13 de junio de 2018
En
las últimas décadas, casi todos los presidentes norteamericanos desean pasar a
la historia dejando una visión inspiradora de un conjunto de políticas
coherentes en las relaciones exteriores. Es lo que suele denominarse “doctrina”.
‘Paz
con los enemigos y guerra con los amigos’. Bien podría ser ésta una improbable
“doctrina Trump”. O, para ser más rigurosos, una antidoctrina, en negativo, una impugnación del concepto doctrina. En
apenas una semana frenética, caótica y desconcertante, ha quedado perfilada la
manera en la que el presidente contempla el mundo exterior.
La
desastrosa cumbre del G-7 en Canadá no pudo salir peor. Eso dicen todos los
analistas con el mínimo sentido común. No para Trump, que quizás obtuvo lo que
quería. Dar un desplante a sus aliados, en particular al anfitrión, el primer
ministro Trudeau, a quien Ivanka Trump dice admirar.
Dos
días después, el presidente hotelero puso rumbo hacia un resort exótico muy de
su gusto en Singapur, tigre asiático
por excelencia, ejemplo pionero de ese modelo capitalista autoritario que tanto
lo seduce, para protagonizar el acontecimiento que quizás termine definiendo su
mandato: la cumbre con el líder norcoreano Kim Jong-un.
Lo
que en Canadá fueron tensiones, incomodidades, dificultades para encontrar un
lenguaje común o fijar criterios afinados sobre asuntos que vienen siendo
compartidos desde hace más de medio siglo, en Singapur se transformaron en
palabras grandilocuentes y huecas, calidez de cartón piedra, invocaciones a futuros
paradisíacos, etc.
TRUMP
PERFILA UN G-8 A SU MEDIDA
Trump
no se encuentra a gusto en el club de países democráticos aliados. Eso ya era
de todos conocido. Prefiere retratarse con autócratas, sin necesariamente
asociarse con ellos. Acuerdos rápidos, puntuales, genéricos y revisables. Sin
compromisos. Sin seguimiento. Sin agotadoras sesiones de negociación y puntillosos
comunicados que resuelvan o suavicen las inevitables discrepancias. Es la
política del contacto, del apretón fuerte de manos, del abrazo sin
contemplaciones, de la carcajada fácil, del discurso inflado y vacío.
Dice
Dana Milbank, un articulista iconoclasta del WASHINGTON POST, que Trump
necesita abandonar el G-7 y hacer un grupo afín (1). Los siete componentes más
ricos de la alianza occidental son cosa del pasado para Trump. El futuro
pertenece a un grupo con guts (con
huevos). Es decir, dirigentes autoritarios con los que el testosterónico mandatario norteamericano confiesa sentirse a gusto:
los presidentes de China (Xi Jinping), Rusia (Putin), Filipinas (Duterte),
Egipto (Al Sisi), Turquía (Erdogan), el líder de Corea del Norte (Kim Jong-un)
y el príncipe heredero saudí (Mohammed Bin Salman). Siete autócratas acreditados.
Y Trump de padrino.
Otro
padrino, pero de ficción, Robert de
Niro, ha servido de portavoz de muchos norteamericanos, a quien les apetece
decirle cuatro frescas a su presidente. La vergüenza ajena desborda las redes
sociales. Los politólogos ya no se atreven a codificar el comportamiento de un individuo
que se ha saltado casi todos los límites y exigencias responsables de su cargo.
Los más optimistas esperan la decisión del fiscal especial Mueller. Pero crece
cada día la impresión de que el riguroso servidor público evitará un conflicto
constitucional de primera magnitud y Trump se salvará de la amenaza del impeachment.
Tanto
da que en el propio Partido Republicano no se hayan arrepentido lo suficiente
por haber vendido su alma al diablo y haberlo respaldado electoralmente. Poco
importa que los dirigentes decentes del mundo se esfuercen por embridar al
“amigo americano” en un comportamiento razonable. Trump se ha salido de los
raíles. Es un easy rider.
A
Trump le importa todo eso un ardite. Siempre habrá un Kim con quien hacerse
fotos imposibles de imaginar hace apenas unos meses. Un Putin que le haga los
coros. Un Erdogan que le ayude a teorizar el poder de la convicción. Un Duterte
que le embellezca la persecución ilegal (y criminal) del crimen. Un Al-Sisi que
haga escarnio de la sociedad civil y de los disidentes. Un Mohamed Ben Salman
que le sirva sustanciosos contratos (antes y después de su paso por la Casa
Blanca).
UNA
CUMBRE DE CARTÓN PIEDRA
Los
analistas se han pasado semanas haciendo evaluaciones, pronósticos, propuestas
y quimeras (2) sobre el resultado de la cumbre internacional más atrabiliaria
desde la celebrada en Múnich hace
ochenta años, entre Hitler y las potencias aliadas europeas.
Habrá
que esperar a ver si lo que se ha alumbrado en Singapur no es más que una hamburguesa diplomática. La declaración
conjunta y las manifestaciones de Trump y Kim apenas si dejan lugar a la
reflexión seria. Términos como “nueva era”, “brillante futuro de paz”, “ruptura
con el pasado” , etc. son tan huecos que no merecen más de una línea.
A
esta hora, poco se sabe de los compromisos más serios y concretos, si es que ha
habido alguno en realidad. Se sabe, al menos, que Estados Unidos abandonará sus
“juegos de guerra” conjuntos con Corea del Sur para seguir ganándose la
confianza del joven líder norcoreano. A
cambio, éste confirma sus vagas promesas de abandonar la nuclearización y
empezar a destruir algunas de sus instalaciones más temidas. Pero se está lejos
aún, por lo que parece, de ese acrónimo un poco endemoniado (CVID) que ha
codificado las ambiciones de Washington: completa,
verificable e irreversible desnuclearización de Corea del Norte. Por eso,
cautela mínima, las sanciones económicas se mantendrán, por el momento.
Una
antigua agente de la CIA en Corea (3) asegura que muchas de las apreciaciones
que se han manejado en Occidente sobre Kim son equivocadas, precipitadas y
estereotipadas. Quizás porque la comunidad de inteligencia y los líderes
políticos ponen sus prejuicios por encima de sus análisis. Afirmación
impecable, y la historia aporta numerosos ejemplos.
Trump
no buscaba la paz con este encuentro ficticio de Singapur, sino el
reconocimiento personal. Es la vanidad y no su responsabilidad de hombre de
Estado lo que le mueve, lo que inspira sus actos. No se puede pasar de
despreciar a un semejante a convertirlo en un socio en apenas unas semanas. No
se disuelven instintos racistas, prejuicios xenófobos, reflejos prepotentes de
un día para otro.
En
cuanto a Kim, seguramente tiene lo que buscaba. Reconocimiento y legitimidad,
si no internacional, al menos sí la que, con carácter oportunista, le regala el
discutible líder de la única superpotencia mundial. Después de que sus antecesores
hayan reducido al hambre, la humillación y el desconsuelo a sus conciudadanos,
el titular de la dinastía norcoreana se propone un cambio de timón según el
libreto chino: más consumo, cero libertades y derechos.
Nada
de eso parece importarle a Trump que ha pasado del “infierno de furia y fuego”
al un ficticio paraíso de paz cuyo alcance y significación reales tardaremos en
esclarecer.
NOTAS
(1)
“Finally, a president with the guts to stand up to Canada”. DANA MILBANK. THE WASHINGTON POST, 11 de junio.
(2) “A better
North Korea strategy. How to coerce Pyongyang without starting a war”, VICTOR
CHA y FRASER KATZ”. FOREIGN AFFAIRS, 1 de junio; “The nine steps required to really
disarm to North Korea”. DAVID SANGER y als. THE
NEW YORK TIMES, 11 de junio.
(3) “The
education of Kim Jong-un”. JUNG H. PAK. BROOKINGS
INSTITUTION. Febrero 2018.