Ante las elecciones generales en España, mirada a Europa (4). LA IZQUIERDA CRÍTICA SÓLO TIENE INFLUENCIA RELEVANTE EN LA EUROPA MERIDIONAL

12 de julio de 2023

Partidos, formaciones y movimientos críticos con la socialdemocracia desde la izquierda han sido siempre secundarias en Europa, en términos electorales. Según los datos de las últimas elecciones en cada país de la UE más Gran Bretaña, Noruega, Islandia y Suiza, la izquierda crítica ha sumado 20,2 millones de votos, un tercio de los conseguidos por los conservadores y una proporción algo mayor con respecto a los socialdemócratas (54,9 millones). También han sido superados por los liberales (34,9 millones), pero no por los ecologistas (16,2 millones), aunque éstos ejercen una mayor influencia por su disponibilidad a los pactos a derecha e izquierda. He separado la izquierda crítica de la izquierda revolucionaria, cuyo empeño y resultados electorales son testimoniales (como ocurre con los neonazis/neofascistas o los no definidos).




Si en España la reciente coalición de izquierdas se perfila como única fórmula previsible de pervivencia de un gobierno progresista, en la mayoría de los países europeos no parece contar en la actualidad con muchas opciones. El rechazo del electorado de izquierdas a las derivas liberales de los socialdemócratas en los ochenta y noventa no han redundado en un fortalecimiento generalizado de las opciones más radicales o críticas. Y cuando lo han hecho, no ha sido suficiente como para sostener una alternativa de gobierno a la derecha liberal-conservadora, que en muchos casos, como vimos en un artículo precedente, no ha tenido problemas para pactar con el nacionalismo conservador e identitario emergente. Lo que en lenguaje mediático y político de brega se llama la extrema derecha.

El acceso al poder de la izquierda crítica casi nunca ha obedecido a una tendencia general europea, sino a circunstancias nacionales específicas. O, en todo caso, regionales: la izquierda crítica ha limitado su influencia real en el sur. En el norte, ha tenido una presencia permanente pero menor y en las regiones occidentales y atlántica no ha superado el umbral de la marginalidad, con algunas excepciones temporales puntuales.

 

1. EUROPA MERIDIONAL: LA ZONA DE MÁS INFLUENCIA

a) Francia

El caso más relevante es de influencia política relevante de la izquierda crítica es Francia. En los años ochenta, el Partido Comunista hizo bueno el pacto de programa común con el PSF, acordado a comienzos de la década anterior, cuando era aún el partido más votado de los dos. En ese tiempo, Mitterrand consolidaba su liderazgo en el socialismo, combatiendo la esclerosis de la derecha gaullista, hegemónica en las décadas posteriores a la II Guerra Mundial. 

Pero la Unión de la Izquierda no superó la prueba del poder. Fuertes discrepancias con el Eliseo precipitaron que los comunistas salieran del gobierno en la primera remodelación de Mitterrand, que ya se sentía fuerte para seguir solo con los suyos. Hasta que el triunfo de la derecha en las legislativas de 1986 lo obligó a una frustrante cohabitación. El Partido Comunista se fue debilitando, pero resistió a la desaparición aunque tuviera que refugiarse en 2012 en un Frente de Izquierdas para hacer frente a la efímera subida socialista. Luego vino la pavorosa crisis de la izquierda tradicional y la irrupción de France Insoumise, una escisión inicial de los socialistas a la que fueron arribando izquierdistas de distinta procedencia. Tras bajar hasta su mínimo histórico en las legislativas de 2017, el PCF se unió a NUPES, marca electoral común de la izquierda, bajo la hegemonía de los Insumisos.

b) Italia

En Italia, donde residía el Partido Comunista más fuerte de toda Europa Occidental, la vigilancia norteamericana del flanco sur de la OTAN y la presión del Vaticano, consiguieron mantener una barrera eficaz contra un desbordamiento de las opciones de izquierda. Aquí, contrariamente a Francia, el Partido Socialista jugó un papel obstaculizador de la proyección comunista. Con las fórmulas de los gobiernos de coalición liderados por la Democracia Cristiana, el juego político se reducía a una alternancia entre la opción monocolor, la alianza parcial con los minúsculos partidos de derecha y centro-derecha (liberal, republicano y  socialdemócrata, en realidad, social-liberal) o la gran coalición, que integraba a los socialista en el famoso pentapartito.

El socialismo oficial italiano se fue degradando lenta pero inexorablemente, hasta que a finales de los ochenta y primeros de los noventa quedó atrapado en las tramas de corrupción que acabaron por destruirle. Al fracaso político siguió la ruina moral irremisible. Hubo pequeños pero fútiles intentos de reconstruir el PSI a mitad de los noventa. 

Después de la crisis terminal del comunismo, al PCI no le bastó con el distanciamiento del Kremlin y de sus regímenes satélites y se apresuró a llenar el vacío dejado por sus vecinos rivales. Por una cuestión de patentes y por la existencia zombi de PSI, los excomunistas no quisieron o no pudieron asumir la denominación de “socialistas” o “socialdemócratas” y se ampararon en la vaguedad de la de la divisa “izquierda”. Con el cambio de siglo, se eludió también esta identificación para ampararse en coaliciones centristas bajo la vitola de “Olivo”. Finalmente, cuando se extinguió esa experiencia, emergió la insulsa marca de “Partido Democrático”.

La izquierda crítica comunista respondió a la sucesiva normalización del viejo PCI, con distintas iniciativas: Rifondazione Comunista, Partido Comunista de los italianos, Partido Comunista marxista-leninista, Partido Comunista de los Trabajadores, Sinistra Revolucionaria, Potere al Popolo. Hubo otros intentos, en convergencia con el ecologismo crítico, como Sinistra Ecología-Libertá (2013), Liberi e Iguali y Sinistra Italiana (2018) y Unione Popolare (2022). Pero ninguna de ellos llegó al 4% del apoyo electoral. De los comunistas ortodoxos, solo Rifondazione, de Fausto Bertinotti, superó ese umbral en 2008, para luego languidecer.

c) España

En España, la irrupción poderosa de los socialistas en los ochenta, relegó al Partido Comunista a un papel muy secundario. El PCE se vió sometido a un proceso similar al italiano, aunque no idéntico. En una de esas injusticias históricas que deja la política, los comunistas que tanto combatieron durante la dictadura de Franco, se resignaron a abandonar su histórica marca y refugiarse en la genérica denominación de Izquierda Unida. La presencia en gobiernos locales les dio vigencia política, pero fueron debilitándose en lo que eran más fuerte: movimientos populares y ciudadanos. 

El bipartidismo dominante en España durante más de treinta años, fue una víctima política más de la gran crisis financiera y social de finales de la primera década del siglo. A derecha e izquierda del PSOE surgieron nuevas fuerzas que vinieron a cubrir el vacío dejado por la UCD, a comienzos de los ochenta, y el debilitado Partido Comunista y sus aliados reunidos en la titubeante Izquierda Unida. 

En la izquierda, Podemos representó un fenómeno nuevo. Como en otros lugares de Europa, la aspiración no fue apuntalar a la socialdemocracia, sino ofrecer una alternativa capaz de frenar su deriva liberal. Con una fórmula de organización que recuperó el impulso de las bases, sobre todo en medios urbanos, Podemos escuchó las reclamaciones urgentes de la juventud en materia de empleo, vivienda, educación, igualdad de género, etc. Al final de la crisis, alcanzó la cúspide de su representación institucional, con más del 20 % de los votos entre el núcleo central y sus aliados regionales. Un resultado sin precedentes, muy superior al de cualquier iniciativa de la izquierda crítica no sólo en España, sino también en Europa, con la excepción de Grecia y Chipre, como luego veremos. Durante un tiempo se creyó que podía lograr el sorpasso de los socialistas, hundidos hasta el 22%.

Luego vinieron las habituales divisiones en el izquierdismo. Se produjo una caída electoral, pero no lo suficiente como para impedir su capacidad para obligar a los socialdemócratas españoles a decidirse por el primer gobierno de coalición de izquierdas desde la recuperación de la democracia tras su exiguo triunfo electoral de 2019.

 

d) Portugal

En Portugal, surgió a finales de siglo el Bloco de Esquerda un formación ecologista radical alternativa al tradicional y muy prosoviético Partido Comunista. Poco a poco fue creciendo electoralmente hasta superar una década después a sus competidores en el espacio de la izquierda crítica. Bloco y PCP han mantenido una conflictiva cooperación con los socialdemócratas. El apoyo parlamentario al ejecutivo de Antonio Costa dejó de operar tras las últimas elecciones en 2022.


 e) Grecia

El derrumbe del gobierno socialdemócrata a finales de la primera década del siglo y la inutilidad de los habituales parches técnicos abrió un socavón político en la izquierda que llenó el movimiento Syriza, muy bien dotado para la movilización de las masas urbanas angustiadas por la falta de empleo y la volatilización de sus ahorros. La formación liderada por Alexis Tsipras y sus aliados de la izquierda crítica, pero  no el PC, pasaron de apenas un 5% a más del 35% en los seis años terribles de la crisis (2009-2015), lo que les permitió hacerse con el gobierno, primero en una extravagante coalición con una formación nacionalista de derechas y luego en solitario. El desafío de Tsipras al liderazgo alemán de la UE resultó una auténtica catástrofe. Después de negarse reiteradamente a pasar por el aro de la austeridad, que había vaporizado al PASOK y reducido a la derecha neoliberal a la mínima expresión, Tsipras fue acorralado en una cumbre, tan sólo defendido. casi por piedad. por el socialista Hollande. Cuando trató de desplazar su responsabilidad sobre los ciudadanos mediante un referéndum sobre el pacto impuesto por la UE, se apuntó su decadencia. El pueblo griego, instigado por el propio Tsipras, rechazó las medidas de austeridad europeas. Pero su suerte estaba echada. El ministro Varoufakis, más crítico aún con Europa, abandonó el gobierno. En sólo unos días, Tsipras asumió que no podía cumplir con el mandato popular y claudicó ante la UE, que impuso a Grecia medidas más duras.

El fracaso de este pulso con Europa dio paso a una legislatura terrible, muy distinta a la que los dirigentes de Syriza habían imaginado. A pesar de ello, en 2019 el castigo electoral fue más moderado de lo que se temía: sólo perdieron cuatro puntos. La decadencia no fue brusca, sino suave pero sostenida. Este año Syriza bajó al 20% en mayo y dos puntos más en junio. El partido se desangraba a derecha e izquierda. Tsipras no tuvo más remedio que poner su cargo a disposición de sus compañeros de aventura. Era el preludio del fin.

El Partido Comunista, que nunca colaboró con Syriza y mantuvo su autonomía crítica, ha atravesado este periodo agitado de la historia griega, sin apenas cambios electorales. En los últimos años recuperó los votos “prestados” a Tsipras hasta sus niveles precrisis. Lo que refleja la fidelidad de sus bases, pero también su incapacidad para generar mayor apoyo social.  


f) Chipre

Finalmente, es importante mencionar el caso de Chipre, pequeño país isleño mediterráneo, donde existe, precisamente, el partido de izquierda crítica con mayor apoyo electoral de toda Europa. AKEL (Partido Progresista del Pueblo), heredero del viejo Partido Comunista, ha obtenido desde 1991 resultados por encima del 30% y sólo ha bajado del 25% en los últimos años. En 2008 encabezó incluso un gobierno de coalición con los liberales del Pº Democrático y el apoyo externo de los socialdemócratas del EDEK.



2. EN EL NORTE, UNA PRESENCIA MENOR PERO ESTABLE

En los países nórdicos, la izquierda crítica siempre tuvo relevancia política y cierto grado de participación en la gestión pública, como apoyo más o menos estable a gobiernos socialistas, con quienes formaba un denominado “bloque obrero”, frente a la conjunción de los partidos liberales, conservadores y democristianos, que se agrupaban en el “bloque burgués”. Con estas denominaciones marxistas, el pluralismo partidista se transformaba, en la práctica, en un bipartidismo de alternancia, similar al más variable que existía en Europa central y occidental.



Después de la caída del comunismo, los socialdemócratas se hicieron más liberales, aunque las alianzas se mantuvieron en Suecia y Noruega. En el primero, no entraron nunca en el gobierno; y en el segundo, donde han convivido dos partidos, Izquierda Socialista (más fuerte) y Partido Rojo (casi marginal), sólo lo hicieron en dos legislaturas, entre mediados de la primera y segunda décadas de este siglo. En Dinamarca y Finlandia se produjeron otras combinaciones de centro-izquierda, con liberales y conservadores, mientras la izquierda se movió en torno al 8% en Finlandia y más débil en Dinamarca. En Islandia, un partido a la izquierda del socialdemócrata sólo apareció en las últimas elecciones (2021), con un 4%; antes, sólo existieron formaciones casi testimoniales. 

3. EUROPA OCCIDENTAL: LA PESADA HERENCIA DEL ANTICOMUNISMO


En el núcleo de la Unión Europea, excepto Francia, la izquierda crítica apenas ha tenido una importancia secundaria, sin participación directa en los gobiernos, ni apoyo parlamentario de importancia. Destacan el alemán Die Linke, heredero del PDS, sucesor de los comunistas orientales; y el Partido Socialista de los Países Bajos, que defiende un socialismo de izquierda. Hay que señalar que Die Linke sólo tiene cierta sólida implantación en los länder del Este y los socialistas radicales holandeses sólo superaron la barrera del 10% en 2006.

En Bélgica, el Partido del Trabajo es una minúscula formación socialista radical, igual que Dei Lenk en Luxemburgo. En Irlanda, Solidarity ha surgido en los últimos años como alternativa no nacionalista al Sinn Feinn.