21 de octubre de 2020
Once meses después de que una
combinación de golpe de Estado y confusa denuncia de fraude electoral forzara
al exilio a Evo Morales y pareciera acabar con la experiencia socializadora en
Bolivia, un heredero heterodoxo del presidente cocalero ha triunfado con gran
claridad en las urnas. Luis Arce será el nuevo presidente tras conseguir el 52%
de los votos, es decir, más de la mitad de los sufragios y una ventaja superior
a veinte puntos sobre el siguiente candidato.
Arce fue el ministro de Economía
de Morales durante los trece años al frente del país (excepto en los meses finales
cuando tuvo que dejar el puesto para tratarse de un cáncer de riñón). Es
considerado el artífice del extraordinario desarrollo experimentado por Bolivia,
sobre todo en la lucha contra la pobreza (disminución del 60 al 37 por ciento y reducción de la indigencia del 38 al 13 por
ciento) y de fortalecimiento del sector público (nacionalización de los
hidrocarburos y otros recursos energéticos).
Difícilmente podría encontrar el
MAS (Movimiento al Socialismo) un candidato con mejores credenciales para
recuperar el poder y dejar atrás este intervalo ominoso, en el que la derecha boliviana
ha dejado ver su cara más rancia, racista y represiva. La desastrosa gestión de
la pandemia (con evocaciones trumpianas, como la infección de la propia
presidenta interina, la ultra Jeannine Áñez) ha dejado en ridículo las
proclamas de eficacia y gobierno inteligente que las clases acomodadas bolivianas
predicaban en otoño pasado, en oposición al “sectarismo ideológico, indigenista
y autoritario” de Evo Morales (1).
Ni siquiera la candidatura de
Carlos Mesa, un historiador y periodista liberal y por lo general moderado,
presidente entre 2003 y 2005, en pleno auge de Evo, ha conseguido siquiera
forzar una segunda vuelta, que hubiera puesto muy difícil la victoria del MAS.
Arce presenta, no en vano, un perfil bien
distinto al de Evo. Aunque ha militado siempre en organizaciones de izquierda y
socialistas, sus orígenes, estudios y trayectoria profesionales contrastan con
los del presidente cocalero. Hijo de profesores, el presidente electo se formó
en la Universidad de San Andrés de los Andes y realizó sus estudios de posgrado
en Gran Bretaña, antes de ingresar en el Banco Central de Bolivia. Para
algunos, era un tecnócrata que Evo Morales necesitaba con el objetivo de dar
consistencia a su proyecto de socialismo nacional e indigenista.
Algunos analistas políticos
bolivianos menos lastrados por el radicalismo ideológico anti-Evo se han
centrado más en discutir los matices de la gestión de Arce en la década larga
de 2006-2019 que en aspectos doctrinarios. Algunos impugnan o al menos cuestionan
el llamado ”milagro económico” boliviano de esos años. Los brillantes
resultados obtenidos se deben, en gran medida, al boom de las materias primas
de la primera década del siglo en toda la región latinoamericana, tanto
energéticas (petróleo y gas) como agrícolas (soja), debido al espectacular
crecimiento de la demanda en China y otras potencias emergentes (2).
Luis
Arce tendrá que gestionar un panorama muy distinto al de 2006. Bolivia sufre
una depresión sobresaliente, que la pandemia global ha agravado
considerablemente. Se cree que el PIB caerá un 6% este año y el desempleo en las
grandes ciudades no bajará del 10%. Arce se ha mostrado confiado en la relativa
fortaleza de la economía nacional, debido en gran parte a lo conseguido durante
su gestión como ministro. Pero las reservas de divisas se han reducido
notablemente, aunque debe decirse que cuando Morales se vio obligado a dejar el
gobierno el nivel era el de 2007 y el país se encuentra bajo la depresión de la
pandemia del COVID-19.
Bolivia soporta unos datos menos
alarmantes que otros países de la región, con menos de 140.000 muertos casos, frente
al millón que ha alcanzado esta misma semana Argentina, o los cinco millones
largos de Brasil. Pero el país dispone de un sistema sanitario más endeble,
pese a las mejoras de los años de inversión social. Además, se produjo un
fraude escandaloso en la compra de respiradores artificiales, que ha debilitado
la atención de los casos más graves.
La gran pregunta ahora, no
obstante, es cómo será esta segunda oportunidad del socialismo boliviano (3).
Arce sea mostrado cauto y moderado, pese a los intentos de la derecha de
presentarlo como una “marioneta de Morales” (en esto, Mesa coincidía con los
ultras de Santa Cruz, liderados por Camacho). A medida que avanzaba la campaña
y se consolidaba la impresión de una victoria de Arce en primera vuelta, el
candidato del MAS ha ido tomando algunas distancias con el expresidente en el
exilio, pero más de tono que de fondo.
En efecto, el propio Morales ha adoptado un discurso pragmático y ha
defendido en todo momento al candidato de su partido.
Arce no tendrá mucho tiempo para
resolver el dilema que ha planeado sobre estas elecciones: si se limita a
cerrar el paréntesis e impone el continuismo del primer ciclo progresista, como
quiere un sector importante del partido y sus bases sociales y sindicales, o si
profundiza en las políticas más pragmáticas de la etapa anterior, como la apertura
al capital exterior y el control fiscal. Es posible que la coyuntura lo conduzca
por la segunda vía.
¿OTRO GIRO A LA IZQUIERDA EN
AMÉRICA LATINA?
La “plata dulce” proveniente de
las exportaciones en la primera década del siglo favoreció la consolidación en el
poder de los partidos de izquierda o centro-izquierda en el sur del continente
americano durante la segunda mitad del decenio (Argentina, Chile, Brasil,
Uruguay, sobre todo), lo que creó la sensación de un cambio de paradigma en
toda la región, tutelada muy cerca por Estados Unidos durante decenios para
prevenir o, en su caso, hacer fracasar experiencias progresistas en la región.
El ciclo resultó más corto de lo
esperado y deseado y, cuando los efectos de la crisis financiera internacional
se dejaron sentir en aquellas latitudes, el margen financiero que
proporcionaban las exportaciones abundantes del sector primario se agotó, los
fondos disponibles para políticas sociales se redujeron o extinguieron y las
fuerzas conservadoras airearon reales y ficticios episodios de corrupción para provocar
la secuencia de derrotas electorales de la izquierda y el centro izquierda durante
la pasada década.
Pero la derecha volvió a
fracasar y apunta una nueva oportunidad de cambio en el sur del continente. Después
de Argentina y Bolivia, se habla del posible regreso de Lula en Brasil (aunque
esto sea aún prematuro) y el más que probable éxito este mismo fin de semana en
Chile de la iniciativa para derogar la Constitución heredada del pinochetismo.
En este último caso, la campaña por el cambio viene precedida por una
movilización sin precedentes de los sectores populares contra el gobierno de Piñera.
Pero el malestar social se viene acumulando durante décadas, porque el consenso
centrista que gobernó el país tras el abandono de los militares no superó la
pavorosa desigualdad social ni acabó con los privilegios de las élites (4).
De confirmarse el giro a la
izquierda, sería imperativo aprender de los errores y fijar una agenda estable de
transformación. Ya no hay tanto maná que repartir. Habrá que abordar reformas estructurales. Pero antes hay
que salir del agujero negro de la pandemia.
NOTAS
(1) “Bolivia after Morales”. SANTIAGO ANRIA y
KENNETH ROBERTS. FOREIGN AFFAIRS, 21 de noviembre de 2019.
(2) “Présidentielle en Bolivia:
la victoire de Luis Arce, fidèle d’Evo Morales mais socialiste modéré”.
ANGELINE MONTOYA. LE MONDE, 20 de octubre.
(3) “Bolivia’s socialists may
revive Latin America’s ‘pink tide’”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 20 de octubre; “Will Bolivia’s
elections Usher in a new wave of socialism in Latin America? JAIME APARICIO-OTERO.
FOREIGN POLICY, 16 de octubre.
(4) “Will Chile set an example for true democracy?”.
MICHAEL ALBERTUS. THE NEW YORK TIMES, 19 de octubre; “Chile brace
for constitutional referendum in the wake of violent clashes”. THE
WASHINGTON POST, 21 de octubre.