PINOCHETISMO CON GUANTES DE SEDA

24 de noviembre de 2021

Las recientes elecciones en Suramérica (Chile y Argentina) han confirmado el ascenso de personajes que reivindican abiertamente posiciones ultraderechistas y defienden el legado económico de las dictaduras de los años setenta. Frente a esta tendencia, se afianza una corriente más radical en la izquierda, que relega en las urnas a las fallidas fórmulas centristas.

Esta incipiente recomposición del panorama político refleja un escepticismo creciente sobre la democracia liberal, o formal, la sensación de que el sistema político aún vigente protege a los más favorecidos pero desatiende a los más necesitados. Algunos analistas contemplan con preocupación este proceso, al que definen con la manida denominación de “polarización” o duelo de “extremismos”, cuando en realidad, el extremismo reside en la incapacidad manifiesta del sistema por abordar la desigualdad social. ¿Incapacidad o voluntad?

EL FRACASO DEL CENTRISMO

El caso de Chile es ejemplar, como lo fue en otros momentos de la historia reciente. El país ha crecido durante las tres últimas décadas a una media cercana al 5% anual, bajo el liderazgo político de la Concertación, una coalición de partidos moderados de derecha e izquierda (socialistas, democristianos, liberales, ecologistas ocasionales) que respondían a la celebrada fórmula europea del “consenso centrista”. Y, sin embargo, estos mismos actores políticos han tenido que admitir que los buenos indicadores macroeconómicos no han servido para satisfacer necesidades sociales básicas y, en definitiva, para reducir de forma significativa la desigualdad. La extrema pobreza ha sido prácticamente erradicada, pero más de la mitad de los hogares chilenos tienen serias dificultades para llegar a fin de mes.

La llamada “polarización” es reflejo de este fracaso estratégico del orden liberal en Chile, que bien puede extenderse a Argentina y a otros países de la región. Los partidos clásicos se ven desbordados por opciones que se presentan como novedosas, pero también por otras que son puras revisiones nostálgicas y maquilladas de un pasado no tan lejano.

El neopinochetismo se impuso por dos puntos de ventaja a una opción izquierdista y ambos competirán por el triunfo definitivo en segunda vuelta. El líder ultraderechista es José Antonio Kast, hijo de un oficial de la Wehrmacht, pero tipo de verbo suave y maneras educadas, muy cerca del programa de Trump, pero muy lejos de su estilo. El líder izquierdista es Gabriel Boric, quen fuera en su día dirigente de la revuelta estudiantil que sacudió las estructuras políticas del país. Su designio electoral (Chile, en su día cuna del modelo neoliberal, debe ser ahora su tumba), no parece a su alcance. Las fuerzas centristas ni siquiera pudieron sostenerse en el tercer puesto: fueron superadas por el populista Franco Parisi (13%), que disimula su ideología, aunque pocos dudan de que apoyará a Kast en la segunda vuelta (1).

                Hay una aparente paradoja entre la insatisfacción social y el éxito de un personaje como Kast, que reivindica abiertamente el modelo económico ultraliberal del pinochetismo de primera hora. Pero hay otro dato que ayuda a explicar este resultado. La abstención ha sido superior al 50% (desde 2012 el voto no es obligatorio). La participación puede aumentar en la segunda vuelta, pero no lo suficiente para esconder la desafección existente. Una amplia mayoría de las capas populares no encuentra quien le defienda. La propuesta de Boric (extensión de la cobertura social, cuya propuesta estrella es el reforzamiento del sistema público de pensiones) sólo alcanza a minorías politizadas y concienciadas de los sectores urbanos (lo que se refleja en el apoyo de una cuarta parte de los votantes). Las esperanzas que suscitó la Asamblea constituyente se ha enfriado. La demora de los debates y los devastadores efectos del COVID han aumentado la frustración social.

El otro factor que explica el ascenso de Kast es el malestar de las clases privilegiadas ante la cohabitación subsidiaria de los partidos conservadores y liberales con el socialismo moderado. El apoyo electoral a Kast no llega a la tercera parte de los votantes (un 28%), pero son cifras que rebasan el porcentaje que representan las élites. La clase media acomodada, que resiste mejor en Chile que en otros países vecinos, se ha dejado seducir por el relato embellecido de las recetas neoliberales. Un elemento clave en el discurso de Kast ha sido el rechazo a la inmigración, que ha calado muy hondo sobre todo en el norte del país.

EL PERONISMO MODERADO, ACORRALADO

En Argentina, el peronismo templado del presidente Alberto Fernández (y de su ministro de Economía, Martín Guzmán) se ha visto rebasado por la oposición coaligada de centro-derecha (Juntos por el cambio). Por primera vez desde el final de la última dictadura militar, los herederos de Perón pierden el control del Senado. El retroceso en las provincias es generalizado. Y, reflejo de la deriva señalada, se apunta la emergencia de la extrema derecha, con el tercer puesto logrado por Javier Milai en la capital federal.

En parte, la derrota peronista es autoinducida. El movimiento padece la enfermedad estructural de la división, provocada por la pluralidad, la ambigüedad y la confusión social y política que lo caracteriza desde su fundación. Ahora, la fractura se encuentra dentro del gobierno, con la expresidenta Cristina Fernández como número dos de un Ejecutivo que no se sabe muy bien que dirección estratégica defiende. Enredado en los fantasmas económicos recurrentes del país, la inflación (un 41,8% oficial) y la deuda externa (38 mil millones de euros), el gobierno Fernandez vs Fernández proyecta una imagen de desconcierto. De nuevo resulta paradójico que una parte de la población premie a los responsables de la deuda, los seguidores del expresidente Macri, o a ultras como Milai con una recompensa electoral. Hay una parte de castigo, frustración y malestar en la base social peronista (siempre  en conflicto) El centrismo opositor se felicita por unos resultados parciales, pero sabe que, ante la prueba mayor de gobernar el país dentro de dos años, es más que probable que Argentina vuelva a elegir entre dos opciones alejadas del equilibrio político. La desigualdad social, después de experimentos populistas de izquierdas (lo que vino a ser el kirchnerismo, con sus avances y mejoras) y ultraliberales, sigue siendo amplia, aunque menos acentuada que en Chile.

Los gabinetes de estudio y análisis próximos al orden liberal hacen una lectura más favorable de los procesos políticos regionales. Hace unas semanas, el último informe del Latino barómetro indicaba que el respaldo social a la “democracia” no se había erosionado durante estos dos años de COVID, pese a los estragos sociales que ha provocado la pandemia y la respuesta insuficiente de los Estados, según valoraciones de la directora, Marta Lagos (2). Sin embargo, conviene preguntarse qué democracia apoyan los encuestados y quienes son realmente los consultados. La polarización visible en Chile, Perú o Ecuador y apuntada en Argentina también es fruto del juego democrático. Las fuerzas más reaccionarias utilizan ahora el arma electoral para aprovecharse de la crisis del COVID y de los fracasos  evidentes de los centristas para mejorar sus opciones políticas. Si en Europa o en Estados Unidos, la crisis del orden liberal ha traído la emergencia del nacional-populismo identitario, en América Latina, las fuerzas extremistas se preparan para ejercer un control preventivo ante posibles estallidos sociales. El pinochetismo no necesita ahora tanques en las calles y cárceles en los sótanos. Se pone guantes de seda para manejar el orden.


NOTAS

(1) Resumen de análisis electoral de la prensa chilena e internacional en COURRIER INTERNATIONAL, 22 de noviembre.

(2) “Latin America brief”. FOREIGN POLICY, 11 de noviembre.

LA RESPONSABILIDAD EUROPEA EN CRISIS MIGRATORIA BIELORRUSA

 17 de noviembre de 2021

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Layen, ha dicho que la crisis migratoria en la frontera polaca-bielorrusa es un “ataque híbrido” del régimen del autócrata Lukashenko contra la Unión Europea. Los principales líderes de la Unión se ha expresado en parecidos términos (1). Al señalar al régimen de Minsk como único villano del drama que están soportando miles de personas en condiciones que se agravarán cada día, los líderes europeos se eximen a sí mismos de responsabilidad. Que Lukashenko es un político indeseable está fuera de discusión (2). Pero a juicio de algunos observadores en la materia, la UE, por acción o por omisión, lleva años propiciando crisis potenciales con su fallida política migratoria.

1) La actuación de los 27 no es un ejemplo humanitario, precisamente. Desde 2015 hasta la fecha, por ceñirnos solamente al periodo más reciente, Europa ha priorizado las actuaciones restrictivas y las medidas militares y/o de fuerza y se ha olvidado de los principios que proclama. Pese a las convenciones en vigor, a las que dicen adherirse, los líderes europeos se han afanado en hacer más difícil el acceso y la posibilidad de ejercer el derecho universal al refugio. Se hace casi imposible la llegada a sus playas o el acercamiento a sus fronteras. Los mares se militarizan y se descuida o endurece el trato a los que, pese a todo, consiguen pasar.

2) En este empeño por alejar a los desesperados que tratan de alcanzar tierra europea, la UE no ha vacilado en subcontratar parapetos a cualquier precio, sin reparar en credenciales democráticas y, en particular, en su cualidades como receptores de personas en estado de necesidad. Como dice Max Fisher, un incisivo periodista norteamericano que analiza los temas de actualidad en una sección del NEW YORK TIMES llamada THE INTERPRETER, la UE “no sólo ha tolerado y animado” la instrumentalización de los migrantes desesperados, sino que “ha otorgado amplias concesiones” a países como Libia, Sudan o Turquía, poco o nada respetuosos con los derechos humanos, para que mantengan a los demandantes de asilo o cobijo lejos de las fronteras comunitarias (3). Para ser más claro, la UE ha externalizado el patrullaje disuasor, a sabiendas de que la suerte de los desventurados sólo podía ser miserable. Los libios, por ejemplo, han recibido formación y financiación europea para mantener a raya a los que vienen de las zonas arruinadas o atormentadas de África con el propósito desesperado de atravesar el Mediterráneo. Turquía fue cortejada por Europa después de la crisis de 2015, para consolidar una alternativa a la ruta migratoria de los Balcanes. Entonces fue la canciller Merkel la oficiante decisiva para obtener la cooperación de Erdogan. La imagen de dirigente compasiva que los medios liberales se empeñaron en forjar quedó seriamente en entredicho. Nunca se ha insistido suficiente en que la “humanidad” de Merkel se basaba en la necesidad de mano de mediana cualificación y salarios baratos, que había reclamado la patronal alemana.

3) Lukashenko no ha esperado a ser un agente subcontratado y ha decidido actuar por su cuenta en este trasiego de personas. Y ha ido más allá, desde luego, al ofertar visados y promover viajes de miles de personas dispuestas a gastarse sus ahorros, o enajenar sus propiedades, para abandonar sus lugares de nacimiento y residencia actuales. Todo ello con la promesa de favorecer de posicionarlos en las fronteras de Polonia, Letonia y Lituania (4). Y, sin embargo, como recuerda Andrew Connelly, otro periodista especializado en migraciones migratorios, algunos países comunitarios, como la propia Polonia, Lituania, Grecia o Croacia han exhibido en su trato con los aspirantes a asilo modos y maneras incompatibles con la retórica humanista de Bruselas y de la mayoría de las capitales europeas. Para Collins, la crisis actual es “resultado de una política migratoria incoherente e inhumana que propicia su 

4) Europa tiene a un potencial practicante de esta forma “ataque híbrido” dentro de sus filas. El primer ministro húngaro, Víktor Orban, ha amenazado con abrir un corredor para canalizar migrantes en dirección a Austria, Alemania y Suiza, si la UE no le desembolsa los miles de millones gastados en el vallado y la protección de sus fronteras.

5) La provocación de otra alerta migratoria no debe verse sólo como una represalia de Lukashenko por las sanciones europeas que siguieron a su amaño de las elecciones y  la sañuda persecución de sus oponentes políticos (hasta llegar a detener un avión en pleno vuelo para detener a un bloguero díscolo). Según el adagio de que una crisis puede ser también una oportunidad, el autócrata bielorruso podría haber querido forzar una situación límite, con el  propósito de generar otra dinámica. Apuesta arriesgada, o desesperada, pero la única que cabe en su mentalidad ante el pudrimiento de la situación. La manipulación de los miedos europeos ante la inmigración podía neutralizar el discurso de los principios.

6) Al cabo, eso es lo que parece haber ocurrido. Tras una primera reacción adversa europea, con el incremento de las sanciones a dirigentes y cooperantes en la fabricación de este turismo infame, Lukashenko ha conseguido entablar un diálogo entre su gobierno y los líderes de la UE. Él mismo ha hablado brevemente con Merkel. El responsable de la política exterior común, el español Josep Borrell, ha mantenido una conversación con el ministro de exteriores bielorruso. Y Macron ha charlado con Putin. El resultado ha sido el esperado: Minsk se ha comprometido a desactivar el infernal puente aéreo de migrantes. Pero no se sabe bien qué pasará con las 15.000 personas que se encuentran atascadas en la frontera polaca.

7) Polonia, el país europeo directamente agredido por el “arma híbrida” bielorrusa no es precisamente tampoco un ejemplo de comportamiento. Lo primero que hizo el gobierno de Varsovia fue decretar un “apagón informativo” en la zona fronteriza. El diario liberal opositor GAZETA WYBORCZA aseguraba estos días que “es más fácil para la BCC o la CNN trabajar en un país donde los periodistas independientes son severamente reprimidos que en un estado miembro de la UE o de la OTAN” (6). En la noche del martes, la policía polaca ha utilizado  cañones de agua y gases lacrimógenos contra los inmigrantes en el puesto fronterizo de Bruzgi-Kuznica (7). Una respuesta que habrá agradado a Lukashenko. El actual gobierno ultraconservador nacionalista polaco vulnera de forma sistemática normas y procedimientos europeos. Paradójicamente, los polacos pidieron contundencia a sus socios europeos, para salir del embrollo migratorio bielorruso. Como era de esperar, Bruselas hizo gala de solidaridad europea. Ma non troppo: Varsovia interpreta este diálogo, por circunstancial que haya sido, como una “concesión” a Lukashenko (8). Todo indica que las relaciones entre Varsovia y Bruselas se agriarán aún más.

8) Tras este desafío calculado de Bielorrusia algunos sospechan que se esconde, cómo no, la mano del Kremlin. Quienes sostienen esta teoría arguyen que el autócrata bielorruso no se hubiera atrevido a hacer lo que ha hecho sin el respaldo, expreso o tácito de Putin. Puede que sí, pero hay motivos también para pensar que Rusia no gana mucho con esto, salvo ver a los europeos pasar un mal trago. Por otro lado, el presidente ruso es consciente de que Lukashenko no es muy de fiar. Hace unos años marcó distancias con Moscú y se acercó a Europa con engañosas profesiones de fe democrática. Y Europa se dejó querer, hasta el punto de aceptar que Minsk  fuera la sede de las negociaciones sobre Ucrania, medio fallidas. Luego Lukashenko se reconcilió con Putin y decidió jugarse el todo o nada en su estrategia represiva.  

En fin, la política europea de criar cuervos para espantar inmigrantes a toda costa e impedir un repunte del populismo xenófobo le ha facilitado esta deriva de difícil solución.


NOTAS

(1) “Les Européens s’alarment de la crisis migratoire organisé par la Biélorrusie”. LE MONDE, 12 de noviembre.

(2) “What is happening in the Poland-Belarus border? Belarus’s thuggis president is importing would-be migrants to divide the EU”, THE ECONOMIST, 9 de noviembre.

(3) “There is a bigger story behind the Belarus border crisis. THE INTERPRETER. THE NEW YORK TIMES, 12 de noviembre.

(4) “Comment la Biélorussie organise les voyages des migrants depuis l’Irak”. MACIEJ CZARNIECKI. GAZETTA WYBORCZA, 20 de octubre.

(5) “Don’t blame Belarus. Blame Brussels. ANDREW CONNELLY. FOREIGN POLICY, 11 de noviembre.

(6) Comentario reproducido en el artículo “L’absurde blak-out médiatique décidé par la Pologne à la frontière biélorrusse”. COURRIER INTERNATIONAL, 15 de noviembre.

(7) WARSAW BUSINESS JOURNAL, 16 de noviembre.

(8) “L’UE se résout à prendre contact avec Loukachenko”. COURRIER INTERNATIONAL (resumen de opiniones de las prensas polaca y rusa), 16 de noviembre.

BOSNIA: LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS

10 de noviembre de 2021 

Bosnia-Herzegovina se encuentra en el momento más peligroso desde el final de las operaciones bélicas, a finales de 1995. Así lo estiman distintos diplomáticos y políticos de las potencias occidentales tutoras y numerosos periodistas y observadores locales. El actual presidente de la República Srpska (RS) de Bosnia, Milorad Dodik, ha anunciado su intención de recuperar competencias transferidas al gobierno central en tres ámbitos esenciales: justicia, fiscalidad y defensa. Lo que supondría, en la práctica, una secesión en toda regla.

Dodik escogió cuidadosamente el momento y la ocasión para hacer esta proclama: el trigésimo aniversario de la autoproclamación de la Asamblea constituyente de la República Sprska (RS), en octubre de 1991, en la pequeña localidad montañosa de Pale, a sólo unos kilómetros de Sarajevo (1). Este órgano fue la cobertura legitimadora del boicot serbio, primero político y luego militar, al nacimiento de Bosnia-Herzegovina como nuevo país independiente extraído de la Yugoslavia en ruinas. Tras una serie de provocaciones e incidentes de origen oscuro, se produjo el estallido bélico, en la primavera de 1992. Las facciones nacionalistas serbobosnias más radicales, con el apoyo de la mayoría del Ejército federal yugoslavo (cuya oficialidad era primordialmente serbia) se rebelaron contra los planes secesionistas de los nacionalistas bosnio-musulmanes, que representaban a más del 40% de la población. Para entonces, Yugoslavia sólo existía ya sobre el papel.

En realidad, no es exagerado decir que la guerra no terminó con los acuerdos de paz de Dayton, Ohio, en noviembre de 1995. Más bien continuó por medios no militares: políticos, propagandísticos e institucionales. Dayton fue simplemente el resultado del agotamiento militar de los contendientes y diplomático de los actores internacionales. Una falsa solución.

 UN MOMENTO CRUCIAL

De materializarse, e órdago de Dodik representaría el vaciamiento de la arquitectura institucional acordada en Dayton y el fin del estado unitario bosnio. La historia retrocedería de nuevo treinta años. En 1995, Bosnia- Herzegovina quedó constituida como una suerte de Confederación, integrada por la Federación de croatas y musulmanes y la República Srpska (serbia), con unas instituciones comunes y otras privativas de cada una de las dos partes.

Con su declarada ruptura de la casa común, las actuales autoridades serbobosnias no sólo pretendían celebrar el anterior y traumático intento de separarse de Bosnia, sino forzar un replanteamiento constitucional, según las interpretaciones más optimistas, o provocar una ruptura total e irreversible. Enterrar Dayton. Lo que supondría atizar el riesgo de guerra (2).  

Había otro motivo para encajar el envite serbio. Este mes de noviembre debía procederse a la renovación del mandato de la EUFOR, la fuerza residual de entre 600 y 700 soldados de la OTAN, cuya misión es garantizar (formalmente) la paz, bajo la cobertura de las Naciones Unidas. Bosnia funciona como una suerte de protectorado internacional, cuya autoridad máxima es la Oficina del Alto representante (OHR) nombrado por el Consejo de Seguridad de la ONU. En la práctica, son las potencias occidentales quienes ejercen la tutela. A lo largo de estos años, el puesto de jefe de la OHR ha sido desempeñado por diplomáticos o político germano-parlantes (austríacos y alemanes). El actual,Christian Schmidt, asumió el cargo hace apenas tres meses. Es un exdiputado de la ultraconservadora Unión Social Cristiana de Baviera. La interlocución de las autoridades serbias de Banja Luka con Schmidt ha sido aún más difícil que con sus antecesores. El presidente Dodik lidera el partido mayoritario en la República Srpska, con un 39% de los votos en las últimas elecciones (2018). Se denomina Alianza de Socialdemócratas independientes (ASDI), pero se trata, en realidad, de un partido nacionalista radical más, pero más hábil en su propósito de combinar el orgullo patrio con evocaciones confusas del antiguo régimen social-comunista yugoslavo.

Como ya ocurriera durante el periodo bélico (1992-1995), los serbobosnios cuentan con el apoyo, no muy decisivo, en todo caso, de Rusia, ahora si se quiere más ruidoso, por el creciente enfrentamiento de Moscú con las potencias occidentales. En este gélido ambiente internacional, China se ha sumado al juego de equilibrios en favor de los serbios, entre otras cosas por los importantes negocios que empresas chinas desarrollan tanto en la República de Serbia, la hermana mayor de los serbobosnios.

En las semanas previas a la sesión del Consejo de Seguridad, la alianza ruso-china ejerció presión contra Schmidt. Moscú y Pekín amenazaron con votar la renovación de la EUFOR. Al final, se negoció que el Alto Representante no leyera su informe ante el Consejo, para dar luz verde a la EUFOR. El informe de la OHR se remitió a cada embajador y se hizo público, como era de esperar. Un paripé que dejó a cada parte más o menos satisfecha: a cambio de la renovación del mandato de las tropas, el alemán sufrió un desprecio público (3).

Este enjuague diplomático no resuelve, empero, el problema de fondo: la cada vez más complicada convivencia entre las dos partes constitutivas de la confederación bosnia. Todo el mundo coincide en que la quiebra es total. Dodik siente que cuenta con el apoyo de Moscú (menos expreso el de Pekín), para crear su propio Ejército, su fiscalidad y su justicia (4).

El desafío no parece una mera bravuconada. El entorno lo favorece. Los partidos nacionalistas han consolidado su dominio no sólo en el resto de Bosnia, sino en la mayor parte de los países vecinos. La pasividad o la impotencia occidental es corolario del terrible fracaso experimentado durante la guerra de los noventa. Estados Unidos delegó en Europa la tutela de Bosnia y el proceso de estabilización. Pero las cosas no han funcionado.

Ante la gravedad de la crisis actual, el número dos del Departamento de Estado norteamericano ha visitado Sarajevo y Banja Luka estos días y parece haber aplacado a todas las partes. No se confía mucho en que se haya diluido el riesgo (5).

UN ENTORNO VOLÁTIL

Una pieza clave de la evolución positiva era la integración de las exrepúblicas yugoslavas en la Unión Europea. Pero estamos donde estábamos. La última reunión para evaluar avances en las condiciones puestas por los 27 a los aspirantes, celebrada en octubre, resultó decepcionante (6). Francia ejerce un papel especialmente negativo, por entender que las tareas están lejos de cumplirse. El COVID-19 ha venido a complicar el acercamiento de los Balcanes a Europa, pero ya antes de la pandemia reinaba un pesimismo atroz.

En la propia Bosnia, la amenaza de ruptura no viene sólo de los serbios. Los croatas que integran la Federación con los musulmanes han vuelto a reivindicar la creación de una entidad propia, lo que supondría el final del equilibrio de Dayton. El nacionalismo croata es tan virulento como el serbio y el acomodo de estas últimas dos décadas y media se ha vivido siempre como una solución provisional. Si los serbios dan un paso más hacia la ruptura, se da por seguro que los croatas harían lo propio.

En los países vecinos, tampoco reina la concordia. Macedonia del Norte creía haber logrado un desbloqueo después de solucionar a medias el conflicto del nombre, que le ha granjeado durante décadas la enemistad de Grecia, pero los avances han sido mínimos. Ahora mismo, el país se encuentra con un primer ministro dimisionario tras los pobres resultados obtenidos en las recientes elecciones municipales. Una oposición dominada por los conservadores de orientación nacionalistas (VRMO) quiere encabeza una opción alternativa, pero los distintos partidos de la minoría albaneses presentan posiciones distintas. Se modifican las alianzas día a día. Lo más probable es que haya elecciones generales a no tardar.

En Serbia gobierna con mano de hierro el llamado Partido Progresista (otro nombre más que equívoco), liderado por Alexander Vucic, un exministro de Milosevic y nacionalista ultraconservador. Ante la desconfianza europea, las autoridades serbias se han acercado notablemente a China, que ha hecho del país uno de los baluartes europeos de su moderna ruta de la seda (inversiones en infraestructuras). Además, la tensión con Kosovo no afloja Sigue siendo un factor de movilización propagandística. La minoría serbia agita la denuncia de opresión y vulneración de derechos, mientras los partidos ultranacionalistas, derrotados en las urnas, obstaculizan la tarea de un gobierno más escorado a la izquierda, pero débil y poco favorable al diálogo con Belgrado.

Finalmente, en Turquía también se toman posiciones ante el  empeoramiento de la situación en Bosnia. Sectores muy activos de la sociedad civil favorables a los musulmanes exigen al gobierno que no sea tímido en el apoyo al gobierno central de Sarajevo. Pero esta vez  Erdogan ha surgido como mediador, quizás por su alejamiento de Occidente. Tal vez vea en la crisis bosnia una oportunidad para recuperar peso, ahora que la oposición se muestra unida en su contra, por primera vez en más de veinte años. La complicación de sus aventuras exteriores (Libia o Siria) puede empujar al nuevo sultán a revivir en Bosnia (durante siglos una provincia otomana) ilusorias ambiciones de potencia (7). Lo que encendería a Grecia, siempre más cerca de los ortodoxos serbios, con la que se ha reactivado el pulso en el Egeo por los yacimientos de gas natural, en un momento de especial tensión energética entre Europa y Rusia. En fin, un panorama endiablado que evoca los ecos más peligrosos de la última guerra en Europa.


NOTAS

(1) “Bosnie-Herzégovina: La Republika Sprska veut son armée, sa justicie and son fisc”. COURRIER DES BALKANS, 11 de octubre.

(2) “The fragile state of Bosnia and Herzegovina. Bosnian serbs are playing with fire”. DER SPIEGEL, 27 de octubre; “Time to act on Bosnia’s existential threat”. MAJDA RUGE. FOREIGN POLICY, 3 de noviembre.

(3) “UN Security Council extends Bosnian peacekeeping force after Russia and China appeased”. REUTERS, 4 de noviembre.

(4) “Bosnie-Herzégovine: Milorad Dodik joue avec le feu”. ELVIRA JUKIC-MUJKIC (Observatori Balkani e Caucaso). COURRIER DES BALKANS, 4 de noviembre.

(5) “Bosnian Serg strongman may halt threatening moves US diplomat”. BALKAN INVESTIGATIV REPORT, 8 de noviembre.

(6) “Sommet UE-Balkans occidentaux: à Brdo, la promesse d’élargissement sans date ni plan”. COURRIER DES BALKANS, 7 de octubre.

(7) “Turkish government urged to speak out about Bosnia’s political crisis”. BALKAN INVESTIGATIV REPORT, 4 de noviembre; “Feuding Bosnian look to Turkey to mediate Crisis”, (ibid.), 10 de noviembre.

EL GLOBO DE GLASGOW

 3 de noviembre de 2021

La primera fase de la cumbre medioambiental COP26 ha dejado dos compromisos de relativo alcance: la reducción de emisiones de gas metano, uno de los más activos en el calentamiento global, y la adopción de medidas para acabar con la deforestación durante la próxima década. Glasgow ya tiene un resultado que exhibir, aunque resulte insignificante en comparación con la magnitud de los desafíos.

La vigésimo sexta edición de estas conferencias para salvar el planeta seguirá adelante ahora con la participación de activistas, científicos, negociantes y funcionarios que trabajan a diario, desde intereses y perspectivas diferentes, en el ilusorio empeño de evitar la catástrofe.

En vísperas de la cumbre, el Panel científico de Naciones Unidas advirtió que el objetivo de no superar los 2º C de calentamiento adicional en 2050 está más lejos, y que es casi imposible conseguir el umbral del 1,5º C. Al ritmo de los últimos años, el ecosistema terrestre se habrá calentado 2,7º C cuando se llegue a la mitad del siglo (1).

Al cabo, Glasgow habrá sido un globo inflado más, como los veinticinco anteriores. Los líderes mundiales asistentes han competido por acaparar titulares con las frases más sonoras y formular las advertencias más alarmantes, como si no dependiera en gran parte de ellos abordar radicalmente la solución de los problemas que hacen la tierra cada vez más inhabitable.

Aparte de la operación de relaciones públicas, estas cumbres climáticas son, en realidad, una prolongación escénica de las rivalidades geoestratégicas (2). La ausencia de los presidentes de China y Rusia ha servido para que los líderes occidentales agiten el dedo acusador contra ellos, como irresponsables o al menos insuficiente o no sinceramente comprometidos con la preservación de la casa común.

La hipocresía es un componente insustituible de las relaciones internacionales, en tanto mecanismo equilibrador de las dinámicas de poder. El clima es un terreno propicio, porque se mueve el terreno del futurismo catastrófico, avalado por síntomas bien reales e inquietantes de la realidad presente: inundaciones, sequías, incendios, desertización y otras manifestaciones extremas cada vez más extensas y devastadoras (3).

La lógica propagandística de las declaraciones grandilocuentes, por fundamentadas que resulten, consiste en aceptar un grado aceptable de responsabilidad propia (“tenemos que hacer más”, “no podemos conseguir frenar de golpe el calentamiento, pero sí dar pequeños pasos”, etc.), al tiempo que se desplaza la acusación más severa hacia los rivales, adversarios o competidores en la lucha por la hegemonía planetaria. En el discurso oficial de las principales potencias occidentales hay una recriminación hacia los países emergentes por su pretendida ceguera desarrollista, acentuada por el impulso autoritario crudo (casos de Rusia o China) o matizado (India, Brasil), cuya prosperidad se basa en el consumo y/o explotación de recursos fósiles y altamente contaminantes (4).

Las discusiones interminables sobre las medidas necesarias para frenar y/o revertir el desastre futuro estas dominadas por datos y cifras de la contaminación atmosférica presente, como si el calentamiento global fuera algo reciente, aunque se sabe muy bien que se trata de  fenómeno acumulado durante más de dos siglos, desde el inicio de la Revolución industrial. Pero incluso, si nos atenemos a las emisiones de ahora, China, el más señalado, contamina menos per cápita que Estados Unidos, por ejemplo.

Los países emergentes oponen una narrativa ambigua que defiende el porvenir del planeta sin renunciar a su derecho al desarrollo, a la prosperidad, a la riqueza material de los que han sido privados por siglos de colonialismo, explotación y dependencia. Los países ricos admiten con la boca pequeña este argumento, de ahí que acepten compensar a los pobres con promesas de financiación de la transición ecológica. Pero este compromiso, como el de la reducción de emisiones de gases, no se han cumplido. De los 100.000 millones anuales prometidos en el COP de 2009 en Copenhague con el entonces horizonte de 2020, apenas si se ha desembolsado un 30%. En Glasgow se ha renovado el compromiso, pero a desembolsar a partir de 2023. Aunque se cumpliera esta vez, lo cual es más que dudoso, la apuesta está lejos de ser generosa. Sólo por poner el ejemplo de Estados Unidos, primer contribuyente potencial, la cantidad prometida (y no antes de 2024) es de 11.400 millones de $ (hasta la fecha sólo ha puesto la mitad). Como denuncia Mohamed Adow, director de la ONG Power Shift Africa, en proporción a su PIB y población, Estados Unidos debería aportar 45 mil millones y, si se tuviera en cuenta las emisiones acumuladas esa cantidad se elevaría a más de 50 mil millones (5).

Las cifras globales resultan apabullantes. Según la ministra surafricana de medio ambiente, los países pobres necesitarían 750 millones de dólares anuales para protegerse de los efectos del cambio climático (fase de mitigación) evadirse de los combustibles fósiles (fase de adaptación). Sólo la India, otro gran emisor actual, necesitaría 2 billones y medio de $ (6).

No obstante lo anterior, la voz de estos países emergentes que se escucha en Occidente, no es la de sus habitantes más pobres, sino la de unas élites que exhiben un discurso exterior victimista o reivindicativo mientras practican políticas ferozmente antiigualitarias. La contaminación que propician no beneficia a la mayoría, mientras los efectos inmediatos del calentamiento hacen la vida aún más miserable a los que menos tienen.

LA REALIDAD COTIDIANA

Después de Glasgow cada cual se afanará en resolver los conflictos del presente más inmediato. El caso de Estados Unidos no es único, pero si uno de los más significativos, por su dimensión e influencia.

El presidente Biden se excusó por las inconsistencias aparentes de su programa de transición ecológica que combina la apuesta por la economía verde sin renunciar al fomento de las actividades contaminantes,  con el aparente argumento racional de que no se puede cambiar de modelo productivo de un año para otro, ni siquiera en el horizonte de una década. En el ejercicio de las culpas derivadas, encontraba en su predecesor un villano indiscutible, por abjurar de los compromisos de París 2015.

Pero más que un horizonte planetario catastrófico, lo que quitará el sueño a Biden será la resistencia interior al cambio. Puede agitar su dedo acusador contra chinos y rusos, pero son los grupos de presión norteamericanos (multinacionales, en realidad), los que obstaculizarán su empeño más o menos sincero de ponerse en paz con el planeta. Los operadores políticos de estos intereses no son sólo sus adversarios de la derecha republicana radicalizada. Los lobbies de las industrias fósiles y de las grandes compañías farmacéuticas engrasan las campañas del senador Manchin (Virginia Occidental) y la senadora Sinema (Arizona), ambos demócratas, que bloquean el paquete socio-ecológico de Biden, aludiendo su elevado coste presupuestario.

Esta pugna política interna ha debilitado notoriamente a la Casa Blanca. Pero, por si esto no fuera poco, la derrota del candidato demócrata en las elecciones a gobernador en el estado de Virginia, uno de los termómetros de la oscilación política estadounidense, confirma un empeoramiento de las perspectivas de Biden y proyecta sombras inquietantes para las elecciones legislativas de medio mandato de 2022. De nuevo, un presidente demócrata se atasca en el primer tramo de su recorrido, como ya les ocurriera a Obama y a Clinton. Estos reveses obligarán a Biden a seguir renegociando a la baja su paquete social y ecológico. A desinflar un poco más el globo de Glasgow.

       

NOTAS

(1) “World faces disastrous 2,7º C temperature rise on current climate plans, UN warns. FIONA HARVEY, environment correspondant. THE GUARDIAN, 26 de octubre.

(2) “Climat: à quoi servant les COP et comment fonctionnet-elles? LE MONDE, 30 de octubre.

(3) “The International Order ins’t ready for the climate crisis”. STEWART M. PATRICK. FOREIGN AFFAIRS, noviembre-diciembre.

(4) “Leaders warn of climate ‘doomsday’ as old rifts divide summit’s firs day”. THE NEW YORK TIMES, 1 de noviembre.

(5) “The Clime debt keeps growing. Rich countries still refuse to pay their share”.  MOHAMED ADOW. FOREIGN AFFAIRS, 28 de octubre.

(6) “Climate summit meets pandemic insulariry”. ANTHONY FAIOLA. THE WASHINGTON POST, 2 de noviembre.