22 de abril de 2020
En
países como Yemen, Libia o Afganistán no hacía falta el COVID-19 para que la tragedia
asfixiara la vida. La guerra ha seguido asolando esos lugares, sin apenas
respiro (en Afganistán, a salvo de un alto el fuego, hay una tregua frágil y no
siempre contrastable. Naturalmente, el coronavirus no se ha privado de extenderse
por allí también y dejará un reguero de dolor y muerte. Duplicará el
sufrimiento de las naciones y reforzará el autoritarismo de gobiernos, pseudogobiernos
y caciques. El resultado: guerras al cuadrado.
YEMEN:
EL FRACASO DEL PRÍNCIPE
Desde
el pasado 8 de abril, Arabia Saudí observa un alto el fuego unilateral. Un paso
más en la admisión del fracaso de la estrategia de la Casa Real. La coalición
que lideran los saudíes se ha ido desintegrando en los últimos meses. Primero
se descolgaron Egipto, Jordania y Marruecos, Qatar fue expulsada y los Emiratos
Árabes optaron por una estrategia diferente: apoyar a un grupo separatista sureño.
Lo que debilitó aún más al exiliado Presidente Hadi, reducido ya a la
irrelevancia. Cinco años de destrucción y catástrofe humanitaria (1).
La
deriva en Yemen es un golpe duro para el ambicioso príncipe heredero, que
dirige el Reino encaramado en el trono de su padre, enfermo y con sus facultades
casi exangües, según diversas fuentes. Mohamed Bin Salman, en su calidad de
Ministro de Defensa y todopoderoso dirigente ha continuado con sus inclementes purgas
de familia. Solo cuenta, y con la boca pequeña, con el apoyo de Trump (o de su
yerno Kushner). El hundimiento de los precios del petróleo por la brutal retracción
de la demanda y el pulso con Rusia lo ha debilitado aún más. En Yemen sólo
busca una salida, en modo alguno ya una victoria (2).
Los
hutis tratan de sacar partido a su tenacidad y han puesto condiciones exigentes
para avenirse a un acuerdo que ponga fin a las hostilidades (3). Este grupo rebelde, controlado por una rama local del chiísmo,
pretende consolidar sus ganancias militares y se ha hecho fuerte en la capital,
Sanaa, y en varias regiones del norte del país, lo que le permite amenazar a las
fuerzas oficialistas pertrechadas en las zonas fronterizas con Arabia Saudí, en
el nordeste.
LIBIA:
UN CONDOMINIO RUSO-TURCO
Los
dos bandos enfrentados en Libia mantienen un pulso sobre la suerte de la
capital. El gobierno reconocido por la ONU (con pocos efectos prácticos) está
sostenido en la práctica sólo por Turquía, que ha suscrito un acuerdo de
cooperación militar a cambio de acceso a recursos energéticos de Libia.
Desde
el sur y desde el este, el general Haftar, apoyado por Rusia, los Emiratos
Árabes y Egipto intenta desde hace un año romper la defensas y conquistar la
ciudad. Pareció a punto de conseguirlo hace tres meses. Los mercenarios Wagner,
pagados por Moscú, pusieron en aprietos a los defensores de Trípoli, pero un
forzado consenso internacional lo impidió. Rusia y Turquía, patrones de cada
bando, acordaron congelar los frentes. Moscú espera obtener beneficios
materiales y estratégicos en Libia (4), pero no al precio de arruinar su
cooperación con Ankara, con la que ha hecho tratos bastante ventajosos en
Siria, tras el tenso enfriamiento de los turcos con sus aliados norteamericanos
y europeos (5).
En
todo caso, la tregua acordada en Berlín resultó efímera. La capacidad disuasiva
de las potencias occidentales había dejado de existir. Los combates se reanudaron,
pero la situación militar ha cambiado en las últimas semanas. Erdogan encomendó
a miles de milicianos veteranos de la guerra de Siria la defensa de Trípoli (6),
tarea en la que están comprometidos también los milicianos libios de la ciudad occidental
de Misrata.
Las
fuerzas pro-turcas han conseguido el control de dos plazas y una base militar ubicadas
entre Misrata y Trípoli, lo que ha proporcionado una línea vital al gobierno del
islamista moderado Fayed Sarraj. Otro factor determinante ha sido la defensa antiaérea
turca instalada en Trípoli, que ha neutralizado a los aviones del ambicioso
general libio (7).
Hay
que ver lo que hacen ahora los Emiratos y Rusia. No tienen por qué actuar de la
misma forma. Contrariamente a la monarquía árabe, el Kremlin quiere preservar
sus relaciones fructíferas con Erdogan. Es una cautela recíproca: los drones turcos
no atacan las posiciones de los mercenarios pagados por Moscú. Por otro lado, el
coronavirus apenas ha comenzado a golpear en Libia. Los contagios y fallecimientos
son escasos, de momento, pero se ignora la fiabilidad de las cifras.
AFGANISTÁN:
RETIRADA, NO PAZ
Técnicamente,
el país vive una situación de no paz, no guerra. Una tregua, que no un alto el
fuego. Washington pactó con los talibán un acuerdo de retirada de las tropas, a
cambio de imprecisas garantías sobre la prohibición de albergar a
organizaciones terroristas en suelo afgano. El acuerdo no incluyó al gobierno afgano
más que de forma subsidiaria (8). Las prisas de Trump por sacar a las tropas
del país antes del inicio de la campaña electoral son la causa de esta
situación que ha sido duramente criticada por dos de los jefes militares norteamericanos
que sirvieron en Afganistán.
El
general John Allen considera que el acuerdo es un “camino a ninguna parte” que
no traerá la paz, contempla demasiadas concesiones a los taliban, no establece
mecanismos de verificación claros, no garantiza la protección de los derechos
de las capas sociales más amenazadas por un eventual regreso de los estudiantes
coránicos al poder y deja en una posición sumamente débil al gobierno afgano, roto
y dividido (9)
El
general Petraeus es aún más duro, si cabe. Afirma que el acuerdo adolece de una
“asimetría peligrosa” que otorga a los taliban una ventaja incomprensible en la
gestión del proceso. El proceso de retirada militar no está acompañado de las
necesarias garantías de cumplimiento de las obligaciones contraídas por la
guerrilla islámica. De esta forma, los taliban se erigen en cooperadores
indeseados de la estrategia antiterrorista de Washington. Un dislate basado en
la presunción de que Estados Unidos y los taliban tienen el mismo concepto de
lo que es una organización terrorista (10).
Para
mayor escarnio, la clase política está dividido y rota. Tanto es así que hay
dos gobiernos, el oficial, presidido por Ashraf Gahni, y el contestario,
liderado por Abdullah Abdullah, que oficiaba hasta las elecciones como primer
ministro, un apaño negociado por John Kerry, secretario de Estado con Obama
para solventar una disputa sobre los resultados electorales. La polémica se
repitió con motivo de las elecciones del año pasado.
La
división no es sólo una cuestión de ambición personal. Ghani representa a la
etnia mayoritaria, los pastunes, mientras que Abdullah, un tayiko, abandera la
causa de las otras minorías, tradicionalmente marginadas del poder central. Ni
el embajador Jalilzad, autor intelectual del acuerdo de “paz”, ni el propio
Secretario Pompeo han logrado que los dos bandos resuelvan sus disputas. Como
resultado de esta intransigencia, Trump decidió congelar la ayuda a Afganistán,
sin la cual el país será empujado aún más hacia el precipicio.
En
la fase inicial del acuerdo se contemplaba el intercambio de prisioneros, como
paso previo a la negociación de un nuevo marco político entre el gobierno y los
taliban. La cosa se enredó durante las primeras semanas, se produjeron acciones
militares aisladas como forma de presión y retorsión. Finalmente, Ghani fue liberando
milicianos prisioneros poco a poco.
El
coronavirus ha venido a complicar las cosas. A fecha 20 de abril se habían
registrado más de mil casos de coronavirus y 36 muertos. Estas cifras
seguramente son más abultadas, pero no hay manera de comprobarlo, sobre todo
fuera de Kabul (11).
Aunque
se espera que, al menos, sirva para consolidar una tregua, formalmente no hay
un alto el fuego y cualquier incidente puede provocar una escalada. Washington
cree tener garantizada una retirada sin sobresaltos; es decir, un elemento de
propaganda para presentar la salida de Afganistán como un final neutro, cuando,
en realidad, se trata de una derrota evidente.
NOTAS
(1) “Five years of Yemen conflict gives muddled
picture for Saudi coalition”. AHMED NAGI. CARNEGIE ENDOWMENT FOR INTERNACIONAL PEACE, 31 de
marzo; “Quitter ou
non le Yémen? Una casse-tête por Riyad. STEPHEN A. SECHE.
ARAB GULF STATES INSTITUTE, reproducido en COURRIER INTERNATIONAL, 25
de marzo.
(2) “Saudi Arabia lokks for an exit to the war in
Yemen”. THE ECONOMIST, 18 de abril; “Saudi Arabia wants out of Yemen”. BRUCE RIEDEL. BROOKINGS INSTITUCIÓN,
13 de abril.
(3) “Houthies release their wish list to end the Yemen
War”. ELANA DE LOZIER. THE WASHINGTON INSTITUTE ON NEAR AND MIDDLE EAST”, 9
de abril.
(4) “Russia’s growing interests in Libya”. ANNA
BORSHCHEVSKAYA. THE WASHINGTON INSTITUTE, 24 de enero.
(5)“En Libye,
le grand marchandage entre Moscu et Ankara”. MARIE JEGO, BENOÎT VITKINE Y
FRÉDÉRIC BOBIN. LE MONDE, 24 de enero; The
Libyan civil war is about to get worse. JALEL HARCHAOUI. FOREIGN POLICY, 18
de marzo;
(6) “Among the syrian militiamen of Turkey’s
intervention in Libya”. FREDERIC WEHREY. THE NEW YORK REVIEW OF BOOOKS, 23
de enero.
(7) “Guerre
en Libye. Le maréchal Haftar affaibli par l’implication croissante des Turcs”. FRÉDÉRIC
BOBIN. LE MONDE, 18 de abril.
(8) “Peace hasn’t broken out in Afghanistan”. JAMES DOBBINS.
FOREIGN AFFAIRS, 16 de marzo.
(9) “The US-Taliban peace: a road to nowhere”. JOHN R.ALLEN.
BROOKINGS INSTITUTION, 5 de marzo.
(10) “Can America trust the Taliban to prevent another
9/11”. DAVID PETRAEUS y VANCE
SERCHUK. FOREIGN AFFAIRS, 1 de abril
(11) “In Afghanistan, the Coronavirus could be
deadlier than War”. EZATULLAH MEHRDAD, LINDSEY KENNEDY, NATHAN PAUL SOUTHERN. FOREING
POLICY, 17 de abril.