo de qué lado se iba a decantar la estólida jefa de gobierno británico, mas allá del socorrido Brexit means Brexit.
                
Aquí está ahora el resultado: ya que Europa no parece avenirse a una membresía a la Carta, se rompe la baraja, pero con clase, con maneras de gentlemen. Si no hay mercado único ni unión aduanera para la Gran Bretaña, tampoco jurisdicción del Tribunal Europeo ni dinero para el presupuesto común. Como se dice por allá, una relación “on a day to day basis”. Al día. O según qué y cómo, como lo expresamos por aquí.
                
Este clean-Brexit, que tiene la ventaja aparente de no generar confusión, empezará a embarrarse cuando empiecen las negociaciones. Como han dicho algunos comentaristas poco proclives a aplaudir a la primera ministra, May ha sido clara en los objetivos, pero en absoluto en los detalles; por no hablar de los resultados probables, que se antojan muy, pero que muy dudosos y poco o nada tranquilizadores (para nadie).
                
Los tories saludan el pronunciamiento de su líder con cierto alivio y con niveles aceptables de satisfacción, teniendo en cuenta que por allí no se llevan las adhesiones partidistas inquebrantables a las que estamos acostumbrados en estas otras latitudes mediterráneas. Hay una cierta arrogancia contenida en las palabras de May y en las exégesis que le dedican sus partidarios, cuando se refieren a que Europa no debería sucumbir a la tensión de la represalia, porque se infligiría daño a sí misma. Por debajo de la blusa, la señora ha deslizado la carta de convertir a las islas en paraísos fiscales. “Un aguijón thatcheriano”, ha dicho el comentarista D’Ancona en las páginas de THE GUARDIAN.
                
Esta mera insinuación ha hecho brincar de rechazo al líder laborista, Jeremy Corbin, quien desde el rincón más izquierdoso de la socialdemocracia europea se debate entre la repugnancia al modelo austeritario europeo y la música de derechos laborales, sociales y distributivos que permanecen en la cultura política continental. Otros líderes laboristas, tan desconcertados como molestos, se preguntan si serán capaces de encontrar una voz propia en la orquesta atronadora en que se convertirá su país en estos dos años de espeso y ruidoso proceso de separación. Al final, tendrá que ser el Parlamento quien apruebe los términos del divorcio y habrá que retratarse con pretendida claridad.
                
En Europa, el discurso de May ha caído tan mal como corresponde y tan contenido como exigen las formas. Los menos obligados por las exigencias de su cargo, como el portavoz de la bancada liberal en Estrasburgo, el belga Verhofstadt, ha advertido que la bala de plata del paraíso fiscal puede convertirse en un peligroso boomerang para Londres. Agradece la claridad pero no compra el esfuerzo.

Los pares de May en la Europa que decide, no la que opina o acompaña, guardan una obligada cautela. París se apresta una primavera del corazón en el puño, y no precisamente en alto, sino bien pegado al pecho, en espera de que se evite el sobresalto. En Berlín, no agrada este juego de damas con temple. May no quiso pasar por alto en sus palabras que Alemania no había tenido interés en negociar los derechos de los 3 millones de europeos residentes en el Reino Unidos en el escenario del Brexit. Un recadito a su colega Merkel.   

Así las cosas, Trump irrumpirá en el teatro europeo como un bisonte de las praderas. Se contiene la respiración, porque, como ha dicho el casi siempre coloquial Vicepresidente Biden, “no tenemos ni puñetera idea de lo que piensa hacer”. Mejor resumido, imposible. El anti-candidato y enseguida ignoto-presidente puede decir (y hacer) una cosa y la contraria antes de que se haya digerido la primera de sus decisiones. No podrá improvisar, ha dicho con candor Obama en su despedida pública. Puede hacer eso y mucho más.

En realidad, con Trump hay dos grandes peligros: o no tomárselo en absoluto en serio o tomárselo demasiado a la tremenda. Y lo peor es que una tercera opción, la del término medio, no casa con su temperamento ni con su arquitectura mental. Conclusión: una atenta espera a la pantalla. O al tweet.

                

IRÁN: EL COMIENZO DE UNA INCIERTA TRANSICIÓN

11 de enero de 2017
                
La muerte de Akbar Hachemi Rafsanjani abre un largo periodo de transición y cambio en Irán, según la mayoría de los expertos. El fallecido fue Jefe de Estado, y antes presidente del Parlamento, pero sobre todo el cabeza de fila del sector pragmático del régimen, expreso defensor de una apertura ideológica, de relaciones constructivas con Occidente, y en particular con Estados Unidos. En definitiva, de nuevos horizontes, para salvar la Revolución Islámica.
                
En el momento de su muerte, Rafsanjani era el responsable del llamado Consejo del Discernimiento, uno de los múltiples centros de poder y control del abigarrado entramado constitucional iraní. La misión de este organismo era dirimir los conflictos de competencias y posiciones entre la poderosa Asamblea de Guardianes (una especie de Comité Central de la jerarquía chií) y el Parlamento, para depurar los proyectos legislativos.
                
Pero más allá de sus responsabilidades institucionales, oscuras como casi todas las que conforman el sistema político y jurídico de la República Islámica, la importancia de Rafsanjani estribaba en su fuerte influencia personal, su acreditada experiencia y el intangible que supone en Irán haber sido una persona de confianza del Ayatollah Jomeni, padre del Irán actual.

La desaparición de Rafsanjani debilita a los sectores moderados que se aglutinan en torno al actual Presidente de la República, Hassan Rouhani, un clérigo que estudió en Gran Bretaña y que ha defendido una línea aperturista y conciliadora, empeñado en alcanzar un acuerdo sobre el control del programa nuclear, con el decisivo apoyo del jefe de la diplomacia, Mohammad Javad Zarif, con formado también en Occidente, en su caso, en los EE.UU.

Si Rouhani y Zarif se han podido mantener en sus puestos y sacar adelante el acuerdo nuclear ha sido por el respaldo persistente de Rafsanjani. Contrariamente a otros pragmáticos o moderados, Rafsanjani gozaba de la amistad y el respeto de Alí Jamenei, el Guía Supremo, una figura que está por encima, moral y operativamente, del Ejecutivo y del Legislativo, y que simboliza en su persona la cristalización institucional de la teocracia iraní.

Es sabido en Irán que Jamenei no habría podido alcanzar la cúspide del régimen islámico sin el respaldo, en su momento, de Rafsanjani. Las amplias discrepancias entre los dos veteranos dirigentes eran públicas y notorias. El propio Guía Supremo lo admitía en su mensaje de condolencias, para añadir que esa circunstancia “nunca pudo romper su amistad”.
                
Ahora, sin el poder equilibrador de Rafsanjani, la gran pregunta es si los duros del régimen, entre los que suele posicionarse el propio Jamenei, aprovecharán para derrotar a los moderados. En junio deben celebrarse elecciones presidenciales y los mecanismos de selección de candidatos, un complicado filtro donde cada facción ejerce su influencia real para vetar o habilitar a los aspirantes, puede convertirse en una trampa mortal para las aspiraciones de continuidad de Hassan Rouhani. 

LA SUCESIÓN CLAVE

Sin embargo, con ser importante, la lucha por la Jefatura del Estado no es la batalla principal. El acontecimiento que se contempla con mayor interés en Irán es la sucesión del propio Jamenei, que no puede demorarse mucho, ya que su salud parece precaria (1).

La elección del Guía Supremo corresponde a los 88 miembros de la mencionada Asamblea de Expertos, según un procedimiento establecido en la Constitución, pero no aplicado a rajatabla hasta ahora, ni en la elección del propio Jomeini, ni en la de Jamenei.  En el caso en que el actual Guía muera de forma repentina y los santones chiíes tarden en alcanzar un acuerdo sobre su sucesor, está contemplado que asuma esa suprema responsabilidad una terna o triunvirato compuesto por el Jefe del Estado, el máximo responsable del aparato judicial (una especie de Presidente del Tribunal Supremo) y un miembro del Consejo de Guardianes, un selectivo comité de la Asamblea de Expertos, designado por el Consejo del Discernimiento, el órgano que precisamente dirigía el fallecido Rafsanjani. Algunos expertos creen que la influencia de los Guardianes de la Revolución, la fuerza paramilitar que no sólo asegura la tutela de los intereses exteriores de la República Islámica, (2), sino que atesora un formidable poder económico, con el control de importantes sectores industriales (3).

Este endiablado equilibrio de poderes esconde una lucha mucho más descarnada y en absoluto piadosa por el poder real. Como quiera que no existe un candidato de consenso entre las distintas facciones, ni siquiera uno claro de cada una de ellas, se anticipa un proceso complicado y muy oscuro. Para no dificultar más la comprensión de este artículo, evitamos ofrecer una lista de los principales favoritos. Lo importante para el lector es que Irán se encuentra inmerso en una transición entre la etapa de consolidación de la Revolución y un futuro incierto. Y en esto, llega un cambio, no menor precisamente, en el Gran Satán, como le siguen denominando no pocos provectos exponentes del régimen a Estados Unidos.

LA INFLUENCIA EXTERIOR

¿Cómo puede afectar el mandato de Trump en las relaciones irano-norteamericanas? Como casi todo lo que se refiere al presidente electo, imposible de pronosticar con razonable índice de verosimilitud. Trump insinuó en la campaña electoral que renunciaría al acuerdo nuclear, pero posteriormente, algunos de los miembros más influyente de su equipo de gobierno, en particular el candidato a dirigir el Pentágono, el ex-general de marines, Mattis, ya ha reconocido que “no hay vuelta atrás”, ya que se trata de un acuerdo con Irán sino con los principales aliados de Estados Unidos y también con la Rusia de Putin, con la que el nuevo Presidente quiere mantener una relación constructiva y de cooperación (4)

El factor ruso en la ecuación Estados Unidos-Irán puede ser decisiva, o al menos muy determinante, y de eso se felicitaba recientemente el embajador de Moscú en Teherán. La guerra de Siria ha servido de banco de pruebas del acercamiento entre Rusia e Irán, con todas las reservas y cautelas precisas. A los dos países se ha unido Turquía, en una arriesgada triangulación diplomática, por atrevida que sea, como sostiene el principal analista sobre Irán en el International Crisis Group (5). En todo caso, este escenario va a obligar a la nueva administración a olvidarse de las simplificaciones demagógicas de campaña para poner en manos expertas la gestión de sus intereses en esa convulsa zona del mundo.

Irán, por tanto, empieza a transitar una complicada y peligrosa transición, que será generacional, pero quizás también ideológica y de identidad. No parece inteligente un atrincheramiento doctrinal, como pretenderían los más ortodoxos. Pero el programa de apertura que haga posible una verdadera expansión económica, base de la recuperación social del régimen, no puede darse por garantizada. La acción exterior será fundamental, no sólo de Estados Unidos, sino también del resto de Occidente. Las potencias europeas parecen tenerlo claro y lleva meses intentando forjar nuevos vínculos comerciales y de inversión en el país, aprovechando que el levantamiento de las sanciones puede propiciar una mejora de las condiciones económicas para la población, aunque no inmediata (6). Pero la incertidumbre sobre la futura política de la Casa Blanca está dificultando esos esfuerzos.

NOTAS

(1)    “L’Iran prepare la sucession du Guide suprême”. LE MONDE, 23 de Febrero de 2016.

(2)    “Rafsanjani’s death could increase the IRGC’s Succession role”. MEHDI KHALAJI. THE WASHINGTON INSTITUTE OF THE MIDDLE EAST, 9 de enero de 2017.

(3)    “The Iran industrial complex”. ALEX VATANKA. FOREIGN POLICY, 17 de octubre de 2016

(4)    “Can ‘Mad Dog Mattis temper the impulsive President elect”. DAN DE LUCE Y PAUL MCCLEARY. FOREIGN POLICY, 29 de noviembre de 2016.

(5)    “Turkey and Iran’s dangerous collision course”. ALI VAEZ. NEW YORK TIMES, 18 de diciembre de 2016.

(6)    “Why Iran is finding it hard to create jobs”. THE WASHINGTON POST, 5 de Diciembre de 2016.


EL AÑO DEL MIEDO

4 de enero de 2017
                
El año que recién comienza se presenta bajo el signo del miedo. A los procesos inquietantes que arrastramos, a lo que prevemos como altamente preocupante a priori y a todo lo que pudiera desencadenarse como consecuencia de lo anterior.
                
Los principales objetos del temor son varios. Sin despreciar la consolidación de la extrema derecha, que trataremos en un comentario posterior, nos centraremos hoy en dos: Donald Trump y el terrorismo islamista. Por antagónicos que sean, la combinación de ambos puede representar un cóctel explosivo y provocar grandes amenazas a la seguridad internacional.
               
EL DAESH DESPUÉS DE ALEPO Y MOSUL
                
El terrorismo del autoproclamado Estado Islámico persistirá, adopte la forma que adopte, con intensidad variable, dependiente de las circunstancias concretas, de la solidez de sus actuales dirigentes o de quienes le sucedan al frente de la actual organización o de la que venga a sustituirla, se llame como se llame y asuma la retórica que le convenga. También será más o menos frecuente, en función de la capacidad de prevención, control y respuesta de los países en los que quiera o pueda actuar.

La fortaleza del Califato, como muchos temíamos, ha sido exagerada por responsables políticos y pretendidos expertos en materia de seguridad. Su derrota no es, ni puede ser, el final de nada, sino la continuidad de la misma frustración, el mismo empeño, la narrativa martiriológica y mesiánica de siempre.

En Siria, y salvo sorpresa mayúscula, continuará el retroceso del Daesh hasta su práctica extinción, después de que el régimen de Assad haya recuperado la iniciativa militar, con el imprescindible soporte de Rusia, Irán y las brigadas chiíes de Irán y Líbano. El feudo de Raqqa puede ser asaltado antes de primavera, si los cálculos militares se cumplen.

En Irak, la batalla de Mosul se ha convertido en una sangría mayor incluso de lo que se había anunciado, pero parece imposible que el resultado sea otro que la derrota de los combatientes embravecidos y desesperados del califato, a un precio alto de sangre y resentimiento.

La desaparición de las dos capitales califales sellará esta etapa de sedicente violencia islamista y pondrá fin a la ilusión de una aparente arquitectura institucional/estatal de una resistencia con claro perfil de terrorismo nihilista.

Esos expertos que suelen equivocarse tanto como aciertan no se ponen de acuerdo en lo que vendrá después del Daesh o en la mutación que el Califato, en caso de resistir las consecuencias de su derrota, pueda adoptar. Pero antes de que esto ocurra, habrá que asegurar su derrota, darle la puntilla. Y ahí en ese último pliegue del peligro es donde emerge la otra amenaza, el otro motivo del miedo.

LAS PISTOLAS CALIENTES DE TRUMP

El Presidente electo norteamericano sigue ofreciendo guiños inquietantes de gatillo fácil, aunque la tosquedad de su lenguaje se haya diluido en la banalidad de sus trinos electrónicos (tweets), tanto como en la proximidad de la responsabilidad institucional.

Dos son las variables sobre las que gravitará la respuesta de Donald Trump: las recomendaciones de su equipo de seguridad, muy cargado de figuras militares de maneras fuertes, y el presunto y atrevido gambito de la colaboración con Rusia en la liquidación de la amenaza terrorista islamista.

La tentación de aplastar a un enemigo en retirada será muy fuerte, aunque solo sea para colgarse medallas oportunistas en los cálidos primeros momentos del estreno presidencial. Al Daesh lo ha derrotado la paciente contundencia de Obama, con la ayuda de sus socios europeos y del resto de aliados, por mucho que el miedo haya prendido en la conciencia de los ciudadanos. Pero será Trump quien asista a una capitulación no declarada y sin ceremonias. Y lo hará a golpes de trompetas y timbales, a buen seguro.

Trump puede cumplir con sus confusos propósitos de otorgarle a Putin carta blanca en Siria, para que siga con la limpieza, mientras su administración se afana en hacer lo propio en el vecino Irak, terminando la faena sangrienta en Mosul. Pero el estado mayor republicano, atrincherado en el Congreso, le presionará sin contemplaciones para limitar el alcance de esta incómoda cooperación con su respetado patrón del Kremlin, tanto por razones de equilibrio de poder global como de geoestrategia regional en Oriente Medio

La estabilización del régimen de Assad, primera consecuencia de la derrota jihadista, será motivo de preocupación en los aliados tradicionales de Estados Unidos en la región. En Arabia Saudí, las monarquías conservadoras de la zona o el atribulado Egipto, por la consolidación del frente chií. En Israel, paradójicamente, pueden hacer virtud de la necesidad, ya que, después de todo, la vuelta al estatus quo anterior a la primavera árabe es un escenario preferible a la agitación del último lustro, sobre todo con un amigo inequívoco en el despacho Oval dispuesto a borrar todas las secuelas de la pesadilla Obama.

El nuevo presidente y su equipo de militares duros puede sentir la presión antes de tomarle la medida a sus despachos. El Trumputismo puede revelarse un constructo político, diplomático y militar ilusorio, imposible, como han señalado ya varios analistas, inquietos ante una revisión demasiado precipitada e impredecible de los fundamentos clásicos de la política exterior norteamericana.

Más allá de las indeseables alianzas del nuevo inquilino de la Casa Blanca en su retórica guerra antiterrorista, el miedo a Trump tiene fundamentos más prosaicos: riesgo a una guerra comercial con China, desenganche de responsabilidades compartidas en Europa y Asia o militarización western-style en escenarios potenciales de crisis seleccionados en base a criterios de restringido interés nacional y desatención a las inquietudes de los aliados tradicionales.

No obstante, este miedo que el año 2017 ha traído prendido en sus pañales es muy diferente del que se experimentó en los años más grises de la guerra fría. Responde a discursos y circunstancias más fluidas y confusas.

La paradoja de Trump es que, habiéndose situado apoyado en los segmentos más conservadores del país, no responde a intereses internacionalistas/militares, sino a impulsos aislacionistas que pueden, o no, acudir a recursos militares potenciales o reales para hacer efectivo su programa. Al cabo, el riesgo para la seguridad global es el mismo, pero los mecanismos que pueden desencadenar la desestabilización son mucho más imprevisibles y peligrosos.