La
enésima vuelta de tuerca de la 'revolución egipcia' ha puesto en escena un
áspero enfrentamiento entre dos bandos muy activos. De una parte, la mayoría
social de los Hermanos Musulmanes, simpatizantes, seguidores de credo
islamista, de talante más bien conservador, aunque se les hayan unido sectores
radicales. De la otra, una minoría social liberal, laicista y progresista,
dominada en gran medida por los jóvenes.
Algunos gobiernos occidentales -discretamente- y la gran mayoría de los medios dominantes -abiertamente- se han decantado de forma clara por el segundo bando. Les impulsa una supuesta afinidad más pretendida que real: aunque occidental en sus maneras y gustos culturales y de costumbres, esa minoría inconformista con el rumbo de las cosas en su país es muy independiente de las viejas y nuevas metrópolis en sus orientaciones políticas y en su visión de las relaciones internacionales.
'Nuestros'
medios nos ofrecen una visión bastante reduccionista de lo que está ocurriendo
en las últimas semanas en Egipto. Tienden a construir un relato en el que el
actual Presidente, Mohamed Morsi, está actuando de forma autoritaria, con la
agenda más o menos oculta de imponer su ideología islamista al conjunto de la
sociedad, mediante una serie de medidas de fuerza inmediatas y el proyecto a
largo plazo de una Constitución confesional y militante en sus convicciones
socio-religiosas. Aunque haya algo de verdad en ello, se silencian u orillan
realidades importantes.
En
primer lugar, la Constitución ha sido el resultado de los trabajos de una
Asamblea elegida democráticamente, después de que el Ejército disolviera un
Parlamento, también elegido con garantías nunca vistas en el país. Como las
elecciones consolidaron una abrumadora mayoría islamita, merced al triunfo de
los 'moderados' Hermanos Musulmanes y los más radicales 'salafistas', el Tribunal Constitucional lo declaró ilegal con oscuros y discutibles argumentos jurídicos
formalistas. La medida, que sería impensable en Occidente, fue saludada con alivio
o entusiasmo, según los casos, por liberales, progresistas, izquierdistas y conspicuos
heraldos del antiguo régimen.
Desde
Europa y Estados Unidos se pueden compartir algunos temores o preocupaciones de
los sectores laicos egipcios. Asimismo, se puede criticar con fundamento el talante
del Presidente Morsi, quizás más paternalista que autoritario. Pero el
comportamiento del Frente de Salvación Nacional, que agrupa a la mayoría de sus
adversarios políticos, dista mucho de ser ejemplar, en gran parte por su
heterogénea composición.
La
oposición proclama que si la Constitución es ratificada en la consulta del
sábado, Egipto se precipitará hacia un futuro de intolerancia social y
religiosa. De ahí el boicot. Sin embargo, aunque algunos artículos de la Carta
Magna sean inquietantes, el pronóstico de abismo es exagerado. Varios
constitucionalistas -occidentales, no locales- consideran que, a ese respecto,
la Constitución impulsada por la cofradía no resulta más confesional que la
actual. Antes como ahora, la 'sharia' es considerada como fuente legislativa
principal. En el resto de asuntos
sensibles, tampoco se han señalado alarmas significativas.
En
cuanto a la acumulación de poderes y competencias en las manos de Morsi, es
evidente que no se trató de una decisión oportuna o inteligente, y por eso el
Presidente no tuvo más remedio que rectificar, seguramente 'aconsejado' por la
nueva cúpula militar que él designó. Pero sólo desde una falsa ingenuidad -o
directamente desde el cinismo- puede negarse la amenaza de destrucción del
proceso constitucional por parte del aparato judicial edificado por Mubarak. Que
los sectores laicos quisieran aprovecharse de la enemistad de esos jueces hacia
los Hermanos Musulmanes puede ser comprensible, pero no coherente con sus
protestas de democracia y respeto a los derechos humanos. De hecho, los jueces
aún mantienen una carta envenenada: no certificar la corrección del desarrollo
del referéndum.
EL
PATERNALISMO DE MORSI
Resulta
convincente lo que sostiene Steve Cook, un analista del Council of Foreign
Relations en FOREIGN AFFAIRS: el gran error de Morsi y los 'hermanos' ha sido
creerse que son la única vanguardia social y política capaz de interpretar los
deseos de una amplia mayoría, liderar el país, neutralizar a los dinosaurios
activos del antiguo régimen, mantener una independencia dialogante con
Occidente y superar la crisis económica. Se trata, por tanto, de una especie de
'paternalismo protector' lo que habría intentado Morsi, frente a una incierta
alternativa representada por los sectores laicos y progresistas, la sombra de
una vuelta atrás o una falsa 'tercera vía' de protectorado militar.
Las
Fuerzas Armadas, en todo caso, decidirán el pulso, si se desbordan las aguas.
De momento, han guardado una aparente neutralidad. Pero la sutileza con que la
han envuelto ha provocado una pluralidad de interpretaciones. Se puede creer
que, al asumir la garantía de estabilidad, han jugado a favor de Morsi. Pero
tampoco es descabellado considerar que esta actitud obligará al Presidente a
devolver a los militares el favor de no haberle dejado a expensas de una
confrontación callejera.
Hay
otra consideración que se escucha poco o nada en el relato dominante de la
crisis. La inmensa mayoría de la protesta tiene perfil urbano y, no sólo, pero
si abrumadoramente cairota. Son las masas juveniles desencantadas, seducidas
por el atractivo occidental, impulsadas por el brillo de las redes sociales,
quienes mayoritariamente han desafiado el intuido modelo social de los
islamistas. Por el contrario, las masas campesinas, los callados y opacos 'fellahs'
egipcios, permanecen, como siempre, en el asiento trasero, aparentemente pasivos
y sumisos, escépticos ante los manejos de las élites, islamistas o laicos.
Paradójicamente,
el último gran 'faraón', Mohamed Anwar el Sadat, fue un 'fellah', hijo
de esa clase anclada en el silencio. Con la paciencia del que está acostumbrado
a contemplar cómo el Nilo germina su delta para alimentar a todo el país, el 'raïs'
cambió la historia de su país y a punto estuvo de hacer lo mismo con toda
la región.
Desde
otras latitudes geo-sociales (urbanas y no rurales) y otras sensibilidades
ideológicas (filo-religiosas y no militares), Morsi -o cualquiera de los
'hermanos' que lo suceda- deberá encontrar la manera de liderar con coherencia,
identidad preservada e independencia, pero sin arrogancia. Lo que menos importa
es cómo se le juzgue en Occidente. En cambio, será trascendental que una y no
divida al país. Si no lo consigue, lo más probable es que el sable tome el
relevo del Corán.
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