ESTADOS UNIDOS: DEFENSA, VIOLENCIA Y JUSTICIA


20 de diciembre de 2012

¿Servirá la matanza de Newtown (Connecticut) para propiciar por fin un cambio significativo en la legislación sobre tenencia, comercialización y control de armas en los Estados Unidos? 

Nada más conocer la tragedia, el Presidente Obama, con visible aflicción,  anunció que no era posible seguir amparándose en “excusas políticas” para no hacer nada. Se empezaron a escuchar voces en favor de “cambios significativos”. Finalmente, este miércoles presentó al Vicepresidente Biden como cabeza de una comisión para proponer medidas al Congreso, antes de su discurso sobre el Estado de la Unión, en la tercera semana de enero. Y advirtió que ejercerá todo su poder para sacarlas adelante.

Después de su llamado inicial, Obama parece haber esperado a que posicionaran las fuerzas políticas. En días anteriores, prominentes senadores demócratas de tendencia moderada o, en todo caso, de apego a la tradición del gatillo, se habían pronunciado por la introducción de controles. Varios gobernadores también anunciaron  restricciones.

Cabe recordar que después de anteriores episodios similares, también se hicieron sonoras invocaciones a la inaplazable adopción de medidas y, al cabo, las buenas intenciones se diluyeron en el fragor de otros afanes políticos. Se teme que, una vez más, cuando se enfríen los sentimientos, los intereses tomen de nuevo el control del discurso. Se percibe una línea de actuación para frenar los cambios: presionar para que las restricciones sólo se apliquen a personas con problemas de estabilidad mental.

CULTURA E INTERESES

Suele apelarse a la profunda cultura de autoprotección y el individualismo fundacional del país para justificar la pasividad, la ambigüedad o las intermitencias legislativas en la materia. En el 40% de los hogares hay armas de fuego. La segunda enmienda de la Constitución sanciona el derecho de los ciudadanos a portar armas para defenderse. Es obvio que esa provisión era profundamente coyuntural porque cuando se redactó y aprobó, en el siglo XIX, el Estado no podía garantizar la seguridad de todos los ciudadanos con las mismas garantías que hoy.

Pero los sectores más conservadores se envuelven en la Constitución para no aceptar las realidades actuales. De hecho, los republicanos más recalcitrantes han señalado que no admitirán un cuestionamiento fundamental de la Segunda Enmienda.

¿Cuestión de ‘valores’? Quizás. Pero también de intereses. No debe olvidarse tampoco las sustanciosas sumas de dinero que mueve el sector del armamento. Y, correlativamente, la infiltración de este negocio en los pasillos del Capitolio y otras tuberías del sistema político. A pesar de esto  -sostienen los más optimistas-, en esta ocasión podría haber un cambio de dinámica.

Algunos perciben que la capacidad de presión de la NRA (la Asociación Nacional del Rifle) se ha debilitado. Este grupo malgastó 14 millones de dólares en impedir la reelección de Obama, contra quien cargó desde el principio de su mandato, basándose en falsas alegaciones de hostilidad. El potente lobby armamentístico no fue seriamente desafiado por el Presidente en sus primeros cuatro años de gobierno. De hecho, Obama se pasó todo este tiempo amagando sin actuar, a pesar de las matanzas en N.York, Arizona (donde fue gravemente herida la congresista Giffords) y Colorado.
           
La NRA ha tardado días en pronunciarse sobre la matanza de Newton, según dice por respeto al duelo. En sus primeros comentarios, sus líderes han sido muy cautos. Han asegurado que están dispuestos a contribuir para que “esto no vuelva a ocurrir”. Pero no han dejado entender que aceptarían cambios normativos significativos. Después de tragedias anteriores, pasado el impacto inicial, hicieron más bien lo contrario: se embarcaron en exitosas campañas de propaganda en las que aplicaron el principio de que la mejor defensa es un buen ataque, como muy bien documenta David Weigel en SLATE, quien remata con un corolario: “la NRA no ha perdido un voto legislativo sobre control de armas desde 1999, tras la matanza de Columbine”.

Según el NEW YORK TIMES, la administración podría rescatar algunas medidas preparadas por el Departamento de Justicia en 2011 (después del caso Giffords), y nunca  aplicadas. Se espera al menos que se reintroduzca la prohibición a los particulares de portar armas de asalto, como se hizo en 1994, durante el mandato de Bill Clinton, hasta que la legislación expiró 2004 y no fue prorrogada. Asimismo, se endurecerán las condiciones para poder comprar y portar armas más ligeras. Pero será necesario algo más. Mucho más.

EL ARRAIGO DE LA VIOLENCIA JUSTICIERA

En todo caso, la tragedia de Newtown debería propiciar una reflexión de mayor alcance sobre la conexión no siempre aparente entre el instinto de defensa propia y los amplios márgenes de ejercer la justicia, ya sea en el ámbito privado o en el público. El uso generalizado de armas por particulares, la exhibición insistente de la violencia en películas y programas de televisión, la persistencia y amplitud de la pena de muerte, la generalización de métodos dudosos en la investigación y persecución del terrorismo, el mantenimiento de la ilegal cárcel de Guantánamo o el uso de los ‘drones’ como arma de guerra en auge son fenómenos ciertamente diferentes, por supuesto. Pero todos ellos son tributarios de una concepción basada en la legitimidad de la autodefensa, la amplia justificación de la violencia y la porosa frontera entre la venganza y la justicia.

Uno de los asuntos de conversación estos días en bares y hogares es la película sobre la caza y liquidación de Bin Laden (‘Zero Dark Thirty’). Al parecer, los autores, Bigelow y Boal, no quisieron ser especialmente críticos ni con la operación propiamente dicha, ni con los antecedentes. Pero no evitaron reflejar la práctica de la tortura en las investigaciones sobre la responsabilidad de los atentados del 11 de septiembre. De hecho, el film comienza con una sesión de ‘waterboarding’ (ahogamiento simulado).

Algo similar ha ocurrido con muy galardonada serie ‘Homeland’, de la que el Presidente Obama se declara ardiente seguidor. En ella se narra el desconcertante efecto que la muerte de inocentes por los ataques de ‘drones’ produce en un soldado norteamericano. Paradójicamente, Obama ha multiplicado el uso de este tipo de armamento durante sus cuatro años en la Casa Blanca.

La violencia como elemento legítimo de administración de justicia está en auge. El impulso irracional y peligroso de venganza inoculado por la administración Bush no sólo favoreció la aceptación de guerras ilegales y ruinosas, o debilitó el Estado de Derecho y las libertades individuales, como ya se ha denunciado oportunamente. Además, propició un clima favorable al recurso de la violencia en la prevención y persecución de otras supuestas amenazas terrorista.

El rechazo a la tortura como recurso ha descendido en los últimos años, según un estudio dirigido por Amy B. Zegart, de la Universidad de Stanford. La liquidación de supuestos enemigos de Estados Unidos en cualquier sitio donde se escondan o encuentren recibe un respaldo abrumador, aunque se desarrolle en el curso de operaciones que implique la muerte de inocentes. El recurso creciente a los ‘drones’ en Afganistán y Pakistán no provoca de momento repudio significativo, salvo en sectores progresistas o intelectuales muy concienciados. Lo mismo ha ocurrido con el incumplimiento del cierre de Guantánamo o el fiasco del juicio civil de los atentados del 11 de septiembre. Sólo una minoría denunció los pasos atrás de la administración.

Habrá que esperar para comprobar si la tragedia de Newtown supone de verdad un cambio de inflexión en la respuesta política y social a los riesgos de una sociedad ‘hiperarmada’. Varios políticos y analistas sostienen que Obama afronta una oportunidad histórica para definir su segundo mandato. Pero el antídoto contra la seducción de la violencia como recurso legítimo de defensa llevará más tiempo. Y un esfuerzo mucho más intenso, que no será fácil concitar.

EGIPTO: ENTRE EL SABLE Y EL CORÁN




La enésima vuelta de tuerca de la 'revolución egipcia' ha puesto en escena un áspero enfrentamiento entre dos bandos muy activos. De una parte, la mayoría social de los Hermanos Musulmanes, simpatizantes, seguidores de credo islamista, de talante más bien conservador, aunque se les hayan unido sectores radicales. De la otra, una minoría social liberal, laicista y progresista, dominada en gran medida por los jóvenes.


Algunos gobiernos occidentales -discretamente- y la gran mayoría de los medios dominantes -abiertamente- se han decantado de forma clara por el segundo bando. Les impulsa una supuesta afinidad más pretendida que real: aunque occidental en sus maneras y gustos culturales y de costumbres, esa minoría inconformista con el rumbo de las cosas en su país es muy independiente de las viejas y nuevas metrópolis en sus orientaciones políticas y en su visión de las relaciones internacionales.


'Nuestros' medios nos ofrecen una visión bastante reduccionista de lo que está ocurriendo en las últimas semanas en Egipto. Tienden a construir un relato en el que el actual Presidente, Mohamed Morsi, está actuando de forma autoritaria, con la agenda más o menos oculta de imponer su ideología islamista al conjunto de la sociedad, mediante una serie de medidas de fuerza inmediatas y el proyecto a largo plazo de una Constitución confesional y militante en sus convicciones socio-religiosas. Aunque haya algo de verdad en ello, se silencian u orillan realidades importantes.

VISIONES SIMPLISTAS


En primer lugar, la Constitución ha sido el resultado de los trabajos de una Asamblea elegida democráticamente, después de que el Ejército disolviera un Parlamento, también elegido con garantías nunca vistas en el país. Como las elecciones consolidaron una abrumadora mayoría islamita, merced al triunfo de los 'moderados' Hermanos Musulmanes y los más radicales 'salafistas', el Tribunal Constitucional lo declaró ilegal con oscuros y discutibles argumentos jurídicos formalistas. La medida, que sería impensable en Occidente, fue saludada con alivio o entusiasmo, según los casos, por liberales, progresistas, izquierdistas y conspicuos heraldos del antiguo régimen.

Desde Europa y Estados Unidos se pueden compartir algunos temores o preocupaciones de los sectores laicos egipcios. Asimismo, se puede criticar con fundamento el talante del Presidente Morsi, quizás más paternalista que autoritario. Pero el comportamiento del Frente de Salvación Nacional, que agrupa a la mayoría de sus adversarios políticos, dista mucho de ser ejemplar, en gran parte por su heterogénea composición. 

La oposición proclama que si la Constitución es ratificada en la consulta del sábado, Egipto se precipitará hacia un futuro de intolerancia social y religiosa. De ahí el boicot. Sin embargo, aunque algunos artículos de la Carta Magna sean inquietantes, el pronóstico de abismo es exagerado. Varios constitucionalistas -occidentales, no locales- consideran que, a ese respecto, la Constitución impulsada por la cofradía no resulta más confesional que la actual. Antes como ahora, la 'sharia' es considerada como fuente legislativa principal.  En el resto de asuntos sensibles, tampoco se han señalado alarmas significativas.

En cuanto a la acumulación de poderes y competencias en las manos de Morsi, es evidente que no se trató de una decisión oportuna o inteligente, y por eso el Presidente no tuvo más remedio que rectificar, seguramente 'aconsejado' por la nueva cúpula militar que él designó. Pero sólo desde una falsa ingenuidad -o directamente desde el cinismo- puede negarse la amenaza de destrucción del proceso constitucional por parte del aparato judicial edificado por Mubarak. Que los sectores laicos quisieran aprovecharse de la enemistad de esos jueces hacia los Hermanos Musulmanes puede ser comprensible, pero no coherente con sus protestas de democracia y respeto a los derechos humanos. De hecho, los jueces aún mantienen una carta envenenada: no certificar la corrección del desarrollo del referéndum.

EL PATERNALISMO DE MORSI

Resulta convincente lo que sostiene Steve Cook, un analista del Council of Foreign Relations en FOREIGN AFFAIRS: el gran error de Morsi y los 'hermanos' ha sido creerse que son la única vanguardia social y política capaz de interpretar los deseos de una amplia mayoría, liderar el país, neutralizar a los dinosaurios activos del antiguo régimen, mantener una independencia dialogante con Occidente y superar la crisis económica. Se trata, por tanto, de una especie de 'paternalismo protector' lo que habría intentado Morsi, frente a una incierta alternativa representada por los sectores laicos y progresistas, la sombra de una vuelta atrás o una falsa 'tercera vía' de protectorado militar.

Las Fuerzas Armadas, en todo caso, decidirán el pulso, si se desbordan las aguas. De momento, han guardado una aparente neutralidad. Pero la sutileza con que la han envuelto ha provocado una pluralidad de interpretaciones. Se puede creer que, al asumir la garantía de estabilidad, han jugado a favor de Morsi. Pero tampoco es descabellado considerar que esta actitud obligará al Presidente a devolver a los militares el favor de no haberle dejado a expensas de una confrontación callejera. 

Hay otra consideración que se escucha poco o nada en el relato dominante de la crisis. La inmensa mayoría de la protesta tiene perfil urbano y, no sólo, pero si abrumadoramente cairota. Son las masas juveniles desencantadas, seducidas por el atractivo occidental, impulsadas por el brillo de las redes sociales, quienes mayoritariamente han desafiado el intuido modelo social de los islamistas. Por el contrario, las masas campesinas, los callados y opacos 'fellahs' egipcios, permanecen, como siempre, en el asiento trasero, aparentemente pasivos y sumisos, escépticos ante los manejos de las élites, islamistas o laicos.

Paradójicamente, el último gran 'faraón', Mohamed Anwar el Sadat, fue un 'fellah', hijo de esa clase anclada en el silencio. Con la paciencia del que está acostumbrado a contemplar cómo el Nilo germina su delta para alimentar a todo el país, el 'raïs' cambió la historia de su país y a punto estuvo de hacer lo mismo con toda la región.

Desde otras latitudes geo-sociales (urbanas y no rurales) y otras sensibilidades ideológicas (filo-religiosas y no militares), Morsi -o cualquiera de los 'hermanos' que lo suceda- deberá encontrar la manera de liderar con coherencia, identidad preservada e independencia, pero sin arrogancia. Lo que menos importa es cómo se le juzgue en Occidente. En cambio, será trascendental que una y no divida al país. Si no lo consigue, lo más probable es que el sable tome el relevo del Corán.

MEXICO: UN ESTRENO PARA LA GALERIA



 5 de diciembre de 2012

Enrique Peña Nieto ha iniciado su sexenio presidencial con un Pacto político destinado a captar el foco mediático e incierto peso real. Corresponde a su perfil de cuidar mucho las apariencias y reservarse las políticas reales, no por desagradables, sino por inmaduras. 

El flamante Presidente se atiene con claridad demasiado obvia a un manual del todo identificable. Viniendo de donde viene, el PRI, partido supuestamente desgastado, asimilado a la corrupción, el despilfarro y el autoritarismo populista, Peña Nieto no tiene más remedio que iniciar su mandato bajo el impulso que dominó su exitosa campaña: una ilusión renovadora.

El icono de un 'nuevo PRI' ha sido la divisa de Peña Nieto. No resulta demasiado original. En realidad, después de doce años de mandato conservador bastante fracasado y de todo tipo de maniobras para impedir el relevo a la izquierda, el regreso del PRI a la cúspide -sólo allí, porque no perdió nunca otras palancas importantes de poder- estaba asumido. 

Más allá de los prejuicios alimentados por las credenciales del Presidente -producto telegénico casi obsceno y gestión más bien discreta como gobernador del principal estado de la Federación-, el escepticismo de casi los dos tercios del electorado que le negó su apoyo responde, entre otras cosas, a las incógnitas que despierta su programa de gobierno.

Sin embargo, algunos analistas de credo confesadamente liberal y probada altura intelectual, como Jorge Castañeda o Héctor Aguilar Camín, conceden cierto crédito al nuevo Presidente. De forma análoga a los ilustrados del siglo XVIII en España, parecen tan convencidos de que su país no tiene otra alternativa al desastre que una verdadera liberalización, que les resulta casi inevitable que México empiece a cambiar de verdad. 

DÉFICIT DE CREDIBILIDAD

Es cierto que Peña Nieto ha esbozado un programa reformista y se ha atrevido a evocar algunos asuntos que hasta ahora eran poco menos que tabúes, como la entrada de capital extranjero en PEMEX o el intento de crear un sistema de seguridad social universal. Habrá que ver cómo lo quiere hacer. Es propio de los liberales atribuir a estos esquemas de privatización y disminución del peso del Estado propiedades taumatúrgicas. La experiencia demuestra, desgraciadamente, que estas iniciativas, lejos de representar un avance para los intereses de la mayoría, terminan convirtiéndose en una pesadilla.

En México, singular ejemplo de convivencia entre un Estado 'fuerte', de gran peso corporativo, y unas plutocracias intocables, el neoliberalismo que arrasó Iberoamérica en los ochenta, no se manifestó de igual modo. O resultó contaminado con la persistencia de un Estado intervencionista, poderoso y altamente ineficaz. De alguna manera, puede decirse que México ha sido una extraña combinación de 'capitalismo de Estado' y 'capitalismo oligopólico', que ha generado lo peor de cada uno de los dos sistemas. Peña Nieto asegura querer corregir ese maridaje fallido. Que lo haga en el sentido más conveniente para los intereses de la mayoría es todavía dudoso. De momento, a imagen de los 'Pactos de la Moncloa' en la España de la transición, ha escenificado un acuerdo nacional, con el concurso de sus rivales a derecha e izquierda, tan necesitados de credibilidad como el propio Presidente y su 'nuevo PRI'.

El Presidente, en su discurso inaugural, desgranó algunas medidas seminales. Algunas resultan interesantes y merecen cierto crédito. Pero son meramente enunciativas. Y, lo que es más importante, necesitan pasar por el contraste de la realidad. Algo que, en México, suele arruinar los mejores propósitos.

Como era de esperar, puso énfasis en el desarrollo económico, algo obligado ya que, a pesar de las riquezas exuberantes del país, la mitad de la población vive en la pobreza. Asimismo, prometió invertir masivamente en educación, otro compromiso inevitable, debido al nivel alarmantemente deficiente del nivel medio de formación de los mejicanos. ¿Se atreverá a desmontar el 'tinglado' de la poderosa jefa sindical de los maestros, Elba Gordillo? 

Lo más destacado por los medios -nacionales, desde luego, pero sobre todo extranjeros-  fue su anunciado propósito de eliminar la Secretaría de Seguridad Nacional, muy asimilada a la fallida guerra contra los cárteles del narcotráfico, y devolver sus competencias a Gobernación. Es, de momento, un puro cambio denominativo. Peña Nieto parece escarmentado por el sexenio de Calderón, que optó por jugarse su presidencia a la ruleta rusa del pulso con los narcos, y perdió, al menos en la percepción pública.  El nuevo mandatario proclama ciertas obviedades como que el delito "no se combate sólo con la fuerza" porque tiene raíces sociales más profundas que la pulsión violenta. Hasta ahora, el Presidente ha demostrado que construye un discurso sobre lo que resulta rentable escuchar. Tendrá que tomar decisiones más relevantes para resultar creíble.

En otro de los asuntos claves, un acuerdo con Estados Unidos sobre la inmigración, Peña Nieto se prendió a los eslóganes. Pero tiene la oportunidad de aprovechar una sensibilidad positiva en Washington. Después de todo, si Obama sigue siendo Presidente es, en no poca medida, porque le apoyaron siete de cada diez electores de origen latino. Y de ellos, nueve de cada diez tienen sus raíces en México.

EL RETO DE LA IZQUIERDA

La ceremonia de toma de posesión de Peña Nieto estuvo acompañada de la esperada protesta callejera. No transcurrió como la de hace seis años, porque la izquierda política, la electoral, la concurrente en las urnas, prefirió un perfil moderado de rechazo. Lo cual, dejó el protagonismo a elementos mucho más radicales, eso que algunos medios llaman 'antisistema'. 

Curiosamente, al producirse en la capital federal, el desagradable corolario de violencia, destrozos, exageración policial y alboroto mediático no le pasará factura al nuevo mandatario nacional, sino al Alcalde-Presidente del DF saliente, Marcelo Ebrard, uno los gestores probablemente más eficaces y honestos de México. Así es este país: paradójico y excesivo.  Ebrard deja el cargo y se prepara para liderar una izquierda con vocación de gobernar algún día, algo que parece, hasta la fecha, intrínsecamente imposible. Tendrá que volver a competir en el empeño con Andrés Manuel López Obrador, quien, después de su segunda derrota consecutiva en las presidenciales, se ha desvinculado del PRD (la escisión izquierdista del PRI en los ochenta) y ha revitalizado el proyecto progresista denominado MORENA (Movimiento de Regeneración Nacional). Este proceso de conformación de la izquierda hacia la alternancia real es tan interesante al menos como el contraste de la retórica de Peña Nieto con las colosales inercias de la política y el sistema social mejicanos.