EL (CUESTIONADO) AMIGO AMERICANO

5 de Junio de 2014
                
Obama está de nuevo en Europa, quizás el lugar del mundo donde más se le respeta, a pesar del desgaste comprensible sufrido por cinco años y medio de mandato.

Pero, para ser rigurosos, habría que distinguir entre Europa Occidental, donde se aprecia su equilibrio y su estilo dialogante y ‘multilateralista’, pese al desafortunado episodio de las escuchas; y el Este, donde está sometido a un proceso de erosión similar, aunque mucho menos intenso, al que sufre en Asia y Oriente Medio, cuyos aliados ponen en duda que su compromiso y firmeza frente a las amenazas de potencias que pretenderían revisar el orden mundial (Rusia, China, Irán), según las élites políticas y académicas de Washington (1). 
                
POLONIA, ENTRE EL AGRADECIMIENTO Y LA DECEPCIÓN

En Europa, la crisis de Ucrania ha desestabilizado la imagen de Obama en el sector de Europa que durante décadas sufrió la dominación soviética, directa o indirectamente.  Aunque el presidente reaccionó inmediatamente a la anexión rusa de Crimea y, supuestamente,  habría obligado a Putin a frenar un atribuido afán expansionista en el este de Ucrania, lo cierto es que algunos de esos países consideran que las sanciones deberían estar acompañadas de otras medidas más contundentes.
                
Es lo que ha ocurrido singularmente en Polonia, país, junto con Ucrania, que Obama ha visitado esta semana, como parte de una gira europea un poco más amplia rica en aniversarios solemnes (vigésimo quinto de las primeras elecciones polacas democráticas y septuagésimo  del desembarco de Normandía).

Como muestra efectiva de ese compromiso con la seguridad europea (“sacrosanto” y “sólido como una roca”, en expresión un tanto grandilocuente, muy del gusto del presidente), Obama ha anunciado un plan para reforzar el despliegue militar norteamericano en el continente por valor aproximado de mil millones de dólares (735 millones de euros), que tendrá que autorizar el Congreso.
                
Públicamente, los dirigentes polacos le han agradecido el gesto, pero la oposición, más libre de ataduras políticas, le ha reprochado “falta de concreción” y, sobre todo, que ese apoyo no sea inmediato. El propio gobierno polaco, por boca de su ministro de exteriores, había demandado expresamente una base permanente de Estados Unidos en Polonia, para reforzar la protección frente a Moscú, al estilo de las que tiene en España, Portugal, Grecia, Italia, Alemania o Gran Bretaña. En países como España o Grecia, tales instalaciones no son del todo populares, porque no es perceptible en modo alguno esa supuesta “amenaza rusa”.
                
En realidad, la aspiración polaca no es viable ni realista, ya que en los acuerdos de cooperación suscritos por la OTAN y Rusia en 1997 se establecía claramente que no se produciría el “estacionamiento permanente de fuerzas sustanciales de combate adicionales” a la ya existentes en los nuevos países miembros. Se trataba de evitar que Rusia tuviera la sensación de  “cerco”. Algo que, de todas formas, no se evitó por otra serie de decisiones muy inconvenientes, como ha recordado hace poco el profesor de Georgetown Michel Brown (2).
                
El principal argumento polaco para revisar ese compromiso de 1997 es que Moscú no ha respetado las reglas del juego, con sus recientes intervenciones, en Georgia y, sobre todo, en Ucrania. El punto de vista ruso es que los países europeos orientales vecinos operan como punta de lanza de una estrategia occidental para acosar a Rusia y limitar su desarrollo como potencia regional. Lo que no airean tanto los polacos es que muy pocos aliados europeos estarían dispuestos a secundar un mayor esfuerzo militar norteamericano en Europa oriental.
                
Con respecto a Ucrania, Obama ha querido escenificar en Varsovia un apoyo muy simbólico al flamante presidente electo, el magnate chocolatero Poroshenko, en un momento muy delicado, debido a la guerra que se libra en el este del país entre las fuerzas armadas nacionales y las milicias rebeldes que defienden la secesión y, eventualmente, seguir el camino de Crimea e incorporarse a Rusia, tras el referéndum cuya legitimidad han negado Kiev y Occidente. El perfil del presidente electo ucraniano invita a la prudencia, aunque Obama no haya escatimado los elogios en su respaldo, forzado sin duda por las circunstancias. Su condición de magnate, el apoyo que dio a la oposición durante el pulso contra Yanukóvich y la ausencia de alternativas eficaces le otorgan un margen de maniobra que deberá convertir en resultados en un plazo no muy largo.
                
UN NECESARIO EQUILIBRIO

En las últimas semanas, Putin ha dado un paso atrás en la crisis de Ucrania, lo que ha sido interpretado de muy distinta forma por los analistas. Para algunos, se trata de un “repliegue táctico” para ahondar la división entre los aliados occidentales sobre la intensidad de la confrontación con Moscú. Para otros, es una reacción lógica ante la eventualidad de nuevas sanciones que refuercen el deterioro de la economía rusa, ya poco boyante.
                
Obama ha sido muy concreto y contundente durante sus alocuciones públicas en Varsovia, con las autoridades polacas o ucranianas. A la hora de escribir este comentario, no se ha encontrado aún con Putin. Lo hará el viernes, 6 de junio, con motivo de la conmemoración del setenta aniversario del desembarco aliado en Normandía.
                
Ese acontecimiento tiene un alto sentido simbólico, porque cada década se ha ido celebrando a pesar de la ‘guerra fría’ entre los países occidentales y la entonces Unión Soviética.  Los dirigentes de la superpotencia desaparecida y los rusos actuales no dejan de reclamar que Normandía sólo fue el comienzo del declive de la Alemania nazi, pero que éste no se hubiera confirmado de no haber sido por el enorme sacrificio realizado por el Ejército rojo, en defensa de su territorio nacional, pero también de la liberación de los pueblos sometidos por Hitler en el Este de Europa.
                
Obama se moverá por tanto en este choque de simbolismos, el histórico y el actual, para equilibrar el compromiso con la seguridad europea y la búsqueda de un necesario entendimiento con Moscú. Porque una nueva versión de la ‘guerra fría’ no sólo es altamente inconveniente para Europa, sino también para Estados Unidos, por mucho que algunos nostálgicos, en uno y otro bando, pretendan lo contrario.
                
El deterioro del clima internacional ha cambiado la agenda del Presidente, muy a su pesar. Sin renunciar a sus principios y prioridades, el presidente norteamericano se ha visto obligado a un discurso que no es el que le gusta, el de protector con recuperado ánimo intervencionista, para satisfacer a los que se sienten amenazados, con razón o sin ella. Pero también para salir al paso de las críticas sus adversarios políticos internos, que aprovechan los reproches externos para debilitar su liderazgo mundial. No es casualidad que en las últimas semanas haya pronunciado varios discursos y declaraciones para precisar, reforzar o aclarar su política exterior,  y eso mismo haya siendo interpretado por sus críticos como la carga de la prueba de su deficiencia en la materia (3).

(1)    “US Foreign Policy: Trouble Abroad”. GEOFF DYER. FINANCIAL TIMES, 24 Mayo 2014.

(2)     “NATO`s Biggest Mistake”.MICHEL J.BROWN. FOREING AFFAIRS, 8 de Mayo 2014.


(3)    “What Obama Should Say at West Point, But Won't”. STEPHEN WALT.FOREIGN POLICY, 27 Mayo 2014.