EL ÚLTIMO GRAN CRIMINAL DE GUERRA

26 de mayo de 2011

Serbia ha confirmado la detención de Ratko Mladic, el hombre más buscado por la justicia internacional, al que se considera responsable militar máximo de miles de crímenes de guerra cometidos durante el conflicto de Bosnia entre 1992 y 1995.
El presidente de Serbia, Boris Tadic, ha anunciado el mediodía de este jueves en Belgrado la captura del jefe militar de la separatista república serbo-bosnia, después del estallido del país.
Tras el arresto del líder político de los serbo-bosnios, Radovan Karadzic, en julio de 2008, y su posterior entrega al Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, el ex-general Ratko Mladic se había convertido en el dirigente de las guerras yugoslavas más buscado.
Como es sabido, a Mladic se le imputan las órdenes que condujeron a la eliminación de ocho mil personas en la localidad de Srebrenica, en el este de Bosnia, tras un largo y cruel asedio. Además, Mladic, como antiguo general del desaparecido ejército yugoslavo, sería responsable de otras operaciones de limpieza étnica en distintas zonas del país.
Mladic ha conseguido esconderse muy eficazmente durante más de tres lustros, al parecer protegidos por personal del antiguo ejército yugoslavo y de las fuerzas de seguridad, la mayor parte de las cuales pasaron al control de Serbia, la principal de las repúblicas yugoslavas, después de la voladura interesada de la Federación.
El ex-general serbo-bosnio habría sido detectado en un lugar del extrarradio de Belgrado hace poco más de medio año. Pero su red de contacto y la lealtad de sus protectores le habrían permitido evadir el cerco de la actual policía serbia, que lo perseguía con verdadero interés. El presidente Tadic era consciente de que sin la entrega de Mladic las negociaciones para la incorporación de Serbia a la Unión Europea iban a estar privadas del impulso político imprescindible para alcanzar puerto.
Durante meses, se ha dado por seguro que las complicidades de las fuerzas militares y de seguridad serbias impedían obtener resultados definitivos. Algunos analistas más desconfiados sostenían incluso que en el propio gobierno se temía que la captura y entrega de Mladic supusiera un gran desgaste político. Aunque muchos ciudadanos serbios no aprueban la conducta de los serbios de Bosnia durante la guerra, consideran que el relato público ha considerado a los serbios como los mayores responsables de la tragedia, no siempre con un deseable sentido de la justicia. En parte, no les falta razón.
Mladic nació en Bozanovici, una pequeña localidad del este de Bosnia cercana a Serbia, en el seno de una familia marcada, como tantas otras, por la tragedia. El padre era partisano, seguidor del mariscal Tito, y fue asesinado por las tropas pronazis croatas durante la segunda guerra mundial. Mladic hizo una carrera brillante en el Ejército yugoslavo. En 1992, cuando musulmanes y croatas decidieron en referendum la separación de Bosnia de la Federación yugoslava, la segunda minoría del país, los serbios se opusieron a la medida. Con la ayuda de los oficiales del Ejército Federal destacado en Bosnia lanzaron una rebelión armada que degeneró en una guerra cruel en la que murieron más de 100.000 personas y expulsó de sus hogares a dos millones más, muchas de las cuales aún no han regresado. Mladic asumió enseguida el papel protagonista del incipiente Ejército serbo-bosnio (VRS).
Hace unos meses, la publicación de sus notas o cuadernos revelaron las distintas tramas que condujeron a la voladura y desaparición de la antigua Yugoslavia, la partición de Bosnia y la tragedia de millones de personas. Pero sobre todo confirmaron que, por debajo de esa aparente hostilidad bélicas, muchos de los dirigentes de los bandos étnicos en conflictos, eran buenos socios en el mercado negro y la economía subterránea y colaboraron activamente para enriquecerse y amasar buenas fortunas a costas del sufrimiento de sus respectivas poblaciones.
Algunos ex-oficiales del desaparecido ejército yugoslavo a los que se consideraba parte del equipo de protección de Mladic han ofrecido detalles estos últimos años de todo el mecanismo de seguridad que ha impedido su captura. Según uno de estos testimonios, Mladic vivía rodeado de medio centenar de guardianes, bajo la protección del propio Slobodan Milosevic. Cuando éste fue derribado, fueron sus propios ex-compañeros de armas los que se encargaron de garantizar su custodia. Durante un tiempo estuvo escondido en Dedinje, un barrio de la capital serbia donde viven numerosos militares. Pero en 2002 fue sacado de ese lugar y desde entonces se le perdió la pista.
El gobierno serbio pro-occidental de Zoran Djinjic lo persiguió con notable interés, pero no pudo superar la infranqueable barrera de seguridad levantada en torno a él. Con su asesinato, Mladic tuvo un periodo de alivio. Las medidas de seguridad establecidas por el equipo protector han sido muy estrictas y continuamente revisadas y puestas al día.
El gobierno posterior de Kustunica, de orientación más cercana al nacionalismo, no puso el mismo interés en localizar al fugado. Un fiscal de la época llegó incluso a acusarlo de obstruir las tareas de rastreo.
Con la llegada al poder del actual presidente, el liberal y pro-europeo Boris Tadic, se volvieron a intensificar las tareas de seguimiento y búsqueda. Desde 2006 han ido cayendo distintas figuras próximas a Mladic. En los últimos meses se rumoreaba que su caída era inminente.
Desde el final de la guerra, la reconciliación en Bosnia sólo ha existido sobre el papel. Las potencias occidentales -en realidad, Estados Unidos- impuso una paz negociada en noviembre de 1995 (los denominados acuerdos de Dayton) que, lejos de ofrecer una fórmula estable y positiva, consagraron la efectiva división del país bajo criterios étnicos y nacionalistas, aunque formalmente se mantuvieran estructuras e instituciones unitarias. El crimen organizado, la corrupción y el sectarismo han seguido dominando el país. La reconstrucción se ha abierto paso, pero no es total, porque se han desviado miles y miles de dólares a manos privadas o para fines absolutamente espurios. La prosperidad se hace esperar o sólo ha llegado a escasas capas de la población.

LA FRUSTRACION PERPETUA

25 de mayo de 2011

La reciente propuesta del Presidente Obama de tomar las fronteras de 1967 (con ajustes e intercambios de territorio consensuados) como base de un acuerdo definitivo de paz en Oriente Medio fue inicialmente presentada como la reactivación del proceso negociador. Una semana y pico después, el pesimismo y el desánimo vuelve a dominar el ambiente y la escena.
En realidad, la proposición de Obama no es tan novedosa como la opinión pública en general ha podido percibir. Las fronteras de 1967 están implícitamente reconocidas por la comunidad internacional en sucesivas resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU (singularmente, la 242 y la 338). Otra cosa es que Israel nunca las haya admitido y que Estados Unidos las haya obviado, con el mismo vigor con el que ha defendido otras más acordes con sus intereses estratégicos o políticos.
En la valoración de la oportunidad operan varios factores, que, a la postre, resultarán tan importantes como la sustancia de la propuesta, si no más.
En primer lugar, la supuesta falta de empatía entre Obama y el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Ambos dirigentes no sólo han tenido discrepancias muy serias, sino que las han evidenciado hasta límites que exceden la habitual discreción diplomática, hasta llegar al desplante, el gesto agrio y la polémica entre sus asesores más directos. En esta ocasión, Netanyahu no tuvo el mínimo reparo en rechazar de plano la propuesta de las fronteras de 1967 y reprochar al Presidente norteamericano falta de sensibilidad hacia "las garantías que precisa Israel".
LA 'CONSPIRACIÓN INTERIOR'
Hay parte de realidad y parte del teatro en este aparente alejamiento entre la Casa Blanca y los conservadores israelíes. Lo que menos cuenta son las razones ideológicas, que en política exterior suelen desvanecerse rápidamente, cuando raramente se presentan. En el caso concreto de las relaciones entre Obama y Netanyahu, la comunicación personal no parece haber sido óptima. Demasiadas diferencias de estilo, de sensibilidad. Aunque ambos comparten una notable habilidad como comunicadores. Tampoco conviene exagerar la proclamada pretensión de Obama de restaurar y reconstruir las deterioradas relaciones de Estados Unidos con el mundo árabe. Aunque los procesos de cambio hayan favorecido inicialmente esta oportunidad, el comportamiento de la Casa Blanca ha dejado tantas dudas como esperanzas. Las demoras, dudas, contradicciones y errores se han dejado notar tanto o más que el compromiso de últimas en favor de las aspiraciones populares.
Probablemente, un factor que ha resultado perturbador en la comunicación personal y políticas entre los líderes norteamericano e israelí ha sido las interferencias, en particular las protagonizadas por la derecha norteamericana. Los republicanos, ya cuando aparecieron los primeros síntomas de desavenencia, al comienzo del mandato presidencial, vieron la ocasión de echar leña al fuego y crear mal ambiente contra la Casa Blanca en el entorno judío norteamericano. Ahora se ha vuelto a repetir la historia. El presidente del Congreso, el republicano, John Boehner, invitó a Netanyahu a dirigirse ante las dos Cámaras del legislativo estadounidense, para escenificar el compromiso de los 'representantes del pueblo' con la causa de Israel. Obama se encontró con una visita no preparada desde su staff. Incómodo.
Los republicanos no sólo pretenden satisfacer a los israelíes. Pretenden seguir arrebatando base electoral a los demócratas. No lo tienen fácil. Si bien los dirigentes del denominado lobby judío se encuentran más cómodos con la derecha norteamericana, los votantes siempre han sido mayoritariamente demócratas. Con Obama, especialmente: lo votaron ocho de cada diez judíos. Recientemente, frente al tradicional Comité de Asuntos públicos judío-americano, crece el activismo de otra organización denominada J-Street ( o calle de los judíos), de orientación claramente progresista y declaradamente demócrata en su expresión partidista. Naturalmente, los integrantes de J-Street han defendido sonoramente la propuesta de Obama. A los republicanos les gustaría que en 2012, muchos judíos le negaran la reelección al Presidente, pero sobre todo, ambicionan su dinero, sus fondos, su apoyo económico, su discurso conservador, en el caso de los sectores más religiosos, en buenas migas con los evangelistas y otros sectores retrógrados del partido republicano.
Frente a esta 'conspiración interior', y quizás para demostrar que no se iba a dejar comer el terreno o arrebatar la iniciativa, Obama hizo la propuesta de las fronteras de 1967. Aunque añadió que le parecían esenciales los acuerdos complementarios sobre intercambio de territorios, la garantía de la seguridad de Israel, e incluso la desmilitarización del futuro Estado palestino, amén de las garantías de protección de Estados Unidos, la espinita estaba clavada. No importa que otros presidentes anteriores evocaran la cuestión de las fronteras de forma análoga. Lo diferente, en el caso de Obama, es que, llegado el momento de las negociaciones, la derecha israelí teme que los negociadores -o muñidores- norteamericanos se lo tomen realmente en serio. Es decir, que se empeñen en ser coherentes con su propia propuesta.
LA DESCONFIANZA PALESTINA
Por el lado contrario, los palestinos demostraron escaso entusiasmo por la propuesta de Obama, sabedores de que el estrambote añadido a la cuestión de las fronteras, es decir, los intercambios de territorio (swaps) pueden constituir una trampa de dolorosas consecuencias. En corto, la legitimación de las colonizaciones. Por no hablar de la referencia de Obama al necesario reconocimiento de Israel como 'estado judío', puesto que tal concesión aleja todavía más la aspiración de regreso de decenas de miles de palestinos de la diáspora. Tienen bastante razón los palestinos en temer que los norteamericanos harán lo que siempre o casi siempre: en los momentos decisivos, los presionarán para que cedan. De esta forma, si ello vuelve a suceder, se consagrarán conquistas territoriales condenadas por la comunidad internacional y ni siquiera reconocidas por Washington a lo largo de décadas.
Es evidente, por tanto, que la propuesta de Obama no constituye un giro propalestino, ni debe interpretarse como un cambio notable en la tradicional posición norteamericana. En todo caso, se muestra poco considerado con la sensibilidad de la derecha israelí, por lo demás insaciable. Pero, en cambio, el creciente peso que en la Casa Blanca ha adquirido Dennis Ross, un proisraelí sin disimulo, como elemento más influyente en Obama del círculo de diplomáticos y expertos, contrarresta con creces la impresión de que el Presidente de Estados Unidos es el mejor amigo que han tenido los intereses árabes desde James Carter.
El verdadero motivo de la iniciativa presidencial es evitar que la Autoridad Nacional Palestina consiga forzar en septiembre una voto en la Asamblea General de la ONU en favor de la creación inmediata del Estado palestino. Es decir, un hecho diplomático consumado incómodo de gestionar, para una administración que ha proclamado su intención de volver a tomar en cuenta a las Naciones Unidas por lo que representan. Y la otra motivación del presidente es abortar la reconciliación palestina - el acuerdo entre Fatah y Hamás- antes de que cuaje por completo y ponga en riesgo su capacidad de influencia ante la dirigencia palestina moderada.
De ahí que a los palestinos le decepcionara la lectura completa de la propuesta del presidente Obama y demandaran clarificaciones y actuaciones más claras, naturalmente sin renunciar al acuerdo con Hamás ni a la solicitud de Estado ante la ONU. Todo indica que el presidente Abbas se dedicará este verano a acumular apoyos entre sus colegas árabes. Pero muchos de ellos se encuentran más preocupados por asegurar sus poltronas que por ayudar a resolver el intratable conflicto israelo-palestino. Incluso los dirigentes sirios, en pleno desafío existencial, parecen poco interesados. Salvo que, por una ironía del destino, las negociaciones de paz se conviertan en un salvavidas con potencial para desactivar la propuesta popular.